viernes, 15 de diciembre de 2017

Espiritualidad de la Adoración (XXVIII)

El sacramento eucarístico no se agota ni se encierra a los límites de su celebración. Por el contrario, la fe, la piedad y la teología, descubriendo esa Presencia permanente del Señor en el sacramento, ha prolongado su amor en la adoración y culto a la Eucaristía fuera de la misa.

ImageDurante una época muy concreta, vivir la Eucaristía se entendió sólo como el momento de celebrarla, abandonando prácticas de piedad personal y comunitaria, eliminando el culto eucarístico, la exposición del Santísimo, y dejando de realizar la visita al Señor en el Sagrario.

Sin embargo, Él está.

La Eucaristía, Cristo mismo, se da para estar con Él no solamente en la celebración, sino comunitaria o personalmente, en ratos amplios de adoración eucarística.

Será siempre una riqueza eclesial potenciar la adoración eucarística allí donde se realice, o comenzar a vivirla allí donde se hubiese suprimido. Este sí es un camino pastoral interesante.

Atendamos a esta homilía de Benedicto XVI sobre el sentido de adoración que implica la Eucaristía misma:


Esta tarde, quisiera meditar con vosotros sobre dos aspectos, entrelazados entre sí, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volver a tomarlos en consideración para preservarlos de visiones incompletas del mismo Misterio, como las que se han verificado en el pasado reciente.

Ante todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Vocación a la santidad (Palabras sobre la santidad -XLIX)

Hay un capítulo en la Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, que se titula "Universal vocación a la santidad", en el cual, a partir del n. 39, expone cómo "todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena" (LG 40).

Releer ese capítulo, una y otra vez, predicarlo, enseñarlo, rezarlo, hace mucho bien y orienta de modo claro.


Esa convicción da luz a toda eclesiología, a todo camino espiritual: la santidad no es un camino inaccesible, reservado a unos pocos, "este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad", decía Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte (n. 31).

La vocación a la santidad es universal, engloba a todos los bautizados, es la característica general del pueblo cristiano, sea cual sea el estado de vida cristiano en el que uno se encuentre. Son afirmaciones conciliares de largo alcance que resitúan la perspectiva pastoral y el camino de la Iglesia; con palabras de Juan Pablo II, valorando este capítulo V de la Lumen Gentium:

martes, 12 de diciembre de 2017

Ante Cristo Humilde

La Encarnación del Señor, para quien sabe mirar, revela hasta qué punto Dios es humilde y la misma Encarnación es un acto de la humildad del Verbo.


Sobran discursos para convertirnos en humildes, de manera moralista y obligatoria: quien ama a Cristo se irá pareciendo a Él, ya que el amante se identifica con su Amado y tiende a adoptar sus costumbres, haciéndose uno con Él.

Así, al considerar la humildad y tratar de entenderla, es inevitable ir a la Fuente de la humildad, que no es otra sino la Encarnación del Verbo, hasta asumir por completo y de manera irreversible nuestra humanidad. El corazón entonces desea participar de ese modo de ser del Amado Jesucristo.

"Humildad de Cristo

El Verbo solo en efecto zanja todos los dilemas y despeja todas las dudas que suscita una palabra sobre la humildad. Para saber lo que es, no hemos de buscarla en nosotros, sino producirla en nosotros. Para producirla en nosotros, una sola mirada basta -una mirada hacia la cruz. No hay un lugar tan bajo, un abismo tan profundo, un cenegal tan hundido que desde ellos no se pueda levantar la vista hacia la cruz, y ver en ella la humildad verdadera. Por eso la cruz fue levantada. De ella y hacia ella debe provenir toda palabra sobre la humildad, como palabra de la humildad. Porque la paradoja de la humildad, a la vez visible e invisible, es ésta misma de la cruz. Sobre la cruz fue clavada la "verdadera pobreza, desnuda y débil". Cada uno sueña con ver la verdad al descubierto. Al descubierto, lo estuvo, una vez y para siempre, sobre el Gólgota. Y porque lo estuvo, permanece desconocida e ignorada. Porque esta desnudez era la del sufrimiento y la humildad. Si la humildad mantiene los ojos bajados, por un instante los levanta, y en el cielo entero sólo ve la cruz, que le basta.

domingo, 10 de diciembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XIV)

Los ejemplos de los santos nos sirven para confrontar su experiencia con la nuestra, viendo así cómo la Gracia los ha convertido en santos y ellos mismos han respondido adecuadamente a tanta Gracia.


En los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los innumerables santos de la Iglesia entera, atestiguan con su vida diferentes circunstancias y modos de vivir la paciencia: leer sus biografías es recibir una enseñanza constante.

Para Tertuliano, la paciencia se ve reflejada en los santos y así son para nosotros ejemplos y modelos para vivir esta virtud, adquirirla y desearla.


"Capítulo 14: Grandes modelos de paciencia
Contando con las fuerzas de la paciencia, Isaías no dejó de profetizar del Señor sino cuando fue aserrado vivo. 

San Esteban, mientras era apedreado, pedía perdón para sus enemigos (Hch 7, 59-60). 

jueves, 30 de noviembre de 2017

El perdón y los enfermos (Bloy)

Sorprendería, para este mundo de "valores" y de "políticamente correcto", la aparente resistencia de Jesús en sus curaciones. ¡Sólo se le ocurre perdonar primero los pecados! ¿No sería primero curarlo, restablecerlo, y luego... si hace falta... lo de los pecados?


Resulta que no, que al Señor más le importa la realidad del pecado y la destrucción que ejerce sobre el hombre, antes incluso que devolver la salud física.

Escribe León Bloy:


"No siendo el mal físico más que una consecuencia del pecado, Jesús empieza siempre por perdonar los pecados del enfermo que se le presenta, y carga con este peso. El enfermo, entonces, es curado de repente. Pero su mal no es más que desplazado. Está ahora sobre la Persona del Cristo, con los pecados que acaba de asumir" (Diarios, 15-diciembre-1894).

domingo, 26 de noviembre de 2017

Pronunciar una palabra (teológica) sobre la humildad

Cualquiera de nosotros, en cuanto discípulos del Señor, estamos en una escuela donde el Maestro es Cristo que con su Espíritu, nos va educando en la humildad.


¿Cómo? Bajo la Palabra divina, el hombre aprende a domar sus pasiones, reconocer su nada y dejar que brote la humildad como un don precioso, necesario.

La Palabra divina, Cristo mismo, se pronuncia con fuerza descubriendo la Verdad, y ésta saca a relucir aquello que somos, nuestra propia nada, el vacío, el pecado. La misma Encarnación del Verbo, que es la gran Palabra pronunciada por el Padre, es Humildad misma que atrae y modifica el alma de quien contempla y se une al Señor.

Pero la Palabra pide silencio: entonces se apodera de nosotros, transformándonos y abriéndonos horizontes impensables.

jueves, 23 de noviembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XIII)

Nuestro cuerpo gime aguardando la redención de nuestro cuerpo, dirá san Pablo en Rm 8. Los achaques, el debilitamiento de nuestro organismo, la enfermedad pasajera o crónica, la edad, etc., nos hacen ver cómo esta tienda nuestra se desmorona. El cuerpo es frágil aunque el alma esté pronta, dispuesta, ágil.


Incluso cuando quisiéramos hacer un mayor bien, entregarnos aún más, limitar el descanso y hacer muchas más obras de misericordia o también obras apostólicas, hemos de contar que nuestro cuerpo tiene limitaciones de distinto tipo.

También la paciencia ha de vencer aquí, también la paciencia tiene que ver con nuestro cuerpo, aceptando humildemente sus límites.

Desde otro punto de vista, el cuerpo aprende a ser paciente mediante los instrumentos clásicos: la penitencia, la oración y el ayuno, de manera que frene su impetuosidad o se detenga la concupiscencia que nos arrastra a la pereza o a la gula, etc.


sábado, 18 de noviembre de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXVII)


Jean GUITTON, La adoración en crisis, en: L´Osser Rom, ed. española, 8-marzo-1970, p. 2

 
"El silencio, la adoración, la soledad, el recogimiento son valores que están en baja en nuestra cultura moderna. La palabra "piedad", tan cara a Virgilio, se ha devaluado; e incluso quizá se toma en sentido peyorativo, como signo de debilidad, de retorno a la infancia y a la superstición.

 
Por otra parte, comprendo perfectamente por qué reacciona así la joven generación: ha sido víctima de demasiadas hipocresías, coacciones y mascaradas. El simple arrodillarse no significa adorar, como tampoco significa orar el estar solo, con la cabeza entre las manos. Cuántos silencios falsos se dan, poblados únicamente por nuestra fantasía.

La época postconciliar debe caracterizarse por la revisión de los valores tradicionales, para devolverlos a su primitivo esplendor. Se trata, por tanto, de purificar las antiguas formas de la piedad de siempre para encontrar su esencia. Estoy convencido de esto y lo he repetido tantas veces, mucho antes de que se celebrase el Concilio. Pero me viene a la memoria aquel amigo que -tratando de limpiar con gran cuidado el retrato de un antepasado-, al mismo tiempo que le quitaba la suciedad le hizo desaparecer también la nariz. Y recuerdo igualmente el famoso dicho de los ingleses: "No arrojes al niño al tirar el agua del baño".

jueves, 16 de noviembre de 2017

Dejando actuar al Espíritu Santo (Palabras sobre la santidad - XLVIII)

La misión del Espíritu Santo ahora, en la economía de la salvación, en este tiempo y en esta historia de la Iglesia, prolongando la acción del Señor, es santificar y hacer participar de la vida divina.

Si antes el Espíritu Santo se infundía a algunas personas concretas para una misión específica, desde Pentecostés se derrama sobre toda carne, se derrama sin medida en los corazones de los bautizados y crismados con su Santo Sello.



Es el Espíritu Santo el protagonista absoluto de nuestra santificación, pues El es quien santifica, dándose. El hombre espiritual, en sentido recto y verdadero, es aquel que se deja guiar por el Espíritu de Dios, aquel en quien habita por completo el Espíritu Santo.

 La santidad es acción primera y directa del Santificador, el Espíritu Santo prometido, que santifica a los que ha consagrado en el Bautismo y en la Unción del Crisma.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Edificar la Iglesia



Habremos de tener presente siempre la reconstrucción espiritual de la Iglesia, la reconstrucción del tejido social cristiano tan deteriorado y la urgencia de la solidez doctrinal, espiritual y apostólica de cada católico cual piedra viva del edificio santo que es la Iglesia. 



Una Iglesia reedificada para una Iglesia viva –nosotros, tú y yo-. El cuidado de los templos, como tesoros artísticos e históricos, pero albergando en su seno una Iglesia viva, que siempre se reedifica. 

Cada cristiano, por el bautismo, está llamado a la santidad, a vivir la plenitud de su comunión con Cristo y, por tanto, a ser una piedra viva del edificio santo que es la Iglesia, por su fe, esperanza y caridad; una piedra viva que construye su familia como Iglesia doméstica y transmite y educa a sus hijos en la fe; una piedra viva en comunión con la Iglesia, sin vivir la fe de modo individualista. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Nuestra relación con los santos

En la reflexión teológica sobre la santidad, y por tanto, en nuestra vida pastoral y espiritual, hemos de ofrecer y vivir todas las dimensiones.

Ser santos es nuestra vocación; la santidad es la vocación fundamental del pueblo de bautizados. Cuanto mejor se considere la santidad desde el punto de vista teológico, más claro tendremos el camino para vivirla y para predicarla y para enseñarla y para proponerla a todos.

El marco general en que vivimos nuestra vocación a la santidad es la Comunión de los santos: en ella hemos sido situados, y ningún santo es un solitario -incluso viviendo en soledad física- sino que está arropado y englobado en la Comunión de los santos. Esta misma Comunión no solamente lo enardece en su camino, sino que le muestra la ayuda solícita de los santos, se enriquece con sus ejemplos, ve la obra de Dios en ellos y comprende lo que Dios puede estar realizando en él mismo.

"Soy transformado a imagen de Cristo de manera absolutamente única y personal, pero lo soy en comunión con todos mis hermanos. Por eso puedo descubrir en mis hermanos conformados a imagen de Cristo, su Rostro, y puedo vivir en su familiaridad, en la alegría común de glorificar juntos al Dios que nos salva" (LE GUILLOU, M-J., El rostro del Resucitado, Encuentro ed., Madrid 2012, p. 366).

Así dice la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II:

"Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cf. Hb 13, 14 y 11, 10) y al mismo tiempo aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno [157]. En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Co 3,18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino [158], hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cf. Hb 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio" (LG 50).

Situados en la Comunión de los santos, siempre fecunda, se entiende mejor la necesidad real de un contacto personal con los santos. Nuestra recta devoción hacia ellos no será, ciertamente, multiplicar novenas, o pasar la mano por la imagen del santo, u otras prácticas que -aisladas de la Iglesia, de los sacramentos, etc.- a veces se ven. La recta devoción es la amistad y familiaridad con ellos, y como ocurre en la vida terrena, social, con unos nos llevamos mejor que con otros; con algunos santos nos sentimos más identificados, más cercanos, y son para nosotros un reflejo del Rostro de Cristo y de la acción del Espíritu Santo.

Leer, por ejemplo, las obras escritas de los santos, y leer una buena biografía -hagiografía se llama- nos permiten comprender por dónde Dios los llevó, cómo los fue transformando, qué luchas afrontaron, etc. Es buenísimo leer las vidas de los santos para comprender la acción de la Gracia de Dios.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Aprendiendo a ser humildes

La humildad permite la santidad y el desarrollo de la caridad sobrenatural. Es por ello que es imprescindible en nuestras vidas.

Los Padres de la Iglesia así como los Doctores y muchos santos han escrito ampliamente sobre ella, ponderándola, considerándola, exhortando a todos a vivir humildes como Cristo-Humilde. San Bernardo ofreció muchas reflexiones sobre la humildad, grados de humildad. Vamos a entrar en sus escritos sencillamente, como discípulos que lo quieren recibir todo de la Tradición de la Iglesia.

"Para acceder a la humildad, no basta que reconozca mi "bajeza" delante de Dios; es necesario que reconozca que mi humildad no es nada delante de la humildad infinita de Dios, que ha elegido voluntariamente hacerse mi humanidad. La humildad, esta nada que cambia todo, define sola el lugar de cualquier otra virtud, porque sólo ella reconocer que Dios es Dios.

La humildad tiene los ojos bien abiertos. No guarda nada, no mira nada, da, ella que nada tiene propio más que la luz, primera a sus ojos, de la aurora que aparece con ella. Ni una palabra sube a sus labios, y ésta contiene su aliento, como si escuchase una de estas promesas que nos fueron dadas en voz baja, y que siempre escucha desde nuestro corazón, como si escuchase ya, aún, a lo lejos, al oído, al Verbo expirando el último de sus soplos. ¿Qué dirá la humildad? ¿Qué querrá la humildad? Tiene mucho que ver para que tenga un solo instante que perder, que perderse, mirándose. ¿Y cómo tomaría la palabra, ella que no sabe más que recogerse, y cuyo único cuidado es escuchar sin fin la que Dios le confía?

jueves, 9 de noviembre de 2017

Enfermedades del alma, ¿incurables?

Se nos ha dado un Médico admirable, Jesucristo, Médico de los cuerpos y de las almas, que con su acción poderosa nos devuelve la salud, nos restablece a la primitiva hermosura y orden del hombre creado.


Él ha venido y aplica remedios y medicinas adecuadas para sanar. Pero hemos de dar su valor exacto y preciso a las enfermedades del alma. Normalmente nos preocupamos más por las enfermedades del cuerpo, que nos debilitan o nos impiden el desempeño cotidiano de la vida; pero no menos importantes son las enfermedades del alma.

Un alma enferma es incapaz de obrar el bien, de ser buena, de reconocer la belleza, de vivir la verdad. Se enfanga más y más en su enfermedad, el pecado, y muchas veces ni se percibe como enfermo.

"Pasa ahora del ejemplo del cuerpo a las heridas del alma. Cuantas veces el alma peca, otras tantas resulta herida. Y para que no dudes que es herida por los pecados como por dardos y espadas, escucha al Apóstol, que nos advierte para que cojamos 'el escudo de la fe, en el cual podáis -dice- destruir todos los dardos ígneos del Maligno'.

Ves, pues, que los pecados son dardos 'del Maligno', dirigidos contra el alma. Sufren, sin embargo el alma no sólo la herida de los dardos, sino también las fracturas de los pies, cuando 'se preparan lazos para sus pies' y 'se hacen vacilar sus pasos'. ¿En cuánto tiempo, pues, consideras que tales heridas y de tal especie, pueden curarse? ¡Oh, si pudiéramos ver cómo resulta herido nuestro hombre interior por cada pecado, cómo le inflinge la palabra mala!" (Orígenes, Hom. in Num., VIII, 1, 7).

martes, 7 de noviembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XII)

El capítulo XII del tratado sobre la paciencia de Tertuliano orienta hoy nuestra reflexión, así como nuestro deseo, a conocer cómo la paciencia engendra y protege la paz y se pone al servicio de la penitencia.


La paz y la paciencia tienen una común raíz señalando así que el hombre pacífico es paciente y el hombre paciente es pacífico. Lo contrario sería la impaciencia que siempre es brusca, agresiva y colérica en ocasiones. El violento pierde la paz lanzándose con cólera hacia los demás.

Lo mismo habría que orientar sobre la penitencia. Ésta, definida por los Padres como un bautismo laborioso, necesita de paciencia para llorar los pecados y expiarlos en un proceso de conversión hasta que el corazón llegue a estar contrito y humillado en presencia del Señor.


lunes, 30 de octubre de 2017

Culminando en la santidad (o el fin de la oración)

La vida de oración verdadera y honda, a través de sus fases, de sus purificaciones, de la búsqueda incesante de Cristo a pesar de no sentir y vivir en oscuridad ("aunque es de noche"), desemboca en la santidad.

Esta santidad es la la plena unión con Cristo, el Amado: un amor ya verdadero y despojado de toda impureza o imperfección, que ha sido sometido por el Espíritu Santo a un proceso largo, quemando en su fuego todo lo que no era oro de amor, sino metal de baja calidad.

La unión con Cristo se consuma en la oración, y nada puede romper esta comunión personal. Ya Cristo, el Amado, ha tomado para sí -después de purificarla- al alma-Esposa, su amada. Se vive de otro modo, se ama de otro modo. Incluso la oración ha ido adquiriendo otra forma: menos ideas y discursos, más amor sereno y presencia, estando en silencio, contemplando.

La santidad en la que desemboca la vida de oración teologal se puede presentar con aquella canción de la Noche oscura de san Juan de la Cruz:

¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

Es entonces, siguiendo el hilo de esas canciones, cuando ya todo se deja en el Amado, en un sublime abandono confiado:

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

sábado, 28 de octubre de 2017

El Misterio (León Bloy)

Una de esas sentencias luminosas de Bloy da pie a una breve catequesis:


" El texto sagrado no es oscuro, sino misterioso. El Misterio es luminoso e impenetrable. La Oscuridad es esencialmente penetreble, puesto que el hombre puede realizar en ella más de una inmersión" (Diarios, 29-septiembre- 1894).


En el lenguaje cristiano, "Misterio" se refiere a Dios y es comprensible, aunque siempre supera la razón. Es decir, podemos atisbar mucho del Misterio, penetrar en él cuando somos conducidos por Dios y, de hecho, es Dios mismo quien nos ha revelado su Misterio.

Pero Misterio no significa lo que no podemos conocer, o lo que el hombre no puede alcanzar. Es luminoso, porque se refiere a Dios y Dios mismo nos lo va desvelando. Sólo en la vida eterna lo veremos cara a cara y comprenderemos todo y conoceremos todo.

jueves, 26 de octubre de 2017

Un pueblo santo, de santos y para ser santos (Palabras sobre la santidad - XLVII)

Es frecuente en el lenguaje bíblico calificar al Pueblo de Dios como un pueblo santo, porque pertenece a Dios, es de Dios, de su exclusiva propiedad, y participa de su santidad. Ha entrado en la esfera de la santidad de Dios viviendo de su vida. Ha sido consagrado a Dios. Vive en el mundo, entre los hombres, como consagrado a Dios, de ahí que el Pueblo de Dios sea un pueblo santo (cf. Is 62,12).


Los miembros de este Pueblo de Dios han sido consagrados y agraciados por Dios en el Bautismo y la Confirmación, participan de la santidad de Dios y reciben su Espíritu Santo.

"Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron" (LG 40)

De ahí que los miembros de la Iglesia son llamados "santos", los cristianos son "los santos"; cuando se narra la conversión de Saulo, se narra cómo fue perseguidor e hizo mucho daño a "los santos de Jerusalén" (Hch 9,13). Él "visitó a los santos que vivían en Lidia" (Hch 9,32). Narrando él su conversión, reconoce que "encarcelé a un gran número de santos" (Hch 26,10) refiriéndose, es obvio, a los cristianos que encarceló por el Nombre de Jesús.

Ya Apóstol, saludará en sus cartas a los "santos": "a Olimpia y a todos los santos que viven con ellos" (Rm 16,15); saluda "junto con todos los santos" (2Co 1,1), "saluda a los santos que creen en Cristo Jesús" (Ef 1,1), "saluda a todos los santos en Cristo Jesús" (Flp 1,1), "saludan a los santos de Colosas" (Col 1,2), etc.

jueves, 19 de octubre de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXVI)

Con palabras sencillas, dirigidas a niños que le preguntaban, el papa Benedicto XVI explicó qué es la adoración eucarística y con dichas palabras nosotros podremos aprender con humildad a adorar.

"Adriano:  Santo Padre, nos han dicho que hoy haremos adoración eucarística. ¿Qué es? ¿Cómo se hace? ¿Puedes explicárnoslo? Gracias.

Bueno, ¿qué es la adoración eucarística?, ¿cómo se hace? Lo veremos enseguida, porque todo está bien preparado:  rezaremos oraciones, entonaremos cantos, nos pondremos de rodillas, y así estaremos delante de Jesús. Pero, naturalmente, tu pregunta exige una respuesta más profunda:  no sólo cómo se hace, sino también qué es la adoración. Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir:  "Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo". También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo:  "Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo"" (Benedicto XVI, Encuentro con los niños de primera comunión, 15-octubre-2005).

martes, 17 de octubre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XI)

La impaciencia todo lo destruye, y deja el alma arrasada, mientras que la paciencia, laboriosa, va engendrando virtudes que arraigan en el corazón humano.


Para adquirir cualquier virtud es necesaria su consideración, la repetición de actos hasta que se convierten en hábitos firmes del alma y lleguen ser parte de nosotros mismos. Esto no se consigue de un día para otro, ni de la noche a la mañana. No se deja ningún vicio del alma inmediatamente para que arraigue ya una nueva virtud. El trabajo es lento y paciente.

Por eso la paciencia trae consigo un conjunto de virtudes que se van haciendo nuestras con el paso del tiempo, lentamente, y refrena la impaciencia con sus vicios.


"Capítulo 11: La paciencia, madre de todas las virtudes
Después de haber tratado -dentro de nuestras posibilidades- los temas principales sobre la paciencia, ¿sobre qué otros trataremos?, ¿serán los de casa o los de afuera? Abundante y extensa es la labor del demonio. Variadísimos los dardos de este arquero dañino. A veces son pequeños y otras muy grandes. A los menores los desprecias en razón de su misma pequeñez; pero de los mayores, ¡huye a causa de su violencia! 

domingo, 15 de octubre de 2017

Obras de santa Teresa de Jesús



Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, ejerció un magisterio propio mediante sus escritos; esos libros suyos son hoy igualmente un magisterio vivo y muy sugerente, una escuela de vida cristiana y del seguimiento radical del Señor, teniendo como cimiento la oración.



            Fueron sus confesores los que la obligaron a empezar a escribir, y santa Teresa obedeció gustosa. Sacaba ratos por la noche para escribir; no hacía borrador alguno, ni tenía tiempo para revisar lo escrito, con lo cual hay digresiones y repeticiones. Quería enseñar y transmitir, no buscaba el esteticismo literario ni la perfección estilística de una obra acabada para generaciones venideras.

            Escribe como habla, porque está entablando una conversación con el lector. Es un lenguaje directo, rico, con muchas imágenes, giros preciosos, frases lapidarias. Enriquece sus obras con su propia experiencia, y el marco de su experiencia es la referencia, sin que lo eleve a norma absoluta, porque sabe bien que Dios lleva a cada alma por distintos senderos. Tiene ingenio, posee buen humor, capta bien la atención del lector. Y como escribe delante del Señor, en su presencia, muchas veces corta el hilo de la narración o de la exposición, deja en suspenso al lector, y escribe a Dios rezando. De esa manera, el lector reza también con Teresa, juntos, a Su Majestad.

sábado, 14 de octubre de 2017

Dones de Dios en la oración (teología de la oración)

Maravillosamente, y de manera imprevista, Dios tiene como oficio amar, y el amar en Dios es darse. No lo hace en virtud de nuestros méritos, ¿cuáles?, sino en virtud de su amor, de sí mismo. El ejercicio de la oración es una receptividad para el don que es Dios mismo y para los dones que Él quiere comunicar libremente.

Sus dones son constantes. Otra cosa bien distinta es que nuestros sentidos estén embotados, distraidos y metidos en sus cosas y no sintamos ni la presencia de Dios ni su actuación en nuestra alma. Pensamos que Dios no está ni se comunica y sin embargo somos nosotros los que en muchos momentos somos incapaces de sentir y percibir a Dios.

Como las aguas profundas están calmadas y en paz aunque en la superficie haya oleaje, así nuestra alma, débil, experimenta oleajes, ya sea por la imaginación y las distracciones, ya sea por sequedad y largos períodos de purificación, mientras que en lo más interior del alma, sin que lo sintamos, Dios está dándose.

Detengámonos ahora en ver qué da Dios, qué entrega gratuitamente al alma. Así aprenderemos a ir a la oración para buscar a Dios, sólo a Dios, y recibir humildísimamente lo que Él se digne dar.


"... para una infusión de Amor, en lo secreto...

Es posible responder, conservando en la acción de Dios su carácter necesariamente misterioso: son "las cosas de mucho secreto" que pasan "entre Dios y el alma" (1M 1,3). Escuchemos a nuestros dos doctores decirnos este maravilloso enriquecimiento que Dios procura al alma: "Dios enseña el alma y la habla de la manera que queda dicha... Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que El quiere y grandes verdades y misterios" (V 27,6). "Es Dios, el cual oculta y quietamente anda poniendo en el alma sabiduría y noticia amorosa... Pero los bienes que esta callada comunicación y contemplación deja impresos en el alma, sin ella sentirlo entonces, como digo, son inestimables; porque son unciones secretísimas, y por tanto delicadísimas, del Espíritu Santo, que secretamente llenan el alma de riquezas" (L 3, 33. 40).

lunes, 9 de octubre de 2017

Apostolados santos (Palabras sobre la santidad - XLV)

La fecundidad del apostolado radica en la santidad, si bien esta fecundidad, en muchísimas ocasiones, apenas tenga nada que ver con éxitos numéricos, aplastantes, rápidos o instantáneos. A veces esta fecundidad ni los propios santos apóstoles la ven, sólo se revela a largo plazo y de modo inesperado.


Pero sí es condición del apostolado la santidad.

Este apostolado se identifica con la santidad del apóstol, lleno de Dios, respondiendo a la gracia, sin depender simplemente de estrategias humanas, de planificaciones pastorales, de un estilo democraticista -que decía Juan Pablo II en Tertio millennio adveniente-. Es menos cuestión de estrategias y reuniones, de métodos pastorales o del empleo de audiovisuales y textos, cuanto de la santidad del apóstol que anuncia y da testimonio y acompaña a los demás llevándolos a Cristo.

sábado, 30 de septiembre de 2017

A través del trabajo (Palabras sobre la santidad - XLV)

La santidad toma como materia lo cotidiano, lo profano, lo secular, que es amasado y que recibe una nueva forma por la acción de Dios.

Si pensáramos en una santidad de lo extraordinario y lo excepcional, la santidad se tornaría inalcanzable, imposible.


A veces, la percepción de la santidad, errónea, es que se logra a pesar de lo cotidiano, a pesar de la realidad, tan prosaica y monótona, de cada jornada, una igual que la otra, la de hoy igual que la del día anterior.

¿Santificarse? Parecería que lo cotidiano, el matrimonio, la familia, el trabajo, etc., serían obstáculos para la santidad, y que, sin ellos, se alcanzaría la santidad más plena, rápida, fácilmente.

Pero no se trata de santificarse "a pesar de", sino "a través de", a través del trabajo, a través del matrimonio, a través de las realidades seculares, profanas.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Caminando en fe (vida de oración)

"Caminamos sin verlo, guiados por la fe" (2Co 5,7), porque la vida aquí, la del creyente, es una peregrinación donde sólo una luz guía, la de la fe. Pero no vemos.


La noche envuelve la vida cristiana: atisbamos, pero vemos como en un espejo, en enigma. La fe nos conduce.

 La noche, además, se produce en nuestro interior, cuando Dios nos lleva más adelante en la oración y comienzan las purificaciones, activas y pasivas, para que le busquemos sólo a Él. Ya no sentimos nada agradable en la oración, nada sensible, y sin embargo es oración y Presencia, difícil pero liberadora.

La fe es luz en la oscuridad, guía segura.

martes, 26 de septiembre de 2017

Deseos sacerdotales de Pablo VI

El Beato Pablo VI, a punto de ser ordenado diácono en 1920 y, en breve, sacerdote, escribió una carta que es expansión de su corazón.




Posee la ternura de quien se acerca en breve al altar del Señor; tiene los rasgos de la conmoción y estupor ante un Misterio -Cristo y el sacerdocio- siempre mayores, siempre superiores, al pobre que es elegido por el Señor y recibe la imposición de manos.

Me parece esta carta una pieza antológica de los escritos íntimos del joven Giovanni Battista Montini.

¡Cuántos no habrán experimentado lo mismo! ¡Cuántos no habrán suplicado lo mismo al Señor los días previos a la ordenación sacerdotal!


Brescia, 6 de marzo de 1920

Queridísimo don Francesco:

Siento una viva alegría al saber que has querido compartir conmigo la alegría y la solemne inquietud de mi primera ordenación definitiva, porque, al compartirla, la alegría crece y la inquietud deja paso a ese sentimiento de confianza que es propio de la amistad en Cristo. 

domingo, 24 de septiembre de 2017

Orientar sobrenaturalmente un nuevo curso (y II)

Si decimos "venga a nosotros tu reino" en el Padrenuestro, estamos implicándonos nosotros, como colaboradores de Dios, en la venida de ese Reino que no es humano, ni un paraíso terrenal, ni una sociedad humana, sino que es suyo, de Dios.

Esa petición del Padrenuestro implica, de suyo, un horizonte apostólico para el cristiano, un compromiso y una tarea apostólica que es irrenunciable. Él nos eligió y Él nos envía.

Hemos de enfocar nuestra vida, en todas las cosas, según el plan de Dios para nosotros, su llamada y su envío. Cada curso nuevo que empieza debe despertar nuestra esperanza para que trabajemos con nuevo ímpetu santificándonos y también para renovar el compromiso apostólico. Nadie está excluido. Todos por el bautismo estamos llamados y es el Señor mismo quien nos envía en función de su Reino.

Cada uno, es verdad, vivirá un distinto horizonte apostólico y distintas serán las tareas y los modos, según la propia vocación y según el ámbito en que vivamos. No significa que todos tengan que realizar tareas intraeclesiales (o intraparroquiales, siempre dentro de la parroquia), ocupando oficios y servicios, sino que la dimensión apostólica se vive en el mundo, en la sociedad, en las relaciones humanas y laborales, así como en la propia familia.

¡Venga a nosotros tu reino!


"La segunda petición abre un inmenso horizonte apostólico. En la primera demanda el objetivo se concentraba en la persona del Padre invocada al principio de la oración. "Sea santificado tu nombre" manifestaba el deseo de que fuera glorificado desde un mejor conocimiento y un más intenso amor. Este deseo implicaba una intención apostólica: la conversión de los espíritus y el corazón al Padre. Sin embargo, esta intención adquiere mayor fuerza sólo desde la segunda petición, cuando lanza su mirada sobre el reinado del Padre. Este reinado, en su pretensión de reunir a todos los hombres bajo la autoridad del Padre en su amor, constituye el gran objetivo de la obra desplegada en todo el mundo para la salvación de la vida espiritual de la humanidad.
 

sábado, 23 de septiembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - X)

Enseña Tertuliano la necesidad y conveniencia de la virtud de la paciencia en el desarrollo de la vida cristiana. 

Cuando se cierne sobre nosotros la maldad de los demás, cuando se nos provoca, o cuando el enemigo nos insulta, humilla o desprecia, sólo la paciencia puede refrenar la ira y la cólera, y así ni responder al mal con la violencia, frenando cualquier venganza que se nos pueda ocurrir -fruto de la concupiscencia-.

Sin la paciencia, la ira nos doblegaría ante cualquier ataque o daño sufrido; la cólera sin la paciencia sería voraz; la venganza planificaría su castigo si la paciencia no disipara la maldad del corazón.


"Capítulo 10: La paciencia, enemiga de la venganza
Otro muy grande estímulo para la impaciencia es la pasión de la venganza, tanto la que se pone a defensora del honor como la que se comete por maldad. Esta clase de honra es siempre tan vana, como la maldad es siempre odiosa ante Dios. Y lo es muy especialmente en este caso en que uno, provocado por la maldad de otro, se constituye a si mismo en juez con el fin de ejecutar la venganza. Esto es pagar con un nuevo mal; es duplicar el que se había cometido tan sólo una vez. Entre los malvados la venganza es considerada como un consuelo; pero entre los buenos se la detesta como un crimen. ¿Qué diferencia hay entre el provocador y el que a sí mismo se provoca? Que aquél comete el pecado antes, y éste lo comete después. Pero tanto el uno como el otro, son reos de crimen ante Dios, que prohibe y condena cualquier clase de maldad.

Ser el primero o el segundo en pecar no establece diferencia; ni el lugar distingue lo que iguala la semejanza del crimen. Porque de un modo absoluto está mandado que no se devuelva mal por mal (Rm 12, 17). Por tanto, a iguales acciones corresponde igual merecido. ¿Cómo observaremos, pues, este precepto si de veras no despreciamos la venganza? A más de esto, si nos apropiamos el arbitrio de nuestra defensa, ¿qué clase de honor tributamos a Dios, que es nuestro Señor? 

viernes, 22 de septiembre de 2017

Plegaria: Valor de nuestras obras en Cristo

Plenamente hombre de la reforma, san Juan de Ávila está imbuido del tratado de justificación y gracia del Concilio de Trento, con tono profundamente optimista ante el pesimismo antropológico luterano.

Nuestras obras en Cristo son valiosas y Dios las tiene en cuenta, porque es su Hijo el que obra en nosotros y es su Hijo quien las presenta ante Él.


A nosotros nos toca, luchando siempre contra el pecado, unirnos más a Cristo y dejar que obre en nosotros y nos mueva al bien, a la bondad, a la Verdad y a la Belleza. Unidos a Él, y Él por nosotros, damos fruto abundante que Dios mira con agrado. Esa es la parte humana imprescindible de nuestra justificación, que no es pasividad absoluta, sino actividad conjunta con el Señor y su gracia.

Oremos con san Juan de Ávila en esta preciosa meditación teológica, suplicando que Cristo presente lo nuestro ante el Padre y que sea Él siempre quien obre por medio nuestro y en nosotros.



            "Cristo es Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, que ofreció pan y vino.

            Y aunque Él en su propia persona no consagró ni ofreció su santísimo cuerpo más que una vez, sin embargo lo hace cada día hasta el fin del mundo por medio de sus sacerdotes. Y lo que hace por medio de ellos cerca de su santísimo cuerpo, hace también ofreciendo y santificando a los miembros vivos que son su místico amparo.

domingo, 17 de septiembre de 2017

El altar y el corazón

Cuando en la iglesia vemos el honor que merece el altar, debemos elevar los pensamientos.

El altar es revestido de manteles, con flores y cirios; se venera con una inclinación profunda cada vez que se pasa delante de él; el sacerdote lo besa.


Es una Mesa santa, el ara del sacrificio, el signo de Cristo, roca de la Iglesia, piedra angular.

Es el símbolo de la Mesa celestial, allá donde Cristo invita a todos los que quieran acudir, con el traje de bodas, a las nupcias del Cordero y la Iglesia.

Al ver en la iglesia el altar, hemos de pensar también en aquel altar interior, el propio corazón, que debe ofrecer sacrificios y holocaustos de alabanza al Señor.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Orientar sobrenaturalmente un nuevo curso (I)

Cada día, la Iglesia reza solemnemente tres veces el Padrenuestro: en el Oficio de Laudes y de Vísperas y en la Misa cotidiana. En esa oración, la oración dominical, se encuentra un compendio de todo el evangelio, una síntesis, hecha oración, de las enseñanzas de nuestro Salvador.

Así oramos diciendo: "venga a nosotros tu reino", pero esta petición implica también una disponibilidad, un compromiso, una responsabilidad y un trabajo personal.

Al profundizar en esta petición, de la mano del teólogo Jean Galot, podríamos reorientar nuestro trabajo y nuestra disponibilidad en el comienzo de un nuevo curso, donde todo empieza a adquirir su ritmo y monotonía tras el período de vacaciones. El trabajo, que es nuestro lugar ordinario de santificación, debe recibir una impronta sobrenatural, y realizarse con una visión de fe.

¡Venga a nosotros tu reino!


"A esta esperanza orientada hacia la ilusión de un paraíso terrenal, Jesús responde con el anuncio de la venida del reinado espiritual. El Espíritu Santo descenderá sobre los discípulos y los convertirá en testigos (cf. Hch 1,8). Con ello se nos da el sentido auténtico de este reino, según se contempla en la propia petición del Padrenuestro: "Venga tu reino".

martes, 12 de septiembre de 2017

La oración es ejercicio de fe

La vida de oración es un constante ejercicio de fe y de una fe que se va purificando para buscar no ya los consuelos y gustos de Dios, sino buscar sólo al Dios de los consuelos, muchas veces en oscuridad.

La fe necesita ser purificada de muchas adherencias y limitaciones por nuestros pecados, para ser una fe reciamente teologal, que únicamente busque a Dios y lo obedezca. Las distintas purificaciones a las que hay que ser sometidos tienden a una fe que busca a Dios "aunque es de noche", una oración que sólo tiene la luz de la fe, la luz que guía.

La oración es un ejercicio de fe teologal que pone en juego cuanto somos (memoria, inteligencia, voluntad) sin detenerse en las flores del camino (los gustos, las luces, el sabor, el consuelo) sino yendo derechamente a Dios por Dios mismo.

Sin este ejercicio, la oración se puede convertir en un refugio egoísta, sentimental, y la fe quedaría siempre pequeña, infantil, expuesta a muchos peligros, entre ellos, el de no entender el Misterio de Dios y derrumbarse ante la perspectiva de cualquier cruz que se presente o se ponga en nuestros hombros.

Muchas supuestas crisis de fe han sido antes crisis de oración, de una oración rutinaria, insuficiente, que no han entrado en el Misterio y abrazado la Cruz, sino que se han consolado, pidiendo favores, sin atención amorosa a Dios.

La fe crece cuando crece la oración. Y ésta, a su vez, es un ejercicio de fe, necesario, imprescindible.

"...en la fe...

Solamente, en nuestro compuesto humano de bautizado, la gracia nos permite entrar en comunión con Dios por la fe ["la fe es el próximo y proporcionado medio al entendimiento para que el alma pueda llegar a la divina unión de amor", S. Juan de la Cruz, 2S 9]. Por lo demás, ya que la oración es un intercambio de amor, hay una doble actividad, la de Dios y la del hombre. Pero si es evidente que la más importante es la de Dios, la nuestra es la primera. ¿En qué consiste? Con la "ayuda general de Dios", o gracia actual, consiste en hacer un acto de fe. La "fides ex auditu" de san Pablo nos lleva a decir que la catequesis es una condición previa necesaria, y que las tres actividades, sensible, intelectual y sobrenatural, son indispensables, pero que únicamente, según la afirmación de san Juan de la Cruz, "la fe nos da y comunica al mismo Dios" (CB 12,4).

sábado, 9 de septiembre de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXV)

Una sencilla palabra sobre la adoración eucarística, con tal de que la comprendamos mejor, la vivimos amorosamente, la propaguemos fervientemente.


"Un tercer elemento, que de manera cada vez más natural y central forma parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y de la espiritualidad que proviene de ellas, es la adoración. Fue inolvidable para mí, durante mi viaje en el Reino Unido, el momento en Hyde Park, en que decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, respondieron con un intenso silencio a la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, adorándolo. Lo mismo sucedió, de modo más reducido, en Zagreb, y de nuevo en Madrid, tras el temporal que amenazaba con estropear todo el encuentro nocturno, al no funcionar los micrófonos. 

Dios es omnipresente, sí. Pero la presencia corpórea de Cristo resucitado es otra cosa, algo nuevo. El Resucitado viene en medio de nosotros. Y entonces no podemos sino decir con el apóstol Tomás: «Señor mío y Dios mío». La adoración es ante todo un acto de fe: el acto de fe como tal. Dios no es una hipótesis cualquiera, posible o imposible, sobre el origen del universo. Él está allí. Y si él está presente, yo me inclino ante él. Entonces, razón, voluntad y corazón se abren hacia él, a partir de él. En Cristo resucitado está presente el Dios que se ha hecho hombre, que sufrió por nosotros porque nos ama. Entramos en esta certeza del amor corpóreo de Dios por nosotros, y lo hacemos amando con él. Esto es adoración, y esto marcará después mi vida. Sólo así puedo celebrar también la Eucaristía de modo adecuado y recibir rectamente el Cuerpo del Señor" (Benedicto XVI, Disc. a la Curia romana, 22-diciembre-2011).

lunes, 4 de septiembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - IX)

La paciencia, virtud sumamente necesaria, modera en nosotros el miedo ante la muerte, la perspectiva de la misma muerte -siempre terrible- y el dolor hondo cuando se rompen los hilos del afecto con aquellos a los que estábamos unidos y la muerte nos los arrebató.


La muerte, al no ser definitiva, ni victoriosa, es vencida con paciencia, hasta que, por pura gracia, si hemos vivido en santidad y justicia, podamos gozar de la vida eterna, de la resurrección de la carne y del reencuentro feliz con todos los santos en el cielo.

Sin paciencia, la muerte es demasiado angustiosa y la vida se convierte en una carrera sin freno para apurarla ante el temor de que después no hay nada más.


viernes, 1 de septiembre de 2017

La fe (Sentencias de León Bloy)

Una sencilla catequesis, pero a veces lo más sencillo, nos permite recordar las grandes verdades yendo al núcleo, al centro.


"La Fe es el conocimiento de nuestro límite" (León Bloy, Diarios, 18-febrero-1894).


Sin ser un sentimiento (siempre identificando las realidades espirituales con estados emotivos), la fe es un conocimiento sobrenatural, dado por Dios.


Este conocimiento sobrenatural, la fe, nos hace conocer a Dios... y conocernos a nosotros mismos, tal como Dios nos conoce, y tal como es posible humanamente ahora. La fe nos desvela lo que somos y también cómo somos, situándonos en nuestra realidad.

miércoles, 30 de agosto de 2017

La fe, camino de oración

La vida cristiana está amasada por la oración y ahí adquiere textura, peso, medida y sabor. Es connatural al ser cristiano el hecho de ser orante.

Por eso, para avanzar en la vida cristiana, y para vivir la fe plenamente, desplegando sus riquezas en nosotros, la oración espiritual -llevada y guiada por el Espíritu Santo, culto en Espíritu y Verdad- robustece la fe, nos permite captarla, abrazarla, integrarla, afianzarla.


La fe es un camino de oración, porque la Verdad se contempla en diálogo con Cristo.

Para ser iniciado en la oración hay que descubrir bien qué es la oración y cómo se integra en el dinamismo de la fe y de la vida cristiana. La teología de la oración establece los sólidos fundamentos para vivir nuestra plegaria y comprender lo que en ella ocurre.


"Más allá de la sensibilidad, la oración es el encuentro de dos amores en la fe, 'aunque es de noche' para una infusión de amor, en lo secreto hasta la santidad.

Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe.
Qué bien sé yo la fonte que mane y corre,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche (S. Juan de la Cruz).

viernes, 25 de agosto de 2017

El disenso en la Iglesia

Mucho ha sufrido la Iglesia cuando en una época agitada culturalmente, los años sesenta y setenta, todo fue puesto en crisis con movimientos de repulsa a todo lo anterior, ruptura con el orden existente, creación de una cultura nihilista, con sus matices de relativismo. 

Esa ruptura cultural, con el gran símbolo de "mayo del 68", se vivió en la Iglesia y aún hoy se prolonga, con el fenómeno del disenso y la contestación, de quienes dentro de la Iglesia se vuelven contra la Iglesia, calificándola de anticuada y retrógrada y con gran simplismo protestaban y discutían todo cuanto viniese de los legítimos pastores, del Magisterio y del Santo Padre.

Tales voces fueron muy numerosas en ciertos ámbitos teológicos, que asumieron un papel incompatible con el oficio auténtico de "teólogo" y se llegaron a creer que eran "nuevos profetas" del Señor ante el Magisterio y frente a los pastores de la Iglesia. Ellos se autoproclamaban "profetas" y alcanzaban eco sus voces en los medios de comunicación afines. Ellos se creían en "la base" ante la "jerarquía opresora". Sus palabras no eran más que imágenes del protestantismo liberal de principios de siglo, una secularización galopante del dogma, de la liturgia, de la moral y de la vida entera de la Iglesia. Querían confundir a la Iglesia con el mundo llegando, sin más, a la mundanización de la Iglesia y a una reducción ética (o moralista) de todo el Evangelio y de la doctrina.

Ese disenso tan virulento se mantiene hoy, con nuevas características, en la vida de la Iglesia. Han perdido mucho crédito y ya pocos se dejan engañar para seguir sus cantos de sirenas, pero en algunos ámbitos trasnochados, anclados aún en los años 60, les sirven de altavoces para seguir viviendo el disenso y seguir viviendo a costa del disenso.

Vale la pena que adquiramos ideas claras sobre qué significa el disenso y lo que supone para la vida de la Iglesia para situarnos con claridad ante tanto falso profeta, ante tantas voces directamente discordantes con el depósito de la fe y su custodio, el Magisterio.


"En diversas ocasiones, el Magisterio ha llamado la atención sobre los graves inconvenientes que acarrean a la comunión de la Iglesia las actitudes de oposición sistemática, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados. En la Exhortación Apostólica Paterna cum benevolentia, Pablo VI presentó un diagnóstico que conserva toda su actualidad. Ahora se quiere hablar en particular de aquella actitud pública de oposición al Magisterio de la Iglesia, llamada también "disenso", que es necesario distinguir de la situación de dificultad personal... El fenómeno del disenso puede tener diversas formas y sus causas remotas o próximas son múltiples.

Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejercer su influjo, hay que tener en cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna la mentalidad de nuestra época. De allí proviene la tendencia a considerar que un juicio es mucho más auténtico si procede del individuo que se apoya en sus propias fuerzas. De esta manera se opone la libertad de pensamiento a la autoridad de la tradición, considerada fuente de esclavitud. Una doctrina transmitida y generalmente acogida viene desde el primer momento marcada por la sospecha, y su valor de verdad puesto en discusión. En definitiva, la libertad de juicio así entendida importa más que la verdad misma. Se trata entonces de algo muy diferente a la exigencia legítima de libertad, en el sentido de ausencia de coacción, como condición requerida para la búsqueda leal de la verdad. En virtud de esta exigencia, la Iglesia ha sostenido siempre que "nadie puede ser forzado a abrazar la fe en contra de su voluntad" (Dignitatis humanae, 10).