sábado, 26 de noviembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (I)



            Enseñar Patrología, y volver una y otra vez sobre los Padres, sus escritos, sus enseñanzas, el contexto en el que cada uno desempeñó su ministerio, resulta siempre una tarea docente que enriquece no sólo a los alumnos que con mente abierta y espíritu receptivo cursan la asignatura, sino al mismo profesor que debe retornar a las fuentes patrísticas constantemente, descubrir nuevos aspectos, saborear sapiencialmente el conjunto, conocer a los Padres y tenerlos por amigos, maestros e interlocutores, mientras lee todas las obras que se vayan traduciendo y publicando. Máxime cuando la Tradición de los Padres es tan rica que resulta inagotable e inabarcable.



            Así, en cada curso que imparto Patrología, el primer beneficiado soy yo mismo, que he de repasarlo todo, descubrir elementos, profundizar en otros, dejarme cuestionar, disfrutar de algo que, de pronto, ha captado mi atención de una manera nueva y poner en conexión a los Padres con la actualidad eclesial viendo cómo sus enseñanzas y su hacer pueden enseñarnos hoy.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Nadie reza solo (II)

Nadie reza solo. 

Cristo ora en su Iglesia, por tanto, Cristo ora en cada uno de nosotros.


Cristo ora por nuestros labios.

Cristo ora por nuestros corazones.

La oración es cristiana por su vinculación con Cristo en la Iglesia.

Recordemos un precioso texto de san Agustín:

"Cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el Cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su Cabeza, y el mismo salvador del Cuerpo es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.

Ora por nosotros como Sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra Cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en Él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros" (Enar. in Ps., 85,1).

martes, 22 de noviembre de 2016

La oración es la fuerza de la Iglesia

Despojándonos de miradas superficiales, de valoraciones mundanas, hallaremos la verdad de la Iglesia. No es una empresa, que requiera reuniones de planificación, balances y números cuantitativos; no es una asociación humanitarista, supliendo carencias estatales en enseñanza, sanidad, infraestructuras; la Iglesia es el Pueblo de Dios, por tanto, si su pertenencia está referida a Dios, la vida del Espíritu es determinante para ella, para responder a la verdad de su ser.

Sabemos que la vida de la Iglesia es ser sacramento y signo de salvación, instrumento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos, dispensadora de la vida divina y la economía de la salvación, cuya dicha y felicidad es evangelizar, anunciar a Cristo. 

Sabemos que la Iglesia es un pueblo santo, un Cuerpo vivo cuya Cabeza es Cristo y cada cual un miembro vivo, existiendo una relación espiritual de comunicación entre todos, llamada Comunión de los santos. 

Sabemos que la Iglesia es peregrina en el mundo hasta la Jerusalén del cielo, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. 

Sabemos que en la Iglesia lo divino y lo humano van unidos, lo temporal y lo eterno, la gracia y la responsabilidad libre del hombre. Paradojas constantes, pero que no se oponen entre sí:


"Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2).

A nadie extrañará, pues, que la vida de la Iglesia se verifique por su oración y su calidad orante: el primado de todas las cosas lo tiene Dios, la primacía es la oración y la Gracia antes que el activismo, o la pastoral secularizada.

domingo, 20 de noviembre de 2016

La conciencia y la gracia se relacionan

Un texto paulino refleja bien la situación del hombre; el pecado original ha dejado herida a la persona por  la concupiscencia, una inclinación extraña que supone una ruptura, una distorsión, del hombre.

Decía san Pablo:

La ley es espiritual, de acuerdo, pero yo soy un hombre de carne y hueso, vendido como esclavo al pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto, y, en cambio, lo que detesto, eso lo hago. Ahora, si lo que hago es contra mi voluntad, estoy de acuerdo con la ley en que ella es excelente, pero entonces ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mí.

Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mis bajos instintos; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro.

Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. En una palabra: yo de por mí, por un lado, con mi razón, estoy sujeto a la ley de Dios; por otro, con mis bajos instintos, a la ley del pecado.

¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias.


La conciencia reconoce el bien y quiere hacerlo, pero sólo por gracia podrá vencer ese desorden interior, llamado concupiscencia y obrar el bien apartándose del mal. Sólo por gracia podremos vencer ese desorden de quien ve el bien, quiere hacerlo y al final o no lo hace u obra el mal; ese desorden que ve el mal, no lo quiere, lo rechaza y al final cae en él.

Es la gracia la que ilumina plenamente a la conciencia para que reconozca el bien y es la gracia la que mueve al hombre y le inspira el bien. Sin la gracia, estaríamos impotentes para obrar el bien.

"La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor" (CAT 2000).

Además, la gracia nos conduce al encuentro con la Verdad, con Cristo, librando a la conciencia de la ceguera que a veces le impide reconocer a Cristo, aceptar la Verdad.


viernes, 18 de noviembre de 2016

Sentido de catolicidad al participar (III)

La catolicidad es una impronta en el alma y un modo espiritual de vivir y entender la liturgia.

Esta catolicidad, como vimos, corresponde a la naturaleza eclesial de la liturgia, ya que es el Cristo total, Cabeza y Cuerpo, quien es el sujeto de la liturgia.





Esta misma catolicidad conduce y educa a una oración de los fieles que es universal, abarcando, como la cruz de Cristo, de uno a otro confín, solícita de las necesidades no solamente particulares (de los asistentes) sino de toda la Iglesia, de todos los hombres y del mundo entero.


Un último paso en esta catolicidad, o un modo más de vivir con alma católica la liturgia, es la ofrenda por todos. Oramos e intercedemos, pero también ofrecemos. Así es como se modula la participación interior, cordial por tanto, de los fieles.


            Pero junto a la oración que es universal, católica, está la propia ofrenda. Se participa en el sacrificio eucarístico con corazón católico cuando se ofrece pensando en todos, en la salvación de todos, en la vida de todos. La catolicidad de la cruz del Señor orienta la ofrenda que presentamos al altar y que ofrendamos junto con nosotros mismos. Ofrecemos con sentido católico: “te rogamos nos ayudes a celebrar estos santos misterios con fe verdadera y a saber ofrecértelos por la salvación del mundo”[1]. El deseo católico es que el efecto de la Eucaristía alcance a todos los hombres: “mira complacido, Señor, los dones que te presentamos; concédenos que sirvan para nuestra conversión y alcancen la salvación al mundo entero”[2].
   

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Los santos, una palabra de Dios (Palabras sobre la santidad - XXXII)

Dios que continúa hablando y mostrándose a la Iglesia, a la cual nunca deja de guiar, en cada santo pronuncia una palabra nueva que revela aspectos nuevos del Evangelio, o que actualiza el Evangelio, en cada momento de la historia de la Iglesia.


Dios, que es elocuente, y sigue conduciéndonos por su Espíritu Santo a la verdad completa, ofrece palabras nuevas, sentidos nuevos, con cada santo, distinto de otro santo, y así Dios los constituye en llamadas de atención a todo el pueblo cristiano, en signos vivos de Dios que interpelan.

Cada uno de los santos, a lo largo de la bimilenaria vida de la Iglesia, ha sido fruto de una llamada de Dios en la historia.

lunes, 14 de noviembre de 2016

La libertad en el cristianismo

La libertad es un don.

La libertad nos define, creados a imagen y semejanza de Dios, para vivir en la verdad y según la verdad. Libres nos ha creado, y libres -redimiendo la libertad de sus esclavitudes- nos ha devuelto Cristo al Padre. ¿Para qué encadenarnos? Aunque tal vez lo primero es ahondar siempre en una catequesis cristiana sobre la libertad.


Ya aquí hemos tratado de ella: Libertad y adoración, o la relación entre Verdad y libertad; la libertad que ha sido redimida por Cristo haciéndonos libres. Ahora, hoy, sigamos profundizando en la libertad, tal como ella es y tal como la anuncia el cristianismo.



                "Como todos saben, se habla hoy mucho de la libertad. Es éste un nombre que resuena en todos los sitios donde se discute sobre el hombre, sobre su naturaleza, sobre su historia, su actividad, su derecho, su desarrollo. El hombre es un ser en crecimiento, en movimiento, en evolución; la libertad le es necesaria. Mirando más adentro en el ser humano se ve que el hombre, en el uso de sus facultades espirituales, mientras está determinado por la tendencia al bien en general, no está determinado por ningún bien particular; es él mismo el que se autodetermina, y llamamos libertad al poder que la voluntad del hombre tiene para obrar, sin ser constreñida ni interna ni externamente. Y se ha visto que este libre arbitrio es tan propio del hombre que constituye su nota específica, que fundamenta el título primero de su dignidad personal, y le confiere la impronta característica de su semejanza con Dios.

                No obstante la negación filosófica, que ha querido encontrar un invencible determinismo en la acción del hombre, la evidencia de esta prerrogativa humana está tan impuesta prácticamente en nuestros días que todos asociarán la idea de los derechos del hombre a la de la libertad, y se hablará comúnmente de libertad en todas partes donde se presente una capacidad humana de obrar: libertad de pensamiento, libertad de acción, libertad de palabra, libertad de elección, etc., buscando las raíces interiores: libertad psicológica y libertad moral; describiendo las especificaciones exteriores: libertad jurídica, libertad económica, libertad política, libertad religiosa, libertad artística, etc.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Enfermedad, enfermos y enfermeros

Vamos a una catequesis que ilumine no sólo la propia enfermedad en quienes la padecen, sino el cuidado y la atención que prestan el personal sanitario y los familiares.

Las palabras las pronunció Pablo VI y ayuda a entender, mejor, a vivir el sufrimiento de la enfermedad y también cómo amar y servir al enfermo en un ejercicio muy paciente de la caridad verdadera.


El dolor es una escuela difícil pero que logra aquilatar y purificar la fe, conduciéndonos al descubrimiento de lo que es realmente importante y soltando las amarras de lo superfluo.



"A vosotros -enfermos, convalecientes, recuperados, familiares, religiosos y religiosas, enfermeros-, aquí presentes, querríamos dejaros un mensaje particular como recuerdo de este encuentro tan grato.

Junto a los hermanos que sufren

En primer lugar a vosotros, que os ocupáis en diversos modos de la asistencia a los enfermos -sea por vocación consagrada a Dios y a los hermanos, sea por ternura y obligación familiar, o por deber profesional-, queremos manifestaros el gran valor que asume vuestra obra, el mérito tan grande que adquiere para la vida eterna. Lo que os impulsa es la "compasión" hacia los queridos enfermos, en el sentido más alto y verdadero de la palabra, que significa "padecer-con" los demás. Tenéis el mérito de compartir el sufrimiento, esta misteriosa e indescifrable presencia en la humanidad herida por el pecado original, que es consecuencia de la arcana rebelión que este pecado ha introducido en la naturaleza creada y en la psique y la carne del hombre; por esta "compasión" promovéis la asistencia, el cuidado, la solicitud, las velas, las incesantes y trepidantes prematuras de la caridad, hacéis vuestros los sentimientos de los que sufren. 

jueves, 10 de noviembre de 2016

Nadie reza solo (I)

La teología de la oración nos muestra el aspecto, más que comunitario, eclesial de toda oración. Lo comunitario sería la oración junto con otros, la misma oración, marcada por la liturgia; lo eclesial puede ser comunitario pero también puede ser personal, privado.

Nadie reza solo. 

Cuando un cristiano reza, toda la Iglesia está rezando en sus labios y en su corazón. No somos partes aisladas, sino un todo, un Cuerpo en el que todo se comunica porque es uno. En cada uno, delante de Dios, está "sintetizada", "compendiada", la Iglesia entera, la del cielo y la de la tierra.

No, nadie reza solo. 

La oración más secreta, más solitaria, es siempre oración eclesial, rodeada de la Iglesia entera. 

Una visita sosegada al Señor en el Sagrario, no es un acto privado o intimista, sino una oración eclesial, de toda la Iglesia, por una sola persona arrodillada. 

Las Laudes, por la mañana temprano, antes de empezar la jornada e incluso antes de que salga el sol, rezando a solas en la habitación o en la capilla, es oración de toda la Iglesia aun cuando la reza una persona sola. 

El cuarto de hora o la media hora de oración personal, es oración de toda la Iglesia que crece cuando un alma está creciendo en la oración. 

El rezo del Rosario, caminando, paseando, musitando las Avemarías y pensando en los misterios ya ofrecidos, es oración no privada, subjetiva, sino igualmente eclesial.

Así como Cristo murió en la cruz, "uno por todos", y existe una solidaridad sobrenatural donde Cristo está unido a todos sus hermanos, a la humanidad entera, así el orante ante Dios es una reproducción de ese "uno por todos". Nadie reza solo: estamos en el "uno por todos". Y eso se llama "comunión de los santos".

martes, 8 de noviembre de 2016

Las claves de la nueva evangelización (y VI)

Llegamos ya al punto final de la conferencia de Ratzinger sobre la nueva evangelización, pronunciada en el Jubileo de los catequistas en el año 2000. Si ha ido siendo asumida y reflexionada, a lo largo de estos meses de catequesis, habremos alcanzado una claridad de ideas cuando suelen reinar tantos tópicos y tantas confusiones acerca de la nueva evangelización.


Ya vimos que se trata de una acción necesaria junto a la evangelización permanente o constante que siempre se da en las parroquias y comunidades cristianas, pero que nace de la convicción y ardor de quien conociendo a Cristo, quiere anunciarlo y hacerlo presente a todos. Será una tarea lenta -el grano de mostaza-, a veces insignificante, y renunciando al éxito cuantitativo y a los grandes números, pero sabiendo que es necesario realizarla. Esto, además, conlleva tanto la oración como el sacrificio del apóstol, su sufrimiento, que siempre será fecundo.

Pero igualmente había que atender al contenido mismo de la evangelización:

a) la conversión
b) el Reino de Dios
c) Jesucristo
d) la vida eterna

"La vida eterna" es el último contenido de la nueva evangelización, según apunta Ratzinger en esta lección magistral; es otro punto discordante para lo que estamos acostumbrados a oír sobre lo que es 'evangelizar', que se ciñe a lo terrenal, progreso, humanitarismo, etc.

Sus palabras son precisas:

sábado, 5 de noviembre de 2016

Una vida en santidad (cosas concretas)

Podríamos entender, asumir y encajar esta catequesis como una serie de principios y normas prácticas de cómo se es santo, de cómo se vive en santidad.

Nada extraordinario, tal vez, y además vivido en lo cotidiano, en lo monótono, allí donde el Señor nos ha situado. Pero es que la santidad es algo concreto y posible gracias al Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación.

Entonces, ¿qué es ser santo? Vivir con un modo nuevo, el de Jesucristo.

¿Reservado a un club, una élite, unos pocos? No. La santidad es la vocación común de todo bautizado.


"Es menester, hijo, que tengas la sabiduría para perseverar, como la tuviste para elegir. Sea fruto de tu sabiduría el saber de quién es ese don. 'Revela al Señor tu camino y espera en Él, y Él hará y llevará tu justicia como lámpara y tu juicio como un mediodía. Él hará rectos tus senderos y hará seguir en paz tus caminos'. 

Como desdeñaste lo que esperabas en el mundo para no gloriarte en la abundancia de tus riquezas, que habías comenzado a codiciar al estilo de los hijos de este mundo, así ahora, para llevar el yugo y la carga del Señor, no confíes en tu vigor, y entonces aquél te será suave y ésta ligera.

Porque juntamente se condena en el Salmo a 'los que confían en su vigor y a los que se glorían en la abundancia de sus riquezas'. Aún no poseías la gloria de las riquezas, pero con suma sabiduría despreciaste esa gloria que deseabas tener. Cuida ahora de que no se te deslice la confianza en tu fuerza, ya que eres hombre y es 'maldito todo el que pone su esperanza en el hombre'.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Sobre la esperanza (y IV)

La esperanza, tan bella, tan serena, tan necesaria, va transformando nuestra existencia y orientándonos hacia la "sustancia" sobre la que fundamentarnos.

Pero esta esperanza, virtud teologal, sobrenatural, no es sin más un sentimiento personal, ni siquiera una actitud personal y privada; posee una innegable dimensión social y también cósmica, que afecta a la creación entera.

Son las palabras del artículo del card. Ratzinger que vamos leyendo poco a poco, las que nos ofrecen esta dimensión social y cósmica de la esperanza enmarcándola como un componente del franciscanismo. Está en Communio, ed. francesa, IX, 4, junio-agosto 1984.


"c. La dimensión social y cósmica de la esperanza

Falta una cuestión. Se podría objetar a lo que acabamos de decir que una vez más todo esto tendería a la fuga a la interioridad y que el mundo en cuanto accidente estaría condenado a la ausencia de esperanza. Se trataría en realidad precisamente de crear tales condiciones de vida que la fuga a la interioridad fuera inútil ya que el sufrimiento estaría evacuado y el mundo mismo se convertiría en paraíso. Evidentemente no podría ser cuestión de intentar, en el marco de estas reflexiones, debatir las teorías marxistas y evolucionistas sobre la esperanza. Baste plantear aquí dos contra-cuestiones para devolver todo a una buena luz. Primero: la creencia del paraíso en medio de los hombres, ¿no está ya segura de ponerse en marcha cuando éstos serán librados de la furia de poseer y cuando su libertad interior y su independencia cara a cara ante los poderes y la posesión habrán despertado en ellos una gran bondad y una gran serenidad? ¿O, por otra parte, hacer comenzar la transformación del mundo, sino con la transformación de los hombres? ¿Y qué transformación podría ser más liberadora que la que engendra un clima de alegría?

Llegamos ya a la segunda contra-cuestión. Comenzamos por una constatación: la esperanza, de la que Francisco es el garante, hizo todo lo contrario a un retiro interior e individualista. Engendró el valor de la pobreza y la aptitud a la vida en comunidad. Por una parte ha planteado, en la comunidad de los hermanos, de nuevos principios de vida común, y por otra parte ha aplicado a la vida cotidiana de la época, en la Tercera Orden, esta anticipación comunitaria del mundo por venir.