martes, 27 de diciembre de 2016

Jesucristo. ¡El nombre de Jesús!



            “Jesús basta, encierra de modo perfecto todos los misterios que el nombre de Dios contenía. Así como antes “cualquiera que invocara el nombre de Yahvé sería salvo” (Jl 2,32), así ahora, “si confiesas con tu boca al Señor Jesús, serás salvo” (Rm 10,9). Creer en este nombre es venir a ser hijo de Dios (Jn 1,12); orar en este nombre es ser escuchado (Jn 16,26); en él se perdonan los pecados (1Jn 2,12) y las almas son lavadas y santificadas (1Co 6,11); conservarlo intacto significa perseverar en la fe (Ap 2,13). Anunciar este nombre constituye la esencia de toda evangelización (Hch 8,12).



            El nombre de Jesús salva. Tiene cien virtudes. Es como el aceite. Lo mismo que el aceite da luz, este nombre ilumina las mentes. Igual que el aceite cura las heridas, fortalece los miembros de los atletas y alimenta los cuerpos, así el nombre de Jesús restaura las almas, las robustece y nutre.

            ¿Por qué, entre los nombres que al Mesías proféticamente se le adjudicaron, falta éste de Jesús?



            “¿Qué diremos al ver que aquel ilustre profeta, prediciendo que este mismo Niño había de ser llamado con muchos nombres, parece haber callado sólo éste, el cual sólo (como dijo antes el ángel y testifica el evangelista) se llamó su nombre? Deseó ardientemente Isaías ver este día; lo vio y se alegró. En fin, hablaba golosísimo, y alabando a Dios decía: “Un Niño nos ha nacido y un hijo nos han dado; la insignia de su principado han puesto sobre su hombre, y será llamado el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la paz. Grandes nombres, a la verdad; pero ¿dónde está el nombre que está sobre todo nombre, el nombre de Jesús, al cual se dobla toda rodilla? Tal vez en todos estos nombres hallarás sólo éste, Jesús; pero en algún modo exprimido y derramado. Sin duda él mismo es de quien la Esposa dice en el cántico de amor: “Aceite derramado es tu nombre”” (S. Bernardo, In Circumc. Dni., 2,4; ML 183,136).


            Todos los nombres están contenidos en el de Jesús, y lo que hacen las Escrituras es dárnoslo como repartido en otros muchos títulos que a Cristo se atribuyen. Igual que cuando queremos echar vino en una vasija de cuello estrecho, lo hacemos despacio y poco a poco. Tiene tantas facetas y colores Jesucristo, que se hace necesario decirlos uno a uno y concertar los que parecen contrarios.

            Porque Jesús es monte grande por su divinidad y monte pequeño por su humanidad desvalida; es piedrecilla que se hace monte (Dn 2,44-45).

Es estrella (Nm 24,17) que se hace sol (Ap 21,23).
Es el fuerte (Is 9,6) y el degollado (Ap 5,9).
Es un cedro frondoso (Ez 17,23) y una humilde raíz de tierra seca (Is 53,2).
Es nuestro padre (Jn 13,33) y nuestro hermano (Jn 20,17) y nuestro esposo (Mt 9,15).
Es el Padre del siglo futuro (Is 9,6) y a la vez fue engendrado desde el principio (Mq 5,2-4).
Alfa y Omega de la eternidad, alfa de un tiempo y omega de otro; circunferencia y centro. Vino, viene y vendrá; y no se mueve.
Es piedra de tropieza (1P 2,6) y piedra angular de la casa (Ef 2,20).
Es Señor de los ejércitos (Jr 2,16) y es nuestra paz (Ef 2,14).
Es león (Is 31,4) y cordero (Jn 1,29).
Es nuestro juez (Jn 5,22) y nuestro abogado (1Jn 2,1).

Cristo lo es todo.

Es el nuevo Noé que sobrevivió al diluvio y ha sido constituido padre de una nueva humanidad;
es el arca donde hallamos refugio, es el pez de los anagramas, es el agua que quita toda sed.
Es agua y vino que engendra vírgenes.
Es el vino que santamente embriaga, es la uva pisada en el lagar del Calvario, es la cepa que vivifica los sarmientos, es la viña fértil que nunca da agraces, es el viñador que arranca las ramas secas y poda las fecundas.


Es pasto y pastor, y puerta del redil, y cordero. Cordero pastor: “el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará” (Ap 7,17).
Es camino a recorrer, es nuestro guía para todo camino, es el viático para el camino, es la patria adonde el camino conduce.
Es la luz que veremos y la luz mediante la cual veremos la luz.
Es el sembrador que arroja la simiente en nuestros pechos, y es la semilla que murió y produjo lozana espiga, y es la única tierra donde germina lo santo.
Es el alimento y nuestro comensal.
Es el templo y el que mora en el templo.
Es el ungido y el óleo.
Es el esposo y el vestido de bodas.
Es el legislador y la ley.
Es el que premia y es el único premio que se goza.
Es el que mide y es la medida de todo.
Es el médico y la medicina.
Es el maestro y la verdad.
Es el rey y el reino.
Es el sacerdote y la hostia.
Es la piedra preciosa que vale más que todas las haciendas y es “la piedra blanca en que está escrito el nombre nuevo” (Ap 2,17). Y este nombre es Jesús”.

(CABODEVILLA, J.M., Señora nuestra. Cristo vivo, Madrid 2004, 344-345).




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