domingo, 5 de mayo de 2019

Hombres espirituales (Palabras sobre la santidad - LXVIII)


A menudo y con frecuencia, decir “espiritual” es entendido de manera deficiente, como si fuera un buenismo angelical, con una oración piadosísima y encerrado en sí mismo, sin pisar tierra nunca, con falta de un sentido adecuado de la realidad y, casi, incapacidad pastoral o evangelizadora o apostólica. Más aún ocurre esto con el concepto “vida mística” o “místico”. 




            Si se califica a alguien así, inmediatamente es sospechoso, se le mira de forma extraña y se da por hecho que vive fuera de la realidad y de lo cotidiano. ¿Acaso ser espiritual puede llegar a ser sospechoso? ¿Tal vez la vida mística deja a los hombres embobados y los vuelve ineficaces para obrar, amar, servir?

            Un santo, con su vida, echa por tierra esas prevenciones a lo espiritual y a la vida mística; la consideración del fenómeno de la santidad, plasmado en tantos hijos de la Iglesia, conduce a una comprensión certera y ajustada de lo que es ser espiritual y de lo que es la mística cristiana.

            La Tradición acuñó un término muy expresivo para los hombres santos: “pneumatóforos”, es decir, “portadores del Espíritu”. La espiritualidad entonces será estar llenos del Espíritu Santo y poderlo irradiar y comunicar; la vida espiritual, sensu stricto, es dejarse conducir por el Espíritu Santo, con sus dones y sus frutos, con docilidad y amor. La vida espiritual es sintonía y comunión con el Espíritu Santo. ¡Eso sí es ser espiritual!, porque adquiere una sintonía constante e interior, una connaturalidad con la acción y las mociones del Espíritu.

            Esto halla su origen en el bautismo y en el santo Sello del Crisma, en la confirmación. En el cristiano se va desarrollando esta vida del Espíritu Santo, y el santo es quien ha vivido el más pleno desarrollo de la acción del Espíritu. Es el cristiano “perfecto”. Ha sido obediente y dócil, se ha dejado guiar y llevar por el Espíritu Santo y no por su capricho o impulsividad; ha desarrollado todo lo contenido –y dado- en los sacramentos de la Iniciación con los que fue consagrado a Dios.


            Así pues, ¿qué es ser espiritual? –Es vivir del Espíritu Santo.

            ¿Qué quiere decir “vivir en el Espíritu”?
            Aquí se abre la teología de la vida cristiana, la cual no puede concebirse fuera del plan de la salvación, instaurado por Cristo. Nuestra vida no es un fenómeno aislado, ni un acontecimiento que es fin en sí mismo. Es una existencia llamada a un destino extraordinario, que la trasciende y la envuelve al mismo tiempo, al que podemos y debemos adherirnos mediante un acto fundamental, que se llama fe. La fe nos introduce en el círculo de una vital comunicación divina, que se llama gracia; y la gracia es la acción del Espíritu Santo en nosotros; es una participación en la vida divina (cf. LAGRANGE, Eptre aux Galates, p. 147). Todo esto supone un magisterio y un ministerio. La Iglesia nos lo ofrece y nos hace posible “vivir del Espíritu”. Éste es el auténtico principio de la vida cristiana...
Para un cristiano, sobre el castillo de las verdades racionales, debe brillar la luz de la fe; digamos aquí: el Espíritu” (Pablo VI, Audiencia general, 16-junio-1971).

            Por la docilidad al Espíritu Santo, los santos fueron dando muerte a su hombre viejo y creciendo en el Hombre nuevo; despreciaron y pisotearon las obras de la carne y crecieron los frutos del Espíritu; su oración fue más interior y sencilla, sintiendo el gemido interior del Espíritu y su intercesión; los siete dones del Espíritu desarrollaron y perfeccionaron su alma; oyendo la voz del Espíritu, se desvivieron por Jesús y realizaron la voluntad concreta de Dios en sus vidas.

            Ser espirituales es llegar al punto supremo adonde conduce el Espíritu Santo: una completa transparencia, una transfiguración absoluta, la edificación del Hombre nuevo a imagen de Cristo Jesús:

Es una relación todavía secreta no es evidente, no entra en el campo de la experiencia sensible, si bien la conciencia educada adquiere una cierta sensibilidad espiritual; advierte en sí los “frutos del espíritu”, de los que San Pablo hace un largo elenco: “La caridad, el gozo, la paz” (estos especialmente: una alegría interior, en primer lugar, y, después la paz, la tranquilidad de la conciencia), y después, la paciencia, la bondad, la longanimidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, el dominio de sí, la castidad (Gal 5,22); parece que el apóstol entreviera el perfil de un santo. Ésta es la gracia; ésta es la transfiguración del hombre que vive en Cristo” (Pablo VI, Audiencia general, 14-agosto-1968).
           
            Así transformados, un santo refleja al Espíritu, es una manifestación del Espíritu Santo, de su multiforme gracia y sabiduría, un signo espiritual ante lo mundano y carnal, una llamada viva en la Iglesia para que todos busquen la gloria de Dios como único deseo: su propia existencia es esa llamada interpeladota, sin necesidad de discursos programáticos ni proyectos escritos ni proclamas.

            La vida mística en el santo se desarrolla en plenitud. El Espíritu Santo es quien la desarrolla, profundiza y le da interioridad, ya que la vida mística es una unión con Dios cada vez más densa y palpable, una oración más llena de amor, silencio y presencia, y una constante presencia de Dios. No son necesarios fenómenos místicos, que por su naturaleza son extraordinarios; la vida mística crece cuando se va viviendo en constante presencia de Dios y en conversación de amistad con Jesucristo.

Existe en el espíritu humano una aspiración profunda, una nostalgia mística, cierta predisposición a entender algo más de Dios, una esperanza secreta de alcanzarlo en cierto modo con la intuición de que cualquier gota de esta posesión cognoscitiva del Dios vivo lo llenaría de gozo inefable (Sto. Tomás, Suma V, in fine). Los místicos son nuestros maestros en esta nostalgia del alma humana... Y todos los hombres puros de corazón son místicos en cierto sentido porque, como proclamó Cristo, son candidatos “para ver a Dios” (Mt 5,8)” (Pablo VI, Audiencia general, 22-diciembre-1971).

            Los santos ven cumplidas en sus vidas las exhortaciones paulinas: “caminad en el Espíritu” (Gal 5,16), “vivir por el Espíritu” (Gal 5,25), “no extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), “los que se dejan llevar por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios” (Rm 8,17).

            Son los verdaderos espirituales para la Iglesia hoy y contrastan, y mucho, con el católico secularizado, con el activista, con el tibio, con quien pone su acción, su programa y sus proyectos pastorales o apostólicos por encima del Espíritu de Dios, cerrándose a Él o impidiéndole soplar donde quiera.




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