martes, 30 de abril de 2019

Beneficios de la oración de Jesús (El nombre de Jesús - XIII)



            Son muchos los teólogos y escritores espirituales que han mostrado las ventajas personales de orar con el nombre de “Jesús”; ciñámonos a uno, Diadoco de Foticé. Él señala, en primer lugar, el recuerdo de Dios, el hacer constante memoria de Dios, por tanto, ayuda a vivir en la presencia de Dios y recordar su inmenso amor por cada uno de nosotros.

            “Si empezamos, pues, a practicar con celo ferviente los mandamientos de Dios, en adelante la gracia iluminará todos nuestros sentidos en un sentimiento profundo, como quemando nuestros pensamientos y penetrando nuestro corazón con una cierta paz de inalterable amistad, preparándonos para tener pensamientos espirituales y no más carnales. Esto es lo que sucede continuamente a aquellos que se aproximan bastante a la perfección, a los que tienen incesantemente en el corazón el recuerdo del Señor Jesús”[1].

            Además, un segundo beneficio de la oración de Jesús es que expulsa los demonios interiores y las tentaciones que acosan al alma:

“Si el intelecto se encuentra en una memoria muy ferviente, sosteniendo el santo Nombre del Señor Jesús y lo usa como arma contra el engaño, entonces el impostor se aparta de su engaño y se lanza a un combate cuerpo a cuerpo contra el alma. Por eso el intelecto, reconociendo el engaño del maligno, progresa en la experiencia del discernimiento”[2].

domingo, 28 de abril de 2019

El camino de la liturgia (y II)



            La belleza, que atrae y fascina al espíritu humano, lo eleva sobre sí mismo a la Belleza que es Dios, ha sido desterrada de la liturgia, introduciendo formas, modos de comportarse, dinámicas e incluso la misma música y canto, que son vulgares, de mal gusto, sin hermosura alguna ni espiritualidad (el “feísmo” se llama en filosofía a este fenómeno). Frente a esta desfiguración de la belleza en la liturgia, buscada por católicos que se definen como “progresistas” o “pastoralistas”, sólo hay hoy un camino para el catolicismo: el cuidado, el respeto y la delicadeza por la liturgia, su belleza y sacralidad.


            “En toda forma de esmero por la liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios. Estamos en presencia de Dios; él nos habla y nosotros le hablamos a él. Cuando, en las reflexiones sobre la liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la liturgia es opus Dei [obra de Dios y para Dios], con Dios como sujeto específico, o no lo es. En este contexto os pido: celebrad la sagrada liturgia dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres”[1].


            La manera de presentar el misterio en el culto litúrgico, su apariencia sensible, desempeña un papel definido y no puede considerarse como sujeta a cambio arbitrario a tenor de las palabras tan importantes como desconocidas del Vaticano II: “nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia” (SC 22). 

          ¡Qué necesario es el respeto exquisito a la liturgia, a sus normas, a su espiritualidad y belleza! En la liturgia hemos de pregustar el cielo y la felicidad eterna, lo que nos hace trascender, sintiendo y gustando internamente a Dios.

            La Iglesia siempre amó la belleza, cuidó las artes, se esmeró en la composición literaria de sus textos litúrgicos y en la disposición solemne de sus ritos, favoreció la música sacra, engendrando una cultura cristiana, un amplio patrimonio cultural nacido al amparo de la liturgia. Aquí la reflexión debe abordar un punto importante: la música y el canto en la liturgia

jueves, 18 de abril de 2019

Fortaleza de los santos, santos fuertes (Palabras sobre la santidad - LXVII)



En esta hora de la Iglesia, en la cual la secularización ha convertido en un páramo nuestro mundo, y donde esa misma secularización se ha infiltrado en la Iglesia acomodándola al mundo, plagiando sus estilos y modos, es cuando se ve la necesidad de cristianos fuertes, valientes, decididos, que se hayan dejado conquistar por el Señor. “Nuestro tiempo tiene necesidad de cristianos fuertes. La Iglesia –tan moderada hoy en sus exigencias prácticas y ascéticas- necesita hijos valientes, formados en la escuela del Evangelio” (Pablo VI, Audiencia general, 25-febrero-1970).
 



            Estos cristianos fuertes, anclados en Cristo, cimentados en Él, resisten vientos, tempestades, huracanes, de tantos vientos de doctrina (cf. Ef 4,14) como cimbrean a la Iglesia. Se convierten en testigos fieles de Quien es Fiel (1Co 1,9; 10,13; 1Jn 1,9) y no se dejan abatir. Permanecen cimentados y estables (Col 1,23). Son baluartes seguros.

            Son valientes y decididos, es decir, son santos. No cambian acomodándose a las modas; no se mimetizan con el mundo confundiéndose con él; preservan su identidad cristiana; tienen los ojos fijos en Jesús (cf. Hb 12,2). Son humildes y sin arrogancia; no avasallan ni imponen; tampoco es tozudez, terquedad, intransigencia o dureza en el trato con los demás.

            Los santos son fuertes con una fortaleza distinta, la del don del Espíritu Santo, que perfecciona la propia entereza humana, que da consistencia a la propia fragilidad: “has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio” (Prefacio de los Mártires).

martes, 16 de abril de 2019

Sentencias y pensamientos (VI)


35. ¿Qué encontramos en la oración?
            La unión con el Señor y con la Iglesia;
            La obediencia;
            La pobreza, para no desear nada, sino libertad de espíritu y desprendimiento;
       La virginidad, limpieza de corazón para amar apasionadamente a Cristo y con intensidad y sacrificio a los hombres, nuestros hermanos;
  




        El deseo de Dios, de entregarse, de trabajar, de gozar de lo que el Señor nos ofrece;
       La mortificación y el sacrificio de la propia voluntad, de la curiosidad, de discutir, capaces de hacer sacrificios y penitencia;
        Las distintas virtudes cristianas: primero la fe, la esperanza y la caridad; pero también la paciencia, la humildad, la perseverancia, el silencio, la devoción, etc., etc.


35. Este saber del corazón es un gusto suave de Dios en el alma, un conocer las cosas desde Dios, una intuición ágil y pronta del Espíritu Santo, algo inefable.


 36. ¡Cuánto se aprende de lo vivido por los demás si se les sabe escuchar! Luego, todo se cierne en esa criba que es la oración y la consideración.


37. Vivir a Cristo, vivir de Cristo: ahí se nos da toda sabiduría.

domingo, 14 de abril de 2019

"Nos haces dignos de servirte en tu presencia"

"Adstare coram te et tibi ministrare", dice el original latino: "Estar delante de ti y servirte a ti". Esta breve frase de la plegaria eucarística II da pie a una reflexión que conduce a conocer la naturaleza de la liturgia misma y el concepto (recto, claro) de la participación litúrgica.

De este modo, tomando pie en las mismas plegarias eucarísticas, nos vamos acostumbrando a descubrir la riqueza teológica y espiritual que se contienen en los textos litúrgicos de la Iglesia y, al mismo tiempo, a penetrar en las plegarias eucarísticas, que son la oración cumbra y fundamental de la celebración eucarística.




“Nos haces dignos de servirte en tu presencia”



-Comentarios a la plegaria eucarística – X-


            “Nos haces dignos de servirte en tu presencia”, reza la plegaria eucarística II.

            En la liturgia santa estamos en presencia de Dios; ante Él mismo, Dios vivo y verdadero, único Señor y centro de la acción litúrgica. La liturgia es el servicio divino, la Obra de Dios, que los fieles bautizados realizan y a la que nada deben anteponer. Servimos a Dios muy especialmente en la liturgia: “¡Servid al Señor con alegría!” (Sal 99), dice el Salmo cuando van a entrar en el Templo “por sus puertas con acción de gracias”.

lunes, 8 de abril de 2019

La Parusía en la Vigilia pascual (textos)

El pueblo cristiano es un pueblo que espera y desea que vuelva su Señor glorioso y ponga al pecado y a la muerte como estrado de sus pies, dando vida a todos, juzgando a vivos y muertos, introduciéndonos para siempre en la vida eterna.


Esto es la "escatología", ésta es la espera del Señor y su venida gloriosa, la "Parusía", tan palpitante durante las primeras semanas de Adviento. Pero en Adviento podría decirse que recibimos una preparación para su Venida, una intensificación del deseo, pero no es un misterio reducido al Adviento. Todo el año es una espera del Señor hasta que vuelva glorioso. Y la máxima tensión, el clima expectante, lo vivimos en la Vigilia pascual.

En esa noche, casi desde el principio del cristianismo, los fieles eran convocados para la larga Vigilia pascual esperando realmente que esa misma noche viniese el Señor en gloria. La nota "escatológica" de la Vigilia pascual era evidente. Era una noche especialísima, los corazones estaban preparados: tal vez sea hoy, esta noche de Vigilia pascual, cuando vuelva el Señor. Nada de rutina, o de una celebración de la Misa casi rutinaria, apagada, adelantada al atardecer para cumplir un ceremonial: era la noche en vela en honor del Señor porque estaban convencidos de que el Señor Jesús volvería glorioso desde el cielo una noche de Pascua.

Recordaban los cristianos, como una imagen muy plástica, muy visual, a las vírgenes prudentes que durante la noche, con las lámparas encendidas en sus manos, aguardaban la vuelta del Esposo para pasar con Él al banquete: lo vivían así, de noche, con velas encendidas, cantando y oyendo las lecturas bíblicas, hasta pasar a celebrar el Banquete Eucarístico si el Señor no había vuelto en gloria pasada la medianoche.

lunes, 1 de abril de 2019

El camino de la liturgia (I)



            El rostro del catolicismo ha mostrado una faz gloriosa durante siglos en el esplendor y hondura espiritual de la Santa Misa y de sus oficios que impresionaron tanto que incluso lograba conversiones –como la de Paul Claudel en el Magnificat de unas Vísperas navideñas en Notre-Dame de París-. Hoy ya no es así, y recuperar la fuerza espiritual y sagrada de la liturgia es uno de los caminos por donde transita actualmente la Iglesia.



            Algunos han pretendido lograr la unión entre la religión y la vida rebajando y adaptando la religión a las modas del momento, perdiendo su esencia y su belleza, persiguiendo metas meramente mundanas. Los actos de culto religioso han de ayudar a trascender lo mundano, y no mundanizarse so pretexto de integrar, de atraer, de renovar, de participar: lemas tan en boga y a la vez tan vacíos y fracasados.

            Muchos, ya sean clérigos o religiosos y laicos, imbuidos del secularismo que evita lo sobrenatural e ignora la trascendencia, colaboran en el proceso de desacralización que caracteriza a nuestro mundo moderno y se infiltra en el templo y en la liturgia, cual caballo de Troya. Parece que no se dan cuenta de la importancia básica de lo sagrado en la religión que nos hace salir de nosotros mismos para estar ante Dios, embotando el sentido sagrado de la religión y de la liturgia. Al final profanan la liturgia, es decir, la convierten en algo mundano, profano, corriente. 

¿Pero este comportamiento responde al deseo y a la intención de quien acude a la iglesia? 

¿No se desprecia el sentido religioso inscrito en el corazón del hombre independientemente de la mayor o menor formación intelectual y académica? 

¿Acaso quien entra en la iglesia con corazón puro no lo hace buscando a Dios, dejándose envolver por el Misterio?