“Tu nombre es perfume derramado” (Cant 1,3).
Así
profetiza el Cantar de los cantares: el nombre de Jesús es perfume derramado,
perfume embriagador que llena la casa, que es la Iglesia; llena el mundo con el
buen olor de la salvación. Esta imagen la tomará san Pablo para explicar la
salvación, es decir, al mismo Jesús y su obra redentora: “Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y
que, por medio nuestro, difunde en todas partes la fragancia de su
conocimiento. Porque somos el incienso que Cristo ofrece a Dios, entre los que
se salvan y los que se pierden; para éstos, olor de muerte que mata; para los
otros, olor que da vida” (2Co 2,14-16). Cristo es el perfume de la
salvación, olor bendito que lleva a la vida. Por ello, si su nombre es perfume
derramado, la predicación será derramar
este perfume, esta salvación, a las almas: que conozcan, crean y amen a
Jesús, el Salvador.
El nombre
de Jesús es perfume derramado por cuanto que se da al hombre en la Encarnación,
se derrama en la cruz, se expande su aroma de vida por la santa Resurrección.
Cristo dándose y amando es perfume nuevo para el hombre nuevo, el hombre recreado
por la gracia, redimidos y justificado de sus pecados. Es la explicación que
ofrece Orígenes al comentar ese versículo bíblico del Cantar:
“Cuando tu nombre se hizo perfume derramado, te amaron, no aquellas almas añosas y revestidas del hombre viejo, ni las llenas de arrugas y de manchas, sino las doncellas, esto es, las almas que están creciendo en edad y belleza, que cambian constantemente y de día en día se van renovando y se revisten del hombre nuevo que fue creado según Dios. Pues bien, por causa de estas almas doncellas y en pleno conocimiento y progreso de la vida, se anonadó aquel que tenía la condición de Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume derramado, de modo que el Verbo no siguiera habitando únicamente en una luz inaccesible ni permaneciera en su condición divina, sino que se hiciera carne, para que estas almas doncellas y en pleno crecimiento y progreso no sólo pudieran amarlo, sino también atraerlo hacia sí. Efectivamente, cada alma atrae y toma para sí al Verbo de Dios según el grado de su capacidad y de su fe”[1].
Este
versículo, “tu nombre es perfume
derramado”, explica la Encarnación del Verbo y el misterio de la salvación.
¡Toda la tierra ha contemplado la salvación de nuestro Dios!, y esta salvación
es, no una idea, ni un esfuerzo moral, ni un compromiso personal, sino una
Persona, Jesús, el Señor, el Salvador.
“Se trata de un misterio profético: bastó que llegase el nombre de Jesús al mundo y se predica el perfume derramado... Del mismo modo que, cuando se derrama el perfume su olor se extiende a lo largo y a lo ancho, así también se ha derramado el nombre de Cristo. Cristo es invocado en toda la tierra; mi Señor es predicado en todo el mundo. En efecto, su nombre es perfume derramado... cuando Jesús brilló en el mundo, inmediatamente sacó a la luz junto con Él a la Ley y los profetas. Entonces se cumplió verdaderamente que tu nombre es perfume derramado, por ello las jóvenes te amaron (Cant 1,3). La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rm 5,5), por ello se utiliza convenientemente el término derramar: Tu nombre es perfume derramado”[2].
No hay comentarios:
Publicar un comentario