sábado, 31 de agosto de 2019

Actualidad de los santos y provocación (Palabras sobre la santidad - LXXIV)



La santidad no ha pasado de moda; muy al contrario, está recobrando el lugar que le pertenece y que nunca hubiera debido perder. ¿Por qué y cómo ocurrió? Muchos, en el inmediato postconcilio, arrasaron con todo. El culto a los santos, la devoción a los santos –en ocasiones mezcladas con formas de superstición en la religiosidad popular- en vez de cuidarse y, si era necesario, purificarse, fue suprimido. La santidad parecía caducada ya, y ahora había que buscar el “compromiso”, la “solidaridad” y un cristianismo exclusivamente “social” más parecido a una ética filosófica o política que al seguimiento y comunión con Jesucristo.



Pero, ¿habían leído los textos conciliares o se basaban en el “espíritu del Concilio” (¡inexistente!) que reinterpretaba o inventaba los documentos promulgados? Porque ya en la primera Constitución dogmática, Lumen gentium, se urgía a la santidad de todo el Pueblo de Dios y a la llamada universal a la santidad. Poco a poco, la santidad fue recuperando su espacio y convirtiéndose en eje central para la vida cristiana: las numerosas beatificaciones y canonizaciones celebradas desde entonces fueron un aliciente y una catequesis de la Iglesia para todos, en todos los estados de vida.

Así los santos son puestos en la Iglesia hoy como luz que alumbra a todos los de casa (cf. Lc 11,33), ejemplares acabados del seguimiento de Cristo hasta sus últimas consecuencias, milagros vivos de lo que la gracia realiza, una nueva y actualizada traducción del Evangelio vivido. Ellos son plenamente maduros, desarrollados, adultos en Cristo, que nada se le ha quitado a su humanidad sino que ha sido plenificada. Nunca ensimismados en sí mismos, se dieron a Dios por completo y sirvieron generosamente a sus hermanos.

viernes, 30 de agosto de 2019

El camino de la espiritualidad (y II)



            Hoy es necesario un catolicismo que se distinga ante todo por el arte de la oración, como respuesta al amor del Corazón de Cristo, aprendiendo a orar, enseñando y educando en la oración, conscientes y sabedores de que la oración no es  privilegio para unos pocos, los sacerdotes y consagrados, sino para todo católico que quiera vivir en serio su vocación a la santidad y al apostolado. 



La oración debe ser el fundamento de todo. 
La oración es la experiencia personal de Dios. 
La oración es el secreto de un catolicismo vivo y apostólico. 
La oración es la condición primera de toda pastoral auténtica. 
La oración es vivir en el amor del Corazón de Cristo.

            Si tal es la importancia de la oración sería una equivocación pensar “que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida... No sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”” (NMI, 34). 

          La secularización se erradicará con católicos de una profunda vida interior, de oración, sólida formación doctrinal y decidido compromiso apostólico.

            Cada parroquia y comunidad cristiana deben convertirse hoy en escuelas de oración, creando un ambiente espiritual marcado por la oración que induzca a un compromiso personal de oración diaria.

lunes, 26 de agosto de 2019

La penitencia sacramental es reparación

Los sacramentos nos aplican los méritos redentores de Cristo; son los sacramentos los cauces por los que Cristo sigue redimiendo y santificando, derramando su gracia redentora.

Los sacramentos son fruto de la reparación de Cristo, de la obra inmensa de la redención.




Muy especialmente podemos fijarnos en el sacramento de la Penitencia. Ahí, de manera tremendamente personal, el penitente es asociado a la reparación de Cristo: es perdonado y, a su vez, debe reparar con Cristo. Ese es uno de los valores de la satisfacción sacramental, de la penitencia que el sacerdote impone al penitente.



La penitencia que se nos impone en el sacramento de la Reconciliación es, en primer lugar, modo de expiar nuestros pecados por medio de nuestras prácticas penitenciales diciéndole al Señor que, si bien antes me he separado de él por el pecado, ahora le muestro mi amor mediante obras concretas; y eso ya es reparación por los propios pecados; en segundo lugar, la penitencia ejerce una función medicinal y debe ser apropiada al penitente para curar las heridas del pecado, extirpar sus raíces y fortalecer el entendimiento y la voluntad en un mayor amor a Dios, debilitado y roto por el pecado. Atendamos a la doctrina de la Iglesia, en primer lugar del Catecismo:

sábado, 24 de agosto de 2019

"Y con tu espíritu" - III (Respuestas - III)



Cuatro son los saludos fundamentales en el actual Ordinario de la Misa, y los cuatro destacan la presencia del Señor Jesucristo así como la oración de los fieles para que el Señor asista en su espíritu sacerdotal al ministro ordenado (obispo, presbítero o diácono) que realiza la acción litúrgica.

            El primer saludo, al inicio de la celebración eucarística, hace consciente a la asamblea de no ser una reunión más, algo social, humano, grupal, sino el pueblo santo de Dios y su Cuerpo eclesial, que reconoce al Señor en medio de ellos.



            El segundo saludo lo dirige al diácono antes de la proclamación de la lectura evangélica, con las manos juntas. Así se recuerda a todos que es el Señor mismo quien va a leer el Evangelio por medio del diácono (si no lo hay, por medio del sacerdote) y se ruega que el Señor asista al lector ordenado para hacerlo dignamente.

            El tercer saludo comienza la plegaria eucarística, plegaria de acción de gracias y consagración, recordando el sacerdote a los fieles hasta qué punto el Señor se va a hacer presente que el pan y el vino, elementos comunes que diría san Ireneo, se van a transformar en su Cuerpo y Sangre. Los fieles ruegan, “y con tu espíritu”, que el Espíritu Santo asista al espíritu del sacerdote para desempeñar su función sacerdotal y pronunciar la gran plegaria eucarística y consagrar santamente los dones.

            El cuarto saludo y la respuesta de los fieles están situados al final, antes de la bendición con la que concluyen los ritos litúrgicos. Se recuerda que es el Señor quien bendice a su pueblo y lo despide.

jueves, 22 de agosto de 2019

Sentencias y pensamientos (VIII)



53. Santidad es ver todo con los ojos de Dios, sobrenaturalizarlo todo, corazón limpio, sentir y vivir la presencia de Dios en todo, en todo amar y servir. Ser espiritual es una gran necesidad de oración, de liturgia y de Sagrario, de contemplación y de gusto de Dios aunque luego falte el tiempo para todo eso.





54. El santo es el hombre espiritual, el hombre lleno de Espíritu Santo, y el espiritual es santo. 



55. [A consagradas:] Ojalá siempre seáis esposas de Cristo, y no solteronas o viudas. Tenéis un muy buen Esposo y Señor que está vivo.



56. La liturgia vívela como un pleno acto contemplativo, donde Dios se te da.

martes, 20 de agosto de 2019

Jesucristo, respuesta al espíritu humano



Jesucristo lo es todo. ¡Y él lo hace todo nuevo! Él es Gracia y Paz, Médico y Medicina, Presencia y Compañía, Afecto y Amistad, Verdad y Libertad.



Jesucristo es el abrazo paterno de Dios a esta humanidad que se aleja de Dios por el pecado, con la soberbia de sus logros, de su poder económico, de su técnica y consiguiente relativismo (o nihilismo, si vamos más al fondo); a esta humanidad concreta y necesitada de redención y vida, le brinda la paz, la gracia y la misericordia, ofreciéndole el don de la reconciliación. 


“Nosotros podemos encontrar a Dios, porque él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho... porque es rico en misericordia, dives in misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. Él sale el primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso” (JUAN PABLO II, Homilía, 29-noviembre-1998, nº 3).


En Jesucristo, Dios nos mira con misericordia. Muchas veces nos sentimos inquietadoramente observados. Ojos que curiosean lo que hacemos, ojos que investigan nuestras reacciones, miradas de desprecio, de orgullo o prepotencia; nos pueden mirar juzgándonos lo que somos o hacemos pues son miradas despectivas, acusadoras, que nos sientan mal y nos dejan un sabor amargo. Miradas indiferentes que nos miran sin vernos porque no les importamos, carecemos de valor o de significado. Incluso recibimos miradas de odio o de envidia, que si pudieran nos eliminaban. Pocas, muy pocas miradas, percibimos que sean de afecto sencillo, de comprensión.

domingo, 18 de agosto de 2019

Fundamento de la santidad




“Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Ts 4,3).

“[En los santos] la gracia del bautismo dio plenamente fruto. Hasta tal punto bebieron en la fuente del amor de Cristo que fueron transformados íntimamente, y se convirtieron a su vez en manantiales desbordantes para la sed de muchos hermanos y hermanas suyos” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de varios siervos de Dios, 7-marzo-1999).

“¡Pensad en grande! ¡Tened la valentía de ser atrevidos! Con la ayuda de Dios “trabajad por vuestra perfección”. Dios tiene un proyecto de santidad para cada uno de vosotros” (JUAN PABLO II, Homilía en la catedral de Ancona, Italia, 30-mayo-1999).



¡La santidad!

Hagamos una visión de conjunto sobre ella, porque estamos llamados a ser santos. Para ser santos no hay que ser gente rara, no hay que ser desequilibrados ni, en frase muy significativa, “ser buena persona”; eso no es ser santo. Lo nuestro es un nivel alto, vivir el Evangelio en toda su plenitud; menos que eso, es que nos hemos desviado de la meta. ¡Estamos llamados a la santidad!

                ¿Dónde radica ese hecho de la llamada a la santidad?
               
El fundamento de nuestra santidad está en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, los sacramentos que se llaman de la iniciación cristiana. Por el Bautismo y la Confirmación se nos ha dado la gracia del Espíritu Santo que nos ha hecho hijos de Dios, hermanos de Cristo, miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, y se nos ha dado en germen, como una pequeña semilla, la santidad. Ahí radica el fundamento. Cada Eucaristía celebrada o adorada es una nueva llamada para ser santos. No pienses que eso no va contigo; no dejes la santidad para otros; no pienses que para ti es suficiente salvarte; no pienses que es bueno solamente cumplir con cuatro cosas y que los niveles de exigencia son para otros, los religiosos y los consagrados. Todos estamos llamados a esa perfección, a esa santidad, porque por el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía el Señor nos llama.

Es una llamada universal a la santidad, dirigida a todos los hijos de Dios, a todos los renacidos en Cristo; todos, absolutamente todos, están llamados a la santidad. No hay cristianos de primera y cristianos de segunda, cristianos que están llamados a una perfección más alta y cristianos que sean la tropa, que con salvarse ya tienen bastante. Todos estamos llamados a la santidad. Eso no es una etiqueta ni un adorno, es una vocación, la primera y más fundamental vocación de todo bautizado, de todo católico. Antes que la vocación matrimonial, o la vocación religiosa, o la virginidad consagrada, está la vocación a la santidad. Y Dios nos pedirá cuentas –aunque este lenguaje no esté de moda-, haciendo un juicio, un discernimiento, en donde se nos preguntará qué hemos hecho con nuestro bautismo, con la llamada que nos hizo a la santidad.  Esta vocación es una vocación eterna, “antes de la creación del mundo nos eligió para ser santos e irreprochables ante Él por el amor”. Vemos los documentales de naturaleza en televisión, sobre el origen de la tierra, la vida, etc., y nos sorprende y admira, pues bien, antes que todo eso, millones de años, el Señor pensó en cada uno de nosotros, con nuestro nombre y apellido, y dijo: “quiero que seas hijo mío, quiero que seas santo”. “Antes de la creación del mundo nos eligió para ser santos e irreprochables ante Él por el amor”. 

sábado, 17 de agosto de 2019

Renovar y no arrasar (Palabras sobre la santidad - LXXIII)



Cada generación en la historia de la Iglesia ha sido fecunda mediante sus santos. Y cada generación ha aportado sus santos para la renovación verdadera de la Iglesia.

Éste es un capítulo y proceso apasionantes cuando se mira, se analiza, se estudia bien y en profundidad.


Los santos, por su vida misma, han sido una gracia de Dios para la Iglesia en su peregrinar; han mostrado la vitalidad de la Iglesia misma, capaz de engendrar santos en cada época, y con ellos, renovación, fuerza, impulso. Son un grito que despierta la conciencia aletargada; son un espejo en el que reflejarse; son una presencia, tal vez muda, pero siempre interpelante, que a nadie deja indiferente y que desencadenan un proceso: el deseo en quienes los rodean de entregarse muy de veras al Señor.

De ese modo, que se pudiera calificar de “concéntrico”, como una piedra lanzada a un lago, un santo ha renovado en su pequeño ámbito a la Iglesia, porque un santo siempre suscita santidad en los demás.

Algunos santos recibieron, además, un encargo del Señor específico y concreto, de mayor alcance: fueron fundadores de una nueva familia eclesial o fueron reformadores de la vida de la Iglesia, de sus organismos o instituciones. Lo fueron porque, a pesar suyo, recibieron esa misión del Señor y la Iglesia hizo el discernimiento correspondiente al que siempre se sometieron humilde, obediente, dócilmente.

viernes, 16 de agosto de 2019

Nueva evangelización (Misa - V)


4. La antífona de comunión

            La antífona de comunión, que inspira la letra de un verdadero canto de comunión, está inspirada en el texto de Isaías que Jesús aplica a su Persona, señalando el inicio de la plenitud y de su misión profética:

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para evangelizar,
para proclamar el año de gracia del Señor
y el día de la redención” (cf. Lc 4,18-19).



            Jesús fue ungido por el Espíritu Santo en su bautismo, lleno de Espíritu Santo, para predicar, sanar y redimir, comunicándonos su Espíritu, después de la Pascua, a nosotros, miembros de su Cuerpo. Se inserta así, y lo supera, en la larga cadena de “ungidos” por el Señor del Antiguo Testamento cuando Dios les confería una misión. La unción de la naturaleza humana de Jesús está en función de la evangelización, “poderoso en obras y palabras” (Lc 24,19).

            La evangelización que realiza Jesús es un anuncio gozoso y lleno de esperanza: proclama el año de gracia del Señor, el tiempo, que ahora ya ha llegado, de gracia, salvación, el verdadero jubileo en el que Dios va a cancelar la deuda del pecado de Adán e inaugurar los tiempos nuevos. Jesús, ungido, va a proclamar el día de la redención: llega su “hora”, la hora en la que va a redimir al hombre por su cruz y resurrección, como tantas veces dijera en el evangelio de san Juan (cf.  2,4; 4,23; 5,25; 7,30; 8,20; 12,23; 12,27; 13,1; 16,32; 17,1).

            Es la hora de Dios, la del triunfo sobre el pecado, el diablo y la muerte.

jueves, 15 de agosto de 2019

Misterio de María, imagen de la Iglesia



La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora tiene una doble perspectiva que no se puede olvidar, recogida en los textos eucológicos de esta Misa. Es la perspectiva mariana y eclesial.


En María encuentra la Iglesia un signo de esperanza y en Ella reconoce su propia vocación y destino ya realizado en uno de sus miembros más eminentes. ¿Qué espera la Iglesia? ¿Cuál es su fin último? ¿Cuál es el objeto último de su esperanza? La participación plena en el Misterio Pascual de Jesucristo, la glorificación definitiva. María brilla en la Iglesia como imagen purísima de lo que la Iglesia espera y ansía. 

Es decir: la resurrección, la glorificación, la participación plena en la vida intratrinitaria de tal forma que lo ya realizado en María se realizará un día en los cristianos, en la Iglesia misma ("aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo" OC, Misa del día). Nuestra esperanza cristiana encuentra en María una prenda y un aliento a esta Iglesia peregrinante:

                                    Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra (Pf).

María es imagen de la Iglesia, tipo de la Iglesia. Así lo recogen los textos eucológicos y la Tradición de la Iglesia. María tipo de la Iglesia implica que la Iglesia mira su realización y destino, su ser más profundo en la Virgen y participa de su esperanza:

                                    Por la intercesión de la Santísima Virgen María, que ha subido a los cielos, haz que nuestros corazones, abrasados en tu amor, vivan siempre orientados hacia ti (OF Misa del día).

lunes, 12 de agosto de 2019

Historia de salvación del orante

                La oración, ¡qué fácil y qué difícil hablar de ella! 

Se da por supuesto su necesidad, su importancia radical y fontal en la vida del cristiano. Incluso se crean escuelas de oración, y se enseñan métodos y técnicas de oración y es justo reconocer el gran avance que en este campo se ha ido produciendo. 



Se comienza a redescubrir la necesidad de la escucha de la Palabra, de la oración sálmica y de los procesos de oración contemplativa.

                Hemos de dar gracias a Dios porque, afortunadamente, la oración se está convirtiendo en el humus cristiano, en la base existencial del peregrinar histórico. Aunque aún queda un gran recorrido por hacer, muchos avances, muchos tanteos y, también, ciertos fracasos. Pero orar y enseñar a orar será el gran reto de un cristianismo vivo para que la mentalidad del pragmatismo y de lo fáctico, que penetra por las fibras del tejido social e impregna la forma de pensar y vivir de muchos católicos, entre en la dinámica cristiana de la contemplación, de lo gratuito y festivo, de lo “inútil” como la cruz, pero que a la larga es lo más necesario, lo más eficaz y lo más útil en nuestro agitado y turbulento siglo, época de contrastes y de búsquedas de nuevos terrenos y expresiones culturales.

                ¿De dónde venimos y adónde nos dirigimos con la oración? 

miércoles, 7 de agosto de 2019

Religión, cristianismo, espíritu humano



Quien responde a ese deseo y búsqueda del espíritu humano, quien es la respuesta al sentido religioso del hombre, es Dios en la Persona de Jesucristo. Todo cambia. 

La religión no es el esfuerzo ni la búsqueda de Dios por parte del hombre, ni el rito y culto vacíos ante un Dios desconocido e inalcanzable; la religión es el vínculo de unión, la religación, de Dios con el hombre. 



Dios ha abierto un Camino para encontrarse con el hombre; éste sólo tiene que recorrerlo.

¡Qué gran novedad! El Acontecimiento de la Encarnación y nacimiento de Jesucristo es el Hecho determinante de la larga historia de esta humanidad: ya nada será igual. Todo es nuevo, todo es salvador, todo es gracia. 

La vida humana cobra un nuevo sentido, una orientación diversa, un gusto, un afecto y pasión sin los cuales la vida sería no un drama sino una tragedia; no un sentido sino un absurdo. 

Los hombres ya no están desorientados: tienen una Luz; la humanidad no camina hacia la muerte y la destrucción, sino hacia la Vida y Resurrección; los hombres no están perdidos, sino encontrados por el Buen Pastor; la humanidad no marcha hacia el absurdo, sino hacia un Destino glorioso, una Meta, el Misterio. ¡Qué paz adquirir la conciencia de ese destino! 

lunes, 5 de agosto de 2019

El camino de la espiritualidad (I)



            El catolicismo posee una fuerte impronta de vida espiritual e interior, con grandes maestros del espíritu que han enseñado los caminos interiores hacia Dios. La trascendencia y la espiritualidad no son ni mucho menos patrimonio exclusivo de las religiones orientales, a las que ahora se miran con sumo respeto despreciando el tesoro espiritual de la Tradición católica, tal vez por ignorancia y desconocimiento.


  
          La Iglesia, por medio de sus pastores, de sus grandes obispos y de sus místicos, vivió una intensa vida espiritual y educó a sus hijos en la oración como elevación del alma a Dios y humilde petición de su gracia, adoración de Jesucristo y meditación, escucha de la Palabra y silencio contemplativo, oración silenciosa, llena de unción, ternura y amor por el Señor.

            De pronto y sin previo aviso, se ha arrinconado la vida de piedad, el silencio y la oración, la visita al Sagrario y la adoración al Santísimo, la devoción y el recogimiento incluso en la santa Misa, etc., toda esta vida espiritual se volvió sospechosa, e incluso alienante, y poco a poco se fue suprimiendo. 

¿Cuáles han sido las causas de este abandono? 

¿Qué razones se adujeron? 

Ante esta crisis de oración, ¿qué hemos de hacer?


sábado, 3 de agosto de 2019

Elogio de la santidad - II



Los santos son el Evangelio vivido.
El Evangelio impregnó las fibras más sensibles de sus almas, en sus razonamientos, actitudes, sentimientos y obras; ellos fueron, por su radicalidad evangélica, auténticos reformadores en la Iglesia, más con su santidad de vida que con sus iniciativas y discursos; reformadores en la Iglesia, núcleos de verdadera humanidad en cada época histórica. ¡Como ellos, también nosotros llamados a la santidad, a la vivencia renovada el Evangelio, a la adhesión amorosa y personal a Jesucristo, viviendo con fidelidad el misterio de la Iglesia, sirviendo y amando al hombre, a todo hombre!



                ¡Santos, llamados  la santidad! ¡Ahora nos toca a nosotros!
             En esta etapa histórica, ya iniciado el tercer milenio, ¡nos toca a nosotros ser los santos de este milenio!
                Ahora, ya, no más tarde, ni mañana, ni dentro de unos años, ahora nos toca ser los santos que Dios espera para los hombres y el mundo de nuestra época.
                ¿Qué responderemos al Dueño de la Viña? Él sigue llamando, con paciencia y misericordia, para que acudamos a la viña de la santidad, a trabajar con Él y para Él. ¿Quién responderemos, qué haremos? Ahora se puede entender mejor el hincapié en la santidad que Juan Pablo II está realizando.

                ¡Santos, llamados a la santidad!
                 
 Todo bautizado, viviendo en santidad. Los fieles laicos –en los muchos modos y caminos espirituales- viviendo en santidad e impregnando las realidades temporales del espíritu evangélico. Los matrimonios santos, en el mutuo amor, entrega y sacrificio, engendrando hijos para Dios y entregándoles el depósito de la fe. Los religiosos, que sean santos, en la renovada vivencia de los votos y la fidelidad a su carisma y misión. Los contemplativos santos, abiertos al Misterio, entregados  ala liturgia, la oración y el estudio. Los sacerdotes santos, configurados con Cristo Buen Pastor, santificando, enseñando y rigiendo... ¡Santos, llamados a la santidad! ¡Todos, con un mismo deseo y vocación, la santidad! ¡Santos o fracasados, no hay término medio!

                Es bueno considerar despacio qué es la santidad para así desearla más fervientemente. Que sean las palabras del Papa las que guíen la consideración:

jueves, 1 de agosto de 2019

Sentido religioso natural



1. En el hombre hay un sentido religioso natural, aunque parezca a veces adormecido o disimulado (culturalmente, socialmente, hoy no está de moda). Tiene todo hombre una sed de felicidad, de vida y de trascendencia que le hace siempre desear algo más, ser algo más de lo que ya es, esperar algo más que responda a ese deseo, necesidad y carencia que descubre. 



Ese es el sentido religioso que lo conmueve ante determinadas experiencias que le son profundamente significativas y que le abren a la trascendencia y al Misterio: la experiencia de un nacimiento o del fallecimiento de un ser querido; la experiencia del afecto sincero, noble y limpio (del matrimonio, de la paternidad o filiación, de la amistad); el espectáculo admirable de la creación en su belleza y orden (un amanecer, una puesta del sol, un bosque, el mar...) o ante una obra artística que con su perfección y líneas mueve al hombre en sus resortes afectivos, estéticos y espirituales (por ejemplo, una ilustración mozárabe, un lienzo, una catedral gótica, un bello edificio renacentista, un templo barroco, o las notas de una Misa barroca, de un Concierto de órgano, de una Sinfonía romántica, etc., etc.). 

La verdadera y genuina cultura humana es demostración de ese sentido religioso que todo lo impregna y en todo se expresa. Esas experiencias son manifestación del espíritu religioso del hombre: busca experiencias trascendentes, necesita respuestas a los interrogantes profundos, a las cuestiones en las que se resuelve su sentido y su Destino, quiere alcanzar y tocar el Misterio, el Ser Supremo, Dios mismo.

2. Todas y cada una de las religiones han tratado de dar respuesta al espíritu humano; todas y cada una de ellas son intentos, más o menos logrados, más o menos certeros, por llegar a Dios, que es el impulso y deseo último del hombre. Las religiones son proyecciones del sentido religioso del hombre en su corazón -sentido creado por Dios para que el hombre le busque, dicho sea de paso-.