viernes, 31 de mayo de 2013

Sobre el Espíritu Santo

Grito y súplica de la Iglesia: "¡Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra!"

El don del Señor resucitado es su Espíritu Santo, que va a continuar y prolongar la misma salvación y obra de Cristo en los corazones de los fieles.


Envía el Espíritu Santo para que sea el otro Paráclito, es decir, el Abogado, el Intercesor, el Consolador: las mismas funciones de Cristo ya que tomará de lo de Cristo para comunicarlo constantemente a la Iglesia.

¿Por qué es llamado así?

miércoles, 29 de mayo de 2013

Rehuir el amor mundano (Exht. a un hijo espiritual - VII)

"Dime ahora, por favor, hijo mío. ¿qué provecho saca el alma de amar la belleza carnal? ¿No es como el heno que, cuando lo azota el calor del verano, se va secando y poco a poco pierde su original hermosura? Comparable es también su aspecto a la naturaleza humana: cuando se le va acercando la vejez, toda su original hermosura desaparece y de los que antes atraía enamorados después es su odio lo que siente. Pues al sobrevenir la muerte, entonces toda belleza se borrará por completo y entonces comprenderás que era vanidad lo que antes querías para nada. Cuando veas todo el cuerpo convertido en una masa hinchada y maloliente, ¿no te estremeces de espanto al mirarlo? ¿No te tapas la nariz para no soportar ese horrible mal olor? ¿Dónde está después todo aquel deleite?

Rebusca por si queda algún rastro de su original hermosura. ¿Dónde están la placentera suntuosidad y los festines opulentos? ¿Dónde las palabras halagadoras que ablandaban los corazones ingenuos? ¿Dónde las dulces pláticas que infundían desazón en los enamorados? ¿Dónde la risa desmedida y ociosa? ¿Dónde toda esa alegría desenfrenada e inútil? Como corriente de agua que pasa, por ningún sitio ya aparecieron. Este es el fin de la belleza carnal que amabas: este el término del deleite corporal.

Así pues, repliega tu espíritu lejos de estos amores obscenos y dirige todo tu amor a la deslumbrante belleza de Cristo, para que los rayos de su resplandor iluminen tu corazón, y toda oscuridad tenebrosa se disipará de ti. Esta belleza es la que hay que amar, hijo, la que acostumbra a infundir alegría espiritual en los amantes. Esta es la hermosura que hay que abrazar de cualquier modo, la que puede granjearnos una apacible serenidad.

Evitemos las bellezas perniciosas para que no se nos condene a todo género de males. Pues muchos, arrobados ante los semblantes de las mujeres, naufragaron en la ruta de la verdad; y muchísimos otros, de tanto deleitarse en sus adornos, sufrieron la perdición de sus almas y, desde la cima de la perfección en la que estaban, se hundieron en lo profundo del infierno. Así que, ¡cuidado, hijo mío, con esos semblantes por culpa de los cuales ya ves que muchísimos han perecido!

martes, 28 de mayo de 2013

La resurrección es corporal

Aun cuando es difícil de explicar y de expresar con términos humanos en el lenguaje, la resurrección es una realidad que afecta a lo corporal. Es un "volverse a levantar" (surgere) cuando uno ha estado durmiendo en el Señor en un "dormitorio"; ya sabemos que cementerio es "dormitorio". Allí, en el cementerio, duermen en el Señor nuestros hermanos, a la espera de poder levantarse a la vida nueva y plena.


La resurrección de los muertos es artículo de fe. Rezamos en el Credo: "Espero la resurrección de los muertos" y en el Símbolo de los apóstoles: "Creo en la resurrección de la carne".

Por la resurrección del cuerpo del Señor, triturado en la cruz, la resurrección es posible y real. El cuerpo, sembrado corruptible, se despertará incorruptible; el cuerpo carnal se elevará cuerpo espiritual. Ahí está todo el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios para iluminar, en lo posible, esta verdad última de la vida.

El espiritualismo, queriendo destacar más la trascendencia, niega o reinterpreta mal la resurrección y prefiere aplicarla únicamente a su alma, a su espíritu. Pero este concepto no es cristiano, no responde a la verdad de lo que los apóstoles vieron en el Cuerpo del Señor, tocaron, comieron con Él. No era un espíritu, sino Él mismo en su humanidad, en su carne glorificada.

lunes, 27 de mayo de 2013

Magisterio: sobre la evangelización (VI)

Hay mandatos del Señor claros y explícitos:

"Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo os he mandado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20). 


Un mandato que sigue urgiendo y debe realizarse también en esta generación, para los hombres de este tiempo en sus necesidades, carencias y búsquedas, inmersos en una cultura en continua transformación.

Algunos puntos, o ideas sueltas, de una homilía de Juan Pablo II (Salta, Argentina, 8-abril-1987), pueden servirnos hoy como chispazos en torno a la evangelización nueva; luces, aspectos, impulsos de vida para nosotros.

sábado, 25 de mayo de 2013

La vocación seglar al apostolado

Resulta llamativo que en el "Año de la Fe", el gran Papa Pablo VI dedique varias catequesis, y algunas más que vendrán, sobre el apostolado y sobre el laicado. ¿Pero qué tiene que ver esto con la fe? ¿Un año de la Fe y habla del apostolado?


La fe, si es tal, es dinámica, viva, apostólica, testimoniante. En ese Año de la Fe, convulso culturalmente, con caminos nuevos en la Iglesia, ya parecía que la fe o meramente era un revulsivo ético-revolucionario para la sociedad cambiando las estructuras o era un sentimiento privado. Por eso hablar de Fe es también hablar de apostolado y testimonio, dinamizando la vida eclesial de todos sus miembros.

La fe es confesante, activa, práctica. La fe es camino, movimiento, misión.

Un año dedicado a la Fe ayer (en 1968) como ahora (2012-2013) es también mostrar las consecuencias de una fe integrada, asimilada, interiorizada. De ahí surgirá el apostolado. Por esta razón Pablo VI habla del apostolado y sus palabras siguen vivas y penetrantes cuarenta años después.

jueves, 23 de mayo de 2013

Fe: lo que nos dice el último Concilio

                "La audiencia en la que participáis debería ser, según nuestro deseo, y quizá según el vuestro, una confirmación en vuestra fe católica. ¿Qué otro don mejor podemos desear para vosotros? Pensamos en el inmenso esfuerzo que deben realizar vuestros espíritus, por fuerza de las cosas, inmersos como están en el mar tempestuoso de la mentalidad moderna en orden a la religión, y más precisamente en orden a la fe; y pensamos que vosotros esperáis, al venir a este encuentro, gozar un momento de tranquilidad espiritual, un momento de seguridad religiosa, un momento de gozoso respiro en la experiencia interior del poder tonificante de la fe. Aquí está el puerto de la serenidad, la tierra firme de la estabilidad; nuestros votos y nuestra bendición os quieren conseguir este bienhechor y tonificante consuelo.


                Nuestro ministerio apostólico nos obliga y nos da facultades para ello. Para difundir en todo el  pueblo de Dios este soberano beneficio hemos anunciado la próxima celebración del centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Pero entre tanto podemos presentaros una consideración que está muy unida en el período posconciliar, en el que toda la Iglesia está estudiando y meditando el tesoro doctrinal que nos ha legado el Concilio Vaticano II. Y la consideración se refiere al pensamiento que el Concilio ha expresado con respecto a la fe. Éste es, ciertamente, un tema de estudio profundo para teólogos e historiadores; nosotros nos vamos a contentar con señalarlo apenas.

                ¿Cuál es la doctrina del Concilio Ecuménico sobre la fe? El que se plantee esta pregunta se da cuenta en seguida que el último Concilio no ha realizado un tratado verdadero y propio sobre la fe, como lo hicieron otros Concilios. Es célebre, por ejemplo, la doctrina del Concilio II de Orange (a. 529), presidido por San Cesáreo de Arlés; no fue un Concilio ecuménico, pero tuvo mucha importancia por las polémicas y discusiones con que se desarrolló y por las doctrinas que enseñó, siguiendo a San Agustín, especialmente sobre la gracia necesaria para llegar a la fe justificante, y que confirmó el Papa Bonifacio II (DS 375 ss). Tampoco podemos olvidar las enseñanzas del Concilio de Trento sobre la fe, especialmente sobre la necesidad de que la fe esté integrada por la caridad (D. S. 1559) y por la gracia sacramental (Ib. 1561-1566). Luego el Concilio Vaticano I habló expresamente de la fe en su famosa Constitución “Dei Filius” (a. 1870), especialmente en los capítulos III y IV, en donde se precisan las funciones de la inteligencia y de la voluntad, operantes con la gracia, en el acto de la fe, y se indican las relaciones entre la fe y la razón (ib. 3008-3020); estas enseñanzas han dado materia de estudio y discusión a la teología, a la apologética, a la espiritualidad y también a la actitud práctica de la Iglesia hasta nuestros días (cf. R. Aubert, “Questioni attuali intorno all´atto di Fede, in Problemi e Orientamenti di Teol. Domm.”, vol. II, 635).

El Concilio Vaticano II no nos ha liberado de viejas fórmulas

                ¿Cómo en cambio el Concilio Ecuménico Vaticano II no nos ha legado un “capítulo” expresamente dedicado a la fe, cuando ésta sigue siendo el centro de la controversia y vitalidad religiosa? Es necesario fijarse un poco. Esta supuesta omisión ha sido puesta por algunos en relación con uno de los puntos programáticos del último Concilio, es decir, el de no dar nuevas solemnes definiciones dogmáticas, lo cual ha engendrado en algunos la sospecha de que las definiciones dogmáticas eran formas superadas en la enseñanza católica y que por ello el Concilio podía ser considerado como liberación de los antiguos dogmas y de sus correspondientes anatemas. La fe, se dice, no es el dogma verbalmente considerado; éste consiste en fórmulas fijas que intentan definir y limitar verdades inmensas, inefables e inagotables. Y está bien; también santo Tomás nos enseña que el acto de fe no termina con las fórmulas que lo exponen, sino con las realidades a que éstas se refieren, pero con una visión integral de esta doctrina (cf. II, II, 1,2 ad 2). Además, se afirma que la fe es una virtud que nos concede el Espíritu Santo, y que por ello parece que ningún intermediario debería imponerle una disciplina particular; no se ve, por tanto, qué función puede tener un magisterio en definirla y tutelarla; de suerte que la fe debería estar libre de vínculos externos, y tener la conciencia como instrumento interno de desciframiento; y por ello podría tener entre los hombres diferentes concepciones y diferentes contenidos.

lunes, 20 de mayo de 2013

Único Salvador

La Pascua del Señor, es decir, el Misterio de su Muerte, descenso a los infiernos y santa Resurrección, constituyen a Jesucristo como Señor de todo. Él es el centro. Él es el único.

Se ha revelado así como Hijo de Dios constituido con poder como Señor y Mesías. La Encarnación del Logos, del Verbo, se orientaba y culminaba en su santa Pascua, y así atrae a todos hacia Él. 


Dios ha mostrado, de forma patente, que Jesucristo es Dios, su Hijo, de su misma naturaleza, consustancial a Él. Todo el evangelio y el testimonio de los apóstoles así lo muestran. Y por eso la misión de la Iglesia, la evangelización, tiene sentido y actualidad, porque anuncia a todos y acompaña a los hombres al reconocimiento de Jesús como Señor, Hijo de Dios, único Salvador. 

Pero esto no tendría sentido y sería un absurdo si consideráramos a Cristo como mero hombre, como un simple profeta, como un modelo ético o como el fundador de un sistema religioso entre tantos otros. Esta percepción errónea, tiende al sincretismo, a la fusión entre todas las religiones considerándolas todas de igual valor, con la misma verdad y el mismo contenido salvífico... porque todos así se salvan.

Pero si Cristo es Dios, la Verdad es Él, la Verdad absoluta.

Las religiones merecen respeto como esfuerzo de los hombres por llegar a encontrar a Dios, pero el cristianismo no es una religión más, ya que no es un camino hecho por los hombres, sino el camino que Dios ha escogido para encontrar al hombre, para llegar al hombre.

sábado, 18 de mayo de 2013

El seglar bautizado es un testigo

La fe -¡Año de la fe!- convierte al bautizado en un apóstol y en un testigo. En apóstol por cuanto es enviado al mundo, a los hombres, por parte del Señor; en testigo, porque de lo que ha visto y oído, de lo que sus manos tocaron, la Palabra de la Vida, da un testimonio real y elocuente en el mundo.

La fe se encarna en los testigos, no en los ideólogos. La fe suscita testigos, y el mundo contemporáneo pide maestros que sean siempre a la vez testigos con su vida de Jesucristo.

El testimonio cristiano se da cuando se vive la fe bautismal sin reducciones, sino alcanzado su virtualidad completa, desarrollándola, y se fortalece la fe misma con el testimonio dado. Apóstol y testigo es todo bautizado, por tanto, también todo seglar en su ambiente, en el orden temporal y mundano.

Esta es otra preciosa catequesis de Pablo VI en el Año de la fe para formarnos y remover la conciencia.

"Un pensamiento actual se nos ofrece a la breve exhortación con la que queremos dar a la audiencia general un contenido doctrinal, familiar y modesto, digno de recuerdo y de reflexión; el pensamiento es sobre la exaltación que el Concilio ha hecho de cada uno de los miembros de la santa Iglesia, de cada fiel, de donde ha resultado la dignidad y la misión que competen al cristiano en cuanto tal y por ello también al simple laico. Esta magnífica doctrina merece ser comprendida y meditada;  nos lleva a las fuentes del misterio de la Iglesia, nos hace reflexionar sobre la naturaleza y la vocación del pueblo de Dios, y debe nutrir en profundidad la conciencia de cada fiel, y puede dar también al laico, al simple cristiano, no revestido de poder eclesiástico, ni perteneciente al estado religioso, un sentido vivo de su plenitud espiritual y de su compromiso apostólico con respecto a la comunidad eclesial (Cf. "Prima Romana Synodus", núms. 208 ss; Lumen Gentium, cap. IV).

Quisiéramos que estas enseñanzas fueran familiares para cada uno de vosotros. Cada fiel y, digámoslo ahora, cada seglar debería darse cuenta de su definición y de su función en el cuadro del designio divino de la salvación (Cf. Rahner, XX siècle, págs. 125 ss). Bástenos ahora en esta charla elemental presentar a vuestra consideración una palabra, que tiene mucha fortuna en el lenguaje espiritual moderno, la palabra "testimonio". Es una bella palabra, muy densa en significado, emparentada con otra, más grave y específica, "apostolado", del que el testimonio parece ser una forma subalterna, pero bastante extensa, que va desde la sencilla profesión cristiana, silenciosa y pasiva, hasta la cima suprema, que se llama martirio y que significa precisamente testimonio. Esto indica ya que el término, hoy tan usado, de testimonio, encierra, más aún, manifiesta muchos aspectos de la mentalidad cristiana; de estos aspectos sólo vamos a referirnos a algunos, para ofrecer en este diálogo nuestro tema para vuestras sucesivas indagaciones mentales.

viernes, 17 de mayo de 2013

Orar con el móvil


Para la persona que quiere de verdad comunicarse con Dios, todo converge a hacer realidad su determinación. El teléfono móvil, lejos de ser un motivo de distracción, de diversión o evasión, puede ser un eficaz medio para relacionarse con Dios. 

¿Cómo?


Con acceso a Internet, se puede ir a www.oficiodivino.com y rezar las Horas de la Liturgia.

El móvil en el bolsillo, un elemento tan normal hoy, tan básico hoy, podría ser para cada cual un memorial. En cualquier momento lo podemos usar y llamar a alguien querido para charlar, saludar, dar un recado. ¡Con el Señor ni siquiera nos hace falta un móvil! No hay que ir a "Agenda" o "Contactos" y buscar el número. Es tan inmediato y directo que basta con entrar en lo profundo del corazón y hablar con Él. Si el móvil lo llevamos encima para estar disponibles, ese mismo móvil en el bolsillo debe recordarnos que a Quien hemos de estar disponibles siempre es al Señor. Si el móvil nos permite hablar con cualquiera, debería recordarnos que con el Primero que debemos hablar y llamar es al Señor.

martes, 14 de mayo de 2013

La Unción de los enfermos: catequesis

 De ser un sacramento para agonizantes, moribundos, según la anterior disciplina eclesial, hemos pasado a un sacramento de la Unción que siendo para enfermos con cierta gravedad, se administra demasiado indiscriminadamente a cualquier persona, incluso sana, con el único requisito de haber cumplido los 65 años.

El sacramento de la Unción es una acción sacramental de Cristo con su Iglesia para los enfermos graves, aquellos que corren ya serio peligro, y para los ancianos con una ancianidad avanzada y difícil; también para intervenciones quirúrgicas graves, con riesgo para el paciente. En estas situaciones siempre la constante es un riesgo y un peligro grave.

Consta esta liturgia sacramental de unos elementos centrales:

  • La oración por el enfermo
  • La imposición de manos en la cabeza del enfermo (siempre pausada, orante, espiritual)
  • La Unción con el óleo bendecido; se unge en la frente y en las manos con la fórmula sacramental:

domingo, 12 de mayo de 2013

Cielos nuevos y tierra nueva

"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva..."


La escatología incluye también el cielo nuevo y la tierra nueva, la renovación de la creación, de todas las cosas; Dios creó el mundo y sus criaturas... y las recrea ahora llevándolas a su plenitud. Un domingo, primer día de la semana, inició Dios la creación; un domingo, día octavo, con la santa resurrección de Jesucristo, comienza la nueva creación.

El mundo y las criaturas sufrieron un desorden y alteración por el pecado; se introdujo la muerte y la caducidad. Desde entonces, "la creación entera gime con dolores de parto", dirá san Pablo (Rm 8). Este orden caduco recibe una nueva esperanza por la resurrección del Señor porque todo va a ser nuevo, transformado. Es el horizonte de esperanza que nos ofrece el Apocalipsis de Juan.

jueves, 9 de mayo de 2013

La vocación cristiana es vocación al apostolado

En el contexto de aquel año de la Fe, desde junio de 1967 a junio de 1968, Pablo VI ofreció sus catequesis para iluminar no sólo la virtud sobrenatural de la fe, sino sus implicaciones y consecuencias.


Una de estas consecuencias es cómo la fe, la vocación cristiana, es una vocación al apostolado. La fe forja apóstoles y los envía, sin arriconarlos, encerrarlos, paralizarlos sino lanzándolos al mundo. Pero, ¿quién es sujeto apto para el apostolado? ¿Sólo las vocaciones de especial consagración? ¿Cuál es el fundamento verdadero del apostolado? ¡El Bautismo! Luego la fe cristiana es, de por sí, vocación al apostolado y todo bautizado es transformado en apóstol.

Palabras hermosas y catequesis precisa y esperanzada, la que nos ofrece el papa Pablo VI. Pero sean éstas una catequesis no sólo para disfrutarlas o aumentar nuestro caudal de conocimientos, sino para cuestionarnos, examinarnos, revisarnos, discernirnos.

"Tenemos que manifestaros que la visita de tantos hijos queridos despierta en nuestro espíritu la reflexión sobre los nuevos aspectos que el último Concilio ha querido considerar e ilustrar exponiendo su doctrina sobre el pueblo de Dios, del que formamos parte todos los que estamos en la Iglesia (cf. LG 12), y dictando la doctrina del laicado para evidenciar las prerrogativas que se le han de reconocer, y que pueden resumirse en dos capítulos, en los cuales puede encerrarse la llamada "teología del laicado": es decir, el puesto que ocupan en la Iglesia de Dios y la actividad eclesial y apostólica a que, hoy especialmente, están llamados.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Pensamientos de San Agustín (XVIII)

La recopilación de citas agustinianas de Miserere -que aquí, fraternalmente, nos apropiamos- nos ayudan a fijar algunas ideas y conceptos con el estilo de san Agustín.

Las máximas son fórmulas simples: una frase, bien construida, fácil de memorizar, que encierra algún principio de nuestra salvación.

La oración mantiene el corazón, el alma, a la persona completa, en tensión, aguardando, vigilando, esperando, discerniendo. Nada que ver con un letargo continuo o un adormecimiento de la conciencia. La oración nos despierta de nuestro sueño esperando al Señor.
Vela y ora para que no caigas en tentación. La oración te advierte que necesitas de la ayuda de tu Señor, para que no pongas en ti mismo la esperanza del buen vivir (San Agustín. Carta 218,3).
¿Cuáles son las cosas esenciales, las verdaderas riquezas? Tal vez para nuestro mundo, donde sólo cuenta el mercado y el capital, la compra y el consumo, las verdaderas riquezas están olvidadas. Hay demasiados pobres, pobres en humanidad, pobres en su corazón, que por dentro están vacíos aun cuando tengan todo y de todo.
Quienes sois pobres esforzaos por tener riquezas interiores, por tener los corazones llenos de virtudes, por poseer la justicia, la piedad, la caridad, la fe y la esperanza. Estas son las verdaderas riquezas, que ni siquiera en un naufragio podéis perder (San Agustín. Sermón 25A,3).

lunes, 6 de mayo de 2013

La presentación del Evangelio

La nueva evangelización, que es una gran necesidad, pide odres nuevos para el vino nuevo. Esto no quiere significar anular lo que existe y edificar desde cero, sino una adecuación de muchas pastorales y acciones parroquiales que respondan de verdad a un impulso evangelizador y rechacen claramente cualquier lenguaje o actitud secularizadora que se haya infiltrado.


La nueva evangelización es una inmensa y urgente llamada a la conversión anunciando que Jesucristo es el Señor y Salvador que murió en la cruz y resucitó dándonos vida. La nueva evangelización despierta y provoca, impacta y fascina, porque muestra, simplemente, a Jesucristo.

Entonces se inicia un acompañamiento y una iniciación a la fe mediante la catequesis y la formación, para que la doctrina evangélica tome forma en la existencia de cada uno, con una incidencia personal auténtica.

sábado, 4 de mayo de 2013

Lo creado es elevado (la novedad)

La Resurrección del Señor Jesucristo, su santa Pascua, provoca un movimiento en toda la creación. 


La Pascua de la creación ha sido iniciada hasta consumarse en la escatología.

Nuevos cielos, nueva tierra, para el hombre nuevo que va a vivir glorificado, como Jesucristo.

Preciosa la cita de San Máximo de Turín, reveladora, iluminadora:

"Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación, se ven arrebatados a lo alto" (Serm. 53,1).

jueves, 2 de mayo de 2013

¿El Credo en forma de preguntas y respuestas?

En ocasiones es frecuente encontrarse a sacerdotes que sustituyen la confesión de la fórmula de fe, la recitación conjunta del Credo, por la fórmula dialogada, con preguntas y respuestas. Unas veces pueden hacerlo por darle variedad a la liturgia dominical, otras veces porque la homilía se ha alargado y así abrevian con el Credo y otras... Pero, ¿se puede o no se puede hacer? ¿Tiene sentido?

Ya de entrada hay que decir que el Misal romano no lo ofrece así en ningún momento, sino que señala exclusivamente la recitación conjunta de todos, sacerdote y fieles, de la fórmula del Credo.


"67. El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada por la homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fórmula aprobada para el uso litúrgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.

68. El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el pueblo los domingos y en las solemnidades; puede también decirse en celebraciones especiales más solemnes.
Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según las circunstancias, el cantor o los cantores, pero será cantado o por todos juntamente, o por el pueblo alternando con los cantores.
Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que se alternan".

Y más adelante, al describir paso a paso la celebración eucarística:

miércoles, 1 de mayo de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (y IX)



13. La oración sacerdotal de Jesús (Jn 17)

            Por último, la gran oración sacerdotal de Jesús, donde abre su corazón al Padre delante de sus discípulos, con claves preciosas: la unidad, la fe, la glorificación, el testimonio. Esta oración resume el significado último de toda la vida de Cristo.



            Jesús ora por los suyos. Esta es la división tripartita de la oración sacerdotal:


            1) Jesús ruega por sí mismo.

            2) Jesús ruega por los discípulos.

            3) Jesús ruega por los futuros creyentes.


 Y así se distribuye en la liturgia, con sus correspondientes títulos:

Martes VII: Jn 17, 1-11ª, “Padre, glorifica a tu Hijo”.

Miércoles VII: Jn 17, 11b-19, “Que sean uno, como nosotros”.

Jueves VII: Jn 17, 20-26, “Que sean completamente uno”.