lunes, 30 de julio de 2012

La Iglesia es mariana (Catequesis)

La Iglesia es mariana.

Sí. Pero, ¿qué queremos decir con ello? Hemos de situarnos en el plano de la catequesis que nos forma y de la teología que reflexiona. Por ello quitemos el devocionalismo de pensar que la afirmación "la Iglesia es mariana" significa que ante todo hay que potenciar el culto mariano (que es necesario, claro, sin los excesos de equiparar a María con Cristo).

La Iglesia es mariana porque la Virgen María es la mejor prefiguración, imagen y tipo de la Iglesia. 

Lo que ocurrió en María es lo que ocurre en la Iglesia; la perfección y santidad de María es la perfección y santidad que la Iglesia está llamada a alcanzar. 

Las relaciones entre la Virgen María y la Iglesia son estrechísimas, y cuanto más mire e imite a María, la Iglesia será más santa y por tanto, como María, será Virgen, Esposa y Madre.

Demos algunos pasos. 

El primer paso, la Tradición. La patrística, con su aguda percepción del Misterio, proclamaba la mutua relación entre la Virgen y la Iglesia:

"Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo Hijo.
Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.
Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.
Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos" (Isaac de la Estrella, sermón 51).
El Misterio de la Virgen Madre desvela el misterio de la Iglesia misma; aquello que la Virgen es en plenitud, eso será la Iglesia aún peregrina. Son palabras de Juan Pablo II recogiendo la enseñanza de la Lumen Gentium del Vaticano II:

sábado, 28 de julio de 2012

Pensamientos de San Agustín (XII)

Alumnos de un gran maestro, nos apretamos en torno a su cátedra, aguzamos el oído y procuramos hoy no desperdiciar ninguna migaja de sus palabras.

Es llamado san Agustín el Doctor de la Caridad por la extensión y profundidad de su predicación y sus escritos sobre la caridad. Para él, la caridad es el medio por el que se sube desde la humildad de lo que somos, ya que mediante la caridad descendió Quien es nuestra salvación.

En el camino, avancemos por la sendas de la caridad.
Tus pies son la caridad. Ten dos pies, no seas cojo. ¿Cuáles son los dos pies? los dos preceptos del amor: el de Dios y el del prójimo. Con estos pies corre hacia Dios, acércate a Él, porque Él te exhorta a correr y Él de tal modo derrama su luz, que puedes magnífica y espléndidamente seguirle (San Agustín, Enar. in Ps. 33, 8.2, 10).
La caridad se muestra, se verifica, en las obras, en el actuar cristiano cotidiano.
Elimina la fe: desaparece el creer; suprime el amor: desaparece el obrar. Fruto de la fe es que creas; fruto de la caridad, que obres (San Agustín. Sermón 53,11).
El hombre ante Dios es, siempre, mendigo y a la vez oferente. ¿Qué se le puede ofrecer a Dios? ¿Qué se le puede entregar? Nada externo a uno mismo. En la misma liturgia celebrada, la ofrenda es la de la propia persona que junto con Cristo se ofrece al Padre: "Por Cristo, con Él y en Él..."
Tienes ya algo que ofrecer. No eches la vista a tus rebaños ni prepares navíos para ir a naciones lejanas en busca de aromas. Busca en el interior de tu corazón aquello que es agradable a Dios. Hazte un corazón contrito (San Agustín, Sermón 19,3).

viernes, 27 de julio de 2012

El laicado vivo que asume tareas

¿Un laico recibe algún encargo de la Iglesia? ¡Sí! El dinamismo propio del bautismo, concretado en su vocación laical, lo lleva a vivir su vocación en el mundo asumiendo tareas que le pertenecen por su propia naturaleza.

¡Ah!, ¿pero no es la pura pasividad? ¡No! El fiel laico posee una vocación y una misión, irrenunciable, insustituible. Le pertenece a él, no al sacerdote; es suya, no del religioso o consagrado.

¿Entonces? Pues habrá que mostrar el horizonte de la vocación laical y su campo de acción, recordarlo las veces que sean necesarias y ayudar, animar y acompañar en el desempeño de su apostolado.

"La Iglesia se concentra de modo especial en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su presencia en todas partes. 

-Toca a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, 
  • que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; 
  •  que la esperanza cristiana ensancha el horizonte limitado del hombre y lo proyecta hacia la verdadera altura de su ser, hacia Dios; 
  • que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; 
  •  que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación; 
  • que los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, como la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad, son de gran actualidad y valor para la promoción de nuevas vías de desarrollo al servicio de todo el hombre y de todos los hombres. 

 -Compete también a los fieles laicos participar activamente en la vida política de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia, compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común. Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural, sino, dondequiera que se comprometen, les mueve la certeza de que Cristo es la piedra angular de toda construcción humana...

martes, 24 de julio de 2012

Una buena noticia

Existen salmos muy diversos, tan variados como distintas son las circunstancias de la vida vividas en la clave de la fe. Los salmos recogen la vida del creyente, hecha oración, canto, alabanza, en todos sus gozos y esperanzas, luchas y angustias. Los 150 salmos de la Biblia forman un sólo libro, el libro de los Salmos, y está destinado para cantar. Son poemas bíblicos de alabanza, “canciones” que se cantan a Dios o delante de Dios. En estos salmos está velado, escondido, y a la vez anunciado, Cristo Jesús, el Evangelio que nos salva.

    Cristo es una “Buena Noticia” (en griego, “evangelio”). ¿Qué noticia es ésa? ¡La más esperada! ¡Siglos anhelando la humanidad esa noticia! ¿Cuál es? Que Dios te ama, con amor intenso y fiel, a pesar de los pecados, de las infidelidades, de la debilidad. Dios ama al hombre, y lo ha dicho y demostrado enviando a su Hijo Jesucristo para salvar el mundo.  

Hay un salmo que anuncia esta tremenda noticia, el salmo 144. El hombre pensaba que Dios quería la condena por los pecados, quería castigar al culpable sin ninguna vía de salvación; que Dios era un Juez temible del que había que esconderse, como hizo Adán (cf. Gn 3,10) y, sin embargo, Dios mismo les hizo unas túnicas de piel a Adán y Eva para cubrirlos con tremendo amor (cf. Gn 3,21), porque así es el amor de Dios. 

El salmo 144 canta: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”. Dios es Dios cercano y cariñoso, tiene entrañas de ternura y misericordia, se preocupa de todos sus hijos, “el Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas su acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”. ¿Así es Dios? ¿No era vengativo y había que tenerle temor, alejarse de Él? Los que así piensan se equivocan, no han descubierto el Evangelio de Jesucristo. A este salmo sólo le falta una cosa: el Padrenuestro.

lunes, 23 de julio de 2012

El apostolado entraña dificultades


La persona humana es muy compleja. El psiquismo humano es muy complicado: se defiende, rechaza, acepta, juzga. "El corazón del hombre, ¿quién lo entenderá?" (Jer 17,9) Entra en conflicto el consciente, el inconsciente, los deseos y pulsiones con los movimientos de la razón y de la voluntad; el ser con todo lo que de no-ser se alberga aún en el hombre; el mal que se hace y no se quiere y el bien que se querría haber hecho.

    A esta persona, a este hombre, es al que hay que servir, evangelizar y amar. Confiados en las personas, la misión fracasa, porque el pecado se introduce en el corazón humano, se rompen fidelidades y afectos y el que confió en el que ahora le rechaza ¿en quién se refugiará? Al tratar con personas se constata cuán difícil es anunciarle la salvación de Jesucristo para que escuchando crea, creyendo espere y esperando ame. De la naturaleza humana, tan compleja, nace el rechazo, la crítica, la cerrazón, y el apóstol, hombre él también, tendrá que resituarse, aceptar el principio de realidad, amando y sirviendo a los otros tal como son pero, a la vez, quitando de su corazón todo aquello que obstaculiza la misión a la que ha sido llamado: el sentimiento de impotencia, la ansiedad compulsiva, el miedo al fracaso o al rechazo, la falsa humildad (fruto del egoísmo).

    El apóstol, al evangelizar, se va autoevangelizando, y sino, ¡pobre de él! Crece con las dificultades y el corazón se purifica en una más plena y perfecta oboedientia fidei donde se sigue el mandato del Señor y no los propios deseos del corazón. En la fe, ciega y oscura, se evangeliza. Un par de sandalias, sin el caballo de nuestros ídolos; sin bastón, con el único cayado de un corazón creyente anclado en Jesucristo y marchando tras sus huellas (cf. 1Pe 2,21), por los mismos caminos que Él recorrió.

    El apostolado nunca es un juego ni algo sobreañadido que se pueda tomar o dejar a libre arbitrio sino que forma parte connatural del ser discípulo. Por eso las dificultades, de todos los órdenes, irán apareciendo. Muchas de ellas aflorarán como consecuencia de la fragilidad del propio psiquismo humano y de la debilidad del propio corazón; otras serán trampas que el Maligno nos pone para engañarnos y apartarnos así de nuestra vocación y misión; otras, finalmente, vendrán de fuera, de los otros. Mas, como todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama, todas estas dificultades del apostolado nos son útiles para un contínuo crecimiento en el ser apostólico. Constantemente hay que purificar los afectos, y corregir todas aquellas inclinaciones desviadas del propio corazón que nos apartan de la verdadera libertad del cristiano para hacernos esclavos de nuestra imaginación o de nuestros deseos. Servirán las dificultades para resituarnos constantemente en los específico de nuestra vocación, el envío, y unirnos cada vez más, por la oración y la gracia, a Aquél que nos envía y que nos llamó porque quiso para estar con Él (cf. Mc 3,13).

    Sólo cuando se tiene el corazón firmemente enraizado en la comunión vital, existencial, orante, con Jesucristo, se es Apóstol. Si se tomase el apostolado como un juego, un entretenimiento, algo pasajero que se puede tomar y dejar cuando nos conviene, y que en cuanto pide más tiempo o exigencia en nuestra vida rechazamos, estaríamos muy lejos de haber entendido el sentido misional y apostólico de nuestro Bautismo.

    Y es que el apostolado sólo puede ser cruz, pero cruz gloriosa, donde morimos y resucitamos con Cristo fecundando nuestra vida entregada el apostolado emprendido. La Cruz gloriosa es el sitio donde encontramos la vida y donde la vida queda iluminada, adquiere nuevo sentido y plenitud. Sin miedo a ella, afianzados en ella, porque ahí encontramos la Vida, sin rehusarla, sin rebelarnos contra ella. La cruz que el Señor nos regala para que vivamos en el Amor de Cristo, desnudo, sin nada, sólo crucificados con Cristo. Ahí, las dificultades del apostolado, nos dan vida.


¿No sintió Cristo estas dificultades?
¿Acaso para los apóstoles todo fue un camino de rosas?
Y los santos, ¿no leemos las dificultades y cruces que asumieron?

Pero, con Cristo, ¡podemos con todo!

sábado, 21 de julio de 2012

Sugerencia para lectores (V) - al servicio del texto

Estás al servicio del texto

Antes de leer, fíjate en cómo es la estructura del texo;
localiza las expresiones o las palabras importantes.

Un texto viene a ser como un paisaje, es decir, forma un conjunto:
no lo disgregues, expresa su unidad, comunica su sentido poético.

Tú ves la puntuación del texto, pero quienes te escuchan no la ven:
esperan que seas tú quien les ayudes a entenderlo.


Un relato, un texto meditativo, un himno triunfal,
la oración de un salmo:
su tono es diferente, así como su estilo.
Tú solo te darás cuenta, si has interiorizado su contenido.
Lectura y salmo no son lo mismo:
o bien hay que cambiar de lector o bien hay que cambiar el tono.

Algunos "trucos" para leer bien

¡Cuidado con los soniquetes, como se les dice a menudo a los niños!
Procura cambiar el tono de tu voz lo justo, que sea casi rectilínea
("¡sin hacer teatro!").

Ante un inciso, ante un paréntesis:
cambia ligeramente la altura del tono para hacerlo notar.
No grites: ¡ar-ti-cu-la! No deletrees: ¡habla!

Acentúa ciertas palabras para darles más valor:
Bendito sea Dios!", "¡Ha resucitado el Señor!",
pero no en exceso, porque lo excesivo hace el efecto contrario...


jueves, 19 de julio de 2012

La liturgia, lugar de la Humildad


La liturgia es el lugar de la humildad, en cuanto que se participa desde la humildad, se expresa la humildad y se es educado en la humildad. En la liturgia no se puede entrar desde el orgullo y la soberbia, sino desde la sencillez, la libertad y la apertura de corazón a la gracia, a Jesucristo mismo que se hace presente y nos permite entrar a participar en su Misterio de salvación. La humildad, al ser verdad, es condición sine qua non para entrar en el misterio litúrgico y vivir la Verdad, hecha gracia y luz en la acción litúrgica. Y ésta misma acción litúrgica enseña, con sabia pedagogía eclesial, la verdadera humildad.

    El hombre aprende a reconocerse en su verdad y entrar en el misterio de su ser en la liturgia, despojándose de máscaras y presentándose ante Dios tal cual es. Sano ejercicio. El que vive en la máscara y en la mentira, se oculta y se esconde de Dios: Adán, "¿dónde estás?" (Gn 3,9), pero el que reconoce la verdad de su corazón puede estar ante Dios y ser curado, el que muestra las llagas puede ser sanado, el que reconoce su limitación puede seguir caminando y creciendo.

     Buen ejercicio de esta verdad-humildad resulta ser la acción litúrgica. En ella, el cristiano, antes de participar de los sagrados misterios, entra en su corazón para luego confesar sus pecados ante Dios "y ante vosotros hermanos"; el mismo silencio, examen y confesión diarios hecho al final de la jornada en las Completas. El máximo exponente de humildad, la confesión personal, hecha desde la sinceridad y el arrepentimiento en el Sacramento de la Reconciliación: los propios pecados no se ocultan, se confiesan y se ponen en las manos de Dios, para que Él otorgue, por su Iglesia, el perdón y destruya nuestros pecados, que nos quitan la vida. 


martes, 17 de julio de 2012

Salmo 1

Conozcamos el salmo con el que se abre el Salterio. 

Es una preciosa meditación de corte sapiencial, de sabiduría, de reflexión, que encuentra paralelos también en otros contextos proféticos, entre ellos, el profeta Jeremías que dice prácticamente lo mismo que este salmo. Es la meditación de los dos caminos, una meditación muy clásica en la Iglesia, tanto en la patrística  (por ejemplo, en la Didajé) como en los ejercicios ignacianos (la meditación de las dos banderas).


Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, o en el lenguaje del salmo, hay dos caminos: el que escucha la ley del Señor y la obedece, es justo, o el camino del impío que no tiene conciencia ni tiene nada y que acaba chocándose en su propio pecado. No es que el Señor lo vaya a castigar como afirmamos con ese lenguaje tan nuestro: “te va a castigar Dios” (tan vengativo el lenguaje, tan pagano en el fondo), sino que es uno mismo el que se va preparando el camino para chocarse a gusto. Los pecados son piedras que ponemos nosotros, y una encima de otra, construimos un muro y nos pegamos contra el muro. Somos nosotros los que hemos construido el muro y los que nos chocamos contra él. ¡Cada uno construye su propio muro de pecados y se choca con él! No es el Señor el que nos va a castigar. ¡Dios no juega a esas cosas!

    En esta opción: vida-muerte, justicia-impiedad, se encuadra  esta meditación. 

“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos”. Los impíos en la Escritura, normalmente, son los que no temen a Dios, los que no obedecen a Dios. Saben que Dios existe, ¡eso no lo niega nadie!, pero como si Dios no contara o no sirviera para nada, al margen de Dios y, por tanto, ignorando la ley de Dios. Son los impíos quienes actúan así. Entonces “dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos”. Pongan la radio  mientras están en la cocina preparando la comida, “consejo de los impíos”; lean la prensa, “consejo de los impíos”; vean programas de televisión entretenidos y, ¿qué escuchamos?: "consejo de los impíos"

Es la mentalidad mundana, el que no teme a Dios y, claro, sin Dios, no hay referencia de ningún género. “Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos”,  que todo lo juzgan, todo lo critican, pero que nunca se juntan para hacer el bien. “Dichoso el que no se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche”. Nos tiene que preocupar sólo Dios y el meditar la ley del Señor día y noche. A veces al confesar nos excusamos sobre la oración de cada día diciendo: “¡No tengo tiempo!”  El día tiene veinticuatro horas. Nuestro gozo ¡meditar la ley del Señor día y noche!, porque es la que nos da sabiduría  para no escuchar el consejo de los impíos, para no entrar por la senda de los  pecadores, para no sentarnos en la reunión de los cínicos.

domingo, 15 de julio de 2012

¿Auténticamente convencidos?

En todo anuncio cristiano, es decir, en la evangelización, si importante es el cómo evangelizamos, cómo mostramos el Evangelio, más importante aún es el qué anunciamos.

Es verdad que el continente suele decir mucho del contenido, y así nos preocupamos en la catequesis, en la formación, en los medios de comunicación, de la presentación, de la interactividad, de que los medios sean actuales. Es verdad, es importante. Algunos sin embargo se desorientan y se creen ingenuamente que lo único es el marketing, y, por tanto, que todo es cuestión de usar medios modernos y atractivos y que entonces la Iglesia "convencerá" de su propuesta cristiana. ¡Demasiado ingenuo este planteamiento! 

El problema, para empezar, no es lo atractivo y actualizado de los medios que empleemos, medios que siempre deben ser los más aptos y más cuidados, sino el problema más de fondo es qué es lo comunicamos y además, que estamos ofreciendo respuestas muy válidas a personas que jamás se plantean ningún interrogante. Estamos respondiendo a quienes no nos están preguntando porque han adormecido sus inquietudes más profundas. 

Más que los medios -repito, necesarios y siempre los mejores y más aptos-, el problema es el contenido. Cualquier estupidez, cualquier idea loca, hoy se difunde rapidísimamente y no porque todos la oigan y la vean en el planeta va a dejar de ser una estupidez o una locura. Nos convencemos de su aparente veracidad porque es algo universalmente aceptado en cuanto se difunde, pero si la analizamos, no dejaría de mostrar su vaciedad y mentira. 

No podemos minusvalorar la influencia y la capacidad (tanto para el Bien como para el mal, tanto para la Verdad como para la mentira) de los medios de comunicación. Están ahí, determinan la vida social, crean una cultura y una forma de pensar. Pero lo esencial, lo que es irrenunciable siempre, es el servicio a la Verdad, sin complejos, ni fisuras, ni concesiones de cara a la galería. El servicio a la Verdad es lo que puede sustentar cualquier medio de comunicación. Para un periodista católico, la Verdad tiene un nombre, Jesucristo, que dijo "Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). El camino es la Verdad, comunicar la Verdad.

jueves, 12 de julio de 2012

"Pueblo de Dios", catequesis bíblica sobre la Iglesia

Decir que la Iglesia es "pueblo de Dios", ya lo hemos apuntado en otros artículos, tiene una raigambre bíblica. Lo que era Israel, el pueblo elegido, el pueblo de Dios santo, era sólo figura y tipo del Pueblo que había de venir, la Iglesia, el verdadero Israel. Este es un principio de lectura cristológica de las Escrituras que nos da la interpretación cristiana del Antiguo Testamento.

"El término "pueblo de Dios" aparece efectivamente en el Nuevo Testamento con mucha frecuencia, pero sólo en poquísimos lugares (en realidad sólo en dos) indica a la Iglesia, mientras que su significado normal remite al pueblo de Israel. Más aún, incluso en aquellos pasajes en los que puede referirse a la Iglesia, se mantiene el sentido fundamental de "Israel", aunque el contexto permitía claramente entender que los cristianos son ahora Israel.
Podemos, pues, afirmar: en el Nuevo Testamento, la expresión "pueblo de Dios" no denomina a la Iglesia; únicamente a la luz de la interpretación cristológica del Antiguo Testamento, y, por consiguiente, a través de la transformación cristológica del Antiguo Testamento, y, por consiguiente, a través de la transformación cristológica, puede indicar al nuevo Israel. La denominación normal de la Iglesia en el Nuevo Testamento es el término Ecclesia, que en el Antiguo Testamento indica la asamblea del pueblo reunido por la palabra de Dios. El término Ecclesia, Iglesia, es la modificación y la transformación del concepto veterotestamentario de pueblo de Dios. Se le utiliza porque en él se halla incluido el hecho de que sólo el nuevo nacimiento de Cristo convierte en pueblo lo que no era pueblo. Pablo, consecuente consigo mismo, resumió después este necesario proceso de transformación cristológica en el concepto de Cuerpo de Cristo...
A Israel se le aplica el concepto de pueblo de Dios en la medida en que se encuentra vuelto hacia al Señor; no simplemente en sí mismo, sino en el acto de la relación y del superarse a sí mismo. Por esta razón, resulta consecuente la progresión neotestamentaria, que viene a concretar este acto de volverse hacia otro en el misterio de Jesucristo, el cual se vuelve a nosotros y, por la fe y el sacramento, nos introduce en su relación con el Padre.
Ahora bien: ¿qué significa esto en concreto? Significa que los cristianos no son simplemente pueblo de Dios. Desde un punto de vista empírico, ellos son un no-pueblo, como cualquier análisis sociológico puede mostrar en un abrir y cerrar de ojos. Dios no es propiedad de nadie; nadie puede adueñarse de Él. El no-pueblo de los cristianos puede ser pueblo de Dios únicamente por su inserción en Cristo, Hijo de Dios e Hijo de Abrahán. Aunque se hable de pueblo de Dios, la cristología debe seguir siendo el centro de la doctrina de la Iglesia, y la Iglesia, en consecuencia, ha de considerarse esencialmente partiendo de los sacramentos del Bautismo, de la Eucaristía y del Orden. No hay otra manera de ser pueblo de Dios que tomando como punto de arranque el Cuerpo de Cristo crucificado y llamado de nuevo a la vida. Llegamos a serlo únicamente cuando nos orientamos vitalmente hacia Él, y sólo en este contexto tiene sentido el término. El Concilio esclarece muy bien esta conexión al poner en primer plano, junto a la expresión "pueblo de Dios", un segundo término fundamental para la Iglesia: la Iglesia como Sacramento.

lunes, 9 de julio de 2012

¿Ya es hora, no? ¿Políticos católicos?

Enredados en mil cosas de puertas adentro, pensando que, con que vayan muchos, por ejemplo, a una procesión, tenemos un pueblo católico, hemos descuidado la dimensión social del catolicismo, que es innata. Solamente nos hemos interesado de lo que ocurre bajo el campanario y de puertas afuera hemos dejado que otros nos impongan su tolerante intolerancia. La voz de la Iglesia queda riculizada o silenciada, según los casos. Pero, y tendremos que lamentarlo aún más, no hemos ido capacitando al laicado para asumir sus funciones sociales y políticas en el mundo sino que hemos detenido los procesos formativos en la primera comunión sin ser capaces de dar algo más. Esto ha provocado, por ende, una mentalidad: la de que no era necesaria tanta formación y que la catequesis es algo exclusivamene para los niños; por eso, ahora, cuando hay iniciativas serias en algunas diócesis para adultos, éstos son una minoría y las parroquias no llegan o no pueden asumir un reto de capacitación del laicado.


Todo esto se presenta como una maraña difícil de desenredar para luego poder hilar fino.

¡Pero no podemos abdicar de nuestra responsabilidad! ¡Ni podemos renunciar a la más noble y elevada aportación católica a la vida social, pública y politica!

La situación de constante crisis en la que vivimos no es, ni mucho menos, una crisis económica, más o menos internacional, más o menos global (como modernamente se llama); es una crisis de la propia civilización, es una crisis de humanidad, de déficit de lo humano y de idolatría de aquello que va destruyendo a la larga (movidos por el relativismo y el nihilismo):

"Bien mirado, el problema no es solamente económico, sino sobre todo cultural y se manifiesta en particular en la crisis demográfica, en la dificultad de valorar plenamente el rol de las mujeres, en la dificultad de tantos adultos de concebirse y ponerse como educadores. Con mayor razón, es necesario reconocer y sostener con fuerza y con los hechos la insustituible función social de la familia, corazón de la vida afectiva y relacional, además de lugar en el que mejor que ningún otro se asegura la ayuda, cuidado, solidaridad, capacidad de transmisión del patrimonio de valores a las nuevas generaciones. Es por ello necesario que todos los sujetos institucionales y sociales se comprometan a asegurar a la familia medidas eficaces de apoyo, dotándola de recursos adecuados y permitiendo una justa conciliación con los tiempos del trabajo.
No falta ciertamente a los católicos la conciencia del hecho de que tales expectativas deben ponerse hoy dentro de las complejas y delicadas transformaciones que interesan a toda la humanidad. Como escribí en la Encíclica Caritas in veritate, “El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto” (n. 9). Esto exige “una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales” (ibidem, n. 31) del desarrollo.

viernes, 6 de julio de 2012

Brilla el misterio de la Cruz (XIV)

"El mismo Nacimiento del Señor sirvió al Misterio de la Pasión;
el Hijo de Dios no tuvo otro motivo para nacer
que el de poder ser clavado en la Cruz.

En el seno de la Virgen asumió carne mortal;
en la carne mortal se cumplió el plan redentor de la Pasión
y, gracias al plan inefable de la misericordia de Dios,
se hizo que el sacrificio de la redención
fuera para nosotros destrucción del pecado
y comienzo de resurrección para la vida eterna"

(S. León Magno, Serm. 48,1).

miércoles, 4 de julio de 2012

Oración del médico

¿Cómo se dirigirá a Dios un médico católico?

Una plegaria de Pío XII con ocasión del VII Congreso Nacional de la Asociación de Médicos Católicos Italianos (Ecclesia 1957 (I), p. 584) puede ayudar y servir de inspiración para la oración de quienes tienen en sus manos la noble tarea de cuidar, defender y proteger la vida, aliviando sus dolores.

"Oh Médico divino de las almas y de los cuerpos, Redentor Jesús,
que durante tu vida mortal distinguiste con tu predilección a los enfermos,
sanándolos con el tacto de tu mano omnipotente;
nosotros, llamados a la ardua misión de médicos, te adoramos
y reconocemos en Ti a nuestro excelso modelo y sostén.

Mente, corazón y manos sean siempre guiadas por Ti,
de modo que merezcan la alabanza y el honor que el Espíritu Santo
atribuye a nuestro oficio (cf. Ecclo 38).

Acrecienta en nosotros la conciencia de ser, en cierto modo,
tus colaboradores en la defensa y en el desarrollo
de las criaturas humanas
e instrumento de tu misericordia.

Ilumina nuestras inteligencias en el áspero combate
contra las innumerables enfermedades de los cuerpos
a fin de que, sirviéndonos rectamente de la ciencia y de sus progresos,
no se nos oculten las causas de los males
ni nos lleven a engaño sus síntomas,
antes bien, con seguro juicio,
podamos indicar los remedios dispuestos por tu Providencia.

Dilata nuestros corazones con tu amor,
de modo que viéndote a Ti mismo en los enfermos,
especialmente en los más abandonados,
respondamos con infatigable solicitud
a la confianza que ponen en nosotros.

Haz que, imitando tu ejemplo, seamos paternales en compartir el dolor con otros,
sinceros en aconsejar,
diligentes en curar,
incapaces de engañar,
suaves al anunciar el misterio del dolor y de la muerte;
y, sobre todo, que seamos firmes en defender tu santa ley
del respeto a la vida contra los asaltos del egoísmo y de los perversos instintos.


domingo, 1 de julio de 2012

Sugerencia para lectores (IV) - Estás como servidor

Lo tomamos de CNPL (Francia), Proclamar la Palabra, CCS, Madrid 2010, pp. 55-56.

"Tu función es importante, pero no te inquietes:
empieza por hacerlo lo mejor posible;
lo demás irá viniendo poco a poco...

Estás al servicio de la Palabra de Dios

Para que la sagrada Escritura que lees,
se convierta para todos en Palabra de Dios,
es necesario que primero lo sea para ti:
tómate cinco minutos para prepararla y empaparte de ella;
realmente vale la pena.

Lo más importante de una palabra es quien la dice.
Tú lees, pero es Dios quien habla hoy por medio de tu voz;
que toda tu persona lo haga presentir.
Una palabra verdadera, cuando es acogida, suscita el diálogo:
lee pues, de manera que mueva a responder a Dios.

Estás al servicio de la asamblea

Tus hermanos se unen a la oración del sacerdote
hasta el momento del amén:
ora con ellos, no te desplaces hasta entonces.
Para que el libro de las Escrituras se transforme en Palabra,
ábrelo con decisión a la vista de todos, haz que "exista".
Mantente firme en pie; el cuerpo derecho sin rigidez;
las manos sobre el ambón,
así estarás más cómodo y todos lo estarán contigo.
Respira hondo, airea la Palabra:
facilitarás una escucha tranquila y orante.
Espera a que todos estén sentados, en silencio, atentos.
Sólo entonces, toma contacto con la asamblea
por la mirada y comienza:
lee el titulo / mira de nuevo a la asamblea / continúa.