domingo, 30 de septiembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, VI)

Al estudiar la paciencia, llega san Agustín a definiciones que calibran bien cómo es esta virtud y a qué objetos se refiere para que así la vivamos.

La paciencia de los justos demuestra y señala para nosotros, cristianos, qué es esta virtud, y es necesaria para vivir justa y santamente, como advertimos en sus vidas. Nadie será santo sin la paciencia, nadie será justo sin ser paciente.

Pero siendo un don de Dios, viene por su acción gratuita y generosa en nosotros, ya que por nosotros mismos, guiados sólo por nuestra voluntad, la concupiscencia rápidamente nos arrastrará hacia la impaciencia. Nuestra voluntad está debilitada por el pecado original y sus consecuencias, dramáticas, en nuestro ser personal. 

Pidamos el don de la paciencia deseándolo de veras.


"CAPÍTULO XIV. La paciencia de LOS JUSTOS
 
11. Oigan, pues, los santos los preceptos de paciencia que da la Escritura santa: “Hijo, al entrar al servicio de Dios, mantente en justicia y temor, y prepara tu alma para la tentación. Humilla tu corazón y aguanta, para que, al final, florezca tu vida. Acepta todo lo que te sobrevenga, aguanta en el dolor y sé paciente con humildad. Porque reprueba a fuego el oro y la plata, pero los hombres se hacen aceptables en el camino de la humillación” (Eclo 2,1-5). Y en otro lugar se dice: “Hijo, no decaigas en la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él. Pues al que Dios ama, le castiga; y azota a todo hijo que le es aceptable” (Prov 3,11-12). Aquí se dice “hijo aceptable” como arriba se dijo “hombres aceptables”. Pues es muy justo que los que fuimos expulsados de la felicidad primera del paraíso, por una apetencia contumaz de las delicias, seamos aceptados de nuevo por la paciencia humilde de los trabajos. Hemos sido fugitivos por hacer el mal, pero seremos acogidos por padecer el mal. Porque allí delinquimos contra la justicia, y aquí sufrimos por la justicia.

viernes, 28 de septiembre de 2018

"Al nombre de Jesús..." (El nombre de Jesús - VI)


“Al nombre de Jesús toda rodilla se doble...” (Flp 2,10).

            En la Carta a los Filipenses hay un himno cristológico que revela con suma claridad el contenido del nombre de Jesús, su propio ser y su misión. “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. 


            Jesús no es un mero hombre que en un determinado momento fuese “adoptado” por Dios como hijo suyo. Es Dios de Dios; es la Palabra creadora, “y la Palabra era Dios” hasta que, en la humildad de su Encarnación, “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Tomó la condición de esclavo porque se hizo siervo, Siervo de Dios, Cordero de Dios que va a cargar sobre sí el pecado del mundo para destruirlo en la cruz. Pasó por uno de tantos: su humanidad era plena, tenía inteligencia, voluntad, y alma humanas; hombre igual que nosotros excepto en el pecado (porque el pecado no es humano sino lo que deshumaniza). Pasó por uno de tantos: tenía sed, se cansaba, sufría, amaba, gozaba, reía, lloraba, trabajaba... hasta el punto de que muchos desconfiaran de Él: “¿De dónde le viene a este esa sabiduría? ¿No es el hijo del carpintero?” (Mt 13,54-55). 

             El concilio Vaticano II lo formula preciosamente: 

“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22).

martes, 25 de septiembre de 2018

El estilo moral del cristianismo (y III)



            Si éste es el camino de la luz, el camino del bien y de la verdad, que marca lo positivo en la vida cristiana, por contraste, hemos de saber cuál es el camino de las tinieblas, el camino del mal, que desemboca en el abismo.


           Nada de este camino del mal nos es lícito:

            “Por el contrario, el camino de la muerte es éste: ante todo, es malo y lleno de maldición: asesinatos, adulterios, pasiones, fornicaciones, robos, idolatría, magia, hechicería, saqueos, falsos testimonios, hipocresías, doblez de corazón, engaño, soberbia, maldad, presunción, avaricia, lenguaje obsceno, envidia, temeridad, ostentación, fanfarronería, falta de temor; perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amantes de la mentira, desconocedores del salario de la justicia, no concordes con el bien ni con el juicio justo, no vigilantes para el bien, sino para el mal; alejados de la mansedumbre y la paciencia, amantes de la vaciedad, perseguidores de la recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, desconocedores del que los ha creado, asesinos de niños, destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo. ¡Ojalá, hijos, permanezcáis alejados de todo esto!” (Didajé, V,1-2).


            Igual claridad y determinación en la Doctrina de los Doce Apóstoles:

domingo, 23 de septiembre de 2018

El estilo moral del cristianismo (II)



¿Cuál es el camino del bien? Recojamos algunas enseñanzas sobre este camino:

            “La enseñanza de estas palabras es la siguiente: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos y ayunad por los que os persiguen. Pues ¿qué generosidad tenéis si amáis a los que os aman? ¿Acaso no hacen esto también los paganos? Vosotros amad a los que os odian y no tendréis enemigo. Apártate de las pasiones carnales y corporales. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra y serás perfecto…



          No matarás, no adulterarás, no corromperás a los jóvenes, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia ni la hechicería, no matarás al niño mediante aborto, ni le darás muerte una vez que ha nacido, no desearás los bienes del prójimo. No perjurarás, no darás falso testimonio, no calumniarás, no guardarás rencor…

           No serás causa de cisma sino que pondrás paz entre los que contienden. Juzgarás justamente, no tendrás acepción de personas al corregir las faltas. No vacilarás si será o no. No seas de los que extienden las manos para tomar y, sin embargo, las encogen para dar. Si está a tu alcance, darás como rescate de tus pecados…” (Didajé, I,2-4; II,2-3; IV,3-6).

            Idénticas, o muy semejantes palabras, en otro documento de la época inmediatamente apostólica:

viernes, 21 de septiembre de 2018

El estilo moral del cristianismo (I)



Una catequesis "radical" porque va a las raíces, es plantear el estilo moral del cristianismo.

            Que hay un estilo moral del cristianismo, es indudable; lo cual no significa que el cristianismo sea un moralismo al uso, donde todo son normas, preceptos y “valores”, por usar la terminología habitual del lenguaje secularizado.


            Desde el principio del cristianismo, la catequesis y la predicación de la Iglesia educaban en un estilo propio de vivir, el estilo cristiano, que marcaba profundas diferencias con el mundo pagano circundante, ya sea romano, griego o bárbaro. Era una existencia nueva, que brotaba del Bautismo y la Confirmación, y se refiere a una vida nueva en Cristo Jesús.

            La catequesis cristiana, siguiendo un lenguaje bíblico, presentaba la vida como la opción de dos caminos, el del bien y el del mal, el de la luz y el de las tinieblas. Uno de estos caminos conducente a la salvación, y el otro desembocando en la perdición. El camino cristiano, el del bien, el de la luz, impregna todo lo que somos y hacemos, y tiene que ver con todo lo humano a la luz de Cristo.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

La vida eucarística - X



            La Palabra se hizo carne; el Verbo eterno de Dios tomó nuestra carne, nuestra naturaleza, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. El Verbo en el seno de María –mujer eucarística- se hizo hombre. Al igual hoy, la Eucaristía, prolongación también de la Encarnación, contempla el admirable prodigio de que el Verbo, en su estado glorioso, en su cuerpo resucitado, toma carne en el Sacramento, transforma el pan en su cuerpo. La Encarnación y la Eucaristía ofrecen paralelismos sumamente sugerentes. 





“La Eucaristía –dice Juan Pablo II-, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación” (EE 55).


           Tanto en la Encarnación como en la Eucaristía hay un acercamiento libre y voluntario, un abajamiento del Verbo en su humildad para estar lo más cercano que pueda al hombre, para salirle al encuentro en su Cuerpo, con palabra, rostro y corazón humano. Así, cercano, hecho carne, hecho sacramento, hecho cuerpo sacramental, ofrece su vida y toda gracia al alma de los fieles. En la Encarnación se une a la humanidad humana, en la Eucaristía se sigue uniendo, por la comunión eucarística, a cada uno de los comulgantes.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, V)

Prosiguiendo con la lectura del Tratado sobre la paciencia, del gran san Agustín, llegamos a un lugar común en toda la predicación cristiana: la paciencia de Job.

Inocente, es abatido por sufrimientos, calamidades y enfermedades, y ha de resistir no sólo a todo ello, sino a las insinuaciones de su mujer y a los discursos capciosos de aquellos amigos.

La paciencia de Job, un santo, un justo del Antiguo Testamento, se propone como modelo virtuoso para nosotros. Leamos a san Agustín:


"CAPÍTULO XI. Paciencia del SANTO JOB

El santo Job toleró a este demonio cuando fue atormentado con ambas tentaciones, pero en ambas salió victorioso con el vigor constante de la paciencia y con las armas de la piedad. Primero perdió cuanto tenía, pero con el cuerpo ileso, para que cayese el ánimo, antes de atormentarle en la carne, al quitarle las cosas que más suelen estimar los hombres, y dijese contra Dios algo, al perder aquellas cosas por las que se pensaba que Job servía a Dios. Fue afligido también con la pérdida instantánea de todos sus hijos, de modo que los que recibió uno a uno, los perdiera de una vez, como si su mayor número no se le hubiera otorgado para mostrar la plena felicidad, sino para acumular calamidad. 

domingo, 16 de septiembre de 2018

El santo es un cristiano "completado" (Palabras sobre la santidad - LIX)

Adónde llega el Evangelio y qué potencia tiene, qué virtualidades encierra, y cómo desemboca todo en una existencia concreta... eso es lo que pone de relieve un santo, porque un santo es un exponente consumado de lo que es el Evangelio hecho vida, carne, camino.

Un santo es un cristiano "completado" en el sentido de que Cristo ha completado su obra, la ha ido labrando, forjando, a veces con duros golpes, otras con suaves toques, más allá con fuego que refina... y el santo ha sido completado por la acción de Cristo mediante la gracia.

El santo es el modelo más acabado del cristiano, quien presenta con toda su límpida transparencia, su luz, su belleza, las consecuencias últimas del Bautismo, el designio redentor de Dios, la vida nueva y sobrenatural. Por eso el santo se revela como plenitud, el ejemplo máximo del humanismo cristiano, siempre elevado por gracia, y así se convierte en una referencia para nuestro vivir cristiano, en un testimonio y a la par que en un estímulo constante para vivir así.
Si esto es un santo, y por tanto, ésta es la santidad, a nadie extrañará que todos, absolutamente todos y sin exclusión, estemos llamados a la santidad por el Bautismo, ya que la santidad será la perfección y acabamiento de la gracia bautismal totalmente desarrollada y sin cortapisas.
Es un hermoso nombre y un noble título: ¡santidad!, que se suma a la dignidad del cristiano: miembro de la Iglesia, hijo de Dios, hermano y coheredero con Cristo, templo del Espíritu Santo.
"[El Concilio] ha reservado a los fieles laicos –es decir, a los que no pertenecen al clero o a una familia religiosa- mensajes maravillosos, primeramente el de la dignidad del seglar, en cuanto a ser humano, y más aún en cuanto cristiano, ciudadano del reino de Dios, hijo adoptivo de Dios, hermano de Cristo y viviente, en virtud del Espíritu Santo, como miembro de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Dignidad; pero no es todo. El Concilio, es decir, la voz de la Iglesia, voz antigua y nueva, añade otro mensaje maravilloso, también éste para los seglares: el de la santidad.

¿Santidad para los seglares? ¿Es posible? Quizá la santidad esté reservada algunos, para los fieles más devotos, más celosos, más buenos. No, la santidad –atended- se propone a todos, grandes y pequeños, hombre y mujeres; se propone como posible; más aún, como obligada; la santidad decimos con alegría y estupor, la santidad para todos" (Pablo VI, Audiencia general, 16-marzo-1966).                     

Entonces Pablo VI se remonta a su origen mismo: el bautismo. La dignidad cristiana, y la misma santidad, nacen de la fuente bautismal y de la crismación.

viernes, 14 de septiembre de 2018

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida.


Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Asociados al sufrimiento... ofreciendo (León Bloy)

"Compartir con Cristo" era el ansia del apóstol Pablo: compartía sus sufrimientos para rebosar del consuelo de Cristo; compartía con el Señor los dolores de su pasión en favor de su Cuerpo que es la Iglesia. Sufría con Cristo para ser con Él glorificado.

Así la dinámica de la vida cristiana transcurre en ese compartir constante con el Señor sus gozos y alegrías, así como su pasión, sus dolores y su sufrimiento.



Así el sufrimiento con Cristo, lleno de amor y por amor redentor, rebosa hacia los demás como una Copa de salvación. Lo mío deja de ser mío, lo entrego, y se vuelve fecundo para los demás. Por eso, el misterio del sufrimiento (ya sea físico en la enfermedad, o moral, o espiritual por la oscuridad) se convierte en una fuente de gracia para los demás.

León Bloy -lo hemos visto ya en muchas catequesis del blog- es un apasionado del misterio de la Comunión de los santos y nos ofrece luces que nos orientan y nos sitúan para vivir sobrenaturalmente, para vivir en lo invisible del Misterio.

Él escribía:

lunes, 10 de septiembre de 2018

Su nombre salva (El nombre de Jesús - V)


“Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (Hch 4,12)

            El Nombre de Jesús es “Salvador-Salvación”: “ningún otro puede salvar” (Hch 4,12). Nada ni nadie puede salvarnos, sólo Él. Las ideologías políticas o económicas han fracasado tarde o temprano, creando nuevas esclavitudes al establecer nuevas estructuras, pero no podían tocar, cambiar, transformar el corazón de la humanidad. Sólo Jesús salva. Y esto tiene consecuencias en muchos órdenes distintos: no serán programas políticos, o económicos, pero tampoco organizaciones y estructuras pastorales las que salven ni a nada ni a nadie. 


            Juan Pablo II lo decía clarísimamente en un párrafo ya antológico: 

“No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar” (NMI 29).

            La Iglesia, en sus acciones litúrgicas, en su predicación y enseñanza, en su servicio de caridad y promoción del hombre, en el cultivo y creación de la cultura, en todo lo que Ella es y hace, sólo tiene un fin: comunicar la salvación, mostrar y anunciar a Jesús Salvador. No es Ella misma la protagonista, es su Señor, es Jesús mismo, al que Ella hace visible y presente; es la Iglesia el instrumento, el signo, la mediación por la que Cristo sigue salvando. Los inicios de la vida de la Iglesia lo ponen claramente de relieve; basta leer el libro de los Hechos de los Apóstoles: Pedro cura a un paralítico de nacimiento invocando el nombre de Jesús: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda” (Hch 3,6). Lo único, pues, que tiene y posee la Iglesia, es a Jesús mismo, y en su Nombre, echa las redes “mar adentro” (Lc 5,4). 

domingo, 9 de septiembre de 2018

Jesús salva de la incomunicación (effetá)

El evangelio del "Effetá", plasmado en rito litúrgico durante el catecumenado, revela dimensiones hermosas de la naturaleza humana.

Hablamos y hablamos sin parar, pero nuestras palabras... ¡cuántas veces no son vacías, charlas insulsas, ruido constante! Pero, ¡qué difícil verbalizar y expresar lo interior!


Nuestros oídos oyen todo y están aturdidos de tanto ruido, pero se vuelven sordos, duros, ante la Verdad, o ante la manifestación del interior de otra persona, a la que preferimos no escuchar con empatía. Es decir, sobre información y ruido... pero falta comunicación cordial y sincera.

Más aún en relación con Dios. Difícilmente el hombre contemporáneo habla con Dios, incapaz de articular palabras en un diálogo e igualmente incapaz de hacer silencio para escucharle.

Pero es Cristo Jesús, Palabra eterna pronunciada en el Silencio, quien rompe esa incomunicación radical entre los hombres mismos y entre los hombres y Dios.

viernes, 7 de septiembre de 2018

¡Sólo la santidad! (León Bloy)

La vida cristiana es radical seguimiento de Cristo. Las medias tintas las aborrece el Señor; a los tibios los vomita, dice el Apocalipsis.3

Y así, ser cristiano, es vivir casi expuesto al peligro de la incomprensión de los demás, porque se trata de vivir fielmente según Cristo, a costa de que nos llamen "exagerados".


¿Quién puede vivir así?

Únicamente el que ha descubierto que está llamado a la santidad y tiene el deseo de la santidad inscrito en su corazón, lo cultiva y se deja guiar por él.

¿Santidad? Sí, claro. "La alta medida de la vida cristiana ordinaria" (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 30). Esa alta medida es exigente, radical, y pone en evidencia las mediocridades que nos rodean.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

La felicidad y la alegría cristianas

La vida cristiana posee como nota propia la alegría. Ésta es un componente irrenunciable y característico del cristianismo.

Vale la pena profundizar, con palabras de Pablo VI, en la alegría cristiana, en la felicidad del Evangelio.




“La alegría, la paz del alma, la paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), la paz que no depende exclusivamente del goce de las condiciones necesarias al bienestar de la vida temporal, sino que viene de la fuente primera de la alegría, Dios, beatitud infinita, y que “nadie nos puede quitar” (Jn 16,22). 

¿Por qué no anunciarla una vez al mundo, que aparece atenazado por un deseo inextinguible de alegría y por una desesperada convicción de no poder alcanzarla? 

¿No es pesimista nuestro mundo? 

¿O no se engaña a sí mismo creyendo podérsela procurar con el sucedáneo del placer? 

¿Por qué no dar a nuestros hermanos los hombres el testimonio de que nosotros los cristianos, los hijos de la Iglesia, somos felices si somos humildes y fieles?

            Sí, somos felices, incluso bajo el peso de la cruz, incluso si nuestra cruz, pesada por la imitación y el amor que queremos ofrecer a la cruz de Cristo, es tal vez más dolorosa que la de quien busca sacudírsela de sus espaldas y no quiere reconocer su valor íntimo y su significado providencial.

            Por esta razón, hijos queridísimos, hemos celebrado la fiesta de Pentecostés dirigiendo a vosotros, a la Iglesia y también al mundo, nuestra exhortación que lleva el título de sus palabras iniciales, Gaudete in Domino, en un intento de recordar a todos nosotros que, si somos verdaderamente cristianos y católicos, debemos vivir inmersos en una alegría siempre nueva y siempre verdadera, la alegría que nos viene de la gracia del Espíritu Santo y que debe ser el resultado de ese doble esfuerzo de renovación y de reconciliación, que constituye el capítulo primero del programa del Año Santo.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, IV)

Hemos de ser pacientes si queremos alcanzar bienes mayores que aún no poseemos. La impaciencia en nada nos ayuda.

La paciencia beneficia a quien aguarda y sabe resistir, logrando los bienes necesarios para el cuerpo, para el alma, para el espíritu, aunque sean muchas las dificultades exteriores, o las circunstancias que se presentan inesperadamente y hemos de afrontar valientemente, aun cuando seas costosas.

La paciencia, sin lugar a dudas, es una virtud necesaria, ardua, viril.


"CAPÍTULO VIII. Práctica de LA PACIENCIA EN EL CUERPO Y EN EL ALMA

Así pues, cuando nos torturan algunos males pero no nos destruyen las malas obras, no solo poseemos nuestra alma por la paciencia, sino que cuando por la paciencia se aflige y se sacrifica el cuerpo temporalmente, se lo recupera con una salud y una seguridad eterna, y por el dolor y la muerte se conquista una salud inviolable y una inmortalidad feliz. Por eso, Jesús, al exhortar a sus mártires a la paciencia, les prometió también la integridad futura del mismo cuerpo que no ha de perder, no digo ya un miembro, sino ni siquiera un pelo: “En verdad os digo”, dice, “que no perecerá un cabello de vuestra cabeza” (Lc 21,18). Y como dice el Apóstol: “nadie tuvo jamás odio a su carne” (Ef 5,29). Vele, pues el hombre fiel más por la paciencia que por la impaciencia, por la salud de su carne y compare los dolores del presente, por grandes que sean, con la inestimable ganancia de la incorrupción futura.