miércoles, 31 de julio de 2019

"Y con tu espíritu" - II (Respuestas - II)



Abundan los testimonios de la liturgia sobre el empleo del saludo y la respuesta.

            La celebración eucarística comenzaba directamente por el saludo del obispo (o del sacerdote) desde la sede y la respuesta “y con tu espíritu” de los fieles para comenzar por la liturgia de la Palabra:

            “Nos dirigimos al pueblo. Estaba la iglesia de bote en bote. Resonaban las voces de júbilo y solamente se oían de aquí y de allí estas palabras: “¡Gracias a Dios! ¡Bendito sea Dios!” Saludé al pueblo y se oyó un nuevo clamor aún más ferviente. Por fin, ya en silencio, se leyeron las lecturas de la divina Escritura” (S. Agustín, De civ. Dei, XXII,8,22).

            “La iglesia es la casa de todos. Cuando vosotros nos habéis precedido en ella, entramos nosotros mismos… y cuando digo: “Paz a todos”, respondéis: “Y a tu espíritu”” (S. Juan Crisóstomo, In Mat., hom. 12,6).


            Este saludo inicial es universal. Ya trata de él el II Concilio de Braga (536), y hemos leído testimonios de S. Agustín en el África romana y de S. Juan Crisóstomo en Antioquía. También hallamos sus huellas en Teodoreto de Ciro, por la zona de Siria (“éste es el inicio de la mística liturgia en todas las iglesias”, Ep. 146), o asimismo en S. Cirilo de Alejandría (In Ioh. 20,19).

            Las Constituciones apostólicas (del siglo IV) describen el saludo del obispo antes del beso de paz de los fieles: “Y el obispo salude a la Iglesia y diga: La paz de Dios con todos vosotros; y el pueblo responda: y con tu espíritu” (L. 8, c. 12, n. 7; c. 13, n.1).

lunes, 29 de julio de 2019

Contenido de la reparación de Cristo



El más pleno y perfecto acto reparador fue el de Cristo en su sacrificio pascual, pues “muriendo destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró nuestra vida”[1]. La iniciativa de la reconciliación viene de Dios que estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo[2]



“Cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a ti, nos amaste hasta el extremo. Tu Hijo, que es el único justo, se entregó a sí mismo en nuestras manos para ser clavado en la cruz”[3].


            En el acto redentor de Cristo se conjugan de modo perfecto la justicia y el amor, revelando así las entrañas de misericordia del Corazón de nuestro Dios. La encíclica Dives in misericordia, del papa Juan Pablo II, ofrece reflexiones muy sabrosas que iluminan el modo y contenido de la reparación realizada por Jesucristo.


sábado, 27 de julio de 2019

Nueva evangelización (Misa - IV)

Siguiendo el hilo conductor de la Misa "por la nueva evangelización", llegamos a la oración sobre las ofrendas. De este modo nos dejamos impregnar por la fuerza misma de la liturgia, acostumbrándonos a saborear y hallar el contenido de las oraciones y textos litúrgicos, que deben ser la "materia prima" para acercarnos al dogma y a la espiritualidad.




3. Oración sobre las ofrendas

            Breve y concisa, como suelen ser tanto la oración sobre las ofrendas como la oración de post-comunión, se centra primero en los dones y ofrendas que ya están sobre el altar y piden un fruto concreto cuando sean el sacrificio del altar, la verdadera Oblación:

“Te rogamos, Señor, que santifiques estos dones
y acojas, en tu bondad, nuestra humilde ofrenda
para que nuestros cuerpos
lleguen a ser un sacrificio vivo, santo y agradable a ti
y nos concedas servirte,
no como el hombre viejo, sino en novedad de vida,
según tu Espíritu”.


            La vida cristiana es un culto espiritual, razonable, lógico, por cuanto está traspasado por el Logos; ya decía san Pablo en Rm 12,1: “os exhorto… a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual”, y el Canon romano, o plegaria eucarística I, recoge este sentido al suplicar: “Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti”.

            El sacrificio espiritual, racional, es que el creyente se una al Gran y único sacrificio de Cristo en la cruz, ofreciéndose, entregando cuerpo y alma, su mente entera con el obsequio de su inteligencia, su ser entero. Se realiza así un culto razonable, que no es exterior a la persona, formal, sino que es interior: la persona entera se ofrece con Cristo.

viernes, 26 de julio de 2019

Mirada al Reino y su Banquete

La plegaria eucarística, como no podía ser menos, contiene una alusión final a la escatología, al Reino que viene, al Banquete de bodas del Cordero, a la eternidad...

Y es que la Eucaristía ahora celebrada, aquí en la tierra, es prenda y anticipo del banquete celestial. Cristo mismo expuso el Reino de Dios con parábolas que aluden al banquete y banquete nupcial.

Ya unidos a la Virgen María y a todos los santos, rodeados de los ángeles y arcángeles, la Misa en la tierra nos abre al cielo, adonde deseamos vivir eternamente y gozar de Dios y de la compañía de los santos.





El Reino de Dios y el banquete celestial



-Comentarios a la plegaria eucarística –XV-


            La Eucaristía une el cielo y la tierra, el altar celestial y nuestro altar en la Iglesia peregrina; la Eucaristía une a los ángeles y a los santos y a nosotros, mortales y débiles que aún peregrinamos. Une a los vivos con los difuntos que se purifican y con los santos. Una única Eucaristía en toda la Iglesia: traspasando el tiempo, porque formamos una única realidad: el Cristo total, Cabeza y miembros. “La Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la tierra” (IGMR 79).

            Así cuando celebramos la Santa Misa estamos ya mirando al Cielo, a su Gloria, a su Reino, donde esperamos llegar y ser admitidos por su misericordia.

miércoles, 24 de julio de 2019

Elogio de la santidad (I)


                La santidad es nuestro único sueño, nuestro único deseo.
                La santidad es lo más deseado, lo más alto, la mayor aspiración.
                A ella nos llamó el Señor desde antes de la creación del mundo.
                ¡Ser santos, tender a la santidad!



                ¿Será acaso una meta imposible?
                ¿Algo inalcanzable? ¿Imposible quizás?
                ¡La santidad, nuestro sueño y nuestro deseo, nuestra santa ambición!
                Cristo la quiere para nosotros... ¿por qué habremos de rechazarla, desecharla o posponerla para más tarde?
                ¡Santos! ¡Santos nosotros, con nuestro nombre y apellido, vocación, familia, circunstancias, edad, debilidades y pecados, en el propio barrio o pueblo! ¡Santos!
                ¡Santos, sí, hay que repetirlo, santos! Es posible porque Cristo se ha comprometido a ello, su Gracia no va a faltar.

                ¿Por qué reservar la santidad a unos pocos?
                ¿Por qué pensar que la santidad es para algunos consagrados?
                ¿Por qué pensar en la santidad como algo meloso, o excesivamente angelical, etéreo, y alejado de nuestro “humano concreto”?
                ¿Por qué una santidad de escayola y promesas, flores y velas, sin contacto con lo real, sin ser camino válido hoy?
                ¿Por qué pensar en lo inalcanzable y extraordinario y no en el acceso de una santidad real y cercana, hecha de entrega fiel en lo cotidiano, de amor apasionado aunque frágil?

lunes, 22 de julio de 2019

Lo concreto del cristianismo (Palabras sobre la santidad - LXXII)



¿Buscamos un resumen, una síntesis, un compendio de lo que es el cristianismo? No cabe duda de que una mirada ajena y externa, que analice el cristianismo, puede perderse, no hallar su centro, su convergencia, su orden interior.



            Desde fuera, sin participar en él, el cristianismo presenta la verdad de la fe, los dogmas y la Revelación, desplegada y profundizada por el Magisterio; igualmente se presentan unos ritos religiosos, la liturgia y los sacramentos, que vertebran y comunican algo superior. Además está la moral, los mandamientos y las bienaventuranzas, que señalan un estilo de vivir muy marcado… y, ¡cómo no!, la vida de oración con sus características peculiares. ¿Habrá algún modo práctico, fácil, de llegar a una síntesis del cristianismo, fácilmente verificable, que en su extrema sencillez, en su ingenua simplicidad, concrete todo el cristianismo y lo oferte al investigador, al no-creyente, al que busca?

            ¡La hay, sin duda! La mejor síntesis del cristianismo es un santo, es cada santo. Un santo es el compendio más logrado de todo el cristianismo, ya que asumieron y vivieron todas sus facetas. Ahora, sus vidas son elocuentes, sus biografías y trayectorias son claras y diáfanas, interpelan a quien los mira… y son la mejor concreción y la más perfecta convergencia.

            Cuando Edith Stein, en una situación de agnosticismo radical, vaya a casa de un matrimonio amigo, Theodor y Hedwig Conrad-Martius, en el pueblecito alemán de Bergzabern, durante el verano de 1921, y lea la Vida de santa Teresa de Jesús, exclamará: “¡Aquí está la verdad!” Se desencadenará el proceso definitivo de su conversión, bautismo, apostolado y docencia, entrada en el Carmelo descalzo y martirio, llegando a ser santa Teresa Benedicta de la Cruz. Había encontrado la Verdad, a Cristo y el cristianismo, en la vida de una gran santa, Teresa de Jesús.

sábado, 20 de julio de 2019

Anotaciones varias para la liturgia



La noble sencillez de la liturgia requiere que los ritos sean claros y significativos, que se vean, que se hagan bien (ars celebrandi), quitando repeticiones inútiles, y, por supuesto, sin multiplicar las moniciones: los ritos deben ser lo suficientemente claros por sí mismos. ¡Qué verborrea en la liturgia! Y ¡qué pocos significativos y elocuentes los ritos! ¡Cuántas moniciones y explicaciones para luego escuchar una lectura bíblica que es breve y clara si se sabe leer bien, o partir el pan clara y visiblemente durante el Cordero de Dios! 



Recordemos lo que dice el Concilio Vaticano II:

Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones (SC 34).


jueves, 18 de julio de 2019

Retos y prioridades (y II)



            El tercer camino del catolicismo hoy, después de los colegios y la Universidad, es la presencia pública de la Iglesia. Pensemos que el actual proceso de secularización empuja a la Iglesia a las catacumbas, se acalla la voz de los católicos, la fe se considera un hecho íntimo y privado que no debe manifestarse, el hecho religioso se entiende como un residuo cultural y estético pero sin implicación en la vida respetando tradiciones y fiestas que se consideran turísticas pero ya vaciadas de su genuino sentido; Dios desaparece así de la conciencia pública y los mismos fieles, confundidos por la secularización, adaptan la fe a sus gustos personales y carecen de una sólida formación doctrinal.



            Puesto que la fe ilumina toda la vida del hombre, y tiene que ver con todo lo humano, la voz de los católicos no puede silenciarse. La Iglesia debe hablar buscando el bien del hombre y de la sociedad, y la voz de los católicos deberá oírse en los foros públicos: política, medios de comunicación, foros de reflexión, asociaciones de todo tipo, etc. 


“Si nos dicen que la Iglesia no debería entrometerse en estos asuntos, entonces podemos limitarnos a responder: “¿Es que el hombre no nos interesa?” Los creyentes, en virtud de la gran cultura de su fe, ¿no tienen acaso el derecho de pronunciarse en todo esto? ¿No tienen –tenemos- más bien el deber de alzar la voz para defender al hombre, a la criatura que precisamente en la unidad inseparable de cuerpo y alma es imagen de Dios?”[1]


miércoles, 17 de julio de 2019

Nueva evangelización (Misa - III)



La súplica de la oración colecta orienta para vivir este tiempo de nueva evangelización como evangelizadores de verdad: “haz que nosotros, teniendo los ojos fijos en Él, vivamos siempre con caridad auténtica, como mensajeros y testigos de su Evangelio en todo el mundo”.            

            a) “Teniendo los ojos fijos en Él”. ¿A quién vamos a mirar? ¿Quién va a ser nuestra referencia? Cuando se apartan los ojos de Jesús, cada uno busca otro modelo, se vuelve fan de cualquiera: Apolo, Pablo, Cefas, etc…; olvidando la referencia a Cristo, elevamos a categoría máxima e intocable cualquier mediación, cualquier persona, cualquier movimiento, grupo o comunidad. Siendo esto así, la evangelización degenera en proselitismo para agregar personas “a lo mío”, lo único válido, mi movimiento, mi grupo.

            Lo propio cristiano para evangelizar es tener “los ojos fijos en Jesús” (Hb 12,2), como Pedro miraba a Jesús y fue capaz de andar sobre las aguas y sólo al apartar la vista de Él y mirar las aguas, sintiendo la fuerza del viento, comenzó a hundirse (cf. Mt 14,28ss).

            El evangelizador sólo mira a Cristo, sus ojos están pendientes sólo de Él (cf. Sal 122) y no aparta su mirada hacia nada ni hacia nadie más, identificándose sólo con el Señor. Por eso, un evangelizador será siempre un contemplativo más que un activo (o un activista) porque necesitará de la oración, del silencio, de la liturgia, para fijar sus ojos en Jesús con serenidad y reposo del corazón. Si no mira a Jesús, será un populista, un demagogo, un hombre comprometido en mil tareas distintas que nunca culmina, disperso, pero jamás podrá ser evangelizador.


domingo, 14 de julio de 2019

"Con todos los santos"

También los santos, y el deseo que ellos provocan en nosotros, aparecen reflejados y nombrados expresamente en todas las plegarias eucarísticas.

Tiene su importancia, su valor y su significado. ¿Por qué tanta insistencia, a qué viene su recuerdo en el momento central de la Santa Misa?


¿Qué consecuencias tiene este recuerdo y este signo de comunión y de memoria agradecida de todos los Santos?



“Con todos los santos”



-Comentarios a la plegaria eucarística –XIV-


            La gran plegaria eucarística reúne en una misma acción sacramental a toda la Iglesia, visible e invisible, la Iglesia aún peregrina en la tierra, caminante, y la Iglesia celestial, la de los santos, aquellos que son las mejores y más acabadas imágenes de Cristo[1]. Es así que toda la Iglesia está unida en la celebración eucarística, que el cielo entra en la tierra durante la santa liturgia.

            El himno de alabanza, el “Santo” no es cantado por el coro o los asistentes únicamente. A una voz, cielo y tierra interpretan la misma alabanza; los ángeles, los santos, todos los mártires, cantan en el cielo la santidad de Dios, y nosotros, humildemente “nos unimos a sus voces”, cantamos “a una voz”, “sin cesar”.

viernes, 12 de julio de 2019

La alegría honda y serena del cristiano

Nunca está de más volver sobre realidades esenciales, aquellas que son tan básicas en el tejido del cristianismo, que podemos pasar por alto, sin caer en ellas, ni considerarlas detenidamente.

Una de esas realidades esenciales es que la vida cristiana es alegre y feliz; sí, aun marcada por la cruz, porque ya la Pascua de Cristo y su Corazón inundan la vida. Y la transforman.

El cristianismo está marcado por la alegría, por la felicidad, serena, honda, imbatible.

Sea Pablo VI nuestro maestro:



“El que ha comprendido que la primera consecuencia de la vida cristiana es personal, es interior a la persona misma, no puede celebrar la Pascua, como la Iglesia nos invita a hacerlo, solamente el día en que se conmemora la resurrección del Señor, sino también en el período que sigue a esta festividad; y así no puede dejar de advertir que esta consecuencia tiene su propia expresión psicológica dominante: la alegría.

            Antes de la alegría, como sabemos, está la gracia, y con la gracia, la paz. Pero ésta, de por sí, supera nuestra sensibilidad interior (cf. Flp 4,7), difundiendo en todo el ser humano un cierto bienestar inefable, un equilibrio, un vigor, una confianza, un “espíritu”, que da al alma un sentido nuevo de sí misma, de la vida y de las cosas.

            La alegría es, más que ninguno de los otros frutos espirituales derivados de la gracia y de la caridad, su efecto dominante (Gal 5,22), hasta el punto de que la alegría invade la liturgia pascual con su “alleluia” y con toda la oleada de regocijo que se difunde en el estilo típico de la actitud cristiana propia de este período. Más aún, celebrando el misterio pascual, nosotros descubrimos que la alegría invade toda la vida cristiana, más allá de cualquier límite del calendario; es su atmósfera, su nota característica. Recordad la exhortación del apóstol Pablo: “Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos” (Flp 4,4; 3,1).

            Un cristiano, no puede, en realidad, estar triste, no puede ser radicalmente pesimista.

            El cristiano no conoce la desesperación; no conoce la angustia, que parece constituir la meta de la psicología moderna tal como ésta se realiza, sea en una dolce vita o en una vida intensa y sufrida, pero sin ideales y sin fe.

            Se puede decir que la alegría, la auténtica alegría, la de la conciencia, la del corazón, es un tesoro propio del cristiano, propio de aquel que cree verdaderamente en Cristo resucitado, se adhiere a Él, vive de Él. Una alegría pura, que desgraciadamente no siempre encontramos en los que interpretan la exigencia del Evangelio –como está hoy con frecuencia de moda- cual una actitud crítica y áspera hacia la Iglesia de Dios, a la que ofrecen, en vez del saludo franco y gozoso de la fraternidad, el desahogo acerbo de algún reproche, a veces ofensivo y subversivo, donde en vano se busca el acento amigo de un común gozo pascual.

miércoles, 10 de julio de 2019

"No por nuestros méritos"

La palabra "mérito" ha sido muy discutida en la teología y en el lenguaje catequético. Desde Lutero y todo el protestantismo, se ha visto absurdo que el hombre tenga "mérito" ante Dios, porque lo ven de modo pasivo, el hombre nada puede hacer porque está corrompido por su pecado original.

Pero si fuera así -que no lo es, claro-: ¿qué papel ocupa la gracia que nos mueve a actuar? ¿Qué papel la libertad humana que asiente a la gracia que recibe?

El Canon romano reza: "no por nuestros méritos"... ¿los está afirmando o negando? Entremos a extraer la teología y espiritualidad de esa frase de la plegaria eucarística I.



“No por nuestros méritos”

-Comentarios a la plegaria eucarística XIII-


            En el Canon romano, o plegaria eucarística I, al terminar la segunda lista de santos que se enumeran (“Juan el Bautista, Esteban, Matías y Bernabé…”) se concluye con una expresión elocuente y significativa: “acéptanos en su compañía, no por nuestros méritos sino conforme a tu bondad”. Siempre la bondad de Dios y su misericordia serán más grandes que nuestros méritos, pequeños.

            Más aún, confiamos más en los méritos de todos los santos que en lo poco que podamos merecer; el mismo Canon romano rezaba: “por sus méritos y oraciones, concédenos en todo tu protección”. Los méritos de los santos nos protegen y auxilian, intercediendo por nosotros.

            Ahora bien, ¿tenemos “méritos” ante Dios? ¿Merecemos algo? Porque de cómo comprendamos católicamente el mérito dependerá nuestra comprensión de la redención y justificación. Si todo depende de nosotros y nuestros méritos, podemos llegar a hacer inútil la Cruz de Cristo y creer que es cada uno quien se salva a sí mismo sin necesidad de la gracia; si negamos el mérito humano, pisoteamos completamente la gracia que actúa y mueve la libertad del hombre, siendo un elemento pasivo a los ojos de Dios, tan corrompido que es incapaz de ninguna obra buena.

domingo, 7 de julio de 2019

Nueva evangelización (Misa - II)


Llegamos a la oración colecta de la Misa "por la nueva evangelización".

Como siempre, las oraciones colectas contienen en primer lugar una invocación a Dios; después, normalmente con una oración de relativo, introducen el memorial, la acción de Dios que es recordada en su presencia, para luego pasar a la súplica, la petición concreta. Termina con la conclusión larga y solemne: "Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive..." 



2. La oración colecta


            Con la oración colecta de la Misa “por la nueva evangelización”, vamos adentrándonos en la dimensión cristológica: ya aparece Jesús y aparece como evangelizador, el gran y verdadero evangelizador que es el modelo y referencia absoluta para todo evangelizador (apóstol, sacerdote, catequista, misionero, formador, educador o docente…): Él es el Evangelizador y los cristianos serán evangelizadores si son formados por Él, enviados por Él y actúan como Él.

“Dios nuestro, que por el poder del Espíritu Santo
enviaste a tu Verbo para evangelizar a los pobres,
haz que nosotros, teniendo los ojos fijos en Él,
vivamos siempre con caridad auténtica,
como mensajeros y testigos de su Evangelio en todo el mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo”.

viernes, 5 de julio de 2019

Ministerios y servicios al servicio de la liturgia



            Para el correcto desarrollo de la liturgia hacen falta ministros. Primero, claro, el sacerdote... pero también otros ministros.

            En primer lugar los acólitos, que atienden el servicio del altar.



            Luego, los lectores. ¿Cómo han de leer? ¡Sólo los que sepan leer en publico, hacer viva la lectura...! “Covniene expresar en ellas capacidad, una sencillez y al mismo tiempo una dignidad tales, que hagan resplandecer, desde el mismo modo de leer o cantar, el carácter peculiar del texto sagrado”[1]. Participar no va a ser que suba cualquiera a leer... Mejor también aquí, la calidad que la cantidad... 

Los lectores proclaman las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Lo hacen en el ambón, sin leer lo que está en rojo (como “Primera lectura”, “Segunda lectura”, etc...).

            Está el salmista. Es decir, quien entona el Salmo responsorial, porque es un canto y, como tal, al menos el estribillo, la antífona, debería cantarse. (Por supuesto, sin decir “Salmo responsorial” ni frases como “Repitan...”, “a la primera lectura contestamos con el salmo tal...”).

miércoles, 3 de julio de 2019

Santos y místicos: sus aspiraciones (Palabras sobre la santidad - LXXI)

Para una teología que quiera ser viva y fecunda, y, por tanto, para una pastoral que quiera ofrecer algo sólido y real, los santos son unos referentes. Ellos son testigos y maestros a un tiempo; testigos de la acción y actuación de Dios en la vida, maestros porque expresan lo que ven y lo que viven, lo que palpan y experimentan del Misterio, abriendo caminos para que otros los puedan recorrer.



En los santos se cumple aquello que escribía Pablo VI en Evangelii Nuntiandi: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos” (n. 41). Son testigos, y constituidos en testigos, tienen palabras que pueden y deben ofrecer, siendo maestros para la vida de la Iglesia, para los otros hermanos y miembros de Cristo que peregrinan.

            ¿Y de qué hablan? ¿Qué pueden ofrecer?

            Ante todo, su experiencia personalísima del Misterio de Dios; pueden ofrecer sus deseos y aspiraciones de su alma que se han visto colmados con creces cuando se han unido al Señor y nada ha roto o debilitado esa unión.

            Los santos son testigos y maestros de una vida superior, plenamente cristiana, y por ello, mística. No se trata de un monje aislado, de un eremita apartado, o de una contemplativa tras su clausura: la vida mística, el desarrollo de la gracia que une a Cristo, se da en santos de toda condición, de toda vocación, también en la vida sacerdotal y en la vida laical, de tantos seglares en el mundo, trabajando en el mundo, transformándolo, y a la vez con una riquísima y oculta vida interior, mística.

 La oración es un camino de transformación de toda la persona, pero es, ante todo, unión con Cristo. Los santos y los místicos tienen una única aspiración y deseo: Jesucristo. Lo demás le parece pobre, insignificante.

martes, 2 de julio de 2019

Retos y prioridades para la Iglesia (I)



            El proceso secularizador ha invadido la cultura occidental y ha entrado con mucha naturalidad incluso en la misma Iglesia. Si asumimos bien cuál y cuán grave es el problema de la secularización y sus raíces, podremos en consecuencia descubrir los campos más urgentes y necesarios de la acción pastoral de la Iglesia para no desperdiciar energías y tiempo en campos que no son tan importantes, aunque puedan parecer más populares y simpáticos.



            La secularización, que es una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria, desarrolla una mentalidad en la que Dios está ausente y se vive como si no existiera. La fe –y por tanto la voz del católico- se relega a lo privado, y jamás se trasluce en la vida pública y social. 

             La Iglesia se queda sin espacio, sin lugar y los católicos quedan como elementos extraños e incómodos en este mundo y en esta cultura, casi como reliquias del pasado, desfasados. Pero este fenómeno también se manifiesta en el seno mismo de la Iglesia, desnaturalizando la fe cristiana, socavando sus cimientos y en consecuencia el estilo de vida y el comportamiento de los creyentes, con una clara tendencia a la superficialidad.

 ¿Cómo habremos de afrontar esta secularización? 

¿Qué respuesta debe dar la Iglesia con el apoyo decidido de los fieles?

            Primero: el campo necesarísimo de la enseñanza, la educación, los colegios católicos. La Tradición católica ha visto en la educación una manifestación concreta de la misericordia espiritual, una de las primeras obras de amor que la Iglesia ofrece a la humanidad, un aspecto de la “caridad intelectual”. Los colegios católicos –baste pensar en los colegios de la Compañía de Jesús durante tantos siglos- han tenido siempre un alto nivel académico y disciplinar, un estilo humanista y desde una clarifica identidad católica, educaban en la fe a los alumnos con una sana y clara formación católica y una iniciación a la práctica cristiana de la oración y de los sacramentos. Los colegios formaban católicos coherentes, convencidos y doctrinalmente muy preparados: uno de los signos era el gran número de vocaciones de todo tipo que suscitaban.