lunes, 30 de noviembre de 2015

Pensamientos agustinianos (XXXVI)

¿Por qué oramos?
¿Cuál debe ser el fin de nuestra oración?

San Agustín nos señala que hemos de orar pidiendo la perseverancia en el bien y el conocimiento del bien, no vaya a ser que por ignorancia obremos el mal u omitamos un bien posible. En definitiva, es una súplica de Gracia humilde al Señor.
Cuando pedimos a Dios la ayuda para obrar bien y alcanzar la perfección de la justicia, ¿cuál es el objeto de nuestra súplica sino que nos dé a conocer lo que ignorábamos y nos suavice la práctica de la virtud, que nos repugnaba antes? (San Agustín, Catequesis a los Principiantes 2,19,33)
Una de las claves en la teología agustiniana es la humildad. Por ella, la redención se ha realizado de manera que la soberbia ha sido desplazada por la humildad de Dios. La encarnación del Verbo y su muerte en la cruz son las grandes demostraciones del poder de la humildad frente al precipicio en que caímos por la soberbia.
Tú, siendo hombre, quisiste ser Dios, para tu perdición; él, siendo Dios, quiso ser hombre, para hallar lo que estaba perdido. Tanto te oprimía la soberbia humana, que sólo la humildad divina te podía levantar (San Agustín, Sermón 188,3)

sábado, 28 de noviembre de 2015

Iglesia y persona

¡Misterio grande y admirable! La Iglesia es la Gran Comunidad, la Católica, Cuerpo de Cristo en la historia que no anula a la persona, ni la absorbe en la masa, sino que la integra y eleva por gracia. Lo contrario a cualquier asociación humana o cualquier 'colectivo' que despersonaliza llegando a ser una masa informe.



La persona en la Iglesia recibe los medios sobrenaturales necesarios para desarrollar su persona al máximo, hasta el punto de crecer a la medida de Cristo en su plenitud. Es un 'yo' que crece en el 'Yo' de la Iglesia, al vivir unido a Cristo-Cabeza y a sus hermanos, miembros del Cuerpo del Señor.

Y así como el Señor conoce nuestro nombre, y a cada oveja la llama por su nombre, de una manera distinta y personalísima, así la Iglesia potencia este nombre personal recibido agregándonos a una Sociedad del Espíritu, siempre nueva y siempre personal, a la vez que comunitaria.

Con Guardini, profundicemos hoy en esta relación entre la Iglesia y la persona, miembro de ella.

"¿Qué es la Iglesia? La "vida nueva" entre los hombres.

-Nueva, a partir de la vida que surge del renacimiento de la Gracia; esto es lo sustancial del cristianismo. Lo que Cristo ha sido, lo que él ha enseñado, hecho, trabajado, padecido se resume de esta manera: Cristo ha instaurado la vida nueva. El Creador abraza su creación, es decir, la alumbra con su luz, con su fervor abrasa su voluntad y su vida afectiva, inunda con su paz el principio de la existencia y obra toda su esencia con su poder creador y modelador. Vida nueva significa que el Creador se interesa por su creación y la hace capaz de alcanzar su propia plenitud, le da el deseo y la capacidad para poseerlo a él mismo. Significa que la fecundidad infinita del Amor Divino se posesiona de lo creado, lo hace renacer formando parte de la propia naturaleza de Dios. En esto el Padre obra para su Hijo, en Cristo Jesús, por el Espíritu Santo.
 
Este estar unido el hombre con Dios es la vida nueva. Aquí el hombre pertenece a su Creador, quien, a su vez, le pertenece. Cosas muy profundas podrían decirse sobre este punto, pero debemos conformarnos con lo expuesto.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Espiritualidad de la adoración (VII)

Cristo y la Iglesia se unen al ofrecer el sacramento eucarístico. Hay una doble dirección; Cristo se entrega esponsalmente a su Iglesia, dando su Cuerpo y su Sangre, dándose Él y la Iglesia se ofrece a su Señor y se incorpora a su vida y a su redención. Doble dirección, un movimiento de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia hacia Cristo.


Además, en la Eucaristía se produce la unidad de la misma Iglesia por lo cual la Iglesia vive de la Eucaristía, procede de la Eucaristía, halla su vida en la Eucaristía. Como muchos granos de trigo han sido necesarios para elaborar el pan eucarístico, han sido amasados, se ha empleado agua para la masa (el bautismo) y se ha cocido con fuego (el Espíritu en la Crismación), formando un solo y único Pan, así cada vez que celebramos la Eucaristía todos confluimos en un solo Cuerpo, el de Cristo. El misterio de la unidad de la Iglesia se hace real y patente en el sacramento de la Eucaristía.

Lo expresa bien la plegaria eucarística:

lunes, 23 de noviembre de 2015

Testigos del Dios vivo

El lugar de los católicos es el mundo como luz y sal, y el laicado mismo encuentra su personalísima e ineludible vocación en el mundo, en la transformación de las estructuras del mundo según el Espíritu de Cristo ordenando las realidades temporales según Dios.

Ahí, en la sociedad, en las instituciones públicas, los católicos tienen mucho que hacer y que ofrecer, sin replegarse, para ser "testigos del Dios vivo", apóstoles en el mundo contemporáneo. Encerrarse en cálidos refugios afectivos, o acomodarse al interior de acciones eclesiales, o reducir la fe al ámbito privado-íntimo, es desvirtuar la vocación de la Iglesia, traicionando el mandato del Señor. Los católicos hallan su lugar propio en la vida pública.

"En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!" (Juan Pablo II, Hom. en la Catedral de la Almudena, Madrid, 15-junio-1993).

domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (y III)

Continúa el artículo del card. Garrone sobre "Profetas y santos".

"Sería nocivo pensar que las dificultades actuales constituyen un acontecimiento sin precedentes en la historia de la Iglesia. Pero no lo sería menos el creer que estas dificultades están circunscritas a un sólo sector de la Iglesia. También aquí es inevitable la tentación de juzgar el propio caso como si fuera único. La verdad es que hoy nadie puede eximirse ante el problema y el deber de vivir cristianamente una existencia que no tenga relación alguna con la de las generaciones pasadas.

Cualquier intento de renovación ha de evitar estos dos peligros: el de creer que la Iglesia no ha conocido nunca dificultades de este tipo, y el de creer que somos los únicos en pasarlas.
 
La experiencia del Concilio ha de ser nuestra regla. Bajo el impulso de un Pastor abierto y tranquilamente audaz, la Iglesia ha aceptado reconocer que la distancia que la separaba del mundo amenazaba con ir en aumento. La Iglesia se ha reanimado, se ha interrogado a sí misma larga y solemnemente; ha vuelto a sus propias fuentes, al Evangelio y a la Tradición; se ha repetido a sí misma lo que ya sabía, pero que tenía necesidad de recordar para afrontar el porvenir con el pleno dominio de sus fuerzas y especialmente de su luz.
 
A ejemplo del Concilio, las congregaciones religiosas deben realizar ahora una tarea análoga. Y lo mismo el laicado, las diócesis, los sacerdotes. Cada parcela de la Iglesia debe hacer por su propia cuenta lo que la Iglesia ha realizado en su vértice. Así, pues, lo primero es volver a los datos esenciales: esta es actualmente la primera ley que debe guiar nuestra tarea renovadora.
 
Pero la adhesión a las verdades de la fe está condicionada por un clima determinado. Las palabras de Dios no son las palabras de los hombres. No penetran en el espíritu con la ayuda de las dotes humanas que el hombre puede poseer. El Padre no ha querido revelar a su Hijo a los "sabios y prudentes".

sábado, 21 de noviembre de 2015

El confesionario: personal y pastoral

Cristo entregó muchas horas de su tiempo a encuentros reposados, serenos, uno a uno, de manera que su interlocutor fuera entrando en el corazón, descubriendo su verdad, acrecentando su deseo de salvación. Eran encuentros profundamente personales y únicos con el Señor que cambiaba la vida. ¿O no se transformó la samaritana? ¿O Andrés y Juan no reconocieron en Cristo a Aquel que su corazón deseaba incluso aunque no lo sabían muy bien?

La pastoral -palabra talismán- debe incluir de nuevo, como siempre lo tuvo, el reposo y la serenidad del encuentro personal, del diálogo amable, de la confidencia tranquila. Las prisas y la multiplicidad de reuniones dificultan la paz para un encuentro personal. Pero hoy, lo verdaderamente pastoral pasa por una disponibilidad real para escuchar y acoger, para dejar que aflorece el corazón del otro y sus luchas, e iluminar su vida y acompañarla.

No nos referimos aquí al amiguismo que cree dependencias espirituales; sino al contacto humano en la vida parroquial, en toda vida eclesial, que acompañe realmente, que discierne y ayude acogiendo al otro. Esto será, si se permite la expresión, una pastoral muy personalizada, una pastoral amable y cercana, uno a uno.

El modelo era la acción de Cristo y su "pastoral personalizada", dedicando el tiempo necesario a cada persona para mostrarle la Verdad e introducirla en la Comunión con Dios:

"Por estos motivos, además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. El Señor la ha practicado frecuentemente —como lo prueban, por ejemplo, las conversaciones con Nicodemos, Zaqueo, la Samaritana, Simón el fariseo— y lo mismo han hecho los Apóstoles. En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre. Nunca alabaremos suficientemente a los sacerdotes que, a través del sacramento de la penitencia o a través del diálogo pastoral, se muestran dispuestos a guiar a las personas por el camino del Evangelio, a alentarlas en sus esfuerzos, a levantarlas si han caído, a asistirlas siempre con discreción y disponibilidad" (Pablo VI, Exh. Evangelii Nuntiandi, n. 46).

jueves, 19 de noviembre de 2015

La teología verdadera (Palabras sobre la santidad - XXI)

La fe busca entender (fides quaerens intellectum). Y es verdad que se ama lo que se conoce, y se conoce a su vez lo que se ama. El amor pide conocer más y mejor al amado; y aquello que empezamos a conocer, desearemos conocerlo mejor si despierta el amor en nosotros.


El amor a Dios impulsa a conocerlo mejor, lo más amplia y profundamente posible, y dar a conocerlo de manera amable y razonable. La teología corresponde a ese impulso del amor y del intelecto: ama a Dios y desea conocerlo mejor y fruto de ese conocimiento, quiere darlo a conocer a todos para que todos lo amen.

La teología une amor y conocimiento; los santos han sido los mejores teólogos porque amaron a Dios sin reservas y se entregaron a un conocimiento nuevo, renovado, interior. La santidad es el mejor terreno para una buena teología, tal vez el único terreno posible para que la teología tenga raíces, crezca y dé frutos reales.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La mayor participación, poder comulgar


            Normalmente, y en un lenguaje coloquial, teñido de las ideas corrientes, escucharemos la palabra “participación” referidas a realidades exteriores, a acciones y servicios litúrgicos concretos. A la pregunta: “¿quién va a participar en la Misa?”, la respuesta es “X va a hacer las moniciones, Y y Z llevarán las ofrendas, W leerá la acción de gracias”. ¡Craso error, perspectiva desenfocada! Se confunde la parte con el todo, el servicio litúrgico –un oficio, un ministerio, una “intervención”- con la totalidad de la participación.

  
          Pero vayamos al centro de todo y de esa manera comprenderemos cómo todos los demás elementos se ubican en su sitio correctamente. La mayor participación posible en la celebración eucarística es poder comulgar santamente las cosas santas. Quien participa más plenamente en la Eucaristía, y llega al corazón del Misterio, en una participación completa, es quien puede acercarse a comulgar. Esa es la mayor participación posible, inimaginable en la Eucaristía.

            El culmen, el coronamiento, de toda participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, piadosa, es la recepción sacramental del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esa es la doctrina y enseñanza clara, por ejemplo, del último Concilio: “Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor” (SC 55).

            La “participación más perfecta en la misa” es recibir la sagrada comunión. Este principio tan elemental corrige las visiones distorsionadas en torno a la “participación” y a lo que se suele denominar como una “Misa muy participativa”. La mayor y mejor participación en la misa, en palabras del Concilio Vaticano II, es recibir la comunión participando del mismo sacrificio eucarístico.

            Ya el siervo de Dios Pío XII, Papa culto y sabio, en la encíclica Mediator Dei –sustrato claro de muchos puntos de la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II- exhortaba a que la plena participación es la comunión eucarística en la que los fieles se asocian al sacrificio de Cristo y que, si es posible, comulguen los fieles de las hostias consagradas en la misma misa:


lunes, 16 de noviembre de 2015

El poder sanador de Cristo

Cristo, como Médico, ofrece medicinas variadas según sean los males y enfermedades que experimentamos en nuestra alma. Sólo hay que acudir a Él señalándole nuestra enfermedad sin ocultarla.

"La predicación, ciertamente, corrige a quien está entregado al pecado. Pero a quien es justo y vive apartado del vicio, le ayuda a progresar.

Se trata de la misma receta y a disposición de todos están las medicinas.

Pero la cura no es la misma, sino la que cada uno elige según le conviene. Por eso, quien toma la medicina adecuada, se alegra de ella y quien descuida su herida, acrecienta su mal y se pone en peligro de que desemboque en un fatal resultado.

Por eso, que no nos moleste recibir la visita del médico. Alegrémonos de ella, aunque el tratamiento prescrito sea causa de agudos dolores. Más adelante habrá de procurarnos un fruto sabrosísimo. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

El salmo 78



                 Vamos con el salmo 78, el salmo que la liturgia canta hoy. Es el salmo donde se canta un canto de lamentación, que son lágrimas, sobre la deportación, el destierro. Ha llegado el pueblo de Babilonia, muy propio de aquellos tiempos, el pueblo que tenga el ejército más fuerte arrasa al pueblo más cercano y tiene que pagar tributo y quedarse con su riqueza. Hasta ahí nada de extraordinario, lo normal en la política y en la historia. Han llegado, han arrasado Jerusalén, han derruido el Templo, se han llevado a los nobles, a los ricos y terratenientes y a los sacerdotes desterrados a Babilonia, y han dejado a las mujeres, a los niños, y pocos campesinos. Israel queda destrozado. 

              El salmista, con este salmo 78, reza así:


 Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad,
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas.

Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus fieles
a las fieras de la tierra.

Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén,
y nadie la enterraba.

Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.

¿Hasta cuándo, Señor?
¿Vas a estar siempre enojado?
¿Arderá como fuego tu cólera?

No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.

sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (II)

Vamos pues con el artículo del Card. Garrone al hilo de lo que explicábamos en el primer tema de "profetas y santos".


Cardenal Gabriel-Marie Garrone, "¿Profetas o santos?", Oss Rom, ed. española, 6-abril-1969


"Hoy el mundo está buscando su propio camino. Cada cual se siente turbado y no sabe por dónde tirar. Todos, más o menos, miran a su alrededor por ver si descubren al "profeta" que les traiga la luz. Pero Dios no multiplica los profetas. Por otra parte, se requiere un cierto tiempo para probar la validez de sus mensajes. Después de un Elías o de un Eliseo aumenta el ´numero de falsos profetas. Cuando se les convoca al Carmelo acuden a centenares, pero allí no hay más que un Eliseo.

Este apelo a los profetas, que resuena un poco en sordina por todas partes, no puede menos de hacer surgir "vocaciones". No todas ellas son fraudulentas. Muchas son ilusorias. Ahora bien, antes de utilizar los recursos, siempre raros y aleatorios que el Espíritu pone a disposición de su Iglesia, es preciso empelar los medios ordinarios, consistentes sobre todo en la caridad que Dios acrecienta en proporción a las necesidades. la caridad por sí sola es capaz de hacer milagros. Entonces, la búsqueda del camino auténtico no es otra cosa que el resultado del trabajo lento, paciente, continuo y oculto de los hombres de buena voluntad, dóciles a la palabra de la Iglesia y a la voz interior de Dios.

Se buscan profetas. Pero habría que pedir santos, puesto que es menos necesario descubrir novedades en la Iglesia que hacerse más sensibles para captar los aspectos nuevos que encierran las cosas antiguas, con tal que éstas sean auténticamente de Dios.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Magisterio sobre la evangelización (XXXI)

En las fronteras de la nueva evangelización se encuentran muchos hermanos nuevos, abriendo caminos donde no hay nada, buscando un lenguaje claro en el que poder transmitir las verdades eternas e inmutables del Evangelio.


La nueva evangelización es el trabajo común, el reto apasionante, el empeño de todos. Para ello necesitamos asumir e integrar en nosotros -inteligencia, afectos, acción- lo que la Iglesia define como evangelización y las tareas que se presentan como desafíos por Cristo.

Ese Magisterio sobre la evangelización se enriquece con una homilía del papa Benedicto XVI durante un Congreso a los nuevos evangelizadores.


"Con alegría celebro hoy la santa misa para vosotros, que estáis comprometidos en muchas partes del mundo en las fronteras de la nueva evangelización. Esta liturgia es la conclusión del encuentro que ayer os llamó a confrontaros sobre los ámbitos de esa misión y a escuchar algunos testimonios significativos. Yo mismo he querido presentaros algunos pensamientos, mientras hoy parto para vosotros el pan de la Palabra y de la Eucaristía, con la certeza —compartida por todos nosotros— de que sin Cristo, Palabra y Pan de vida, no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). Me alegra que este congreso se sitúe en el contexto del mes de octubre, precisamente una semana antes de la Jornada mundial de las misiones: esto pone de relieve la justa dimensión universal de la nueva evangelización, en armonía con la de la misión ad gentes...

Pasemos ahora a las lecturas bíblicas, en las que hoy el Señor nos habla. La primera, tomada del libro de Isaías, nos dice que Dios es uno, es único; no hay otros dioses fuera del Señor, e incluso el poderoso Ciro, emperador de los persas, forma parte de un plan más grande, que sólo Dios conoce y lleva adelante. Esta lectura nos da el sentido teológico de la historia: los cambios de época, el sucederse de las grandes potencias, están bajo el supremo dominio de Dios; ningún poder terreno puede ponerse en su lugar. La teología de la historia es un aspecto importante, esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo, tras el nefasto periodo de los imperios totalitarios del siglo XX, necesitan reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre, pacífica, esa visión que el concilio Vaticano II transmitió en sus documentos, y que mis predecesores, el siervo de Dios Pablo VI y el beato Juan Pablo II, ilustraron con su magisterio.

martes, 10 de noviembre de 2015

Materias sacramentales (de la nueva creación)

La creación renovada por la Pascua de Cristo, se pone ya al servicio de la redención. La materia creada se convierte en un instrumento por el cual Cristo las santifica y por ellas comunica su vida y su gracia santificante. Son ya un anticipo de la nueva creación porque demuestran hasta qué punto lo creado está siendo redimido, ya se está transformando, hasta la plenitud en los cielos nuevos y en la tierra nueva.

Instrumentos de la salvación, el mundo creado entra en la liturgia recibiendo una bendición o una consagración que apartan estos elementos de cualquier uso profano y se reserva para Dios, que en la liturgia, los convierte en vehículos de su vida divina para el hombre.

Estas materias fundamentales son el pan y el vino para la Eucaristía, el agua para el bautismo, el aceite con perfume para las unciones del santo crisma, el aceite de oliva (u otro aceite vegetal según las regiones) para la Unción de enfermos.

Recordemos que, antes, la Iglesia ora sobre estos elementos sacramentales, invocando el Espíritu Santo.

"Date cuenta de que no se trata de un ungüento pobre y vil. Pues así como el pan de la Eucaristía, tras la invocación del Espíritu Santo, no es pan común sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un simple ungüento ni, por decirlo así, un ungüento común; se da en él a Cristo y al Espíritu Santo, es presencia de su divinidad y realidad efectiva. Y mientras se unge el cuerpo con ungüento visible, queda santificada el alma por el Espíritu Santo que da la vida" (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. 21,3).

domingo, 8 de noviembre de 2015

Caridad, justicia, ¿sentimentalismo?

Sin darnos cuenta, hemos asumido el lenguaje secular y los conceptos seculares. De esta manera hemos situado la justicia como más elevada, alta y perfecta que la caridad, y a ésta, siguiendo el lenguaje secular, la hemos situado en el ámbito del sentimiento, de la mera compasión, que es inactiva.


Sin embargo, la caridad es más que la justicia, porque la incluye y la perfecciona. La justicia es, en el lenguaje secular, distributiva, dando a cada uno lo suyo, pero no más que lo suyo. Es un perfecto y equitativo reparto, bastante frío por cierto.

Sin embargo la caridad, cuyo origen es Dios, da a cada uno lo suyo, y al que más necesita, más le da, dándose además el donante mismo. Es una entrega personal a quien lo necesita y a quien sufra, movido por un amor que no es sentimiento, sino ágape, la caridad sobrenatural, aquella que radica en el Corazón de Dios. No sólo se dan cosas a quien lo necesita, se da uno mismo, en una entrega personal. Eso jamás lo podrá hacer la simple justicia. Hay en la caridad un calor "humano" que refleja el "calor divino", el del Espíritu Santo que es amor.

sábado, 7 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (I)

Me encuentro un artículo del card. Garrone, en el año 1969, que permanece completamente actual en el fondo de su exposición, en aquello que pretende decir. Algunas expresiones y alguna argumentación no son completamente de mi agrado, o las hubiera formulado de manera diferente, pero sin duda el artículo es una reflexión oportuna y atinada.


Por desgracia, conserva su validez. Sigue el lenguaje equívoco y falso, muy extendido, de calificar de "profeta" a los teólogos, sacerdotes o religiosos, que llevados del pensamiento moderno y liberal, se erigen en jueces distantes de la Iglesia, en nuevos revolucionarios con el altavoz de los medios afines, secularizados en la comprensión íntima del misterio cristiano, activos contestatarios de la doctrina de la fe. Así tal cual, se presentan como "profetas". ¿Un poco atrevido, no os parece?

Este nuevo profetismo de cuño secularista ha formulado su propio Credo, modernísimo, claro:

jueves, 5 de noviembre de 2015

Velar el Misterio o mostrarlo en nuestro testimonio

Por el bautismo y agraciados por la Confirmación, cada cristiano es un testigo de Jesucristo, siendo su vida cristiana cotidiana un modo de mostrarse el mismo Señor a los hombres. 


De la manera honda y veraz de vivir cristianamente dependerá que los otros nos puedan percibir como un signo claro de Cristo para sus vidas, como una mediación -no un término absoluto ni una meta- para que el encuentro con Cristo se verifique de nuevo, hoy, aquí y ahora. La vida cristiana deviene una mediación de Cristo para los hombres, no para que los demás se detengan en nosotros y nos admiren, para que se aten afectivamente a nosotros, sino para que señalemos con el dedo, como el Bautista, y poder decir: "Éste es el Cordero de Dios".

Pero, para eso, la vida debe convertirse en un signo claro de Cristo para todos y no velarlo, ocultarlo, disimularlo o disfrazarlo: pecados, ideologías, corazón duro, o esa actitud vital apagada con la que parece que, en el fondo, no creemos que Cristo esté, nos ame y nos haya redimido y sólo somos personas escrupulosamente cumplidoras de unas obligaciones y cultos religiosos.

Signos claros de Cristo, mediaciones de su Presencia para los demás: así hacemos una gran aportación al otro, lo mejor que podemos darle, al mismo tiempo que permitimos que la Iglesia sea un sacramento claro, eficaz para los hombres en lugar de convertirla en piedra de escándalo.

¿Cómo es todo esto y adónde nos conduce?

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Perspectivas cristianas del dolor

Esta realidad que hemos de afrontar personalmente, y que habremos de iluminar a otros, puede ser vivida de otra manera distinta: el dolor ofrece la ocasión de vivirlo cristianamente.

¿Es posible?


Las perspectivas cristianas del dolor, de la enfermedad, y por extensión, de tantos sufrimientos morales que circunstancias o personas nos pueden acarrear durante un tiempo prolongado, convierten estas ocasiones, estos estados de dolor, en ocasión de santificación personal y de redención para todos por la comunión de los santos.

El dolor merece ser evangelizado. Prueba terrible, estadio difícil de vivir, es un momento para que la perspectiva sobrenatural, la gracia, el ofrecimiento, se hagan presente de modo que se viva de un modo distinto y más pleno; se abre el capítulo de las perspectivas cristianas, que miran más allá de la realidad a lo invisible y sobrenatural, igualmente real aunque no se vea materialmente.

Sea este discurso de Pablo VI una catequesis profundamente evangelizadora, que penetre en la inteligencia y en las fibras del alma, para vivirlo nosotros y para ofrecerlo, sin complejos ni miedos, a quien sufre y padece (¡la evangelización en la pastoral de enfermos!):

"¡Oh!, hermanos que sufrís, hijos doloridos y esparcidos por el mundo, Nos quisiéramos que nuestra voz llegase a todos y a cada uno de vosotros para repetiros, mientras Nos mismo lloramos con vosotros, la palabra de Jesús, el hombre del dolor: "No llores" (Lc 7,13).

lunes, 2 de noviembre de 2015

Hacia una nueva recepción del Misal romano



            Convocados en Zaragoza, acudimos un número abundante de sacerdotes que trabajamos en las Delegaciones Diocesanas de Liturgia de las distintas diócesis, así como religiosos, religiosas y seglares que colaboran en el campo de la pastoral litúrgica. Junto al trabajo de las ponencias y comunicaciones, ¡qué duda cabe!, estuvo también el encuentro con amigos y colegas, compañeros de estudios, etc., que sólo en contadas ocasiones podemos vernos y charlar tranquilamente con las mismas inquietudes y perspectivas.

            Pero aprovecho la crónica para dar información más del contenido de lo que se expuso que de la sucesión de ponencias o comunicaciones y sus autores.

            1. Nuevos libros litúrgicos van a entrar en uso en la Iglesia en España, poco a poco: nuevos leccionarios y un nuevo Misal romano, es decir, la tercera edición latina aprobada su traducción en castellano. Quien busque grandes novedades, o cambios en la estructura de la Misa, etc., quedará desilusionado y decepcionado. Estas nuevas ediciones buscan ante todo, y ese es su objetivo, una mayor fidelidad y exactitud en la traducción al original en latín, tanto en el caso del Misal castellano como los leccionarios respecto a la Neo-Vulgata, a tenor de la instrucción “Liturgiam authenticam” de 2001. En el caso del Misal romano en castellano, en su tercera edición, se revisó y amplió la Ordenación General, numeración, nuevas rúbricas y algunos ajustes más. Aún está en composición antes de llevarlo a la imprenta.


            2. Si lo fundamental no son “novedades”, cambios en el rito de la Misa, ¿dónde hemos de poner el acento? ¿Cuál es el reto? En las Jornadas Nacionales de Liturgia (Zaragoza, 2015), acertadamente, por parte diversos ponentes, se insistía en lo siguiente: preparar la recepción en las diócesis de lo que significa esta nueva edición del Misal y de los nuevos leccionarios.

            Esta nueva recepción ha de significar acogida dócil y una renovada fidelidad a las normas y rúbricas del Misal romano superando la salvaje creatividad –donde cada cual hace y deshace a su antojo-, los cambios en los textos o en los ritos, el estilo informal, coloquial, en ocasiones vulgar, en detrimento del sentido sagrado y espiritual de la liturgia… ¡con lo que todo esto influye en la vida cristiana de los fieles, en su vida espiritual, en la educación de la fe! Por eso, por el bien del pueblo cristiano, la nueva recepción del Misal romano se debe traducir por fidelidad al Misal.