martes, 30 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, IX)

Retorna san Agustín, no de manera sistemática, sino volviendo y ampliando, argumentando de otro modo, sobre la paciencia y cómo la buena voluntad, o simplemente la voluntad, no basta para ser pacientes.


La caridad es la fuente de la verdadera paciencia. Quien ama de verdad, es capaz de esperarlo todo, de esperar el bien, de esperar al prójimo. La caridad es paciente. No es simplemente el estado emotivo, la vida afectiva tratada romántica, sino una caridad que tiene su origen en Dios -¡Dios es caridad!- y que Él infunde en nosotros.

Un amor de caridad así, excelente, incluye la paciencia, da la paciencia. 

La voluntad ahora, transformada por una caridad teologal tan excelente, es paciente. Pero sin la caridad, sin la gracia, la voluntad se puede desviar o puede agotarse en sus buenos propósitos incluso, cansándose.

viernes, 26 de octubre de 2018

La gran plegaria eucarística

Abordamos un tema central, clave de toda la Misa: la plegaria eucarística.



            Para la participación verdadera en la liturgia, que nunca se identifica con “intervenir” y “que todos hagan algo”, se requiere un conocimiento de la misma liturgia que nos lleve a orar, responder, cantar, escuchar y ofrecernos. Así, para una auténtica participación según la mente de la Iglesia, la Constitución Sacrosanctum Concilium establecía:



            “La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen…” (SC 48).

            ¿Tan importante es la liturgia? ¿No son sólo ceremonias, ritos? La liturgia no es un cúmulo de ceremonias, sino la oración misma de la Iglesia, el culto espiritual y santo. Sus textos litúrgicos, sus lecturas, sus cantos, etc., van impregnando el alma poco a poco si se sabe recibirlos y asimilarlos, de manera que la liturgia es la gran maestra y educadora de la fe: “es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (SC 14).

            Los obispos y sacerdotes, junto con los diáconos, y también los catequistas de niños, jóvenes y adultos, deberán introducir en el misterio de la liturgia mediante una educación paciente para que la sepan todos vivir:

miércoles, 24 de octubre de 2018

Dejemos el moralismo (León Bloy)

Ya empezó el pelagianismo, allá por el siglo IV, y luego continuó con la razón ilustrada... para proseguir con el modernismo y sus secuaces liberales. Todo, absolutamente todo, se redujo a la moral. Cada uno desde su peculiar enfoque, prescindía de la gracia, de la vida sobrenatural, y hasta del Misterio de Cristo, para reducirlo todo a las fuerzas humanas, o al cumplimiento ético, o a la moral del compromiso. Vaciaron así la vida cristiana.


Es la reducción secular a la moral. Da igual la fe, da igual la esperanza, da igual la Verdad... lo importante es la moral y la ética, el compromiso, el buenismo moral... y hoy la "solidaridad".

¿Para qué viene Cristo y se encarna?

Sólo para darnos buenos ejemplos y elevar la moral humana con preceptos de absoluta entrega, generosidad, compasión con los pobres, etc. Cristo se convierte en ejemplo de moral, no en Cauce de salvación, Camino, Verdad y Vida.

Ese es el error del moralismo, vestido con traje distinto según épocas y tendencias.

lunes, 22 de octubre de 2018

Consecuencias o dimensiones de una Iglesia santa (Palabras sobre la santidad - LXI)

Al afirmar que la Iglesia es santa, como lo hacemos en el Credo, como lo hemos visto y experimentado muchas veces en nuestra vida, estamos afirmando dimensiones convergentes, consecuencias diferentes, líneas que se unen en un punto común: la santidad de Jesucristo con la que embellece a su Iglesia.


¡La Iglesia es santa! Quien, con miopía interior e intelectual, no viera más allá, se quedara con la fachada externa de la Iglesia y con los aspectos que a primera vista saltan rápidos y llamativos: sus defectos aparentes, sus miserias humanas, los pecados y fallos de sus hijos... Incluso si quiere pasar ese primer umbral, su mirada se puede detener en los otros aspectos, los institucionales, los visibles, su Derecho, su organización, sus acciones y obras, consecuencia evidente de un Cuerpo que vive en la historia, en la sociedad, y formada también por hombres.

Pero la mirada debe subir de nivel, ampliarse, alcanzar una visión de conjunto, y entonces descubre que sus factores externos, invisibles, y sobrenaturales, son mayores y más importantes y más determinantes y hasta más fundamentales que aquellos que a simple vista se ven, se valoran, se juzgan.

No faltan ejemplos de esa mirada exterior y superficial a lo que meramente se ve en un somero y fugaz análisis. Los fallos y las limitaciones de la Iglesia son patentes, como toda institución donde hay hombres que son, por naturaleza, pecadores aunque redimidos. Pero siempre habrá que ir más allá:

sábado, 20 de octubre de 2018

Tu nombre es perfume derramado (El nombre de Jesús - VII)


“Tu nombre es perfume derramado” (Cant 1,3).

            Así profetiza el Cantar de los cantares: el nombre de Jesús es perfume derramado, perfume embriagador que llena la casa, que es la Iglesia; llena el mundo con el buen olor de la salvación. Esta imagen la tomará san Pablo para explicar la salvación, es decir, al mismo Jesús y su obra redentora: “Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y que, por medio nuestro, difunde en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos el incienso que Cristo ofrece a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden; para éstos, olor de muerte que mata; para los otros, olor que da vida” (2Co 2,14-16). Cristo es el perfume de la salvación, olor bendito que lleva a la vida. Por ello, si su nombre es perfume derramado, la predicación será derramar este perfume, esta salvación, a las almas: que conozcan, crean y amen a Jesús, el Salvador.

            El nombre de Jesús es perfume derramado por cuanto que se da al hombre en la Encarnación, se derrama en la cruz, se expande su aroma de vida por la santa Resurrección. Cristo dándose y amando es perfume nuevo para el hombre nuevo, el hombre recreado por la gracia, redimidos y justificado de sus pecados. Es la explicación que ofrece Orígenes al comentar ese versículo bíblico del Cantar:

            “Cuando tu nombre se hizo perfume derramado, te amaron, no aquellas almas añosas y revestidas del hombre viejo, ni las llenas de arrugas y de manchas, sino las doncellas, esto es, las almas que están  creciendo en edad y belleza, que cambian constantemente y de día en día se van renovando y se revisten del hombre nuevo que fue creado según Dios. Pues bien, por causa de estas almas doncellas y en pleno conocimiento y progreso de la vida, se anonadó aquel que tenía la condición de Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume derramado, de modo que el Verbo no siguiera habitando únicamente en una luz inaccesible ni permaneciera en su condición divina, sino que se hiciera carne, para que estas almas doncellas y en pleno crecimiento y progreso no sólo pudieran amarlo, sino también atraerlo hacia sí. Efectivamente, cada alma atrae y toma para sí al Verbo de Dios según el grado de su capacidad y de su fe”[1].

miércoles, 17 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, VIII)

Acostumbrados ya de sobra al lenguaje agustiniano, a nadie le extrañará que el tratado sobre la paciencia haga una disgresión para acudir a un tema teológico clave en su pensamiento: la gracia.

Sin la gracia nada somos ni nada podemos.


Por eso, la paciencia es un don de la gracia que orienta, dirige, sostiene la voluntad humana, siempre inclinada al pecado cuando se deja guiar por sus meras fuerzas y su concupiscencia.

Dios corona su obra al coronar nuestros méritos. Son suyos, de la gracia obrando en nosotros. Y, por gracia, recibimos una paciencia santa, orientada al bien y la perseverancia, a alcanzar los dones supremos, los bienes temporales y eternos.

Son párrafos realmente deliciosos, dignos de una lectura que sea capaz de asimilar estos conceptos y vivir de una forma nueva.
 

martes, 16 de octubre de 2018

Sentencias y pensamientos (III)

17. “La Verdad os hará libres”. Libres nos quiere el Señor desde la Verdad de nuestra miseria y de su riqueza, de su misericordia y bondad. Libres, de todo miedo, toda angustia, todo temor. Libres, volando en santidad. Esa libertad de espíritu en el Señor, esa paz, sin el espíritu encogido, da felicidad, “lágrimas” pero de amor, paz, santidad. 



 
18. Cuando estés cansado, muy cansado, y sea hora del Oficio divino, pon tu pobre corazón cansado en lo que cantes, aunque no te salga la voz. Dios mira el amor del corazón al cantar la Liturgia, no la voz, ni siquiera mira nuestras distracciones involuntarias. La Liturgia de las Horas, bien vivida, es tu mejor descanso. ¡Ama la Liturgia de las Horas, el canto, las inclinaciones, los silencios!


19. ¡Qué grande la Iglesia! ¡Qué Misterio tan hermoso! Que siempre contribuyamos a su belleza con nuestra vida, nuestra santidad, nuestra liturgia, nuestra oración y nuestra reparación. 

 
20. El Señor nos ha llamado para Él, y su gracia nos va transformando en el mismo Cristo, Cristo en nosotros. ¡Creados para ser santos! 

 
21. Hay posibilidad de cambiar, de crecer. Tenemos muchos recursos humanos y espirituales que la gracia de Dios ponen en situación de respuesta. 


lunes, 15 de octubre de 2018

Enseñanzas centrales de santa Teresa



Cuando en 1970 fue proclamada Doctora de la Iglesia, se reconoció así la validez perenne de su enseñanza y su magisterio. El carisma teresiano está vivo, es enriquecedor, es factible para todos, no sólo para sus hijos carmelitas descalzos. Es un legado vivo, interpelante, digno de encomio, merecedor de ser divulgado, explicado, enseñado.



            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Los tiempos son recios, dificultosos. La secularización lo ha devastado todo y ha infectado a la Iglesia misma hasta tal punto que ni nos damos cuenta ya del ambiente secularista que se respira. Hay una crisis de civilización, una cultura cristiana hecha añicos. Hoy, ser católicos, es una decisión comprometida y contracorriente si se quiere vivir de verdad la belleza de la fe. Pues “en estos tiempos recios son menester amigos fuertes de Dios” (V 15,5), que no se separen de Dios sino permanezcan asidos a Él; que cuiden su fe sin contaminarla; que tengan clara conciencia de su identidad cristiana. ¡Amigos fuertes de Dios!

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Ofrece un magisterio pedagógico sobre la oración. Sabe que es imposible vivir cristianamente sin oración, sabe que en la oración está el todo de nuestra vida y que la oración va transformándonos en Cristo. Por eso ella insistirá en la vida de oración, mostrará sus caminos, forjará orantes, tanto religiosos como sacerdotes y seglares. La oración es para todos, para todo bautizado, y sin ella nada podemos ni hacer ni vivir ni progresar. Es tratar de amistad con Cristo (cf. V 8,5), conversar con Él, mirarle.

domingo, 14 de octubre de 2018

La fuerza del laicado

Que el laicado católico debe crecer en consistencia, lo tenemos claro todos.

Las líneas siempre serán la de la formación y la oración (sólida espiritualidad litúrgica, plegaria personal) para un renovado compromiso apostólico en la Iglesia y en el mundo.

Estas, y no otras, pueden ser las claves de trabajo con el laicado y el camino imprescindible para generar esas minorías creativas (término acuñado por Benedicto XVI) para la regeneración del mundo y la vitalidad de la Iglesia misma.

¿Cómo hacerlo? Y, ¿cuál es la misión que la Iglesia asigna al laicado?

Benedicto XVI, en un Mensaje al Foro Internacional de la Acción Católica, celebrado a finales de agosto de 2012, marcaba, en primer lugar, la corresponsabilidad del laico. Habrá, pues, que despertar la conciencia alertegada (o incluso "consumista" de sacramentos) para pasar a algo más: ser corresponsable de la vida y misión de la Iglesia:

"La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente respecto al papel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como «colaboradores» del clero, sino como personas realmente «corresponsables» del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su contribución específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en comunión cordial con los obispos.

Al respecto, la constitución dogmática Lumen gentium define el estilo de las relaciones entre laicos y pastores con el adjetivo «familiar»: «De este trato familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la Iglesia; actuando así, en los laicos se desarrolla el sentido de la propia responsabilidad, se favorece el entusiasmo, y las fuerzas de los laicos se unen más fácilmente a la tarea de los pastores. Estos, ayudados por laicos competentes, pueden juzgar con mayor precisión y capacidad tanto las realidades espirituales como las temporales, de manera que toda la Iglesia, fortalecida por todos sus miembros, realice con mayor eficacia su misión para la vida del mundo» (n. 37)".

miércoles, 10 de octubre de 2018

La vida eucarística - XI


¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría!
¡Tú creaste el pan y el vino que reconfortan al hombre!
Tu Hijo se nos dio en sagrado Banquete,
y desde entonces
cada vez que comemos del Pan y bebemos del Cáliz
anunciamos su muerte hasta que vuelva.
El cáliz que bendecimos
es la comunión con la Sangre de Cristo.
El pan que partimos
es comunión con el Cuerpo de Cristo.



¡Qué exquisita bondad, Señor!
Nos diste Pan del cielo,
de mil sabores enriquecido,
que contiene en sí todo deleite.

Oramos agradecidos,
enteramente reconociendo
y sintiendo internamente
el gran Don de la Eucaristía
con la plegaria litúrgica más antigua
que nos ha legado el tesoro de la Tradición:

lunes, 8 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, VII)

Como una virtud auxiliar, una ayuda, la paciencia viene dada por la caridad sobrenatural y es una ayuda para vivir esa caridad sobrenatural.

Así señala san Agustín que su origen está en Dios, como fruto de la gracia, y nosotros siempre somos mendigos de la gracia que no podemos presumir ni de méritos ni de obras, que no podemos justificarnos por nuestros méritos y obras, sino por la gracia que genera en nosotros el mérito.


Será la gracia la que nos dé la paciencia cuando infunda una mayor caridad sobrenatural y se extinga así el amor concupiscente, el amor o el deseo al pecado que nos arrastra.

Éstos son puntos claves, no sólo del Tratado sobre la paciencia, sino de todo el armazón teológico de san Agustín.


"CAPÍTULO XVII. La caridad ES LA FORTALEZA DE LOS JUSTOS

14. Los que así hablan no entienden que el inicuo es también más duro para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor del mundo, y que el justo es tanto más fuerte para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor de Dios. Ahora bien, el amor del mundo tiene su origen en el albedrío de la voluntad, su crecimiento en el deleite del placer y su confirmación en el lazo de la costumbre. En cambio, “la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones”, no de nuestra cosecha, sino “por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). 

sábado, 6 de octubre de 2018

Aprender a amar (1)

La serie de catequesis que abrimos con ese título "aprender a amar", no son terapia psicológica ni nada que se asemeje. Más bien podrían ser "clases prácticas" siguiendo el Corazón de Jesús, es decir, aprender a amar como Él ama.

Es el mismo método, con distinto lenguaje, que empleó santa Teresa de Jesús en Camino de Perfección, aclarando qué es amor y no extrañándose de lo confundidos que podríamos estar llamando amor a otras realidades que, en el fondo, no serían sino egoísmo disfrazado de mil maneras distintas.





            Cuando el amor se confunde con un mero sentimiento, entonces no se sabe lo que es el amor, sino la pasión.

            Cuando el amor se confunde e identifica con la satisfacción personal, física o afectiva, sin tener en cuenta al otro, ni buscar el bien ni la felicidad del otro, eso es egoísmo, no amor.

            Cuando el amor se confunde y sueña con una persona “ideal”, pero sin aceptarla y quererla tal cual es, estamos en un amor romántico, fugaz, pasajero.

            O, simplemente, cuando uno vive pensando sólo en uno mismo, en su propio equilibrio, en su propia felicidad, en su propio bienestar, en ir a su aire, sin comprometerse con nada ni nadie, viviendo según los propios instintos y pasiones, incapaz de sacrificarse, incapaz de acoger con el corazón, incapaz de sufrir con nadie o por nadie, o alegrarse con las alegrías de otro, incapaz de molestarse por nadie o tener detalles, incapaz de expresar lo que hay en el corazón... ¡ése es un egoísta! Sólo piensa en sí mismo... y deberá acudir a la escuela del Evangelio, esa escuela que hallamos en el Corazón de Jesús y en el Sagrario.

martes, 2 de octubre de 2018

Lo normal y cotidiano, traspasado por la santidad (Palabras sobre la santidad - LX)

Las grandes palabras no sirven, ni los discursos grandilocuentes, que brotan de un alma exaltada en un momento dado, pero que luego, como globos pinchados, se deshinchan en un instante. Eso, poco valor tiene, y menor duración aún.

La realidad de lo cotidiano, de lo anodino, de lo gris, de las mismas obligaciones cada día desde que suena la alarma del despertador, las mismas rutinas domésticas, el cotidiano ejercicio profesional, las mismas caras, las mismas personas, parecidas situaciones, etc., ahí es donde los grandes discursos se quedan vacíos y se impone la verdad; la rutina de lo cotidiano, es decir, de lo normal y no de lo extraordinario, es el ámbito consecuente de la fe y, por tanto, de la vida de santidad.

Para lo extraordinario, ocasional y hasta deslumbrante, todos estamos dispuestos llegado el momento. ¿Quién no es generoso una vez en una emergencia? Lo difícil es lo cotidiano, siendo -siguiendo el ejemplo- generoso cada momento de cada día aunque nadie lo vea.

Es simple la afirmación aunque cargada de consecuencias: la santidad se vive en lo normal; y, en ese sentido, los santos son normales, no tipos excéntricos, raros, intratables.

Las vidas de santos, las hagiografías, escritas en otros momentos y con otros criterios, incluían muchas leyendas y anécdotas piadosas para exaltar al santo y demostrar su capacidad y virtud sobrenatural, pero han prestado, por contra, un flaco servicio al hacer pensar que la santidad se identifica con esos elementos extraordinarios, y no con tanta vida oculta y anodina, pero fiel, de cada santo.
"Nuestra mentalidad hagiográfica, [está] habituada no poco a poner la santidad en las manifestaciones carismáticas del hombre maravilloso y milagrero, las cuales, a veces, acompañan a la santidad... 

El santo no es tal, por ser extraordinario, y, por tanto, inalcanzable, sino por ser perfecto y típico en la observancia de la norma que debería ser común a todos sus fieles seguidores. Esta concepción teórica, que podemos llamar moderna, de la hagiografía, presenta, desde luego, un peligro: el simplificar demasiado el camino que lleva a la perfección; camino que, por ser evangélico, debe ser como Cristo lo define: “¡Qué estrecha es la puerta y áspero el camino que conduce a la vida!” 

El deseo de privar a la vida religiosa de todo ascetismo artificioso y arbitraria exterioridad para hacerla, como hoy se dice, más humana y conforme con los tiempos, se infiltra acá y allá en la mentalidad moderna de algunos cristianos y hasta religiosos, y puede conducir, insensiblemente, a ese naturalismo que ya no comprende la locura y el escándalo de la cruz (cf. 1Co 1,23), y cree razonable adaptarse con la comodidad del mundo" (Pablo VI, Hom. en la beatificación de Beato Ignacio de Santhia, capuchino, 17-abril-1966).