lunes, 5 de agosto de 2019

El camino de la espiritualidad (I)



            El catolicismo posee una fuerte impronta de vida espiritual e interior, con grandes maestros del espíritu que han enseñado los caminos interiores hacia Dios. La trascendencia y la espiritualidad no son ni mucho menos patrimonio exclusivo de las religiones orientales, a las que ahora se miran con sumo respeto despreciando el tesoro espiritual de la Tradición católica, tal vez por ignorancia y desconocimiento.


  
          La Iglesia, por medio de sus pastores, de sus grandes obispos y de sus místicos, vivió una intensa vida espiritual y educó a sus hijos en la oración como elevación del alma a Dios y humilde petición de su gracia, adoración de Jesucristo y meditación, escucha de la Palabra y silencio contemplativo, oración silenciosa, llena de unción, ternura y amor por el Señor.

            De pronto y sin previo aviso, se ha arrinconado la vida de piedad, el silencio y la oración, la visita al Sagrario y la adoración al Santísimo, la devoción y el recogimiento incluso en la santa Misa, etc., toda esta vida espiritual se volvió sospechosa, e incluso alienante, y poco a poco se fue suprimiendo. 

¿Cuáles han sido las causas de este abandono? 

¿Qué razones se adujeron? 

Ante esta crisis de oración, ¿qué hemos de hacer?


           La primera razón del abandono de la oración viene motivada por aquella filosofía materialista que luego influyó en la teología, donde el único criterio válido es la praxis y el compromiso de la transformación del mundo. La oración y la espiritualidad se miraban con recelo y se las consideraba como alienantes, evasivas de la realidad, que constituían un refugio para el cristiano impidiendo el compromiso socio-político activo. Consideraban que la religión era sólo ética y moral, una forma y método de transformación el mundo convirtiendo a Dios en una excusa –ya que la religión dejaba de ser vínculo con Dios para ser sólo ética- y la oración como un elemento que entorpece la praxis. Es la religión secularizada y en muchos casos, ideologizada.

            Una segunda razón, que se deduce de la primera, es el influjo de la cultura contemporánea donde se valora todo sobre el criterio del “hacer” y del “tener” más que el “ser”. El activismo ha entrado con fuerza en al vida de la Iglesia, secularizándolo todo e instalando una mentalidad en que lo único importante en la Iglesia es la actividad constante, las reuniones, las revisiones de planes y proyectos, la múltiple actividad carente de profundidad y de la suficiente reflexión. Este activismo en teoría habla de la oración como una actividad más, pero en la práctica no encuentra tiempo para orar ni sosiego para contemplar. El tiempo para la oración lo sacrifica para realizar más actividades y compromisos: un ritmo de vértigo y superficial en que el alma cansa y se cansa. Se copian los modelos sociales de la empresa y se aplican a la Iglesia como si fuera una empresa mundana, con objetivos, imagen, balance y resultados. La oración no parece, pues, una buena inversión; siempre el activismo disfrazado de buenas intenciones y celo apostólico. El activismo desmedido impide la oración. Incluso la fórmula tan jesuita de “contemplativos en la acción” se ha tergiversado identificando sin más los dos miembros, como si la acción fuese ya en sí misma oración sin necesidad de dedicar tiempo personal a la plegaria que orienta el trabajo y hace fecundo el apostolado. Benedicto XVI escribía en un Mensaje: 


“Es necesario superar la dispersión del activismo y cultivar la unidad de la vida espiritual a través de la adquisición de una profunda mística y de una sólida ascética. Esto alimenta el compromiso apostólico y es garantía de eficacia pastoral”[1].


            Una tercera razón del abandono de la oración es la incapacidad psicológica del hombre contemporáneo. La sociedad hoy está dominada por los medios de comunicación, por el ruido y la vorágine, por el trasiego y el hablar constante y superficial. Al hombre de hoy le es casi imposible detenerse, hacer silencio, poner en orden sus sentidos y su imaginación, entrar en su interioridad y allí hablar y escuchar al Maestro interior. El hombre ha perdido su capacidad de silencio, unidad interior y recogimiento; en los templos católicos, por culpa de la mala educación reinante, tampoco se guarda el orden y el silencio necesarios dificultando que en las iglesias se pueda orar sosegadamente.

            La secularización interna de la Iglesia ha repudiado la oración, el silencio y la vida espiritual. El camino del catolicismo hoy, otro de sus retos prioritarios, es descubrir el rostro orante de la Iglesia ofreciendo a sus fieles caminos de vida interior, viviendo y educado en la oración, como señalaba Juan Pablo II como programa pastoral para la Iglesia entera: 


“Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo... Tenemos que resistir a esta tentación” (NMI, 16).



[1] Mensaje al Capítulo General XXVI de la Cong. Salesiana, 1-marzo-2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario