viernes, 30 de diciembre de 2016

Estudiar a Cristo: revelador y mediador

El Misterio del nacimiento del Señor supone tal novedad y tal abundancia, que nos lleva, dejando el sentimentalismo, al estudio y a la piedad; al estudio por conocer mejor a Jesús, su Persona, su redención; a la piedad, porque el corazón se dilata y ensancha conociendo a Jesús y quiere amarlo y seguirlo.

¿Qué contemplamos en estos días?


Apartemos las imágenes bucólicas, tan cargadas de folclore y costumbrismo, aunque simpáticas, y vayamos más adentro, a reconocer quién es el que nos ha nacido, cómo es, para qué viene, qué hace. Y es que su nacimiento lo cambia todo: ahora podemos conocer a Dios porque Él se nos ha dado a conocer en su Hijo encarnado, nacido en la carne, y podemos conocer, de verdad, en plenitud, quién es el hombre, qué es el hombre tan amado por Dios, porque la antropología la estudiamos siempre a la luz de la cristología, al hombre lo podremos conocer si conocemos a Cristo.

El tiempo de Navidad favorece la meditación del Misterio expresado en lecturas, ritos, preces y oraciones; la piedad conduce a meditar y saborear tan altos designios de Dios realizados en la historia. La Navidad nos evangeliza. La Navidad, también, nos recuerda que debemos estudiar y conocer mejor la Persona de Jesucristo, sin conformarnos con imágenes pequeñas, parciales, sino intentando conocer cuanto Él es, con su grandeza, con la unión de tantos extremos que parecen contrarios: Dios y hombre, eternidad y temporalidad...

Conocer mejor a Jesús; estudiar más a Jesús y sobre Jesús: bien podría ser la consigna del ciclo litúrgico navideño.



                "El período de tiempo, es decir, de culto y meditación que la Iglesia dedica al misterio de Navidad está terminando. Con la fiesta de la Purificación, mañana, se cierra el ciclo navideño; y nosotros, antes de pasar a la consideración de otro tema, nos detenemos todavía unos momentos en la consideración, motivo de estas audiencias de sencillas e importantes consideraciones, la consideración del conocimiento que debemos tener de ese Jesús, cuyo nacimiento hemos celebrado con tanto gozo y honor. Debemos conocerlo; debemos conocerlo mejor; no es suficiente un recuerdo convencional; no basta un culto nominal; debemos percatarnos de su verdadera, profunda y misteriosa entidad, del significado de su aparición en el mundo y en la historia, de su misión en el cuadro de la humanidad, de la relación que existe entre él y nosotros, etc. Nunca terminaríamos de sondear el misterio de su personalidad (una Persona, la del Verbo de Dios, viviendo en las dos esencias de Cristo, la naturaleza divina y la naturaleza humana); nunca terminaríamos de descubrir su actualidad, su importancia para todos los verdaderos y grandes problemas de nuestro tiempo; nunca terminaríamos de sentir nacer en nosotros, con experiencia espiritual única, el deseo, el tormento, la esperanza de poderlo ver al fin, de encontrarnos con Él y comprender y gustar, hasta la suprema felicidad, que Él es nuestra vida nueva y verdadera, nuestra salvación.

martes, 27 de diciembre de 2016

Jesucristo. ¡El nombre de Jesús!



            “Jesús basta, encierra de modo perfecto todos los misterios que el nombre de Dios contenía. Así como antes “cualquiera que invocara el nombre de Yahvé sería salvo” (Jl 2,32), así ahora, “si confiesas con tu boca al Señor Jesús, serás salvo” (Rm 10,9). Creer en este nombre es venir a ser hijo de Dios (Jn 1,12); orar en este nombre es ser escuchado (Jn 16,26); en él se perdonan los pecados (1Jn 2,12) y las almas son lavadas y santificadas (1Co 6,11); conservarlo intacto significa perseverar en la fe (Ap 2,13). Anunciar este nombre constituye la esencia de toda evangelización (Hch 8,12).



            El nombre de Jesús salva. Tiene cien virtudes. Es como el aceite. Lo mismo que el aceite da luz, este nombre ilumina las mentes. Igual que el aceite cura las heridas, fortalece los miembros de los atletas y alimenta los cuerpos, así el nombre de Jesús restaura las almas, las robustece y nutre.

            ¿Por qué, entre los nombres que al Mesías proféticamente se le adjudicaron, falta éste de Jesús?

domingo, 25 de diciembre de 2016

Debemos y podemos renacer



               "Ha llegado la Navidad.

             La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo...
                 
Hoy celebramos su recuerdo.
Hoy recordamos con emoción y con admiración aquel acontecimiento tan humilde.
Hoy meditamos con reflexión grave e inteligente aquel acontecimiento tan importante.

                
               De aquel hecho muchas cosas se han originado. Por el hecho de un tal nacimiento (cf. Col 1,15) la dignidad de la naturaleza humana ha sido rehabilitada y exaltada, y la unidad potencial del género humano se ha hecho patente. En aquel acontecimiento la historia de la humanidad ha tenido su punto focal y desde entonces un principio de fraternidad universal ha sido proclamado (cf. Rm 8,29). Desde entonces todo ser humano es algo sagrado, digno de toda atención y de todo respeto. Desde entonces quedó inaugurado el criterio según el cual, quien sufre, el que es pequeño, pobre, esclavo, caído, merece ayuda, socorro, respeto, y merece mayor justicia. Desde entonces la desesperación, que se encuentra en el fondo del alma del hombre decepcionado y pecador, ha tenido un motivo para esperar y para revivir.  Desde entonces un manantial, que se ha convertido en río, y del que la Iglesia quiere ser el canal principal y auténtico, un río refrigerante, fecundante, regenerador, ha brotado en Belén: el amor; el amor nuevo, inconcebible e incontenible de Dios, de Dios que se ha hecho nuestro hermano, nuestro modelo, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro salvador y redentor, nuestra cabeza y nuestra vida, ha irrumpido en la tierra y todavía la inunda y se convierte hoy en un lago que a todos nos invade, el amor de la Navidad, el amor de Cristo.

                Intentemos por un instante, hermanos e hijos, tomar conciencia de ello, experimentarlo interiormente y seremos felices; felices con unas verdaderas "Felices Navidades".

viernes, 23 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (y IV)



            4) Invitación de altura: la mística

            El desarrollo de la vida bautismal desemboca en una vida sobrenatural y mística, profundamente orante, llena del Espíritu Santo. Eso sería la perfección bautismal por gracia y por tanto es accesible a todos, meta de todos.



            En la Tradición de la Iglesia los dones de la vida mística o una profunda espiritualidad y oración no están reservadas para unos pocos consagrados –vírgenes o monjes- mientras que para el común de los fieles fuese suficiente un mínimo de asistencia a la liturgia y alguna fugaz plegaria (o, pasados los siglos, unas ciertas devociones). Para todos se ofrece la mística, a ella encaminan a todos los bautizados.

            Ya en el catecumenado, cuando se les hacía entrega de la oración dominical, se les explicaba muy bien qué es la oración cristiana y cuál el sentido de las 7 peticiones del Padrenuestro, como vemos, por ejemplo, en los sermones de S. Agustín (serm. 56-58). La vida cristiana de por sí y para todos es una vida de oración plena.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (III)



            3) Defensa de la razón

            En todos los Padres hay otra nota común, aunque la insistencia sea mayor en unos que en otros, y es la defensa de la razón. Descubren en Jesucristo el Logos mismo encarnado, la Sabiduría, la Razón, aquella que los filósofos paganos buscaron y vislumbraron, y cuyos destellos iluminaron muchos de sus razonamientos.


            Al ser Jesucristo el Logos (la Palabra, el Verbo hecho carne), la fe cristiana no es superstición, sino que es razonable, y los Padres empleaban la razón y animaban a ese uso de la razón para indagar el Misterio y exponerlo razonadamente, y razonablemente, en diálogo con las mejores filosofías de su época.

            Es muy revelador el hecho –como muchas veces repitiera Ratzinger- que el cristianismo al nacer no se puso en contacto con las religiones de su tiempo, porque eran cultos formales, sustentadores de la estructura del Imperio, costumbres en cuanto a la forma. Más bien se dirigió a las filosofías de su tiempo, a los que buscaban la verdad, sabedores de que con los filósofos podían hablar y mostrarles la Verdad plena que buscaban. Tertuliano afirma en este sentido: “Cuando Cristo apareció en el mundo, no dijo: Yo soy la costumbre, sino: Yo soy la verdad” ( ).

            Los Padres de la Iglesia amaban la razón porque era amar al Logos; y empleaban la razón porque la razón humana es una participación en el Logos para entender la Verdad y reconocerla.

jueves, 15 de diciembre de 2016

La humanidad de Cristo, camino para llegar a Dios

El Adviento clama constantemente a Dios aguardando al Salvador.

Pero el plan de Dios, su redención, no se realiza por un decreto o una acción externa a nosotros, sino por una mediación concretísima: la carne de Jesús, su santísima Humanidad.


Dios salva al hombre mediante el Hombre Cristo-Jesús, su Unigénito. Así rompe todo esquema previo y supera incluso lo que el hombre hubiera podido imaginar. Ahora nos preparamos para recibir la salvación y vivimos en esperanza: se nos da por la humanidad santísima de Cristo.

Con esta catequesis, dilatemos el corazón y hagamos crecer la esperanza para que comprendamos bien la humanidad del Señor y sus implicaciones para el "hoy" de nuestra vida.


                "Y la doctrina que ahora nos interesa es la que atormenta al hombre moderno, sobre Dios, sobre el modo de llegar a él, y sobre la valoración de los resultados, a que podemos llegar en esta difícil e inevitable búsqueda. Y conocemos una verdad fundamental: tenemos un Maestro. Más que un Maestro, un Emmanuel, o sea, Dios con nosotros; tenemos a Cristo Jesús. Es imposible prescindir de él si queremos saber algo seguro, pleno de revelación sobre Dios; o, mejor, si queremos tener alguna relación viva, directa y auténtica de Dios (cf. Cordovani, Il rivelatore). No decimos que antes de Jesucristo fuese desconocido Dios: el Antiguo Testamento es ya una revelación, y desarrolla en sus cultivadores una espiritualidad maravillosa y siempre válida: basta pensar en los Salmos, que alimentan todavía hoy la plegaria de la Iglesia con una riqueza de sentimiento y de lenguaje insuperables. Aun en las religiones no cristianas puede encontrarse una sensibilidad religiosa y un conocimiento de la divinidad, que el Concilio nos ha aconsejado respetar y venerar (cf. NE, 2; cf. cardenal Köning, Diccionario de las religiones, Herder, 1960, Roma). Y, en general, el hombre que piensa, obra, gobierna, sufre o se expresa artísticamente, acoge algo de Dios, a quien por tantos títulos nuestra vida está obligada; el estudio de las religiones nos lo demuestra; la historia, la filosofía, el arte nos lo confirman. Toda aspiración a la perfección es una tendencia hacia Dios (cf. Santo Tomás I, 6,2 ad 2; De Lubac, Por los caminos de Dios, c.2).

lunes, 12 de diciembre de 2016

Perspectivas para mirar a los santos (Palabras sobre la santidad - XXXIII)

La santidad, concretada en la vida de cada uno de los santos, debe ser pensada, amada, valorada, desde las distintas perspectivas que ofrece un fenómeno tan especial. Una simple mirada nunca logrará abarcar el misterio de la santidad ni logrará abarcar el misterio personal de un santo. Son, cada uno de ellos, muy plurales, polifacéticos, porque reflejan un Misterio insondable, inefable: la santidad de Jesucristo.


Los santos, cuando se les conoce, cuando se les presenta en la Iglesia, nos enriquecen y estimulan. Una buena presentación de los santos son un acceso certero para ver los valores actuales de la santidad y suscitar el anhelo de la santidad.

"A la vez, [la Iglesia] presenta estos excelsos ejemplos a la imitación de todos los fieles, llamados con el bautismo a la santidad, meta propuesta a todo estado de vida. Los santos y los beatos, confesando con su existencia a Cristo, su persona y su doctrina, y permaneciendo estrechamente unidos a él, son como una ilustración viva de ambos aspectos de la perfección del divino Maestro. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

La dignidad personal y su conciencia

Para llegar a comprender la conciencia, hay que ver bien qué es el hombre, cuál su dignidad, su constitución y sus elementos o co-principios; entonces, con una sana y correcta antropología, hallaremos sin dificultad la conciencia, su función de guía, su importancia para que la persona se oriente en el camino del bien y de la belleza.


Tal vez antes incluso de hablar de la conciencia y de los 'valores', lo primero que hay que ver es siempre la naturaleza humana, tan puesta en discusión por esas antropologías culturales de la post-modernidad que reducen al hombre de una u otra manera. Con palabras de Ratzinger: "Para afrontar adecuadamente el problema de las amenazas contra la vida humana y para hallar el modo más eficaz de defenderla de tales amenazas, antes de nada debemos verificar los componentes esenciales, positivos y negativos, del debate antropológico actual.

El dato esencial del que hay que partir es y sigue siendo la visión bíblica del hombre, formulada de manera ejemplar en los relatos de la creación" (El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 39).

Con los relatos de la creación, se define al hombre como creado a imagen y semejanza de Dios y por tanto, capaz de Dios, 'capax Dei', guiado y acompañado por la Providencia de Dios y protegido por Él. Además, en el hombre se da una peculiar cualidad: una solidaridad misteriosa con todos los demás hombres, formando un solo hombre, una humanidad solidaria en el destino, en la gracia... y en el pecado. "Esta unicidad del género humano, que implica la igualdad, los mismos derechos fundamentales para todos, es solemnemente repetida y re-inculcada después del diluvio" (ibíd.).

Sobre el hombre creado, la antropología cristiana, la cual recibe toda su luz de Cristo que revela el hombre al hombre, afirma:

"De todas las criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (GS 12,3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad" (CAT 356).

sábado, 10 de diciembre de 2016

Espiritualidad de la adoración (XVI)

Muy vinculada a la devoción al Corazón de Jesús, la adoración eucarística establece una corriente de amor, de reparación, de intercesión, de expiación, entre el corazón orante y el Corazón divino del Redentor.


La devoción al Corazón de Jesús, expresada siempre el primer viernes de mes, más que vinculada a una imagen o una iconografía concreta, está dirigida al Corazón vivo de Cristo, a su Persona, presente realmente en la Eucaristía. Así, estar ante la custodia o de rodillas ante el Sagrario, es el mejor homenaje de amor y reparación al Corazón de Cristo y nace así una espiritualidad sencilla y honda.

El cristianismo es el encuentro personalísimo con el Señor, donde Él muestra todo su amor, su interioridad, su Corazón y esto se convierte en un acontecimiento decisivo en la existencia. Se descubre uno profundamente amado por el Señor y trata entonces de responder con amor a Quien tanto lo ama. En este sentido se entienden las bellísimas palabras de Benedicto XVI:

jueves, 8 de diciembre de 2016

Gracia tras gracia

Así se puede definir la acción de Dios, constante y salvífica: gracia tras gracia.

De Cristo hemos recibido gracia tras gracia. Un proceso se ha desencadenado en nosotros: la gracia nos he venido por medio de Jesucristo.


El tesoro de su gracia se ha derramado. Como un cascada, salto tras salto, llega hasta nosotros. Claro, no podíamos salvarnos a nosotros mismos, por la virtud de nuestra naturaleza humana, confiando sólo en nuestro poder y capacidad.

La gracia ha venido en ayuda de nuestra debilidad. 

Esta gracia se desencandenó abundantemente en Santa María, desde el mismo instante de su Concepción. Se iniciaba la salvación de la humanidad, de la nueva humanidad que va a nacer. "Llena de gracia": nada se interpuso en ella a Dios.

martes, 6 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (II)



            2) Cristocentrismo absoluto

            Destaca poderosamente en los Padres sin excepción el anuncio o predicación de Jesucristo, Señor y Salvador, “mejor del cual nada existe” (S. Ignacio de Antioquía). Para ellos el centro de toda predicación cristiana que se precie es Jesucristo, Hijo de Dios, que verdaderamente se encarnó, nació, murió por nosotros y resucitó según la carne, y es constituido Señor de todo, del cielo y de la tierra. Hablan de Él con pasión, con entusiasmo, con fuerza. Nada puede sustituir en ellos la predicación sobre Cristo, sus misterios y su redención.



            Sería inútil buscar en los Padres otro núcleo de su predicación ni otros centros o ejes de gravedad. Nunca lo sustituirían por una aproximación humana o histórica a “Jesús de Nazaret”, un “creyente”, un “buscador de Dios” o un simple “hombre ejemplar”, que nos llevase “a lo divino”, entendido genéricamente como “trascendencia”. Sería inútil buscar ese lenguaje, que no es cristiano ni eclesial, en los Padres; es más, a quienes lo propusieron –desde el arrianismo o las corrientes gnósticas- la réplica fue brutal y clara. ¡No permitían los Padres que se alterase o que se desfigurase el Misterio de Jesucristo! Era intocable.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (I)



            Enseñar Patrología, y volver una y otra vez sobre los Padres, sus escritos, sus enseñanzas, el contexto en el que cada uno desempeñó su ministerio, resulta siempre una tarea docente que enriquece no sólo a los alumnos que con mente abierta y espíritu receptivo cursan la asignatura, sino al mismo profesor que debe retornar a las fuentes patrísticas constantemente, descubrir nuevos aspectos, saborear sapiencialmente el conjunto, conocer a los Padres y tenerlos por amigos, maestros e interlocutores, mientras lee todas las obras que se vayan traduciendo y publicando. Máxime cuando la Tradición de los Padres es tan rica que resulta inagotable e inabarcable.



            Así, en cada curso que imparto Patrología, el primer beneficiado soy yo mismo, que he de repasarlo todo, descubrir elementos, profundizar en otros, dejarme cuestionar, disfrutar de algo que, de pronto, ha captado mi atención de una manera nueva y poner en conexión a los Padres con la actualidad eclesial viendo cómo sus enseñanzas y su hacer pueden enseñarnos hoy.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Nadie reza solo (II)

Nadie reza solo. 

Cristo ora en su Iglesia, por tanto, Cristo ora en cada uno de nosotros.


Cristo ora por nuestros labios.

Cristo ora por nuestros corazones.

La oración es cristiana por su vinculación con Cristo en la Iglesia.

Recordemos un precioso texto de san Agustín:

"Cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el Cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su Cabeza, y el mismo salvador del Cuerpo es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.

Ora por nosotros como Sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra Cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en Él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros" (Enar. in Ps., 85,1).

martes, 22 de noviembre de 2016

La oración es la fuerza de la Iglesia

Despojándonos de miradas superficiales, de valoraciones mundanas, hallaremos la verdad de la Iglesia. No es una empresa, que requiera reuniones de planificación, balances y números cuantitativos; no es una asociación humanitarista, supliendo carencias estatales en enseñanza, sanidad, infraestructuras; la Iglesia es el Pueblo de Dios, por tanto, si su pertenencia está referida a Dios, la vida del Espíritu es determinante para ella, para responder a la verdad de su ser.

Sabemos que la vida de la Iglesia es ser sacramento y signo de salvación, instrumento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos, dispensadora de la vida divina y la economía de la salvación, cuya dicha y felicidad es evangelizar, anunciar a Cristo. 

Sabemos que la Iglesia es un pueblo santo, un Cuerpo vivo cuya Cabeza es Cristo y cada cual un miembro vivo, existiendo una relación espiritual de comunicación entre todos, llamada Comunión de los santos. 

Sabemos que la Iglesia es peregrina en el mundo hasta la Jerusalén del cielo, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. 

Sabemos que en la Iglesia lo divino y lo humano van unidos, lo temporal y lo eterno, la gracia y la responsabilidad libre del hombre. Paradojas constantes, pero que no se oponen entre sí:


"Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2).

A nadie extrañará, pues, que la vida de la Iglesia se verifique por su oración y su calidad orante: el primado de todas las cosas lo tiene Dios, la primacía es la oración y la Gracia antes que el activismo, o la pastoral secularizada.

domingo, 20 de noviembre de 2016

La conciencia y la gracia se relacionan

Un texto paulino refleja bien la situación del hombre; el pecado original ha dejado herida a la persona por  la concupiscencia, una inclinación extraña que supone una ruptura, una distorsión, del hombre.

Decía san Pablo:

La ley es espiritual, de acuerdo, pero yo soy un hombre de carne y hueso, vendido como esclavo al pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto, y, en cambio, lo que detesto, eso lo hago. Ahora, si lo que hago es contra mi voluntad, estoy de acuerdo con la ley en que ella es excelente, pero entonces ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mí.

Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mis bajos instintos; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro.

Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. En una palabra: yo de por mí, por un lado, con mi razón, estoy sujeto a la ley de Dios; por otro, con mis bajos instintos, a la ley del pecado.

¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias.


La conciencia reconoce el bien y quiere hacerlo, pero sólo por gracia podrá vencer ese desorden interior, llamado concupiscencia y obrar el bien apartándose del mal. Sólo por gracia podremos vencer ese desorden de quien ve el bien, quiere hacerlo y al final o no lo hace u obra el mal; ese desorden que ve el mal, no lo quiere, lo rechaza y al final cae en él.

Es la gracia la que ilumina plenamente a la conciencia para que reconozca el bien y es la gracia la que mueve al hombre y le inspira el bien. Sin la gracia, estaríamos impotentes para obrar el bien.

"La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor" (CAT 2000).

Además, la gracia nos conduce al encuentro con la Verdad, con Cristo, librando a la conciencia de la ceguera que a veces le impide reconocer a Cristo, aceptar la Verdad.


viernes, 18 de noviembre de 2016

Sentido de catolicidad al participar (III)

La catolicidad es una impronta en el alma y un modo espiritual de vivir y entender la liturgia.

Esta catolicidad, como vimos, corresponde a la naturaleza eclesial de la liturgia, ya que es el Cristo total, Cabeza y Cuerpo, quien es el sujeto de la liturgia.





Esta misma catolicidad conduce y educa a una oración de los fieles que es universal, abarcando, como la cruz de Cristo, de uno a otro confín, solícita de las necesidades no solamente particulares (de los asistentes) sino de toda la Iglesia, de todos los hombres y del mundo entero.


Un último paso en esta catolicidad, o un modo más de vivir con alma católica la liturgia, es la ofrenda por todos. Oramos e intercedemos, pero también ofrecemos. Así es como se modula la participación interior, cordial por tanto, de los fieles.


            Pero junto a la oración que es universal, católica, está la propia ofrenda. Se participa en el sacrificio eucarístico con corazón católico cuando se ofrece pensando en todos, en la salvación de todos, en la vida de todos. La catolicidad de la cruz del Señor orienta la ofrenda que presentamos al altar y que ofrendamos junto con nosotros mismos. Ofrecemos con sentido católico: “te rogamos nos ayudes a celebrar estos santos misterios con fe verdadera y a saber ofrecértelos por la salvación del mundo”[1]. El deseo católico es que el efecto de la Eucaristía alcance a todos los hombres: “mira complacido, Señor, los dones que te presentamos; concédenos que sirvan para nuestra conversión y alcancen la salvación al mundo entero”[2].
   

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Los santos, una palabra de Dios (Palabras sobre la santidad - XXXII)

Dios que continúa hablando y mostrándose a la Iglesia, a la cual nunca deja de guiar, en cada santo pronuncia una palabra nueva que revela aspectos nuevos del Evangelio, o que actualiza el Evangelio, en cada momento de la historia de la Iglesia.


Dios, que es elocuente, y sigue conduciéndonos por su Espíritu Santo a la verdad completa, ofrece palabras nuevas, sentidos nuevos, con cada santo, distinto de otro santo, y así Dios los constituye en llamadas de atención a todo el pueblo cristiano, en signos vivos de Dios que interpelan.

Cada uno de los santos, a lo largo de la bimilenaria vida de la Iglesia, ha sido fruto de una llamada de Dios en la historia.

lunes, 14 de noviembre de 2016

La libertad en el cristianismo

La libertad es un don.

La libertad nos define, creados a imagen y semejanza de Dios, para vivir en la verdad y según la verdad. Libres nos ha creado, y libres -redimiendo la libertad de sus esclavitudes- nos ha devuelto Cristo al Padre. ¿Para qué encadenarnos? Aunque tal vez lo primero es ahondar siempre en una catequesis cristiana sobre la libertad.


Ya aquí hemos tratado de ella: Libertad y adoración, o la relación entre Verdad y libertad; la libertad que ha sido redimida por Cristo haciéndonos libres. Ahora, hoy, sigamos profundizando en la libertad, tal como ella es y tal como la anuncia el cristianismo.



                "Como todos saben, se habla hoy mucho de la libertad. Es éste un nombre que resuena en todos los sitios donde se discute sobre el hombre, sobre su naturaleza, sobre su historia, su actividad, su derecho, su desarrollo. El hombre es un ser en crecimiento, en movimiento, en evolución; la libertad le es necesaria. Mirando más adentro en el ser humano se ve que el hombre, en el uso de sus facultades espirituales, mientras está determinado por la tendencia al bien en general, no está determinado por ningún bien particular; es él mismo el que se autodetermina, y llamamos libertad al poder que la voluntad del hombre tiene para obrar, sin ser constreñida ni interna ni externamente. Y se ha visto que este libre arbitrio es tan propio del hombre que constituye su nota específica, que fundamenta el título primero de su dignidad personal, y le confiere la impronta característica de su semejanza con Dios.

                No obstante la negación filosófica, que ha querido encontrar un invencible determinismo en la acción del hombre, la evidencia de esta prerrogativa humana está tan impuesta prácticamente en nuestros días que todos asociarán la idea de los derechos del hombre a la de la libertad, y se hablará comúnmente de libertad en todas partes donde se presente una capacidad humana de obrar: libertad de pensamiento, libertad de acción, libertad de palabra, libertad de elección, etc., buscando las raíces interiores: libertad psicológica y libertad moral; describiendo las especificaciones exteriores: libertad jurídica, libertad económica, libertad política, libertad religiosa, libertad artística, etc.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Enfermedad, enfermos y enfermeros

Vamos a una catequesis que ilumine no sólo la propia enfermedad en quienes la padecen, sino el cuidado y la atención que prestan el personal sanitario y los familiares.

Las palabras las pronunció Pablo VI y ayuda a entender, mejor, a vivir el sufrimiento de la enfermedad y también cómo amar y servir al enfermo en un ejercicio muy paciente de la caridad verdadera.


El dolor es una escuela difícil pero que logra aquilatar y purificar la fe, conduciéndonos al descubrimiento de lo que es realmente importante y soltando las amarras de lo superfluo.



"A vosotros -enfermos, convalecientes, recuperados, familiares, religiosos y religiosas, enfermeros-, aquí presentes, querríamos dejaros un mensaje particular como recuerdo de este encuentro tan grato.

Junto a los hermanos que sufren

En primer lugar a vosotros, que os ocupáis en diversos modos de la asistencia a los enfermos -sea por vocación consagrada a Dios y a los hermanos, sea por ternura y obligación familiar, o por deber profesional-, queremos manifestaros el gran valor que asume vuestra obra, el mérito tan grande que adquiere para la vida eterna. Lo que os impulsa es la "compasión" hacia los queridos enfermos, en el sentido más alto y verdadero de la palabra, que significa "padecer-con" los demás. Tenéis el mérito de compartir el sufrimiento, esta misteriosa e indescifrable presencia en la humanidad herida por el pecado original, que es consecuencia de la arcana rebelión que este pecado ha introducido en la naturaleza creada y en la psique y la carne del hombre; por esta "compasión" promovéis la asistencia, el cuidado, la solicitud, las velas, las incesantes y trepidantes prematuras de la caridad, hacéis vuestros los sentimientos de los que sufren. 

jueves, 10 de noviembre de 2016

Nadie reza solo (I)

La teología de la oración nos muestra el aspecto, más que comunitario, eclesial de toda oración. Lo comunitario sería la oración junto con otros, la misma oración, marcada por la liturgia; lo eclesial puede ser comunitario pero también puede ser personal, privado.

Nadie reza solo. 

Cuando un cristiano reza, toda la Iglesia está rezando en sus labios y en su corazón. No somos partes aisladas, sino un todo, un Cuerpo en el que todo se comunica porque es uno. En cada uno, delante de Dios, está "sintetizada", "compendiada", la Iglesia entera, la del cielo y la de la tierra.

No, nadie reza solo. 

La oración más secreta, más solitaria, es siempre oración eclesial, rodeada de la Iglesia entera. 

Una visita sosegada al Señor en el Sagrario, no es un acto privado o intimista, sino una oración eclesial, de toda la Iglesia, por una sola persona arrodillada. 

Las Laudes, por la mañana temprano, antes de empezar la jornada e incluso antes de que salga el sol, rezando a solas en la habitación o en la capilla, es oración de toda la Iglesia aun cuando la reza una persona sola. 

El cuarto de hora o la media hora de oración personal, es oración de toda la Iglesia que crece cuando un alma está creciendo en la oración. 

El rezo del Rosario, caminando, paseando, musitando las Avemarías y pensando en los misterios ya ofrecidos, es oración no privada, subjetiva, sino igualmente eclesial.

Así como Cristo murió en la cruz, "uno por todos", y existe una solidaridad sobrenatural donde Cristo está unido a todos sus hermanos, a la humanidad entera, así el orante ante Dios es una reproducción de ese "uno por todos". Nadie reza solo: estamos en el "uno por todos". Y eso se llama "comunión de los santos".

martes, 8 de noviembre de 2016

Las claves de la nueva evangelización (y VI)

Llegamos ya al punto final de la conferencia de Ratzinger sobre la nueva evangelización, pronunciada en el Jubileo de los catequistas en el año 2000. Si ha ido siendo asumida y reflexionada, a lo largo de estos meses de catequesis, habremos alcanzado una claridad de ideas cuando suelen reinar tantos tópicos y tantas confusiones acerca de la nueva evangelización.


Ya vimos que se trata de una acción necesaria junto a la evangelización permanente o constante que siempre se da en las parroquias y comunidades cristianas, pero que nace de la convicción y ardor de quien conociendo a Cristo, quiere anunciarlo y hacerlo presente a todos. Será una tarea lenta -el grano de mostaza-, a veces insignificante, y renunciando al éxito cuantitativo y a los grandes números, pero sabiendo que es necesario realizarla. Esto, además, conlleva tanto la oración como el sacrificio del apóstol, su sufrimiento, que siempre será fecundo.

Pero igualmente había que atender al contenido mismo de la evangelización:

a) la conversión
b) el Reino de Dios
c) Jesucristo
d) la vida eterna

"La vida eterna" es el último contenido de la nueva evangelización, según apunta Ratzinger en esta lección magistral; es otro punto discordante para lo que estamos acostumbrados a oír sobre lo que es 'evangelizar', que se ciñe a lo terrenal, progreso, humanitarismo, etc.

Sus palabras son precisas:

sábado, 5 de noviembre de 2016

Una vida en santidad (cosas concretas)

Podríamos entender, asumir y encajar esta catequesis como una serie de principios y normas prácticas de cómo se es santo, de cómo se vive en santidad.

Nada extraordinario, tal vez, y además vivido en lo cotidiano, en lo monótono, allí donde el Señor nos ha situado. Pero es que la santidad es algo concreto y posible gracias al Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación.

Entonces, ¿qué es ser santo? Vivir con un modo nuevo, el de Jesucristo.

¿Reservado a un club, una élite, unos pocos? No. La santidad es la vocación común de todo bautizado.


"Es menester, hijo, que tengas la sabiduría para perseverar, como la tuviste para elegir. Sea fruto de tu sabiduría el saber de quién es ese don. 'Revela al Señor tu camino y espera en Él, y Él hará y llevará tu justicia como lámpara y tu juicio como un mediodía. Él hará rectos tus senderos y hará seguir en paz tus caminos'. 

Como desdeñaste lo que esperabas en el mundo para no gloriarte en la abundancia de tus riquezas, que habías comenzado a codiciar al estilo de los hijos de este mundo, así ahora, para llevar el yugo y la carga del Señor, no confíes en tu vigor, y entonces aquél te será suave y ésta ligera.

Porque juntamente se condena en el Salmo a 'los que confían en su vigor y a los que se glorían en la abundancia de sus riquezas'. Aún no poseías la gloria de las riquezas, pero con suma sabiduría despreciaste esa gloria que deseabas tener. Cuida ahora de que no se te deslice la confianza en tu fuerza, ya que eres hombre y es 'maldito todo el que pone su esperanza en el hombre'.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Sobre la esperanza (y IV)

La esperanza, tan bella, tan serena, tan necesaria, va transformando nuestra existencia y orientándonos hacia la "sustancia" sobre la que fundamentarnos.

Pero esta esperanza, virtud teologal, sobrenatural, no es sin más un sentimiento personal, ni siquiera una actitud personal y privada; posee una innegable dimensión social y también cósmica, que afecta a la creación entera.

Son las palabras del artículo del card. Ratzinger que vamos leyendo poco a poco, las que nos ofrecen esta dimensión social y cósmica de la esperanza enmarcándola como un componente del franciscanismo. Está en Communio, ed. francesa, IX, 4, junio-agosto 1984.


"c. La dimensión social y cósmica de la esperanza

Falta una cuestión. Se podría objetar a lo que acabamos de decir que una vez más todo esto tendería a la fuga a la interioridad y que el mundo en cuanto accidente estaría condenado a la ausencia de esperanza. Se trataría en realidad precisamente de crear tales condiciones de vida que la fuga a la interioridad fuera inútil ya que el sufrimiento estaría evacuado y el mundo mismo se convertiría en paraíso. Evidentemente no podría ser cuestión de intentar, en el marco de estas reflexiones, debatir las teorías marxistas y evolucionistas sobre la esperanza. Baste plantear aquí dos contra-cuestiones para devolver todo a una buena luz. Primero: la creencia del paraíso en medio de los hombres, ¿no está ya segura de ponerse en marcha cuando éstos serán librados de la furia de poseer y cuando su libertad interior y su independencia cara a cara ante los poderes y la posesión habrán despertado en ellos una gran bondad y una gran serenidad? ¿O, por otra parte, hacer comenzar la transformación del mundo, sino con la transformación de los hombres? ¿Y qué transformación podría ser más liberadora que la que engendra un clima de alegría?

Llegamos ya a la segunda contra-cuestión. Comenzamos por una constatación: la esperanza, de la que Francisco es el garante, hizo todo lo contrario a un retiro interior e individualista. Engendró el valor de la pobreza y la aptitud a la vida en comunidad. Por una parte ha planteado, en la comunidad de los hermanos, de nuevos principios de vida común, y por otra parte ha aplicado a la vida cotidiana de la época, en la Tercera Orden, esta anticipación comunitaria del mundo por venir.

lunes, 31 de octubre de 2016

Sentido de catolicidad al participar (II)

De la naturaleza eclesial de la liturgia se sigue la forma católica -universal, integradora- de orar y de interceder.

La catolicidad huye del espíritu de "capillismo", de mirar sólo al propio campanario, a lo pequeño y cerrado del propio ambiente: mira más allá de sí mismo y de lo mío (carisma, espiritualidad, parroquia, comunidad) extendiendo el corazón a todas las dimensiones de la Iglesia con una verdadera solicitud.


La oración eclesial siempre es católica, es decir, incluye a todos, mira por todos, abarca e incluye a todas las realidades eclesiales, a todos los miembros de la Iglesia así como a todos los hombres.


            De aquí, de este concepto católico se derivan muchas consecuencias[1]; en la participación interior en la liturgia, más concretamente, lleva a orar realmente por todos, ensanchando los espacios de la caridad, hacia cualquiera que necesite oración, y no simplemente las propias y personales necesidades.

            En la celebración eucarística hay un momento en que el pueblo cristiano ejerce su sacerdocio bautismal intercediendo por todos los hombres y la salvación del mundo: es la oración de los fieles:

domingo, 30 de octubre de 2016

Espiritualidad de la adoración (XV)

Ser iniciados en la oración es tarea amplia, y hay que pensarla como algo a largo plazo, porque todo aprendizaje es delicado para asumir contenidos, integrarlos y hacerlos nuestros de manera que broten con espontaneidad.


El aprendizaje o la iniciación a la adoración eucarística también lleva su tiempo. Pero se comienza el aprendizaje estando de rodillas muchas veces ante el Señor en la custodia. Las técnicas y los consejos vendrán luego a iluminar las situaciones personalísimas de cada orante. 

Uno comienza estando, y estando de rodillas, mucho tiempo, mirando al Señor eucarístico.

Después comienza la oración, el tiempo, la pobreza del corazón ante el Señor, las dificultades; es cuando hay que perseverar y dejarse iluminar.

viernes, 28 de octubre de 2016

Cristo en la Iglesia

Como Cristo no es un personaje mítico del pasado, ni un ideal, ni un sentimiento afectivo, sino una Persona real, el Hijo de Dios encarnado, muerto y glorificado. Con Él podemos tener contacto, tratarlo, y Él puede curarnos, sanarnos, alimentarnos y nutrirnos mediante su Iglesia, que es la mediación elegida por Él.

La Iglesia tiene por centro a Jesucristo, la Iglesia vive de Jesucristo y la Iglesia posibilita el acceso real, concreto, personal, a Jesucristo.

Que la vida de la Iglesia sea Cristo es algo cargado de consecuencias: su vida es el Señor, no la mera filantropía y la asistencia social. Que la vida de la Iglesia sea Cristo supone el primado de la Gracia, volviendo una y otra vez a su centro sin derramarse en la periferia, en las acciones o incluso en el activismo.

Cristo mismo ha querido a su Iglesia como el medio, el lugar, el signo y el ámbito que posibilite darse a sus hermanos.

Cristo sin Iglesia estaría "desencarnado", alejado; la Iglesia sin Cristo sólo sería una sociedad con ansias de espiritualidad o un grupo benéfico más.

"Cristo no solamente es el único que garantiza el conocimiento verdadero de Dios, sino que él es también la persona a través del cual debe pasar el movimiento vivo hacia Dios, si quiere culminar realmente en él, tal como lo reafirma con toda energía en el Evangelio según san Juan: "Yo soy el Camino. Nadie va al Padre, sino por mí" (14,6).

miércoles, 26 de octubre de 2016

Variedad y usos romanos

De unos años para acá, hay una clara exaltación del rito romano realizada de una manera extraña: se absolutiza el Rito romano como si fuera el único católico y para denigrar la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, se fija una línea única de continuidad entre el Misal de san Pío V hasta los orígenes, soñando y defendiendo que es la misma Misa, es decir, la misma forma litúrgica plasmada en un Misal, empleada ya por san Gregorio Magno.

Se hace una ficción mental: como si ya desde san Gregorio o antes incluso, la Misa se desarrollase en los tres ángulos del altar, sin cátedra ni ambón; las casullas fueran de corte barroco (de guitarra, decimos por aquí); las genuflexiones se hiciesen antes y después de la elevación de la Hostia; los fieles comulgasen ya de rodillas y sin el cáliz; el ofertorio fuera una amalgama de apologías y oraciones del sacerdote, etc., etc. Cualquiera que estudie los diferentes misales y pontificales romanos desde los Sacramentarios más antiguos hasta Trento verá las evoluciones, añadidos y supresiones así como la variedad de usos romanos, ya que más que un Rito romano fijado antes de san Gregorio o con san Gregorio, lo que vemos es una pluralidad de usos romanos que sí poseen unas cuantas características comunes.

Para presentar que el Rito romano -y lo piensan como el Misal de san Pío V- era el único en Occidente y por tanto tiene la supremacía, he llegado a leer en Internet la barbaridad de que el Rito hispano-mozárabe era realmente un Rito arriano pero que con la conversión de Recaredo (589) se adaptó y asumió por la Iglesia hispana sustituyendo al Rito romano que aquí existía.

lunes, 24 de octubre de 2016

El juicio moral y la formación de la conciencia

Hemos de seguir el juicio de la conciencia siempre, pero hemos de procurar que el juicio sea correcto y que la ignorancia vencible se ilumine reconociendo el bien. Ninguna acción es buena simplemente por seguir el juicio de la conciencia, porque ésta puede estar deformada; por ejemplo, los terroristas tal vez pueden obrar según el juicio de su propia conciencia, pero está claro que está conciencia está deformada: el asesinato jamás es un bien. O si recordamos la película "Vencedores y vencidos", una recreación sobre los juicios de Nuremberg, veremos claramente expuesto el problema.


La doctrina católica señala que hemos de obrar según el juicio formulado por la conciencia; sigamos el Catecismo:

1786 Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas.

1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.

El hombre debe obedecer a su conciencia:
"La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo" (CAT 1790).
Sabemos que "en este plano, el plano del juicio (el de la conscientia en sentido estricto), es válido el principio de que también la conciencia errónea obliga. En la tradición del pensamiento escolástico, esta afirmación es plenamente inteligible. Nadie debe obrar en contra de sus convicciones, como ya había dicho san Pablo (cf. Rm 14,23)" (Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 32).

sábado, 22 de octubre de 2016

Hemos sido ungidos

Tanto en el Bautismo como en la Confirmación, se nos impuso el aceite consagrado, el santo crisma, que nuestra piel asumió, dejándonos marcados, sellados para siempre. De esta manera, sacramental, fuimos llenados del Espíritu Santo.


Hemos sido ungidos, nosotros al igual que Jesucristo, recibiendo el Espíritu Santo que actúa interiormente para nuestra santificación, como guía, luz, maestro, consuelo, abogado. Así, ungidos, somos agraciados con los dones y frutos del Espíritu Santo, desarrollando la vida de Cristo en nosotros mismos.

La Unción es un don, una gracia, para nuestra santificación, para nuestra divinización, haciéndonos particípes de la misma vida divina. La Fuente de toda santificación y unción es la Humanidad glorificada de Jesucristo, convertido en Señor del Espíritu.

jueves, 20 de octubre de 2016

La transformación de los santos (Palabras sobre la santidad - XXXI)

Los santos son aquellos que han recibido una profunda transformación en su ser, podríamos decir que fue una "luminosa transformación". Como en el Tabor Cristo se transfiguró revelando la verdad y la belleza de su ser, y brotando de Él la luz, así en el santo, en cada santo, se ha llevado a cabo una verdadera transfiguración de su persona reflejando la luz que le venía del Señor.


Somos opacos por nuestros pecados; pero la luz que nos viene dada permite que la materia de nuestra alma se vaya purificando hasta llegar a ser translúcida, dejando que "su luz nos haga ver la luz" (cf. Sal 35), convirtiéndose el santo en un hombre nuevo. Quien mira a un santo no lo ve solamente a él, sino que ve a Cristo mismo a través del santo, como reflejándose y mostrándose.

Para llegar a eso, el santo ha sido iluminado poco a poco, purificado, trabajado interiormente, transfigurado.

"El hombre reconoce dentro de sí el reflejo de la luz divina:  purificando su corazón, vuelve a ser, como al inicio, una imagen límpida de Dios, Belleza ejemplar (cf. S. Gregorio de Nisa, Oratio catechetica 6:  SC 453, 174). De este modo, el hombre, al purificarse, puede ver a Dios, como los puros de corazón (cf. Mt 5, 8):  "Si con un estilo de vida diligente y atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. (...) Contemplándote a ti mismo, verás en ti a aquel que anhela tu corazón y serás feliz" (Id., De beatitudinibus, 6:  PG 44, 1272 AB). Por consiguiente, hay que lavar las fealdades que se han depositado en nuestro corazón y volver a encontrar en nosotros mismos la luz de Dios. 

miércoles, 19 de octubre de 2016

Palabra y silencio, bien articuladas (y II)

Mas el criterio que vehicula la relación entre la palabra y el silencio puede determinarse por el orden teológico, por el plano sobrenatural.

Dios es Palabra, que se revela gratuitamente, libremente, soberanamente, y el silencio es la recepción activa, por fe, de esa Palabra pronunciada por Dios.

La articulación de la palabra y el silencio, su mutua relación y dependencia, cobran luz y vigor contempladas según la pedagogía de la Revelación de Dios y determina, primero, el proceso mismo de la fe, pero también en segundo lugar, la manera cristiana de comunicarse y vivir.

Éste es el planteamiento que seguía Benedicto XVI en el Mensaje de 2012 para la Jornada de las comunicaciones sociales, con una lección de teología sublime y clara.

"Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y redes sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad. No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras: “Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada… El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio” (Exhort. ap. Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.

Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. “Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el espacio para la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que hemos visto y oído”, para que todos estemos en comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.

martes, 18 de octubre de 2016

El progreso espiritual (u orante)

Con el siguiente texto como catequesis para hoy, todos deberíamos cuestionarnos nuestro avance interior en la vida cristiana, confrontando lo que somos y hacemos hoy, el punto en el camino en que estamos, con aquello que estamos llamados a ser, la meta del camino trazada por Cristo.


La vida cristiana es un continuo avance, un camino, un progreso. Estancarse es perderse y morir; estar siempre igual sin avanzar es permitir que la oración se detenga, que pierda fuego y gracia.

Hemos pues de verificar el crecimiento del hombre nuevo, el hombre interior, en nosotros.


"Ahora se puede decir una palabra respeto al progreso espiritual. ¿Qué conviene entender por él? Poseemos los principios de una respuesta.

De entrada, el progreso espiritual está contenido en el misterio de Cristo y determinado por él. No es posible entonces, no solamente acercarse a Dios fuera de Cristo, sino sobre todo sobrepasar a Cristo para conocer a Dios en la verdadera libertad del Espíritu: quien rechaza o simplemente aparta de su vista al Jesús prepascual y a la institución eclesial, no conoce a Dios y no posee la libertad espiritual.

lunes, 17 de octubre de 2016

La antropología cristiana: horizontes de grandeza

Necesitamos conocer bien la naturaleza humana, es decir, la antropología, el estudio sobre el hombre porque así y sólo así desarrollaremos de verdad lo humano en nosotros, sin el embrutecimiento de antropologías que reducen al hombre: lo reducen al sentimiento, al sexo, al afecto, a la inteligencia racionalista, a la pulsión y deseo ambicioso, etc.

Conocer lo que somos por naturaleza para luego desarrollarlo; saber lo que somos para cultivarlo pacientemente. Ésta es la pregunta sobre el hombre.


Pero hay algo más. La antropología cristiana es definitiva y última en razón de la revelación. Sabemos lo que es el hombre cuando vemos y descubrimos que ha sido creado -¿quién se da a sí mismo? ¿quién organiza el cuerpo humano? ¿de dónde le viene la libertad, la inteligencia, el deseo, la apertura de su alma?- y que ha sido redimido por Cristo, mostrando toda la verdad del ser humano. Todo halla su fuente en Cristo, Modelo y Arquetipo del hombre, porque todo hombre ha sido plasmado a imagen de Cristo y halla su plenitud humana, sobrenatural, en Cristo. Dejémoslo así sin más matizaciones.

A la hora de saber, y es urgente, qué es el hombre, su grandeza, sus límites, su vocación de eternidad, etc., sólo podemos hacerlo en Cristo y desde Cristo, a la luz de Cristo, reconociendo enteramente lo que Él nos revela y muestra en su divina Persona. Sea el Concilio Vaticano II el que diga estas sublimes verdades:

"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado... Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles" (GS 22).

 Explicando la antropología cristiana, con el lenguaje claro que le caracteriza, Pablo VI dedicó una catequesis que es hoy para nosotros, nuestra formación y catequesis; basta leerla, reflexionarla, sacar consecuencias.