miércoles, 30 de noviembre de 2011

Pensamientos de San Agustín (VI)

Cuando la inteligencia se ilumina, con principios sólidos, la voluntad recibe principios claros de actuación y discernimiento. De ahí se deduce lo importante que es hacerse con una formación clara, teológica y espiritual, para obrar en la verdad, para vivir como hijos de la luz.


Con san Agustín, recibimos un tesoro amplísimo y, creo, que inabarcable. Así pequeñas frases o pensamientos (gracias al trabajo de Miserere) pueden ser luces que, a base de repetirlas se pueden memorizar, y leyendólas de forma reflexiva, pueden ser puntos de referencia.

A estas alturas del blog -comunidad católica virtual- a nadie se le ocultará que san Agustín es uno de mis maestros de espíritu más queridos y apreciados. Sólo puedo ofrecer aquello que conozco, que reconozco como bueno, y que a mí me hizo bien (y pidiendo al Señor la coherencia y autenticidad de vivir lo que enseño para que nadie haga lo que yo digo aunque no lo realice yo mismo).

martes, 29 de noviembre de 2011

Vivir la liturgia del Adviento (sugerencias, apuntes)

El tiempo litúrgico de Adviento tiene una unidad interna que se centra en la preparación a la Venida del Señor. Al celebrar la liturgia, sería importante y pedagógico, que todo este ciclo litúrgico de preparación tuviera unas notas comunes al celebrar. Eso le da unidad, lo hace distinto, lo convierte en preparación. Aquí, evidentemente, sólo se ofrecen sugerencias, o apuntes, que nos pueden ser útiles a los sacerdotes al celebrar, y a los fieles en general para que sepan el porqué de determinados elementos.



Pero no basta con unas sugerencias más o menos acertadas para la liturgia del Adviento, así sin más. Con ellas hay que buscar lo realmente importante que es la dimensión espiritual del Adviento, es decir, buscar la participación plena, consciente, activa, fructuosa e interior de este tiempo.

¿Qué hacer o qué destacar, qué emplear y qué subrayar cada día de la liturgia del Adviento?

domingo, 27 de noviembre de 2011

Velad, vigilad, esperad

Con el primer domingo de Adviento un nuevo año cristiano comienza; en línea continua, formando una espiral, volvemos al principio y sin embargo no es lo mismo, la mera repetición, sino un paso más. Vamos avanzando en la acción salvadora del Señor hasta que Él vuelva.


En cada año litúrgico se actualiza la Presencia del mismo Señor y se comunican los misterios de la salvación, lo que Él obró, que ahora han pasado a los ritos sacramentales de la Iglesia. El año cristiano es más que un simple recuerdo o memoria psicológica (afectiva o devocional) de lo que pasó, sino Presencia y Memorial, un hacerse presente de los Misterios de Cristo para santificarnos.

"En el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.

Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (SC 102).

Dicho de otra forma, y con palabras del Catecismo, cada año litúrgico es un "año de gracia del Señor", como tal hemos de recibirlo, como tal queremos que deje su huella, su impronta, en nosotros:

viernes, 25 de noviembre de 2011

Quien reza nunca está solo

¡Qué evidente! Y a lo mejor se nos olvida. Quien reza nunca está solo... ¿Por qué? Porque donde hay un cristiano orando está toda la Iglesia con él, está en él orando por sus labios, está un solo cristiano sintentizando, compendiando, a toda la Iglesia.


La prueba evidente, aducida por los Padres de la Iglesia, es que el Padrenuestro incluso rezándolo privada, individualmente, lo rezamos en plural. Toda la Iglesia reza por boca de uno: "Padre nuestro...", "nuestro pan...".

Un cristiano jamás está solo en su oración: con él está toda la Iglesia.

Un cristiano jamás pronuncia su oración solo y para sí: ora como miembro de la Iglesia, santifica a toda la Iglesia, toda la Iglesia se beneficia de su plegaria.

¡Cuántas veces no habremos de pensar y repensar el misterio de la oración cristiana!

Esta oración [el Padrenuestro] acoge y expresa también las necesidades materiales y espirituales: "Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas" (Lucas 11, 3-4). Precisamente a causa de las necesidades y dificultades de cada día, Jesús exhorta con fuerza: "Os aseguro: pedid y se os dará, busca y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre" (Lucas 11, 9-10). No es pedir para satisfacer los propios gustos, sino más bien para mantener la amistad con Dios, quien, como dice el Evangelio, "dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan" (Lucas 11, 13). Lo han experimentado los antiguos "padres del desierto" y los contemplativos de todos los tiempos, convertidos, por la oración, en amigos de Dios, como Abraham, que pidió al Señor que salvara a los pocos justos del exterminio de la ciudad de Sodoma (Cf. Génesis 18, 23-32). Santa Teresa de Ávila invitaba a sus hermanas, diciendo: tenemos que suplicar a Dios que nos libere de todo peligro para siempre y que nos aleje de todo mal. Y por más imperfecto que sea nuestro deseo, esforcémonos por insistir en nuestra petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, dado que nos dirigimos al Todopoderoso?" (Cf. Cammino, 60 (34), 4, in Opere complete, Milano 1998, p. 846). Cada vez que rezamos el Padrenuestro, nuestra voz se entrecruza con la de la Iglesia, pues quien reza nunca reza solo. "Todo fiel tendrá que buscar y podrá encontrar en la verdad y riqueza de la oración cristiana, enseñada por la Iglesia, su propio camino, su propia manera de oración... se dejará por tanto conducir... por el Espíritu Santo, que le guía, a través de Cristo al Padre" (Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana - Orationis formas, 15 de octubre de 1989, 29)" (Benedicto XVI, Ángelus, 25-julio-2010).

jueves, 24 de noviembre de 2011

Bendición de la corona de Adviento (con el Bendicional en la mano)

La corona de Adviento se ha constituido en muchos lugares como el "gran signo", casi imprescindible, del Adviento. Puede ser bueno usarla, incluso pedagógico, pero sabiendo que es un elemento más del Adviento y que éste merece una adecuada mistagogia espiritual, los cantos propios, la homilía diaria centrada en la primera lectura (ya diremos porqué) hasta el 16 de diciembre inclusive, la oración personal con las oraciones colectas y prefacios.

Para quien quiera usar la corona de Adviento le puede ser útil saber lo que indica el "Bendicional":

1235. La "Corona de Adviento" o "Corona de las luces de Adviento" es un signo que expresa la alegría del tiempo de preparación a la Navidad. Por medio de la bendición de la corona se subraya su significado religioso.

1236. La luz indica el camino, aleja el miedo y favorece la comunión. La luz es un símbolo de Jesucristo, luz del mundo. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona muestra la ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de Navidad. El color verde de la corona significa la vida y la esperanza.

1237. La corona de Adviento es, pues, un símbolo de la esperanza de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte. Porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros, y con su muerte nos ha dado la verdadera vida.

1241. La "Corona de Adviento", que se ha instalado en la iglesia, se puede bendecir al comienzo de la Misa. La bendición se hará después del saludo inicial, en lugar del acto penitencial.

MONICIÓN INTRODUCTORIA

"Hermanos:
Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. La corona de Adviento es, pues, un símbolo de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre y nos ha dado la verdadera vida.

El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad. Por eso hoy, primer domingo de Adviento, bendecimos esta corona y encendemos su primer cirio".

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Belleza sin más

La Belleza orienta al hombre a Dios, y toda verdadera Belleza suscita en el hombre la contemplación o fruición que diría San Agustín, deseando abrazar al Autor de toda Belleza.


La Belleza abre una ventana al hombre para que mire al infinito. Si aplicáramos este criterio como criterio de discernimiento a todo, tendríamos elementos de juicio más que suficientes para distinguir la Belleza tanto del feísmo reinante como del esteticismo encerrado en sí mismo; criterios para juzgar si una película es bella o no, si una música posee belleza o es mero ruido, si un lienzo es bello o son simples trazos, e incluso si una liturgia es Belleza o es esteticismo puro y duro.

La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la naturaleza hasta la que se expresa a través de las creaciones artísticas, a causa de su característica de abrir y ampliar los horizontes de la conciencia humana, de llevarla más allá de sí misma, de asomarla al abismo de lo infinito, puede convertirse en un camino hacia lo trascendente, hacia el misterio último, hacia Dios.

El arte, en todas sus expresiones, en el momento en el que se confronta con las grandes interrogantes de la existencia, con los temas fundamentales de los cuales deriva el sentido de vivir, puede asumir una validez religiosa y transformarse en un recorrido de profunda reflexión interior y de espiritualidad.

Esta afinidad, esta sintonía entre camino de fe e itinerario artístico, se confirma en un incalculable número de obras de arte que tienen como protagonistas los personajes, las historias, los símbolos de aquel inmenso depósito de "figuras" --en sentido amplio-- que es la Biblia, la Sagrada Escritura. Las grandes narraciones bíblicas, los temas, las imágenes, las parábolas han inspirado innumerables obras maestras en cada sector de las artes, así como también, han hablado al corazón de cada generación de creyentes mediante obras de artesanía y de arte local, no menos elocuentes y conmovedoras (Benedicto XVI, Discurso a los artistas, 21-noviembre-2009).

martes, 22 de noviembre de 2011

Psallite sapienter! (canto litúrgico)

Nadie duda de la importancia de la música y del canto litúrgico; corresponde a la naturaleza propia de la liturgia que une los corazones, los eleva hacia el Señor y glorifican a Dios con un culto en Espíritu y Verdad. Se canta ante Dios y para Dios. Vamos a repetirlo: se canta a Dios y ante Dios. Esto exige la reverencia en el canto sabiendo para quién se canta y por otra parte ante quién se está cantando.


1. Se canta para Dios: la liturgia es un culto que glorifica a Dios y santifica las almas. Los cantos litúrgicos y la música deben corresponder a la alteza de este oficio, a su dimensión sacral. Ni se canta para ser más entretenida la liturgia ni se canta promover sentimientos afectivos (devocionales, o de compromiso social) en la liturgia. A veces con muy buena voluntad, con tal de cantar para hacer una liturgia "más animada" se canta cualquier cosa y se introducen esos nefastos "cancioneros juveniles" cuyas letras repugnan a la fe, siendo efusiones sentimentales con ritmos inapropiados para la liturgia. No suscitan ni la fe, ni la esperanza ni la caridad, ni el sentido de la Presencia del Misterio y el temor de Dios.

Son cantos, ritmos y letras pensados o para adoctrinar falsamente o para que sean claramente emotivos. Desfiguran la liturgia, la transforman en una velada, la hacen parecida a un fuego de campamento o una excursión.

Ser conscientes de que se canta para Dios conllevará el cuidado exquisito de la letra, confesante, espiritual, con hondura teológica.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La oración, elevación del alma a Dios (textos isidorianos)


15. Tan grande debe ser el amor a Dios del que ora, que no debe desconfiar del resultado de la plegaria, porque en vano hacemos oración sino tenemos confianza en ella. Así, pues, pida cada uno con fe, sin titubear lo más mínimo, pues el que duda se asemeja al oleaje del mar, que el viento provoca y dispersa a la vez (cf. Santo 1,6).

16. La desconfianza en conseguir las peticiones se origina cuando el ánimo siente que todavía conserva el afecto al pecado. En efecto, no puede alberga segura confianza en su súplica quien todavía es indolente en el servicio de Dios y se deleita con el recuerdo del pecado.


17. No merece recibir lo que pide en la oración quien se aparta de los preceptos de Dios, ni puede conseguir el favor que pide a Aquel cuya ley no obedece. Si realizamos los que Dios manda, sin duda conseguimos nuestras peticiones, porque, como está escrito, “es abominable la oración de aquel que se aparta de la ley” (Prov 28,9).


18. En el servicio de Dios se encarecen necesariamente estas dos cosas: que las obras se apoyen en la oración, y la oración en las obras. Por lo cual dice también Jeremías. “Alcemos nuestros corazones a Dios junto con nuestras manos” (Lam 3,41). Así, alza corazón y manos el que eleva la oración acompañada de las obras, pues todo el que ora y no trabaja alza el corazón, pero no las manos. En cambio, el que trabaja y no ora alza las manos, pero no el corazón. Mas, puesto que es indispensable trabajar y orar a un tiempo, con razón se han dicho ambas cosas a la vez: “Alcemos nuestros corazones y nuestras manos a Dios”, no sea que el corazón nos reprenda por la negligencia en cumplir los mandamientos en el caso de que pretendamos alcanzar nuestra salud o solo con la oración o solo con las obras.


19. Después de realizar la buena obra, derrámense lágrimas en la oración, para que la humilde plegaria alcance el mérito de la acción.



sábado, 19 de noviembre de 2011

Jugar a las cartas o bailar pegados (Concelebrar)

A lo mejor, directamente, este artículo no resulta ser una catequesis ni popular ni de gran interés, pero lo que se refiere a la liturgia debe ser conocido por todos para entender su sentido profundo y su forma de realizarlo.

Normalmente en las concelebraciones, es decir, cuando un Obispo o un sacerdote preside la Santa Misa con varios sacerdotes más, se producen dos fenómenos peculiares que esconden su pizca de teología en el fondo.


En primer caso peculiar es ese "ajuntamiento" de todos los sacerdotes que pueden pegados al altar durante la plegaria eucarística como si todos materialmente tuviesen que estar tocando el altar así como dejar todos sobre el altar su correspondiente subsidio o folleto de concelebración, que parece aquello el anaquel de una librería ofertando "novedades" o "rebajas". En ese mismo instante, visualmente, y con su pizca de miga pseudoteológica, el altar parece sin más la mesa de los sacerdotes, con una nueva forma de clericalismo, en lugar del Altar del Señor y de la Iglesia entera.

Incluso algún autor en una obra reciente, cuestionando la concelebración misma en su sentido teológico, espiritual y también ritual, plantea que la concelebración es algo "moderno", reciente, y que nunca se dio en la praxis de la Iglesia. Para ello reinterpreta los datos de los antiguos libros litúrgicos, del arte y de la iconografía. Es verdad que la forma de concelebrar los presbíteros con el Obispo no suponía intervenir directamente en el Canon, sino estar todos revestidos junto al Obispo en el presbiterio y así ejercían su modo propio de participar en la confección del Sacrificio eucarístico. Pero como dicho autor identifica concelebrar con "hacer algo", especialmente pronunciando las palabras de la consagración y alguna parte del Canon, entonces niega que existiera una concelebración. ¿Y las grandes sedes de las basílicas con el banco corrido de mármol para los presbíteros? ¿No dice nada?

¿Es necesario entonces que todos estén pegados al altar durante la plegaria eucarística? Evidentemente no, incluso por una razón tan sencilla y tan práctica como que impiden casi siempre el acceso del diácono al cáliz (para cubrirlo y destaparlo de la palia antes y después de la consagración así como para elevarlo en el "Por Cristo") como igualmente dificultan en ocasiones hasta la extensión de los brazos del sacerdote u Obispo que preside para no chocar con los que tan arrimados están.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Humildad para la verdad

Una dirección clara de la humildad está encaminada a la verdad.


La mentira brota del Maligno y nos lleva a la autosuficiencia, a henchir nuestro espíritu creyéndonos perfectos o los mejores, o viviendo de la mentira de cara a los demás (¡guardar las apariencias! ¡la imagen que tienen de mí!). 

Existe una mentira personal, una máscara que nos cubre el rostro para que los demás vean la hermosura de la máscara y aprecien así a la persona que la lleva, pero si se quitase toda máscara, todo afán de caer bien, todo intento de congraciarse con todos para buscar sus aplausos o estima o afecto o dinero o... entonces, ¿en qué quedaríamos? En la verdad desnuda, en la conciencia limpia y transparente, que no acusa.
No sólo una verdad social, en nuestras relaciones personales, sino una verdad hacia Dios y hacia nosotros mismos, sin pretender engañar a Dios ni engañarnos a nosotros mismos haciéndonos falsas imágenes de lo que somos. Está el pecado de idolatría del propio espíritu que recreándose en sí mismo de forma falsa, lo convierte en Dios.

La verdad de uno mismo frente a sí, frente a los demás, frente a Dios. "La verdad os hará libres" (Jn 8,32), "la humildad es andar en la verdad".


miércoles, 16 de noviembre de 2011

El sufrimiento en la enfermedad

La enfermedad es una ruptura de toda la persona; el cuerpo se ve disminuido en sus facultades, en sus fuerzas, y experimenta el dolor llegando incluso a incapacitar, por un tiempo o de forma permanente. Es el aspecto más visible y doloroso de la enfermedad, y probablemente el que, en principio, más nos preocupa y por el que más nos interesamos.


Al acercarnos a un enfermo, nuestra conversación gira generalmente en torno a este sufrimiento de su cuerpo, intentando empatizar con él, comprenderlo, hacernos cargo de su situación. O si somos nosotros los enfermos, solemos detenernos en este punto: es el más llamativo, evidentemente, en cierto modo novedoso porque nos introduce en una situación nueva.

Pero la enfermedad es una pasión -padecer- que va más allá de lo físico porque no sólo somos cuerpo. La enfermedad repercute en la unidad de nuestra persona y toca el aspecto espiritual, generando sufrimientos morales de diversos órdenes, nada desdeñables, ya que a veces este sufrimiento moral-espiritual supera con creces las molestias físicas, atenuadas por la medicación.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La Iglesia está viva: ¡esperanza!

Como siempre los extremos son malos y se tocan. 

Por una parte se vivió un optimismo realmente ingenuo en la Iglesia durante una época y aún perdura en algunos espíritus: con hacer unos cuantos arreglos, unas cuantas transformaciones y novedades, con realizar algunas acciones pastorales nuevas (una Jornada, una Vigilia, un campamento...), los hombres descubrirían a Cristo y entrarían a vivir la vida de la Iglesia. Se miraba el mundo con absoluto optimismo hasta chocar de bruces con la realidad.

Por otra parte, se vive ahora un pesimismo vital en la Iglesia, viéndolo y valorándolo todo como malo, negativo, ineficaz, sospechando de todo y de todos como falto de ortodoxia, de catolicismo. Se mira a la Iglesia y se dice y se piensa y se escribe que -¡cuánta exageración hay!- está viviendo la peor época de su historia, la mayor crisis.

Pero en medio está la virtud. La esperanza alienta nuestros pasos y la esperanza sostiene la vida de la Iglesia. Ni todo es luminoso ni todo es opaco en el hoy de la Iglesia. Lo que se necesita es serenidad en la mirada para un discernimiento ajustado a la Verdad.

Oh, no nos hacemos falsas ilusiones sobre los obstáculos, sobre las dificultades, sobre las trabas, así como sobre las oscuras fuerzas...: nos referimos a la limitación artificial de los nacimientos, al aborto, a la eutanasia, así como a todas esas formas, abiertas o enmascaradas, de manipulación del hombre, que marcan y marcarán una pesada deuda con el mundo contemporáneo en el ámbito de la historia... pero hemos destacado la necesidad de la alegría, que mana en el corazón de todos los hombres, y que es eco de la alegría misma de Dios, y hemos cantado un himno a esta alegría cristiana. ...Muchos son los elementos que infunden esperanza en nuestra mirada que escruta el horizonte de la Iglesia y del mundo, y que capta signos, a pesar de todo, "in spem contra spem", de una vigorosa vitalidad religiosa. Sí, venerables hermanos y queridos hijos, contra los desmentidos que aquí y allá puedan venir desde ámbitos concretos, nosotros tenemos confianza. ¡La Iglesia está viva! (Pablo VI, Discurso al colegio cardenalicio, 23-diciembre-1975).
En nuestra época, los fenómenos negativos y secularizadores son casi evidentes, no hace falta ahora destacarlos.

Pero sí convendría ver lo mucho positivo en la vida de la Iglesia actual, su vitalidad, su florecer, sus brotes verdes, su laicado, la mayor calidad en tantas cosas... 

¿Nos atrevemos a verlas? ¿Las pasamos a comentar?

sábado, 12 de noviembre de 2011

De la Palabra a las palabras

Así se podria resumir la misión y el lugar de los medios de comunicación para un periodista católico, para cualquiera de nosotros -usuarios- como para la Iglesia: "De la Palabra a las palabras". Dios es comunicación, absoluta y plena comunicación, porque ha querido revelarse para entablar un diálogo de amistad y salvación con el hombre. Él es Logos, Palabra, Razón, Verdad.

Cristo, si empleásemos una metáfora moderna, fue un gran comunicador (más que periodista), por su personalidad excepcional y atrayente, por aquello que decía y por cómo lo decía, con autoridad, es decir, con un peso moral y una verdad que quienes le escuchaban podían reconocer en Él la Verdad si estaban abiertos y no con cerrazón de la mente y terquedad en el corazón.

El apostolado de la prensa y la misma prensa católica -entendida en sentido amplio- siguen teniendo un lugar hoy y una misión. 

"En ese contexto, la prensa católica está llamada, de modo nuevo, a expresar todas sus potencialidades y a dar razón día a día de su irrenunciable misión. La Iglesia dispone de un elemento facilitador, pues la fe cristiana tiene en común con la comunicación una estructura fundamental: el hecho de que el medio y el mensaje coinciden; de hecho, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, es al mismo tiempo, mensaje de salvación y medio a través del cual la salvación se realiza. Y esto no es un simple concepto, sino una realidad accesible a todos, también a quienes, aun viviendo como protagonistas en la complejidad del mundo, son capaces de conservar la honradez intelectual propia de los «pequeños» del Evangelio. Además, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, presente simultáneamente en todas partes, alimenta la capacidad de relaciones más fraternas y más humanas, proponiéndose como lugar de comunión entre los creyentes y a la vez como signo e instrumento de la vocación de todos a la comunión. Su fuerza es Cristo, y en su nombre «busca» al hombre por las calles del mundo para salvarlo del mysterium iniquitatis, que obra en él insidiosamente. La prensa evoca de manera más directa, respecto a cualquier otro medio de comunicación, el valor de la palabra escrita. La Palabra de Dios ha llegado a los hombres y se ha transmitido, también a nosotros, mediante un libro, la Biblia. La palabra sigue siendo el instrumento fundamental y, en cierto sentido, constitutivo de la comunicación: hoy se utiliza de varias formas, y también en la llamada «civilización de la imagen» conserva todo su valor.
A la luz de estas breves consideraciones, resulta evidente que el desafío comunicativo es muy arduo para la Iglesia y para cuantos comparten su misión. Los cristianos no pueden ignorar la crisis de fe que afecta a la sociedad o simplemente confiar en que el patrimonio de valores transmitido a lo largo de los siglos pasados pueda seguir inspirando y plasmando el futuro de la familia humana. La idea de vivir «como si Dios no existiera» se ha demostrado deletérea: el mundo necesita más bien vivir «como si Dios existiera», aunque no tenga la fuerza para creer; de lo contrario produce sólo un «humanismo inhumano»" (Benedicto XVI, Discurso al Congreso internacional de la prensa católica, 7-octubre-2010).
 

viernes, 11 de noviembre de 2011

Reflexiones sobre la belleza (saquen las conclusiones)

Si hay una crisis de belleza, es porque hay una crisis de Verdad. Negando u ocultando ésta, para sustituirla por el relativismo (no hay Verdad, todo da igual, cada  uno su opinión) o por el subjetivismo (lo importante y la Verdad es lo que cada uno sienta), la belleza poco tiene que transmitir o comunicar o elevar. Sin la Verdad, no hay Belleza.

En general, esta crisis de belleza muestra a las claras esta crisis de la Verdad. Lo que se produce no es arte verdadero -ya lo reseñamos- sino bienes de consumo que entretienen, o que alienan haciendo no pensar ni elevarse ni siquiera mostando lo más noble del hombre, sino lo más bajo, lo más instintivo, lo más pasional.

Más aún, con esta crisis de la belleza (repitamos, porque es crisis de Verdad) se ha introducido de nuevo el "esteticismo" como reacción opuesta; lo único que importa es que sea todo "bonito" sin atender a más exigencias, ni a su contenido, ni a su verdad. Es el esteticismo que mira que las formas sean perfectas, cuidadas, simétricas, reproduciendo las formas estéticas de épocas pasadas y aferrándose sólo y exclusivamente a estas formas. Es la perversión: convertir la estética en esteticismo (si lo aplicamos a la liturgia, el esteticismo se fija sólo en los candelabros, en muchos bordados, en encajes y puntillas, buscando una gran "puesta en escena", aunque ni se participe, ni se cante, ni el sacerdote recite con unción los textos eucológicos, sino que los fieles permanezcan en silencio contemplando el espectáculo). Ante esto -crisis de la belleza, feísmo y esteticismo- decía Benedicto XVI:

jueves, 10 de noviembre de 2011

San León Magno

Papa que ejerció su pontificado entre el 440-461, dejó una huella significativa en la vida de la Iglesia.

Convocó el Concilio de Calcedonia, envió su famosa Carta que se convirtió en documento último, en clave para los Padres conciliares, que exclamaron: "¡Pedro ha hablado por boca de León!". Así se llegó a precisar más, con términos firmes, quién es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. 


¿Sólo hombre o sólo Dios? ¿Más hombre que Dios o más Dios que hombre?  O como lo explica el Catecismo:

El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban (CAT 464).

miércoles, 9 de noviembre de 2011

9 de noviembre: dos cosas

La vida no me da para más. Pensé que habría programada hoy alguna entrada y ya veis, no (tampoco he mirado si hay alguna entrada programada para mañana). Pero hoy es un día bonito a la par que entrañable. Aunque no sea una catequesis, algo quiero dejar escrito.

El 9 de noviembre es la dedicación de la basílica de san Juan de Letrán, la catedral de Roma. Es decir, la iglesia de la cátedra del Obispo, allí donde el Obispo, en este caso, el Papa, en su diócesis de Roma, preside a la Iglesia en la caridad.


La catedral es siempre la iglesia de la Cátedra del Obispo, de su sede: allí preside, allí sentado predica enseñando; en la cátedra impone las manos en el sacramento del Orden. Esa cátedra sólo puede ser ocupada por el obispo titular; otros obispos u otros sacerdotes que celebren Misa en la catedral deben ocupar otra sede, jamás la cátedra episcopal.


Recordad las dos catequesis de este blog sobre el sentido e importancia de la sede y otra catequesis más sobre su uso litúrgico.

martes, 8 de noviembre de 2011

Apostolado realista, sin falsas ilusiones, sensato

La libertad de los hijos de Dios permite que no todos los corazones estén abiertos para recibir la Palabra: hay corazones que se niegan a cambiar y otros que, en actitud aparentemente más abierta, se resisten a cambiar. Es abrirse o cerrarse a la conversión, abrirse o cerrarse a la gracia de Dios, a la conversión que revitaliza el corazón de piedra hasta hacerlo corazón de carne. Esto no es nuevo: basta leer con detenimiento el Evangelio y ver las distintas reacciones ante la predicación de Cristo. ¿Cuántos le oyeron? ¿Cuántos creyeron en su Palabra? ¿Cuántos le siguieron después? Por último, ¿cuántos le fueron fieles hasta el final? Es el misterio de la libertad humana que hemos de considerar con todo realismo.

    El que realiza el apostolado no puede ser ni iluso ni insensato: no todos están esperando el Evangelio, no todos lo van a aceptar. Muchos edifican su apostolado sobre arena: piensan que cambiando los métodos que se habían utilizado, cambiando el lenguaje y los contenidos, muchos aceptarán el Evangelio y se volverán hacia el Señor. Pero la realidad se impone, y el problema no es el método, el lenguaje o el entusiasmo, sino el corazón del que recibe la Palabra.

    La tentación de este falso optimismo vitalista induce a venirse abajo, desanimarse y abandonar cuando, habiéndose entregado con generosidad y esfuerzo, palpa unos resultados mínimos a todo lo que él habría deseado, no por él, sino por la Iglesia y el Reino.

    El principio de realidad se impone y nos resitúa: trabajamos y servimos a un pueblo concreto, a veces, de dura cerviz, que le cuesta trabajo creer, que prefiere Egipto a la libertad del Éxodo. Y esto exigirá del cristiano ilusión, ánimo, fe, entrega al Señor, paciencia y perseverancia. Una y mil veces volver sobre la tarea emprendida, evangelizar y servir, que no es nada fácil. El Señor conocía a su pueblo y leía en los corazones de los hombres: a cada uno le daba la palabra o el gesto necesario para que creyera. Sabía hasta dónde podía dar cada uno y lo que se puede esperar de cada persona y sus talentos, sin absolutizar (siempre es posible una conversión repentina, camino de Damasco) confiando en la gracia que puede transformar a toda persona.


lunes, 7 de noviembre de 2011

El beso de la paz


Una vez más, volvamos al rito de la paz en la Misa.

Rito que la tradición litúrgica de la Iglesia tenía en altísima estima, reservándolo en exclusividad a los fieles cristianos, y quedando excluidos los catecúmenos y los penitentes por estar aún fuera de la Comunión eclesial. 

Ese beso es tan santo que sólo quienes están en Gracia, unidos a la Iglesia, pueden intercambiárselo. Este valor espiritual es el que hoy hemos de tener presente al realizar el rito de la paz en la celebración eucarística: es la paz de la Comunión con el Cristo total, Cabeza y Cuerpo.

Vayamos a la catequesis de los Padres de la Iglesia para vivir bien, entender y realizar con sentido el beso de la paz.

"Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos mutuamente y acogernos con el santo saludo.

¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el alma de los fieles eran uno solo. Así, efectivamente, es preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios estrechamente unidos los unos con los otros.

Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha, reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu presente.

No dijo: "Primero ofrece", sino: "Reconcíliate primero, y entonces ofrece".
Por esto mismo nosotros también, con el don delante, primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos acercamos al sacrificio [recordemos que en todas las liturgias orientales y occidentales el rito de la paz está unido a las ofrendas, excepto en el rito romano ya que san Gregorio Magno lo trasladó a su lugar actual].

Pero hay además otra razón misteriosa de este beso.

El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso (1Co 16,20)" (S. Juan Crisóstomo, Cat. Baut. IV, 10).

Si esto es el beso de la paz, habremos de darle hondura espiritual, serenidad y moderación, y no convertirlo en una efusividad de afectos y momento de saludar y charlar un poco. ¡¡Es un beso santo!!

sábado, 5 de noviembre de 2011

Cualquier tiempo pasado no fue mejor

Causa sorpresa ver cómo a veces se idealiza el pasado y se denigra el presente, de manera especial, en lo referente a la liturgia. Con una mirada sesgada y parcial, tal vez en determinados momentos llena de ideología, se afirma cómo antes de la reforma litúrgica en las iglesias el culto era piadoso, cuidado, lleno de unción, reverencia, decoro, solemnidad, espiritualidad altísima. Se idealiza el pasado, tal vez porque no se ha vivido, y se quiere negar la validez de la reforma litúrgica, sus intuiciones y su necesidad, diciendo que la liturgia con dicha reforma se ha desacralizado, se ha vuelto irreverente, le falta decoro, se pierde la solemnidad, etc., etc., etc.


Son discursos muy manidos que de vez en cuando afloran con mucho auge. Les falta el equilibrio racional, la prudencia en el discernimiento, para ver que antes no todo era bueno ni ahora todo es malo y que se puede comprobar que en todas las épocas hay luces y sombras al mismo tiempo, por lo que nada se puede absolutizar. Sí, nada se puede absolutizar: ni la liturgia vivida antes ni tampoco se puede absolutizar la reforma litúrgica, su aplicación o el modo de vivir la liturgia hoy.

La falta de finura con el Señor, la poca sensibilidad en el trato con lo divino, el mal gusto o la dejadez se han dado, con mayor o menor extensión, en muchas personas de distintas épocas. Y si hoy desgraciadamente se da, y habrá que corregirlo, esto no es un fenómeno nuevo achacable a la liturgia misma sino al pecado de dejadez y desidia de los hombres. Pero nada nuevo bajo el sol: también se daba antes de la reforma litúrgica, en esa época que hoy algunos trazan con rasgos de "edad de oro" soñada, con ciertas dosis de nostalgia.


viernes, 4 de noviembre de 2011

Brilla el misterio de la Cruz (VIII)

"Cristo es, en todo, nuestra vida.
Su divinidad es vida, 
su eternidad es vida,
su carne es vida, 
su Pasión es vida.

Asi lo dijo Jeremías:
"Viviremos a su sombra" (Lm 4,20).

La sombra de sus alas
es la sombra de su Cruz,
la sombra de su Pasión.

Su muerte es vida,
su herida es vida,
su sangre es vida,
su sepultura es vida,
su resurrección es vida...

Él es trigo y fue molido en su cuerpo,
y murió para dar mucho fruto en nosotros.
Su muerte es el fruto de la vida.
Así pues, "cuanto ha sido hecho en Él, es vida" (Jn 1,3s)"

(S. Ambrosio, In Ps. 36, 36s).

jueves, 3 de noviembre de 2011

Sólo la belleza salvará al mundo

Famosa la frase de Dostoievski: "Sólo la belleza salvará al mundo".

Se impone hoy una reflexión sobre la belleza. Ya grandes teólogos acometieron la tarea de una "estética teológica", como Von Balthasar, partiendo de que la Belleza es reveladora de Dios y de su Gloria.

Pero no vamos a adentrarnos por esos caminos, tal vez difíciles; más bien por caminos más sencillos y asequibles.

La Belleza lleva a Dios y trasciende; lo feo es siempre destructor, nunca eleva. La Belleza es un atributo de Dios y por tanto lo que es verdaderamente bello conduce a Él. Pero hoy en el arte, ¿hay belleza? La música actual, ¿es bella? ¿Puede haber un goce estético y contemplativo que nos haga mejores viendo alguna de las nuevas películas? 


La modernidad ha expulsado la Belleza y la ha sustituido por el feísmo y por bienes de consumo: se consume música, pintura, arquitectura y cine. Ya no hay creadores, verdaderos artistas (salvadas las pocas excepciones, claro). Pero esto mismo se ha introducido en la Iglesia: los cantos en las parroquias son cantos de consumo horribles y "simpáticos" (¿quién les ve la gracia?); la arquitectura de los templos es deficitaria: parecen una gran superficie de mercado en vez de un lugar de reunión eclesial para la oración y la celebración. Los mismos elementos litúrgicos (mobiliario, vasos litúrgicos, ornamentos...) confunden la sencillez con la vulgaridad. Y dejo claro que la solución no es volver a la estética del Barroco y del Rococó del XVIII con los encajes, sino a la belleza auténtica, a la noble simplicidad, a la gravedad y al decoro en la época en que vivimos.

Y para fundamentar esto, elevemos de nuevo el pensamiento y la reflexión, con un discurso denso y magnífico de Benedicto XVI, heredero en esto de su amigo Von Balthasar:

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Y por las almas del purgatorio

Ayer veíamos en la catequesis que la santidad es imprimir a Cristo en cada uno, dejando una imagen perfecta, nítida, con colores ajustados, y no velada, torcida, borrosa.

Pero hoy, con solidaridad eclesial, es decir, movidos por la caridad sobrenatural en la Comunión de los santos, oramos y ofrecemos sufragios en la Santa Misa por los fieles difuntos. ¿Por quienes? Por los que no son santos.


Aquí, las expresiones populares se prestan a confusión. En la solemnidad de Todos los Santos se cree que se recuerda también a todos los familiares difuntos porque a todos directamente 'los hemos canonizado'; a todos los difuntos, con suma facilidad, decimos que 'ya están con Dios', de modo directo e inmediato. Se nos olvida, en la escatología, la etapa de purificación o purgatorio donde están aquellos hermanos nuestros que no han imprimido bien a Cristo en sus almas, como si una foto estuviera borrosa, y es el Amor -el Espíritu Santo- el que termina la tarea de imprimir bien en ellos a Cristo.

Canonizamos con demasiada facilidad, como si todos en la muerte estuvieran preparados, dispuestos y llenos de la caridad sobrenatural para gozar de Dios. Hemos olvidado las verdades de la fe. En los entierros, al celebrar los ritos exequiales, no celebramos al difunto como si ya junto a Dios intercediera por nosotros, sino que somos nosotros los que intercedemos y suplicamos por el perdón de sus pecados, ahora que ha vivido la Pascua del Señor en su carne mortal.

martes, 1 de noviembre de 2011

Imprimir a Cristo en nosotros

Cuanto más descubramos lo teologal de la santidad, mejor la viviremos. ¿Y qué es lo teologal? Que la santidad es más la obra de la gracia en nosotros que nuestros propios esfuerzos, compromisos y objetivos; es una pasividad activa, una disponibilidad receptiva más que pensar que nos hacemos santos nosotros por ser muy buenos, o muy comprometidos, o muy solidarios.


¿Qué realiza la Gracia en nosotros? Imprimir a Cristo en nosotros, reproducir el rostro de Cristo en nosotros para transparentarlo.

"La solemnidad de todos los santos, que hoy celebramos, nos invita a elevar la mirada al Cielo y a meditar en la plenitud de la vida divina que nos espera.  "Somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía" (1Juan 3, 2): con estas palabras el apóstol Juan nos asegura la realidad de nuestra futura relación con Dios, así como la certeza de nuestro destino futuro. Como hijos amados, por este motivo, recibimos también la gracia para soportar las pruebas de esta existencia terrena, el hambre y la sed de justicia, las incomprensiones, las persecuciones (Cf. Mateo 5, 3-11), y al mismo tiempo heredamos ya desde ahora lo que se promete en las bienaventuranzas evangélicas, "en las cuales resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que inaugura Jesús" (Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, Milán 2007, 95; Jesús de Nazaret). La santidad, imprimir a Cristo en uno mismo, es el objetivo de la vida del cristiano. El beato Antonio Rosmini escribe: "El Verbo se había impreso a sí mismo en las almas de sus discípulos con su aspecto sensible... y con sus palabras... había dado a los suyos esa gracia... con la que el alma percibe inmediatamente al Verbo" (Antropologia soprannaturale, Roma 1983, 265-266, Antropología sobrenatural). Y nosotros experimentamos con antelación el don de la belleza de la santidad cada vez que participamos en la Liturgia eucarística, en comunión con la "multitud inmensa" de los bienaventurados, que en el Cielo aclaman eternamente la salvación de Dios y del Cordero (Cf. Apocalipsis 7, 9-10). "La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos" (encíclica Deus caritas est, 42).