lunes, 8 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, VII)

Como una virtud auxiliar, una ayuda, la paciencia viene dada por la caridad sobrenatural y es una ayuda para vivir esa caridad sobrenatural.

Así señala san Agustín que su origen está en Dios, como fruto de la gracia, y nosotros siempre somos mendigos de la gracia que no podemos presumir ni de méritos ni de obras, que no podemos justificarnos por nuestros méritos y obras, sino por la gracia que genera en nosotros el mérito.


Será la gracia la que nos dé la paciencia cuando infunda una mayor caridad sobrenatural y se extinga así el amor concupiscente, el amor o el deseo al pecado que nos arrastra.

Éstos son puntos claves, no sólo del Tratado sobre la paciencia, sino de todo el armazón teológico de san Agustín.


"CAPÍTULO XVII. La caridad ES LA FORTALEZA DE LOS JUSTOS

14. Los que así hablan no entienden que el inicuo es también más duro para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor del mundo, y que el justo es tanto más fuerte para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor de Dios. Ahora bien, el amor del mundo tiene su origen en el albedrío de la voluntad, su crecimiento en el deleite del placer y su confirmación en el lazo de la costumbre. En cambio, “la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones”, no de nuestra cosecha, sino “por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). 

Así pues, la paciencia de los justos procede de aquel que difunde en ellos la caridad. Al alabar y recomendar esa caridad, el Apóstol dice de ella, entre otros elogios, que todo lo tolera: “la caridad”, dice, “es magnánima”. Y poco después: “todo lo tolera” (1Co 13, 4. 7). Luego cuanto mayor es, en los santos, la caridad de Dios, tanto más tolera por el Amado; y cuanto mayor es en los pecadores el amor del mundo, tanto más tolera por lo codiciado. Y por eso, el origen de la paciencia verdadera de los justos es el mismo que el origen de la caridad de Dios en ellos. Y la fuente de la paciencia falsa de los malvados es la misma que la fuente del amor al mundo que hay en ellos. Y por eso dice el apóstol Juan: “no améis al mundo ni las cosas que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del siglo, cosas que no proceden del Padre, sino del mundo” (1Jn 2,15-16).


Cuanto más violenta y ardiente fuere en el hombre esa concupiscencia, que no procede del Padre, sino del mundo, tanto mejor se tolerarán las molestias y dolores por lo que se desea. Y por tanto, como ya dijimos esta paciencia no desciende de arriba. En cambio, la paciencia de los hombres piadosos viene de arriba, desciende del Padre de las luces. Por tanto, aquélla es terrena, ésta celeste, aquélla animal, ésta espiritual, aquélla diabólica, ésta deífica. Porque la concupiscencia, que hace que los pecadores sufran todo con pertinacia, es del mundo, pero la caridad, que hace que los que viven rectamente toleren todo con fortaleza, es de Dios. 

Por eso, para esa paciencia falsa puede bastar la voluntad humana, sin la ayuda divina, y es tanto más fuerte cuanto más apasionada, y tanto mejor tolera los males cuanto ella se hace peor. Por el contrario, para la paciencia verdadera no se basta la voluntad humana si no es ayudada e inflamada desde arriba, porque el Espíritu Santo es su fuego, y si no se enciende con él, para amar el bien impasible, no puede tolerar el mal que padece.


CAPÍTULO XVIII. LA VERDADERA PACIENCIA PROCEDE DE DIOS, QUE ES CARIDAD

15. Según atestiguan los oráculos divinos: “Dios es caridad y quien permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). Pero el que pretende poseer la caridad de Dios sin la ayuda de Dios, ¿qué otra cosa pretende sino que puede poseer a Dios sin Dios? ¿Quién dirá esto, siendo cristiano, cuando nadie, en su sano juicio, se atrevería a decirlo? La verdadera, piadosa, fiel paciencia dice exultante, según el Apóstol, por boca de los santos: “¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? Como está escrito, que por ti somos mortificados todo el dí ay hemos sido destinados como ovejas a la muerte. Pero en todo esto vencemos, totalmente, por aquel que nos amó”. No por nosotros, sino por aquel que nos amó. Luego continúa y añade: “Pues estoy cierto que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el presente ni el futuro, ni la altura ni la profundidad, ni criatura otra alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 35-39). 

Esta es aquella “caridad que se ha difundido en nuestros corazones”, no de nuestra cosecha, sino “por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Por el contrario, la concupiscencia de los malos, de la que proviene su falsa paciencia, “no procede del Padre, sino del mundo”, como dice el apóstol Juan.

CAPÍTULO XI. ¿LA CONCUPISCENCIA PROCEDE DEL MUNDO O DE LA MALA VOLUNTAD?

16. Quizá aquí diga alguien: Si la concupiscencia de los malos, por la cual toleran todos los males por el objeto apetecido, procede del mundo, ¿por qué se dice que procede de su voluntad? ¡Como si ellos mismos no fuesen del mundo, cuando aman al mundo, abandonando al que hizo el mundo! Pues: “Sirven a la criatura antes que al Creador, que es bendito por los siglos” (Rm 1,25). O, tal vez, por esto el apóstol Juan designó con el término “mundo” a los amantes del mundo, y entonces la voluntad del mundano procede, sin duda, del mundo. O, quizá, con este nombre designó el cielo y la tierra y cuanto en ellos se contiene, esto es, el conjunto universal de las criaturas, y entonces la voluntad de la criatura es la del mundo, pues no es la del Creador. Por lo que el Señor dice a éstos: “Vosotros sois de abajo, mientras que yo soy de arriba: vosotros sois de este mundo, y no soy de este mundo” (Jn 8, 23). Pero para que no se arrogasen más de lo que permitían sus posibilidades, pensando que este no ser del mundo era obra de la naturaleza y no de la gracia, añadió: “y porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso el mundo os odia” (Jn 15,19). Por tanto, eran del mundo, pues para que no fuesen del mundo fuesen elegidos del mundo".

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