viernes, 16 de agosto de 2019

Nueva evangelización (Misa - V)


4. La antífona de comunión

            La antífona de comunión, que inspira la letra de un verdadero canto de comunión, está inspirada en el texto de Isaías que Jesús aplica a su Persona, señalando el inicio de la plenitud y de su misión profética:

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para evangelizar,
para proclamar el año de gracia del Señor
y el día de la redención” (cf. Lc 4,18-19).



            Jesús fue ungido por el Espíritu Santo en su bautismo, lleno de Espíritu Santo, para predicar, sanar y redimir, comunicándonos su Espíritu, después de la Pascua, a nosotros, miembros de su Cuerpo. Se inserta así, y lo supera, en la larga cadena de “ungidos” por el Señor del Antiguo Testamento cuando Dios les confería una misión. La unción de la naturaleza humana de Jesús está en función de la evangelización, “poderoso en obras y palabras” (Lc 24,19).

            La evangelización que realiza Jesús es un anuncio gozoso y lleno de esperanza: proclama el año de gracia del Señor, el tiempo, que ahora ya ha llegado, de gracia, salvación, el verdadero jubileo en el que Dios va a cancelar la deuda del pecado de Adán e inaugurar los tiempos nuevos. Jesús, ungido, va a proclamar el día de la redención: llega su “hora”, la hora en la que va a redimir al hombre por su cruz y resurrección, como tantas veces dijera en el evangelio de san Juan (cf.  2,4; 4,23; 5,25; 7,30; 8,20; 12,23; 12,27; 13,1; 16,32; 17,1).

            Es la hora de Dios, la del triunfo sobre el pecado, el diablo y la muerte.


          De nuevo, una vez más, aparece la potencia y actuación del Espíritu Santo en la tarea evangelizadora. ¿No será que la nueva evangelización es más obra del Espíritu que de acciones humanas, reuniones, planificaciones y estrategias?



           Al igual que el Espíritu ungió a Cristo, nosotros hemos participado de esa unción en la Iniciación cristiana, en la Confirmación, donde el santo Crisma transmitió la unción del Espíritu Santo. El evangelizador deberá dejar que esa unción le impregne por completo y le conduzca siempre; así será un “hombre espiritual”, un portador del Espíritu Santo en su persona, en su predicación y en sus obras. Pero sin la frescura de esta unción, sin el buen olor de Cristo por el Espíritu, no puede darse esta nueva evangelización porque no habría evangelizadores “espirituales”, sino propagandistas, o demagogos, o populistas…

            Una buena noticia es el Evangelio; la unción del Espíritu permite que el evangelizador proclame entusiasmado el amor de Dios que salva y que ha inaugurado el tiempo de gracia y salvación; y el Espíritu provocará la acogida de ese anuncio a aquellos que estaban aguardando, buscando, haciendo que en ellos renazca la esperanza y brote la alegría.

            Proclamar el año de gracia del Señor y el día de la redención significa anunciar lo nuclear del Evangelio, su centro vital; evita la dispersión, huye de los aspectos menos relevantes y no permite que entre el lenguaje secularizado, tan pernicioso para la evangelización (el lenguaje del moralismo y de los valores). Siendo fieles a la unción del Espíritu, la predicación tendrá la fuerza kerigmática que tenían los discursos apostólicos, el impacto vital del anuncio de la redención que Cristo ofrece. ¡Es un nuevo enfoque!, es devolver a la evangelización su frescura y la centralidad de Cristo. ¡Esto es lo propio de la nueva evangelización!


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