miércoles, 29 de mayo de 2019

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida.


Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

lunes, 27 de mayo de 2019

Sentencias y pensamientos (VII)

43. Graba en tu corazón la puerta de tu Sagrario.
 

44. Canta y goza la liturgia adorando, descalzándote y contempla el espectáculo admirable de la zarza que arde y no se consume: ¡es el Paso salvador de Dios en sus misterios!




45. Quieres volar, ¿no sabes que es Dios el que pone ese deseo en tu alma? Por tanto, es Él el que se compromete para hacerte volar cuando Él crea oportuno. Mientras, hagamos lo que podamos.


46. Vuela a la santidad, pero no como los mosquitos que hacen ruido y pican con cólera, sino con majestuosidad, como las águilas.


47. A veces somos casi cadáveres dedicados a las cosas de Dios pero sin entregarnos plenamente al Dios que da sentido a las cosas que hacemos.


48. Dios te quiere a ti, no tus cosas ni tu trabajo. Te quiere a ti, te busca a ti, te desea a ti.


sábado, 25 de mayo de 2019

Concepto cristiano de "reparación"

Al estudiar el concepto cristiano de "reparación", vamos a ver muchas líneas que se entrecruzan, preciosas todas ellas, como la redención, el mérito y la gracia, la comunión de los santos, la caridad, la cruz... y la devoción al Corazón de Cristo.



Vamos a partir como una glosa, a la par que una plácida meditación, de un versículo de la Escritura: “Completo en nuestra propia carne lo que le falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). En él se encierran misterios estremecedores que provocan admiración, estupor y desemboca en silencio adorante, pues se toca toda la fibra del Misterio; ahí se contiene la reflexión de la fe sobre el acto reparador de Cristo, su prolongación en el hoy histórico de la Iglesia, y sienta las bases para incorporarnos, como miembros de la Iglesia, en la obra de la redención.

            La reparación ha ido asociada, con un carácter muy marcado, a la devoción al Corazón de Jesús. Humanidad real y gloriosa de Cristo Resucitado, Eterno Viviente, de cuyo costado traspasado nace la Iglesia; en cuyas llagas, “como saetías” (S. Juan de Ávila), como ventanas, podemos asomarnos a las entrañas de Cristo, que es todo amor y así nos lleva al amor y todo nos habla de su amor, del cual nada –excepto nosotros mismos- nos podrá separar. 

Vinculada a la devoción al Corazón glorificado de Cristo, la reparación, rectamente entendida, se sitúa en la perspectiva de la redención y en la Iglesia, en virtud del Misterio de la Comunión de los santos, donde halla el espacio sobrenatural en el que moverse, en el que desplegarse, en el que ejercer su benéfico influjo.

            Aunque el término “reparación” sea de cuño “reciente”, forma parte de la Tradición y del patrimonio espiritual de la Iglesia desde siempre porque, ¿qué es, sino, el sacerdocio bautismal, el ser “víctimas” con Cristo, ofrenda al Padre? ¿Qué otra cosa sino desplegar la virtualidad de la gracia sacramental del bautismo predicaban los Padres acompañando en el ejercicio de este sacerdocio a los fieles? ¿Y no es este sacerdocio, empleando el término aceptado en el lenguaje de la Iglesia, un sacerdocio reparador con Cristo?

jueves, 23 de mayo de 2019

Jesús en sí y para mí (Catequesis cristológica - I)

Realmente, en cualquier catequesis, no hace falta ser un gran genio creativo, sino un transmisor. Por eso, ante palabras grandes, bien escritas y hondas, no es necesario más que ofrecerlas.

Es el caso de una homilía amplia, certera, profunda, de Pablo VI sobre Jesucristo, considerado claramente en su doble naturaleza, divina y humana, pero también en lo que ello significa para nosotros, para cada uno concretamente.


"Y vosotros, ¿qué decís de Jesús? ¿Cuál es su persona y su naturaleza? Inmediatamente recurrimos al catecismo y recordamos que “Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre”. Pero ¿sabemos bien lo que eso significa?

               Además, si Jesús es Dios hecho hombre, lo cual es la maravilla de las maravillas, ¿qué puede ser Él para mí? 
¿Qué relación hay entre Él y yo? 
¿Tengo que ocuparme realmente de Él? 
¿Me encuentro con Él en el camino de la vida? 
¿Está en relación con mi destino? No es suficiente. 

Si preguntase precisamente a los hombres de nuestro tiempo: ¿Qué os parece que es Jesús? ¿Cómo lo consideráis? Decidme: ¿quién es el Señor?
¿Quién es este Jesús que seguimos predicando después de tantos siglos, convencidos de que anunciarlo a las almas es aún más necesario que nuestra vida? 
¿Quién es Jesús?

miércoles, 22 de mayo de 2019

Lo que atenta contra la santidad: el orgullo



Revisemos nuestro corazón siempre, en lo que respecta a nuestra confianza y nuestro trato personal con el Señor. Si la oración es expresión de nuestra esperanza, y porque tenemos esperanza podemos pedir, y el Señor escucha nuestra oración, es porque nos reconocemos pequeños; porque delante de Dios, sabiendo cómo es nuestro corazón, nos ponemos como discípulos y mendigamos el Espíritu Santo. ¿Y qué padre nos va a negar esto? ¡Con lo bueno que es el Señor!




                Por el contrario, hay un caballo de batalla constante en la vida que es el orgullo. El pecado de orgullo no permite a la persona el rebajarse, ni ante Dios ni mucho menos ante los demás. 

El orgullo es creer que no se necesita ni de Dios ni de nadie más; que uno se basta a sí mismo; por tanto, el que vive en esa clave de orgullo, ¿para qué se va a acercar al Señor si no necesita de Dios, si no admite más presencia que la suya propia? 

El orgullo hace que sea muy difícil el rebajarse, y que cueste reconocer interiormente los propios pecados, porque de palabra sí lo decimos: “Ay, que me he equivocado”, pero ¡sí!, que lo diga otro, veremos cómo salta el orgullo de nuestra alma: eso ya es otra cuestión. 

El orgullo no admite a nadie; dice que para qué ir a consultar, para qué preguntar, para qué... si uno se basta a sí mismo. 

martes, 21 de mayo de 2019

"El Espíritu Santo nos congregue en la unidad"

La unidad es una petición habitual en la plegaria eucarística, un deseo que se ruega a Dios, autor de la pax Ecclesiae, de la unidad de la Iglesia.

Aguardamos la unidad consumada y plena cuando venga el Señor en gloria y majestad, al final de los tiempos; pero ahora, en este tiempo, para esta Iglesia peregrina, rogamos la unidad, para que los muchos que comulgan un solo Pan formen un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo.





“El Espíritu Santo congregue en la unidad”



-Comentarios a la plegaria eucarística –XI-


            “¡Qué hermoso ver a los hermanos unidos!” (Sal 132) reza un salmo, y el deseo de Cristo es “que todos sean uno” (Jn 17,21). La unidad y la concordia son las notas de los miembros del Cuerpo de Cristo para que éste no sea lacerado en sus miembros, dividido en partes.

            El fruto de la Eucaristía es la unidad entre todos los miembros de la Iglesia; la Eucaristía crea la unidad de la Iglesia vinculándonos a la caridad de Cristo, que se difunde y extiende por todos aquellos que son de Cristo.

sábado, 18 de mayo de 2019

Lo grande de la liturgia se concreta: ¿qué es participar?



            Lo primero, y de entrada, es que participar no es la intervención directa de muchas personas en la liturgia subiendo y bajando del presbiterio. Eso es ejercer un ministerio, un servicio en la asamblea. Pero participar... ¡¡es otra cosa!!



           El Concilio Vaticano II define la participación litúrgica como “plena, consciente, activa, interior, fructuosa”.

            a) Veamos primero lo interior:

      Participar es la actitud que tiene María al acoger en su seno al Verbo; es recibir, contemplar, orar, transformar la propia vida desde la propia liturgia en la celebración.

                        1. Recibir. En la liturgia se nos da Cristo mismo y nos comunica el Espíritu: se nos da en la asamblea y, sobre todo, en la Palabra proclamada, en las especies eucarísticas. Por eso recibir es escuchar atentamente, acoger en el corazón; cada palabra proclamada puede ser palabra de Dios "para ti". Cada signo litúrgico hay que recibirlo, interiorizarlo. Es actitud interior: no se celebra por ritualismo, ni por devocionalismo, ni por obligación.

                        2. Contemplar. ¿Pero qué? El Amor de Dios que se sigue ofreciendo a la Iglesia en la Santa Misa. "¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!"

                        3. Orar. Participar es orar, rezar interiormente las grandes oraciones que el presidente recita en nombre de la asamblea (prolongadas luego en nuestra meditación). Participar no será estar pasivamente, sino orar en los momentos de silencio, agradecer a Dios, meditar la Palabra, agradecer el don de la comunión.

                        4. Transformar la propia vida. La liturgia va transformando lentamente la propia existencia: la gracia de Dios actúa invisiblemente, y celebrar la liturgia implicará siempre vivir la Palabra que se ha escuchado. Coherencia con lo celebrado.

viernes, 17 de mayo de 2019

Estilo cristiano y eclesial (Palabras sobre la santidad - LXIX)


El estilo es un modo de acceso a la Belleza. Posee ciertas notas que lo caracterizan en su variedad hasta poder agruparse: “estilo románico”, “estilo gótico”, etc., aunque sean distintas las obras arquitectónicas, escultóricas o pictóricas dentro del mismo estilo: pero son siempre identificables y reconocibles. 




            Hay unas notas claras, dentro de la variedad de vocaciones y situaciones personales, que definen muy bien cuál es el estilo cristiano y eclesial, la forma auténtica de ser cristiano y miembro de la Iglesia. Ese estilo cristiano se ha plasmado en cada santo. Ellos, los santos, nos revelan y actualizan constantemente cuál es el estilo cristiano y eclesial, distinguiéndolos de otros estilos religiosos, o filosóficos, o de un estilo mundanizado, o de un estilo secular.

            Para empezar, se nos señala algo claro: el estilo cristiano tiende a la perfección marcada por Cristo, por ello, el estilo cristiano es la santidad. Ésta constituye el logro de pureza y claridad del estilo cristiano: ser cristiano es estar llamado a la santidad, porque el santo es el icono más claro del Evangelio, del estilo de vivir cristianamente y a contracorriente:

            Si somos conscientes de esto, comprendemos que una novedad, ésta de tipo moral, debe imprimir en nuestra vida un estilo característico que nos narran muchas aventuras curiosas y estupendas de la santidad; todo maestro de almas sabe algo de ello. Pero existe, un estilo cristiano, un estilo nuevo. Es más, como nos enseña la Sagrada Escritura, debemos dejar caer en nosotros el “hombre viejo”, y debemos revestirnos del “hombre nuevo”. Esta palabra es un programa. Los maestros del espíritu encuentran toma para amplias y bellísimas enseñanzas: un “vestido nuevo” que no sufre desgaste, sino que se renueva por sí mismo, como enseña San Pablo (Col 3,10; Ef 4,23-24; Rm 12,2; 2Co 4,16). Un estilo nuevo, el estilo cristiano, siempre en vías de perfeccionamiento, hasta llegar a lo inverosímil, a la santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 25-abril-1972).
           
            La santidad es la corona, el término, la meta, del estilo cristiano… porque la santidad es llevar a plenitud el seguimiento de Cristo, la norma del Evangelio, el bautismo que nos consagró. El estilo cristiano, hombres transformados en Cristo, que creen en el Evangelio y lo viven sin glosas, fielmente, desemboca en la santidad.

jueves, 16 de mayo de 2019

El Misterio de la Iglesia



 

No se puede comprender las realidades que nos sobrepasan por medio de nuestra razón; el Misterio envuelve nuestra vida: el Misterio de Dios, el misterio de la perpetua virginidad de María, el misterio de la Iglesia. Son realidades sobrenaturales a las que sólo tenemos acceso por la fe. El Misterio de la Iglesia rebasa nuestra capacidad racional y sólo podemos entenderla desde la fe, meditarla desde la oración, vivir en Ella desde la pureza y santidad de costumbres, amarla con el corazón.
 

         Sí, estamos ante un Misterio, el gran Misterio de la Iglesia:

                                   cuya característica es ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; de modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos[1], como nos enseña el Vaticano II.

         Sabemos y reconocemos este misterio de la Iglesia porque Cristo nos lo ha revelado por el Espíritu:

                          ¿Piensas que puedo hablar de lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado? A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu. Por consiguiente, las realidades que hay allí arriba no las conocemos por la palabra humana, sino por la revelación del Espíritu Santo. Lo que no puede explicarnos la razón del hombre ha de buscarlo la consideración, suplicarlo la oración, merecerlo nuestro comportamiento y alcanzarlo nuestra pureza[2].

  

martes, 14 de mayo de 2019

La belleza de la verdad (I)



            A los oídos de nuestros contemporáneos, muchos de ellos también católicos, no les suena bien las palabras “verdad”, “dogma”, “magisterio”, “doctrina”. Son hijos de su época, y muy marcados por las corrientes de moda que crean una forma de pensamiento, se sienten incómodos en el interior de la Iglesia que se define como depositaria de la verdad, como “columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15).



            Muy alarmados, se preguntan y cuestionan: ¿Qué Verdad? Como Pilato, escéptico, dicen: ¿y qué es la verdad? ¿Existe? ¿Se puede conocer? 

           El pensamiento dominante se llama relativismo e influye hoy en todos los ámbitos. Se afirma que no existe la verdad o que si existe no se puede llegar a conocerla. En su lugar la verdad se ha sustituido por verdades parciales, por opiniones que son modos de ver de cada cual. Si no existe la verdad, todo es opinable, cada cual puede pensar lo que quiera y sería verdadero. La verdad ha sido sustituida por opiniones. Todo da igual, es relativo. La verdad ya no se descubre por la fuerza de la misma verdad que persuade y seduce y se ajusta a las exigencias profundas del corazón. 

          La verdad responde a estas exigencias del corazón y el hombre es capaz de conocerla por la estructura de su razón, creada por Dios.

domingo, 12 de mayo de 2019

Jesús, salvador (El nombre de Jesús - y XIV)

El nombre de Jesús es constante dulzura y misericordia para el alma creyente. La liturgia, muchas veces influida por la devoción popular, introdujo el "dulce nombre Jesús" como memoria o como una Misa votiva. Sus textos nos llevan a la contemplación, llena de amor, del nombre de Jesús, de su Persona misma.




Consideremos, entonces, las peticiones que en la oración litúrgica le pedimos a Dios Padre en la Misa votiva del Santísimo Nombre de Jesús, ya que el contacto real con Jesús y su salvación se da en la oración y en los sacramentos:

Al venerar el santísimo nombre de Jesús, te rogamos, Señor,
que, después de gustar su dulzura en este mundo, recibamos en el cielo los gozos eternos (Oración colecta).

Padre todopoderoso, acepta complacido las ofrendas que te presentamos en nombre de Cristo,
pues sabemos, por su promesa,
que cuanto pidamos en su nombre nos será concedido (Oración sobre las ofrendas).

viernes, 10 de mayo de 2019

San Juan de Ávila, el predicador infatigable



            Si, como san Pablo afirma, fides ex auditu, la fe viene por el oído (cf. Rm 10,14), por la predicación, san Juan de Ávila, cuyo modelo es san Pablo, dedicó muchas horas al ejercicio de la predicación. ¿De qué manera? Basta ver los sermones y las pláticas que nos han llegado para hallar algunas características sobresalientes, válidas para nosotros hoy:



-          están repletos de doctrina cristiana clara y sólida, procurando iluminar y enseñar en lugar de acudir a lugares comunes; la ignorancia engendra siempre males y él procura elevar el conocimiento de la fe cristiana de sus oyentes explicando los dogmas y verdades de la fe o comentando teológicamente la Escritura

-          son a la vez veneros de espiritualidad, porque al conocimiento firme de las verdades de la fe, une la devoción y el fuego de cómo vivirlos con un amor suave y tierno al Señor

-          como profeta y reformador, señala también los pecados y vicios de la época, sin alusiones vagas ni genéricas, de manera que suscite la conversión y reforma de costumbres, despreocupado de halagar el oído o no ser “políticamente correcto”

-          muchísimas veces, tal vez por estilo oratorio cuidado, pero también tal vez sea por su propio corazón, el sermón o la plática se convierte en oración en alta voz, en plegaria; es un corazón orante, que se desborda en oración al Señor y desvela lo que sinceramente pedía antes de poder predicar

martes, 7 de mayo de 2019

Aleluya, nuestro grito, nuestra alegría



“Este momento, el del repensamiento inmediato y global de la Pascua, triunfo de la nueva Vida, perfecta ya en Cristo, iniciado y prometido un día en plenitud proporcionada también a nosotros, ¿cómo encontrar expresiones adecuadas? 




La Iglesia que sabe bien a qué vértice de inefabilidad puede llegar el sentimiento religioso, ha encontrado una solución, la de condensar el júbilo, la emoción, el amor, en una sola palabra, en una exclamación: “¡Aleluya!” 

Es el grito pascual, y es un grito bíblico antiquísimo; lo encontramos ya en el Antiguo Testamento (cf. Sal 135,3), y ha recibido amplia acogida en las liturgias del Nuevo Testamento. Significa: ¡alabad al Señor!; y además ha servido especialmente para dar al gozo espiritual su nota espontánea y explosiva, que diciéndolo todo, querría decir más; el canto sagrado ha encontrado en él el texto para sus encantadas y encantadoras divagaciones melódicas, así como la voz para sus potentes aclamaciones colectivas; pero siempre para expresar en júbilo lo que prorrumpe del corazón rebosante de fe y de amor (cf. Ap 19,1-7). 

¡Aleluya! ¡Detengámonos en este grito pascual! 

domingo, 5 de mayo de 2019

Hombres espirituales (Palabras sobre la santidad - LXVIII)


A menudo y con frecuencia, decir “espiritual” es entendido de manera deficiente, como si fuera un buenismo angelical, con una oración piadosísima y encerrado en sí mismo, sin pisar tierra nunca, con falta de un sentido adecuado de la realidad y, casi, incapacidad pastoral o evangelizadora o apostólica. Más aún ocurre esto con el concepto “vida mística” o “místico”. 




            Si se califica a alguien así, inmediatamente es sospechoso, se le mira de forma extraña y se da por hecho que vive fuera de la realidad y de lo cotidiano. ¿Acaso ser espiritual puede llegar a ser sospechoso? ¿Tal vez la vida mística deja a los hombres embobados y los vuelve ineficaces para obrar, amar, servir?

            Un santo, con su vida, echa por tierra esas prevenciones a lo espiritual y a la vida mística; la consideración del fenómeno de la santidad, plasmado en tantos hijos de la Iglesia, conduce a una comprensión certera y ajustada de lo que es ser espiritual y de lo que es la mística cristiana.

            La Tradición acuñó un término muy expresivo para los hombres santos: “pneumatóforos”, es decir, “portadores del Espíritu”. La espiritualidad entonces será estar llenos del Espíritu Santo y poderlo irradiar y comunicar; la vida espiritual, sensu stricto, es dejarse conducir por el Espíritu Santo, con sus dones y sus frutos, con docilidad y amor. La vida espiritual es sintonía y comunión con el Espíritu Santo. ¡Eso sí es ser espiritual!, porque adquiere una sintonía constante e interior, una connaturalidad con la acción y las mociones del Espíritu.

            Esto halla su origen en el bautismo y en el santo Sello del Crisma, en la confirmación. En el cristiano se va desarrollando esta vida del Espíritu Santo, y el santo es quien ha vivido el más pleno desarrollo de la acción del Espíritu. Es el cristiano “perfecto”. Ha sido obediente y dócil, se ha dejado guiar y llevar por el Espíritu Santo y no por su capricho o impulsividad; ha desarrollado todo lo contenido –y dado- en los sacramentos de la Iniciación con los que fue consagrado a Dios.

viernes, 3 de mayo de 2019

El ayuno pascual (textos)

Fue un elemento importantísimo para los cristianos el ayuno pascual, es decir, pasar el Viernes Santo y el Sábado Santo en ayuno hasta la Comunión eucarística de la Vigilia pascual, que rompía el ayuno e iniciaba la fiesta cristiana. 


Este ayuno más que penitencial, o expiatorio, se consideraba así, tal cual, "ayuno pascual", llevando a la práctica aquello que dijo el Señor: "ayunará cuando el Esposo les sea arrebatado" (Cf. Mc 2,19-20). El Esposo Jesucristo fue arrebatado en la Cruz y sepultado, y la Iglesia ayunaba no sólo el Viernes Santo sino también el Sábado Santo, día de duelo, aguardando la Pascua santísima.

Dicho ayuno poco a poco perdió su importancia, entre otras cosas, por el adelanto de la Vigilia nocturna a la misma mañana del Sábado (¡qué contrasentido!); aún hoy, para muchos, el Sábado Santo es el final de la Semana Santa y no es extraño encontrarse más de una comida juntos, o convivencia de alguna asociación y hasta grupo de amigos. El ayuno pascual parece haber desaparecido.

Sin embargo, es un elemento "litúrgico" y por tanto espiritual muy interesante y eficaz para disponernos, en cuerpo y alma, a la Vigilia pascual. La Iglesia lo recomienda:

"Es sagrado el ayuno pascual de los dos primeros días del Triduo, en los cuales, según una antigua tradición, la Iglesia ayuna "porque el Esposo ha sido arrebatado". El Viernes Santo de la Pasión del Señor hay que observar en todas partes la abstinencia, y se recomienda que se observe también durante el Sábado santo, a fin de que la Iglesia pueda llegar con el espíritu ligero y abierto a la alegría del domingo de Resurrección" (Cong. Culto divino, Carta sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 39).