jueves, 30 de junio de 2016

"No entristezcáis al Espíritu"

Por el bautismo y la confirmación, cada cristiano es un templo del Espíritu Santo, y éste inhabita en nuestras almas, haciendo morada en nosotros. De este modo nos santifica, nos va divinizando y es una prenda, una garantía, de nuestra propia resurrección y de la vida eterna.


Habitando en nosotros, dirige nuestros pensamientos, nos conforma a Cristo, impulsa la alabanza y la oración, sugiere el bien, nos lleva a reconocer la Verdad, permite que nos adentremos en el tesoro de la revelación y que vivamos santamente, obrando como hijos de Dios, con una libertad gloriosa, sin seguir los deseos de nuestra carnalidad, la inclinación de nuestra concupiscencia.

Esto no significa que el Espíritu Santo anule nuestra voluntad. Somos libres para seguir sus mociones e inspiraciones o para rechazarlas, de modo que es nuestra voluntad la que peca o la que se deja santificar. 

San Pablo, en la carta a los Efesios, recomienda que "no entristezcáis al Espíritu", que no lo contristemos ni lo expulsemos de nosotros por el pecado.

miércoles, 29 de junio de 2016

Jesús y Pedro

Ésta es la relación más importante en la vida de Pedro, la que más le marcó, la que más le hizo sufrir en su debilidad y miedos y sin embargo la que le dio el gozo y la alegría mayor. Pedro reconoció en Jesús a su Salvador, a su Maestro y Señor, al que es "Camino, verdad y vida" (Jn 14,6), al único que "tiene palabras de vida eterna" (Jn 6,68c).

A la hora de ver la relación de Pedro con Jesús en el evangelio de Juan, lo tenemos que hacer viendo una relación de amsitad y cariño de Jesús hacia Pedro, que se manifiesta claramente en muchos pasajes.

El encuentro con Jesús marcó, de manera positiva y total, a muchos personajes que aparecen en las páginas evangélicas. Uno de ellos fue Pedro. Andrés lo lleva a Jesús y es Jesús el que toma la iniciativa: "(Jesús) fijando su mirada en él" (Jn 1,42b). Hay dos gestos de Jesús que impactan a los evangelistas: su manera de partir el pan y su mirada. La mriada que tuvo que dirigirle a Pedro hubo de ser tierna, y a la vez, profunda.

Y ya en el primer momento se establece algo especial: Jesús le cambia el nombre por el de Cefas (Piedra), en Jn 1,42c, con toda la carga simbólica del nombre y del cambio de éste en el mundo bíblico.

martes, 28 de junio de 2016

Las virtudes teologales (y III)

La última parte del artículo de Von Balthasar completa la catequesis en tres partes sobre las virtudes teologales. Es -recordémoslo- un artículo en la ed. francesa de Communio, IX, 4, junio-agosto 1984, pp. 10-20.

Antes de precipitarnos al leer algunos términos a los que no estamos acostumbrados, es preciso leer todo el texto y verlo en su conjunto, para no ver fantasmas de herejías donde no los hay, ni mucho menos.



"4. Sin duda la cuestión no se resuelve si no se interroga a la fe y a la esperanza de Jesús a lo largo de su existencia terrenal.

Del lado protestante, la respuesta a la cuestión a menudo es afirmativa: Jesús tenía fe y esperanza. Del lado católico, el P. Charles ya había roto una lanza en favor de la esperanza de Jesús, indiscutiblemente con razón. Había subrayado que incluso una presciencia infalible no impide la esperanza: la incertidumbre en cuanto al futuro, dice Charles, no es un momento esencial de la esperanza, y más bien debe considerarse como la huella dejada por el pecado sobre nuestras esperanzas. "La fuente única de donde brota la vida espiritual en el mundo entero, la podemos descubrir con seguridad en la esperanza inmutable e infalible de Cristo triunfante". 

domingo, 26 de junio de 2016

Sacerdotes para la evangelización

La impronta de la gracia sacramental en el Orden impulsa al sacerdote, a imagen de Cristo, Cabeza y Pastor, a ser un evangelizador nato, a poseer un celo evangelizador, una pasión por Cristo inacabable, inagotable.

El sacerdote no es un "funcionario" de sacramentos, como a veces los fieles lo consideran y lo tratan así; ni el archivero al que acudir a la que hora que se quiera para pedir documentos. Es un icono, una imagen clara y transparente, de Jesucristo; para él la evangelización es la causa de su vida.

Juan Pablo II, por ejemplo, en la encíclica Redemptoris missio, recordaba los vínculos entre el sacerdote y la evangelización:

"Colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión: « El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación "hasta los confines de la tierra", pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles ». Por esto, la misma formación de los candidatos al sacerdocio debe tender a darles « un espíritu genuinamente católico que les habitúe a mirar más allá de los limites de la propia diócesis, nación, rito y lanzarse en ayuda de las necesidades de toda la Iglesia con ánimo dispuesto para predicar el Evangelio en todas partes ». Todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera" (n. 67).

Además veamos la perspectiva que abre Juan Pablo II en la Pastores dabo vobis:

sábado, 25 de junio de 2016

Los méritos y la gracia (san Agustín)

Realmente maestro, san Agustín ofreció a la Iglesia y para siempre las reflexiones necesarias sobre la justificación, el mérito y la gracia en un momento en que el pelagianismo se extendía con fuerza, proclamando que el hombre se salva por sus propios méritos, confiando en la bondad original de su naturaleza.

La respuesta contundente de san Agustín orientó definitivamente la enseñanza de la Iglesia -codificada posteriormente en el concilio de Trento sobre la justificación- y puede hoy, igualmente, ser útil, claro, orientador, cuando tanta confusión hay en los principios (un antropocentrismo gigantesco) y en sus aplicaciones (las formas secularizadas de vivir la fe, el aburrido moralismo).

Son enseñanzas que hoy hemos de acoger y permitir que nos transformen racionalmente y modifiquen nuestra forma de percibir y luego vivir el cristianismo.

"19. ¿Cuál es, pues, el mérito del hombre antes de la gracia? ¿Por qué méritos recibirá la gracia, si todo mérito bueno lo produce en nosotros la gracia, y cuando Dios corona nuestros méritos no corona sino sus dones? 

Como en el momento inicial de nuestra fe hemos conseguido misericordia, no porque éramos fieles, sino para que lo fuésemos, del mismo modo al fin, es decir, en la vida eterna, nos coronará, como está escrito, “en piedad y misericordia”. No cantamos, pues, en vano: “y su misericordia me prevendrá”; y también: “Su misericordia me seguirá”. La misma vida eterna la alcanzaremos al fin, pero sin fin, y, por lo tanto, supone méritos precedentes. 

Mas, puesto que esos méritos que la consiguen no los hemos alcanzado por nuestra suficiencia, sino que se han producido en nosotros por la gracia, esa misma vida eterna se llama gracia, porque se da gratuitamente, y no porque no se dé a los méritos, sino porque se dieron antes los méritos por los que se da la vida eterna. Y hallamos que es el apóstol Pablo, magnífico defensor de la gracia, el que llama gracia a la vida eterna, diciendo: “el estipendio del pecado es la muerte; y es gracia de Dios la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo”.

jueves, 23 de junio de 2016

La Tradición, instrumento de la Verdad

Las polémicas de estos años en torno a la Tradición requieren una cierta iluminación entre otras cosas, para no identificar acríticamente la Tradición con las tradiciones y las costumbres, elevando a éstas al rango máximo, intocables, ni confunde Tradición con añadidos humanos de una época ni con esteticismos (una determinada estética artística y litúrgica como único sinónimo y concreción de la Tradición. 


También requiere iluminación para comprender cómo la Tradición eclesial no es un fósil, ni un producto cerrado, sino que conservando siempre una sustancial identidad, continuidad, se explora una y otra vez, se saca a la luz tesoros escondidos en ella, avanza, crece, enriqueciéndose.

Del concepto verdadero que tengamos de Tradición va a depender la postura que tomemos y la comprensión de la misma Iglesia y su vida, por eso es necesaria la clarificación doctrinal y un ejercicio de la razón iluminada por la fe.

"Si el magisterio ordinario es la garantía del modo en que se declina la vida de la comunidad, el mayor instrumento de comunicación de lo verdadero en la vida de la Iglesia es su misma continuidad. Esto es lo que se llama tradición. La tradición es la conciencia de la comunidad que vive ahora con la memoria cargada de la riqueza de todas sus vicisitudes históricas.

Dice Henri de Lubac comentando la constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II: "La idea de la tradición expuesta aquí deriva del concepto de Revelación: todo lo que ha recibido la Iglesia lo transmite 'con su doctrina, su vida y su culto'; no se trata solamente, pues, de una 'tradición oral', sino de una tradición concreta y viva que fructifica con el tiempo, de modo que, conservando la verdad revelada, la actualiza según las necesidades de cada época. Y observa además que 'la Tradición se recuerda siempre antes que la Escritura para respetar el orden cronológico, desde el momento que, en el origen de todo, está esta Tradición que viene de los Apóstoles' y que los libros sagrados fueron compuestos o recibidos en el seno de una comunidad constituida con anterioridad".

martes, 21 de junio de 2016

El seglar...

Todo seglar, por su consagración bautismal, está llamado a ser un perfecto cristiano. Es la perfección de la santidad que se realiza en todos los estados de vida cristiano.


Lejos de tratarse de una vocación o de un estado de poca importancia, capaz de contentarse sólo con unos mínimos indispensables, la vocación del seglar es vocación a la santidad en el mundo, en la sociedad, en el ámbito ordinario de la vida (familia-matrimonio, trabajo, cultura, política, economía, arte...). Ahí realiza su vocación y así se demuestra lo que es ser cristiano.

La llamada, el recordatorio, la catequesis de hoy, quiere dejar fijada en la conciencia una sencilla verdad que, siendo así de sencilla, a veces se puede difuminar: todo seglar debe ser un perfecto cristiano. Así se muestra el potencial encerrado en los Sacramentos de la iniciación cristiana: un perfecto cristiano, es decir, un profeta en el mundo, un testigo, un sacerdote, un apóstol, un orante, un obrero de la viña del Señor por la consagración del bautismo.

Lo vivirá en el mundo, en el ámbito cotidiano. Ahí está el lugar y la materia de su santificación.

"Puede ser beneficio para vosotros, aunque no participéis en el Congreso de Apostolado Seglar, la lección que da a todos los seglares y fieles miembros de la Iglesia, una lección que repiten autorizadamente los documentos conciliares, que hicieron una gran apología del laicado católico; es decir, todo seglar debe ser un perfecto cristiano.

Los seglares no son cristianos de segunda fila, de dudosa fidelidad a la Iglesia y de una observancia imperfecta de los compromisos sacrosantos de su bautismo; también ellos están llamados a la perfección cristiana, al amor de Dios y del prójimo, a la santidad; una santidad conforme a su género de vida en el mundo, secular como se dice, pero no por ello tibia y complaciente con las debilidades humanas y las tentaciones del siglo; una santidad que tiende a la plenitud de la caridad y de la imitación de Cristo.

domingo, 19 de junio de 2016

Médico y Salud, nuestro Señor Jesucristo

Una contemplación del concepto "Salud" le da pie al papa Benedicto XVI a desgranar, con su estilo característico, cómo nuestro Señor es el Médico, la medicina y la salud misma.


Se ancla así esta enseñanza en el rico tesoro patrístico que consideraba la redención entera como la gran obra medicinal de Cristo, "médico de los cuerpos y de las almas".

"De la Virgen de Nazaret tuvo origen Aquel que nos da la 'salud'. La 'salud' es una realidad que lo abarca todo, una realidad integral: va desde el 'estar bien' que nos permite vivir serenamente una jornada de estudio y de trabajo, o de vacación, hasta la salus animae, de la que depende nuestro destino eterno.

Dios cuida de todo esto, sin excluir nada. Cuida de nuestra salud en sentido pleno. 

Lo demuestra Jesús en el Evangelio: él curó enfermos de todo tipo, pero también liberó a los endemoniados, perdonó los pecados, resucitó a los muertos. Jesús reveló que Dios ama la vida y quiere liberarla de toda negación, hasta la negación radical que es el mal espiritual, el pecado, raíz venenosa que lo contamina todo. Por esto, al mismo Jesús se lo puede llamar «Salud» del hombre: Salus nostra Dominus Jesus

viernes, 17 de junio de 2016

"Por Cristo, con él y en él" (Meditación teológica - II)

El segundo término de la doxología eucarística está lleno de resonancias paulinas: "con Cristo". Sin él, nada somos y ni podemos. Permanecemos con Él, en su amor.


La vida cristiana se define por un estar "con Cristo", bautizados "con Cristo" y resucitados "con Cristo". Es la Compañía definitiva y última y la vida transcurre con Él.


"Con él".

"En segundo lugar, "con él". Esta creación que él ha creado a su imagen, él mismo imagen del Padre, esta creación se ha separado de él por el pecado. Se encuentra como desgajada de las energías creadoras y ha caído en el dominio de la muerte. Y en efecto la creación, y en particular el hombre, no es viviente sino en la medida en que está injertada en la fuente de toda vida. "En él es la vida y la vida es luz de los hombres" (Jn 1,4).

jueves, 16 de junio de 2016

Oración y gracia (san Agustín)

Una de las más preciosas definiciones de san Agustín sobre qué es el hombre es llamarlo "mendigo de la gracia", y la oración misma expresa hasta qué punto somos mendigos de la gracia, porque esa es nuestra principal y primera súplica.

Sabedores de que sin la gracia no podemos nada, nos acercamos a Dios en la oración pidiendo gracia, su gracia, la que nos justifica, salva y santifica.

Toda oración verdadera es una humilde petición de gracia.

"15. Podemos decir que ha precedido la fe, y en ella está el mérito de la gracia. Pero ¿qué mérito tenía el hombre antes de la fe para recibir la fe? ¿Qué tiene que no haya recibido? Y si lo recibió, ¿por qué se gloría como si no lo hubiese recibido? El hombre no tendría sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios, si, según el anuncio profético, no hubiese recibido el espíritu “de la sabiduría y de entendimiento, de consejo y de fortaleza, de ciencia, piedad y temor de Dios”; como no tendría valor, caridad y continencia si no hubiese recibido el Espíritu, del que dice el Apóstol: “No hemos recibido el espíritu de temor, sino el de valor, caridad y continencia”. Del mismo modo, no tendría el hombre la fe si no hubiese recibido el Espíritu de fe, del que dice el mismo Apóstol: “Teniendo el mismo Espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por lo cual he hablado; también nosotros hemos creído, por lo cual hablamos”. Que la fe no se recibe por méritos propios, sino por la misericordia de aquel que “se apiada de quien quiere”, lo manifiesta claramente el Apóstol cuando dice de sí mismo: “He conseguido la misericordia de ser fiel”.

miércoles, 15 de junio de 2016

Espíritu Santo, ¿Paráclito?

Jesús en el Evangelio de san Juan, califica al Espíritu Santo de "Paráclito". Según las traducciones, podremos encontrar en lugar de "Paráclito" la palabra "Defensor" o también "Consolador".

Para expresar la acción del Espíritu Santo, retengamos bien estas tres palabras que son complementarias: Paráclito, Consolador y Defensor.


Veamos qué significa "Paráclito".

Testimonios antiguos en el mundo griego, ya helenístico, "paráclito" se emplea con el significado de "defensor de una causa", quien ayuda a otro a salir de una dificultad o le defiende en alguna causa. Sería lo más parecido a un abogado defensor.

martes, 14 de junio de 2016

Las virtudes teologales (II)

La relación entre las tres virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) está siendo estudiada en algunas catequesis siguiendo un artículo de Balthasar (Las tres virtudes son una, Communio ed. francesa, IX, 4, junio-agosto 1984, pp. 10-20).

Es una catequesis para ver los resortes más internos del alma, movidos por Dios, para llegar y gozar de Dios mismo. Se resalta así el primado de Dios y la gratuidad de su actuación en interior. Claro, no nos salvamos por el humanitarismo, la solidaridad y los "valores", sino por la Gracia de Dios que convierte la existencia cristiana en una realidad nueva.


Fe, esperanza y caridad son los movimientos del hombre hacia Dios porque primero Dios mismo nos los ha comunicado para atraernos a Él.

Si sacamos las consecuencias reales de estas catequesis, veremos cuán lejos está la secularización y la pretendida moral autónoma de conducir al hombre a su verdadero fin.

Sigamos con el artículo.

domingo, 12 de junio de 2016

La liturgia en la Iglesia

La liturgia en la Iglesia ocupa un lugar central: la Iglesia vive de la liturgia, de la Gracia comunicada, de la presencia ante Dios que se da en la liturgia, de la Palabra que se recibe con disponibilidad de corazón, de la adoración ante el Tres veces Santo, del encuentro con Jesucristo, de la alabanza divina al ritmo de las horas.

En la Iglesia, la liturgia no es un ritual ajeno, externo, un conjunto de ceremonias solemnes y extrañas a la vida; la liturgia es la vida de Cristo glorioso comunicada. La Iglesia halla en la liturgia su fuente y su culmen. La Iglesia halla a su Señor glorificado en la liturgia.

Y es la liturgia, por su naturaleza, por su estilo de celebrar, por su contenido místico, una gran educadora del hombre, no tanto mediante palabras de exhortación (moniciones a cada paso), sino envolviendo al hombre en la acción sagrada para orientarlo hacia Dios.

viernes, 10 de junio de 2016

Espiritualidad de la adoración (XII)

¿Qué hacer cuando llegamos y vamos a comenzar nuestro rato de adoración?

Lo primero es, desde luego, hacer la genuflexión (rodilla derecha en tierra), despacio, con devoción y reverencia, y en nuestro lugar, arrodillarnos para comenzar la oración. Está el Corazón de Cristo vivo en el Sacramento y el propio corazón ante el Señor, pero también están los hermanos en esta oración, la Comunión de los santos entera.

Entonces un acto de amor al Señor, un reconocimiento de su Presencia, disponiéndose a estar con Él será el primer momento. Abierto el corazón ante el Señor en la adoración eucarística, se comienza a orar, amando y sabiéndose amado por Cristo vivo y presente.

"Id a nuestro Señor tal como seáis, encomendadle a todos aquellos que se preparan de mil maneras para vivir sus tiempos de adoración.

Tened una meditación natural. 

Agotad vuestro fondo de piedad y de amor antes que serviros de libros. 
Amad el libro inagotable de la humildad del amor. Que un libro piadoso os acompañe para permitiros retomar el buen camino cuando el espíritu se extravíe o cuando vuestros sentidos se adormezcan, porque es un gran bien. 
Pero recordad que nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de de nuestro corazón a los más sublimes pensamientos y afectos prestados de otros. 

jueves, 9 de junio de 2016

Plegaria: expuesto el Corazón de Cristo (S. Juan de Ávila)

Nuestra oración -esta plegaria de hoy, de san Juan de Ávila- no sale de su asombro al ver cómo el Corazón de Cristo está expuesto y ofrecido a todos para que lo roben y lo posean y lo amen.

Nada se reserva Cristo: todo Él se da.

Nada oculta Cristo: sus llagas son ventanas para ver su interior.


Todo en Él es amor, todo anuncia su amor, todo convida a su amor.

Su acción en nosotros es acción del amor de su Corazón; y así actúe o deje de actuar, hable o calle a nuestra alma, etc., todo es acción del amor de su Corazón.

¡Quién pudiera acercarse y vivir palpitando junto al corazón de Cristo!



Amor divino de Dios: su Corazón


            Tú, Señor, ¿no dijiste: Con toda guarda guarda el corazón porque de él procede la vida? (Prov 4,23). Y si la vida de nuestro cuerpo procede del corazón, y por eso mandas que lo pongamos a buen recaudo, ¿por qué no pones tú a mejor recaudo tu corazón, pues de él procede la vida del nuestro y es fuente de vida, por el cual viven todas las cosas vivas en el cielo y en la tierra?

miércoles, 8 de junio de 2016

"Por Cristo, con él y en él" (Meditación teológica - I)

La doxología de la plegaria eucarística es perfecta, redonda, completa: 

"Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos"

Y, entusiasmado, el pueblo ratifica cantando: "AMÉN".


Esta doxología -"palabra de alabanza", o "confesión de fe recta"- expresa el papel, la función, del mismo Cristo, Mediador y Señor de todo.

Una buena meditación sobre los tres términos referidos a Cristo la hallamos en Jean Danielou. Servirá para hacernos descubrir cómo cada palabra en la liturgia evoca mucho más de lo que su breve expresión nos permite ver a primera vista; y, segundo, nos permitirá profundizar en la belleza de esta doxología que condensa lo que Dios es en sí y lo que Dios realiza.

lunes, 6 de junio de 2016

Ofrecernos (1ª participación interior)

Veíamos en una anterior catequesis que la participación interna, interior, de los fieles, de todos los fieles, se fundamentaba en unas disposiciones internas. Ahora tenemos que detenernos en verlas.

Participar interiormente es, primero, ofrecernos; ofrecer y ofrecernos a Dios, entregándonos a Él como hostia viva, santa, agradable a Dios; ofrecer y ofrecernos como oblación perenne, como ofrenda permanente.


a) Ofrecernos

            La participación interior conduce a ofrecernos con Cristo al Padre para vivir su voluntad. Expropiados de nosotros mismos, como la Virgen María, esclava del Señor, dejamos que el Señor tome todo y disponga en nosotros, según su plan de amor.

            -Lo que Él nos da

            Cuanto tenemos, lo hemos recibido (cf. 1Co 4,7). Es don y gracia del Señor. Incluso nosotros mismos somos un regalo de Quien nos ha creado por amor, nos ha redimido y nos da el ser hijos suyos. En el pan y en el vino se concretan todos los dones que Dios nos ha entregado, de manera que en la liturgia le ofrecemos, realmente, de lo que lo Él nos ha dado; así reza, por ejemplo, el Canon romano: “te ofrecemos, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio”, “de tuis donis ac datis”. Reconocemos así que todo nos viene dado, que es gracia y amor. “Acepta, Señor, los dones que te presenta la Iglesia y que tú mismo le diste para que pueda ofrecértelos”[1]; “te presentamos, Señor, estos dones que tú mismo nos diste para ofrecer en tu presencia”[2].

            La primacía la tiene el Señor, y así la liturgia, una vez más, nos revela que es teocéntrica, es decir, que su centro es Dios y no el protagonismo del hombre, y que cuanto podemos ofrecerle es porque Él nos lo ha dado, no por nuestros compromisos y logros. No es una manifestación de nuestro poder humano (¿acaso construiremos Babel?), sino la ofrenda pura de reconocimiento de su bondad (Abel así lo hizo). “Te ofrecemos, Señor, estos dones que tú mismo nos diste; haz que lleguen a ser para nosotros prueba de tu providencia sobre nuestra vida mortal”[3].

sábado, 4 de junio de 2016

El santo evangeliza (Palabras sobre la santidad - XXVII)

Aunque haya que desarrollar un nuevo ardor, un nuevo método y hasta un nuevo lenguaje para la evangelización; aunque cambien las formas y los métodos para responder a una nueva cultura y a las búsquedas del hombre de hoy, hay algo que permanece invariable: se evangeliza por el testimonio personal de santidad. Los santos fueron y son los mejores evangelizadores porque presentaban su propia vida como un testimonio de belleza, de coherencia y de verdad.
 

Sin esta santidad de vida, sin este compromiso personal de santidad, ya se podrán elaborar planes pastorales e inventar fórmulas o métodos, que resultarán estériles, infructuosos. Donde hay un santo, se comunica vida y Evangelio; pero si el misionero, el enviado, el apóstol, carece de esa santidad de vida, sus palabras se ve despojadas de fuerza y de verdad.

Ya Juan Pablo II lo recordaba en la encíclica Redemptoris missio:
"El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo « anhelo de santidad » entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, particularmente entre aquellos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros" (n. 90).

viernes, 3 de junio de 2016

Querer con el amor de Jesús (y II)



Para amar, no buscar ser amado

            El amor siempre es un continuo darse. Cristo es el ejemplo máximo y la norma de referencia absoluta al amarnos primero: “como yo os he amado” (Jn 13,34). Ver el amor de Cristo –experimentarlo- es aprender a darse como Él se dio: “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).


            Amar no es buscar ser amado, querido, admirado, aplaudido: eso es egoísmo camuflado. “Si pues amas a Dios, ámale con amor de gratuidad. El verdadero amor no desea otra recompensa más que el mismo Dios a quien ama” (Serm. 165,4), y también dirá S. Agustín: “Si no te tengo a ti, ¿qué tengo? No quiero esperar de ti otra cosa que a ti mismo. Te amo gratuitamente y no deseo más que a ti” (Serm. 331,4). El amor ama, hace el bien –amor de benevolencia, sin buscar recompensa-, desinteresadamente, aunque por su dinamismo interno desee una respuesta libre de amor, ser correspondido.

            El amor es darse. Simplemente, aunque sobrevengan rechazos o falta de correspondencia, aunque incluya sacrificio, o dolor, o padecer con los problemas y la cruz del otro: “Llevad unos las cargas de los otros” (Gal 6,2); “nosotros, los fuertes, debemos llevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra propia satisfacción como Cristo” (Rm 15,1).

            Se ama cuando con libertad, se comparte el propio ser y se entrega al otro y a los demás.

-          Una personalidad infantil necesita apoyo para todo; más que amar busca sentirse amado, reconocido, pero es incapaz de ningún sacrificio ni de amor pleno. Es muy distinto del “ser niño” (Mt 18,3-4) que aconseja Cristo, porque éste “ser niño” es sencillez y abandono en Dios: “no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio” (1Co 14,20); la infantilidad es inmadurez: los mismos discípulos, inicialmente tienen reacciones de infantilidad pretendiendo ser los más importantes (cf. Lc 9,46-48) o con reacciones de violencia cuando no son acogidos por los samaritanos (Lc 9,51-56).

-          Una personalidad adulta se siente plena cuando ama y se siente amado (sigue incluyendo el sacrificio y la entrega). La madurez humana del Corazón de Cristo permitió que su vida fuese “pasar haciendo el bien” (Hch 10,38).

jueves, 2 de junio de 2016

Necesitados y gimientes (san Agustín)

El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.

¿Acaso somos débiles? 
¿No puede el hombre salvarse por sí mismo, gracias a ser buena persona, gracias a sus compromisos solidarios, a sus propósitos santos, a sus reuniones y apostolados? 
¿No es el hombre el que se hace bueno a sí mismo? 
¿Para qué orar? 
¿Para qué ayudar el Espíritu nuestra debilidad?

De nuevo, la doctrina de la gracia orientando el cristianismo: y es que el cristianismo es pura gracia.


"10. Por lo tanto, no se alabe el hombre ni pregone el mismo mérito de su oración, pues aunque al que ora se dé una ayuda para vencer las apetencias de bienes temporales, para amar los bienes eternos y a Dios, fuente de todos los bienes, la que ora es la fe que se dio al que aún no oraba, pues si no se le hubiese dado no hubiese podido orar. “¿Cómo invocarán a aquel en quien no creyeron? ¿O cómo creerán a aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán, si nadie les predica? Luego la fe viene por la escucha y la escucha por la palabra de Cristo”. Por lo tanto, el ministro de Cristo, predicador de esa fe, “según la gracia que se le ha dado”, es el que planta y el que riega. Pero “ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”, el cual “reparta a cada cual una medida de fe”. Por eso se dice en otro lugar: “paz a los hermanos y caridad con fe”. Y para que nadie se la atribuya a sí mismo, añadió a continuación: “Que viene de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor”. No tienen la fe todos los que oyen la palabra, sino aquellos a quienes Dios reparte una medida de fe, como no germina todo lo que se planta y se riega, sino lo que Dios hace crecer. ¿Por qué cree éste y no aquél, aunque ambos oyen lo mismo, y cuando se realiza un milagro en su presencia ambos ven lo mismo? Esa es “la profundidad de las riquezas, de la sabiduría y ciencia de Dios”, cuyos “juicios son inescrutables”, en quien no hay iniquidad cuando “se apiada de quien quiere y endurece a quien quiere”. El que estas cosas sean ocultas no significa sean injustas.

miércoles, 1 de junio de 2016

Las virtudes teologales

Las virtudes teologales son dinamismos, hábitos sobrenaturales, que vienen de Dios gratuitamente para conducirnos a Él. Son la fe, la esperanza y la caridad. Se nos infunden en el alma mediante el sacramento del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y sostienen nuestra vida tendiendo hacia Dios.



1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.

1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13).

 Como en un salón de catequesis de adultos, aula de formación, cuando se distribuyen fotocopias de un texto, se leen en voz alta, se explican y se dialoga a partir de ellas confrontando con la propia experiencia, así vamos a hacer en dos o tres catequesis.