sábado, 30 de junio de 2012

Análisis de "Pueblo de Dios" (catequesis)

La Iglesia es el Pueblo de Dios entendido esto en el sentido bíblico original y reconociendo una nación santa, un pueblo sacerdotal, constituido por Dios.

En la Iglesia-Pueblo de Dios, se reconoce el Don que hace Dios de la Iglesia. Ésta no se constituye a sí misma, ni tiene su origen en sí misma ni se interpreta desde la sociología y la democracia interna de la Iglesia. Ante todo, la Iglesia viene de Dios como algo dado, es un don.

La categoría "Pueblo de Dios" posee ciertas ventajas y matices para el lenguaje teológico, para la catequesis y para la compresión de la Iglesia misma.

Seguimos a Ratzinger:

"Era preciso poner en claro de nuevo, y así se dijo, la diferencia cristológica: la Iglesia no se identifica con Cristo, sino que está ante Él. Es Iglesia de pecadores, que necesita purificarse y renovarse continuamente, hacerse siempre de nuevo Iglesia. De este modo, la idea de reforma se convirtió en elemento decisivo del concepto de pueblo de Dios, elemento que no era tan fácil desarrollar partiendo de la idea de Cuerpo de Cristo.

Se nos ofrece aquí un tercer aspecto, que contribuyó sin duda a promover la idea de pueblo de Dios. En 1939, el exegeta protestante Ernst Käsemann escribió una monografía sobre la Carta a los Hebreos que tituló El pueblo de Dios peregrinante. En el clima de los debates conciliares, este título vino a convertirse en una especie de eslogan, pues en él resonaba algo que en el curso del debate en torno a la constitución sobre la Iglesia se había hecho objeto de una conciencia cada vez más clara: la Iglesia no ha alcanzado todavía su meta. Ella tiene todavía ante sí una verdadera esperanza. El momento "escatológico" del concepto de Iglesia se tornó claro. De esta manera se hizo posible, sobre todo, expresar la unidad de la historia de la salvación, que comprende justamente a Israel y a la Iglesia en el camino de su peregrinación. Se pudo expresar así la historicidad de la Iglesia, que peregrina en la tierra y que sólo llegará a ser enteramente ella misma cuando los caminos del tiempo, una vez recorridos, vayan a desembocar en las manos de Dios.

jueves, 28 de junio de 2012

Un canto para hoy (y otro más añadido)

Simplemente hoy un canto: ponernos en oración, hace nuestra la letra del canto, y dejarnos evangelizar por el mismo canto.

Hay que fijarse siempre en la letra, saber qué se canta y qué se le dice al Señor para que lo que pronuncian los labios cantando, sean expresión auténtica del corazón.

Nuestra felicidad está en conocer al Señor: es lo mejor que nos puede pasar.



Y, a su servicio, vivir de la Gracia que nos modele como el barro en manos del alfarero.

 
Gracias quiero darte por amarme,
Gracias quiero darte yo a ti, Señor,
Hoy soy feliz porque te conocí,
Gracias por amarme a mí también.

Yo quiero ser, Señor, amado
Como el  barro en manos del alfarero.
Toma mi vida, hazla de nuevo:
Yo quiero ser un vaso nuevo

miércoles, 27 de junio de 2012

Las dificultades para el apostolado planteadas por otros apóstoles

    Los propios cristianos que nos rodean pueden ser tentación y dificultad para el apostolado evangelizador. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). Los que rodeaban a Jesús, los cercanos e íntimos lo abandonan porque su discurso es difícil y duro. De entre los suyos, sus amigos y confidentes, Judas se convirtió en traidor, aquél que compartía su pan (Sal 40,10).


    Son los mismos hermanos de la comunidad los que hacen desistir y ponen trabas, en muchas ocasiones, a la difícil tarea de evangelizar, a veces con absurdos tales como usar el pretexto de "siempre se ha hecho así", "éste viene para cambiarlo todo", "la gente se está riendo de ti", "¿Tú quién te has creído que eres?". Es la experiencia de estar cercano sin haber entrado. De conocer a Jesucristo como mero dato informativo, pero sin una vinculación existencial seria. Los protagonismos, envidias e hipocresías que, encerradas en el seno de la misma comunidad cristiana dificultan e impiden el germen evangelizador del apostolado, porque no olvidemos que la comunidad cristiana está formada por hombres, y como tales, limitados, pecadores y falibles. Solos, nos sentimos solos ante el clima adverso de los mismos miembros de nuestra comunidad, parroquia, movimiento. El verdadero apóstol tiene que pasar por la experiencia, en algún determinado momento, de la soledad. Ni los que parecen compartir las mismas inquietudes lo apoyan, respaldan, valoran.

    En el seno de la comunidad cristiana surgen divergencias y divisiones que debilitan el afán misionero y el celo apostólico. Cuando por formas o métodos pastorales se altera la rutina adquirida y las costumbres establecidas de antaño, siempre se alzan voces, muchas veces desde la ignorancia, que apagan todo ímpetu y celo y desaniman. "Te pedimos Señor por los que han consagrado su vida al servicio de los hombres, que nunca se dejen vencer por el desánimo ante la incomprensión de los hombres": así reza la Liturgia de las Horas por aquellos que son incomprendidos en su recto y justo quehacer.


lunes, 25 de junio de 2012

Humildad en la acción

Es muy sabio aquel principio espiritual que afirma "actúa como si todo dependiera de ti, pero sabiendo que todo depende de Dios". El hombre hace, se fija metas, lucha por alcanzarlas, pero todo depende enteramente de la gracia y voluntad del Señor, de sus planes salvadores. Esto no anula el esfuerzo del hombre, lo estimula al ser colaborador en la obra de la salvación, cooperador con Dios.


    En la acción, la humildad y el amor es el cimiento. Se trazan los fines de nuestras acciones, cuyos objetivos no son la propia vanidad, la idolatría personal, el engrandecimiento de uno mismo; objetivo siempre humilde de toda acción es la de servir, servir al otro en la necesidad, en su crecimiento, en su vida y servirse a sí mismo en el crecimiento pleno como persona y hombre nuevo. 
 
Una humildad expresada en los medios, proporcionados a los objetivos, nunca ostentosos. Así se obró la salvación, por medio del sacramento de la humildad del Verbo y por la cruz, repugnante muerte reservada a esclavos y rebeldes. 
 
La humildad en la acción pide un talante espiritual sencillo. El orgullo hace que nos enfademos y nos sintamos frustrados cuando no conseguimos resultados concretos o los objetivos trazados, especialmente, si son deseos santos y buenos. 
 
La humildad da libertad. Se entrega lo trabajado, sin esperar nada, porque es el Señor quien hace crecer la semilla que con mucho esfuerzo el cristiano siembra. Existe la obligación de actuar, pero no el derecho de ver resultados. Lo nuestro es sembrar. Dios hará crecer y los frutos son para Él. "Yo planté, Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios. Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que da el crecimiento, es el que cuenta" (1Cor 3,6-7). 
 
La humildad lleva a un gran desprendimiento de corazón: no esperar resultados, no querer recoger frutos que no nos pertenecen, tan sólo hacer y sembrar, el Espíritu Santo será el que fecunde. Así el cristiano vive, crece y trabaja por el Reino. Así también debe ser el estilo pastoral, igual que el de Jesús, sembrar y anunciar el Evangelio, sin esperar nada y sin cansarse, sin querer ver los resultados de nuestras acciones.

    Cuando el cristiano obra con este desprendimiento y sencillez de corazón, su vida se convierte en un verdadero servicio, siervo de Dios; pobre siervo inútil, su vida es entregada a Dios como servicio de toda la vida, desde el Santo Bautismo. "¡Mira complacido, Señor, nuestro humilde servicio!" (Oración sobre las ofrendas, Domingo X del T. Ordinario).

sábado, 23 de junio de 2012

Pensamientos de San Agustín (XI)

La espiritualidad agustiniana mantiene su vigencia gracias a su lenguaje, sus profundas intuiciones y su forma de conectar rápida, intensamente, con la experiencia de cada uno, con su deseo y sus búsquedas.

Un Maestro universal, permanente, es san Agustín. Quien se acerque a él con frecuencia verá el mucho bien que le hace tanto a su intelecto como a su corazón, a su pensamiento y a su plegaria. Es una buena escuela, ya lo estamos viendo y si no, recordad toda esta amplia serie de "Pensamientos de San Agustín" y pinchad en la etiqueta.

¡Que gran valor tiene la resurrección de Cristo! Ya no vuelve a morir, está vivo para siempre. Algo podemos barruntar en la experiencia personal de nuestras pequeñas resurrecciones después del pecado, o en los impactos y obras de la Gracia en nosotros, vivificándonos. 

No todos tienen (ojos) para ver cómo resucitan los muertos en el corazón, a no ser los que ya han resucitado en su propio corazón. Más milagro es resucitar a quien ha de vivir siempre que resucitar a quien volverá a morir (San Agustín, Sermón 98,1).

La obra de Dios es increíble. El asombro, el estupor, nos conmueve al contemplar lo que Dios realizó en Cristo al resucitarlo de entre los muertos y la obra lograda en los discípulos. De la nada, del cenáculo cerrado por miedo, sale la Iglesia fuerte y valiente; del silencio de los discípulos acobardados, surge la predicación kerygmática, decidida, de los apóstoles anunciando que Cristo es el Señor porque ha resucitado.

viernes, 22 de junio de 2012

Confianza en la razón

Es profundamente católica la confianza en la razón sin que esto suponga una defensa del racionalismo, como si la razón lo fuera todo y la razón marcase el límite de todas las cosas. El racionalismo abanderado por la Ilustración busca comprobar la exactitud de todo mediante el "experimento" y la prueba, y lo que no se pueda experimentar, se desecha como irracional. El otro extremo, el de la filosofía contemporánea, es "el pensamiento débil", la renuncia a la razón como incapaz de explicar nada ni explorar la Verdad (ya que ésta no existe por imposición del relativismo) y la sustitución de la razón por el sentimiento, el vitalismo.

Sin embargo, lo católico confía profundamente en la razón. ¿No es Jesucristo, el Verbo, el Logos, la Verdad, la razón ordenadora de todas las cosas?

El presupuesto racionalista (todo la razón experimental, todo y sólo aquello que se puede comprobar con experimento) consigue que "la razón queda limitada a lo que puede ser reproducido continuamente en un experimento, pero ello supone renunciar a su presupuesto inicial, a la pregunta "¿qué es esto?" Todo lo cual significa que, limitándose a sus criterios de seguridad, la razón renuncia al problema de la verdad y solamente pretende la fiabilidad. Y así, lo que hace es abdicar como razón" (Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, p. 172).

La abdicación de la razón es la característica de nuestro tiempo. Se renuncia a la razón para favorecer el sentimiento, lo emotivo, uniendo esto al relativismo: no existe la Verdad, luego todo son opiniones y posturas respetables. Lo católico hoy reivindica el papel y la misión de la razón y da testimonio a lo largo de la vida de la Iglesia, de la teología misma, de su aportación a la cultura y la civilización. Lo católico hoy es el custodio y defensor de la razón misma.

"A este punto precisamente ha llegado hace ya algún tiempo la evolución de lo racional y de este modo está desgarrando desde dentro las universidades. La universidad nació porque la fe consideraba posible la búsqueda de la verdad e impulsaba a esta búsqueda de tal modo que posteriormente requirió la extensión de su ámbito a todos los campos del conocimiento humano, naciendo así las diversas facultades.

Éstas, a pesar de la diversidad de sus propios objetos, estaban sustentadas por la orientación común de buscar la verdad, cuya posibilidad estaba garantizada, en último término, como lo reconocían todas las facultades, por la facultad de teología.

Puesto que el conocimiento humano se basaba en una unidad última, los sabios y los que aspiraban a serlo podían unirse en una Universitas de docentes y de discentes. La universidad es un producto de la misión confiada a la razón por el acto cristiano de fe, por lo que, cuando este contexto se disuelve del todo, ocurre sin remedio una crisis que penetra hasta las mismas raíces de la universidad. El primer estadio de esta disolución se produce cuando el interrogante sobre la verdad, considerado como un problema no científico, desaparece de la universidad. La universidad cae entonces bajo la ley del positivismo, convritiéndose en un conjunto de enseñanzas de diversas disciplinas en las que se desarrollan con demasiadas pretensiones las diferentes especialidades de la razón positivista y del pensameinto funcional" (Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, pp. 172-173).

La Universidad nace por impulso de la Iglesia. 
La Iglesia confía en la razón rectamente empleada. 

Confiemos en la razón ante tantas negaciones hoy.

Confiemos en la razón e impulsemos a todos a buscar y contemplar la Verdad. 

La teología es un buen ejemplo de ello.

miércoles, 20 de junio de 2012

Coloquio interior del sacerdote


Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). Esta invitación expresa el ideal de las aspiraciones del Señor con respecto de sus sacerdotes. Esta es la consigna que os entregamos: Cultivad, hijos queridísimos, la intimidad con Cristo por medio de una sincera y profunda vida interior. Es el primero y el más dulce deber de vuestra vida sacerdotal. Es la actitud más característica de quien ha recibido la investidura sacramental de “dispensador de los misterios de Dios” (1Co 4,1). Es la respuesta lógica a quien os ha escogido de antemano, mediante un singular acto de amor, para ser sus amigos (cf. Jn 15,16) y ha pedido vuestras vidas, vuestros talentos, vuestra total disponibilidad, para servirse de vosotros como sus instrumentos vivos, como los canales de su gracia, como los transmisores de sus ejemplos y de sus palabras, como su prolongación en el mundo.

No creáis jamás que el ansia del coloquio íntimo con Cristo detenga o reduzca el dinamismo de vuestro ministerio; es decir, demore el desarrollo de vuestro apostolado exterior, o incluso acaso sirva de pretexto para no comprometerse a fondo en el servicio de los más, y para sustraerse a las propias responsabilidades terrenas. Es verdad, exactamente lo contrario. Lo que se da a Dios no se pierde jamás para el hombre; más bien es estímulo a la acción y fuente fecunda de energías apostólicas".

(PABLO VI, Alocución a un grupo de nuevos sacerdotes salesianos, 4-abril-1971).

lunes, 18 de junio de 2012

Trabajar en los medios de comunicación

Un católico, trabajando en los medios de comunicación, no lo tiene fácil. Va contracorriente, y pronto se dará cuenta de que es una minoría en medio de una masa muy activa que prejuzga la realidad, que hace que los hechos se ajusten a sus presupuestos y que adoctrina desde el consenso y lo "políticamente correcto". El reto está ahí.

Pero un católico, trabajando en los medios de comunicación, con una clara vocación laical -ordenar las realidades temporales según Dios, impregnar las realidades del mundo del espíritu evangélico- debe poseer una solidez interior para no dejarse llevar por las mareas ideológicas. Dios debe ser lo primero: lo primero más amado, lo primero en el orden de las cosas, lo primero en la escala de valores.

"Queridos hermanos y hermanas, quien trabaja en los medios de comunicación, si no quiere ser sólo «bronce que suena o címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1) —como diría san Pablo— debe tener fuerte en sí la opción de fondo que lo habilita a tratar las cosas del mundo poniendo siempre a Dios en el primer puesto de la escala de valores" (Benedicto XVI, Discurso al Congreso internacional de la prensa católica, 7-octubre-2010).

La fe, es decir, la vida divina en nosotros y la adhesión racional y razonable a Dios, unifica a la persona, le da coherencia influyendo, iluminando, santificando, todo lo que uno es y vive. También siendo periodista, o en general, trabajando en los medios de comunicación, Dios debe ocupar el lugar que merece porque eso es lo razonable. Los verdaderos profesionales católicos saben que la fe, si se relega a un sentimiento emotivo y se arrincona en la esfera de lo privado, se arruina y se desfigura; la fe tiene que ver con todo lo humano, por tanto, también con la profesión y el modo de vivirla y realizarla.


domingo, 17 de junio de 2012

Es domingo, Aleluya, el día que hizo el Señor, Aleluya

Cada domingo se conmemora la santísima resurrección del Señor y la luz pascual envuelve este primer día de la semana.

Es un día nuevo y santo, principio de la eternidad; el día que es bañado por la luz del Señor que resucita.


El domingo posee siempre un sabor de alegría y Pascua. Sí, es nuestro día nuevo, porque es el día que le pertenece al Señor y es el día de la Iglesia.

En la liturgia está presente este tono pascual con el canto del salmo 117. Se canta en Laudes de la II y IV semana del Salterio y, para que no deje de entonarse el domingo, se canta en la Hora Intermedia de la semana I y III del Salterio.

Cantemos este salmo pascual y gocemos de la Vida glorificada de Jesucristo, nuestro Dios y Señor.


sábado, 16 de junio de 2012

La Iglesia Pueblo de Dios (catequesis).

El capítulo II de la Constitución Lumen Gentium se titula "El Pueblo de Dios". Presenta así a la Iglesia como el Pueblo de Dios y ésta ha sido una categoría teológica acertada, pero, posteriormente, su uso no ha correspondido a la doctrina de la Lumen Gentium, sino que su contenido ha sufrido un proceso de cambio hasta tal punto que afirmar hoy, simple y llanamente, "el pueblo de Dios", puede ser entendido por la inmensa mayoría de una manera errónea, parcial, sesgada.

¿Qué significa que la Iglesia sea el Pueblo de Dios?

La Iglesia es Pueblo de Dios porque en Cristo se ha establecido una Nueva Alianza y un Nuevo Pueblo con el Sacrificio de la Cruz. El Pacto ya es definitivo, la Ley es nueva. Lo que Israel significaba, la Iglesia lo cumple y realiza. Israel era la prefiguración, la Iglesia es la realización. Hay una continuidad y a la vez una superación.

Israel era una nación, con una sola fe, y se sabía propiedad exclusiva del Señor, pertenecía al Señor y el Señor marcaba su vida. La Iglesia, que es de Dios, y es Dios quien la lleva, es un nuevo Pueblo que ha recibido unas promesas eternas e irrevocables pero que no se limita ni a una raza ni a una nación ni a una lengua, sino un Pueblo que abarca a los hombres de todos los pueblos y de todos los tiempos, que no se constituye por sí mismo, ni se da a sí mismo sus normas ni su vida, sino que es "DE" Dios. Así la Iglesia ahora es una nación santa, un reino de sacerdotes, reyes y profetas.
Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne (LG 9).
La Iglesia, Pueblo de Dios, es "de" Dios y no de los hombres por su libre decisión. Y siendo de Dios tiene una misión, la de integrar en su seno a todos los hombres que reconozcan a Cristo como Señor y Redentor, siendo germen y fermento de esta humanidad:

viernes, 15 de junio de 2012

El Corazón de Cristo

Dejémonos amar, sin oponer resistencias, y que su Amor venza todo mal en nosotros.

El Corazón de Cristo se da, se entrega, se ofrece. Quien es capaz de recibirlo y acogerlo, será transformado: Cristo habitará por la fe en su corazón y el amor será su raíz y cimiento. Entonces... entonces se produce el milagro: nos despojamos de nuestra forma, aquella que está amasada de pecado y debilidad, de concupiscencias, orgullo y arrogancia, y adquirimos una forma nueva, la forma de Cristo en nosotros.

Ya no seremos nosotros, sino Cristo en nosotros; ya amaremos como ama Cristo, con su amor que, en cierto modo, nos lo presta para amar. 

Adquiriremos, por pura gracia, la semejanza de Cristo, nos pareceremos a Cristo: tendremos la mente de Cristo, los mismos sentimientos de Cristo Jesús, trabajaremos, pensaremos, como el mismo Cristo.

Es una abundancia infinita de su amor y misericorida con nosotros. ¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor!



jueves, 14 de junio de 2012

Los ejemplos de los santos (textos isidorianos)

Los santos son la expresión plástica, cercana y humana, de aquello que la Gracia de Dios busca realizar en el hombre redimido. ¡Éstos son los santos, geniales creaciones de la Gracia en su encuentro con la libertad humana! Por ello los santos son canon, norma, para los creyentes, y siempre viene muy bien -aunque hayamos perdido la costumbre- de leer "vidas de santos", hagiografías, para contemplar la obra de Dios en ellos. La tradición hispana presenta el valor que tienen los ejemplos de los santos:

"1. En orden a la conversión y enmienda de los mortales, aprovechan en gran manera los ejemplos de los santos, pues las costumbres de los incipientes no pueden perfeccionarse en el bien vivir de no ser modeladas a ejemplo de los maestros de la perfección.

2. Mas los répr
obos no atienden las lecciones de los buenos para imitarlas en orden a mejorarse, sino que se proponen los ejemplos de los malos, que les sirven para empeorar en la corrupción de sus costumbres.

3. Las caídas y la penitencia de los santos se narran por esta finalidad: para que infundan a los hombres la confianza de la salvación, a fin de que nadie, después de la caída, desconfíe del perdón, si practica la penitencia, cuando ve que también la recuperación de los santos tuvo lugar después de la caída.

4. Deben conocer los que están entregados al vicio cuán útilmente para ellos se les proponen los ejemplos de os santos, a saber, o bien para que tengan modelos que imitar en orden a la enmienda, o por lo menos para que, al compararse con estos, experimenten un castigo más duro por su desobediencia.

5. Dios ha propuesto las virtudes de los santos para ejemplo nuestro con este fin: para que de la misma manera que, si los imitamos, podamos conseguir los premios de la justicia, así también, si persistimos en el mal, tengamos castigos más dolorosos.


6. Porque, si faltasen, como estímulo para el bien, los preceptos divinos que nos lo muestran, nos bastarían como orientación los ejemplos de los santos. En cambio, puesto que Dios nos amonesta con sus preceptos y nos propone ejemplos de bella conducta en la vida de los santos, no tenemos ya excusa de nuestro pecado, puesto que todos los días la ley de Dios resuena en nuestros oídos y conmueven lo íntimo de nuestro corazón los testimonios de santas obras.


7. Y si a menudo hemos seguido los ejemplos de los malos, ¿por qué no hemos de imitar las acciones de los santos, encomiables y gratas a Dios? Y si fuimos capaces de imitar en el vicio a los perversos, ¿por qué somos negligentes en seguir a los justos por la senda del bien?


martes, 12 de junio de 2012

El Corazón de Jesús (II)

Cristo nos amó infinitamente, hasta el extremo, con un amor personalísimo por cada uno de nosotros. Para él, no somos un número, sino un rostro, un alguien a quien ofrecerse, porque conoce a cada oveja y la llama por su nombre propio.


Su amor infinito, inabarcable, suscita la respuesta de amor, compartiendo con Él sus sentimientos, entrando en su vida interior más profunda y adorando su Persona.

La espiritualidad del Corazón de Jesús es espiritualidad del amor, de la confianza sin límites, del abandono, de la amistad, así como de la expiación, la redención, la reparación, la intercesión... solidarios de la sed de salvación de Cristo para el hombre.

domingo, 10 de junio de 2012

Sugerencia para lectores (III) - El micrófono

El micrófono para un lector puede ser un gran aliado o su gran enemigo si no sabe si situarse ni emplearlo.

Sé que la "catequesis" de hoy es sencilla... pero alguna vez hay que decir cosas tan básicas, tan mínimas, para tenerlas en cuenta.


* Hay que colocar el micrófono en dirección a la boca, de donde va a salir el sonido. Un lector atento debe tener cuidado en situarlo en dirección a su boca (sobre todo si es un micrófono unidireccional y no ambiental). Debe dirigirlo pero con cuidado de no provocar un ruido desagradable con el micrófono que predispone negativamente a todos; con suavidad.


* Fijarse en algo tan sencillo como que el micrófono esté encendido (un piloto rojo, o un interruptor que marque "On"). ¿Una tontería? Puede. Pero es difícil escuchar la lectura si está apagado y hay que ir y encender el micrófono dejando a los fieles sin escuchar la mitad de la lectura y nerviosos por saber qué pasa.


* Como norma general (depende luego de cada micrófono y cada equipo de megafonía), la distancia para hablar por un micrófono es de unos 20 ctms. Si se tiene soltura:

-zona de intimidad (2- 10 ctms.) con un texto muy suave, amable...

-zona de conversación (15-20 ctms.) para las narraciones, la inmensa mayoría de lecturas...

-zona de proclamación (25-35 ctms.) para un texto lírico, un profeta... que requiere entonación y fuerza.



No se debe improvisar estos aspectos. Queda por último la voz del propio lector: una voz apagada deberá acercarse, una voz fuerte alejarse un poco para que no quede estridente.

¿Lo recordaremos cuando vayamos a proclamar las lecturas?

viernes, 8 de junio de 2012

Adorar la Eucaristía


 La celebración eucarística es origen y fin del culto fuera de la Misa.

El origen de la reserva eucarística es el Viático y la comunión a los enfermos y, por extensión –como luego veremos- la adoración, y su fin y culmen también, porque la culminación de todo culto litúrgico-sacramental es la celebración eucarística, y, en ella, la comunión sacramental; plenitud cuando los fieles ofrecen la Víctima, se ofrecen con Cristo-Víctima y comulgan con la Víctima sacramental. 

Hay un doble movimiento teológico y espiritual de la Eucaristía celebrada a la Eucaristía adorada, o mejor, del culto eucarístico al culto a la Eucaristía y viceversa. Una corriente dinámica que es consecuencia de un principio básico: la presencia real del Señor en la Eucaristía.

Eucharisticum Mysterium 3f habla claramente de que la Eucaristía recibe un culto de latría, éste reservado sólo a Dios mismo, por la transustanciación, la conversión óntica de las especies sacramentales en el Cuerpo y la Sangre del Señor resucitado.

           Dice RCCE 3: 
“Nadie debe dudar «que los cristianos tributan a este Santísimo Sacramento, al venerarlo, el culto de latría que se debe al Dios verdadero, según la costumbre siempre aceptada en la Iglesia católica. Porque no debe dejar de ser adorado por el hecho de haber sido instituido por Cristo, el Señor, para ser comido»”. 

jueves, 7 de junio de 2012

La fuerza que tiene la liturgia (anécdotas)

La liturgia posee belleza y una gran fuerza pedagógica. Va calando en quienes la celebran consciente y amorosamente, deja su huella: es como el rocío suave de la mañana que lentamente lo empapa todo.

Ni es complicada ni es extraña. Basta tener oídos abiertos, ojos despiertos y el corazón bien dispuesto. De este modo la pedagogía de la liturga va educando, repitiendo cada año determinados cantos, determinados textos, determinado ritmo espiritual.



1) Por ejemplo: uno de los elementos de los cincuenta días de Pascua es el canto o rezo del Regina Coeli, en su sustitución del Ángelus (ver aquí). Cantado, habitualmente, al final de la Vigilia pascual como salutación mariana gozososísima, se canta cada día de la Pascua. Le da así un tono muy concreto a la liturgia de los cincuenta días pascuales.

Pues bien. Érase una vez una parroquia, la mía, donde existía costumbre inmemorial de que todos los días al final de la Misa se canta a la Virgen (aunque no se haya cantado nada en la Misa, ni el salmo ni el santo). Durante los cincuenta días de Pascua se cantó cada día el Aleluya antes del Evangelio, el salmo y el Regina Coeli. ¡Era lo apropiado! ¡Qué mejor canto a la Virgen en Pascua!

miércoles, 6 de junio de 2012

El Corazón de Jesús (I)

La espiritualidad del Corazón de Jesús es mucho más que una devoción al lado de otras legítimas devociones; es un modo de vivir, es una clave de lectura de todo el Evangelio, es el trato personal en amor, confianza y reparación con la Persona del Señor.

Aunque a veces la devoción del Corazón de Jesús se ha vinculado, desgraciadamente, a una imagen, a un modelo iconográfico poco afortunado, sin embargo, considerémosla dirigida al Señor mismo, al centro de su ser, al Amor que es Él y que ha llegado hasta el extremo por nosotros. Y si necesitásemos focalizarlo en algo, más que acudir a una imagen, la espiritualidad del Corazón de Jesús tiene como centro el Sagrario y la exposición eucarística, donde su Corazón vivo sigue palpitando de amor por los hombres, sus hermanos.

Esta espiritualidad tampoco se limita a su solemnidad anual -y por extensión, a la antigua forma de rellenar los meses, superpuestos al año litúrgico, y llamar a junio "el mes del Sagrado Corazón"- sino que se desarrolla como una corriente de vida y amistad con Cristo siempre.

Benedicto XVI escribió una Carta preciosa sobre el Corazón de Jesús, conmemorando el 50 aniversario de la encíclica de Pío XII sobre el Corazón de Jesús, la "Haurietis aquas". La traemos aquí para ir forjando una espiritualidad que sea recia y sólida, de entrega y amistad al Corazón de Cristo.

"Las palabras del profeta Isaías, "sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12, 3), con las que comienza la encíclica con la que Pío XII recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su significado hoy, cincuenta años después. La encíclica Haurietis aquas, al promover el culto al Corazón de Jesús, exhortaba a los creyentes a abrirse al misterio de Dios y de su amor, dejándose transformar por él. Cincuenta años después, sigue siendo siempre actual la tarea de los cristianos de continuar profundizando en su relación con el Corazón de Jesús para reavivar en sí mismos la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo cada vez mejor en su vida

martes, 5 de junio de 2012

Catequesis cristiana sobre la enfermedad

Vencer el mal con la fuerza del bien; transformar el mal con el germen victorioso del bien, eso es lo cristiano. La enfermedad es un mal, fruto de una naturaleza mortal, finita, debilitada, pero se puede transformar la enfermedad mediante la fuerza del bien, iluminarla por el bien.

La Cruz de Cristo lo ilumina todo, de manera decisiva, definitiva, y también la enfermedad recibe una luz nueva por la santa Cruz y la Pascua del Señor. Suele ser la enfermedad -o, en general, momentos de sufrimiento intenso- cuando se comprueba la verdad y hondura de la fe en el modo de afrontarla, de vivirla, sin resentimiento ni amargura ni rebelión. Pero, para ello, hemos de ser catequizados mucho antes.

A veces, tal vez muchas veces, acostumbrados a un activismo desbordante, la enfermedad es vivida como una frustración, un paro forzoso, y no se sabe bien qué hacer con ella; otras, personas de gran apostolado, lo viven como una mutilación de sus tareas apostólicas ante tanto como queda por hacer; un tercero, con poca perspectiva sobrenatural, se preguntará el porqué de vivir "ese castigo", acostumbrado a una religiosidad del temor y del cumplimiento.

Toda enfermedad -y por extensión, todo sufrimiento- debe ser mirado y vivido en su "valor redentor":

"¿Qué dice el mensaje de Cristo de modo peculiar respecto del sufrimiento y de la enfermedad? Jesús con su palabra divina, y por eso absoluta y decisiva, y también con el ejemplo de su pasión y muerte en Cruz, proclama que el sufrimiento nunca es inútil: misteriosa, pero realmente entra en el designio providencial de la creación y de la Redención de la humanidad, como purificación del pecado que afecta a la nturaleza humana; como enseñanza sobre los valores trascendentes y eternos; como anhelo de la verdadera y auténtica vida feliz en Dios y con Dios" (Juan Pablo II, Hom. en el hospital "Villa Albani", Anzio, 3-septiembre-1983).

Además, la enfermedad jamás es aislamiento, sino que, de un modo nuevo, diferente, nos introduce en la eclesialidad y en la Comunión con los hermanos:


domingo, 3 de junio de 2012

El libro de los Salmos

"Para amar los salmos, saber interpretarlos y hallar en ellos a Cristo, orar con ellos y que se conviertan en alimento sustancial de nuestra plegaria personal y litúrgica, recordemos qué dice el Catecismo de la Iglesia: "Desde David hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás. Los salmos fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o «alabanzas»), son la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.

Los Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y a todos los hombres; brota de la Tierra santa y de las comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en El encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia.

viernes, 1 de junio de 2012

Brilla el misterio de la Cruz (XIII)

"La figura de la Cruz -por decirlo a modo de definición-
es confirmación de la victoria, camino por el que baja Dios al hombre,
signo de victoria sobre los espíritus de la materia,
liberación de la muerte,
punto de partida de la ascensión hacia el verdadero día
y escala para cuantos se apresuran a gozar de la luz que hay allí;
es, además, un andamiaje, por el cual son levantados,
como una piedra cuadrada,
los que se ajustan a la construcción de la Iglesia
para ser incorporados al Logos divino.

Por eso los reyes de la tierra 
han decidido adoptar la figura de la Cruz
para ahuyentar todas las malas situaciones
y mandan preparar esas banderas que en latín se llaman vexilla.

Ante esta figura el mar retrocede 
y se hace navegable por los hombres.
Todas las criaturas, por decirlo así,
han sido destinadas a la libertad por medio de este signo;
pues cuando los pájaros vuelan en las alturas,
sus alas extendidas forman la figura de la cruz;
y cuando el mismo hombre extiende sus brazos,
no parece hacer sino la figura de la cruz.

Por eso el Señor se acomodó a esta figura
tal como la encontraba en la creación, y la unió a la divinidad,
para que en lo futuro fuera instrumento santo de Dios,
exento de todo desorden y de toda disonancia.
Porque el hombre, después que ha sido creado para el culto de Dios
y ha entonado el casto canto de la verdad,
tenso como una cuerda en el madero de la Cruz,
por lo cual ha sido digno de recibir la divinidad,
no puede volver ya más al desorden y a la corrupción"

(San Metodio, Hom. sobre la Cruz y la Pasión de Cristo).