miércoles, 30 de septiembre de 2009

San Jerónimo: la lectio divina, el amor por la Palabra

Hombre de la Palabra de Dios, hombre de la escucha de la Palabra: esto determinó la vida de san Jerónimo a quien recuerda hoy la Iglesia. Su existencia la consagró a las Escrituras.

Nació en Dalmacia (región situada entre Hungría y Croacia) en 347 de familia cristiana; en su juventud es enviado por sus padres a Roma a proseguir su formación, y allí se apasiona con la lectura de los clásicos latinos (Virgilio, Horacio, Quintiliano, Séneca...). En los años de Roma llevó una vida algo disipada que siempre le produjo pesar en su conciencia; en Roma recibe el Bautismo. Luego su periplo existencial atraca en diversos puertos: primero Tréveris, vuelve a su tierra, se marcha a Aquileya creando un eremitorio con sus amigos, va a Antioquía de Siria y recibe clases de Escritura, se retira a un desierto cercano y estudia hebreo, vuelve a Antioquía en 377, es ordenado presbítero y de nuevo a Roma. Aquí lo conocerá san Dámaso, Papa de origen español, que lo hará su secretario pero además le encomendará la gran tarea de una traducción latina de las Escrituras, que se hacía imprescindible, por la variedad de traducciones de los distintos códices. Esta traducción de san Jerónimo de gran parte de la Biblia será la “Vulgata”, tarea gigantesca que convierte a Jerónimo en un clásico. Tras la muerte de san Dámaso, Jerónimo abandona Roma para instalarse en Belén, en una vida ascética, dirigiendo el monacato femenino por él iniciado, entregado a los estudios bíblicos y a proseguir con la traducción latina. Murió en el Señor el 30 de septiembre de 420.

San Jerónimo es un exponente vital de un principio teológico que dice “la gracia no suple la naturaleza, sino que la perfecciona”, es decir, Dios obra en nuestra naturaleza pero no la cambia, la eleva, cada cual es el que es, posee una forma de ser y un carácter que la santidad no modifica sino que eleva. ¿Por qué esta afirmación? San Jerónimo posee un carácter rudo, áspero, demasiado fuerte, que lo lleva a tener conflictos con todos por sus salidas fuera de tono, su correspondencia casi insultante. En la primera experiencia de eremitorio, su carácter hizo imposible la convivencia y se disolvió. Su íntimo amigo Rufino de Aquileya, que trabajó con él y lo acompañó durante años, se tuvo que distanciar y acabaron enfrentados; algo semejante le ocurre con san Agustín mediante las epístolas que intercambian, siendo san Agustín el que prefiere suavizar y contemporizar ante las violentas respuestas que Jerónimo le envía...


Pues sí, se puede ser santo con un carácter tan difícil. La gracia eleva el corazón, pero cada uno conserva el temperamento natural que recibió y el carácter que se forjó. No todos los santos son dulces en sus formas, ni comedidos en sus palabras, ni con una sonrisa permanente en sus labios; también los hay duros, fuertes, secos, ásperos, bruscos: ¡pero es que amaron a Jesucristo con pasión!, y en eso consiste la santidad.

Una segunda lectura teológica de san Jerónimo, que se deduce con evidencia: la vida cristiana es una vida marcada por las Escrituras. Para san Jerónimo, la lectura de la Biblia, en la oración personal, en la lectio divina y en la liturgia, no es un recuerdo de algo pasado o un relato histórico, sino la voz misma de Jesucristo que hay que recibir y a la que hay que responder con la vida. La Palabra de Dios necesita nuestro conocimiento, nuestro estudio, nuestra preparación, para luego ser pronunciada, poderla recibir y hallar el sentido espiritual de las Escrituras como una provocación de Jesucristo en la propia existencia. “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, escribió san Jerónimo (Pról. Com. Isaías, 1) y lo recordó la Constitución Dei Verbum: “aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios... Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a Él hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas”” (DV 25).

¿Qué hacer pues?
-Conocer la Palabra de Dios

-Prestar atención y abrir el espíritu a las lecturas que se proclaman en la liturgia porque es el mismo Cristo quien habla (y quien escucha amorosamente la Palabra está ya participando...) -Meditar diariamente la Palabra de Dios y confrontarla con la propia existencia
-Dedicar un rato semanal a la lectio divina (un texto que se lee, se medita estudiando, se ora y se contempla en silencio).

Con razón las oraciones de la Misa de san Jerónimo suplican: “Tú que concediste a san Jerónimo una estima tierna y viva por la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la verdadera vida” y también suplicamos que “mueva el corazón de tus fieles para que, atentos a la divina palabra, conozcan el camino que deben seguir y, siguiéndolo, lleguen a la vida eterna”.

martes, 29 de septiembre de 2009

San Miguel, ¿quién como Dios?


“San Miguel. En la sagrada Escritura lo encontramos sobre todo en el libro de Daniel, en la carta del apóstol san Judas Tadeo y en el Apocalipsis. En esos textos se ponen de manifiesto dos funciones de este Arcángel. Defiende la causa de la unicidad de Dios contra la presunción del dragón, de la "serpiente antigua", como dice san Juan. La serpiente intenta continuamente hacer creer a los hombres que Dios debe desaparecer, para que ellos puedan llegar a ser grandes; que Dios obstaculiza nuestra libertad y que por eso debemos desembarazarnos de él.

Pero el dragón no sólo acusa a Dios. El Apocalipsis lo llama también "el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa día y noche delante de nuestro Dios" (Ap 12, 10). Quien aparta a Dios, no hace grande al hombre, sino que le quita su dignidad. Entonces el hombre se transforma en un producto defectuoso de la evolución. Quien acusa a Dios, acusa también al hombre. La fe en Dios defiende al hombre en todas sus debilidades e insuficiencias: el esplendor de Dios brilla en cada persona...

La otra función del arcángel Miguel, según la Escritura, es la de protector del pueblo de Dios (cf. Dn 10, 21; 12, 1)” (Benedicto XVI, Homilía en las ordenaciones episcopales, 29-9-2007).

San Miguel es “¿Quién como Dios?” (eso significa su nombre); Satanás es el que quiere ser como Dios.

San Miguel se admira con estupor de la grandeza de Dios; Satanás es el que envidia a Dios.

San Miguel canta la alabanza de Dios y su poder misericordioso; Satanás no sabe cantar y se opone al poder de Dios.

San Miguel es feliz –espíritu bienaventurado- por lo que Dios es en sí mismo; Satanás es un desgraciado, incapaz de responder al Amor de Dios.

San Miguel es la humildad ante Dios, reconociendo que nadie es como Él; Satanás es la soberbia que no resiste la bondad de Dios.

San Miguel es el defensor; Satanás el constante acusador que delata el pecado con maldad buscando la condenación.

San Miguel allana y despeja los caminos de la Iglesia; Satanás siembra el camino de trampas y siempre está acechando como león rugiente.

San Miguel es el que reúne en la Iglesia a los elegidos; Satanás es el diablo (diabolos: separador) que pretende establecer la división, la ruptura, el cisma y la herejía.

San Miguel obra el bien y tiende a la Verdad, conduce a la Luz de Dios; Satanás es espíritu de tinieblas y entresijos, es el príncipe de la mentira (¡el embustero que miente sobre Dios!) y obra el mal.

San Miguel reconoce al Absoluto; Satanás impone la dictadura del relativismo en el orden del conocimiento, en el orden moral, social y político.

¡San Miguel, intercede por la Iglesia!
¡Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, rogad por la Iglesia!
¡Ángeles del Señor, bendecid al Señor!

Reedificar la Iglesia para salir de la secularización


Cada vez que escucho el comienzo de la profecía de Ageo en la liturgia, se me conmueve todo mi ser, me asalta una inquietud y una plegaria... ¡Qué fuerza tiene la palabra que Dios pronuncia por medio de los labios de Ageo, qué fuerza y qué reproche!

Leamos al profeta: “Este pueblo anda diciendo: “Todavía no es tiempo de reconstruir el templo.”» La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: ¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora -dice el Señor de los ejércitos meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria -dice el Señor-’’ (Ag 1,1-8).

Sabiendo que el Templo –y Jerusalén- es figura y tipo de la Iglesia, el anuncio profético se vuelve duro y conminador para el pueblo cristiano que oye esta Palabra y recibe esta profecía. ¿Qué dice el Señor? ¡Es momento de reconstruir la Iglesia! Cada cual se preocupa de su propio hogar, de su casa, pero el Hogar común, el Templo del Dios vivo que es la Iglesia, ¿se preocupa alguien de él? Sin embargo... ¡hemos de reconstruir la Iglesia!

La secularización ha dejado devastada a la Iglesia. Sus ladrillos y piedras están corroídas y desgastadas, casi saliéndose; apenas brilla el oro de la santidad. Se queda sin lámparas que iluminen, por miedo a deslumbrar a alguien, ya que hay que ser tolerante con las tinieblas. Se tiraron tabiques y muros para que entrara aire, y apenas quedan paramentos, sólo aberturas por todos sitios que han debilitado la estructura. Desolación y vacío en la Iglesia.

Es momento de restaurar el Templo, es momento de reedificar la Iglesia después del ciclón de la secularización, tras el terremoto de la postmodernidad. ¿Cómo? Tal vez con cosas pequeñas y accesibles en toda parroquia y comunidad:

-formación sólida, y el mejor camino, organizar parroquialmente la catequesis para adultos

-promoción del laicado impulsándolos y acompañándolos para que se inserten en el orden social (familiar, enseñanza, cultura, política, arte, Internet... ¡apóstoles en el mundo, no en el despacho parroquial!)

-capacitación seria y fundamentada de los catequistas

-forjar la vida espiritual de los católicos con instrumentos reales, plan de vida, normas de piedad concretas, etc.

-cuidado y atención a la pastoral familiar con grupos de matrimonios, escuela de padres, retiros matrimoniales

-iniciación a la vida de oración mediante catequesis y retiros mensuales en la parroquia

-adoración eucarística semanal, con la exposición del Santísimo y tiempo de silencio adorante

-facilitar la celebración del sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual con tiempo fijo, diario, amplio, en el confesionario

-cuidado y esmero en la liturgia, con fidelidad a las normas litúrgicas, en clima de adoración, reverencia y plegaria

Hecho esto –y casi a la vez- las dos otras dimensiones irán saliendo casi por sí solas: la caridad y servicio a los necesitados que brota del Amor vivido de Dios, y la dimensión pública del catolicismo que la parroquia como tal no llega a realizar, pero sí otras formas de asociación laical y apostolado católico.

¿Más iniciativas serias? Tal vez en los comentarios se podrían aportar muchas más y nos enriqueceremos todos. Lo que nadie puede dudar es que los métodos pastorales están fracasando, porque se busca el “buenismo”, el “todo vale”, el “no hay que exagerar”, la “simpatía” de un grupito de amigos, y el único interés es ser distraído, moderno, no exigir mucho. Eso ha destruido el Hogar. ¿Lo reconstruimos? ¿Ya, aquí, ahora?

lunes, 28 de septiembre de 2009

Santos Adolfo y Juan: ¿convivencia de las tres culturas?


Los santos Adolfo y Juan -celebrados hoy en la liturgia- son mártires cordobeses que sufrieron su martirio en 825, hermanos de Áurea, otra virgen y mártir de la etapa de dominación musulmana.

Pero, ¿por qué fueron mártires, si según la desmemoriada memoria histórica, aquello fue la etapa de la tolerancia y de la convivencia de las tres culturas? ¿Cómo si según la visión romántica, el Islam andalusí era esplendor, paz y majestuosidad artística en la tierra andaluza? ¿No habrá que ser realistas, suficientemente críticos, mirar la historia sin prejuicios ni ideologías que distorsionen la visión?

Adolfo, Juan y Áurea son hijos de un padre musulmán y de madre cristiana, ésta llamada Artemia. El padre era de origen sevillano aunque fueron criados y educados en Córdoba (Eulogio, Mem. III, 17,1). La madre, al enviudar, se entregó al Señor profesando como monja en Santa María de Cuteclara, donde fue abadesa durante mucho tiempo, después de haber educado cristianamente a sus hijos. Allí profesará santa Flora, que también alcanzará la gloria del martirio. San Eulogio al narrarnos este dato de Flora, nos informará asimismo de la abadesa Artemia. “[El padre de Flora] la consagró a Dios y la entregó al convento de Cuteclara, que brilla en memoria de la gloriosa y siempre Virgen santa María madre del Señor, colocándola junto a una mujer de la mayor santidad llamada Artemia, que también hacía tiempo había enviado al cielo por medio de una muerte en el martirio a sus dos hijos, Adolfo y Juan, que triunfaron varonilmente sobre su enemigo al principio del reinado del actual monarca”, fueron “sus gestas, brillantes como estrellas del cielo” (Mem., II, 8, 9).

Sabemos cómo Artemia, como Abadesa, educó a santa Flora y podemos imaginar así cómo educó a sus propios hijos: “Así pues, como Artemia destacaba sobre las demás mujeres que residían en dicho convento por mor de su santidad y avanzada edad, así como por motivo de sus hijos mártires, toda la virginal congregación del monasterio se hallaba bajo su mandato y autoridad. Por lo demás, enseñó a la niña, tal como ella sabía, a servir a Dios ocupando su ánimo en toda humildad, castidad, obediencia y temor del Señor” (Id., Mem., II, 8, 10).

En 822 sube al trono Abd-al-Rahman II y poco después, en 825, fueron martirizados los santos hermanos. El único delito atribuible es que según la ley coránica, hijos de un musulmán han de ser musulmanes y si se convierten, merecen, según el estatuto legal, la muerte. Esa es la tolerancia que se predica del Islam y se practica en aquellos siglos. No es la fe un resultado de la libertad que busca la Verdad, no puede entrar lo razonable. La conversión al cristianismo, siendo hijo de musulmán, está penado con la muerte y aquí acaba la tolerancia, el diálogo y el talante: ¡por eso sufrieron martirio Adolfo y Juan!

Es admirable cómo la Gracia de Dios puede modelar y forjar a una familia entera en una fe recia, en tiempos de persecución y marginación social: la madre Artemia y tres hijos mártires: Adolfo, Juan y Áurea. ¡Qué fuerza tiene una madre que llena del amor de Jesucristo sabe educar a sus hijos en la fe cristiana! ¡Qué cadena de transmisión tan sólida es la familia! La fe cristiana para ellos no era un sentimiento, ni costumbre, ni una distracción, ni algo superficial acomodándose luego al mundo, viviendo “lo justito” y poco más: ¡se jugaban la vida estos hermanos nuestros mozárabes! ¡Se exponían al peligro! No obstante, la madre los llevó hasta Jesucristo. ¡Cuánto bien hace una madre creyente por los cuatro costados! ¡Qué buen día para orar por las familias, por la fortaleza de su fe, por su comunión con Cristo!

Y no es menos llamativo el martirio conjunto de Adolfo y Juan; la fraternidad fue doble en ellos: por la carne y la sangre, y hermanos asimismo en el espíritu. ¿Hay algo más bello que la verdadera fraternidad, que la comunión de espíritus? Hermanos en la Cruz y en el Gozo, en el martirio y en la vida eterna.

¡Interceded por nosotros, santos hermanos mártires! ¡Fortaleced los vínculos fraternales de la misma sangre y la fraternidad cristiana en el Espíritu y no dejéis que nos engañemos con la tolerancia y el mundo relativista, sino ayudadnos a ser testigos vivos del amor de Jesucristo, que todo lo colma, todo lo plenifica!

Actos del penitente: Cumplir la penitencia


Última parte: cumplir la penitencia.

El sacerdote impone una penitencia que es aceptada por el penitente. ¿Un castigo como si fuera una multa de tráfico? Más bien una reparación y una medicina.

La penitencia busca unirnos más a Dios, en cierto modo, si se puede hablar así, “demostrarle” nuestro amor cuando con nuestro pecado le hemos mostrado antes nuestro rechazo. Es asimismo una acción de gracias, glorificando a Dios que salva por medio de sus sacramentos y cuya misericordia sigue llegando a nosotros.

Otro aspecto de la penitencia es su aspecto medicinal: se trata de curar las heridas que el pecado ha dejado y reparar sus efectos. Si el egoísmo es el pecado, la penitencia puede ser una limosna a Cáritas o un gesto de servicio; si el pecado es falta de amor al Señor, la penitencia puede ser un rato de oración en el Sagrario; si el pecado es difamar, hay que restituir la fama de quien ha sido difamado; si se ha robado, hay que restituir lo robado; si ha habido una discusión, la penitencia es pedir humildemente perdón, etc., etc.

“La satisfacción es el acto final, que corona el signo sacramental de la Penitencia. En algunos Países lo que el penitente perdonado y absuelto acepta cumplir, después de haber recibido la absolución, se llama precisamente penitencia. ¿Cuál es el significado de esta satisfacción que se hace, o de esta penitencia que se cumple? No es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido; porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la preciosísima Sangre de Cristo. Las obras de satisfacción —que, aun conservando un carácter de sencillez y humildad, deberían ser más expresivas de lo que significan— «quieren decir cosas importantes: son el signo del compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios, en el Sacramento, de comenzar una existencia nueva (y por ello no deberían reducirse solamente a algunas fórmulas a recitar, sino que deben consistir en acciones de culto, caridad, misericordia y reparación); incluyen la idea de que el pecador perdonado es capaz de unir su propia mortificación física y espiritual, buscada o al menos aceptada, a la Pasión de Jesús que le ha obtenido el perdón; recuerdan que también después de la absolución queda en el cristiano una zona de sombra, debida a las heridas del pecado, a la imperfección del amor en el arrepentimiento, a la debilitación de las facultades espirituales en las que obra un foco infeccioso de pecado, que siempre es necesario combatir con la mortificación y la penitencia. Tal es el significado de la humilde, pero sincera, satisfacción” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31, III).

La penitencia hay que “cumplirla”, realizarla, íntegra y cuanto antes. E ir adquiriendo las sanas costumbres cristianas y las disposiciones espirituales para vivir siempre en gracia de Dios, en la amistad con Cristo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Caridad y Eucaristía


La fuente verdadera de la caridad es la Eucaristía. Recibir y vivir el amor de Cristo, hecho sacramento, colma el corazón e imprime un dinamismo de éxtasis, es decir, de salida de uno mismo para ir al encuentro del prójimo y amarlo y servirlo.

De la Eucaristía nace el amor. El amor de Cristo entregado en el sacrificio de la cruz -actualizado en la Santa Misa- pide la respuesta de amor, y este amor -caridad, en lenguaje cristiano- toma forma en las obras de amor, de misericordia, de entrega, de servicialidad, al prójimo, al hermano. Comienza así la caridad eucarística a transformar el mundo no desde los grandes discursos, ampulosos, sobre las estructuras de pecado y la injusticia del sistema, sino desde mi propia entrega que acreciente un poco más el bien y el amor en el mundo.

Quienes, además por vocación especial, se dedican a la caridad, sólo podrán realizar su difícil vocación o carisma apoyados en una sólida vida eucarística. Trabajar en Cáritas, ser miembro de algún voluntariado católico o vivir como religioso en algún Instituto dedicado a la caridad, exige una solidez eucarística, que da madurez personal y entrega sin límites, y que jamás se puede sustituir por el voluntarismo, o la opción errada de secularizar la caridad, sin referencia a Jesucristo.

Muchos santos de la caridad son santos de la Eucaristía. Benedicto XVI lo ha recordado en diversas ocasiones.

""Tomad, comed: este es mi cuerpo... Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre" (Mt 26, 26-28). Las palabras de Jesús en el Cenáculo anticipan su muerte y manifiestan la conciencia con que la afrontó, transformándola en el don de sí, en el acto de amor que se entrega totalmente. En la Eucaristía, el Señor se entrega a nosotros con su cuerpo, su alma y su divinidad, y nosotros llegamos a ser una sola cosa con él y entre nosotros. Por eso, nuestra respuesta a su amor debe ser concreta, debe expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la acogida recíproca y en la atención a las necesidades de todos. Numerosas y múltiples son las formas del servicio que podemos prestar al prójimo en la vida diaria, con un poco de atención. Así, la Eucaristía se transforma en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida de cada día y renueva así también el mundo en el amor de Cristo.

Ejemplares testigos de este amor son los santos, que han sacado de la Eucaristía la fuerza de una caridad activa y, a menudo, heroica. Pienso ahora sobre todo en san Vicente de Paúl, cuya memoria litúrgica celebraremos pasado mañana. San Vicente de Paúl dijo: "¡Qué alegría servir a la persona de Jesucristo en sus miembros pobres!". Y lo hizo con toda su vida. Pienso también en la beata madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, que en los más pobres de entre los pobres amaba a Jesús, recibido y contemplado cada día en la Hostia consagrada. Antes y más que todos los santos, la caridad divina colmó el corazón de la Virgen María. Después de la Anunciación, impulsada por Aquel que llevaba en su seno, la Madre del Verbo encarnado fue de prisa a visitar y ayudar a su prima Isabel. Oremos para que todo cristiano, alimentándose del Cuerpo y de la Sangre del Señor, crezca cada vez más en el amor a Dios y en el servicio generoso a los hermanos" (Ángelus, 25-septiembre-2005).

sábado, 26 de septiembre de 2009

Actos del penitente: Decir los pecados al confesor


Decir los pecados al confesor.
Es el signo claro: ante Cristo, significado en el sacerdote que actúa in persona Christi y que hace presente a la Iglesia reconciliadora, el pecador muestra su vida, reconoce sus pecados y glorifica a Dios que es Misericordia.

“Se comprende, pues, que desde los primeros tiempos cristianos, siguiendo a los Apóstoles y a Cristo, la Iglesia ha incluido en el signo sacramental de la Penitencia la acusación de los pecados. Esta aparece tan importante que, desde hace siglos, el nombre usual del Sacramento ha sido y es todavía el de confesión. Acusar los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea conocido por aquel que en el Sacramento ejerce el papel de juez —el cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del penitente— y a la vez hace el papel de médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. Pero la confesión individual tiene también el valor de signo; signo del encuentro del pecador con la mediación eclesial en la persona del ministro; signo del propio reconocerse ante Dios y ante la Iglesia como pecador, del comprenderse a sí mismo bajo la mirada de Dios. La acusación de los pecados, pues, no se puede reducir a cualquier intento de autoliberación psicológica, aunque corresponde a la necesidad legítima y natural de abrirse a alguno, la cual es connatural al corazón humano; es un gesto litúrgico, solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado. Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona. Se comprende entonces por qué la acusación de los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que el pecado es un hecho profundamente personal. Pero, al mismo tiempo, esta acusación arranca en cierto modo el pecado del secreto del corazón y, por tanto, del ámbito de la pura individualidad, poniendo de relieve también su carácter social, porque mediante el ministro de la Penitencia es la Comunidad eclesial, dañada por el pecado, la que acoge de nuevo al pecador arrepentido y perdonado” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31,III).

La acusación ha de ser clara, concreta, concisa. Se confiesa qué se ha hecho, de qué forma, cuántas veces, qué daño ha podido causar. No sirven generalizaciones, por ejemplo, “he pecado contra la caridad”, porque pecar contra la caridad puede ir desde falta de puntualidad haciendo esperar a alguien hasta el asesinato; o “soy soberbio”, sino en qué he sido soberbio, etc. Asimismo hay que evitar acusaciones que entren en multitud de detalles, circunstancias, etc. Ser directo y claro, sincero, sin justificarse ni excusarse del pecado culpando a los demás, sin dar rodeos ni narrar la vida entera.

Es una manifestación de la propia conciencia ante Jesucristo, Médico y Juez, Salvador y Hermano. Ante todo debe primar, no la vergüenza (el sacerdote no juzga ni se escandaliza de nada), sino la confianza en Jesucristo.

Entonces la redención vuelve a ponerse en acto; la Sangre de Cristo lava los pecados; su Palabra es eficaz y por las palabras de la absolución y la imposición de manos del sacerdote, vienen el perdón, la Misericordia y la Gracia. Inclinamos la cabeza, escuchamos en silencio (sin recitar nada en voz baja) la fórmula de la absolución y contestamos claramente: “Amén”.

“Otro momento esencial del Sacramento de la Penitencia compete ahora al confesor juez y médico, imagen de Dios Padre que acoge y perdona a aquél que vuelve: es la absolución. Las palabras que la expresan y los gestos que la acompañan en el antiguo y en el nuevo Rito de la Penitencia revisten una sencillez significativa en su grandeza. La fórmula sacramental: «Yo te absuelvo ...», y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo penitente como «misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa», según la definí en la Encíclica Dives in misericordia. Dios es siempre el principal ofendido por el pecado —«tibi soli peccavi»— , y sólo Dios puede perdonar. Por esto la absolución que el Sacerdote, ministro del perdón —aunque él mismo sea pecador— concede al penitente, es el signo eficaz de la intervención del Padre en cada absolución y de la «resurrección» tras la «muerte espiritual», que se renueva cada vez que se celebra el Sacramento de la Penitencia. Solamente la fe puede asegurar que en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misteriosa intervención del Salvador” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31,III).

viernes, 25 de septiembre de 2009

Actos del penitente: Propósito de enmienda


Propósito de enmienda. Es este otro acto del penitente, algo que el penitente ofrece en el Sacramento a Dios.
Consiste en una determinada deliberación, en un deseo firme, en un propósito cierto de poner todos los medios para no caer en el pecado y evitar las ocasiones.
A veces queremos ser santos, y tenemos deseos sinceros de ellos, pero apenas se ponen los medios para vivir en santidad, o los medios son desproporcionados, demasiado pequeños para alcanzar el objetivo.
Con el pecado ocurre lo mismo: si queremos vencer tal caída, superar tal otra debilidad, los medios han de ser firmes y proporcionados para alcanzar lo que deseamos. Con la gracia de Dios, se puede.

El propósito de enmienda viene a significar que sinceramente se aborrece el pecado, se detesta y se quiere evitar por todos los medios caer en el pecado. A veces el propósito de enmienda será romper con determinadas situaciones de pecado o de desorden en que se vive, y que requiere una voluntad clara de hacerlo de una vez para siempre.

El arrepentimiento es hondo. Se quiere cambiar de vida y vivir la vida de gracia, vivir como hijos. Es algo más que un sentimiento, es un acto de transformación de la propia vida, es la decisión de ser fiel a la Verdad y proseguir más de cerca en el seguimiento de Cristo. “El arrepentimiento, al igual que la conversión, lejos de ser un sentimiento superficial, es un verdadero cambio radical del alma” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 26).

Es verdad que el Señor es misericordioso, que Dios es Amor y que todo lo perdona. Pero, al mismo tiempo, Él quiere la conversión del pecador, que se arrepienta y viva. El propósito de enmienda conlleva que tomemos en serio la maldad del pecado y huyamos de él; implica que no abusemos de la Misericordia de Dios pensando que, como todo lo perdona, da igual lo que hagamos y no hace falta esforzarse...

Él sí se toma en serio el misterio de iniquidad. Por eso el Señor espera y exige este propósito de enmienda. A la adúltera le dice: “Vete y no peques más” (Jn 8,11); al ciego de nacimiento: “Vete y no peques más, no sea que te ocurra algo peor” (Jn 5,14).

jueves, 24 de septiembre de 2009

Actos del penitente: Dolor de los pecados


El segundo acto del penitente es el dolor de los pecados, la contrición.
Duele el propio pecado porque nos hemos apartado voluntaria y conscientemente de Dios.
Duelen los pecados porque reconocemos que hemos sido infieles al amor y bondad de Dios.
No duelen los pecados por orgullo, pensando que hemos sido capaces de hacer algo así y ver rota nuestra imagen de perfección.
Nos duelen los pecados por amor de Dios, descubriendo cuánta ingratitud le hemos demostrado.

El dolor de los pecados es sincero si se reconoce la maldad en el corazón, el alejamiento de Dios, de su bondad y de la Verdad, entregándonos a la mentira. Es algo más que haber quebrantado unas normas. Éstas existen –y son necesarias-, pero a veces pensamos que qué lástima que algo sea pecado, como si fuese una norma arbitraria que nos hemos saltado a la ligera y que en el fondo sabemos que hemos hecho mal por habérnosla saltado, no porque realmente en sí sea un mal. El pecado es más que saltarse unas normas y haber faltado a unos mandamientos: es infidelidad radical al amor de Dios, es haber sido un mal hijo rechazando el amor del Padre, habiendo entristecido el Corazón bueno del Padre.

“El acto esencial de la Penitencia, por parte del penitente, es la contrición, o sea, un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición, entendida así, es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la metánoia evangélica que devuelve el hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el Sacramento de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por ello, «de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia».

Remitiendo a cuanto la Iglesia, inspirada por la Palabra de Dios, enseña sobre la contrición, me urge subrayar aquí un aspecto de tal doctrina, que debe conocerse mejor y tenerse presente. A menudo se considera la conversión y la contrición bajo el aspecto de las innegables exigencias que ellas comportan, y de la mortificación que imponen en vista de un cambio radical de vida. Pero es bueno recordar y destacar que contrición y conversión son aún más un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha dejado de gustar” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31,III).

Duelen los pecados: se lloran como Pedro lloró sus negaciones.
Duelen los pecados: se ungen los pies de Jesús con las lágrimas, como María en Betania.

Entonces, en este momento, se reza en silencio el “Yo confieso”, se reza “Señor mío Jesucristo....” o también se reza el salmo 50 (“Misericordia, Dios, por tu bondad...”), suplicando a Dios el perdón, la misericordia y la gracia.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

San Pío de Pietrelcina: el conflicto y el silencio


Mis monjas de la Encarnación -¡cuánto me quieren desde hace tantos años!- me han regalado el DVD con la película de la RAI sobre el Padre Pío. He de confesar que me ha impresionado. Gratamente impresionado.


Lo poco que me había llegado de él por algunos devotos eran los milagros (hay gente muy "milagrera"), algunos pocos más se admiraban de los estigmas. Pero ver la secuencia completa de la existencia de este capuchino permite descubrir más, mucho más en él, y llegar a una lectura teológica de su vida.


Los estigmas son algo llamativo, realmente extraordinario, y también recibió la gracia de la transverberación como Santa Teresa (su corazón herido casi físicamente por el Amor de Dios)... pero los estigmas son reflejo de algo aún más profundo: estaba dispuesto a vivir la Pasión de Jesucristo sin recortar nada, sin ahorrarse nada. La cruz no era un símbolo para él: ¡era su vida! Amó tanto a Jesús que hasta físicamente estaba unido a Él. ¿Pero no es ese el camino de todo cristiano, sacerdote o casado, religioso o profesional en el mundo laboral? ¡Y tememos las mortificaciones, las penitencias! ¡Protestamos por cualquier cruz! Tal vez será que nos falta amor a Jesucristo.


"El mal se combate con buenas obras": así lo entendía el padre Pío y así lo puso por obra. La obra mayor y más evidente la "Casa del sufrimiento", el hospital, pero lo más invisible, las horas de confesionario librando a las almas de sus angustias y pecados para que viviesen con la alegría y la santidad de los hijos de Dios. No pronunció un discurso sobre lo mal que estaba el mundo, un eterno lamento sobre "adónde vamos a llegar". No. Se puso manos a la obra, movido por la caridad y la esperanza cristianas. Ésta es nota común de todos los santos: "construir en positivo", vencer el mal a fuerza de bien sin quejas ni lamentos ni vaticinios proféticos de desolación.


Otro punto, más delicado aún, refleja la existencia teológica del Padre Pío. Vivió en amor y obediencia a la Iglesia siempre, aun cuando, como muchos otros santos -canonizados o no- fue cuestionado por la propia Iglesia, se le redujo al silencio, se le prohibió predicar, confesar y decir Misa en público, se creyeron las autoridades eclesiásticas las calumnias que contra él vertían. Pero de sus labios jamás salió una palabra amarga o dolorida contra la Iglesia, sino que obedeció y la amó en silencio. ¿Hay algún santo que pueda dudar de la Iglesia o hablar mal de ella? ¿Algún santo consideró que su camino era superior y se revolvió contra la Iglesia? ¡Ninguno! Todos los santos amaron a la Iglesia con la totalidad de su persona incluso cuando fueron incomprendidos o acusados o desterrados injustamente. Y es que la "persecución de los buenos" es la más terrible, cuando creyendo defender los derechos de Dios y el orden establecido, se oponen contra la obra de Dios en un santo. Pero Dios, con el tiempo, hace brillar la verdad, y el santo siempre es restituido después de la dura prueba. ¡El amor a la Iglesia, incluso en los extremos de ser de alguna manera maltratado, es marca de garantía de la verdadera santidad! Ante el conflicto que se presenta con la autoridad eclesiástica, el padre Pío obedece y ama.


Un último aspecto, ya que no se puede agotar la figura del santo: la oración. Él siempre oraba, oraba mucho, dedicaba grandes espacios de tiempo a la oración con Jesús. Y sabía que la oración es lo que mueve el mundo y lo que más falta hacía en la Iglesia. Por eso él crea los Grupos de Oración, cada vez con mayor difusión, cada vez con mayor número de miembros: seglares entregados al Señor en el mundo mediante la vida de oración. El mundo se regenera con la oración, la Iglesia crece y vive por la oración, los santos lo fueron por su vida de oración. ¿Hace falta más argumentación?


Santo místico, taumaturgo, impulsor de innumerables conversiones, gran sentido del humor, naturalidad en sus formas, oración incesante, caridad desbordante con enfermos y niños... Toda una figura que actualiza el Evangelio para nosotros hoy como un haz de la luz de Cristo.


Gracias a mis monjas por el DVD, siempre tan atentas.
San Pío, intercede por la Iglesia.



Actos del penitente: Examen de conciencia


El examen de conciencia es el primer acto del penitente.
Una mirada superficial es incapaz de descubrir la verdad porque se quedará sólo en apariencias. Mirando así, nadie se ve pecador, ni podrá descubrir la miseria que anida escondiéndose en el alma.
Las tinieblas no dejan ver bien, miramos y no vemos.
Dios escruta el corazón del hombre, pero el propio hombre rechaza conocerse como Dios lo conoce.
¡Cuánta razón tenía San Agustín en su petición: “Que te conozca, que me conozca”!, y los místicos castellanos cuando enseñaban que la oración debe empezar y terminar por adquirir “conocimiento propio”.

Al prepararse para el sacramento de la Penitencia, lo primero es el examen de conciencia.

En clima de oración, despacio, se invoca al Espíritu Santo que pueda iluminar la propia conciencia.
Después uno ha de confrontarse con la Verdad. Repasar la propia vida atendiendo lo que la conciencia pueda alertarnos.
En el examen de conciencia se confronta la vida con la Verdad. Se puede emplear como guía los diez mandamientos y los mandamientos de la Iglesia, o meditar las bienaventuranzas viendo cómo se han vivido o se ha faltado a ellas, o contrastar las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las virtudes morales (fortaleza, justicia, templanza, prudencia), o utilizar como prisma de visión el trato con Dios, el trato con el prójimo y el trato consigo mismo.

Se mira la propia vida discerniendo, reconociendo los propios pecados, en clima de oración: ¡no estamos haciendo la lista de compras para el supermercado!

“Una condición indispensable es, ante todo, la rectitud y la transparencia de la conciencia del penitente. Un hombre no se pone en el camino de la penitencia verdadera y genuina, hasta que no descubre que el pecado contrasta con la norma ética, inscrita en la intimidad del propio ser; hasta que no reconoce haber hecho la experiencia personal y responsable de tal contraste; hasta que no dice no solamente «existe el pecado», sino «yo he pecado»; hasta que no admite que el pecado ha introducido en su conciencia una división que invade todo su ser y lo separa de Dios y de los hermanos. El signo sacramental de esta transparencia de la conciencia es el acto tradicionalmente llamado examen de conciencia, acto que debe ser siempre no una ansiosa introspección psicológica, sino la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la perfección” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31, III).

En el examen de conciencia alcanzaremos a reconocer nuestra propia verdad de pecadores, del propio pecado y la miseria del corazón, confiando en la Misericordia de Dios. Y así, al ver y reconocer los propios pecados iremos viendo su origen y su raíz para irlos arrancando con la mortificación y la ascesis (la gimnasia espiritual necesaria).

martes, 22 de septiembre de 2009

Sacramento de la Penitencia: actos del penitente


En el sacramento de la Penitencia hay una parte que corresponde a la libertad y responsabilidad del hombre, los llamados actos del penitente. Es la parte humana –ex opere operantis- para que el Sacramento dé todo el mayor fruto posible en cada persona y no dejemos que la gracia de Dios caiga en vano en nosotros, haciéndola estéril. Decía Juan Pablo II en Reconciliatio et Poenitentia que “algunas de estas realidades son actos del penitente, de diversa importancia, pero indispensable cada uno o para la validez e integridad del signo, o para que éste sea fructuoso” (31, III).

Cada vez que vamos a confesar tendría que poner todo de nuestra parte y disponernos al sacramento bien, con profundidad y en clima espiritual. La rutina lo mata todo, ¡cuánto más en este sacramento! Otras veces vamos a realizar la confesión porque toca (han pasado ya 15 días o un mes) y nos acercamos a la sede penitencial sin una preparación honda.
O bien, nos acercamos simplemente porque hemos visto al sacerdote en el confesionario y “aprovechamos” la ocasión sin una previa preparación.
O en el Sacramento, ante el sacerdote, nos acusamos de nuestros pecados con un tono que delata muy poco dolor y arrepentimiento, una enumeración fría como si no creyéramos que lo que confesamos fuera de verdad pecado.

Al dedicar varios post estos días al Sacramento de la Penitencia repasemos sobre todo los actos del penitente. ¿Cuáles son? Los que define el Catecismo:

1. Examen de conciencia: es recordar todos los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.
2. Dolor de los pecados: es un sentimiento o pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios.
3. Propósito de la enmienda es una firme resolución de no volver a pecar. (Tenemos verdadero propósito de la enmienda cuando estamos dispuestos a poner los medios necesarios para evitar el pecado y huir de las ocasiones de pecar).
4. Decir los pecados al confesor. Debemos confesar todos los pecados mortales, y conviene decir también los veniales.
  • Los pecados se han de confesar con humildad y sencillez, manifestando los ciertos como ciertos, los dudosos como dudosos, y aquellas circunstancias que aumenten o disminuyan su gravedad.
  • Hay que confesar el número exacto de pecados mortales cometidos, y si no se recuerda, el número aproximado.
  • El que calla a sabiendas algún pecado mortal comete un grave sacrilegio, y no se le perdonan los pecados confesados.

5. Cumplir la penitencia: es rezar las oraciones y hacer las buenas obras que manda el confesor, para satisfacer por la pena temporal de los pecados, como remedio-medicina que pueda curar la tendencia del alma al pecado y reparar algún pecado concreto que haya afectado al prójimo.

Primer objetivo: vivir mejor los actos del penitente.

Segundo objetivo: fomentar nuestra confesión frecuente.

Y tercer objetivo: ayudar a que la celebración del sacramento de la Penitencia se prepare en clima de oración, más detenidamente, y el día en que vayamos a confesar sea día de reparación al Corazón de Jesús.

lunes, 21 de septiembre de 2009

De liquidador de impuestos a hombre libre: ¡San Mateo apóstol!


Un relato fresco, ágil, sin disgresiones, con la fuerza de la misma Persona de Cristo, siempre seductor, con una autoridad distinta y nueva: el relato de la llamada a Leví, para convertirlo en el apóstol Mateo.

Pasó Jesús junto al mostrador del cobro de impuestos. Mira a Mateo y basta una sola palabra: “Sígueme” para que Mateo obedezca al instante, sin demora, sin titubeos, sin cálculos para medir el compromiso y poner un límite. Nada: sólo disponibilidad, sólo obediencia inmediata, sólo alegría por el encuentro, el encuentro definitivo, único, que marca a fuego la vida de Mateo. Mateo no hace componendas humanas para intentar compaginar su oficio de cobrador de impuestos y el seguimiento a Cristo; no hace cálculos para unir el servicio a Dios y al dinero; Mateo se entrega y lo hace por completo, arriesgándose generosamente: ¡el Señor resultará el mejor pagador! Tampoco tiene Cristo que empezar a convencer y razonar con Mateo para lograr su adhesión: ¡cuánto tiempo perdido a veces, intentando convencer y cuántas resistencias en tantos católicos para vivir su fe más entregada, más radical o más comprometida! En ocasiones, si a alguien se le llama a algún servicio, o apostolado, o misión, parece que hay que convencerle ofreciendo mil argumentos razonables y rebatiendo las respuestas de comodidad para no comprometerse... cuando lo que hay es pereza y falta de amor a Cristo. A Mateo no necesitó Cristo convencerlo, no hubo necesidad de nada, tan sólo de la Presencia de Cristo: ¡Sígueme!

Viendo este encuentro no podemos menos que admirarnos. ¿Qué tendría la Persona de Cristo que fascinaba de esa forma? ¿Su mirada, su voz, su forma de dirigirse a alguien amándole? ¡Era la Presencia que revelaba el amor de Dios! ¡Era la certeza misma que se imponía, que correspondía a la sed del corazón de Mateo, al deseo de felicidad y plenitud de todo hombre! Mateo se sintió amado y acogido por Cristo, Mateo sintió cómo Cristo leía en su corazón y lo recibía. Cristo era lo que Mateo en el fondo buscaba y necesitaba, Cristo era la respuesta a todo. ¡A nadie había visto, ni escuchado, ni conocido como aquél hombre, Jesucristo, que pasó junto a la mesa de los impuestos! Aquel encuentro determinó para siempre la vida de Mateo llenándola de sentido, de gozo, y cuántas veces no volvería Mateo con su memoria a aquel momento de gracia que fue el Acontecimiento definitivo de su existencia.

Cristo pronuncia la palabra exigente y tierna a la vez, “Sígueme”, y al mismo tiempo, invisiblemente, toca el corazón de Mateo para suscitar la respuesta. “Es que el Señor que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible” (Beda el Venerable, Homilía 21).

Para poder seguir a Cristo, Mateo ha de renunciar a una posición económica muy solvente. El dinero no puede ser jamás un ídolo que aprisione el corazón, ni un obstáculo para la libertad, ni un impedimento para la fe. Todo ha de subordinarse a Cristo. No estaba Mateo cobrando unos módicos aranceles por unos impresos oficiales, sellados y anotados, ni un liquidador de impuestos ajustándose a unas tasas. Era publicano. Un publicano era un colaborador del estado, en este caso, el Imperio romano, cobrador de impuestos de quien había subyugado a Israel, por lo que estaba muy mal visto entre sus compatriotas. “Reyes y gobernadores explotaban a sus súbditos y en las guerras e invasiones el saqueo era norma común. Y aún peor que los mismos impuestos, resultaba lamentable el modo de obtenerlos. El estado, en lugar de recaudarlos con administradores propios, arrendaba el cobro a ricos personajes que pagaban al estado una cantidad fija y luego se encargaban de sacar a la población todo lo que podían, reclamando cantidades mucho mayores de las realmente establecidas” (MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio..., Vol. I, p. 50). Ésta era la función de Mateo-Leví: “practicaba el más sucio de los oficios, el de publicano, que no suponía sólo sacar dinero a sus compatriotas –y con no poca usura- sino que incluía, sobre todo, el haberse vendido a los paganos y ayudar a llenar las arcas romanas con el sudor del pueblo elegido. Es fácil imaginar la repulsión con que los demás apóstoles –fanáticos patriotas- recibieron a este traidor a sus ideas más sagradas” (Id., p. 266).

Nada le fue obstáculo a Mateo para seguir a Cristo, nada antepuso al amor de Jesucristo. ¡En Cristo lo halló todo, en Cristo lo poseía todo, en Cristo su vida descubrió la mayor riqueza y nada le importaba ya!

Así nosotros pedimos hoy con humildad en la oración colecta que “podamos seguirte siempre”, nada nos retenga, nadie nos lo impida, ningún obstáculo se interponga, “y permanecer unidos a ti con fidelidad”, sin cansarnos, ni desilusionarnos, sin poner expectativas humanas que nos defrauden.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Himno a Cristo luz al amanecer

¡Noche, tinieblas, nubes,
turbulencia y confusión del mundo;

la luz penetra, el cielo alborea:
Cristo llega; retiraos!


Herido por el dardo del sol,
el velo
oscuro de la tierra se desgarra,
y con el rostro del astro reluciente
retorna ya el color a toda cosa.

Así, también nuestra ceguera
y corazón,
de fraude cómplice,
rotas las nubes,
al cabo descubierto,
ante el reino de Dios recobrarán colores.


A nadie entonces será dado

ocultar cuanto de oscuro piensa;

mas los secretos del alma, desvelados,

se aclararán con la mañana nueva.

Ahora, ahora es la vida seria;

ahora nadie intenta diversiones;
ahora, en faz severa, todos
encubren sus propias insipiencias.


Es hora esta a todos útil,

en la que cada cual cuanto desea desempeñe:

el militar, el hombre civil, el marinero,

el obrero, el labrador, el comerciante.


A aquél arrastra la gloria forense;

a éste, la funesta trompeta de la guerra;

el mercader y el labriego, por su parte,
con ansia anhelan el lucro insaciable.


Nosotros, en cambio, que ignoramos por entero

la corta ganancia, la usura y los discursos,
ni somos fuertes en el arte de la guerra,

a ti, Cristo, tan sólo conocemos.


Prudencio, Himno de la mañana, vv. 1-16; 33-48.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Modernos como la sociedad postmoderna: más secularización


Durante bastantes años, y aún sufrimos sus consecuencias y algunos restos que se niegan a desaparecer, con la excusa del Vaticano II (nunca leído, siempre aludiendo a un "supuesto espíritu") se pensó que evangelizar era modernizar la Iglesia adaptándola a la mentalidad de cada momento. Una Iglesia "moderna" que aceptase todos los presupuestos de la modernidad, que sustituyese en buena medida a Dios por los valores del Reino; que sustituyese a Jesucristo por la figura de Jesús de Nazaret, profeta y revolucionario; que evolucionase la moral según los criterios éticos del mundo para no provocar rechazo (se acepta el divorcio porque "ya no se quieren"; se empieza a ver bien la eutanasia arrogándose el derecho sobre la vida y poniéndole fin; incluso el aborto hoy se presenta como un "derecho" de la mujer a asesinar a su hijo).

El lenguaje católico se secularizó: se pasa a hablar hoy de ecología, naturaleza, valores, la paz universal, la solidaridad... adoptando la moda del lenguaje postmoderno; pero se silencian las realidades cristianas (cruz, resurrección, gracia, pecado, redención, escatología...).

La vida cristiana adopta el modelo político-social de la aconfesionalidad y quiere ser discreta y tolerante, con lo que se disimula la propia identidad (supresión de signos cristianos, vestidos seglares para sacerdotes y religiosos) y se reserva la fe sólo a lo intraeclesial, pero sin dimensión pública ni catolicismo militante: ¡¡hay que ser tolerante!! El catolicismo se refugia en sacristías, locales de grupos y despachos, pero ha renunciado de manera vergonzante a su dimensión pública y social, militante y apostólica.

La liturgia se secularizó, conviertiendo la Misa en una "fiesta muy alegre con Jesús", eliminando la trascendencia, la sacralidad y la plegaria adorante y sustituyendo todo esto por ritmos y músicas mundanas, desvirtuando la esencia de la liturgia católica. Pensaban -creamos que con buena voluntad- que así atraerían a los hombres, y los hombres salieron corriendo horrorizados ante tanta puerilidad que no respondía a nada de lo más íntimo y verdadero que pudieran buscar.

La catequesis de niños y jóvenes se volvió una terapia de grupo, afectiva y sentimental, distraida y entretenida con muchas acciones para "enganchar" a los jóvenes, con contenidos que no pasaban de una simple introducción a la psicología aplicada (el Yo, el Grupo, la Amistad, el Compromiso), lejos de ser una introducción al conocimiento de Jesucristo y a la vida de la Iglesia.

¡Qué pobreza por todas partes!
¡Cuántos complejos dentro de la Iglesia!
¡Qué ganas de confundirse con el mundo!
¡Qué preocupación por parecer "modernos", "sociales"!

Esto es lo que describe y se encierra en las palabras de Benedicto XVI en un discurso a los obispos brasileños en visita ad limina (7-9-2009): "en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura, no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un paso a la secularización". Muchos quisieron ver en la secularización "algunos valores de gran densidad cristiana como la igualdad, la libertad, la solidaridad, mostrándose disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación".

"Se asistió a intervenciones de algunos responsables eclesiales en debates éticos, correspondiendo a las expectativas de la opinión pública, pero dejando de hablar de ciertas verdades fundamentales de la fe, como del pecado, de la gracia, de la vida teologal y de los novísimos", explicó el Papa. Así, inadvertidamente, "se cayó en la 'autosecularización' de muchas comunidades eclesiales" las cuales "esperando agradar a los que no venían, vieron partir, defraudados y desilusionados, a muchos de los que tenían".

¿Dónde está la equivocación, el gran error? En que "nuestros contemporáneos, cuando vienen a nosotros, quieren ver lo que no ven en otro sitio, es decir, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de que estamos con el Señor resucitado". Pero hoy, "en este desierto de Dios, la nueva generación siente una gran sed de trascendencia". "Hay tantos que parecen querer consumir la vida entera en un minuto, otros que vagan en el tedio y la inercia, o se abandonan a violencias de todo género", afirmó el Papa. "En el fondo, no son más que vidas desesperadas que buscan esperanza, como lo demuestra una extendida, aunque a veces confusa, exigencia de espiritualidad, una renovada búsqueda de puntos de referencia para retomar el camino de la vida".

Por ello, les invitó a salir al paso de "una nueva generación ya nacida en este ambiente eclesial secularizado" que "no busca apertura y consensos". Es decir, hay que dar una nueva respuesta.

La secularización ha dejado muy dañada a la Iglesia. ¡Manos a la obra, hay que restaurarla!

viernes, 18 de septiembre de 2009

Este blog católico en el conjunto de Internet


Un blog católico en la maraña de Internet crece muy lentamente.

Son muchas las páginas católicas de todo género, son innumerables los blogs, de toda tendencia, de toda sensibilidad espiritual, pastoral y litúrgica. Este blog es aún pequeño, está en pañales, las visitas crecen lentamente.

¿Por qué este blog?
Una segunda pregunta, ¿qué hacemos los católicos en Internet?

A la primera pregunta se responde rápido. Este blog nace por el recuerdo de una etapa muy amplia de mi sacerdocio dedicado a predicar, a dar retiros y a llevar la catequesis de adultos en distintas parroquias. Siempre he creído que el binomio básico hoy es formación-oración. La formación que ilumine la inteligencia, que permite una solidez doctrinal firme cuando tanta confusión hay, y cuando en general, el catolicismo español adolece de esa falta de formación teológica y espiritual; junto a eso la oración personal –y este blog pretende ayudar a la oración e introducir a ella-. Por Internet hago lo que antes desempeñaba en persona en los salones de catequesis (¿os acordáis amigos, todos los jueves por la noche, fotocopias, documentos, explicación, preguntas....? -¡Qué tiempos aquellos!).

¿El nombre? Responde a una simplificación: ¡Jesucristo! Él lo es todo. Entrar en su corazón es vivir en amistad con Él. Pero su corazón no es una imagen de escayola amanerada, dulzona, sino que es el Sagrario –y en general, la Eucaristía-. Ahí es donde vivimos de Él, nos incorporamos a la Iglesia, nos santificamos y somos enviados al apostolado y la misión en el mundo.

A la segunda pregunta -¿qué hacemos los católicos en Internet?- se puede responder cómodamente con la enseñanza misma de la Iglesia. Internet hoy es sitio de evangelización y lugar de formación, donde además compartir la experiencia cristiana. Aquí tenemos que estar porque todos entran en Internet y esta cultura de hoy se comunica y expresa digitalmente.

“Quisiera concluir este mensaje dirigiéndome de manera especial a los jóvenes católicos, para exhortarlos a llevar al mundo digital el testimonio de su fe. Amigos, sentíos comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo ambiente comunicativo e informativo los valores sobre los que se apoya vuestra vida. En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada. A vosotros, jóvenes, que casi espontáneamente os sentís en sintonía con estos nuevos medios de comunicación, os corresponde de manera particular la tarea de evangelizar este "continente digital". Haceos cargo con entusiasmo del anuncio del Evangelio a vuestros coetáneos” (Benedicto XVI, Mensaje para la 43 Jornada de los Medios de comunicación social, 24-enero-2009).

Internet ofrece unas posibilidades increíbles de llegar a muchos, de acceder a documentos y fuentes, de comunicar reflexiones y estar en contacto. Ahí hemos de estar los católicos: “Las modernas tecnologías nos ofrecen posibilidades nunca antes vistas para hacer el bien, para difundir la verdad de nuestra salvación en Jesucristo y para promover la armonía y la reconciliación” (Juan Pablo II, Mensaje para la 39 Jornada de los medios de comunicación social, 24-enero-2005).

Volveremos sobre Internet y los católicos, ya que es un campo nuevo en la cultura actual y el sitio de los católicos es el mundo y la cultura, no encerrados –acobardados- en las sacristías y despachos parroquiales (o enfrascados en temas clericales).

jueves, 17 de septiembre de 2009

Rasgos (algunos) de la cultura de hoy: casi para llorar


La cultura en que vivimos nos envuelve y va generando un tipo humano muy concreto. Es la cultura de la postmodernidad en la que como católicos estamos situados, a la que hemos de responder y a la cual debemos purificar, poseyendo una suficiente personalidad y madurez católica para no dejarnos arrastrar impunemente.

Tengamos presente que el Evangelio genera una cultura cristiana y que como un torrente de vida, la cultura se ve purificada para responder a su ser y corresponder a la necesidad de Verdad y de trascendencia del hombre, de todo hombre. La cultura no nos es indiferente.

La cultura postmoderna prefiere crear sujetos que no piensen, que no tengan capacidad de discernir, ni analizar, ni reflexionar, ni criticar. Todo lo dan hecho. Se impone un pensamiento dominante al que todos deben acatar, disfrazado con un lenguaje demagógico de “respeto” y “tolerancia”, pero que es hermano del “relativismo” (todo vale porque nada hay que sea Verdad ni sea Bueno; todo da igual). Esta uniformidad en el pensamiento se imparte, se adoctrina, en los informativos: todos –salvo alguna excepción de nuevos grupos mediáticos- presentan las mismas noticias, las interpretan, pero omiten para la gran masa algunas otras noticias que podrían ir en contra de los principios relativistas. Los documentales, los pocos debates televisivos, las series de televisión, van orientando el pensar imponiendo los nuevos modos de la cultura post-moderna, y nadie se puede salir de lo previamente establecido, por ejemplo, hoy está muy mal visto alguien que defienda el matrimonio fiel y con varios hijos, o que llame asesinato al aborto, porque esta cultura postmoderna ha relativizado el matrimonio y los hijos y el aborto está considerado no un asesinato, sino un nuevo derecho.

La cultura postmoderna ha retomado, ¡y con qué fuerza!, el pan y circo del Imperio romano, alienando a las masas, con entretenimientos de baja calidad cultural y educativa, provocando reacciones primarias y/o sentimentales: el fútbol es el gran ejemplo (nada tiene que ver con el deporte, la superación, etc.), así como los programas “de corazón” donde se convierte en problema nacional las miserias de personajes que se exponen a pública desnudez sin respeto alguno, ni pudor; personajes que en el circo romano de hoy despiertan los instintos y la curiosidad mal sana de la “audiencia” (otra palabra mítica hoy).

La cultura postmoderna ignora las realidades trascendentes y espirituales, valorándolo todo desde el pragmatismo y la utilidad (lo que no es útil, incluso la vida humana, se desecha). Se ve una pérdida de tiempo las humanidades, el arte o la historia, pero se admira la técnica, la ciencia, la física y la matemática, aquello que da control sobre el mundo para doblegar la naturaleza al capricho del hombre. Un científico (o un programador informático o... ) es el nuevo hechicero de la tribu social, al que se le respeta y encumbra, porque tiene poderes superiores. La cultura es ya tecnología, ciencia aplicada. La Verdad es sustituida por la posibilidad de hacer, y si se puede lograr algo, entonces, por sí, ya es bueno, sin valorar las implicaciones éticas y morales.

La cultura postmoderna no quiere elevar al hombre, sino igualar al hombre abajándolo, sumergiéndolo en una masa acrítica. Como algunos o muchos no alcanzan objetivos más elevados, el nivel se va rebajando para acomodarlo a la mayor simplicidad e ignorancia. La enseñanza escolar y universitaria son un ejemplo. Para igualar, no se premia el esfuerzo, el mérito, el empeño de alguien por mejorar, adquirir mayor capacidad y mayor conocimiento; se presentan iguales condiciones de acceso a todo (trabajo, por ejemplo), que pueden lograr el inteligente como el torpe, el experto como el profano, el mejor preparado como el más completo inútil. La sociedad se empobrece humanamente, la cultura se degrada lentamente: y la excusa es convertir la igualdad en igualitarismo.

La cultura postmoderna llora por las consecuencias, pero se niega a reconocer las causas. Lo vemos todos los días. Se lloran las consecuencias de “la violencia en las aulas” y el fracaso escolar, pero se resiste a enfrentarse a las causas de la falta de autoridad buscada, a la poca vigilancia de los padres y su abdicación en la educación de los hijos, de los planes de estudio paupérrimos. Se lloran las consecuencias de la “violencia de género”, los malos tratos, las violaciones de jóvenes cada vez de menor edad, etc., pero una ceguera absoluta para ver que la causa primera está en la relativización del sexo, en la inmadurez afectiva, en la libertad absoluta que se quiere dar a todo sin referente moral, presentando la sexualidad como un juego desvinculado del ser personal y la entrega. Se lloran las consecuencias del envejecimiento de la población, el problema económico que plantea para la producción en la sociedad y el trabajo, pero es imposible admitir la “causa” que radica en el matrimonio débil (que fácilmente se rompe), en el aborto como derecho y en la misma estructura económica que dificulta tener hijos y mantener el alto nivel de vida que se plantea como normal.

Un católico debe dar respuesta a esa cultura postmoderna de la que aquí hemos trazado algunas pinceladas; un católico debe luchar por no contaminarse con esos principios de la postmodernidad, sino adquirir una mentalidad católica, una mente formada, unos criterios rectos... y, por cierto, también elevar su propio nivel cultural.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

San Cipriano: el obispo de la unidad de la Iglesia


16 de septiembre, San Cipriano, obispo de Cartago y mártir. Y nos acercamos a él por una pequeña deuda de gratitud. Fue -después de san Agustín- el primer Padre de la Iglesia que conocí a fondo gracias a un gran profesor, y a partir de ahí, los Padres de la Iglesia se presentaron como un tesoro, siempre rico e inabarcable, que me unía a una Tradición, a una cadena viva.

El obispo de Cartago, san Cipriano, fue una de las grandes figuras del cristianismo primitivo. Cartago era la sede principal de toda el África romana, con mucha vinculación con Roma por su puerto marítimo. La literatura cristiana en lengua latina nació en África antes que en Roma... Pero África sufrió sangrientas y muy crueles persecuciones contra el cristianismo naciente. La situación no fue fácil, como encontramos en las Actas de los mártires y en las epístolas de los Padres de esa época. Allí, en África, Tertuliano expresó la realidad del martirio: "La sangre de los mártires, semilla de nuevos cristianos". Así fue.

Se disfrutó durante casi 30 años de un período de paz que favoreció la difusión del cristianismo y el establecimiento de nuevas comunidades cristianas hasta que otra ola de persecuciones llegó. Cipriano es el obispo de la sede de Cartago, en cierto modo, la sede primada: los Concilios africanos se reúnen allí, Cartago y su obispo Cipriano es una sede referencia y el obispo un Padre de la Iglesia, escritor, predicador, maestro convirtiéndose en un referente intelectual desde que en 249 fuera elegido el obispo de Cartago. La primera oleada de persecuciones es la del emperador Decio en 250; en 257 la persecución de Valeriano, dirigida principalmente a los obispos y sacerdotes. Tras varios juicios, en 258 Cipriano será decapitado por negarse a ofrecer el sacrificio a los dioses paganos.

¡Qué difícil resumir una vida así, llena de luchas, intrépida, pastoral! En sus escritos hay muchos temas que se entrecruzan en los albores de la reflexión teológica: trató del bautismo, de la oración, del Padrenuestro, del martirio, de la unidad de la Iglesia, de la comunión con Roma, de la colegialidad episcopal junto con Pedro...

Algunos textos suyos son ilustrativos, nos pueden formar y abrir el apetito intelectual para conocer más y mejor la patrística.

Frente a los cismas que se apartan de la sede de Roma por diversos motivos, Cipriano replica: "Sobre él [Pedro] edifica la Iglesia y a él manda que apaciente las ovejas. Y, aunque a los demás apóstoles les conceda igual potestad, estableció, sin embargo, una sola cátedra y dispuso con su autoridad el origen y la razón de la unidad. Cierto que lo que fue Pedro lo eran también los demás, pero el primado se da a Pedro y se pone de manifiesto una sola Iglesia y una sola cátedra. Todos son también pastores, pero se nos muestra un solo rebaño, que ha de ser apacentado de común acuerdo por todos los apóstoles. Quien no mantiene esta unidad de Pedro, ¿cree que mantiene la fe? Quien se separa de la cátedra de Pedro, ¿confía en que está en la Iglesia?" (De Unit. Eccl., n. 4).

En la Iglesia está la salvación, ¡cuánto hemos de amar la Iglesia! "La esposa de Cristo no puede ser adúltera, inmaculada y pura como es. Ella sólo ha conocido una casa y ha guardado con casto pudor la santidad de su único tálamo. Ella nos guarda para Dios, nos encamina al reino de los hijos, que ha engendrado. Quien, separándose de la Iglesia, se une a una adúltera [una secta cismática o hereje], se separa de las promesas de la Iglesia, y no alcanzará los premios de Cristo quien abandona su Iglesia. Éste se convierte en un extraño, un sacrílego y un enemigo. No puede ya tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia por madre" (De unit. eccl. n. 6).

Frente a los cristianos que se pasaban a algunas de las sectas cismáticas que habían roto con Roma, Cipriano les recuerda a éstos que iban de supercatólicos pero sin comunión con el Papa que "fuera de la Iglesia no hay salvación" (Ep. 73). Juan Pablo II explicó esta frase (tan controvertida después por otra parte dada su mala comprensión): "El axioma extra Ecclesiam nulla salus ―"fuera de la Iglesia no hay salvación"―, que enunció san Cipriano (Epist. 73, 21: PL 1.123 AB), pertenece a la tradición cristiana y fue introducido en el IV concilio de Letrán (DS 802), en la bula Unam sanctam, de Bonifacio VIII (DS 870) y en el concilio de Florencia (Decretum pro jacobitis, DS 1.351) Este axioma significa que quienes saben que la Iglesia fue fundada por Dios a través de Jesucristo como necesaria tienen la obligación de entrar y perseverar en ella para obtener la salvación (cf. Lumen gentium, 14). Por el contrario, quienes no han recibido el anuncio del Evangelio, como escribí en la encíclica Redemptoris missio, tienen acceso a la salvación a través de caminos misteriosos, dado que se les confiere la gracia divina en virtud del sacrificio redentor de Cristo, sin adhesión externa a la Iglesia, pero siempre en relación con ella (cf. n. 10)" (Audiencia general, 31-mayo-1995).

martes, 15 de septiembre de 2009

Stabat Mater: Los Dolores de la Virgen

La Secuencia Stabat Mater canta el misterio de la Virgen al pie de la Cruz compartiendo los dolores del Hijo; los dolores que no sintió en el parto del Hijo -en ella no recayó la maldición ni los efectos del pecado original- no le fueron ahorrados al engendrar el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia: en la Cruz aparece como Madre de la Iglesia, "y los dolores que no sufrió al darlo a luz, los padeciera, inmensos, al hacernos renacer para ti" (Prefacio, La Virgen María junto a la cruz del Señor I, en Colección MBVM, Nº 12). Y al pie de la Cruz nos recuerda hoy que lo nuestro es también "compartir en la carne los sufrimientos de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba

mientras el Hijo pendía;
cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,

fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuán triste y cuán aflicta
se vió la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!

Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

Y, ¿cuál hombre no llorará,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vió a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.

Vió morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!
Llore yo con ansias tantas
que el llanto tan dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén
.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Salve Cruz, única esperanza nuestra


“¡Bendita seas, Cruz, esperanza única!

De esta manera nos invita la Iglesia a implorar, en el tiempo dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo. El grito de gozo del aleluya pascual hizo enmudecer el solemne himno de la Cruz, pero el signo de nuestra salvación siguió bendiciéndonos en medio de la alegría pascual, en tanto que nosotros rememorábamos el hallazgo del que había desaparecido. La Cruz nos bendice al término de las grandes fiestas de la Iglesia, desde el corazón mismo del Salvador. Y ahora que el año litúrgico ya declina, él será elevado delante de nosotros y ha de mantener nuestras miradas cautivas hasta que el aleluya pascual nos invite nuevamente a olvidar por un momento la tierra, para colmarnos de gozo en las bodas del Cordero...

Los discípulos del Anticristo le hacen ignominias mucho peores que las que le hicieron antiguamente los mismos persas que la saquearon. Ellos profanan la imagen de la Cruz y hacen los esfuerzos posibles para arrancarla del corazón de los cristianos. Lamentablemente, con bastante frecuencia han tenido éxito, incluso con aquellos que, como nosotras, habían prometido ya cargar con la Cruz de Cristo. Por eso el Salvador nos contempla hoy, serio y examinante, y nos pregunta a cada una de nosotras: ¿Quieres ser fiel al Crucificado? ¡¡Piénsalo bien!!

El mundo está en llamas, el combate entre Cristo y el Anticristo ha comenzado abiertamente. Si tú te decides por Cristo, te puede costar la vida; reflexiona por eso muy bien sobre aquello que prometes...

Los brazos del crucificado están extendidos para atraerte hacia su corazón. Él quiere tomar tu vida para ofrecerte la suya. ¡¡¡Ave Crux, spes unica!!!

El mundo está en llamas. El incendio puede hacer presa también en nuestra casa; pero en lo alto, por encima de todas las llamas, se elevará la Cruz. Ellas no pueden destruirla. Ella es el camino de la tierra al cielo y quien la abraza creyente, amante, esperanzado, se eleva hasta el seno mismo de la Trinidad.

¡El mundo está en llamas! ¿Te apremia extinguirlas? Contempla la Cruz. Desde el corazón abierto brota la sangre del Salvador. Ella apaga las llamas del infierno. Liberta tu corazón por el fiel cumplimiento de tus votos y entonces se derramará en él el caudal del Amor divino hasta inundar todos los confines de la tierra. ¿Oyes los gemidos de los heridos en los campos de batalla del Este y del Oeste?... Unida a él, eres como el omnipresente. Tú no puedes ayudar aquí o allí como el médico, la enfermera o el sacerdote; pero con la fuerza de la Cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción. Tu Amor misericordioso, Amor del corazón divino, te lleva a todas partes donde se derrama su sangre preciosa, suavizante, santificante, salvadora. Los ojos del Crucificado te contemplan interrogantes, examinadores. ¿Quieres cerrar nuevamente tu alianza con el Crucificado? ¿Qué le responderás? “¿Señor, a dónde iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.

¡¡¡AVE CRUX, SPES UNICA!!!”

(Edith Stein, Ave Crux-Spes unica, 14-9-1939).