sábado, 30 de junio de 2018

El rostro de un católico santo



Tiempos de confusión. Tiempos de mezclarlo todo, de sincretismo. 

Tiempos de disimular para no destacar ni que a uno lo señalen con el dedo.

Tiempos de “lo políticamente correcto” para ser socialmente aceptado. 



Tiempos de relativismo (“todo vale”, “da igual”, no hay verdades ni existe la verdad, sólo opiniones). 

Tiempos de secularización, donde la fe se queda sólo en sentimiento y se reduce al ámbito de lo privado o íntimo, sin que pueda hacer resonar su voz en las graves cuestiones sociales y políticas, educativas y familiares, tiempos en que nos quieren hacer callar a los católicos. 

Tiempos difíciles, en que tener unos principios firmes y una clara identidad católica es tachado inmediatamente de “fundamentalismo”, “oscurantismo”, de “no ir con los tiempos” exhortándonos a ser “modernos”, “a ser de hoy”, acomodarnos a todo, ir adaptando el Evangelio, la doctrina y la moral según la mentalidad de cada momento, buscando lo cómodo, lo más popular y simpático, lo que queda bien y no cuestiona.

            Tiempos tan complicados y con ausencia de ideas claras y distintas, que compaginamos fácilmente el ser cofrades y no ir a misa y estar en contra de la Iglesia; el ser católicos y defender sin ningún problema de conciencia el divorcio e incluso el aborto y la eutanasia; el ser católicos y romper un matrimonio y una familia; el ser católicos y no cumplir con los principios de la justicia social y de la doctrina social de la Iglesia en los contratos laborales o en el pago de los salarios o en la creación de puestos de trabajo.

jueves, 28 de junio de 2018

Iglesia, belleza, artistas (IV)

Pablo VI continúa el discurso recordando los principios que, sobre el arte sacro, formuló el Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium.

La Iglesia quiere empeñarse en el cultivo y fomento del arte sacro para la gloria de Dios y para el culto divino. Esos mismos principios son orientadores para los artistas.


El arte verdadero posee la cualidad de la belleza, es decir, inspiración y santidad que acercan al Misterio. Es necesaria la técnica, la buena técnica artística, pero también un principio superior: la espiritualidad.

Así concluye este discurso programático de una relación necesaria entre la Iglesia y los artistas, ambos cultivadores de la Belleza auténtica.




"Nosotros, por nuestra parte, nosotros el Papa, nosotros Iglesia, hemos firmado ya un gran capítulo de la nueva alianza con el artista. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, primer documento promulgado por el Concilio Ecuménico Vaticano, tiene una página -espero que la conozcáis- que es, justamente, el pacto de reconciliación y de renacimiento del arte religiosa, en el seno de la Iglesia católica. Repito, nuestro pacto está firmado. Espera de vosotros su refrendo.

Por ahora, por tanto, nos limitamos a algunas indicaciones muy elementales, pero que no os desagradarán.

La primera es ésta: que nos felicitamos de esta Misa del artista y damos las gracias a Monseñor Francia. A él y a todos aquellos que han colaborado y han aceptado su formulación. Hemos visto nacer esta iniciativa, hemos visto su acogida, en primer lugar, por parte de nuestro venerado predecesor el Papa Pío XII, que comenzó a abrirle camino y derecho de ciudadanía en la vida eclesiástica, en la oración de la Iglesia; y por eso nos congratulamos de todo lo avanzado en este terreno, que no es el único, pero que es bueno y se debe seguir. Lo bendecimos y alentamos. Quisiéramos que os llevarais, para todos vuestros colegas y discípulos, nuestra Bendición para este experimento de vida religiosa-artística que una vez más ha hecho percibir que entre el sacerdote y el artista hay una profunda simpatía y una maravillosa capacidad de entendimiento.

martes, 26 de junio de 2018

Sacerdotes íntegramente del Señor


J. GUITTON, Un testimonio para nuestro tiempo: sacerdotes consagrados a Cristo, en L´Osser Rom, ed. española, 1-marzo-1970, p. 1



 "Hace unos días estuve charlando con un obispo ortodoxo ruso del Patriarcado de Moscú y la conversación sobre el celibato de los sacerdotes. El obispo ruso me dijo: "Nosotros ordenamos a veces a personas casadas, pero no permitimos que un sacerdote se case. Autorizamos a los eclesiásticos a trabajar en una fábrica para ganarse la vida, pero deseamos que dejen ese trabajo en cuanto les sea posible. Y queremos que en la fábrica se presenten como sacerdotes. Para nosotros, los ortodoxos, el sacerdocio es una misión sagrada. Por eso, estamos convencidos de que ustedes, los occidentales, los latinos, no hacen bien dejando que el problema del celibato eclesiástico se discuta ante el tribunal de la opinión pública. Nuestra tradición oriental autoriza la ordenación de algunas personas casadas, como también lo han hecho ustedes y lo siguen haciendo en ciertas regiones. Pero tengan cuidado: si separan el sacerdocio del celibato, se producirá una rápida decadencia en occidente. El Occidente no es lo bastante místico como para soportar sin decadencia el matrimonio de los sacerdotes. La Iglesia de Roma -y esto es una gloria para ella- ha conservado durante todo un milenio esta ascesis eclesiástica. Antes de ponerla en discusión debe pensarlo muchísimo".


Un amigo protestante me escribe en el mismo tono: "Este carisma de vuestra Iglesia, el celibato consagrado, es esencial para el ecumenismo. Nosotros, los reformados, tenemos necesidad de él".

lunes, 25 de junio de 2018

Notas sobre la teología (II)

La teología, con su carácter esponsal -pues conduce a Cristo Esposo-, se revela también esponsal respecto al propio teólogo: le reclama por completo, le pide tiempo y paciencia, maduración y sensatez, amor y mucho tiempo tanto de estudio como de contemplación silenciosa.



A veces se califica de "teólogo" a cualquiera, pero habría que clarificar planos distintos:

1) Quien ha cursado estudios de teología con el correspondiente grado académico

2) Quien además ejerce la docencia de alguna/s asignatura/s de teología en un Centro Superior

3) y quien, aparte de lo anterior, es capaz de escribir, publicar, ofreciendo una síntesis teológica, un pensamiento propio y unas aportaciones nuevas, luminosas.

Por eso, teólogos de verdad, en cuanto tales, hay muy pocos, aunque muchos se postulen como "teólogos" para defender más bien su propia ideología. 

sábado, 23 de junio de 2018

La vida eucarística - VI



            La enseñanza de la Tradición ha puesto de relieve en su predicación y enseñanza cómo la Eucaristía había sido ya anunciada de forma velada, oculta, en el Antiguo Testamento, en palabras, en signos y en hechos de la historia de la salvación. Dios había preparado a su pueblo y le había prometido el gran Don de la Eucaristía.

            A la luz de lo realizado por Cristo en la tarde la Última Cena, Cena Pascual, del acontecimiento de la Pascua –muerte y resurrección- y de las comidas pascuales con sus discípulos, la Iglesia ha releído el Antiguo Testamento con una nueva luz. En la Eucaristía está el cumplimiento de lo ya anunciado y profetizado.


     
       Esto es lo que enseñaba la catequesis antigua. El primer dato lo halla en Melquisedec, rey de Salem, que ofrece a Abraham pan y vino. La alusión era clara, el Nuevo Testamento lo desarrollará. Pero también la Tradición encuentra un signo y prefiguración en los panes de la proposición que están en el Santuario del Señor:


“Existían también, en la antigua Alianza, los panes de la proposición; pero, puesto que se referían a una alianza caduca, tuvieron un final. Pero, en la nueva Alianza, el pan es celestial y la bebida saludable, y santifican el alma y el cuerpo. Pues, como el pan le va bien al cuerpo, así también el Verbo le va bien al alma”[1].


            El salmo 22 que la Iglesia canta muchísimas veces en su liturgia, “El Señor es mi pastor”, tiene clara resonancias tanto bautismales como eucarísticas, a tenor del uso litúrgico de la Tradición y de la exposición catequética:


jueves, 21 de junio de 2018

Cristo es Salvador y Señor (El nombre de Jesús - II)


“Hoy os nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,11).


            En la noche de Navidad, los ángeles anuncian a los pastores no el nombre del Niño, sino Quién es ese Niño: ¡es Salvador! Porque hay salvación, existe la esperanza; porque hay salvación, podemos vivir y refugiarnos en la Misericordia frente a nuestra miseria. Siglos y siglos aguardando la salvación prometida y he aquí que aparece en la persona de Jesús, “un niño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre” pero que es, según lo anunciado, “Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe   de la Paz” (Is 9,7).


            “¿Qué les dice el ángel? No temáis. ¿Era grande ese temor? Cuando el ángel estuvo junto a ellos la gloria del Señor les envolvió en su resplandor y quedaron sobrecogidos de gran temor. Por eso él, confortándoles, agregó que no temieran y les libró del miedo al comunicarles el nombre del infante, diciéndoles: He aquí que os traigo una buena nueva, que será de gran alegría para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es el Mesías, el Señor (Lc 2,10-11). ¿Qué dices, oh ángel? ¿Tan grande eficacia tiene el nombre de Jesús? Sí, ciertamente, responde el ángel, pues el nombre de Jesús significa Salvador. Y éste es Cristo el Señor, Dios y hombre, y a la vez poderoso y compasivo. Por eso recomendé a los pastores que tuvieran confianza; y diciendo a José que en el día octavo le impusiera este nombre, hice que resultara fácil para todos el acercarse a aquel que, con su propio nombre, dispuso que se manifestara ya su condición de Salvador”[1].

            ¿Tan necesario era este Salvador que provoca alegría, admiración y entusiasmo? ¿Lo puede seguir provocando cuando pensamos que estamos salvados por nosotros mismos, que, al fin y al cabo, “tan malos no somos” y ni siquiera tenemos conciencia de pecado, del propio pecado, de la propia maldad? ¡Y sin embargo nace por amor para salvar cargando con la Cruz, siendo crucificado y resucitar al tercer día!
 

martes, 19 de junio de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, y IX)

El término final de la paciencia cristiana es aguardar la Parusía del Señor.

Somos un pueblo peregrino que espera el retorno de su Señor en gloria, como Juez de vivos y muertos, término final de la historia, plenitud.


Vivimos, perseveramos en el bien, amamos pacientemente con la caridad sobrenatural -"la caridad es paciente"-, sobrellevamos debilidades y persecuciones, dolores y contrariedades, imitando la paciencia de Dios y la de Jesucristo en su pasión. Somos confortados con los ejemplos de los santos del Antiguo Testamento y, añadamos también, con la paciencia de todos los santos de la historia de la Iglesia que afirman la paciencia en nosotros cuando leemos y conocemos sus vidas.

Y, con paciencia, aquella paciencia con la que salvaremos nuestras almas, san Cipriano señala el objeto último y feliz de nuestra paciencia: la venida gloriosa de Cristo. Así completa san Cipriano este tratado "sobre el bien de la paciencia".

domingo, 17 de junio de 2018

Amar a Jesús, amar la Eucaristía



            En el altar del cielo –Ara Coeli-, la adoración del Cordero místico que narra el libro del Apocalipsis y que tantas representaciones pictóricas y escultóricas han plasmado; en el altar de la tierra, el altar de la Iglesia, el anticipo y preludio de lo que se celebra en el Altar del Cielo: la entrega del Cordero ofrecido en la Eucaristía como alimento y adoración del pueblo cristiano peregrino. 



           El único Altar del Cielo –ara coeli- se hace visible en el altar; un mismo Cordero, una misma oblación y sacrificio: Jesús que se entrega en el altar; Jesús que cotidianamente es ofrecido en la Misa diaria; Jesús que permanece en el Sagrario: presencia verdadera, real y sustancial, que por amor se convierte en alimento de las almas, compañero de camino, confidente de nuestra intimidad y centro y Señor de nuestras vidas.

            “Haced esto en conmemoración mía”: fue el testamentum Domini, su entrega y donación en la Última Cena. Instituyó la Eucaristía transformando el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, no meros símbolos, ni apariencia, ni banquete de amigos expresión de compromiso, ni recuerdo psicológico, sino su presencia real y sustancial. Él mismo se ofrece, se da en comunión y se reserva con amor en el Sagrario. “Oh sagrado banquete –exclama santo Tomás de Aquino en una antífona- en el cual se recibe a Cristo, se renueva la memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”.

            Desde esa institución de la Eucaristía, la Iglesia ha ofrecido cada domingo el sacrificio del altar, y ha convocado a sus hijos para participar en la Misa del domingo, sin la cual no podemos vivir, como afirmaron los mártires africanos de Abitinia en el siglo III ante el tribunal al ser arrestados por celebrar la Misa dominical. Como ellos, y al igual que tantos mártires de ayer y de hoy, y de tantos católicos hoy que en distintos países son perseguidos y encarcelados sólo por ser católicos, nosotros, sin la Eucaristía, no podemos vivir. 

jueves, 14 de junio de 2018

Trazos distintos de la santidad (Palabras sobre la santidad - LV)

El santo es el modelo más acabado del discípulo auténtico de Jesucristo, su exponente más fiel. En el santo se despliega la fuerza transformadora y recreadora del Evangelio que da lugar a un hombre nuevo, que vive de Cristo y en Cristo.

El santo es una muestra de cómo el Evangelio se llega a encarnar tocando todas las fibras de la existencia, elevando lo humano, purificándolo de adherencias y pecados. La existencia cotidiana queda afectada con una huella eficaz y duradera.


Por eso acercarnos al hermoso y multiforme fenómeno de la santidad es comprobar todas las virtualidades del Evangelio, su fuerza, su belleza, su eficacia, su verdad; acercarnos a un santo concreto consigue enseñarnos cómo se vive la vida cristiana sin reducciones, en su máximo esplendor y entrega, en su belleza serena.

La santidad es la concreción máxima y absoluta del Evangelio en una vida concreta, con sus luchas, con sus trabajos, sus esperanzas y también sus debilidades, flaquezas y pecados.

Los santos lo cambian todo desde dentro porque ellos, primero, han cambiado; nada valen las revisiones, los continuos proyectos de reforma o pensar que cambiando leyes, el hombre y el mundo van a ser justos y buenos. Si el corazón no cambia, nada hay que hacer:

"Reformas, sí; pero comenzando por la interior... De nada servirían las reformas exteriores sin esa continua renovación interior, sin ese afán por modelar nuestra mentalidad sobre la de Cristo, de acuerdo con la interpretación que la Iglesia nos ofrece" (Pablo VI, Disc. a los párrocos y predicadores cuaresmales de Roma, 21-febrero-1966).

La santidad es la mejor reforma de las instituciones, del mundo y de la misma Iglesia. Lo otro, lo exterior, degenera en demagogia, populismo y mucha carga ideológica.

martes, 12 de junio de 2018

Sólida vida del laicado católico

Cuando pensemos en el laicado católico, hemos de subir el nivel y la exigencia. Cuanto más bajos los pongamos, menos se crece; cuanto más suscitemos la aspiración a una vida radical de seguimiento de Cristo en el mundo, más se eleva el laicado -y todos, claro-.


Entre estos aspectos, y no es el menor ni el menos importante, está la solidez de una vida espiritual ordenada, metódica, amasada con la oración personal, la adoración eucarística y la vida litúrgica y espiritual.

Junto a la vida espiritual... podríamos añadir una formación cristiana segura, recia, clara. Así podrán dar razón de la esperanza cristiana como también podrán ser transmisores de la fe como buenos educadores, evangelizadores o catequistas.

Un amplio discurso ofrece perspectivas de tal manera que sólo queda cuestionarse y reorientar aquello en lo que se flaquee.



"DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UNA REUNIÓN DE LOS MOVIMIENTOS
QUE SE OCUPAN DE LA ESPIRITUALIDAD DE LOS SEGLARES[1]


Viernes 18 de abril de 1980


...Vuestra reunión reviste importancia particular para la Iglesia, pues la "renovación espiritual" de que vosotros sois signo fecundo entre tantas otras experiencias eclesiales, es el fundamento y la fuerza viva de la comunión de la Iglesia y de su obra de evangelización.

domingo, 10 de junio de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, VIII)

Si en la última catequesis leímos cómo san Cipriano relacionaba los bienes de la paciencia con la caridad, ahora, para recalcar más aún su argumentación, expondrá los males que acarrea la impaciencia.

El impaciente no tiene medida del tiempo, ni de la duración, sino del instante. Sin visión sobrenatural alguna, fuerza todo para que ocurra aquí y ahora sin aguardar ni esperar. Es incapaz de pensar y de amar.


La paciencia es una virtud necesaria para edificar el bien, la impaciencia es una fuerza destructora que arrasa incluso el poco y pequeño bien que acaba de sembrar.

"19. Y para que resplandezcan mejor, hermanos amadísimos, los beneficios de la paciencia, consideremos por contraposición los males que acarrea la impaciencia.

Así como la paciencia es un don de Cristo, así la impaciencia, por el contrario, es un don del diablo; y al modo como aquél en quien habita Cristo es paciente, lo mismo siempre es impaciente aquél cuya mente está poseída por la maldad del demonio.

En resumen, tomemos las cosas por sus principios. El diablo no pudo sufrir con paciencia que el hombre fuese creado a imagen de Dios; por eso se perdió a sí mismo primero, y luego perdió a los demás. Adán, impaciente por gustar el mortal bocado, contra la prohibición de Dios, se precipitó en la muerte y no guardó la gracia recibida del Cielo con la ayuda de la paciencia. Caín, por no poder soportar la aceptación de los sacrificios y ofrendas, mató a su hermano. Esaú bajó de su mayorazgo a segundón y perdió su primacía por su impaciencia en comer un plato de lentejas.

¿Por qué el pueblo judío, infiel e ingrato con los favores de Dios, se apartó del Señor, sino por la impaciencia? No pudiendo llevar con paciencia la tardanza de Moisés, que estaba hablando con Dios, osó pedir dioses sacrílegos, llamando guías de su peregrinación a una cabeza de toro y a un simulacro de arcilla, y nunca desistió de mostrar su impaciencia, puesto que no aguantaba nunca las amonestaciones y gobierno de Dios, llegando a matar a sus profetas y justos y hasta llevar a la cruz y al martirio al Señor.

La impaciencia también es la madre de los herejes; ella, a semejanza de los judíos, los hace rebelarse contra la paz y caridad de Cristo y los lanza a funestos y rabiosos odios. Y para no ser prolijo: todo lo que la paciencia edifica con su conformidad en orden a la gloria, lo destruye la impaciencia por la ruina.


20. Por tanto, hermanos amadísimos, una vez vistas con atención las ventajas de la paciencia y las consecuencias de la impaciencia, debemos mantener en todo su vigor la paciencia, por la que estamos en Cristo y podemos llegar con Cristo a Dios.

Por ser tan rica y variada, la paciencia no se ciñe a estrechos límites ni se encierra en breves términos. Esta virtud se difunde por todas partes, y su exuberancia y profusión nacen de un solo manantial; pero al rebosar las venas del agua se difunde por multitud de canales de méritos y ninguna de nuestras acciones puede ser meritoria si no recibe de ella su estabilidad y perfección. 

La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pensar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de las pasiones, reprime el tono del orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres, protege la santa virginidad de las doncellas, la trabajosa castidad de las viudas, la indivisible unión de los casados.

La paciencia mantiene en la humildad a los que prosperan, hace fuertes en la adversidad y mansos frente a las injusticias y afrentas. Enseña a perdonar enseguida a quienes nos ofenden, y a rogar con ahínco e insistencia cuando hemos ofendido. Nos hace vencer las tentaciones, tolerar las persecuciones, consumar el martirio. Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, la que levanta en alto nuestra esperanza, la que encamina nuestras acciones por la senda de Cristo, para seguir los pasos de sus sufrimientos. La paciencia nos lleva a perseverar como hijos de Dios imitando la paciencia del Padre".

viernes, 8 de junio de 2018

¡Corazón de Cristo!



¡Corazón de Cristo, fuente de vida y santidad, delicia de todos los santos!

            Llena de tu amor a tu Iglesia, a tu Esposa: hazla cada día más inmaculada y santa, “sin mancha ni arruga” (Ef 5,27), para que testimonie y manifieste tu amor. Que tu Iglesia sea una: que en Ella no existan divisiones, que no haya lugar para la rivalidad y el enfrentamiento entre carismas, espiritualidades, movimientos; que no haya ambiciones ni deseos de protagonismo que minan la credibilidad, ni el arribismo en aras de conseguir privilegios o puestos de importancia, el “intento de llegar ‘muy alto’, de conseguir un puesto mediante la Iglesia: servirse, no servir... llegar a ser importante, convertirse en un personaje; la imagen del que busca su propia exaltación y no el servicio humilde de Jesucristo” (BENEDICTO XVI, Hom. Ordenac. Sacerdotal, 7-mayo-2006). ¡Reine el amor en tu Iglesia, reine tu mismo amor! Así tu Iglesia, con la sencillez de la caridad cristiana, pobre, humilde y libre, servirá mejor al hombre de hoy, en los nuevos desiertos en que vive. Haznos disponibles para “conservar y acrecentar la virtud pastoral de la Iglesia, que la presenta, libre y pobre, en el comportamiento que le es propio de madre y maestra, amorosísima con sus hijos fieles, respetuosa, comprensiva, mas cordialmente invitante con aquellos que aún no lo son” (PABLO VI, Disc. en el rito de coronación, 30-junio-1963)..

            ¡Corazón de Jesús! Mira a tus sacerdotes que son escogidos por Ti con amor de predilección; haz que sean “pastores según tu corazón, que apacienten a tu pueblo con saber y acierto” (Jr 3,15), con un corazón indiviso, llenos de celo apostólico, con cierta y comprobada caridad pastoral, que amen a su rebaño, a sus fieles, y se entreguen a ellos, se gasten y desgasten por ellos sin buscar otra cosa que el bien de las almas y tu gloria, que “no vincula las personas a nuestro pequeño yo privado, a nuestro pequeño corazón, sino que, por el contrario, les hace sentir el corazón de Jesús, el corazón del Señor... un conocimiento que no vincula la persona a mí, sino que la guía hacia Jesús, haciéndolo así libre y abierto” (BENEDICTO XVI, Hom. Ordenac. Sacerdotal, 7-mayo-2006). Haz, Señor, que tus sacerdotes te amemos cada día más; con mayor unción y delicadeza celebremos la Santa Misa, promovamos el culto eucarístico y la adoración a tu Cuerpo, siendo nosotros los primeros en estar contigo en el Sagrario, reparando e intercediendo por tu pueblo, “permaneciendo con frecuencia en oración de adoración [eucarística] y enseñándola a los fieles” (cf. BENEDICTO XVI, Disc. al clero, Varsovia (Polonia), 25-mayo-2006); que con perseverancia estemos en el confesionario todos los días para dispensar tu misericordia, como nos exhortaba el papa Benedicto: “servid a todos; estad a su disposición en las parroquias y en los confesionarios” (Discurso al clero, Varsovia (Polonia), 25-mayo-2006); que pongamos todo empeño, cuidado, preparación y solicitud en la predicación, sea cual sea, transmitiendo la sana doctrina.

miércoles, 6 de junio de 2018

¡Corazón de Jesús!



¡Corazón de Jesús, en quien habita corporalmente la plenitud de la divinidad, ten misericordia de nosotros!

          Grande es tu amor, Señor; tan grande e inconmensurable, que te has hecho uno de nosotros, igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. De esta forma, Jesús, asumes todo lo humano y lo redimes; más aún, has hecho una auténtica experiencia humana para poder sanar de raíz nuestro corazón, siempre inclinado al pecado, y elevarnos a Ti, haciéndonos participar en la naturaleza divina.

            Tu Corazón, Señor, es el centro de toda tu Persona; la sede de la voluntad y de los sentimientos más nobles y puros; entrar en tu Corazón es penetrar en tu Persona misma, en tu misterio, en tus entrañas de misericordia; asomarnos a tus llagas, cuales ventanas, es ver la riqueza desbordante de tu personalidad: todo amor, amor hecho Carne, amor humanado en tu santa Encarnación; amor recio y nada pueril, que ama hasta el extremo de dar tu vida por nosotros, por todos y cada uno de nosotros. “¡No hay mayor amor que quien da la vida por sus amigos!” (Jn 15,33). ¡Qué decisivo y vinculante poder decir: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20)!

            En ti “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2,9) y, al mismo tiempo, en tu santa humanidad, “amaste con corazón de hombre” (GS 22).

            El secreto del cristianismo no radica en una moral o en un pensamiento o ideologías; el secreto del cristianismo es dejarse fascinar por Ti, entusiasmarse por Ti, vivir en el asombro de tu amor, compartir la vida contigo. El secreto y la fuerza misma del cristianismo es tu Corazón: de aquí nace la verdad de la fe, la pasión y el amor por Ti y los hermanos, la entrega de la vida a Ti en el servicio a la Iglesia; el apostolado, el sacrificio, la oración. “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).

martes, 5 de junio de 2018

Mecanismos de la Providencia (León Bloy)

Dios actúa sin parar -"Mi Padre siempre trabaja" (Jn 5,17)-, su plan de salvación y santificación no se derrumba por nada y así podemos vivir confiados: "hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados" (Lc 12,7).

La Providencia de Dios es constante, aunque misteriosa; a veces es desconcertante por los caminos elegidos que parecen incluso alejarse de su fin. "¿Por dónde nos lleva Dios?" -ésa es la pregunta del hombre sorprendido por unos planes de la Providencia que no son rectilíneos casi nunca.


Y viene a nuestra ayuda, aunque sólo lo reconocemos a largo plazo y no cuando estamos en la sorpresa del camino de Dios, la frase paulina: "A los que aman a Dios, todo les sirve para el bien" (Rm 8,28).

O sea, todo, hasta lo aparentemente malo, o incluso lo que es malo en sí, Dios puede transformarlo y sacar un bien.

domingo, 3 de junio de 2018

Notas sobre la teología (I)

En un curso de doctorado, descubrí a Louis Bouyer, un teólogo de amplia mirada, producción riquísima, pero que ha pasado desapercibido y no se le ha concedido el realce necesario, aunque en su tiempo contó con la amistad y la alta valoración de teólogos tales como Ratzinger, Balthasar, De Lubac.

Tanto éstos como el mismo Bouyer, se preocuparon todos por reflexionar sobre el hecho mismo de la teología, su naturaleza, su misión, sus límites, su grandeza, su vocación.


Así la teología recibe una adecuada valoración en unos momentos de "pensamiento débil" (niega que podamos conocer la Verdad) y de anti-intelectualismo (exaltando sólo lo emotivo, lo sentimental, y en el orden eclesial, lo "pastoral" mal entendido).

El teólogo recibe una llamada del Señor por medio de la Iglesia para adorar, pensar, reflexionar, escribir, enseñar, publicar... como un servicio, un ministerio, para la fe del pueblo cristiano. No, no pierde el tiempo. La teología es una vocación y vocación exigente.

Bouyer así lo piensa -como Balthasar, como Ratzinger, etc.- y lo expone. ¿Cómo es este oficio-servicio del teólogo? Sabrosas reflexiones nos lega Bouyer que merecen ser leídas varias veces, pausadamente, y asimiladas tras pensarlas: