miércoles, 30 de septiembre de 2015

Von Balthasar, teólogo de la Iglesia

Se sabe la prudencia del Magisterio pontificio al pronunciar un discurso o escribir un documento; si cita a algún teólogo, de manera ocasional o excepcional, es avalándolo, encontrando en su obra algún argumento pensamiento de valía que el Magisterio hace suyo e incorpora a la enseñanza eclesial.


Von Balthasar es uno de esos teólogos grandes que los Papas han citado y han valorado, situándolo como un pensador católico, un teólogo de la Iglesia. Eso ya es una garantía para nosotros, sabiendo que, con tranquilidad -siempre con espíritu crítico, usando la inteligencia- podemos leer sus obras.

Algunos ejemplos del Magisterio bastarán para corroborar lo dicho.

Pablo VI, a los cinco años de la clausura del Concilio Vaticano II, publicó la Exhortación apostólica Quinque Iam anni, y en ella inserta, laudatoriamente, una cita de Von Balthasar:


“En la actual crisis que padece el lenguaje y el pensamiento, le corresponde a cada Obispo en la propia Diócesis, a cada Sínodo, a cada una de las Conferencias Episcopales, cuidar atentamente que este esfuerzo necesario no traicione nunca la verdad y la continuidad de la doctrina de la fe. Se necesita destacadamente vigilar para que una elección arbitraria no coarte el designio de Dios entre nuestras humanas vidas, y no limite el anuncio de su Palabra a lo que nuestros oídos quieren escuchar, excluyendo, según criterios puramente naturales, lo que no es del agrado de los gustos modernos. “Pero aunque nosotros –nos previene san Pablo- o incluso un ángel del cielo os anunciase un evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8).

En efecto, no somos nosotros los jueces de la palabra de Dios: es ella la que nos juzga y saca a la luz nuestro conformismo con la moda del mundo. “Las deficiencias de los cristianos, también de aquellos que tienen la misión de predicar, no serán nunca en la Iglesia un motivo para atenuar el carácter absoluto de la palabra. El filo cortante de la espada (cf. Hb 4,12; Ap 1,16; 2,16) no podrá nunca ser biselado. Nunca podrá hablar de la santidad, de la virginidad, de la pobreza y de la obediencia distinto de cómo lo hizo Cristo” (Hans Urs von Balthasar, Das Ganze im Fragment, Einsiedeln, Benzaiger, 1963, p. 296).

lunes, 28 de septiembre de 2015

Una aportación teresiana: un estudio mío publicado

Concluyendo ya el Año jubilar teresiano, este mes de septiembre acaba de salir un volumen publicado por la Fundación San Eulogio, de mi diócesis de Córdoba, con varios estudios teresianos.

Entre ellos, se ha publicado un estudio elaborado por mí. Mi obispo me encargó que trabajase a fondo la carta 158 en la que san Juan de Ávila escribe a santa Teresa de Jesús sobre su Libro de la Vida y lo experimentado por la santa.



Durante unos meses estuve empapándome a fondo de la doctrina de ambos, y ahondando en la obra de san Juan de Ávila para luego poder establecer el contenido real de la carta 158, los paralelos, ideas claves en uno y otro, etc.

Aquí está el resultado...

La reseña que publica la web de la diócesis de Córdoba dice lo siguiente:



“Como a él le parezca voy por buen camino”. San Juan de Ávila y Santa Teresa de Jesús
Mons. Demetrio Fernández, Mª Encarnación González, Javier Sánchez, Miguel Ángel de la Madre de Dios

sábado, 26 de septiembre de 2015

La santidad de los consagrados (Palabras sobre la santidad - XVII)

Los religiosos y, en general, los consagrados, en la inmensa variedad de formas eclesiales manifestada en Órdenes, Congregaciones, Institutos, Sociedades de vida apostólica, extraen las consecuencias del bautismo para seguir a Cristo pobre, casto y obediente.


Ellos son un signo del cielo, del Reino de Dios, con un estilo de vida semejante a Cristo e insertándose, según la propia vocación, en modos concretos o carismas, según la variedad de la vida religiosa: la contemplación, la asistencia a ancianos o enfermos, el mundo de la pobreza, la enseñanza, la predicación, etc...

La santidad es un camino básico para todos los consagrados. Siguiendo a Cristo, ya que el seguimiento define la vida religiosa, se santifican en la medida en que viven sus votos religiosos y se entregan fielmente a su propio carisma:

viernes, 25 de septiembre de 2015

Pensamientos de san Agustín (XXXIV)

San Agustín es maestro en mil temas distintos; pero, si hubiera que apurar un poco más, se podría presentar como el gran doctor de la gracia, la gracia de Dios, la actuación interior y santificante de Dios en el hombre, sin la cual es imposible ni agradarle ni santificarnos.


Sobra pelagianismo, es decir, la herejía -camuflada de antropología- de pensar que el hombre es bueno, que por sí solo lo puede todo, incluso hacer obras buenas, y la gracia sería una recompensa, un algo añadido, exterior al hombre, y, por tanto, innecesario.

Muchos moralistas, tan secos, con el abusivo lenguaje del "compromiso" y "los valores", son pelagianismo del siglo XX y XXI. Por eso, acudamos a la teología de la gracia, con la sencillez del pastor y maestro que sabe desgranar las cosas hábilmente para ser comprendido por todos.

Decía san Agustín:
"La gracia es del que llama, y las buenas obras siguen al que recibe la gracia; no producen ellas la gracia, antes bien, son fruto de la gracia. Pues no calienta el fuego para arder, sino porque arde; ni la rueda corre bien para que sea redonda, sino porque es redonda; de igual modo nadie obra bien para recibir la gracia, sino por haberla recibido" (San Agustín, Cuestiones Diversas a Simpliciano 1,2,3).

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Von Balthasar, citado por el Magisterio

No suele ser habitual que el Papa cite a los teólogos en una audiencia general, en un discurso o en un documento escrito, como una Exhortación Apostólica. Los Papas contemporáneos lo suelen hacer en contadas ocasiones, destacando así a un teólogo como una fiel referencia.

Ya Pablo VI, por ejemplo, citó a De Lubac, a Journet; lo mismo vemos en Juan Pablo II y en Benedicto XVI. Lo hacen en contadas ocasiones y supone un gran respaldo del Magisterio al pensamiento de un teólogo.

Balthasar tiene el honor de ser citado por ellos, y no precisamente para refutarlo o rechazarlo, sino para exponer el Papa su pensamiento guiado por las reflexiones de von Balthasar.

Para nosotros es una garantía de solidez eclesial y, por ello, Balthasar es un teólogo sano, digno de ser leído, estudiado, asimilado, sin sospecha de ningún tipo. Otra cosa distinta será que su estilo, al escribir, es profuso, a veces opaco, y cuesta seguir el hilo conductor de sus reflexiones sobre todo en su gran trilogía "Gloria", "Teodramática" y "Teológica" (con varios volúmenes por sección...).

Benedicto XVI fue el Papa que más citó a Balthasar en su magisterio pontificio.

Cita a Balthasar sobre la centralidad de la fe en su discurso a la Asamblea eclesial de Roma:

“Recuerdo que, precisamente en esta basílica, en una intervención durante el Sínodo romano, cité unas palabras que me había escrito en una breve carta Hans Urs von Balthasar: «La fe no se debe presuponer, sino proponer». Así es. De por sí, la fe no se conserva en el mundo, no se transmite automáticamente al corazón del hombre, sino que debe ser anunciada siempre. Para que sea eficaz, el anuncio de la fe, a su vez, debe partir de un corazón que cree, que espera, que ama, un corazón que adora a Cristo y cree en la fuerza del Espíritu Santo. Así sucedió desde el inicio, como nos recuerda el episodio bíblico escogido para iluminar esta evaluación pastoral” (Benedicto XVI, Disc. en la Asamblea eclesial de Roma, 13-junio-2011).

Argumentando sobre la centralidad del Misterio cristiano, que es la Encarnación en vistas al Misterio pascual, o iniciándose el Misterio pascual con la Encarnación (que es otra forma de decirlo), Benedicto XVI emplea palabras también de Balthasar:

martes, 22 de septiembre de 2015

Contemplación de Jesús evangelizador (I)

En los documentos pontificios, junto a las grandes frases claves y párrafos memorables, que marcan una línea de trabajo y de reflexión, hay otros párrafos y apartados, que, sin tanta importancia, ofrecen una meditación serena y gozosa. Pueden pasar desapercibidos, sin embargo, contienen alimento espiritual, y éste es siempre el presupuesto para luego vivir.

Jesús es evangelizador, el primer y más excelente evangelizador, en quien converge tanto el mensaje como el mensajero, el evangelizador y el evangelio, en una sola Persona.

Su modo de evangelizar y de ser marcan pautas para nosotros, que sólo tenemos un Maestro. Tal como Él, también nosotros, siguiendo su ejemplo de vida y su Corazón.

"Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Después de haber recibido el Espíritu Santo en el bautismo, manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea proclamando « la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" » (Mc 1, 14-15; cf. Mt 4, 17; Lc 4, 43). La proclamación y la instauración del Reino de Dios son el objeto de su misión: « Porque a esto he sido enviado » (Lc 4, 43). Pero hay algo más: Jesús en persona es la « Buena Nueva », como él mismo afirma al comienzo de su misión en la sinagoga de Nazaret, aplicándose las palabras de Isaías relativas al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor (cf. Lc. 4, 14-21). Al ser él la « Buena Nueva », existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el secreto de la eficacia de su acción consiste en la identificación total con el mensaje que anuncia; proclama la « Buena Nueva » no sólo con lo que dice o hace, sino también con lo que es.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Matricularse en la Universidad (y II)

A la hora de ir a la Universidad y pasar unos años decisivos en ella, habría que preguntarse: ¿Qué es la Universidad? ¿Qué puedo esperar y qué debo buscar en ella? También todos los demás habremos de mirar a la Universidad sabiendo lo que es y la función primordial que representa para la vida social, para la cultura, para la formación de las distintas generaciones.

Y para saber y valorar la Universidad, y los jóvenes y docentes para vivirla intensa y profundamente, la fe católica ilumina nuestra propia razón para valorarla justamente y aunar esfuerzos y búsquedas.

Son descriptivas las palabras del papa Benedicto XVI:

"Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Y qué es la universidad?, ¿cuál es su tarea? Es una pregunta de enorme alcance, a la cual, una vez más, sólo puedo tratar de responder de una forma casi telegráfica con algunas observaciones. Creo que se puede decir que el verdadero e íntimo origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad. En este sentido, se puede decir que el impulso del que nació la universidad occidental fue el cuestionamiento de Sócrates. Pienso, por ejemplo —por mencionar sólo un texto—, en la disputa con Eutifrón, el cual defiende ante Sócrates la religión mítica y su devoción. A eso, Sócrates contrapone la pregunta: "¿Tú crees que existe realmente entre los dioses una guerra mutua y terribles enemistades y combates...? Eutifrón, ¿debemos decir que todo eso es efectivamente verdadero?" (6 b c). En esta pregunta, aparentemente poco devota —pero que en Sócrates se debía a una religiosidad más profunda y más pura, de la búsqueda del Dios verdaderamente divino—, los cristianos de los primeros siglos se reconocieron a sí mismos y su camino.

jueves, 17 de septiembre de 2015

El Espíritu y la Comunión

La acción del Espíritu Santo no es una acción revolucionaria en el sentido que algunos le han querido dar. Es decir, unos hablan de Cristo que instituye la Iglesia y la jerarquía y por el contrario el Espíritu es anárquico, sopla donde quiere y además es el que impulsa el disenso en la Iglesia y las actitudes rebeldes y contestatarias. Sitúan al Espíritu Santo como una nueva revelación, en el fondo, y con una acción autónoma, al margen de Cristo y de la Iglesia y fuera de los confines de la misma Iglesia. Le niegan al Espíritu Santo, entonces, su relación intratrinitaria y lo expulsan de la Iglesia como si la Iglesia fuera el freno del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo, los evangelios lo dejan bien claro. El ámbito natural es tomar de lo de Cristo y comunicarlo, y por tanto, la Iglesia es el lugar del Espíritu Santo, aunque no sea en exclusividad. Pero, ciertamente, actúa en la Iglesia y no contra la Iglesia. Suscita profetas, pero no rebeldes y revolucionarios contra la Iglesia. Suscita carismas, pero no movimientos anti-Iglesia. Lleva a la verdad plena, pero esta verdad plena es Jesucristo y su revelación, no una revelación distinta, sincretista, tan en boga hoy, para que todos estemos contentos y falsamente "de acuerdo.

La acción del Espíritu Santo se entiende como continuación de la acción de Cristo, prolongación de su presencia y salvación, actualización de lo mismo de Cristo.

"El Espíritu no inventa nada, no introduce otra economía distinta; vivifica la carne y las palabras de Jesús" (CONGAR, Y.M., El Espíritu Santo, Barcelona 1991, 2ª ed., p. 85).

Si sacamos las consecuencias de esta calificación, "de Jesús", vemos que el Espíritu Santo florece en la Iglesia y es su principio vital de santidad, de verdad y de comunión.

Jamás el Espíritu Santo actúa contra la Iglesia o al margen de ella; ni suscita carismas o movimientos que atacan a la Iglesia como poseedores de una nueva verdad, que vivan por libre, al margen de la Iglesia y de los pastores que el Espíritu Santo sitúa para regir al pueblo cristiano. El Espíritu actúa desde dentro mismo de la Iglesia.

Por eso lo que sea ruptura, desunión, disenso, contestación, grupúsculo, no pertenece al Espíritu Santo, sino al espíritu de la mentira, porque el Espíritu Santo lo que hace siempre es crear comunión y, de modo excelso, la misma Comunión de los santos.

"Este don, con su principio radical, el Espíritu Santo -al encontrarse en todos los miembros del cuerpo 'comunional' de Cristo, hace posible entre ellos una intercomunicación de energía espiritual: 'No sólo se nos comunica el mérito de la pasión y de la vida de Cristo, sino que todo lo que los santos han hecho de bueno se comunica a los que viven en la caridad porque todos son uno: Soy amigo de todos los que le temen (Sal 119,63). De esta manera todo el que vive en la caridad, participa de todo el bien que se hace en el mundo' (Sto. Tomás, Quodl. II, 14; VIIII, 9 [sic])...

Esta unidad establece el vínculo entre la Iglesia de la tierra y la que se encuentra más allá del velo. La liturgia de la Iglesia está llena del sentimiento de que estas dos partes de un mismo pueblo están unidas en la alabanza y celebran el mismo misterio, especialmente en la eucaristía" (Ibid. p. 268).

Por eso, en cada celebración eucarística, pedimos que el Espíritu Santo cree y recree la unidad de la Iglesia, haciéndonos un solo Cuerpo, una perfecta Comunión de los santos en el único Cuerpo de Cristo:

"Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo" (Pleg. eucarística II).

"Para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Pleg. eucarística III).

martes, 15 de septiembre de 2015

Las procesiones, modos de participación en la liturgia (I)


            La liturgia es también movimiento, y por tanto, dentro de ella, la procesión es un movimiento expresivo, significativo. Siempre somos un pueblo en marcha, peregrino, hacia Dios[1]: “La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» anunciando la cruz del Señor hasta que venga” (LG 8).





            En procesión caminan los ministros al altar, precedidos por el incensario, la cruz y los cirios y el Evangeliario en procesión, señalando la meta: el altar, el encuentro con Dios, la dimensión peregrina de la Iglesia. Igual procesión –siempre que se pueda- es la que todos realizan al inicio de la Vigilia pascual, una vez bendecido el fuego y encendido el cirio, entrando en el templo por el pasillo central, ya con las velas encendidas en las manos, precedidos del cirio pascual, como columna de fuego que guía en la noche.


            Procesión llena de solemnidad es aquella en que mientras se canta el Aleluya, el diácono porta el Evangeliario hasta el ambón acompañado de cirios e incienso humeante, disponiendo así a todos los fieles a escuchar al Señor mismo por su Evangelio.

            Con cierto orden, no hay por qué temer el movimiento en la liturgia por el valor simbólico que tiene y porque la liturgia es actio, acción, y a veces, por tanto, movimiento.

domingo, 13 de septiembre de 2015

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida.


Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

sábado, 12 de septiembre de 2015

Matricularse en la Universidad (I)

La Universidad es un templo del saber, el lugar para potenciar la razón y saberla usar. Muchos jóvenes se matriculan en la Universidad, y para los jóvenes católicos, y para quienes se relacionan con el mundo académico en los estudios superiores, debe ser vivido el ámbito universitario como un desafío, un reto, para desarrollar su razón y crecer en la sabiduría, guiados por la fe. Será la fe la que acompañe y purifique la razón. Esto ha de ser integrado en los católicos que viven su etapa de formación universitaria.


La razón se reduce cuando se limite a lo empírico, a lo meramente experimentable, sin buscar las razones y causas últimas, sin buscar el sentido. La razón se ha limitado al ámbito de lo verificable mediante experimento, el método prueba-error, haciendo de la razón una "razón práctica". Se acumulan conocimientos técnicos, pero se ha renunciado a buscar la Verdad y ha dejarse interpelar por los interrogantes últimos.

La razón está abierta al Misterio, consciente de que es mucho lo que puede abarcar y comprender, pero que el Misterio es siempre mayor que la propia capacidad humana de análisis racional. El racionalismo cierra la razón en sí misma, y todo lo somete al imperio de la razón, rechazando orgullosamente aquello que se le escape y no pueda dar una explicación racional.

En la Universidad, bien vivida y con deseo de sinceridad y Verdad, un joven católico y un docente pueden trabajar fecundamente cuando unen fe y razón, pues ese es el ámbito más verdadero de la Universidad, no simplemente el curriculum de créditos, exámenes y trabajos. La Universidad es algo más: el ámbito del Logos, de la razón. Con palabras del papa Benedicto XVI:

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Sobre la Iglesia (II)

Era un momento crucial que tal vez se desperdició o se amortiguó su fuerza: la Iglesia despertaba en las almas, superando el subjetivismo de épocas y momentos anteriores. Así lo constataba Romano Guardini.


Es un sentir y un entender realmente nuevo: se ve la Iglesia como el ámbito y la mediación, la Casa común y una realidad sobrenatural, y nada de ello es un impedimento o un obstáculo ni para el desarrollo personal ni para la comunión con Dios. Es lo contrario, permítase la imagen coloquial, de un supermercado donde cada cual compra donde y cuando quiere y de la manera que quiere. Y sin embargo, eso ha potenciado el individualismo en la Iglesia misma.

La Iglesia es Comunión-comunidad: grande, católica, abierta, universal, integradora, sin identificarse (¡saltaría el subjetivismo de nuevo!) con mi grupo, ni encerrarse en lo pequeño que yo vivo (cofradía, comunidad, movimiento, asociación).

En esa Comunión hermosa, llamada Iglesia, nos integramos.

Cedamos la palabra a Romano Guardini.

"La realidad de las cosas, del alma y de Dios nos sale al encuentro con nueva energía. La existencia religiosa es algo efectivamente real por su objeto, contenido y progreso; es una relación del alma viviente con el Dios vivo, un verdadero vivir para él, no un mero sentir ni una simple esencia ideal; es imitación, obediencia, aceptación y entrega. El problema fundamental no es si hay Dios, sino ¿cómo es él? ¿Dónde lo encuentro, como me relaciono con él, cómo llego a él? El problema fundamental no es saber si debo rezar, sino cómo hacerlo, no si es necesaria la ascética, sino cuál es la que se debe ejercitar.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Espiritualidad de la adoración (V)

Jesús, el Señor, no es una idea ni un mensaje, sino la Persona divina que tanto nos ha amado que se entregó por nuestra salvación. Nuestra relación con Él es una relación personal, donde Él sale a nuestro encuentro descubriéndonos la verdad de su ser y la verdad de nuestro propio ser humano, amándonos, redimiéndonos.

Con Cristo las cosas funcionan de modo personal y único, en un cara a cara con Él. Busca a cada hombre y le tiende la mano para salvarlo e incorporarlo a su Corazón.

Tan personal es esta relación, que en el Sacramento de la Eucaristía Cristo no nos entrega algo, ni nos deja un símbolo o un recuerdo de un mensaje o un manifiesto de compromiso; en el Sacramento eucarístico nos entrega su Cuerpo y su Sangre, Él mismo en Persona se entrega en Comunión y permanece entre nosotros en el Sagrario. 

"Es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, que por ello es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido [39]; ya que contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos [40].

Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro [41]. Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una naturaleza, como dicen, «pneumática» y omnipresente, o la redujera a los límites de un simbolismo, como si este augustísimo sacramento no consistiera sino tan sólo en un signo eficaz de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles del Cuerpo místico [42]." (Pablo VI, Mysterium fidei, 5).
 

viernes, 4 de septiembre de 2015

Un plan de formación para el laicado

No lleve el título a confusión: no vamos a poner aquí un temario con fechas para desarrollar tales o cuáles temas de formación catequética para adultos. A este respecto, ya hay mucho en este blog, pero con el tono de blog, interrelacionado, con catequesis diarias pero de distintos temas, que se entrecruzan, se repiten, se amplían, y luego se rezan, se comentan y se intercambian experiencias y luces en los comentarios.


Un plan de formación para el laicado: es decir, las grandes líneas o los contenidos que hoy debe tener la formación del laicado ante los retos, desafíos e interrogantes de nuestro mundo y de la cultura secularizada.

Con mayor o menor incidencia, con mayor o menor extensión, cualquier formación catequética para el laicado, en cualquier ámbito (parroquias, movimientos, comunidades). Es el horizonte de formación catequética de adultos que ofrecía el papa Benedicto. O dicho de otro modo: más que señalar temas de catequesis y formación, el Papa nos dice los logros de una verdadera formación del laicado, los objetivos que hay que conseguir.

jueves, 3 de septiembre de 2015

El salmo 47


                Por el sacramento del Orden el Señor, elige a quien quiere y lo pone al frente de su pueblo, no porque tenga mayores méritos, o porque tenga mayores cualidades, sino porque es eterno su amor. “Llamó a los que quiso” dice el evangelio de san Marcos, “para que estuvieran con él”. La primera función del sacerdote es estar con Cristo, la oración, el trato interior con Él, y luego, “enviarlos a predicar”. De ahí que el sacramento del Orden imprima un sello imborrable, perenne, en el alma, el carácter sacramental, por el cual el sacerdocio ministerial es distinto del sacerdocio bautismal, no sólo de grado, sino esencialmente. A partir de ahí, el ministro ordenado se constituye no sólo en servidor de la comunidad, porque servidores de la comunidad pueden ser un catequista, o quien trabaja en Cáritas; no sólo servidor de la comunidad, ¡es que tiene la autoridad recibida de Cristo!, ejercida como servicio, pero por la autoridad que le viene del sacramento del Orden.

                El sacerdote recibe la misión de gobernar la comunidad cristiana, la misión de dirigir a la Iglesia y a esa parcela tan amada de la Iglesia que es la parroquia; y debe fortalecer la vida parroquial por encima de cualquier peculiaridad o parcialidad. 

                Debe santificar mediante su propia oración, mediante el ejercicio, con dignidad, con reverencia y con amor, de los santos sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía.

                Finalmente, tiene la misión de la predicación. Decía el Papa Juan Pablo en una carta que escribió a los obispos alemanes en el centenario de la muerte de San Pedro Canisio en 1998, que la predicación forma parte principalísima del ministerio porque es el oficio de quien enseña con autoridad, la autoridad recibida de Cristo por el Orden, y debe ejercerse ante todo, en la Eucaristía, en la predicación litúrgica. En ello estamos, sabiendo y pidiendo al Señor que un sacerdote santo, o un sacerdote que quiera santificarse será el que pueda santificar a su pueblo. No va a ser el sacerdote burócrata, o el sacerdote que sea una máquina haciendo cosas, o el que se crea algo o alguien, el que pueda santificar. El sacerdote santo es el que puede santificar a su pueblo y engendrar santos en su parroquia.

                Vamos al salmo de hoy, el salmo 47, un canto bien hermoso a la ciudad santa de Jerusalén. 

 Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:
el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.

martes, 1 de septiembre de 2015

Palabras sobre el silencio

De buen grado hubiera titulado "sobre el silencio sonoro", porque el silencio del que hablamos, para la vida, la espiritualidad y la liturgia, ni es un vacío ni es solamente la ausencia de ruido, sino que es una Presencia, Dios, comunicándose y dándose.

El silencio posibilita el encuentro con el Misterio de Dios. Está lleno ese silencio de una sonoridad nueva, la del Verbo que habla, la del Logos que revela, la de Cristo que conversa.

Pero el ruido nos aturde. No son sólo los ruidos exteriores del ritmo de vida y de la cada vez más escasa educación, sino también los ruidos que queremos que nos envuelvan ante el vértigo que nos provoca el silencio y la soledad. No sabemos estar en silencio porque nos provoca, nos espolea. Huimos a lo exterior antes que avanzar a la interioridad. El ruido no nos interpela, el silencio sí nos cuestiona. De ahí la necesidad de recuperar el silencio y ser educados en él.

"Sois capaces de valorar su experiencia hoy, en un mundo tan distinto, pero precisamente por esto necesitado de redescubrir algunas cosas que valen siempre, que son perennes, por ejemplo la capacidad de escuchar a Dios en el silencio exterior y sobre todo interior. 

Hace poco me habéis preguntado: ¿cómo se puede reconocer la llamada de Dios? Pues bien, el secreto de la vocación está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es necesario acostumbrar a nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que está cerca y me ama. Como dije esta mañana, es importante aprender a vivir momentos de silencio interior en las propias jornadas para ser capaces de escuchar la voz del Señor. Estad seguros de que si uno aprende a escuchar esta voz y a seguirla con generosidad, no tiene miedo de nada, sabe y percibe que Dios está con él, con ella, que es Amigo, Padre y Hermano.