martes, 2 de julio de 2019

Retos y prioridades para la Iglesia (I)



            El proceso secularizador ha invadido la cultura occidental y ha entrado con mucha naturalidad incluso en la misma Iglesia. Si asumimos bien cuál y cuán grave es el problema de la secularización y sus raíces, podremos en consecuencia descubrir los campos más urgentes y necesarios de la acción pastoral de la Iglesia para no desperdiciar energías y tiempo en campos que no son tan importantes, aunque puedan parecer más populares y simpáticos.



            La secularización, que es una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria, desarrolla una mentalidad en la que Dios está ausente y se vive como si no existiera. La fe –y por tanto la voz del católico- se relega a lo privado, y jamás se trasluce en la vida pública y social. 

             La Iglesia se queda sin espacio, sin lugar y los católicos quedan como elementos extraños e incómodos en este mundo y en esta cultura, casi como reliquias del pasado, desfasados. Pero este fenómeno también se manifiesta en el seno mismo de la Iglesia, desnaturalizando la fe cristiana, socavando sus cimientos y en consecuencia el estilo de vida y el comportamiento de los creyentes, con una clara tendencia a la superficialidad.

 ¿Cómo habremos de afrontar esta secularización? 

¿Qué respuesta debe dar la Iglesia con el apoyo decidido de los fieles?

            Primero: el campo necesarísimo de la enseñanza, la educación, los colegios católicos. La Tradición católica ha visto en la educación una manifestación concreta de la misericordia espiritual, una de las primeras obras de amor que la Iglesia ofrece a la humanidad, un aspecto de la “caridad intelectual”. Los colegios católicos –baste pensar en los colegios de la Compañía de Jesús durante tantos siglos- han tenido siempre un alto nivel académico y disciplinar, un estilo humanista y desde una clarifica identidad católica, educaban en la fe a los alumnos con una sana y clara formación católica y una iniciación a la práctica cristiana de la oración y de los sacramentos. Los colegios formaban católicos coherentes, convencidos y doctrinalmente muy preparados: uno de los signos era el gran número de vocaciones de todo tipo que suscitaban.

            Si la secularización afectase a los colegios católicos, la formación cristiana sería cada vez más elemental, más pobre, reducida a la hora de la clase de religión, dedicada a proponer de modo difuso “con un discurso indefinido”[1] los valores del Reino, limitándose a lo políticamente correcto: educar en valores, en la paz, en la ecología. Si la secularización afectase a los colegios católicos, ese sería el panorama desolador.


            “La escuela –dice el Papa- debe interrogarse sobre la misión que debe llevar a cabo en el actual contexto social, marcado por una evidente crisis educativa. La escuela católica, que tiene como misión primaria formar al alumno según una visión antropológica integral, aun estando abierta a todos y respetando la identidad de cada uno, no puede menos de proponer su propia perspectiva educativa, humana y cristiana”[2]


En los colegios católicos nos jugamos mucho del futuro de la sociedad y de la Iglesia.
           
            Junto a los colegios católicos, cuyo problema no será el número de estudiantes católicos, sino la identidad católica y su convicción, el mundo de la Universidad: ese es un camino del catolicismo hoy y que debe ser atendido con prioridad. La Iglesia fue el origen y el principal apoyo para el nacimiento de las universidades en la Edad Media. La Iglesia impulsó la cultura, amó el saber católico e integral, cuidó el desarrollo de las diversas disciplinas y ciencias, facilitó a todos el acceso a la ciencia y al pensamiento. 


“El nacimiento de las universidades europeas fue fomentado por la convicción de que la fe y la razón están destinadas a cooperar en la búsqueda de la verdad, respetando cada uno la naturaleza y la legítima autonomía de la otra, pero trabajando juntas de forma armoniosa y creativa al servicio de la realización de la persona humana en la verdad y en el amor”[3].


            La presencia de la Iglesia en la Universidad alentará a ésta a la unidad en la búsqueda del saber, sin oposición entre ciencia y fe, sino mostrando el diálogo entre la fe y la razón. Profesores y alumnos católicos podrán mostrar la belleza del catolicismo y la fuerza de la verdad en la comunidad universitaria, conscientes de que en la universidad se juega la cultura y el estilo mismo de la vida política y social: el futuro de una sociedad se forja en la universidad; el destino de Europa y su raíz cristiana se fragua en la universidad. La Iglesia debe estar ahí, pues nunca le ha sido ajena a la Iglesia la investigación, ni la cultura, ni el saber.

            La Iglesia en el mundo del saber acompañará a los estudiantes universitarios a lograr la síntesis entre fe y razón, a aprender a pensar, a creer en el estudio como método de profundizar en la verdad, a mostrar la razonabilidad de la fe católica, a que el tiempo de formación universitaria les ayude a descubrir a Dios, a conocerlo, a amarlo y testimoniarlo, es decir, madurar en el intelecto y madurar en la fe.

            Es fácil comprender y valorar el esfuerzo e interés de la Iglesia en la creación de las universidades católicas, viendo además que es un impulso al humanismo cristiano y un freno a la secularización. El camino del catolicismo hoy se orienta decididamente hacia la Universidad y hacia la creación de universidades católicas. El Papa alienta esta camino: 


“Es posible nuevamente, en el tercer milenio, conjugar fe y ciencia. Sobre esta base se desarrolla el trabajo diario de una universidad católica. ¿No es una aventura que entusiasma? Sí, lo es porque moviéndose dentro de este horizonte de sentido, se descubre la unidad intrínseca que existe entre las diversas ramas del saber: la teología, la filosofía, la medicina, la economía, cada disciplina, incluida las tecnologías más especializadas, porque todo está unido. Elegir la Universidad católica significa elegir este planteamiento que, a pesar de sus inevitables límites históricos, caracteriza la cultura de Europa, a cuya formación las universidades nacidas históricamente “ex corde Ecclesiae” han dado efectivamente una aportación fundamental”[4].




[1] BENEDICTO XVI, Disc. al tercer grupo de obispos de Canadá en visita ad limina, 8-septiembre-2006.
[2] BENEDICTO XVI, Disc. a la Cong. para la educación católica, 21-enero-2008.
[3] BENEDICTO XVI, Disc. a los participantes en el encuentro europeo de profesores universitarios, 23-junio-2007.
[4] BENEDICTO XVI, Disc. en la inauguración del 85º curso académico en la Universidad Sagrado Corazón, 25-noviembre-2005.

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