domingo, 31 de enero de 2010

¡Jesucristo!


"Cristo es el gozo y el consuelo de la vida.
Él es el gozo y el consuelo de la vida.
Él es el gozo,
porque da a nuestra vida su verdadero significado, su dignidad, su seguridad.
Es nuestro consuelo,
porque también Él, el Señor, ha sufrido, ha sido pobre, ha trabajado con fatiga y hasta fue puesto en la cruz.
Él nos entiende, él es nuestro compañero, Él es nuestro consolador.
Jesús, hijos carísimos, es el defensor de la gente pobre.
Jesús es la esperanza de los míseros y de los desvalidos.
Es Jesús quien nos hace buenos, quien nos hermana, quien nos da el sentido de la justicia, quien nos hace fuertes en el sufrir y en el querer. Es Jesús quien perdona nuestros pecados.
Es él quien nos enseña a amar.
Es Jesús quien nos da la luz,
la verdadera paz, con el pan para esta vida y con el pan para la vida eterna, mejor que ésta.
Es Jesús el profeta de las bienaventuranzas".

(PABLO VI, Homilía en la parroquia de Santa Cecilia,
Bogotá, 22-agosto-1968).

sábado, 30 de enero de 2010

Derecho a la Vida, SÍ, pero sin Referéndum (el buenismo social)

Un intercambio de emails con un comentarista sobre el “buenismoreinante hoy y, en concreto, sobre la defensa que grupos católicos están haciendo de un Referéndum sobre el Sí a la vida, me ha dado que pensar, hasta el punto de ampliar muchísimo la respuesta en forma de post. Decía este amigo:

“Con un ejemplo se lo pongo muy fácil: la lanzada recientemente por Hazte Oir para pedir un referéndum sobre la "ley Aido". Más allá de que es una pérdida de energía absurda (porque para sacarlo adelante necesitan la colaboración de quienes se supone que son sus enemigos en esta batalla y porque el resultado no será vinculante) la iniciativa en sí misma es deleznable... Ignoro si alguno de los artífices de la iniciativa actúa de mala fe, pero tengo clarísimo las evidentes lagunas (océanos más bien) de formación y buena doctrina que atesoran las gentes que, desde posturas provida (¡y hasta católicas!) prestan su apoyo a esta iniciativa con un candor digno de mejor causa. Ejemplos como éste podría citar a patadas, pero creo que con esto queda entendido todo”.

a) La mentalidad del “buenismo” hoy
Y comencé respondiendo:

Hay posturas legítimas que buscan el bien por caminos diversos. Eso es respetable aunque no coincidamos. Sí me parece una plaga el "buenismo" que se ha introducido en todo, incluida la Iglesia.

Vd. aduce el tema del Referéndum por la Vida. Me parece una locura. Quienes así lo defienden piensan en la bondad de la gente y en el uso de la razón, pero no se dan cuenta de que la democracia organiza la sociedad política, pero no puede determinar mediante referendum realidades que no son políticas, sino morales o espirituales: ¿Se puede votar a favor o en contra de la Vida, si es un derecho o no abortar? ¿Se puede decidir por referendum si Dios existe o no? ¿Qué pasa si sale que NO? ¿Ya no existiría Dios? ¿O no existiría el derecho a la vida de todos reconocido por la Constitución y que el Estado tiene el deber de tutelar?

El mismo buenismo en la Iglesia hace que gente con preparación o doctorados en teología sólo se les ocurra predicar un buenismo estéril en homilías y catequesis, pensando que con eso atraerán a la gente hacia el Señor y no se irán los que ya están en la Iglesia. Pero está claro que no es ese el camino.

Hay confusión en las cabezas, un ambiente vital que se respira secularización, y de una forma u otra hasta los mismos católicos están contaminados y hay un desmadre (ya digo, incluso bienintencionado).

No obstante, en este caso concreto del Referéndum, también hay cabezas menos ingenuas y doctrinalmente sólidas. Por ejemplo, en Facebook hay un grupo que defiende el derecho a la vida (¡faltaría más!) oponiéndose al Referéndum: “No sometamos la Vida a Referéndum”

Vamos entonces a fundamentar lo anterior.

b) No todo es opinable

“Resulta, por eso, frecuente que se tienda a confundir la libertad de los ciudadanos y de sus representantes políticos para votar en un sentido u otro y para llegar a acuerdos constructivos, con la libertad de decidir cualquier cosa, independientemente de la moralidad de lo decidido. De este modo se llega a pensar que el pueblo soberano es capaz de “darse a sí mismo” legítimamente las normas según las que desea orientar y regular su vida en cada momento, sean cuales fueran los contenidos de las mismas. Es verdad que las instituciones del Estado democrático, a través de las cuales se expresa la soberanía popular, son las únicas legitimadas para establecer las normas jurídicas de la convivencia social. Pero no es menos cierto que “no puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano” (CEE, Instrucción pastoral “Moral y sociedad democrática”, n. 24).

La democracia concebida en una separación de la libertad de la verdad llega a hacer creer que mediante referéndum se puede establecer el derecho, con lo cual, cualquier derecho (el de la vida, en este caso por ejemplo) pasa de ser objetivo para ser subjetivo, dependiendo del consenso de los votantes; los derechos y deberes en lugar de ser reconocidos según la naturaleza propia del hombre pasan a ser creaciones del propio hombre que se los otorga fantasiosamente. La verdad queda pisoteada.

Pero la democracia ¿no es un sistema legítimo de gobierno y organización política de la sociedad? Sí. “La Iglesia reconoce y estima el modo democrático de organización de la sociedad según el principio de la división de poderes que configura el Estado de derecho” (Id., n. 34). Pero, ¿esto alcanza a los derechos fundamentales, llega a ser todo, absolutamente todo, cuestionado y resuelto por votos y referéndum? ¿La verdad va a quedar en manos de los votos?

“A nadie se le escapan las contradicciones y los peligros que esta mentalidad encierra. Si el criterio último y único de decisión fuera la capacidad autónoma de elección de los individuos o de los grupos ¿qué impediría que se llegara a decidir, según ese criterio, eliminar el mismo respeto a la libertad y a las conciencias? ¿No demuestra la historia que algunos sistemas totalitarios de nuestro siglo se han puesto en marcha sobre la base de decisiones avaladas por los votos? Si realmente todo fuera pactable, ¿por qué no lo iba a ser también –como por desgracia está sucediendo con lacerante “normalidad”- la vulneración de los derechos fundamentales de los hombres? Por otro lado, si se eleva a principio supremo y absoluto el respeto a las opciones de los individuos, ¿con qué autoridad se podrá pedir a los ciudadanos que obedezcan unas leyes que eventualmente estén en contradicción con sus propias opiniones y opciones? Y ¿cómo se puede llegar a exigir que los políticos, en virtud de ese mismo principio, que abdiquen precisamente de sus convicciones morales o personales o las releguen al ámbito de su vida privada, para someterse a las decisiones mayoritarias?” (Id., n. 26).

En el caso concreto del Derecho sacrosanto a la vida, es locura someterlo a las urnas, porque los derechos inalienables de las personas jamás nacen del consenso, sino del reconocimiento a una realidad previa, la de la propia naturaleza humana-espiritual de la persona.:

“Por tanto, la ley civil, igual que la autoridad que la promulga, no pueden pretender dictar normas que excedan la propia competencia. No es competencia suya establecer los derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos, que dimanan directamente de su naturaleza humana; es obvio que tampoco está autorizada a vulnerarlos. Su misión es, por un lado, “reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; y, por otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimento de sus respectivos deberes” (Juan XXIII, Pacem in terris, n. 60). La bondad o la maldad de las acciones humanas es anterior a lo establecido por la ley, por la mayoría o el consenso; depende del acuerdo o desacuerdo del objeto en cuestión con la verdad del hombre. La ley civil tiene, pues, como fin la consecución del bien comunión garantizando el orden de la convivencia social” (Id., n. 28).

El derecho inviolable de todos a la vida (no sólo de los ya nacidos, sino del nasciturus) no puede ser discernido por un referéndum, sería incluso inmoral presentar esta propuesta, por más buena voluntad que se ponga en ello pensando que las urnas expresarán la verdad y la razonabilidad del hombre. Es que, por principio, hay cosas que jamás se pueden presentar a la libre elección consensuada de la opinión porque por su propia naturaleza son incuestionables ya que la verdad jamás se decide por votación (sería el relativismo que nos invade hoy), sino que la Verdad se descubre y se reconoce.

c) Grandeza pero también límites del “mito-democracia”

Además, ¡cuidado!, que entre los mismos católicos se está produciendo una mitificación de la democracia” (Id., n. 35) como si fuera lo mismo que “justicia” y “moralidad”; se está convirtiendo la democracia en “fin” y no en “instrumento”. “No es cierto que “democrático” sea siempre igual a “justo”. El modo de proceder en democracia, basado en la participación de los ciudadanos y en el control del poder, es justo y adecuado a la dignidad de la persona humana. Pero no todo lo que se hace y se decide por ese procedimiento tiene de por sí la garantía de ser también justo y conforme con la dignidad de la persona” (Id., n. 36).

Creo –disculpen la extensión- que se da respuesta a una situación hoy dentro de la Iglesia, iluminando doctrinalmente en un blog que es de catequesis de adultos y, por tanto, de formación:

-La libertad de votar no significa que todo se pueda proponer a las urnas, ni que del consenso pueda establecerse la verdad (porque eso es relativismo)

-La democracia es organización política en la división de poderes y Estado de derecho, pero no alcanza a las cuestiones morales o espirituales que están por encima.

-La democracia se ha mitificado olvidando sus límites morales.

-Es inmoral de por sí proponer un Referéndum sobre el Derecho (o no) a la Vida.

-El aborto es un crimen sin excepciones. El Derecho de todos a la vida es sagrado e inviolable (cf. Juan Pablo II, Evangelium vitae, nn. 58-63).

N.B. Demasiado largo. En penitencia escribiré menos veces (y seré más breve).

viernes, 29 de enero de 2010

Recto concepto de liturgia católica


El Beato D. Manuel González educó mucho a las almas en la participación de la liturgia. Aunque pueda sorprender, la liturgia en aquel tiempo, pese al Misal de san Pío V, el latín y la sacralidad, no era un gran modelo espiritual, y se rellenaba todo con la precisión en las ceremonias, revistiéndolo todo de devociones piadosas de los fieles, sentimentalismos, asistiendo de forma muy distraida a algo que se desarrollaba en el presbiterio, sin enterarse de nada, en silencio... Es el abandono de la liturgia y, asimismo, la dejadez al celebrar. No, la situación no era nada halagüeña. Sus escritos son muy interesantes para quien canonice ahora desde la nostalgia la liturgia anterior. Pero la liturgia es algo más que ceremonias, es Vida, es Jesucristo ofreciéndose al Padre, en culto perfecto, y la Iglesia-Esposa asociándose a Él. Es Vida, y vida espiritual completa.

“Y ruégote, al llegar aquí, lector paciente, que detengas ese gesto mohín de incredulidad o compasiva tolerancia con que empiezas a contraer tu cara al asegurarte yo cosas tan serias, como consecuencia del olvido y abandono de la santa liturgia.

Porque es el caso, y tú no me lo negarás, que, para muchos dice y significa lo mismo liturgia que etiqueteros melindres y minuciosas e incomportables ceremonias, más propios para el aparato y la tiesura exterior que para el alimento y la elevación del alma. Y ¡claro!, para los que así piensan, cosa dura ha de ser mi afirmación de atribuir al abandono de la liturgia, especialmente de la Misa, casi los mismos efectos del abandono del dogma.

No; la liturgia católica no es esa lluvia de minucias vacías que ahogan sin mojar ni refrigerar. La liturgia es la Iglesia viviendo su fe, su adoración, su amor. El culto es el cuerpo visible de la religión. Y la liturgia es su expresión, su gesto, sus modales, su palabra.

La liturgia es el dogma vivido, y metido en lo más hondo de la vida de los creyentes; enseñado auténtica, intuitiva, solemne y oficialmente; y puesto al alcance de los rudos y abriendo horizontes sin fin a los sabios humildes. Es Dios, por medio de su Cristo, llamando, acogiendo, trabajando, uniéndose al alma. Es el alma, dejándose modelar por el divino buril para poder ser hecha miembro del Cuerpo místico de Cristo. Piedra de su Iglesia. Oveja de su rebaño. Hija de Dios. Hermana del Primogénito Jesús. Participante de su vida y de su gracia y coheredera de su gloria.

La liturgia es en Cristo, por Cristo y con Cristo, la grande obrera de la predestinación de los elegidos, trabajando por conformarlos y unirlos a Él y hacerlos crecer en Él. Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, es el arquitecto que, por los medios que la liturgia aplica, obtiene la realización de su oración sacerdotal: “Que todos sean uno”. Es el gran sacerdocio de Cristo realizado y practicado entre nosotros mientras vivamos aquí abajo...

¡Qué pena que se conozca y se quiera tan poco la liturgia! ¡Qué gloria y qué bendiciones recibirán los que, enamorados de la tradición santa y fieles a las enseñanzas de la Iglesia y de sus Pontífices, trabajan por desenterrar esos tesoros de la piedad litúrgica que la rutina, un torpe sentimentalismo y la desorientación de la piedad, sepultaron; y por presentarlos a los ojos y al corazón de los hijos de la Iglesia para que sean de nuevo conocidos, admirados, queridos y explotados!"

Beato D. Manuel González, El abandono de los Sagrarios acompañados, en O.C., Vol. I, nn. 174-176.

jueves, 28 de enero de 2010

Tomás de Aquino: el pensamiento iluminado por la fe


El calendario litúrgico recuerda hoy a santo Tomás de Aquino, gran doctor de la Iglesia. Con su carisma de filósofo y de teólogo, ofrece un valioso modelo de armonía entre razón y fe, dimensiones del espíritu humano que se realizan plenamente en el encuentro y en el diálogo entre sí. Según el pensamiento de santo Tomás, la razón humana, por decirlo así, "respira", o sea, se mueve en un horizonte amplio, abierto, donde puede expresar lo mejor de sí. En cambio, cuando el hombre se reduce a pensar solamente en objetos materiales y experimentables y se cierra a los grandes interrogantes sobre la vida, sobre sí mismo y sobre Dios, se empobrece. La relación entre fe y razón constituye un serio desafío para la cultura actualmente dominante en el mundo occidental y, precisamente por eso, el amado Juan Pablo II quiso dedicarle una encíclica, titulada justamente Fides et ratio, Fe y razón. También volví a abordar recientemente este tema en el discurso que pronuncié en la Universidad de Ratisbona.

En realidad, el desarrollo moderno de las ciencias produce innumerables efectos positivos, como todos podemos ver; es preciso reconocerlos siempre. Pero, al mismo tiempo, es necesario admitir que la tendencia a considerar verdadero solamente lo que se puede experimentar constituye una limitación de la razón humana y produce una terrible esquizofrenia, ya declarada, por lo que conviven racionalismo y materialismo, hipertecnología e instintividad desenfrenada.

Por tanto, urge redescubrir de modo nuevo la racionalidad humana abierta a la luz del Logos divino y a su perfecta revelación, que es Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Cuando es auténtica, la fe cristiana no mortifica la libertad y la razón humana; y entonces, ¿por qué la fe y la razón deben tener miedo una de la otra, si encontrándose y dialogando pueden expresarse perfectamente? La fe supone la razón y la perfecciona, y la razón, iluminada por la fe, encuentra la fuerza para elevarse al conocimiento de Dios y de las realidades espirituales. La razón humana no pierde nada abriéndose a los contenidos de la fe; más aún, esos contenidos requieren su adhesión libre y consciente.

Con clarividente sabiduría santo Tomás de Aquino logró instaurar una confrontación fructuosa con el pensamiento árabe y judío de su tiempo, hasta tal punto que es considerado un maestro siempre actual de diálogo con las demás culturas y religiones. Supo presentar la admirable síntesis cristiana entre razón y fe, que para la civilización occidental representa un valioso patrimonio, al que se puede acudir también hoy para dialogar de modo eficaz con las grandes tradiciones culturales y religiosas del este y del sur del mundo.

Oremos para que los cristianos, especialmente cuantos trabajan en el ámbito académico y cultural, sepan expresar la racionalidad de su fe y testimoniarla en un diálogo inspirado por el amor. Pidamos este don al Señor por intercesión de santo Tomás de Aquino y sobre todo de María, Sede de la Sabiduría.

(Benedicto XVI, Ángelus, 28-enero-2007)


miércoles, 27 de enero de 2010

Congreso Eucarístico Nacional en Toledo (mayo, 2010)

Falta realmente poco para el Congreso Eucarístico Nacional que celebraremos en Toledo, del 27 al 30 de mayo de este 2010.

Aún no se le ha dado publicidad, ni difundido carteles, materiales, catequesis, cantos o el programa mismo. Pero vamos a ir creando ambiente, a suscitar las ganas de participar en este Congreso Eucarístico que debe ser realmente un "evento", un acontecimiento (y uso evento en sentido de algo realmente extraordinario, y no en el mal uso periodístico y coloquial que está adquiriendo la palabra).

¿Qué es y qué importancia adquiere un Congreso eucarístico? El Ritual del culto a la Eucaristía fuera de la Misa señala las dimensiones y objetivos:

"Los Congresos Eucarísticos, que en los tiempos modernos se han introducido en la vida de la Iglesia como peculiar manifestación del culto eucarístico, se han de mirar como una "statio", a la cual alguna comunidad invita a toda la Iglesia local, o una iglesia local invita a otras Iglesias de la región o nación, o aun de todo el mundo, para que todos juntos reconozcan más plenamente el misterio de la Eucaristía bajo algún aspecto particular y lo veneren públicamente con el vínculo de la caridad y de la unión.

Conviene que tales congresos sean verdadero signo de fe y caridad por la plena participación de la Iglesia local y por la significativa aportación de las otras Iglesias" (RCCE, 109).

¿Qué debe tener en cuenta cualquier Congreso?

"Háganse los oportunos estudios ya en la Iglesia local, ya en las otras Iglesias sobre el lugar, temario y el programa de actos del congreso que se vaya a celebrar, para que se consideren las verdaderas necesidades y se favorezca al progreso de los estudios teológicos y al bien de la Iglesia local. Para este trabajo de investigación búsquese el asesoramiento de los teólogos, escrituristas, liturgistas y pastoralistas, sin olvidar a los versados en las ciencias humanas" (RCCE, 110).

¡Congreso Eucarístico nacional en Toledo!

¿Nos veremos allí?

martes, 26 de enero de 2010

Secularización del sacerdote, clericalización de los laicos (III)

Era importante analizar y comprender bien la alteración radical que significa la secularización en la Iglesia, donde se invierten los ministerios y funciones: el sacerdote realiza tareas seculares que son propias del laicado secularizándose, y el seglar realiza ministerios y oficios sólo dentro de la parroquia, preocupado de lo intraeclesial únicamente, clericalizándose. ¡Pero es que nada de esto corresponde la doctrina del Concilio Vaticano II, sino la infiltración de la mentalidad post-moderna en la Iglesia!

Un amplio párrafo de un discurso de Juan Pablo II refleja la situación indicando el camino:

“El compromiso de los laicos se convierte en una forma de clericalismo cuando las funciones sacramentales o litúrgicas que corresponden al sacerdote son asumidas por los fieles laicos, o cuando estos desempeñan tareas que competen al gobierno pastoral propio del sacerdote. En esas situaciones, frecuentemente no se tiene en cuenta lo que el Concilio enseñó sobre el carácter esencialmente secular de la vocación laica (cf. Lumen gentium, 31). El sacerdote, en cuanto ministro ordenado, preside en nombre de Cristo la comunidad cristiana, tanto en el plano litúrgico como en el pastoral. Los laicos le ayudan de muchas maneras en esta tarea. Pero el ámbito principal del ejercicio de la vocación laical es el mundo de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales. Es en este mundo donde los laicos están invitados a vivir su vocación bautismal, no como consumidores pasivos, sino como miembros activos de la gran obra que expresa el carácter cristiano. Al sacerdote corresponde presidir la comunidad cristiana para permitir a los laicos realizar la tarea eclesial y misionera que les compete. En un tiempo de secularización insidiosa, puede parecer extraño que la Iglesia insista tanto en la vocación secular de los laicos. Ahora bien, precisamente el testimonio evangélico de los fieles en el mundo es el centro de la respuesta de la Iglesia al mal de la secularización” (Discurso a la conferencia episcopal de las Antillas en visita ad limina, 7-mayo-2002).

¿Vocación secular de los laicos? ¿Cuál es ese ámbito?

Sin poder ser exhaustivos:

-El propio matrimonio y la familia, donde se santifican cuando construyen la Iglesia doméstica y educan a los hijos en la fe

-El trabajo o profesión, realizado con el mejor nivel de competencia, con honradez, y aplicando los principios de justicia y caridad tal como plantea la Doctrina Social de la Iglesia

-El mundo docente, colegios, institutos, Universidad, implicándose en su vida y desarrollo: Consejo escolar, asociaciones de padres, etc.

-La actividad socio-política en sindicatos, partidos políticos que sean afines con la Doctrina social de la Iglesia, etc.

-La implicación en plataformas y asociaciones católicas (o próximas a los principios católicos y de la ley natural) que defienden la vida, el matrimonio, la familia, la libertad de educación de los padres respecto a sus hijos

-Hacer oír la voz del catolicismo –bien formado- en los diferentes medios de comunicación, tan poderosos hoy: periódicos, televisión, radio, blogs en Internet

-Colaboración gratuita y desinteresada en los distintos Centros de Orientación Familiar para ayudar a matrimonios y familias en los problemas que buscan resolver

Además las tareas eclesiales, que también son necesarias, tras previo discernimiento y capacitación: ministerio de lector litúrgico, acólito, canto y música litúrgica, la catequesis, la atención a los pobres, la visita a los enfermos, el funcionamiento interno de la parroquia (archivo, despacho, secretaría, sacristía, limpieza...), etc.

Hagamos cada cual lo que nos corresponda en la vida de la Iglesia. Ni sacerdotes secularizados ni seglares clericalizados. “Los fieles laicos deben esforzarse por expresar en la realidad, incluso a través del compromiso político, la visión antropológica cristiana y la doctrina social de la Iglesia. En cambio, los sacerdotes deben evitar involucrarse personalmente en la política, para favorecer la unidad y la comunión de todos los fieles, y para poder ser así una referencia para todos. Es importante hacer que crezca esta conciencia en los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos, animando y vigilando para que cada uno se sienta motivado a actuar según su propio estado” (Benedicto XVI, Discurso al segundo grupo de obispos de Brasil en visita ad limina, 17-septiembre-2009).

No estaría mal que para evitar confusiones y tener claridad doctrinal, para no ampararse en el “espíritu” del Vaticano II sino en sus textos reales, leyésemos:

-Para el sacerdocio: decreto Presbyterorum ordinis y su desarrollo en la exhortación apóstolica “Pastores dabo vobis”,

-Y para el laicado: decreto Apostolicam actuositatem y su desarrollo en la exhortación apostólica “Christifideles laici”.

lunes, 25 de enero de 2010

La conversión del apóstol san Pablo

San Pablo, en el camino de Damasco, con cartas para perseguir y arrestar a los cristianos, recibe la visita del Señor resucitado, se le aperece el Señor y desde ese momento originante Pablo cambia su vida. De perseguidor a apóstol. Es su conversión. Pero toda conversión, todo encuentro con Cristo, remite siempre a la Iglesia. Lo subjetivo de la propia experiencia personal se convierte en un don objetivo por el reconocimiento e inserción en la Iglesia.

La conversión de san Pablo es una conversión a Cristo vivido en la Iglesia, ¡y qué gran apóstol y propagador de la Iglesia! Nada de espiritualidad difusa, de sincretismo, de algo místico pero desencarnado como algunos pretenden: Cristo, sí, un personaje fantástico y espiritual, pero la Iglesia no, una institución humana.


Cuando el Señor se aparece a Pablo le dice: "¿Por qué ME persigues?" Pablo no perseguía a Cristo, para él estaba bien muerto; no, él perseguía a los cristianos como secta herética y traidora al judaísmo. Pero Cristo identifica a los cristianos consigo mismo, Cristo identifica a los cristianos como miembros de su Cuerpo y perseguir a los cristianos es perseguirlo a Él.


Ananías, que duda ante la conversión de Pablo como si fuera una técnica de espionaje, recibe el aviso del Señor. Ananías es figura de la Iglesia misma, que recibe a Pablo, lo bautiza y le impone las manos para el don del Espíritu Santo y luego lo instruirá con paciencia. El encuentro con Cristo conduce a la Iglesia.
Pablo entonces descubre el misterio y la vida de la Iglesia. Irá con el tiempo a ver a los apóstoles para estar en comunión con ellos, para que ratifiquen luego la originalidad de su misión con los hombres ajenos al judaísmo (la gentilidad). Su vida será crear comunidades, Iglesias, en toda la cuenca mediterránea.

Será el apóstol de Cristo y de la Iglesia, a la que definirá como "Columna y fundamento de la verdad", "Casa del Dios vivo", "Esposa de Cristo, sin mancha ni arruga... sino santa e inmaculada", "Cuerpo de Cristo".

La conversión, pues, no es la espiritualidad de moda de la New Age, ni una entrada en un misticismo despersonalizante, ni el descubrimiento de unos valores, sino encuentro con el Señor que nos incorpora al misterio mismo de la Iglesia. Cristo, SÍ, Iglesia, TAMBIÉN.

domingo, 24 de enero de 2010

El misterio de Jesucristo, Dios y hombre


La belleza de los textos litúrgicos favorecen la elevación del alma a Dios al mismo tiempo que profesan la fe ortodoxa. Orándolos y escuchándolos en la celebración litúrgica, vamos asimilando año tras año el dogma, la fe profesada, pero en modo orante. ¡Con razón la liturgia es la theologa prima, la teología primera, que no podemos desperdiciar por falta de atención o distracción, sino orar, escuchar, conocer, contemplar.

¿Quién es Jesucristo? ¿Cómo se articula su divinidad y su humanidad? ¿Por qué había de ser hombre el Redentor y al mismo tiempo ser Dios mismo quien redimiera?

"Es justo, Dios todopoderoso,
es nuestro deber darte gracias
por Jesucristo,
tu Hijo, nuestro Señor,

que se hizo hombre
para anular el pecado del hombre,

permaneciendo inmutable en la divinidad del Padre.


El, el último Adán, con su Espíritu llenó de vida

a los que el primer Adán había abandonado a la muerte
por la condena del pecado.

Por su obediencia
reconcilió con el Padre y Dios eterno
a los que la transgresión del padre terreno había arrebatado
a un destino de bienaventuranza.

Con el remedio singular de su Encarnación

y con la sangre derramada de su Pasión y Muerte,
restauró en nosotros la condición en que fuimos creados,

de la que nos habían expulsado la debilidad y la corrupción.


Hizo todo esto
humillándose en su humanidad
sin perder ni un solo momento la potencia que le pertenece a Él como al Padre.
Se hizo hombre, por lo tanto,
para salvar a los hombres
sin apartarse jamás de la naturaleza del Padre.
Permanecía en la naturaleza divina
mientras, por su gracia,
reconciliaba a los hombres.

Se hizo como nosotros
sin dejar de ser igual al Padre en gloria y en poder.
Y de ese modo socorrió a los hombres

asumiendo la humanidad
sin renunciar a la divinidad que naturalmente posee".

(Illatio Dom. VI de quotidiano, Rito Hispano-Mozárabe).

sábado, 23 de enero de 2010

Cortar los abusos en la liturgia

Desde hace años la secularización ha tomado un rostro visible en la celebración de la liturgia. En la liturgia, cada cual hace lo que quiere, se inventan cosas, se modifican textos de la liturgia, los cantos (de ínfima calidad musical) son ritmos de fiesta y distracción y además la letra no refleja la fe de la Iglesia sino sentimentalismos, siempre con la excusa de la "pastoral" que parece justificar cualquier cosa. Se ha desacralizado, ya no parece en tantos sitios que sea lugar de encuentro con Dios.

Pablo VI, ¡qué gran Papa, qué desconocido, qué rechazado!, lo avisó y lo denunció públicamente, pero no fue escuchado. Recordar sus palabras nos puede orientar para corregir la forma de celebrar la liturgia tan mundana y vivirla con espíritu religioso, obsequioso, de amor y adoración a Dios.

“Dolor y preocupación son los episodios de indisciplina que se difunden en las diversas regiones con motivo de las celebraciones comunitarias... con grave perturbación para los buenos fieles y con inadmisibles motivaciones, peligrosas para la paz y el orden de la misma Iglesia...

Nos urge más expresar nuestra confianza en que el episcopado sabrá vigilar estos episodios y tutelar la armonía propia del culto católico en el campo litúrgico y religioso, objeto en este momento posconciliar de los más asiduos y delicados cuidados; también extendemos nuestra exhortación a las familias religiosas, de las cuales la Iglesia espera hoy como nunca una contribución de fidelidad y ejemplo; y luego la dirigimos al clero y a todos los fieles para que no se dejen embaucar por la veleidad de caprichosas experiencias, sino que sobre todo traten de dar perfección y plenitud a los ritos prescritos por la Iglesia...

Pero mayor aflicción nos proporciona la difusión de una tendencia a desacralizar, como se osa decir, la liturgia (si es que todavía merece este nombre) y con ella, fatalmente, al cristianismo. La nueva mentalidad, cuyas turbias fuentes no sería difícil descubrir, pretendida base de esta demolición del auténtico culto católico, implica tales revoluciones doctrinales, disciplinares y pastorales que no dudamos en considerarla aberrante, y lo decimos con pena, no sólo por el espíritu anticanónico y radical que gratuitamente profesa, sino más bien por la desintegración religiosa que fatalmente lleva consigo...

La plegaria auténtica de la Iglesia vuelve a florecer en nuestras comunidades populares; y esto es lo más y bello y lo más prometedor que ofrece a la mirada de cualquiera que ame a Cristo nuestro tiempo, tan enigmático, tan inquieto y tan lleno de terrena vitalidad”.

Pablo VI, Alocución al Consilium
ad exsequendam constitutionem de sacra liturgia, 19-abril-1967.

viernes, 22 de enero de 2010

Pastoral eucarística con niños y jóvenes (¿las llamamos propuestas?)


Lo que me preguntaron hace días, vamos ahora a intentar responder.

Lo que he visto de trabajo con niños, más bien preadolescentes, tal vez pudiera servir de modelo, ejemplo y estímulo. Veamos.

1. Lo primero es saber que son niños, pero no tontos; que son niños, pero tratarlos puerilmente da siempre mal resultado porque pueden asociar siempre lo que se les enseñó y la misma Eucaristía a una etapa sólo de su vida y cuando crezcan abandonarlo como "cosas de niños". Por ejemplo, ese es el resultado de las "Misas DE niños" (ni siquiera "con niños"), en lugar de poner los cimientos para que se integren desde el principio no en la Misa "de" niños, sino en la Misa parroquial que es lo que siempre ellos y todos vamos a vivir.

2. Segundo: acostumbrar a los niños y jóvenes al Sagrario y a la capilla del Sagrario. Enseñarles que el Señor realmente está en el Sagrario, que una vela o lámpara roja siempre encendida indica su presencia, se le saluda haciendo la genuflexión (rodilla derecha en tierra) y se reza personalmente. Puede ser muy útil llevar a los niños al Sagrario al empezar o acabar la sesión de catequesis y allí rezar juntos pero pausadamente, es decir, no algo rápido y mecánico, casi de trámite, sino verdadera oración. Por ejemplo, el grupo con su catequista van al Sagrario, rezan el Padrenuestro, Avemaría y gloria, se les deja unos minutos de silencio y luego el catequista en voz alta dirige la oración al Señor, despacio, convirtiendo en lenguaje de oración lo que en la catequesis han tratado. Terminar con el Gloria o con unas preces respondiendo "Señor, ten piedad".

3. Tercero. Los Tarsicios son la rama infantil-adolescente de la Adoración Nocturna. El grupo de adoradores tiene su vigilia mensual un sábado por la tarde. En la sesión de formación se les va educando en qué significada cada elemento de la liturgia, cómo se realiza (incluso ensayo de tipo práctico) y cómo vivirlo (dimensión espiritual).

La vigilia se estructura con la exposición del Santísimo, el canto de Vísperas y la oración personal. Los niños se convierten en protagonistas responsables: uno entona las antífonas, otro la lectura breve, otro las preces; los salmos a dos coros... El silencio se va distribuyendo en las Vísperas, a tenor de las normas litúrgicas, y al final un tiempo prudente de adoración eucarística personal. Llegan a vivir la adoración como algo "suyo", y el responsable o catequista debe poseer junto a una gran experiencia de Dios, una solidez doctrinal y litúrgica para hacer de mistagogo-introductor con los Tarsicios.

4. Añadiría otro camino más. Muchas veces se organizan retiros y convivencias de niños o jóvenes. Ahí uno de los momentos fuertes podría ser la adoración eucarística aprovechando la riqueza del Ritual del culto a la Eucaristía fuera de la misa: lecturas bíblicas, cantos, homilía que dé pie a orar personalmente, silencio sagrado (tal vez con suave música de fondo), preces, himnos, plegarias o salmos recitados entre todos o alternativamente y bendición, todo dirigido a Cristo. En estos momentos, con la exposición del Santísimo, muy bien se podría utilizar un tono mistagógico en moniciones y homilía que introduzcan en el sentido de la adoración e inviten a orar. (Terminarlo todo siempre con una Misa ha empobrecido la vida litúrgica y espiritual -una vigilia, un retiro, el envío de catequistas, una bendición de algo... todo es una Misa-. La liturgia es muy rica con variedad de celebraciones, como tesoro del que disfrutar).

5. Alguna que otra parroquia ha introducido una práctica altamente valiosa. El Jueves Santo, tras la Misa in Coena Domini, viene la adoración ante la Reserva eucarística (a partir de medianoche sin solemnidad). A lo largo de la tarde del Jueves Santo hay turnos de adoración, horas santas, dirigidas por el sacerdote: con el grupo de Cáritas, otra hora con el grupo de pastoral de enfermos, con los niños de catequesis, con los jóvenes, con las Cofradías y Hermandades, con las asambleas familiares, con los grupos de catequesis de adultos, otra abierta a toda la parroquia. Los niños y jóvenes descubren el valor de la Reserva eucarística, se saben miembros de la parroquia como todos los demás, oran y se les introduce en la celebración cumbre del Triduo pascual anual.

6. Aunque parezca obvio, la primera pastoral sería que los padres (y los abuelos) entren con sus hijos a hacer la visita al Sagrario con toda naturalidad o se lleguen un rato a la parroquia cuando el Santísimo esté expuesto. Estas cosas quedan bien grabadas y son testimonio de fe.

Estos serían algunos puntos, caminos o sendas. Los comentarios podrán ser iluminadores. Pero así respondo a la petición de Seneka y de Embajador: ¡que por mí no quede!, siempre que se pueda responder.

jueves, 21 de enero de 2010

Secularización del sacerdote, clericalización de los laicos (II)


La aplicación del Concilio Vaticano II, el período postconciliar, ha coincidido con una etapa del siglo XX en que la modernidad ha dado ya paso a la post-modernidad, con una secularización absoluta de la sociedad y de la cultura, relegando la fe al ámbito privado y tomando como ideal la adaptación al mundo postmoderno. La cultura de la post-modernidad ha adoptado el relativismo como forma de medir la realidad, con lo que no hay Verdad absoluta sino opiniones, la tolerancia es método de vida, y todo se edifica sobre el vacío, sin referencia al Bien o a la Verdad.

Conocedores de esto, es muy fácil verificar que la secularización ha penetrado en la Iglesia y ha campado a sus anchas. ¿De qué forma? ¿Qué habremos de evitar? “Es en la diversidad esencial entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común donde se entiende la identidad específica de los fieles ordenados y laicos. Por esa razón es necesario evitar la secularización de los sacerdotes y la clericalización de los laicos” (Benedicto XVI, Discurso al segundo grupo de obispos de Brasil en visita ad limina, 17-septiembre-2009).

El sacerdocio se secularizó primero externamente, abandonado incluso el vestido sacerdotal, y entregándose a tareas seculares más propias del laicado, se volcó en el mundo del trabajo, de la enseñanza o incluso de la política, y convirtiendo la comunidad cristiana en centro asistencial dinamizador del barrio o del pueblo, donde la predicación se reduce a contenidos sociales y políticos, impartiendo un “buenismo moral”. La identidad sacerdotal y la configuración con Cristo para el servicio de la Iglesia se disuelven para convertirse en un animador cultural, en un activista socio-político, en un trabajador social, perdiendo de vista la esencia del ministerio, arrinconando la vida litúrgica y espiritual, abdicando de su oficio de presidir la Iglesia, perdonar los pecados, etc, etc...

Ya decía Pablo VI, recién acabado el Concilio, a modo de advertencia: “La otra intención, inspirada también, ciertamente, por el deseo del bien, es la de aquellos que querrían borrar de sí toda distinción clerical o religiosa de orden sociológico, de hábito, de profesión, o de estado, para asemejarse a las personas comunes y a las costumbres de los demás; la de laicizarse, en definitiva, para poder penetrar de este modo, dicen, más fácilmente en la sociedad; intención misionera, si queréis, pero muy peligrosa y dañina, si termina en la pérdida de aquella específica virtud de reacción sobre el ambiente, que late en nuestra definición de “sal del mundo”, y hace que el sacerdote caiga en una inutilidad mucho peor que la señalaba anteriormente; lo dice el Señor: “¿Para qué sirve la sal que se ha vuelto insípida?” (cf. Mt 5,13)” (PABLO VI, Discurso al clero romano, 17-febrero-1972).

Es que el sacerdote es ante todo pastor: “Ante todo, sois sacerdotes: no sois ejecutivos, directores de empresa, agentes financieros o burócratas, sino sacerdotes. Esto significa, sobre todo, que habéis sido llamados a ofrecer el sacrificio, pues esta es la esencia del sacerdocio, y el centro del sacerdocio cristiano es la ofrenda del sacrificio de Cristo. Por eso la Eucaristía es la esencia misma de lo que somos como sacerdotes” (Juan Pablo II, Discurso a la conferencia episcopal de las Antillas en visita ad limina, 7-mayo-2002).

En vistas de eso, el laicado experimentó el influjo de esa misma secularización. Asumió funciones y tareas que en muchos casos no le correspondía; si el sacerdocio se secularizó, el laicado se clericalizó. Se confundió la promoción en el laicado con un principio de “democratización” de la Iglesia –copiando el planteamiento de la post-modernidad- y empezó a desempeñar solamente funciones intraeclesiales, incluso del gobierno de la comunidad cristiana.

El seglar comprometido, si se pudiese diseñar un perfil tan general, era el seglar que todos los días estaba en la parroquia en alguna reunión, organizando algo, decidiendo acciones pastorales, controlándolo todo, normalmente con poca vida interior, capaz de quedarse todos los días sentado en el despacho o en la sacristía, mientras el sacerdote celebra la Eucaristía, sin participar en la Misa diaria; un modelo de seglar clericalizado que al final resultaba un grupo cerrado en sí mismo, girando en torno al sacerdote que les dejaba hacer y decidir. Renunció este modelo de seglar comprometido a su misión específica que es el mundo, los asuntos temporales y la implantación de la Iglesia, ordenándolo todo según Dios; es más, fuera del templo parroquial, vivía un divorcio entre su fe y su existencia, y dejaba “la fe” sólo para la iglesia: en su casa, en el trabajo, con los amigos, etc., pensaba y vivía como todo el mundo secularizado.

miércoles, 20 de enero de 2010

¡Jesucristo! Nada más bello ni amable ni razonable


"Os diré de mí mismo que soy hijo de mi siglo, hijo de la increencia, de las dudas, hasta ahora y así lo seré hasta la tumba. Cuántas terribles torturas me ha costado y me cuesta, aún ahora, la sed de creer tanto más fuerte en mi alma cuanto más aumentan los argumentos contrarios.

Sin embargo, Dios me manda momentos en los que todo está claro y todo es sagrado. Es en estos momentos cuando he compuesto mi credo: creer que no hay nada más bello, más profundo, más amable, más razonable y más perfecto que Cristo; que no sólo no existe nada semejante, sino que, lo digo con amor celoso, no puede existir ningún otro.

Y más aún: si uno me hubiera demostrado que Cristo se encuentra fuera de la verdad, habría preferido, sin dudar, permanecer con Cristo antes que con la verdad.

Dostoievski, Carta de 1854.

martes, 19 de enero de 2010

¿Oramos por las vocaciones? "Pedid al dueño de la mies..."

De los pocos mandatos explícitos sobre la oración, o mejor, sobre pedir algo concreto, Cristo dejó el encargo de orar por las vocaciones: “Pedid al dueño de la mies, que mande obreros a su mies”.

A veces, ante la crisis de vocaciones, puede cundir el desánimo, extenderse el desaliento y ver siempre todo oscuro, sin esperanza.

Hay que pensar que, como regla general aun cuando hay excepciones, allí donde hay fidelidad a Cristo, a la Iglesia y a su Magisterio, donde hay fidelidad al propio carisma sin que la secularización penetre, Dios suele bendecir con vocaciones; pero donde hay acomodación a la mentalidad del mundo, y todo se quiere reinterpretar para ser más modernos, allí no crecen las vocaciones, sino que hay esterilidad.

Las vocaciones, así pues, nacen donde hay fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Y es una inmensa alegría cuando un joven, tras una sólida formación catequética y una vida cristiana fuerte en su parroquia (o comunidad, o movimiento, o colegio), empieza a descubrir y discernir su vocación; sin los elementos anteriores, ¿puede Dios llamar y ser escuchado? Trabajemos por superar la secularización interna de la Iglesia, el bajo nivel de la catequesis y la vida tan lánguida de muchas comunidades cristianas.

Las vocaciones son un don de Dios y una acción de su gracia. Tengamos el convencimiento que señalaba san Agustín: “¿Pero es que llegará a haber y se podrá encontrar pastores que no busquen su propio interés, sino el de Cristo? Los habrá sin duda, se los encontrará con seguridad, ni faltan ni faltarán” (Serm. 46,19).

Siempre hemos de orar por las vocaciones:

-antes de la última petición de las preces de Vísperas, incluir una por las vocaciones;
-en la oración de los fieles en la Santa Misa
-pidiendo en un misterio del Rosario cada día
-ofreciendo a Dios algún sacrificio o mortificación, o una enfermedad y sus molestias (¡cuánto pueden hacer los enfermos por el bien y la edificación de la Iglesia si ofrecen sus sufrimientos!).

La Iglesia recomienda mucho la oración constante por las vocaciones: “enséñese a todo el pueblo cristiano que tiene obligación de cooperar de diversas maneras, por la oración perseverante y por otros medios que estén a su alcance, a fin de que la Iglesia tenga siempre los sacerdotes necesarios para cumplir su misión divina” (Presbyterorum ordinis, n. 11). Así, “la confianza total en la incondicional fidelidad de Dios a su promesa va unida en la Iglesia a la grave responsabilidad de cooperar con la acción de Dios que llama y, a la vez, contribuir a crear y mantener las condiciones en las cuales la buena semilla, sembrada por Dios, pueda echar raíces y dar frutos abundantes. La Iglesia no puede dejar jamás de rogar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (cf. Mt 9, 38) ni de dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional” (Pastores dabo vobis, 2).

La oración por las vocaciones incumbe a todos y es tarea eclesial, siendo entonces la primera acción pastoral y vocacional al alcance de todos, personal y comunitariamente:

“La Iglesia debe acoger cada día la invitación persuasiva y exigente de Jesús, que nos pide que «roguemos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). Obedeciendo al mandato de Cristo, la Iglesia hace, antes que nada, una humilde profesión de fe, pues al rogar por las vocaciones —mientras toma conciencia de su gran urgencia para su vida y misión— reconoce que son un don de Dios y, como tal, hay que pedirlo con súplica incesante y confiada. Ahora bien, esta oración, centro de toda la pastoral vocacional, debe comprometer no sólo a cada persona sino también a todas las comunidades eclesiales... Hoy, la espera suplicante de nuevas vocaciones debe ser cada vez más una práctica constante y difundida en la comunidad cristiana y en toda realidad eclesial. Así se podrá revivir la experiencia de los apóstoles, que en el Cenáculo, unidos con María, esperan en oración la venida del Espíritu (cf. Hch 1, 14), que no dejará de suscitar también hoy en el Pueblo de Dios «dignos ministros del altar, testigos valientes y humildes del Evangelio»” (Pastores dabo vobis, 38).

Por último, es muy necesaria la oración por los sacerdotes: “Los fieles cristianos, por su parte, han de sentirse obligados para con sus presbíteros, y por ello han de profesarles un amor filial, como a sus padres y pastores; y al mismo tiempo, siendo partícipes de sus desvelos, ayuden a sus presbíteros cuanto puedan con su oración y su trabajo, para que éstos logren superar convenientemente sus dificultades y cumplir con más provecho sus funciones” (Presbyterorum ordinis, n. 9).

lunes, 18 de enero de 2010

Vivir bien la Misa, la Santa Misa bien vivida


“¿Qué es la Misa de verdad y bajo todos sus aspectos? Son muchos los encargados de responder.

Para
el dogma católico es no sólo un artículo de su fe, sino quintaesencia de toda su doctrina, centro y eje de todos los artículos de su símbolo y como la forma substancial y actuación de todo su creado.

Para
la sagrada liturgia no es sólo doctrina que hay que exponer y creer, sino acción que ejecutar y representar. Y no sólo acción, sino la acción única, la acción por antonomasia, la que con toda razón y justicia puede llamarse la única acción esencial y vivificadora de la Iglesia católica y con respecto a la cual todas las demás acciones del sacerdocio, de la jerarquía y de la liturgia universal, tienen razón secundaria y subordinada, de preparativo, medio o efecto.

Y tan esto es así, que la liturgia y el sacerdocio y la jerarquía católica, tanto la de orden como la de jurisdicción, no tienen en realidad otra cosa que hacer que preparar y agradecer Misas y aplicar ordenadamente sus frutos.


Para
la moral y la ascética, ese Sacrificio de Jesús en todos los días y en todas las horas y en todos los pueblos es, además de símbolo condensado de la fe y acción esencial y vivificadora, ejemplo de vida perfecta y secreto supremo de la santidad.

¡Lo que enseña, lo que hace y lo que da una Misa bien conocida, entendida, preparada y aplicada, es decir, bien acompañada!

Y, por lo contrario, ¡de lo que priva a la gloria de Dios, a la vida de la Iglesia y de las almas, y al orden del mundo el abandono de la Misa!

Beato D. Manuel González, El abandono de los Sagrarios acompañados,
en O.C., Vol. I, nn. 163.

domingo, 17 de enero de 2010

Las bodas de Caná, Evangelio de epifanía clarísimo

Domingo II del Tiempo Ordinario: es un domingo casi de transición aún, con ecos clarísimos del Tiempo de Navidad-Epifanía; en cierto modo, el actual leccionario configura este domingo como una epifanía del Señor, por eso, entre otras cosas, se lee el evangelio de San Juan y no el evangelio sinóptico que corresponde al ciclo (este año, ciclo C, corresponde san Lucas).

Las bodas de Caná leídas aquí, en este momento, en este marco litúrgico, se convierte en un evangelio de epifanía. Hay que pensar que el contexto litúrgico (y la sentencia o frase en rojo escrita en el leccionario al inicio de cada lectura) es el que da la clave de interpretación de cada evangelio. Las bodas de Caná en el leccionario de la Colección de Misas de la B. V. María se proclaman destacando el versículo: “Y la madre de Jesús estaba allí”; si se lee este evangelio en el rito del matrimonio, se subraya el hecho mismo de unas bodas santificadas por la presencia de Cristo. Pero, hoy domingo, no son esos los aspectos predominantes. La clave, la llave que abre el sentido, se formula en el último versículo del Evangelio “Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”. Esto es lo que hay que predicar, comentar, rezar, contemplar.

Se enmarca este evangelio de las bodas de Caná si recordamos las antífonas litúrgicas de la fiesta de la Epifanía del Señor, hablando de los tres signos, milagros:

“Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque, en el Jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino. Aleluya” (ant. Bened.). Esto es, la Epifanía se contempla como las bodas de Cristo con la Iglesia:
  1. El Jordán es el baño para las bodas (en Efesios se dice que Cristo lavó a la Iglesia, la acicaló para presentarla ante sí...)
  2. Los magos presentan regalos de bodas
  3. Las bodas de Caná son las de Cristo con la Iglesia donde los invitados se alegran
La antífona del Magníficat en la Epifanía une los tres prodigios como tres momentos de una única realidad: se desvela quién es Jesucristo. “Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy, la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos. Aleluya”.

Acudamos a la Tradición, a la liturgia hispano-mozárabe y veamos que une perfectamente estos tres momentos en la Misa en la Aparición del Señor (: Epifanía):

"Ahora celebramos el día de la Epifanía,
que revela la divinidad del nacido,
ensalzando los diversos prodigios que señalaron la llegada al mundo
de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque mandó desde el cielo la estrella que anunciaba su nacimiento,
y la hizo marchar delante de los magos estupefactos
hasta la cuna de su humana infancia.
Porque entró en el cauce del Jordán para santificar con su bautismo
las aguas que habían de bautizar a todas las naciones;
allí donde diste a entender,
por el Espíritu que volaba en forma de paloma,
que Él era tu Hijo unigénito y amado
y además lo expresaste con tu paterna voz.
Porque efectuó su primer milagro en Caná de Galilea,
enseñando, en alto y admirable sacramento,
que había venido desde los siglos a desposarse con la Iglesia
y que la fe verdadera había de trasmutarse
en el vino de la prudencia y de la espiritual sabiduría.
Y así, proclamada nuestra fe
por estas tres manifestaciones de tus maravillas,
que concurren en la solemnidad de hoy,
nuestro Señor Jesucristo es al mismo tiempo
obra viva de tu poder y anuncio de nuestra salvación.
Por eso, Señor, de acuerdo con estas tres grandes maravillas,
permanezca en nosotros la integridad de la gracia espiritual,
saboreemos en nuestros corazones el vino de la prudencia
y brille en nosotros la estrella de la santidad" (Oratio Alia).

Hoy, por tanto, es domingo epifánico.
Hoy contemplamos la revelación de quién es Cristo.
Hoy admiramos a Aquel que tiene poder para cambiar la naturaleza misma de las cosas.
Hoy empieza la nueva creación, acercándose Cristo a unos esposos como Yahvé paseaba por el jardín con Adán y Eva cuando el pecado no existía, recién inaugurada la creación.
Hoy el agua de la Antigua Alianza, se convierte en vino de la Nueva Alianza.
Hoy lo aguado de nuestras vidas se pueden convertir en el vino de la alegría del Espíritu Santo, de su sobria ebriedad.

sábado, 16 de enero de 2010

Situación interna de la Iglesia


La Iglesia se enfrenta a un problema hoy que es recuperar su propia identidad. La infiltración de la mentalidad post-moderna de la cultura de hoy en la Iglesia la ha ido vaciando de sí misma, perdiendo la referencia a Cristo para diluirse en un humanismo filantrópico (el hombre por el hombre) y contribuir a la transformación social del mundo (desde la ideología, y no la teología y la caridad). La liturgia se aparta de lo sagrado, de la trascendencia y espiritualidad, para volverse al happening, la fiesta, el lenguaje didáctico y la diversión "para no aburrir". Los signos religiosos se arrinconan en el baúl de cosas inútiles (crucifijos, o vestidura sacerdotal, o hábito de los religiosos y religiosas). La dimensión pública de la fe es acallada y nos encerramos en las sacristías, sin grandes metas ni apostolados ni presencia social, política o cultural. La Conferencia Episcopal española exponía así la situación contemporánea calificándola abiertamente de "secularización interna de la Iglesia":

"El problema de fondo, al que una pastoral de futuro tiene que prestar la máxima atención, es la secularización interna. La cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy en España no se encuentra tanto en la sociedad o en la cultura ambiente como en su propio interior; es un problema de casa y no sólo de fuera. Es cierto que esta situación eclesial está influida por la cultura en que nos toca vivir. Pero es preciso mirar con atención las repercusiones que está teniendo en el interior de la Iglesia para darle la debida solución. Tomar conciencia de esto no significa promover ningún repliegue al interior. Con este diagnóstico pretendemos, más bien, adoptar la postura y la perspectiva adecuada para la misión. Es decir, que no sea la cultura ambiente, sino la propia identidad de ser Iglesia de Jesucristo la que nos marque los caminos pastorales, la perspectiva global y los asuntos cruciales de la vida eclesial.

Entre los efectos de esta situación de “secularización interna” destacamos: la débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes; la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para los institutos de vida consagrada; el cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos; la pobreza de vida litúrgica y sacramental de no pocas comunidades cristianas" (CEE, Plan Pastoral 2002, nn. 10-11).


Puede que tardemos en salir de esta crisis, casi anemia espiritual; pero ojalá que los católicos, los sacerdotes y religiosos, los fieles de las parroquias, etc., identificando la enfermedad empiecen a poner remedio y dar un giro a la situación, ¡por el bien de la Iglesia, de las almas, de nuestro mundo!

viernes, 15 de enero de 2010

Huellas sobre la nieve: Jesucristo, Iglesia y Tradición

Llegué el domingo por la noche a Madrid, el día del gran temporal de nieve, tras 4 horas en el AVE, es decir, más de dos horas de retraso. Tarde, cansado. En la estación apenas 4 ó 5 taxis y una fila de viajeros con sus maletas que se engrosaba por momentos esperando algún taxi... ¡que nunca llegaba! Nevaba, ¡un espectáculo que veo por vez primera! Como no llegan taxis y llevo 20 minutos esperando de pie y cayéndome la nieve encima, decido irme andando. Apenas hay nadie por la calle, me queda casi media hora de camino con mi bolsa de viaje y bien abrigado.

Es una experiencia nueva y desconocida para mí: caminar sobre la nieve. Por el Sur... mucho sol, pero la nieve sólo se ve en las películas y en los informativos. Voy con cuidado, camino torpemente. empiezo a rezar, es decir, como no va nadie apenas por la calle, voy hablando con el Señor a media voz como compañero de camino.

A medida que avanzo por la avenida, me doy cuenta de que sobre la nieve otros han ido pasando antes, siempre por el mismo sitio, y hay unos surcos sobre los que transitar sin miedo a resbalarse. Si estos surcos se acaban, allí donde la nieve es ya espesa, ha cuajado, hay unas pisadas hondas en las que me fijo que sirven para que otros pisen, que los pocos transeúntes con los que me encuentro aprovechan esas pisadas hundidas en la nieve para caminar ellos seguros. Y yo hago lo mismo. Empieza a sentirme más seguro, es más cómodo, y me impacta ver las huellas en la nieve. Es una imagen única que me remite a otras cosas:

1. Al caminar seguro, sobre otrs huellas, recordé el salmo 22: "nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan". La vida cristiana es seguir a Cristo, ir detrás de Él sabiendo que Él va delante, marca la ruta pero también da seguridad al caminar porque antes es Él el que abre camino, porque antes Él lo ha recorrido todo por nosotros para que nosotros lo tengamos más fácil. Se trata de confiar: sus huellas están claras en nuestro camino como signos constantes y amorosos de su Presencia. Sólo hay que ver y seguir esos signos y huellas de Cristo en la vida; para ello hay que ver en la oración, discernir en el examen, estar atentos, tener apertura de espíritu.

2. Pero después de pensar en Jesucristo, miré a la Iglesia. Había surcos y caminos de los que ya habían pasado antes y esto era lo que orientaba a los viandantes. Claro que alguien podía decidir ir por zonas que no habían sido transitadas, que no había surcos ni huellas pero esto le requeriría el gran esfuerzo de abrir caminos, probablemente acarrearía caídas, resbalones y titubeos... y si no fuera la calle, sino pleno campo nevado, el peligro real de perderse. La misión de la Iglesia es ser camino de salvación a los hombres, ser orientadora de los hombres a su meta última, Jesucristo, por donde muchos hermanos nuestros han caminado -¡los santos!- y nos invitan a marchar seguros; nos orienta al Bien, nos señala la Verdad, nos indica la Belleza. La Iglesia abre caminos verdaderos al hombre, y quien conociendo la Iglesia se sale del camino, realmente se pierde y su meta se difumina siendo imposible alcanzarla.

3. Y pensé en la Tradición de la Iglesia, su sentido, su necesidad. Las huellas eran profundas para poder caminar por ellas y devenían más profundas cuando alguien más las pisaba. Pero había sitios menos transitados; dejando las avenidas había que caminar por calles más pequeñas, menos principales, donde tal vez nadie había pasado, donde no existían huellas. ¡Había que crearlas!, había que continuar las huellas que eran profundas caminando más y generando entonces nuevas huellas, aún débiles, que permitían que el camino no se detuviese sino que avanzase, y otros al pasar por allí más adelante, las harían más profundas, firmes, perdurables. Ese es el sentido de la Tradición: algo recibido, que se profundiza al recibirlo pero que no se estanca ni se fosiliza (en un determinado siglo, en una determinada época o Concilio o estilo artístico), sino que se prolonga siempre en la misma dirección, que avanza cuando hay que vivir nuevos caminos, nuevas etapas, circunstancias, problemas. La Tradición es algo vivo que cada generación recibe, recorre profundizando y enriquece aportando algo nuevo y propio (es el planteamiento de Mohler, Newman, Congar, De Lubac).

¡Preciosa la nieve!
¡Rocíos y nevadas, bendecid al Señor!
¡Escarchas y nieves, bendecid al Señor!
¡Témpanos y hielos, bendecid al Señor!

jueves, 14 de enero de 2010

Secularización del sacerdote, clericalización de los laicos (I)


La renovación eclesial era necesaria y ha producido muchos frutos; la correcta aplicación del Concilio Vaticano II ha generado un dinamismo de vida en toda la Iglesia que hemos de agradecer. Sin duda, uno de los puntos sobresalientes fue la identidad del fiel laico y su misión. La promoción del laicado, necesaria, es evidente: conciencia de su dignidad, sentido vocacional y de misión apostólica, colaboración activa en la vida de la Iglesia superando los restos que pudieren haber de pasividad, de intimismo, de despreocupación.

Es la valoración que Juan Pablo II realizó en la Christifideles laici (magnífico documento para un año de catequesis de adultos):

“El llamamiento del Señor Jesús «Id también vosotros a mi viña» no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo. En nuestro tiempo, en la renovada efusión del Espíritu de Pentecostés que tuvo lugar con el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha madurado una conciencia más viva de su naturaleza misionera y ha escuchado de nuevo la voz de su Señor que la envía al mundo como «sacramento universal de salvación». Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo... De modo particular, el Concilio, con su riquísimo patrimonio doctrinal, espiritual y pastoral, ha reservado páginas verdaderamente espléndidas sobre la naturaleza, dignidad, espiritualidad, misión y responsabilidad de los fieles laicos. Y los Padres conciliares, haciendo eco al llamamiento de Cristo, han convocado a todos los fieles laicos, hombres y mujeres, a trabajar en la viña... Dirigiendo la mirada al posconcilio, los Padres sinodales han podido comprobar cómo el Espíritu Santo ha seguido rejuveneciendo la Iglesia, suscitando nuevas energías de santidad y de participación en tantos fieles laicos. Ello queda testificado, entre otras cosas, por el nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos; por la participación activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y en la catequesis; por los múltiples servicios y tareas confiados a los fieles laicos y asumidos por ellos; por el lozano florecer de grupos, asociaciones y movimientos de espiritualidad y de compromiso laicales; por la participación más amplia y significativa de la mujer en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad. Al mismo tiempo, el Sínodo ha notado que el camino posconciliar de los fieles laicos no ha estado exento de dificultades y de peligros” (ChL, n. 2).

Junto a las realizaciones positivas en el campo laical, también se han producido “dificultades y peligros”, en palabras del Papa. ¿Cuáles?

-“ la tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político”

-y “la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas” (ibíd.).

¿Promocionar el laicado es reducirlo a tareas intraeclesiales?
¿Es dedicarlo en exclusiva a impartir catequesis?
¿Es encerrarlo entre las paredes del despacho parroquial a base de reuniones y revisiones?
¿Es estar en la sacristía sentados, sin hacer nada, simplemente entreteniéndose y creyendo que así están “implicados”, “comprometidos”?
¿Es protegerlos en la parroquia como un cálido refugio afectivo sin lanzarlos al orden temporal?
¿No se ha confundido la promoción al laicado con un acaparar al laicado sin una maduración de fe, experiencia creyente y formación doctrinal que los lance a la misión, al orden temporal que es lo propio de él?

miércoles, 13 de enero de 2010

Teología, ciencia sabrosa

La verdadera y sana teología siempre va acompañada de un sólido cimiento tanto espiritual como eclesial. La teología que merece este nombre, sin renunciar a su estatuto científico ni a su método propio de fuentes, investigación y reflexión, posee un matiz de ciencia distinto que bien roza lo espiritual.

Tomando en sentido muy amplio unas palabras de san Juan de la Cruz, se podría decir que la teología es ciencia mística o ciencia amorosa: “Esta ciencia sabrosa es la teología mística, que es ciencia secreta de Dios, que llaman los espirituales contemplación; la cual es muy sabrosa, porque es ciencia por amor, el cual es maestro de ella y el que todo lo hace sabroso. Y por cuanto Dios le comunica esta ciencia e inteligencia en el amor con que se comunica al alma, es sabrosa para el entendimiento, por ser ciencia que pertenece a él, y sabrosa para la voluntad; por ser en amor que le pertenece a la voluntad” (CB 27).


El teólogo ha de ser un hombre de Dios y un hombre de Iglesia; lo que escriba, lo que enseña, lo que investiga es algo grande, el Misterio de Dios, y ante el Misterio su alma debe esponjarse y amar al Señor. No entiende una teología fría, una teología academicista, de crítica textual que se arroja a los demás con el disenso y el falso espíritu profético del que algunos se invisten. La teología, cuando es verdadera, es ciencia sabrosa, es ciencia tan llena de amor de Dios, por parte de quien la elabora, que es capaz de comunicar ese amor de Dios.
Toda teología está marcada por el signo del amor de Jesucristo, vivida y realizada en el seno de la Iglesia, con amor por la Iglesia. En expresión clásica de Balthasar en su artículo clásico “Teología y santidad” (Verbum caro I), es teología de rodillas, por tanto, adorante, amante. El teólogo se tendrá que detener más de una vez al leer y empezar a escribir, porque su alma se eleva en amor al Señor con una fugaz y densa plegaria, de modo irresistible, ante la grandeza de lo que sus ojos están viendo, sus oídos oyendo y sus manos tocando: ¡la Palabra de la Vida! (cf. 1Jn 1,1).

Ese mismo criterio, propio del teólogo cuando elabora su teología, nos sirve a nosotros como principio de discernimiento. La verdadera teología, ciencia sabrosa, cuando se escucha (en clase, en una meditación, en una conferencia) llena el corazón de tal manera que uno entra en contacto con el Señor y se une a Él, disfrutando, durante la sesión; o si es un libro de teología, estará escrito con tal unción, con tal garra, transmitiendo tal pasión por Jesucristo en su Iglesia, que se dejará el libro entre las manos y se empezará a orar gustando internamente, movido por aquello mismo que se ha leído, feliz, satisfecho para luego retomar la lectura y avanzar. Escuchando esta teología o leyendo estos libros se produce un encuentro con el Señor que es un acontecimiento de gracia; se palpa una Presencia que llena el corazón, que responde a lo que el hombre busca, que ilumina la razón descubriendo lo verdadero, que provoca asombro y estupor. Más aún, si es verdadera teología y posee sabor espiritual, se podría perfectamente leer ante el Sagrario y orar con la teología.

Es ciencia sabrosa la teología por eso los grandes teólogos siempre han sido grandes orantes, contemplativos incluso en medio del mundo, con pasión por Cristo y amor -¡tremendo, absoluto!- por la Iglesia.

martes, 12 de enero de 2010

Revisemos la catequesis


Que se ha producido en estos años una débil transmisión de la fe, es un hecho indiscutible; que la enseñanza en la catequesis se ha visto mermada a lugares comunes con rasgos de terapia psicólogica, “buenismo” y opciones morales, es algo incontestable. La secularización interna de la Iglesia es su causa. Pero, ¿tal vez podríamos quedarnos con los brazos cruzados? ¿Nos damos cuenta del potencial humano que supone la acción catequética de la Iglesia con niños y jóvenes, menos con los adultos, y el poco fruto que durante decenios se está recogiendo? Damos poco, nos conformamos con menos, y la catequesis se ve incapaz de entregar el tesoro de la fe en lo que significa conocer, celebrar, vivir y orar la fe (el dogma, la liturgia, la moral, la oración). Los recursos humanos y pedagógicos los tenemos sobradamente, entonces lo que falla es su realización, su contenido y la mentalidad de fondo que subyace.

Vayamos, como siempre, al Magisterio. “El anuncio del Evangelio de la esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de una fe sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe más personal y madura, iluminada y convencida. Los cristianos, pues, han de tener una fe que les permita enfrentarse críticamente con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión entre los miembros de la Iglesia católica y con los otros cristianos es más fuerte que cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la fe a las nuevas generaciones; construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura más amplia en que vivimos” (Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, n. 50).

Primer paso: ser consciente del objetivo último de la catequesis que es formar una fe madura y personalizada que repercute en todos los ámbitos de la vida, personales y sociales.

Por eso, la catequesis deberá ir asumiendo una nueva fisonomía: “Además de esforzarse para que el ministerio de la Palabra, la celebración de la liturgia y el ejercicio de la caridad, se orienten a la edificación y el sustento de una fe madura y personal, es necesario que las comunidades cristianas se movilicen para proponer una catequesis apropiada a los diversos itinerarios espirituales de los fieles en las diversas edades y condiciones de vida, previendo también formas adecuadas de acompañamiento espiritual y de redescubrimiento del propio Bautismo. En este cometido, el Catecismo de la Iglesia Católica es obviamente un punto de referencia fundamental. En particular, reconociendo su innegable prioridad en la acción pastoral, se ha de cultivar y, si fuera el caso, relanzar el ministerio de la catequesis como educación y desarrollo de la fe de cada persona, de modo que crezca y madure la semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el Bautismo. Remitiéndose constantemente a la Palabra de Dios, custodiada en la Sagrada Escritura, proclamada en la liturgia e interpretada por la Tradición de la Iglesia, una catequesis orgánica y sistemática es sin duda alguna un instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe adulta” (Id., n. 51).

Segundo paso: el contenido que se transmite en la catequesis ha de ser alimento eclesial para formar y forjar esa fe adulta y personalizada (interiorizada, si se prefiere). Ese contenido debe estar cimentado y expuesto mediante la Escritura y la Tradición, las fuentes imprescindibles, así como el Magisterio de la Iglesia comenzando por el Catecismo. ¿Tal vez no habrá mucha catequesis improvisada que sólo mira la propia experiencia, demasiado análisis y revisión del mundo, demasiada introspección, libros muy endebles pero siempre entretenidos con dibujos y fotos?

El tercer paso, podríamos añadir, es la persona del catequista: hombre de Dios, orante, formado, con pasión por Jesucristo. ¡Éste sí será un apóstol que contagiará el entusiasmo por Cristo y por la Iglesia!

lunes, 11 de enero de 2010

Importancia del Sagrario


D. Manuel González es llamado el Obispo de los Sagrarios Abandonados. Hizo un gran apostolado eucarístico y creó las Nazarenas -Misioneras Eucarísticas- y las Marías de los Sagrarios, hoy llamadas "Unión eucarística reparadora". Es uno de los grandes santos eucarísticos que centró su vida en el Sagrario y en Él descansó en momentos muy difíciles: expulsado de su sede de Málaga en 1931 con el obispado incendiado, años fuera de su diócesis y finalmente obispo de Palencia. Sus escritos son un referente, más que teológico, catequético, y sirven hoy para prender en nosotros el amor a Cristo en el Sagrario.

“El cristianismo es el Sagrario, y, aunque ésta no sea la ocasión de demostrarlo, vosotros afirmaréis conmigo que el Sagrario en nuestra religión no es un remate más o menos airoso de sus cimas, ni un broche de oro que lo cierra, ni una de las instituciones que lo embellecen, sino que la Eucaristía, el Sagrario, es todo el cristianismo, es el principio, fin y razón de ser de sus dogmas y su moral, de sus sacrificios y de sus virtudes, de sus bellezas y de sus milagros...

Yo no puedo pensar qué sería de un cristianismo sin Eucaristía, porque su Fundador no quiso que lo hubiera. Pero sí digo que el actual cristianismo todo es con, por y para la Eucaristía, y sin ella, no titubeo en decirlo, el cristianismo es nada, de tal modo que puede formularse esta regla cierta: a más frecuencia de Sagrario, más cristianismo; a menos Sagrario, menos cristianismo”.

Beato D. Manuel González, Aunque todos... yo no, en O. C., Vol. I, n. 46.