domingo, 30 de junio de 2019

Jesús en sí y para mí (Catequesis cristológica - y III)

"Cristo es un Tabernáculo en movimiento; 
es el Hombre que lleva dentro de sí la grandeza del Cielo; 
es el Hijo de Dios hecho Hombre; 
es el milagro que pasa por los senderos de nuestra tierra. 
Cristo es en verdad el Único, el Bueno, el Santo. 



¡Si también nosotros lo pudiésemos encontrar, 
si  fuésemos tan privilegiados como Pedro, Santiago y Juan!

                Pues bien, hijos, tendremos esta fortuna. No será sensible como en la Transfiguración luminosa, que ofuscó la mente y la vista de los apóstoles; pero su realidad se nos concederá hoy también a nosotros. 

Es preciso saber transfigurar, con la mirada de la fe, los signos con que el Señor se nos presenta; no para alimentar nuestra fantasía, perfilándonos un mito, un fantasma, la imaginación. No, sino para contemplar la realidad, el misterio, lo que existe realmente
 

viernes, 28 de junio de 2019

Pastoral desde el Corazón de Jesús (y II)



            “En Cristo están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer” (Col 2,3). 

          El Corazón de Jesús es un abismo de sabiduría, ya que Él mismo es la Sabiduría de Dios. Él, el Misterio que estaba oculto por los siglos y que ahora nos ha sido revelado. La pastoral, el apostolado y la devoción al Corazón de Jesús también impulsan al conocimiento de Cristo. La formación, la catequesis de adultos, las clases de teología, el estudio, los retiros, los círculos de formación son medios imprescindibles y urgentes para conocer la sabiduría de Cristo, para ser partícipes de su sabiduría. Él nos revela al Padre, nos ofrece la luz de un conocimiento superior y excelso, ya que Él es la Luz del mundo, la Verdad que nos salva. La formación cristiana, renovada, actualizada, es parte del apostolado y de la devoción al Corazón de Jesús. Conocerle para amarle, pues sólo se ama lo que se conoce. 



          El ejercicio de la meditación orante, del trato personal con Él, nos introduce en la intimidad de su Corazón para saber qué hace y qué dice, cómo es y cómo ama, el corazón de Cristo. Y la mejor fotografía del Corazón de Jesús, en expresión del Beato D. Manuel González, Obispo de los sagrarios abandonados, la mejor fotografía del Corazón de Cristo, la más actual y viva, es el Evangelio, la lectura orante y amorosa de la Palabra de Dios a la luz de la lámpara del Sagrario. Conocer al Señor, sí, mucho, cada vez más; conocer al Señor para amarle.

           ¿Quiénes harán este apostolado? ¿Cómo han de ser los sacerdotes que lleven a acabo esta pastoral? Todo se encerraría en un solo y único concepto: enamorarse de Cristo. Aquí está el todo. Dejarse enamorar por Cristo que con lazos de amor nos atrae hacia Él; dejarse enamorar por el Señor que nos seduce, que nos busca, que nos lleva a la intimidad de su amor. Dejarse enamorar, no poner resistencias a su amor, no quedarse fríos e indiferentes ante su amistad. ¡Dejarse enamorar por el Corazón de Jesús!, porque el Señor te sigue buscando y rodeando con su amor, y quiere conquistarte y ganarte para Él. 

Enamorarse. 

miércoles, 26 de junio de 2019

Ministerio sacerdotal: gracia del Señor

¡Bendito sea Dios por el don del sacerdocio!

Los sacerdotes de Cristo edifican a la Iglesia con un amor esponsal.

Son presencia de Cristo, prolongan su acción redentora.


Unidos a Él, los sacerdotes son los pastores en nombre del Pastor.

Son padres de almas que buscan la santidad de sus hijos espirituales, lloran con sus dolores, disfrutan con sus alegrías, a todos animan, a todos exhortan, a todos acompañan.

Sus vidas son una ofrenda absoluta para la santificación de todos los fieles, el apoyo sobrenatural para que todos vivamos en santidad.

"La reflexión que, siguiendo los documentos del concilio Vaticano II, queremos dedicar hoy al ministerio y a la vida de los sacerdotes se sitúa muy bien a la luz de la liturgia de esta fiesta. De los presbíteros se habla especialmente en el decreto Presbyterorum ordinis. Son heraldos del Evangelio, «colaboradores diligentes de los obispos» (Lumen gentium, 28), encargados de edificar y regir el pueblo de Dios con la predicación de los sacramentos, y de guiarlo con sabiduría hacia la plena realización del reino de Dios. Esta tarea no es en absoluto fácil, sobre todo en el ámbito de la vida contemporánea. Por tanto, sus funciones, como subraya el citado decreto conciliar, son «de máxima importancia y cada vez más difíciles», pero indispensables para la renovación de la Iglesia (cf. Presbyterorum ordinis, 1). En efecto, ¿se podría pensar en la comunidad cristiana sin su presencia y su servicio diario?

martes, 25 de junio de 2019

Pastoral desde el Corazón de Jesús (I)

            ¡Corazón de Jesús, felicidad de los santos, ten piedad de nosotros!

            La devoción al Corazón de Jesús, el amor al Corazón de Cristo, conlleva un modo concreto para la pastoral de la Iglesia; conlleva e implica una forma de apostolado en medio del mundo. No es una devoción liviana o pasajera, intimista o superficial, que distraiga al alma de la tarea de su santificación o de la transformación del mundo según el plan de Dios. La verdadera devoción suscita el apostolado y la pastoral; hace brotar corrientes de evangelización, de santificación y transformación.



            Extraigamos las consecuencias y dejémonos llevar por el Corazón de Cristo.

            El catolicismo se compendia en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús; el catolicismo, si se pudiera definir así, es una “religión del amor”, del Dios Trinidad que tanto amó al mundo que envió a su Hijo Unigénito para salvar al hombre. Aquí, en la Iglesia, los hombres deben poder encontrar el ámbito y la experiencia del Amor de Dios. El anuncio que hemos de proclamar es “Dios te ama, Cristo ha venido por ti” (Christifideles Laici, 17); hemos de gritar y confesar: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo Redentor… Sólo él conoce lo que hay en el hombre. ¡No tengáis miedo!”

            La vida misma de la Iglesia ha de ser un sacramento, un signo de amor; convertir cada comunidad cristiana en una comunidad de amor, amor que se abre y se difunde, que acoge y perdona, que redime, salva y cura al hombre tal y como es el amor del Corazón de Jesús. ¡Todo amor! Jesús es todo amor, todo misericordia. Por tanto, un verdadero apostolado desde el Corazón de Jesús, será construir la Iglesia y aportar cada uno su esfuerzo generoso para que el catolicismo muestre su verdadero rostro de amor. Sobrarán, entonces, en la Iglesia, tantas costumbres heredadas que, distorsionadas, sólo sirven para provocar la vanidad de los títulos, de los cargos, de los grados de antigüedad, acompañadas tantas veces de la prepotencia soberbia del “siempre se ha hecho así” sin dejarse guiar por los pastores de la Iglesia.

sábado, 22 de junio de 2019

Pecados contra la caridad

La santidad, a la cual todos estamos desarrollados, es el ejercicio pleno de la caridad teologal: un gran amor a Dios y, en el orden práctico y primero, al ser más inmediato, el amor al prójimo. Ahí es donde se verifica y desarrolla la santidad.

Pero si la caridad está debilitada o enferma, la santidad desaparece. Nuestros pecados contra la caridad desdicen de nuestro ser cristiano, de nuestra vida interior y de nuestra vocación a la santidad.




El primer mandamiento es “amarás al señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”. Nuestra vida se define y tiene sentido en la misma medida en que vivimos una relación de amor, de comunión con Dios. 

Nuestro pecado está muchas veces, en que nos olvidamos de Dios porque no conocemos su amor, o no lo hemos querido conocer, y tenemos a Dios como alguien extraño, casi como una carga en muchos momentos, con el cual nos relacionamos no en el amor, sino en el temor: “que Dios no me castigue”, “que Dios no me haga...” ¡como si la felicidad de Dios fuera amargar la vida de sus hijos! Dios no es así. Bastaría leer las Escrituras con ojos de fe y dejarse interrogar por el Espíritu Santo. Dios no es así con nosotros: esa es una proyección de la imagen de Dios. Muchas veces nuestro trato con el Señor es con temor, o mejor, basada en el miedo.

                Otras veces, en vez del temor, queremos usar a Dios. Se desarrolla en el hombre una imagen totalmente utilitarista de Dios. Nos acordamos de Dios sólo cuando necesitamos algo, cuando nos van mal las cosas; y entonces recurrimos a Dios por medio de algún santo de manera supersticiosa, poniendo velas o flores, o haciendo cierto tipo de promesas. 

jueves, 20 de junio de 2019

Nueva evangelización (Misa - I)

Para ahondar tanto en la liturgia como en la necesidad de una verdadera evangelización, iremos desglosando la Misa "por la nueva evangelización", aprobada para el Año de la Fe de 2012.


Será así una forma, en primer lugar, de saborear y glosar los textos litúrgicos, siempre la mejor escuela de espíritu cristiano, para acostumbrarnos a entrar en la profundidad de las oraciones y plegarias de la liturgia. ¡Son siempre escuela de vida cristiana! Pero también nos debe servir para refrescar y avanzar en una mejor y renovada comprensión de la evangelización, de la nueva evangelización, y de la fisonomía espiritual y apostólica del evangelizador.

Trataremos, así pues, de los textos de una Misa: antífona de entrada, oración colecta, oración sobre las ofrendas, antífona de comunión y oración de postcomunión.




1. La antífona de entrada

            El evangelio a todos ha de llegar, a todos debe resonar, y el orbe entero es el campo de misión para que todos conozcan y alaben la salvación y la acepten en sus vidas, siendo transformados por la gracia e incorporados al Cuerpo vivo de Cristo que es la Iglesia.

            La dimensión, diríamos casi cósmica, de la evangelización, se pone de relieve en la antífona de entrada –que debe ser el habitual canto de entrada o, al menos, inspirar sus letra y contenido- tomada del salmo 104:

“Gloriaos en su santo nombre,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
recordad las maravillas que hizo” (vv. 3-4.5).

lunes, 17 de junio de 2019

"Te pedimos humildemente"

Muchísimas veces, ya que es la plegaria eucarística que más se emplea, oímos la expresión "Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad..."

¿Hay acaso, es posible, otra vez de dirigirse a Dios que no sea pedirle humildemente?

Consideremos esa expresión de la plegaria eucarística II.





“Te pedimos humildemente”

-Comentarios a la plegaria eucarística –XII-


            La Iglesia ante Dios se sabe sierva, pequeña, nunca dominadora. Los mismos hijos de Dios se dirigen a Él con confianza y audacia, pero, al mismo tiempo, sin descaro ni imposición. La confianza filial en Dios no está reñida con la adoración, el respeto, la sacralidad. Se está ante Dios mismo, trascendente, omnipotente y Padre al mismo tiempo. Es una conciencia clara de pequeñez ante la grandeza de Dios, por eso se evita la presunción, la arrogancia, el lenguaje impositivo y demasiado coloquial que rebaja a Dios a alguien manipulable.

sábado, 15 de junio de 2019

Jesús en sí y para mí (Catequesis cristológica - II)



                "Éste es el sentido del Evangelio de hoy. Es preciso que los ojos de nuestra alma queden deslumbrados, avasallados por tanta luz y nuestra alma prorrumpa en la exclamación de Pedro: ¡Qué hermoso es estar ante Ti, Señor y conocerte! 


  
              Cristo se presenta a nosotros bajo un doble aspecto: uno, el ordinario, el del Evangelio; es decir, el que  sus contemporáneos vieron, que es el de un hombre verdadero. 

Pero aún mirando este aspecto humano, hay algo en Él, singular, único, característico, dulce, misterioso, hasta el punto que –como refiere el Evangelio- quienes vieron a Cristo tuvieron que confesar: no hay nadie como Él, nadie se ha expresado como Él. 

Es decir, aun hablando naturalmente –es el testimonio prestado por quienes estudiaron Cristo tratando negar lo que Él es, el Hijo de Dios hecho Hombre- todos tienen que admitir: es único, no hay nadie en la historia de nuestra Humanidad, que pueda asemejarse a Él en candor, pureza, sabiduría, caridad, magnanimidad, heroísmo; en poder de llegar a los corazones, en dominio sobre las cosas.
                 

jueves, 13 de junio de 2019

"Y con tu espíritu" - I (Respuestas - I)




En la liturgia, el saludo litúrgico del ministro ordenado (obispo, sacerdote o diácono) se responde con una fórmula antigua, clásica, venerable, con origen en las Escrituras y en las costumbres semíticas: “El Señor esté con vosotros – Y con tu espíritu”.

            Este saludo expresa una especial asistencia de Dios, una elección amorosa, una protección para quien va a ser enviado a una misión particular y nada debe temer porque no se ampara en sus propias fuerzas, recursos, compromisos o capacidades. Inspira, por tanto, seguridad en la continua asistencia divina.



            Su origen es muy antiguo, inmemorial. Es el modo en que Booz saluda a los segadores: “El Señor con vosotros” (Rt 2,4), o sea, “Dominus vobiscum” en latín., y es el modo en que Dios se comunica a sus elegidos. “No temas… estoy contigo”, como en el caso de Abrahán (Gn 26,3.23), Moisés (Ex 3,12) o Jeremías (1,6-8). A Josué le dice el Señor con cálidas palabras: “como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré” (Jos 1,5), y a Gedeón de esta forma: “El Señor esté contigo, valiente guerrero” (Jue 6,12).

            Esta presencia divina es garantía para el elegido, confianza en la acción de Dios. ¡No digamos nada al iniciarse la plenitud de los tiempos! El ángel Gabriel se dirige a la Virgen María: “El Señor es contigo… No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás…” (Lc 1,28-30). No estará sola, ni desempeñará su especialísima vocación sola y por su propio esfuerzo y voluntarismo: el Señor estará con María Virgen dando siempre gracia suficiente.

martes, 11 de junio de 2019

La belleza de la verdad (y II)



            La Iglesia prolonga la presencia de Cristo y de Él ha recibido una misión: “id y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,20). El Espíritu Santo la irá llevando “a la verdad completa” (Jn 16,12), actualizando la Palabra de Cristo y desvelando sus insondables riquezas. La Iglesia recibe de su Señor el “depositum fidei” (2Tm 1,14), lo guarda con aprecio, lo entrega sin alterarlo, lo comunica sin deformarlo. La Iglesia, que es apostólica, deviene de esta forma “cooperadora de la verdad”.


   
         El catolicismo se distingue por tener la suerte de poseer el Magisterio de la Iglesia y la unidad de la doctrina preservando así el depósito de la fe de la subjetividad y de las opiniones personales, tal como hacen el protestantismo y muchos grupos eclesiales que se tienen por modernos y progresistas. 

          El modernismo, hijo del protestantismo liberal fue la corriente subterránea que afloró en el postconcilio y que azotó la Iglesia. Todo es mito, leyenda elaborada, no hay autoridad alguna, triunfo del subjetivismo, libre interpretación, omitir lo que pueda ser incómodo o difícil para la mentalidad actual, para terminar con el moralismo del “compromiso” y el lenguaje vacío de la “solidaridad”, justificándose en un hipotético “espíritu del Vaticano II” que sólo existe en su fantasía sin que jamás hayan leído los documentos de este Concilio. 

             El Magisterio es lo suficientemente prudente para no admitir en su seno corrientes que dinamiten la fe y la Tradición eclesial: y eso es el modernismo, ayer con el nombre de “disenso” y “contestación” en la etapa postconciliar, y hoy con el disfraz de la creatividad pastoral. Aquel modernismo de principios del siglo XX desencadenó, entre otros fenómenos, la secularización interna de la Iglesia.

domingo, 9 de junio de 2019

Pentecostés es plenitud



El Misterio pascual del Señor es celebrado durante cincuenta días. Su culmen, su cenit, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente. La glorificación del Hijo y su desaparición visible de la escena terrestre da paso a la actuación universal e invisible, pero real y eficaz, del Espíritu Santo. 

 
La Pascua del Señor conduce a esta efusión magnífica que comunica la vida del Señor, santifica las almas, congrega en la Iglesia a todos los hombres y la impulsa a la tarea evangelizadora. Por tanto, un mismo Misterio es celebrado durante los cincuenta días: la Pascua del Señor, su glorificación, conduce a la efusión del Espíritu Santo. 

Esa es su plenitud: “para llevar a plenitud el misterio pascual”[1] y para eso “has querido que celebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés”[2], “al llegar a su término en Pentecostés los cincuenta días de Pascua, llenó a los apóstoles del Espíritu Santo”[3].

Con esto se subraya la unidad intrínseca de todo el tiempo pascual que se cierra con la fiesta de Pentecostés, despedida con doble “Aleluya”, el cirio pascual se apaga y se retira al baptisterio y, al día siguiente, se retoma el tiempo ordinario. 

sábado, 8 de junio de 2019

"La Iglesia tiene que cambiar" (Palabras sobre la santidad - LXX)



En cuantas reuniones de todo tipo, en cuántas revisiones de magníficos y estériles proyectos pastorales, en cuántos debates de tertulianos con supuestos teólogos y teólogas se dice, con sarcasmo, con indignada convicción: “¡Es que la Iglesia tiene que cambiar! ¡Tiene que adaptarse a los tiempos!” Los que así hablan, pontifican; miran con desdén a la Iglesia entera y se creen ellos más infalibles que el propio Papa si hablara ex cathedra definiendo algo.



            “¡Es que la Iglesia tiene que cambiar!”, y ellos, claro, han encontrado la fórmula mágica, el camino ideal, la solución definitiva. Ellos saben qué es lo que la Iglesia tiene que hacer porque la Iglesia entera está equivocada y sólo éstos, audaces y contumaces, llevan razón. Son los críticos inertes, mercaderes de ideas, publicistas de ventas, los que creen que la Iglesia es un producto humano que hay que vender y para ello hay que eliminar todo lo que pueda parecer duro al comprador. Suprimirían hasta del Evangelio mismo aquello que es “doctrina muy dura”, “lenguaje muy duro” (Jn 6,60): quitarían al Crucificado y la cruz de los hombros del discípulo (cf. Lc 9,23); eliminarían la mansedumbre de Cristo (cf. Mt 11,28) que no alentó la sublevación contra el imperialismo romano y pagó el tributo (cf. Mt 17,24-27); corregirían a Cristo cuando cerró el capítulo divorcista concedido por Moisés y proclamó la indisolubilidad del matrimonio: “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mt 19,6); y, como esas, “muchas otras cosas semejantes” (Mc 7,13). Es que prefieren su propia construcción mental sobre Cristo que acercarse, desnudamente, limpiamente, a Él y su Palabra.

            Ellos, que no pueden callar a Cristo, sino sólo reinterpretarlo diciendo que habló así porque era su medio cultural, pero que hoy no diría esas, cosas, pretenden transformar la Iglesia. “Es que la Iglesia tiene que cambiar”: esa afirmación y en esos labios es demoledora. ¿Qué afirman, qué desean? ¿qué pretenden decir? Buscan ante todo una Iglesia que no esté disconforme con el mundo sino que se adapte acríticamente al mundo moderno. Por ello debe aceptar y acatar sin discutir presupuestos e ideas del mundo post-moderno: la Verdad no existe sino que cada cual tiene su verdad (la Iglesia debe aceptar el relativismo y optar porque todas las religiones y opciones son igualmente válidas y buenas); como el mundo moderno para regir su comunidad política y social emplea la democracia (que se sueña como lo más elevado), la Iglesia debe dejar la jerarquía querida por el Señor y ser democrática en todo (hasta la doctrina y la moral se deciden por mayoría); como los derechos se crean al libre arbitrio y la vida tiene valor sólo si es útil y rinde, no si es un estorbo o una carga, la Iglesia debe aceptar el aborto y la eutanasia con normalidad y no oponerse a ellos. Se podría seguir. El escaparate da para más dislates e insensateces.

viernes, 7 de junio de 2019

Pecados contra la Iglesia



Existe mucha confusión en el orden moral y en el orden espiritual, y hace falta clarificar las cosas. Sabemos por el Evangelio, leído a la luz de la Tradición, que la Iglesia se asienta sobre la roca apostólica, sobre Pedro y los sucesores del ministerio petrino, el Papa. Sabemos que la Iglesia es del Señor, creada por Él, y Ella es la que comunica la vida divina a sus hijos. Es un gran y precioso Misterio que necesitemos reconocer, agradecer y amar.




Pero también, ante ese Misterio, el hombre peca en ocasiones, dañando y desfigurando la Iglesia. Pensemos ese ámbito de pecados contra la Iglesia, que en ocasiones está en el corazón y que atenta contra la Iglesia, atacándola, debilitándola. 

Existe pecado contra la Iglesia cuando existe un desafecto, una falta de amor hacia la Iglesia. No se suele amar a la Iglesia, se la utiliza. Lo cual es triste. No se ama, por ejemplo, a los sacerdotes, se los utiliza muchas veces, y en tanto en cuanto es muy bueno, “me hizo un favor, porque conseguí...”, como diga no, o no haga no sé qué, o corrija a alguien... ejerciendo la función ministerial de gobernar o de regir, deja entonces de "ser bueno". A veces el corazón está muy lejos de la Iglesia, y eso es un pecado, porque somos hijos de la Iglesia, renacidos en las fuentes bautismales.

                Existe pecado, muy concreto, en la gente de Iglesia, cuando se vive el misterio de la Iglesia en la parroquia -o en un Movimiento, o Comunidad, o Asociación de fieles- y parece que se aproveche esa plataforma para buscar recompensas de tipo afectivo, o un reconocimiento que no tiene en ámbitos de la vida social o pública; cuando esto se produce, no se está al servicio de la Iglesia sino que se cree que la Iglesia está a su servicio. Se quiere medrar a costa de la Iglesia, adquirir un prestigio subiéndose encima de los hombros de la Iglesia.


miércoles, 5 de junio de 2019

Donum Dei Altissimi - Veni Creator



            Qui diceris Paraclitus,
donum Dei altissimi,
fons vivus, ignis, caritas,
et spiritalis unctio.



Tú eres nuestro consuelo, don de Dios altísimo,
fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.


La Persona-Don es por excelencia el Espíritu Santo; es el Amor del Padre y del Hijo que se derrama abundantemente. Escribía san Agustín: 


““El Espíritu Santo es algo común entre el Padre y el Hijo..., la misma comunión consustancial y co-eterna... Ellos no son más que tres: uno que ama a quien procede de él; uno que ama a aquel de quien recibe el origen; y el amor mismo” (De Trinitate, VI,5,7). 


lunes, 3 de junio de 2019

La obra redentora de Cristo



“Completar en nuestra propia carne lo que le falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24), es asociarse íntimamente al Corazón del Señor que se entregó “como víctima de suave olor” (Ef 5,2), como sacrificio de propiciación por nuestros pecados[1], por los pecados del género humano y así, el misterio de la piedad[2] y del amor triunfó sobre el misterio de la iniquidad, el misterio, el abismo del mal. 

Con su muerte, Cristo derrotó a la muerte. Y fue con su obediencia como nos devolvió los bienes que por nuestra desobediencia habíamos perdido[3].



El pecado y la muerte han sido heridos de muerte, no pueden ya tener un dominio pleno sobre el hombre, porque la gracia de Cristo y su Amor insondable triunfan sobre toda resistencia, sobre toda inclinación pecaminosa del propio corazón, sobre todo pecado. Cristo, por el misterio pascual de su pasión y cruz, de su descenso a los infiernos, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo, ha abierto el camino de acceso al Padre. 

Su amor y obediencia al Padre, hasta tomar la forma kenótica de siervo, han hecho posible la obra maravillosa de la redención y si “de forma admirable nos creaste, de forma más admirablemente aún nos redimiste”[4]. El misterio pascual de Cristo señala el camino del Amor y de la gracia como restauración de la dignidad humana, adquisición de la dignidad de ser hijos de Dios, la apertura de las puertas de la misericordia cerradas por el pecado de Adán.

            La obra redentora de Cristo es una perfecta inmolación, un sacrificio cuyo contenido es obediencia y amor, al tomar en su carne la recapitulación de todos los pecados de la humanidad y destruirlos por su muerte oblativa en la cruz. En efecto, Él “se hizo pecado” (2Co 5,21) tomando sobre sí el pecado de los demás[5], mas no pecador, porque fue el Cordero, sin defecto ni mancha prefigurado en el Éxodo[6], ofrecido como inmolación, por cuya sangre somos rescatados[7]. “En su sufrimiento los pecados son borrados precisamente porque Él únicamente, como Hijo unigénito, pudo cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que supera el mal de todo pecado; en un cierto sentido aniquila este mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad y llena este espacio con el bien”[8].

sábado, 1 de junio de 2019

Lugares celebrativos, expresión de la liturgia misma



            Todo debe atenerse a los principios que HOY –no los principios históricos o costumbristas de siglos atrás- ordena la Iglesia, que es administradora y dispensadora de los Misterios de la liturgia.

            “El ornato de la iglesia ha de contribuir a su noble sencillez más que al esplendor fastuoso. En la selección de los elementos ornamentales se ha de procurar la verdad de las cosas, buscando que contribuya a la formación de los fieles y a la dignidad de todo el lugar sagrado” (IGMR 292).

            Esto responde a lo emanado en el Concilio Vaticano II:

Para que en la sagrada Liturgia el pueblo cristiano obtenga con mayor seguridad gracias abundantes, la santa madre Iglesia desea proveer con solicitud a una reforma general de la misma Liturgia. Porque la Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.
En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria (SC 21).


            Esta noble sencillez, ¿no debe hacer que revisemos muchas costumbres, que no por antiguas, son, hoy por hoy, legítimas según la enseñanza de la Iglesia? ¿No existe más bien una tendencia a sobrecargarlo todo –de velas, paños, flores, y un largo etc.- en vez de buscar una noble sencillez que nos lleve a Dios y a introducirnos en el Misterio que se celebra? ¿Una costumbre –con buena intención porque es lo que siempre hemos visto, de convertir nuestros presbiterios, a veces, en escenarios donde “sacar a relucir toda la plata”? La noble sencillez debe ser el primer criterio.