miércoles, 30 de diciembre de 2015

Los orígenes de Navidad; algo (poquito) de historia

Seguramente, todos hemos escuchado una explicación simple de porqué la Navidad es el 25 de diciembre. En el Evangelio no se señala ni qué mes ni en qué estación del año. Pero Roma hizo un intento audaz: cristianizar las fiestas paganas del Sol Invicto; situó el nacimiento de Cristo ahí, mostrando que Cristo es el verdadero Sol. Esto ocurrió a principios del siglo IV. Esta explicación es la más difundida y la más conocida.


            En Oriente, la fiesta de la luz se celebraba el 6 de enero, y ahí se situó, en la Fiesta de las Luces, el Nacimiento y la Epifanía del Señor. Aún hoy, las santas Iglesias Ortodoxas, celebran su Navidad el 6 de enero en vez del 25 de diciembre. Unen tres grandes signos –los veremos más adelante despacio-: la adoración de los magos, el Bautismo y las bodas de Caná.

            Pero hay otra explicación, más simbólica, más hermosa y puede que más histórica. Vamos al 25 de marzo. El 25 de marzo, según tradiciones muy antiguas de la Iglesia, trasvasando calendarios y cómputos judíos, fue el día del inicio de la creación, el día de la Encarnación del Verbo y el día de la muerte de Jesús en la cruz. Es día grande, día de inicio, de Pascua y de Vida.


lunes, 28 de diciembre de 2015

Dramatización y religiosidad en la Navidad



Hubo un tiempo en que los grandes conceptos de la Navidad parecían demasiados elevados al pueblo cristiano para entenderlos y vivirlos: intercambio, admirable comercio de la Encarnación, desposorio con la humanidad, etc.


            Aquello había que visualizarlo de algún modo, dramatizarlo. Sólo así se vería y conmovería, movería el sentimiento. Esto va a ocurrir en la Edad Media (con la devoción afectiva hacia Jesús). Se prestará más atención a la humanidad de Jesús para mover la afectividad: el pesebre, un Niño, unos pastores, etc. Hay que “ritualizar” la escena, que entre por los ojos y que dé devoción.

            Comenzó la representación del Belén: S. Francisco de Asís lo representó en Greccio, en 1223. Despierta ternura y emoción.

sábado, 26 de diciembre de 2015

"Puer natus nobis" (teología de la Navidad)



“Puer natus est nobis”: “Un niño nos ha nacido” (Is 9,5). “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” se cantó en el salmo responsorial de la Misa de medianoche. Aquí llega y se ofrece a la Iglesia el Misterio fascinante y estremecedor de la Navidad, para su celebración, su contemplación, su gozo, su deleite. Bajo la forma oculta y velada, bajo el signo de un Niño recién nacido y envuelto en pañales, se oculta la Belleza de Dios, el mismo Dios. 



La Belleza elige la vía de la sencillez en las formas para darse a los hombres, mostrando así su esplendor. La divinidad entra en la historia de los hombres haciéndose hombre, Jesucristo, igual en todo a nosotros, excepto en el pecado que desdice y desfigura la Hermosura divina. En Belén, pequeña aldea, en un pesebre, se produce la manifestación de la Bondad y Belleza divinas, de la condescendencia misericordiosa de nuestro Dios, “visitándonos el Sol que nace de lo alto” (Lc 1,78).

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Dios entra en la humanidad desde lo humano mismo; la Palabra creadora y eficaz de Dios toma carne, asume la humanidad, se producen los esponsales de la humanidad y la divinidad, ya indisolubles para siempre, y así Dios sale al encuentro del hombre para abrazarlo con ternura, envolverlo con su misericordia, curar sus heridas, hacerle partícipe de su divinidad. 

Sí. ¡Dios sale al hombre del hombre! ¡Paradojas divinas!: el Eterno entra en el tiempo, el Inmutable se hace pasible, el Infinito se torna mortal, el Inabarcable toma carne, por obra del Espíritu, en el seno virginal de Santa María, Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios. “¡Admirable intercambio!” cantará una y otra vez la liturgia navideña, y así, “conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible” (cf. Prefacio de Navidad I).

Resulta, pues, la Encarnación el inicio del Misterio Pascual del Señor, el eje de comprensión del misterio cristiano: no es el resultado de una conquista del Absoluto por el hombre y de una consumación natural de la historia del mundo, sino del amor condescendiente y humillado de Dios; el amor de Dios precede, suscita y funda la gloria del hombre. “La Gloria de Dios es la vida del hombre, y la vida del hombre es la visión de Dios” (S. Ireneo). Se ha llegado a la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4) por el Hijo encarnado; la humanidad queda redimida y elevada, según el designio salvador de Dios: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para ser santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1,4). 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Las Misas del día de Navidad




            Si vemos el Misal, nos encontraremos un caso único. Existen:

1)      Misa vespertina de la Vigilia (el 24 de diciembre por la tarde)

2)      Misa de medianoche

3)      Misa de la aurora (al amanecer del día 25)

4)      Misa del día.


  
Cada una de las Misas tiene sus oraciones propias y sus propias lecturas. ¿De dónde viene esto? ¿Tres misas el mismo día 25, según la hora en que se celebre? 

Pues viene de las costumbres de la Iglesia de Roma y del Papa en el siglo VI.

  • La primera Misa estacional del Papa es en la Basílica de San Pedro. Es la “Misa del día”.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El camino a Cristo es la Virgen María

Imbuidos del espíritu de estas ferias mayores de Adviento, donde la figura, la presencia y la misión de la Santísima Virgen están tan presentes, seamos catequizados en el sentido espiritual que posee la intervención de la Virgen María en la historia de la salvación.

Ella es la Madre, la colaboradora; Ella es el camino a Cristo. Con Ella vivimos el Adviento y de su mano, muy especialmente, las ferias mayores para intensificar nuestra adecuada preparación interior al nacimiento del Salvador.



                "Esta audiencia en las proximidades de la Navidad no nos permite pensar en otra cosa ni hablar más que del gran hecho, del gran misterio de la Encarnación, del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, dos veces engendrado, como decía una inscripción en la antigua basílica de San Pedro: sin madre en el cielo, sin padre en la tierra, es decir, Hijo eterno de Dios Padre e Hijo en el tiempo de María, uno en la Persona Divina del Verbo, que asocia a su divinidad la humanidad de Jesús, el Hombre Dios, nuestro Salvador, nuestro Maestro, nuestro Hermano, sacerdote sumo entre cielo y tierra, centro de la historia y del universo. Quien advierte la realidad de este acontecimiento no puede ocuparse de otra cosa; y cuanto más supera nuestra capacidad de comprensión tanto más atrae y empeña nuestra avidez de contemplación; todo en Cristo se concentra, todo se ilumina. Y la gran maravilla es, después, ésta: que cada uno de nosotros está interesado en el hecho prodigioso; nos afecta personalmente y no de modo accidental y fortuito, sino de modo esencial; nuestro destino está ligado con el acontecimiento; ninguno de nosotros puede prescindir de la relación que el nacimiento de Cristo establece entre Él y cada uno de nosotros.

Punto focal del misterio

                Pero no es éste el momento para detenernos en semejante meditación, de la que nos basta aquí el recuerdo para exhortaros a buscar en la próxima celebración de la dulcísima fiesta lo que constituye su punto focal; es decir, el misterio de la venida de Cristo entre nosotros. Son tantas las cosas exteriores que adornan y embellecen la Navidad que a menudo su significado verdadero se nos queda escondido, de modo que lo que hemos acumulado de fiestas, de ritos, de luces, de cánticos, de regalos, de comida, de juegos en torno a la Navidad para gustar de ella su serena belleza termina a veces por obstaculizar el gozo de su valor espiritual. Este hecho, nos parece, tiene una explicación indulgente y legítima: si el Señor, pensamos, ha venido a este mundo, a nosotros, pequeño y pobre, que también Él participe de nuestra escena terrena, es decir, que podamos ir a Él por los senderos comunes de nuestra experiencia y vida sensible; la majestad y la infabilidad de Dios nos son veladas por nuestra semblanzas humanas; su humanidad nos ha librado del temor y de la fatiga de buscar por vías angélicas, más altas y difíciles, el encuentro con Él. Célebre es a este propósito la frase del gran doctor de la Encarnación San León Magno: El Hijo de Dios, “invisibilis suis, visibilis est factus in nosotros”, invisible por su naturaleza, se ha hecho visible en la nuestra (Sermón 22,2; PL 54, 195). Grande cosa es ésta; quiere decir que toda nuestra expresividad humana, lógica, sentimental, simbólica, artística, popular… puede servir, bien usada, al lenguaje religioso, sin profanar lo sagrado; es ésta la justificación teológica del aparato exterior litúrgico, del arte y, en nuestro caso, de la brillantez navideña y especialmente del belén.

sábado, 19 de diciembre de 2015

El salmo 71, leído en Adviento: ¡habla de Cristo!

Leído en el clima del Adviento, lleno de esperanzas, donde resuenan las promesas de los profetas, el alma se ensancha y desea ya la venida inmediata de Jesucristo Salvador, el salmo 71, que tanto se canta en la liturgia de estos días, está refiriéndose clarísimamente a Jesucristo.

Sabemos de sobra que todos los salmos hablan de Cristo veladamente, pero algunos parecen que no es velada, sino clarísimamente.



Si hacemos una paráfrasis sencilla del salmo 71, veremos hasta qué punto estamos hablando de Jesucristo, de su venida y del deseo que tenemos de que llegue. Entonces, al cantarlo en la liturgia, gozaremos hablando de Cristo y deseando su venida gloriosa.


Dios mío, confía tu juicio a Cristo rey,
tu justicia al hijo de reyes, a Jesús Hijo de David,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Santiguarse, signarse... participando en la liturgia


            Desde casi los orígenes cristianos, la cruz se incorporó como un signo eminentemente cristiano para los fieles en la liturgia. Eran marcados en la frente con la señal de la cruz al inicio del catecumenado, indicando ya un primer grado de participación en Cristo y en la vida cristiana. Los fieles trazarán por devoción la señal de la cruz en sus frentes con mucha frecuencia[1].

  
          Aún hoy la entrada en el catecumenado –según el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos- está marcada por la señal de la cruz en la frente del catecúmeno, y si parece oportuno, en los oídos, ojos, boca, pecho y espalda: “Recibe la cruz en la frente: Cristo mismo te fortalece con la señal de su caridad. Aprende ahora a conocerle y a seguirle” (RICA 83)[2]. En el bautismo de párvulos, síntesis de todos los ritos catecumenales y bautismales de adultos, se les dice: “La comunidad cristiana os recibe con gran alegría. Yo en su nombre os signo con la señal de Cristo salvador” (RBN 114).

            La cruz será la señal en la frente de los elegidos[3]; con la cruz somos crismados para recibir, por esta señal, el Don del Espíritu Santo, como se realiza en el rito de la Confirmación (RC 34). Por la cruz nos vienen todos los bienes, toda gracia.


jueves, 17 de diciembre de 2015

Las antífonas de la "O"



Un elemento simpático y muy popular fueron las antífonas de la “O”, una para cada feria mayor del Adviento.

Son las antífonas del Magníficat en el canto de las Vísperas. El pueblo cristiano –no sólo los monjes y monjas o los canónigos en la Catedral- acudían a Vísperas por la tarde (la Misa se celebraba entonces sólo por la mañana). Cuando se entonaba el inicio de esta antífona, con la “O” inicial, se tocaban las campanillas o la campana grande del campanario durante la antífona, el Magníficat y su repetición final; la voz del cantor se alargaba con varias notas en esta “O”: era un momento alegre que anunciaba la cercanía ya de la Navidad. Era un honor entonar la antífona: lo hacía el de mayor dignidad en el Cabildo Catedral o alguno de los principales responsables del Monasterio.

Con esto se entiende la importancia que se le daba, su alegría y también la popularidad que gozaban entre los fieles cristianos.

            Para situarnos mejor, veamos el texto de estas antífonas:


17 Diciembre: “Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!”

18 Diciembre: “Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder de tu brazo!”

19 Diciembre: “Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más!”

20 Diciembre: “Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte!”

21 Diciembre: “Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!”

22 Diciembre: “Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra!”

23 Diciembre: “Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!”

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Una catequesis de Navidad

Antes de que el espíritu se disperse en mil afanes, y la Navidad del Señor se pueda perder en comidas y reuniones, hemos de prepararnos bien para celebrar santamente y vivir con devoción los grandes Misterios de la salvación que se inician con el Nacimiento de Cristo.


Este tiempo de Navidad, ya próximo, es tiempo del Señor y para el Señor y nada debe impedirnos o dificultar nuestra participación en las celebraciones litúrgicas, que no deben postponerse a otras citas, sino entrar en el Misterio sabiendo bien, con claridad y precisión, el alcance salvador que la Navidad contiene y comunica.

La Natividad de Jesucristo posee un alcance existencial para nosotros, dice algo para nosotros, entrega algo de sumo valor para nuestra vida. Acojamos al Señor que viene y dejémonos ahora catequizar con tranquilidad para que la Navidad de Cristo no se nos pierda ni difumine en sus contornos.

"Me complace darles la bienvenida en la Audiencia general, a pocos días de la celebración de la Natividad del Señor. El saludo que recorre en estos días los labios de todos es “¡Feliz Navidad! ¡Saludos por las buenas fiestas navideñas!” Verifiquemos que, también en la sociedad actual, el intercambio de los saludos no pierda su profundo valor religioso, y la fiesta no sea absorbida por los aspectos exteriores, que tocan las fibras del corazón. Efectivamente, los signos externos son hermosos e importantes, siempre que no nos distraigan, sino que nos ayuden a vivir la Navidad en su verdadero sentido --aquello sagrado y cristiano--, de modo que tampoco nuestra alegría sea superficial, sino profunda.

Con la liturgia navideña la Iglesia nos introduce en el gran Misterio de la Encarnación. La Navidad, en efecto, no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; es también esto, pero es más aún, es celebrar un Misterio que ha marcado y continua marcando la historia del hombre –Dios mismo ha venido a habitar en medio de nosotros (cfr. Jn. 1,14), se ha hecho uno de nosotros--; un Misterio que conmueve nuestra fe y nuestra existencia; un Misterio que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, en particular en la Santa Misa.

martes, 15 de diciembre de 2015

Un gran Médico para el hombre

Un gran Médico nos visita, Jesucristo, ante cuya mirada las enfermedades y las llagas quedan al descubierto, y ante quien el enfermo ve renacer la esperanza.

Un gran Médico con poder y eficacia en su palabra, que cura y salva, es lo que descubrimos en la persona del Salvador.


Nada se resiste a su poder. Viene a salvar, es decir, por analogía, a curar al hombre en su integridad pues enfermo está: la mayor enfermedad, el pecado y sus consecuencias de decrepitud, debilidad.

Salvar es algo más que un acto jurídico o una sentencia del tribunal absolviendo. Más bien habría que entender la salvación como la recuperación total del hombre caído, herido y debilitado, restableciendo el equilibrio vital, aquel que se perdió por el pecado original. 

sábado, 12 de diciembre de 2015

"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro" (y II)

Continuamos con el artículo de G. Cottier en Communio, ed. francesa, IX, 4- julio-agosto 1984, pp. 4-9. 

Planteada la espera humana y la esperanza teologal, garantizada por Dios, infundida por Dios, otorgándonos una certeza irrebatible, había que plantearse las esperas humanas, o las esperanzas humanas, iluminadas por la esperanza sobrenatural, y los sustitutos que, a modo de compensaciones, han surgido a la esperanza teologal. Estos han sido los humanismos ateos, las ideologías y utopías.


Si leemos atentamente, y reflexionamos, con este artículo además de orientar correctamente nuestra esperanza en Dios, que da vida eterna, podremos comprender mejor la realidad que se vive en Occidente, de desencanto y frustración, limitándose a los confines experimentables.


"Aquí nos encontramos el desafío de las grandes ideologías contemporáneas y su mesianismo ateo. ¿No es precisamente en el nivel de la esperanza donde se desarrolla hoy el combate de la fe y de la idolatría? 

En la medida en que la esperanza humana hace de su objeto un absoluto, entra en un conflicto inevitable con la esperanza cristiana. Las ideologías ateas modernas responden a una doble inspiración: una confianza casi ilimitada en el poder técnico del hombre y el desvío de la aspiración, que viene de la herencia judeocristiana, en los cielos nuevos y en la tierra nueva, hacia objetivos puramente terrestres y políticos. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

Participar (en la liturgia) recibiendo un sacramento


            Los sacramentos son preciosos y humildes tesoros[1], dones del Señor, que se nos dan para vivir en gracia, para santificarnos. No los tomamos por nosotros mismos, se nos dispensan, se nos entregan, para que los recibamos como un Don.

            La santa liturgia por ello tiene como protagonista central a Jesucristo que nos comunica, por su Misterio pascual, su propia vida, y por protagonista también al Espíritu Santo, que se derrama abundantemente en cada sacramento con gracias y efectos distintos. Todo en la liturgia debe estar al servicio de ese protagonismo central de Jesucristo y del Espíritu Santo, cediendo a la tentación de usurparlo.

            El peligro ya difundido es querer hacer de la liturgia un acto, con tono catequético, lúdico, distraído, donde al final es la propia comunidad la que se celebra a sí misma; es el hombre el que se pone en el centro de la liturgia, desplazando a Cristo y su Espíritu. Eso se muestra cuando la liturgia olvida su sacralidad, devoción, espiritualidad, y adopta las formas de fiesta humana, de intervenciones, de creatividad, sin un hondo espíritu religioso, de fe, de adoración. No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia” (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 11-junio-2009).

            Centro de la liturgia y autor indiscutible es Jesucristo y su Espíritu Santo, y debe ser bien visible; el pueblo cristiano reconoce su señorío y, con estupor, contempla cómo se da en cada sacramento.

  

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Algo de los orígenes del Adviento



Adviento es un tiempo litúrgico entrañable, lleno de esperanza. Sirve para prepararnos a la segunda venida de Cristo al final de los tiempos (¡y que nos pille despiertos en la vida!) y para prepararnos también a la inmediata Navidad, memoria y celebración de su primera venida.



            La palabra “Adviento” –viene del latín- significa “venida”, “la llegada”. Pero la venida y la llegada de Alguien grande, importante, que todo el mundo sale a recibir y aplaudir: como al Emperador romano o a un general con sus legiones después de ganar batallas importantes. ¡Con razón llamamos “Adviento” a la venida de Alguien más grande y mejor: Jesucristo!

            El Adviento comenzó a finales del siglo IV en España y Galia que seguían el rito hispano-mozárabe, y duraba seis semanas. También en Milán, con el rito ambrosiano, surgió un Adviento de seis semanas (así dura hasta hoy). 

domingo, 6 de diciembre de 2015

"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"

La esperanza es una virtud teologal preciosa, serena y dulce. Sobre ella necesitamos ser formados, conocerla, para que, ya que se nos infundió gratuitamente en el bautismo, la podemos desarrollar en nosotros.

¿Qué esperamos? Lo grande y lo definitivo, aquello que orienta al hombre de modo completo. Lo decimos en el Credo: "espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro". Esa esperanza es la que ilumina toda la vida.


Veamos algo del contenido de la virtud de la esperanza con una síntesis del artículo de G. Cottier en Communio, ed. francesa, IX, 4- julio-agosto 1984, pp. 4-9.


"La noción de esperanza teologal es la única capaz de explicar, sin separarlos ni oponerlos, sino relacionándolos, los dos aspectos de la esperanza que son la espera individual de la bienaventuranza (los medios que la permiten y los bienes que promete) y la espera de la Iglesia en tensión hacia los fines últimos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

El ejercicio de la teología en von Balthasar (I)

El 23 de junio de 1984, el teólogo Hans Urs von Balthasar recibió de manos del papa Juan Pablo II el Premio internacional "Pablo VI" por su contribución a la teología. Fue todo un reconocimiento a su trayectoria teológica, tan llena de eclesialidad.

El discurso pronunciado por Juan Pablo II fue una presentación de qué es la verdadera teología y cuál la contribución de von Balthasar al pensamiento católico, como verdadero teólogo.



Con este discurso podemos entonces comprender y captar qué es la teología y cuál la aportación de Balthasar que vivió de esa forma elevada, contemplativa, orante, obediente, la teología:


"Queridos hermanos y hermanas:

1. Estoy verdaderamente contento de acogeros y saludaros en el nombre del Señor. “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo” (2Ts 1,2). Estas palabras de san Pablo las repito con ánimo alegre a cada uno de vosotros que participáis en este significativo encuentro, el cual pretende honrar la cultura religiosa mediante la entrega de un premio a quien, con su obra, ha dado a tal cultura una contribución de relieve notable y reconocido.

Nos encontramos, en esta solemnidad de san Juan Bautista, con el recuerdo de mi inolvidable predecesor Pablo VI, que desde los comienzos del servicio como pastor de la Iglesia universal me ha complacido llamar “mi verdadero padre” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 4) para indicar públicamente qué profundo afecto me liga a su memoria. Nuestro pensamiento en este momento retorna a él y a los años de su pontificado, con sentimientos inmutables de admiración y de gratitud por cuanto él hizo al guiar la mística barca de Pedro.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los domingos del tiempo de Adviento



"El tiempo de Adviento comienza con las primeras Vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras Vísperas de Navidad. Los domingos de este tiempo se denominan domingo I, II, III, IV de Adviento. Las ferias del 17 al 24 de diciembre, inclusive, tienen la finalidad de preparar más directamente la Navidad" (Instrucción Calendario Romano, ns. 39-42).


Los domingos de Adviento tienen cada uno su propio tono: lo marcan los textos de la liturgia y las lecturas bíblicas. No suelen tener, en el rito romano, un nombre propio cada domingo, simplemente se les denomina “I Domingo de Adviento”, “II Domingo…”, etc. Claro que a lo largo del año hay excepciones; una excepción es el “III Domingo” de Adviento que se llama “Domingo de Gaudete”, porque el Introito, la antífona de entrada, que es el verdadero y propio canto de entrada, es un texto paulino: “Estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4), que en latín es “Gaudete”, “Alegraos”.

            * El primer Domingo de Adviento está marcado por un tema fundamental: la vuelta gloriosa del Señor (: Parusía) como Señor y Juez, y los cielos nuevos y la tierra nueva. Las lecturas en los tres ciclos A, B y C, subrayan la venida del Señor y la vigilancia cristiana; citemos sólo los evangelios:

            -ciclo A: “Estad también vosotros preparados” (Mt 24,37-44).
            -ciclo B: “Mirad, vigilad, pues no sabéis cuando es el momento” (Mc 13,33-37).
            -ciclo C: “Se acerca vuestra liberación” (Lc 21,25-28.34-36).

            Los textos de la Misa van en consonancia y dicen. “Aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno” (Oración colecta) y se proclamará en el prefacio III: “Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y de gloria sobre las nubes del cielo”.


            * El segundo y tercer Domingo de Adviento están marcados por la presencia de san Juan Bautista. Parece un antiguo profeta, con un estilo de vida muy austero, llamativo. Su misión es provocar. Crea expectativa. Su mensaje es claro: el Mesías va a llegar y hay que estar preparados: ¡Convertíos ya! Despierta las conciencias. Exige vivir la justicia.

            Éstos son los evangelios del II Domingo: