miércoles, 31 de agosto de 2016

El corazón que participa en la liturgia (III)

La participación interior en la liturgia es un ejercicio constante de la vida teologal en nosotros. Infundidas gratuitamente en el bautismo, las virtudes teologales nos capacitan para la vida sobrenatural y ejercen en nosotros una dirección clara: sólo Dios.


En la liturgia, la participación sólo puede tener como motores internos la fe, la esperanza y la caridad. Así participar es vivir un profundo espíritu de fe en la liturgia y amar intensamente a Dios acogiendo su amor que se derrama en nosotros.

El espíritu mundano -espíritu que viene del padre de la mentira- fácilmente se puede introducir y desvirtuar esta participación en la liturgia trocándola por sus contrarios: arrogancia, protagonismo, soberbia, orgullo... como también rutina, cumplimiento, distracción...

Si lo teologal es desarrollado, la participación interior de los fieles se ve acrecentada y se vivirá la liturgia como una realidad profundamente espiritual y santa.


            Para participar realmente en la liturgia, el corazón del cristiano debe vivir según las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Ni asistimos a un ceremonial de obligado cumplimiento, una función religiosa para deleite de los sentidos, ni a un recuerdo subjetivo (psicológico) de algo del pasado que nos mueve al compromiso ético. Somos participantes de la actualidad del Misterio de Cristo, siempre presente en la liturgia. Sólo la fe intensa y viva conduce a participar; la fe rebosante de amor a Dios, de caridad sobrenatural.


lunes, 29 de agosto de 2016

Un hombre de conciencia

Esta expresión, "un hombre de conciencia", es elocuente en sí misma y nos servirá para ir comprendiendo el peso y el valor específico de la conciencia. No se aplica a todos, y sin embargo todos tienen conciencia y actúan según ella, aunque esté mal formada, con una ignorancia vencible. 

¿A quién se aplica? ¿A quién nos referimos con un "hombre de conciencia"?



Generalmente a aquel que es incapaz de renunciar a la Verdad y permanece fiel a ella, aunque le acarree consecuencias desagradables. Es asimismo incapaz de pactar, de buscar el consenso negociando la Verdad a cambio de aceptar las "opiniones" de todos, como si la Verdad fuera consensuar opiniones o no existiera sino que lo que existe son ideas distintas de cada uno.

Aquí brilla ya el rasgo fundamental de la conciencia: su dependencia y necesidad de la Verdad, su orientación radical a la Verdad, ser un órgano de percepción de la Verdad y ponerse al servicio de ella dirigiendo la acción. Entonces la conciencia llega a ser ella misma, plenamente, sin cortapisas.

Pero, en clima de relativismo, la conciencia se adapta a las opiniones reinantes que se impongan como eficaces, y cambia según cambien las opiniones; es una conciencia voluble que guía la acción que se impone según lo socialmente aceptado o las tendencias culturales del momento. Es una conciencia manipulada y fácilmente manipulable: lo que hoy defiende como blanco y genera así una acción, mañana defenderá que es negro porque así lo dicen todos y en unos días puede volver a adoptar otra posición distinta. Quien así vive, va quebrando su propia humanidad.

La conciencia adquiere su plenitud cuando vive la Verdad, la abraza, y entonces reconoce el bien y el mal, guía a la persona orientándola a la Verdad y al Bien, a la Belleza. Refiriéndose a Newman, Ratzinger dirá que: " lo que realmente le importaba era obedecer más a la verdad reconocida que al propio gusto, aun en contra de sus propios sentimientos o de los vínculos de amistad y de compañerismo formativo. Me parece significativo que, en la jerarquía de las virtudes, subraye la primacía de la verdad sobre la bondad o, por expresarnos más claramente, resalte el primado de la verdad sobre el consenso, sobre la capacidad de acomodación grupal" (El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 22).

viernes, 26 de agosto de 2016

La Iglesia como comunidad/comunión de los santos (I)

Preciosa y edificante dimensión de la Iglesia que ensancha el alma al contemplarla: la Iglesia es una gran comunidad, una verdadera y cierta Comunión de los santos.

Cuanto más profundicemos en esta visión de la Comunión de los santos, mejor entenderemos la verdad de la Iglesia, derrumbando los pequeños muros que alzamos partiendo sólo de sus necesarias estructuras visibles y organización o de las contingencias pequeñas y domésticas de nuestro lugar eclesial concreto.

La Iglesia es más de lo que vemos y experimentamos cotidianamente. La Iglesia es más grande, más bella y más hermosa que las pequeñas limitaciones humanas que nos rodean.

Miremos a la Iglesia en su verdad: nos sentiremos una pequeña parte de un gran todo. Veremos que lo visible está insertado en lo invisible de una comunidad que supera el espacio y el tiempo y que incluye muy realmente a la Iglesia del cielo, a los santos. Por ello, no estamos solos en la Iglesia, ni somos solitarios, sino que la vinculación es sobrenatural, con una verdadera relación y comunicación entre todos.

"La Iglesia genera una verdadera comunidad. Ella ofrece la comunidad en la verdad, en las supremas realidades sobrenaturales, tal como son conocidas por medio de la fe. He aquí los fundamentos de la existencia sobrenatural, para todos igual: Dios, Cristo, la Gracia, la acción del Espíritu Santo.

¿Qué significa esto para la comunidad? Todos se apoyan en los mismos fundamentos, en todos obran las fuerzas reciénmencionadas. Los mismos fines son reconocidos por todos, las mismas pautas sirven de base para el juicio que todos realizan. Todos reconocen los mismos ideales de perfección moral y humana, y adoptan las mismas actitudes espirituales fundamentales. En medio de todas sus diferencias, ¡cuán profundamente se han de ligar los hombres que toman esto con seriedad! ¡Con cuánta profundidad uno puede conocer al otro y conocer lo que, en definitiva, es decisivio para él, con lo cual se da cuenta del camino que debe seguir!

jueves, 25 de agosto de 2016

"Por Cristo, con Él...", teología de la oración (y 5)

La teología de la oración, que vamos leyendo según von Balthasar, desemboca, para ser teología de la oración cristiana, en la Trinidad.

Tal cual: nuestra oración es trinitaria, lleva la impronta de la Trinidad (por la fe, la esperanza y la caridad), el movimiento mismo de la Trinidad (al Padre por el Hijo en el Espíritu).

La oración cristiana no es una soledad con uno mismo, ni un aislamiento que busca el vacío y la nada. Eso ya no sería cristiano. Sino que es un movimiento de escucha y respuesta, de obediencia y adhesión, de diálogo en el silencio y de movimiento de toda la persona hacia Dios, movidos por Dios mismo, conducidos por Dios mismo.

La oración cristiana desemboca en la Trinidad y en ella halla el mejor modo de ser y de vivir, en relación a imagen de la relación de las Tres divinas Personas: el Amante, el Amado, el Amor; la Mens (inteligencia), la Notitia (comunicación) y el Amor, según san Agustín.

Con estas primeras pinceladas, podremos ahora intentar comprender las perspectivas y afirmaciones del autor y forjarnos todos una teología de la oración cristiana.

"c) La figura trinitaria de la oración cristiana

Hasta aquí hemos hablado mucho del Padre, del Hijo y del Espíritu, pero el secreto trinitario, centro y fundamento de todo, aún no ha aparecido. Sólo podemos aproximarnos a él en el respeto de la adoración. La teología ha forjado esta fórmula: una sustancia (concreta) en tres personas (o hipóstasis), un mismo ser, un mismo saber, un mismo querer espirituales, participado de tres formas diferentes.

lunes, 22 de agosto de 2016

El salmo 120



                Supongo que a estas alturas de nuestra catequesis diaria, las tres claves de interpretación de los salmos, las tendremos mucho más a la mano, y nos será mucho más fácil ir interpretando e irle sacando contenido a los salmos, que son la materia primera para la oración de la Iglesia, para la oración de cada uno de los hijos de la Iglesia.


                En este sentido el salmo de hoy, el salmo 120, que todos conocemos  y hemos cantado en multitud de celebraciones, lo podemos interpretar, fundamentalmente, como la voz de la Iglesia a Cristo. En este salmo es la Iglesia, y cada alma fiel, la que va dirigiéndose en su oración a Cristo. 
               
                     Canta este bello y conocido salmo:

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
 

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

jueves, 18 de agosto de 2016

El corazón que participa en la liturgia (II)

Se está en presencia de Dios, con la devoción, atención y respeto de los ángeles y de los arcángeles, porque la liturgia es un servicio santo, el homenaje de nuestro devoto servicio a Dios.

Ésta es una perspectiva de la participación interna, interior, de los fieles en la liturgia.





Una serie de virtudes espirituales o disposiciones interiores deben darse para que el corazón viva la liturgia y trate santamente las cosas santas, esté santamente ante las cosas santas.



            Para que la ofrenda eucarística, incluyendo la ofrenda que cada uno hace de sí mismo, pueda ser agradable a Dios Padre todopoderoso, es necesario que el corazón esté revestido de unas virtudes concretas. Es decir, la participación en la liturgia, cuando se da realmente en el servicio divino, atiende al corazón. El estilo desenfadado, informal, que trivializa para parecer aparentemente más cercano; la falsa familiaridad, el tono catequético para todo (convirtiendo la liturgia en logos y cayendo en verbalismo) o el tono rutinario, monótono y cansino; todo esto choca frontalmente con lo que antes veíamos, el carácter sagrado y el servicio divino, que eso es la liturgia.

            La primera virtud, o el primer modo, es la “dignidad”; es la cualidad de lo digno, la excelencia, el realce, la gravedad y el decoro. La dignidad corresponde a aquello que realmente es importante, y, en nuestro caso, santo: la liturgia de Dios y para Dios. La dignidad se reserva para cuando se está delante de alguien superior o en algo realmente importante, y eso mismo es lo que ocurre en la liturgia: estamos ante alguien superior, Dios, el Señor, y ante lo realmente importante: glorificarle. Es una concepción teológica y teologal de la liturgia, no utilitarista, secularizada, humanista, antropocéntrica.


martes, 16 de agosto de 2016

La relación del hombre con Dios

¿Puede el hombre relacionarse con Dios?

¿Eso es tan importante? 

¿No será más bien secundario? ¿No será antes prioritario la acción social, el compromiso, la ética, las obras... y luego, más adelante si acaso, relacionarse con Dios?

¿Será una alienación? ¿Tal vez un refugio? ¿Por qué debe el hombre relacionarse y tratar con Dios?


Estas son preguntas que provienen de una mentalidad totalmente secularizadora, que pone el acento y la primacía sólo en el hombre, como si éste lo pudiera lograr todo y Dios no fuera necesario ni tuviera nada que decir; es la mentalidad pelagiana, combatida por San Agustín, que confía ciegamente en la naturaleza buena del hombre y ve la gracia como un añadido posterior: el hombre se basta solo.

Pero si se conoce bien la naturaleza del hombre, se ve que nada colma su corazón, creado para lo infinito, capax Dei (capaz de Dios); nada colma el corazón creado del hombre, excepto Dios mismo. Está creado por Dios y para Dios, necesita a Dios y sólo por gracia y por fe, el hombre descubre a Dios, lo reconoce, lo abraza por amor y vive en comunión con Él. Ahí comienza a realizarse la plenitud humana. Lo otro se quedaba pequeño e insuficiente.

El hombre necesita la relación con Dios para ser él mismo. La vida interior, la oración, en el mejor sentido de la palabra, "humaniza". Ahora nos queda por ver, con las palabras de Pablo VI, el alcance y la forma de esta relación viva y vital del hombre con Dios.


                "Sobre el tema más elevado, más apropiado, más fecundo, más gozoso de nuestra confesión de creyentes y religiosos, no os hablamos ahora más que con muy pocas palabras, con una indicación apenas, como para recordar que existe este tema y tiene una razón de ser fundamental; pero no más, porque habría demasiado que decir, y porque hoy no se quiere oír hablar de Él.


domingo, 14 de agosto de 2016

"Por Cristo, con Él...", teología de la oración (4)

La alianza genera un modo nuevo de orar, superior a la oración "natural" o la oración que como criaturas se eleva al Absoluto.

Ya es escucha y respuesta; palabra que se da, obediencia que recibe y se entrega a Dios.

Pero, además, von Balthasar mostraba esa Alianza cumplida en Jesucristo, la Palabra que viene de Dios porque es consustancial a Dios, y la palabra que nosotros mismos elevamos en Él a Dios.

Ahora el autor, profundo (y con lenguaje difícil, también hay que reconocerlo), avanza en ese apartado sobre la alianza llegando al Espíritu Santo, quien realiza en nosotros la oración.


"b) El Espíritu de diálogo

El Jesús pre-pascual nos promete el Espíritu que nos introducirá en su verdad completa (Jn 16,13s), el Jesús pascual nos lo insufla (20,22), este Espíritu que es el "nosotros" personal entre el Padre y el Hijo, sin hacer desaparecer su alteridad, sino destacando su unidad sustancial. Se ha "derramado en nuestros corazones" como "amor de Dios" (Rm 5,5), de manera que el Apóstol nos lo puede certificar: "no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor; habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos (que se nos confiere en la adopción), que nos hace gritar: ¡Abba! ¡Padre!" (ib., 8,15). Aquí se esconde todo el secreto de nuestro nuevo nacimiento: con el Hijo somos engendrados por el Padre, nuestra creación hunde sus raíces en el eterno engendramiento. Es por lo que tenemos parte, en el Espíritu, en el diálogo divino entre el Padre y su Hijo, la Palabra original en quien todas las cosas hallan su verdad profunda. Este otro pasaje de Pablo nos lo explica con una imagen sencilla y elocuente: lo que pasa en el hombre sólo lo sabe su espíritu; lo mismo que nadie sabe lo que pasa en Dios, sino el Espíritu "que sondea hasta las profundidades de Dios", y es este Espíritu de Dios el que "hemos recibido, para conocer los dones graciosos que Dios nos ha hecho", y este Espíritu es "el pensamiento de Cristo" (1Co 2,11-16).

Es importante comprender que el Espíritu de Dios se hace uno con la libertad: "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Co 3,17) y a esta libertad estamos llamados (Gal 5,13). Y porque el Espíritu nos introduce en las profundidades de Dios, nos permite a nosotros, libres hijos de Dios, de situarnos ante él como hombres responsables, nos deja entrar en la libertad del diálogo.

viernes, 12 de agosto de 2016

Matrimonio y santidad (Palabras sobre la santidad - XXIX)

Comencemos la catequesis leyendo, sencillamente, algunas palabras de la Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, sobre el matrimonio:


"Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios" (GS 48).

El matrimonio es un camino de santidad, con su propia espiritualidad y las gracias sacramentales necesarias para la mutua santificación. 


miércoles, 10 de agosto de 2016

Las claves de la nueva evangelización (III)

El ejercicio que en algunas catequesis vamos haciendo es, con términos paulinos, "renovar la mentalidad", "renovar la mente", y modificando conceptos, prejuicios, adquirir ideas nuevas, alcanzar nuevas perspectivas con amplitud de miras y magnanimidad de corazón sobre la nueva evangelización.

Nos guía la conferencia que Ratzinger pronunció en el 2000, con motivo del Jubileo de los catequistas, sobre la nueva evangelización, de manera ponderada -como siempre-, certera. Así nos involucramos en un movimiento que debe abarcar e impulsar a la Iglesia entera y a cada miembro de ella. Pero antes que precipitarse en organigramas y técnicas, en dinámicas y reuniones de programación, habrá que imbuirse de una mentalidad evangelizadora, con conciencia clara de qué es lo que buscamos y adónde nos encaminamos todos. Se evitará así la dispersión de fuerzas, la improvisación o las direcciones distintas encontradas al final entre sí.

Ratzinger ya señaló, como estudiamos en las dos catequesis anteriores, primero la estructura de la nueva evangelización y su método, que es peculiar y corresponde a la verdad de la misión y de Cristo.


Un paso más, necesario, es pensar o repensar los contenidos esenciales de la nueva evangelización. ¿Qué hemos de comunicar? 
¿Valores, solidaridad, un discurso social? 
¿Sentimientos, emociones, buenismo moral? 
¿Denuncia profética en clave social, lucha de clases? 
¿Terapia de afectos, serenidad, equilibrio emocional? 
¿Acaso son éstos los contenidos de la nueva evangelización?


"LOS CONTENIDOS ESENCIALES DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Conversión

Por lo que atañe a los contenidos de la nueva evangelización, ante todo hay que tener presente la inseparabilidad del Antiguo y el Nuevo Testamento. El contenido fundamental del Antiguo Testamento se resume en el mensaje de Juan Bautista: ¡Convertíos! No hay acceso a Jesús sin el Bautista; no es posible llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor. Jesús asumió el mensaje de Juan en la síntesis de su propia predicación: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15).

La palabra griega que se emplea para decir "convertirse" significa repensar, poner en tela de juicio el modo personal y el modo común de vivir; dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida; no juzgar ya simplemente según las opiniones corrientes. Por consiguiente, convertirse significa dejar de vivir como viven todos, dejar de obrar como obran todos, dejar de sentirse justificados con acciones dudosas, ambiguas, malvadas, por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; por tanto, tratar de hacer el bien, aunque resulte incómodo; no estar pendientes del juicio de la mayoría, de los hombres, sino del juicio de Dios. En otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva.

domingo, 7 de agosto de 2016

"Por Cristo, con Él...", teología de la oración (3)

La alianza de Dios con Israel, consumada en la Cruz de Jesucristo y convertida ya un pacto sólido e inviolable por parte de Dios, conlleva una postura coherente de Israel, de la Iglesia y del bautizado: ora alabando, da gracias y suplica finalmente.

La alianza desencadena una respuesta libre y amorosa, obediente. Hay una Palabra pronunciada libremente por Dios y una respuesta libre de adhesión y obediencia, una palabra pronunciada de acatamiento amoroso.

En nuestro Señor Jesucristo la alianza adquiere tonalidad nueva: alianza nueva y eterna. Él realiza la Alianza y la sella con su sangre, no con tinta. La oración experimenta un nuevo paso, recibe una nueva impronta.

"El cumplimiento de la Alianza entre Dios y los hombres en el hombre-Dios Jesucristo tiene profundas consecuencias para la oración misma que recibe de él su insuperable cumplimiento. Debemos desarrollarlas cuidadosamente contemplando primero la oración de Cristo y la comunicación que entabla con sus discípulos; luego la dotación de los creyentes por el Espíritu Santo; por último, la figura trinitaria de la oración cristiana.

a) Cristo, su persona y su oración

La persona de Jesús es un profundo misterio: se la designa con insistencia como siendo la "Palabra de Dios" desde toda la eternidad, pero Dios (el Padre) no dice más que lo que es Dios (el Hijo). Es al percibirse como palabra del Padre como el Hijo es él mismo. En el campo profano, una palabra significa una cosa o una persona diferentes de ella: aquí, por el contrario, la palabra y la persona son todo uno. Es por lo que el Hijo no puede separar el "escuchar-decir" por el Padre del "ser-el Hijo-del Padre". Así hay que entender estos pasajes del evangelio: "lo que le he oído a él (al Padre), yo lo digo al mundo" (Jn 8, 26); "queréis matarme a mí, que os he dicho la verdad que escuché de Dios" (8,40); "juzgo según lo que escucho" (5,30).

viernes, 5 de agosto de 2016

El hombre cristiano y la verdadera reforma

Para comprender cualquier renovación o reforma de la Iglesia, hay que acudir antes, previamente, a una profunda y cristiana antropología, aquello que comprende al hombre según su tipo y modelo: Jesucristo.

¿Qué observaremos? La capacidad de conversión y cambio, su dignidad y llamada a la santidad, su crecimiento mediante las virtudes. Éste es el hombre cristiano, movido siempre por la gracia, cooperando siempre con la gracia.


Esta antropología, realista a la par que esperanzada, da la clave de cualquier renovación o reforma, ya sea del mundo y la sociedad civil, ya sea de la misma Iglesia. Nada son las estructuras y las leyes si el hombre que vive en ellas y bajo ellas no ha sido transformado interiormente. El cambio se produce cuando un hombre comienza a parecerse realmente a Cristo; entonces el mundo, la sociedad civil, la misma Iglesia se va renovando.

Son lecciones de un sabio y veraz humanismo cristiano. A él acudimos para comprender tanto las posibilidades del hombre creado y redimido como para acertar en la concepción de cualquier renovación o reforma de la Iglesia, sin caer en la demagogia o en el populismo. Y una vez más serán las palabras de Pablo VI las que nos catequizarán, si abrimos la inteligencia y el corazón para recibir nuevos conceptos, directrices aptas para nuestro espíritu humano.

"Estimulados aún por el reciente Concilio, queremos indagar cuál sea el concepto del hombre modelado por la vida cristiana.

Pues bien, la vida cristiana se puede definir como una continua búsqueda de perfección. Esta definición no es completa, porque es puramente subjetiva y silencia muchos otros aspectos de la vida cristiana. Pero es exacta en el sentido de que el reino de Dios, es decir, la economía de la salvación, la comunión de relaciones, establecidas por el cristianismo entre la pequeñez humana y la grandeza de Dios, su inefable trascendencia, su infinita bondad, exige y comporta una transformación, una purificación, una elevación moral y espiritual del hombre llamado a tan gran suerte; en otras palabras exige la búsqueda, el esfuerzo hacia una condición personal, hacia un estado interior de sentimientos, de pensamientos, de mentalidad y de conducta exterior y una riqueza de gracia y de dones que llamamos perfección.

Afán de novedades
 
                Que el hombre moderno está también continuamente a la búsqueda de algo nuevo y diverso de lo que él es, lo vemos todos: su inquietud, su espíritu crítico, su persuasión de poder modificar la propia existencia, su sed de plenitud, de placer y de felicidad, su tensión hacia un humanismo nuevo que prueba la evidencia, y tal vez el cristianismo mismo ha introducido en la humanidad una parte principal de estos fermentos. Y por ello, bajo ciertos aspectos, el cristiano y el hombre moderno presentan caracteres de singular semejanza.


jueves, 4 de agosto de 2016

"Por Cristo, con Él...", teología de la oración (2)

Después de haber, en cierto sentido, la "oración natural", la del hombre creado que por un instinto superior busca a Dios, Balthasar, en el artículo que estamos leyendo, plantea la Alianza y la oración siguiendo el Antiguo Testamento.

Hemos de recordar que este artículo no nos va a enseñar métodos de oración o técnicas de oración, sino ofrecer una teología de la oración, su fundamento, y esto es necesario para entender bien qué es la oración cristiana.

Vayamos entonces con el concepto bíblico "Alianza" que expresa el contenido de la relación firme de Dios con su pueblo, de Cristo con su Esposa-Iglesia.

"Se puede hablar tanto cuanto se quiera de las epifanías divinas fuera de la Biblia (cf. Walter-Friedrich Otto, la Bhagavad-tia, etc.): la palabra que Dios dirige a Abraham, y por consiguiente a Israel, es de otra naturaleza. Por primera vez se encuentra una palabra que se le da al hombre y que no es el cumplimiento de sus deseos, ni una sabiduría sobrehumana, sino casi lo contrario: la exigencia de una obediencia que arranca al hombre de sí mismo.

Una exigencia que sólo promete lo invisible y que finalmente, paradoja extrema, reclama lo que había sido concedido como un don milagroso, prenda de la promesa, Isaac. A lo largo de su historia, Israel estaba a contrapelo; cuando toma conciencia de la exigencia y se esfuerza por corresponder, ésta se le retira; se la arrastra por los cabellos allí donde Dios quiere.

martes, 2 de agosto de 2016

Espiritualidad de la adoración (XIII)

El reconocimiento de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía condujo de forma natural a la Iglesia a ofrecerle un culto de adoración -culto latreútico- como corresponde sólo a Dios, muy distinto de la veneración de las imágenes o de las reliquias.


Cristo, el Señor resucitado y glorificado, está verdaderamente presente entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Su Presencia no se limita a la Santa Misa sino que el Pan consagrado se reserva y se guarda con amor en el Sagrario y se expone en la custodia para verlo y adorarlo. Simplemente, porque es Él, Él mismo.

La adoración a Cristo, que brota de la fe en su Presencia real y del amor a su Presencia, se vive de distintos modos que son complementarios y no alternativos, es decir, todos hemos de irlos viviendo y todos han de ser igualmente inculcados.

lunes, 1 de agosto de 2016

Ofrecer, reparar, colaborar (Comunión de los santos)

Una de esas frases luminosas del escritor León Bloy, casi una sentencia en su fórmula, nos ofrece pie para una catequesis o más bien una breve reflexión hoy.


En una carta al matrimonio Maritain (Jacques y Raïsa), ofrece una perspectiva luminosa... que en definitiva atañe a la Comunión de los santos.

"Esta mañana, en la misa del alba, he llorado por usted, amiga mía. He pedido a Jesús y a María que tomen de los tormentos de mi pasado lo que haya de más meritorio y se lo apliquen buenamente, se lo apliquen con fuerza y poder, para alegría de su cuerpo y gloria de su alma.

Me inundaron lágrimas tan dulces, que creo que he sido escuchado..." (Carta, 15-febrero-1906).


Ni somos mónadas aisladas en un mundo de sustancias, ni seres independientes. Lo que hacemos de bueno y de malo repercute en los demás por una misteriosa solidaridad entre los miembros del Cuerpo de Cristo.