martes, 31 de mayo de 2016

Querer con el amor de Jesús (I)



Como discípulos, entramos en la escuela de su Corazón para aprender a amar. “Ved ya aquí un gran misterio, hermanos. El sonido de nuestras palabras golpea vuestros oídos, pero el maestro está dentro. No penséis que nadie aprende algo de otro hombre. Podemos poner alerta mediante el sonido de nuestra voz, pero si no se halla dentro alguien que enseñe, el sonido que emitimos sobra. ¿Queréis una prueba? ¿Acaso no habéis oído todos este sermón? ¡Cuántos no van a salir de aquí sin haber aprendido nada! En lo que de mí depende, he hablado a todos, pero aquellos a quienes no habla interiormente la Unción, a los que no enseña interiormente el Espíritu Santo, regresan con la misma ignorancia. El magisterio exterior no es más que una cierta ayuda, un poner alerta. Quien tiene su cátedra en el cielo es quien instruye los corazones... Quien instruye, pues, es el maestro interior; quien instruye es Cristo, quien instruye es su Inspiración” (S. Agustín, In ep. Io. 3,13).
           




            Pues entremos en su escuela, seamos discípulos con el alma abierta para recibir sus enseñanzas con atención. ¡Aprender a amar!

Para amar, respetar la libertad

            El amor, si es verdadero, busca el crecimiento integral del otro, busca su bien completo y verdadero, en todas las facetas y aspectos.

            Pero todo lo que impide el crecimiento del otro es un atentado contra la libertad. Donde no hay respeto –incluso admiración y legítimo orgullo por el otro-, no puede haber libertad, y estaríamos atropellando al otro. Hay que tener sumo respeto evitando cualquier clase de “dominación” o de “control” de la otra persona. Amar es que el otro sea él mismo, no plasmarlo a imagen y semejanza de uno mismo, o dominar y controlar quitándole espacio vital, casi como si fuera una competición y ver quién es más fuerte y controla y domina (en el matrimonio, siempre es un riesgo que hay que vigilar): “nada de rivalidades y envidias” (Rm 13,13c).  

lunes, 30 de mayo de 2016

Plegaria: el testimonio de la caridad (S. Juan de Ávila)

La caridad fraterna es uno de los signos distintivos de la vida cristiana; por ella reconocerán que somos discípulos del Señor, si somos capaces de amarnos unos a otros. Era uno de los grandes lugares apologéticos para el cristianismo: ser capaz de amarse así no es un esfuerzo humano, sino el don del Espíritu Santo que engendra una vida nueva.

Sabemos, por el Apologeticum de Tertuliano, que los paganos decían: "mirad cómo se aman". Esto les suscitaba preguntas y búsquedas.


Por el contrario, un antitestimonio (que se diría hoy) es la falta de caridad sobrenatural, sustituida por afectos de grupos, intereses afectivos, o directamente por enfrentamientos y celos.

El amor del Espíritu Santo en nuestros corazones, permitiendo la fraternidad eclesial, será siempre un signo interpelante y una llamada evangelizadora.

Por eso oremos y meditemos ante el Señor, con la plegaria de san Juan de Ávila.



Testimonios y antitestimonios: la caridad

            Ciertamente, dice una gran verdad el que es la suma Verdad, que, si los cristianos guardásemos perfectamente la ley que tenemos, cuyo principal mandameinto es el de la caridad, sería tanta la admiración que causaríamos en el mundo a los que nos viesen iguales a ellos en la naturaleza, y muchos mayores que ellos en la virtud, que, como los débiles a los fuertes, y los bajos a los altos, se nos rendirían y creerían que mora Dios en nosotros; pues verían que podemos lo que las fuerzas de ellos no alcanzan, y darían gloria a Dios que tiene tales siervos.

sábado, 28 de mayo de 2016

Unción de Jesús, Unción de su Cuerpo

La santa Pascua desvela la hermosura, la belleza y el esplendor de Jesucristo. Ahora aparece en su forma definitiva, aquella que apuntaba en la Transfiguración: es la carne del Hijo de Dios, plenificada y llena del Espíritu Santo, porque fue ungida para siempre.


Jesús, nuestro Señor, es el verdadero Ungido; recibe el Espíritu Santo en su carne humana al encarnarse; recibe el Espíritu en el río Jordán al ser bautizado... y recibe el Espíritu que lo resucita, vivificando su carne. Desde ese momento y para siempre, su nombre propio es "el Ungido", Cristo.

Y de Él, de Cristo, desciende la unción para todos los miembros de su Cuerpo, sus hermanos, los bautizados. Se participa del Espíritu Santo porque somos miembros vivos de su Cuerpo místico y en cuanto tales, en cuanto miembros de la Iglesia, Cuerpo del Señor, hemos recibido el Don por excelencia, el Espíritu Santo.

viernes, 27 de mayo de 2016

El canto para la liturgia

El canto es connatural a la liturgia, nunca un añadido, algo que se le suma para embellecer y deleitar, ni tampoco es un estorbo para la propia devoción y recogimiento.

La liturgia requiere el canto como la mayor expresión orante, ayuda a la solemnidad y también a la meditación, tanto de los cantos del Ordinario (Kyrie, Gloria, Santo, Cordero de Dios), como del Propio de la Misa (Entrada, salmo responsorial, Aleluya, ofertorio, comunión).

Pero, ¿con qué criterios? ¿Para qué el canto litúrgico? Veamos.

 
"Vuestro número, verdaderamente notable, y sobre todo el significado del Congreso Litúrgico Musical, en el que habéis participado religiosas encargadas del canto que llenáis esta audiencia, han sido los motivos que nos han empujado a recibiros aparte esta mañana. Y si, desgraciadamente, el tiempo disponible no nos permite entretenernos con vosotras en un discurso profundo sobre este tema, que tanto nos interesa, hemos deseado de todas formas detenernos con vosotras, para expresaros nuestra admiración, nuestro agradecimiento, nuestro estímulo por la labor que desarrolláis en vuestras comunidades, entre la juventud y en las parroquias; labor de animación, de refinamiento, de elevación, de educación para el canto y, mediante esto, para la liturgia y, por consiguiente,  para la oración y para el culto divino. Labor, por tanto, de auténtico, grande y necesario apostolado.

Renovación litúrgica

Vuestra presencia nos dice cómo no faltan los talentos y las fuerzas para la renovación litúrgica, inaugurada por el Concilio Vaticano II y promocionada con sabias directivas por los órganos competentes de la Santa Sede. No hemos desperdiciado ocasión para valorar y sostener las iniciativas actuales, para estimular a todo el Pueblo de Dios a tomar parte activa en las celebraciones litúrgicas, con la voz y con el canto, para confirmar de esta manera su personal e íntima presencia del espíritu, que es condición insustituible para realizar a través de la liturgia el encuentro interior con Dios.

miércoles, 25 de mayo de 2016

El salmo 97



                En este salmo podemos reconocer el canto y las palabras que la Iglesia le reza a Jesucristo, su Señor, su Salvador. Es el salmo 97 que proclama la victoria de Cristo y cómo esa victoria de Cristo está siendo anunciada ya en toda la tierra a todos los hombres.

                    Canta este salmo:


 Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El ha Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:

tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.



                “El Señor revela a las naciones su justicia”. ¿Qué justicia es ésta? ¿La justicia implacable que nosotros aplicamos a los demás según la vara de medir de nuestros propios criterios? Más bien, la justicia de Dios que es nuestra salvación.  


martes, 24 de mayo de 2016

Espiritualidad de la adoración - XI

La Eucaristía es una inagotable fuente de santidad. De ella depende la unión con Cristo, íntima y transformadora. Las almas que avanzan en la vida de santidad, son aquellas que han ido modelando su existencia con una forma eucarística, es decir, de caridad sobrenatural, sacrificio, donación.

La Eucaristía modela la vida cristiana realizando una transformación crística. El Espíritu Santo obra en nosotros esa transformación y así, vivir el misterio de la Eucaristía, entrando en él, es tener la garantía segura de una transformación interior.

Fuente de santidad, la Eucaristía requiere y pide nuestra adoración, ya que es el mismo Señor quien está en el Sacramento dándose y amando. Lo vivido en la celebración de la Misa, es profundizado, contemplado, asimilado por los largos ratos de adoración eucarística, de manera que la adoración es una escuela básica de esa inagotable fuente de santidad.

Tanta importancia tiene, que una buena pastoral (parroquial, comunitaria, diocesana) potenciará la vida eucarística y la adoración, consciente de los frutos de renovación y santidad que aporta, y buscará y fomentará "los medios litúrgicos y pastorales con los que la Iglesia de nuestro tiempo puede promover la fe en la presencia real del Señor en la sagrada Eucaristía y asegurar a la celebración de la santa misa toda la dimensión de la adoración" (Benedicto XVI, Disc. a la Plenaria de la Cong. para el Culto divino, 13-marzo-2009).

La Eucaristía no se agota en su celebración, como muchas veces se ha presentado y se vive; su permanencia en el Sagrario nos permite entrar en la adoración, en un contacto íntimo e interior, ya sea personal o comunitariamente (en Horas santas, exposición del Santísimo, etc.). Es una dimensión que a veces se ha oscurecido o ha pasado desapercibido, centrando el esfuerzo pastoral y espiritual únicamente en la misma celebración litúrgica.

domingo, 22 de mayo de 2016

La santa Iglesia... formada por pecadores (y II)

Formada por hombres que sufren la herencia de Adán, redimidos y salvados en esperanza, la Iglesia es una Comunidad Santa en sí misma, cuyos miembros somos pecadores.

Esta es la paradoja del Misterio de la Iglesia: santa y formada por pecadores. Será la piedra de escándalo en ocasiones evitar esa paradoja ha llevado a una situación de cisma, de buscar una perfección imposible en esta humanidad nuestra; de catarismo, de puros y perfectos, que se creen santos y poseedores de toda ortodoxia y espiritual. Ellos arrancaron la cizaña y el trigo a la vez. Ellos se autoconstituyeron jueces de la Iglesia, y quedaron al margen de la vida de la Iglesia.

"Cristo crucificado vive eternamente en la Iglesia. Podríamos arriesgarnos a hacer una comparación y decir que los defectos de la Iglesia son la cruz de Cristo; que toda la realidad del Cristo místico -su verdad, su santidad y gracia, su persona adorada por los fieles- está atada y ligada a esas deficiencias de la Iglesia, así como un día el cuerpo de Cristo estuvo clavado en el madero de la cruz. Quien quiere a Cristo debe compartir su cruz, ya que ninguno de nosotros lo desclava de ella.

Se dijo que nos dignificamos con las deficiencias de la Iglesia, si percibimos su más profundo sentido. Tal vez sea así; es decir: que esas imperfecciones deben crucificar nuestra fe, para que busquemos verdaderamente a Dios y nuestra salvación, no a nosotros mismos. Por eso, esos defectos están siempre presentes. Bien se dice que, en el cristianismo primitivo, la Iglesia había sido idealizada...

viernes, 20 de mayo de 2016

Justificados por gracia (San Agustín)

¿Justos por nosotros mismos? Más bien justificados por pura gracia. Es la doctrina agustiana expuesta en la carta 194.

"6. Los que ignoran la divina justicia y quieren establecer la propia, no quieren que Él tenga la gloria cuando justifica a los impíos con la gracia gratuita. Cuando se ven acosados por las voces de los hombres piadosos y religiosos que protestan, confiesan que Dios los ayuda a adquirir o retener la justicia, pero de modo que siempre preceda un mérito propio, como queriendo dar por delante para que se lo pague aquel de quien se dijo: “¿Quién le dio a Él primero para que se le devolviera?” Piensan que su mérito va  siempre delante de aquel de quien oyen, o más bien a quien no quieren oír: “Porque de Él, y por Él, y en Él están todas las cosas”

La profundidad de la divina sabiduría y ciencia se refiere a las riquezas, y a esas riquezas pertenecen las de la gloria empleadas en los vasos de misericordia que llama a su adopción. Tales riquezas quiere mostrarlas por medio de los vasos de ira, para que fueran terminados para su perdición. ¿Y cuáles son estos caminos misteriosos, sino aquellos de los que se canta en el salmo: “todos los caminos del Señor son misericordia y verdad?” Son, pues, misteriosas su misericordia y su verdad, ya que “se apiada de quien quiere”, y no por justicia, sino por gracia y misericordia; y “endurece a quien quiere”, pero no por iniquidad, sino por verdad del castigo. 

Esa misericordia y verdad se ajustan entre sí, como está escrito: “La misericordia y la verdad se encontraron”. De modo que ni la misericordia impide la verdad con que es castigado quien lo merece, ni la verdad impide la misericordia con que es liberado quien no lo merece. ¿De qué méritos propios va a engreírse el que se salva, cuando, si se mirase a sus méritos, sería condenado? ¿Quiere decir eso que los justos no tienen mérito alguno? Lo tienen, pues son justos. Pero no hubo méritos para que fuesen justos; fueron hechos justos cuando fueron justificados, y, como dice el Apóstol, “fueron justificados gratis por la gracia divina”.

jueves, 19 de mayo de 2016

¡¡Sacerdotes del Señor!!


"Bien sabéis lo que la Iglesia y las almas esperan de vosotros:

una fidelidad constante a las exigencias del carácter sacramental,

una actitud de servicio consagrado a los demás,

una entrega cotidiana a la tarea de santificación,
para no ensombrecer la auténtica fisonomía de vuestra realidad misteriosa y estupenda.
Sois herederos, instrumentos de Cristo;

mediadores de sus dones.

Se os pide, por tanto -y de ello sois gozosamente conscientes-,

ser testimonios nítidos, convincentes, del Cristo fuerte y humilde, 
sincero y obediente,
recogido y operante,

que extiende el misterio de su redención

y que, a través de vuestra palabra y acción sacerdotales,

continúa su obra de salvación para el mundo.

Vivid siempre lo que sois,

lo que representáis,

lo que tratáis".

(Pablo VI, Disc. a diez nuevos sacerdotes, Oss Rom, 22-marzo-1968).

miércoles, 18 de mayo de 2016

Una catequesis pascual

Las realidades centrales de nuestra fe tal vez no sean fáciles de explicar con palabras humanas: cruz, resurrección y glorificación de Cristo, sin embargo son centrales, nucleares, y aunque cueste trabajo explicarlas, las tenemos recibidas por unos testigos cualificados. Los apóstoles son testigos de lo que han vivido y simplemente testifican unos hechos que los marcaron ya para siempre.


Lo primero es el anuncio del Señor resucitado.

Aquel que murió en la cruz, que fue depositado en un sepulcro nuevo excavado en la roca que aún no había sido usado, y allí reposó hasta la mañana del domingo, ha resucitado, está vivo y glorioso en circunstancias nuevas, con el mismo cuerpo pero "espiritual", no sometido al espacio y al tiempo.

lunes, 16 de mayo de 2016

El rito de la paz en la Misa (y III)

Para una digna realización del rito de la paz en la Misa, que refleje la verdad de lo que se hace -la paz de Cristo- y se evite lo que lo desfigura (meros saludos y abrazos sin más, intentando saludar a todos), la Congregación para el Culto divino, con carta de 8 de junio de 2014, ha recordado lo que ya estaba marcado.



Recoge citas del Misal romano y, explicando el sentido de este rito, recuerda cómo hay que realizarlo y cuáles son las maneras defectuosas que se han introducido.




6. El tema tratado es importante. Si los fieles no comprenden y no demuestran vivir, en sus gestos rituales, el significado correcto del rito de la paz, se debilita el concepto cristiano de la paz y se ve afectada negativamente su misma fructuosa participación en la Eucaristía. Por tanto, junto a las precedentes reflexiones, que pueden constituir el núcleo de una oportuna catequesis al respecto, para la cual se ofrecerán algunas líneas orientativas, se somete a la prudente consideración de las Conferencias de los Obispos algunas sugerencias prácticas:

a) Se aclara definitivamente que el rito de la paz alcanza ya su profundo significado con la oración y el ofrecimiento de la paz en el contexto de la Eucaristía. El darse la paz correctamente entre los participantes en la Misa enriquece su significado y confiere expresividad al rito mismo. Por tanto, es totalmente legítimo afirmar que no es necesario invitar “mecánicamente” a darse la paz. Si se prevé que tal intercambio no se llevará adecuadamente por circunstancias concretas, o se retiene pedagógicamente conveniente no realizarlo en determinadas ocasiones, se puede omitir, e incluso, debe ser omitido. Se recuerda que la rúbrica del Misal dice: “Deinde, pro opportunitate, diaconus, vel sacerdos, subiungit: Offerte vobis pacem” [8].

b) En base a las presentes reflexiones, puede ser aconsejable que, con ocasión de la publicación de la tercera edición típica del Misal Romano en el propio País, o cuando se hagan nuevas ediciones del mismo, las Conferencias consideren si es oportuno cambiar el modo de darse la paz establecido en su momento. Por ejemplo, en aquellos lugares en los que optó por gestos familiares y profanos de saludo, tras la experiencia de estos años, se podrían sustituir por otros gestos más apropiados.


sábado, 14 de mayo de 2016

El cristianismo crea un hombre nuevo

El humanismo cristiano es humanismo de virtudes, es decir, va creando un hombre "virtuoso", donde el bien va siendo cada vez más connatural a él, por el ejercicio repetido de actos de virtud.

Las virtudes naturales y humanas son reforzadas, potenciadas, por el cristianismo. El cristianismo crea hombres auténticos y plenos. ¿Es una ideología humanista, una ética humanista? ¿Tiene al hombre por centro? No, tiene a Jesucristo porque en Él sabemos quién es Dios y vemos qué es el hombre. El cristianismo conforma a cada hombre con el Modelo y Arquetipo, el Hombre Cristo Jesús.


Esto se hará a base de esfuerzo, trabajo interior, ascesis, desarrollando todo lo bueno del hombre, ejercitándolo en el bien y la verdad, en la belleza y el crecimiento de las virtudes para que forman parte de él, de su actuar.

                "A cuantos se plantean la cuestión que ahora vamos a desarrollar, sobre la perfección humana, sobre el ideal hacia el cual el hombre moderno debe orientarse, se le ocurren muchos pensamientos que constituyen una de las características de la mentalidad de los hombres de nuestro tiempo. En general, estos pensamientos parten de una valoración negativa de los tipos humanos, según los cuales nos ha educado la pedagogía de las generaciones precedentes; una crítica audaz, y frecuentemente cruel, ataca a los hombres ejemplares que nos han precedido; la estatura de los héroes de los tiempos pasados se limita y se reduce a niveles frecuentemente inferiores a los normales, especialmente los representantes de las generaciones próximas a la nuestra son rechazados sin más como ineptos para enseñar algo a las generaciones juveniles, antes, por el contrario, son frecuentemente acusados como culpables de las situaciones inaceptables para la juventud actual que las ha heredado todo el bien que los viejos o los que empiezan a serlo, han hecho o han intentado hacer, se olvida de buen grado; todo debe ser pensado de nuevo y emprendido sin tener en cuenta, más aún, en oposición con el dato tradicional, que el curso del tiempo y la madurez civil nos presentan como fruto de inmensas fatigas y digno de honrosa gratitud. 

                    Todo es equivocado, se dice, por lo menos todo debe ser abandonado y hecho de nuevo con respecto a la figura del hombre, que hasta ayer era considerada como ejemplar. Se quiere un humanismo nuevo. Tan nuevo que continuamente están rechazando las fórmulas humanísticas presentadas hasta ayer y hasta hoy por las diversas escuelas del pensamiento o por los diversos movimientos sociales. En la búsqueda de una originalidad siempre nueva se cae fácilmente en un conformismo con algún autor discutible que esté de moda, y precisamente porque está de moda.

La vocación del cristiano

                Pero en la búsqueda de una humanidad típica e ideal existen también pensamientos positivos, especialmente en el ámbito afortunado de nuestra comunidad eclesial. Toda la doctrina sobre la perfección de la vida religiosa, el llamamiento a la santidad que nace de la misma vocación cristiana, la afirmación de los valores, no sólo de la esfera sobrenatural de la gracia, sino también del orden y de la actividad temporal, que el Concilio ha repetido en sus documentos, nos ayudan a creer que el seguidor de Cristo puede y debe tener también hoy su propia grandeza moral, heredada, ciertamente, pero viva y que debe ser recordada, de la cual, si él no tiene siempre la más alta prerrogativa, por desgracia, en su vida práctica, tiene, sin embargo, su secreto, la fórmula justa en el campo doctrinal. El cristiano que es lo de verdad es el hombre verdadero, es el hombre que se realiza plena y libremente a sí mismo; y todo ello, inspirándose en un modelo de infinita perfección y de insuperable humanidad. Cristo, Nuestro Señor, imitable en algunas formas necesarias, las exigidas por la fe y por la gracia, y en muchas otras, sugeridas por su propio carácter de cristiano y por su consciente elección (cf. Sto. Tomás, I-II, 109,1).

viernes, 13 de mayo de 2016

Veni Creator Spiritus!


Es una súplica constante en labios del creyente, del pueblo de Israel y hoy de la Iglesia: “Ven”. Necesitamos de Dios y de su acción, vivimos de Él y de su gracia, y sin Él, o lejos de Él, o apartándonos de Él, no hay vida sino muerte; no hay agua sino desierto; no hay vergel, sino tierra seca, páramos estériles.



“¡Ven!” “Levántate y ven en mi auxilio” (Sal 34), “Dios mío, ven en mi auxilio” (Sal 69), “despierta tu poder y ven a salvarnos… ven a visitar tu viña” (Sal 79). 

El deseo es urgente: “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!” (Is 63,19). En labios de la Iglesia es una súplica dirigida a Cristo, Cabeza y Esposo, para que vuelva ya glorioso: “El Espíritu y la esposa dicen: Ven; y quien lo oiga diga: ven” (Ap 22,17). Siempre, constantemente: “Marana thá” (1Co 16,22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).

jueves, 12 de mayo de 2016

Los santos de la caridad social (Palabras sobre la santidad - XXVI)

Un amor tan grande como el de Cristo nunca se queda limitado a la persona que lo recibe, sino que transforma a la persona y al transformarla la convierte en un difusor de ese amor recibido. El amor -el bien- es difusivo de sí, se extiende, se da, se comunica.

Los santos vivieron ese amor grande, amor de Cristo, y en lugar de convertirlo en una vivencia subjetiva y sentimental, ese mismo amor fue motor de obras grandes, de acciones misericordiosas, para que los demás fuesen igualmente amados por Cristo. Obraron el bien, atendieron a las necesidades y sufrimientos del otro. 

Esto es lo que se podría definir como caridad social: el amor al otro que transforma, y cómo, la sociedad. Ni las palabras, los discursos, las ideologías, los programas de partidos políticos, ni las revoluciones, cosas tantas veces aparentes, sino un amor nuevo, el de Cristo vivido y compartido, cambia el mundo con opciones verdaderas, radicales, de bien para el prójimo. Recordemos algunos grandes santos de la caridad social, cuya acción cambió la sociedad de su época:

miércoles, 11 de mayo de 2016

La obra de la gracia (San Agustín)

Lo mejor siempre es acercarnos a fuentes originales, de aguas cristalinas: beber de la Tradición, conocer a los Padres, dejarnos educar por ellos, simplemente porque los Padres de la Iglesia son maestros perennes e imperecederos del cristianismo.


En este caso, será san Agustín con su carta 194, que leeremos tranquilamente, explicando la doctrina de la gracia, tan importante en todo su pensamiento teológico.

¿Tan importante es? Sí, porque hay una teoría que sigue pululando y no da descanso: se llama pelagianismo. El pelagianismo confiaba ante todo en las fuerzas del hombre y en la bondad originaria de la naturaleza humana, de forma que la gracia ni era necesaria ni se debía al amor de Dios, sino que era meramente auxiliar, externa, y en cierto modo un fruto de nuestro compromiso, de nuestro esfuerzo.

Confía el pelagianismo tanto en el hombre y en su capacidad, que hace innecesario al Redentor y superflua la acción de la gracia. El hombre se salva solo porque es bueno y puede salvarse mediante obras buenas, o en nuestro lenguaje actual, mediante sus compromisos, su solidaridad, etc.

Acudir a la doctrina agustiniana nos ayudará a evitar esa teoría que exalta al hombre ignorando su condición real (el pecado original y su fruto, la concupiscencia) y minusvalorando a Cristo, su redención y su gracia.

martes, 10 de mayo de 2016

La atención personal: san Juan de Ávila



            El Señor en el evangelio usaba una pedagogía particular, especial, según las diferentes personas. Correspondía así a las distintas situaciones de acercamiento y proximidad a su Persona y la disposición correspondiente a su seguimiento.

            Predicaba el Señor a las multitudes; predicaba luego a grupos más reducidos y los preparaba, como los 72, y luego, más extensamente y en privado, todo a los Doce. Son distintos niveles de seguimiento y exigencia, plasmaciones distintas de la santidad.

            San Juan de Ávila también practica, por así decir, esa pedagogía divina y es modelo para nuestra práctica sacerdotal. Lo mismo predica a inmensas multitudes, que enseña a grupos concretos (de discípulos, de sacerdotes) o que dirige y orienta a personas concretas. Ese método hemos también de cuidarlo. Igual que san Juan de Ávila sabe pasar de muchedumbres o de grupos a personas concretas, dedicándoles tiempo, escritos, cartas e incluso tratados, los sacerdotes en la parroquia debemos prestar tiempo y acompañamiento a personas que, con mayores interrogantes, buscan una mayor exigencia de vida: ya sea en el confesionario o dirección espiritual, ya sea un pequeño cenáculo de catequesis de adultos o grupos de espiritualidad.

            San Juan de Ávila dedica muchas horas, por ejemplo, a componer el Audi filia en atención a una seglar conversa, Dña. Sancha Carrillo. A sus ojos tiene tanto valor el avance cristiano de esta persona como las muchedumbres que pueden reconocer su valía oratoria y sacerdotal. También, igualmente, dedicaba tiempo para sus discípulos, en grupo y uno a uno, formándolos y discerniendo su vocación.



            El tiempo sacerdotal debe incluir también a las personas concretas, la escucha y acompañamiento, el presentar constantemente la vocación a la santidad, al alto nivel de la vida cristiana ordinaria[1]. A quien vemos que tiene ‘materia’, capacidad, para darse más al Señor, se lo hemos de proponer y ayudar.

             Sólo y exclusivamente una pastoral “de masas”, amplia, no puede servir ni resultar eficaz a la larga. Así como es necesaria una pastoral de “primera evangelización” para quienes empiezan, y otra pastoral de “formación”, para quienes necesitan poner sólidos cimientos, también hace falta un ejercicio pastoral de discernimiento, acompañamiento, para ser maestros de vida espiritual a quienes el Espíritu haya suscitado un deseo mayor y más intenso de Cristo.

            ¡No en vano fue llamado “Maestro de santos”!



[1] Cf. Juan Pablo II, Carta Novo millennio ineunte, 30-31.

lunes, 9 de mayo de 2016

Disposiciones internas de una participación interior


            Hay una clara exageración, que parte del desconocimiento de la naturaleza de la liturgia y su valor pastoral, en insistir en que la participación es solamente algo externo, que hay fomentar, incluso añadiendo o inventando cosas no previstas en los libros litúrgicos de la Iglesia.


            Esa clara exageración suele ir en detrimento de la participación interior, devota, consciente, fructuosa, que son el núcleo de la verdadera liturgia. El cuidado de la liturgia, la cura pastoral, la pastoral litúrgica, deben fomentar las disposiciones internas, los sentimientos espirituales auténticos, para entrar en el Misterio del Señor que se celebra en la liturgia.

            Pío XII lo advirtió ya en la encíclica Mediator Dei: 

Pero el elemento esencial del culto tiene que ser el interno; efectivamente, es necesario vivir en Cristo, consagrarse completamente a El, para que en El, con El y por El se dé gloria al Padre. La sagrada liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos; y no se cansa de repetirlo cada vez que prescribe un acto de culto externo” (nn. 34-35). 

Lo externo, como los cantos, respuestas, posturas corporales e incluso los distintos servicios litúrgicos (lectores, acólitos, coro, oferentes en la procesión de los dones, monitor) buscan únicamente la participación interior de los fieles, favorecer la unión con Cristo: 

domingo, 8 de mayo de 2016

El Buen Pastor, una imagen certera de Cristo

Preciosa homilía en su contenido y en su forma, la pronunciada por Pablo VI en 1968 sobre Cristo, el Buen Pastor.


Deliciosa meditación, que provoca suavidad en el alma, es esta homilía que nos conduce a un conocimiento sencillo a la par que profundo, de Cristo Jesús, con esa imagen, la del Buen Pastor, anunciada y cantada en los salmos y en los profetas, y con la cual Cristo se identifica porque en Él, realmente, se cumple.

Es éste, el de Buen Pastor, uno de los títulos cristológicos más consoladores, que expresan bien Quién es él y cómo actúa.


                "Dejemos que nuestra alma medite en las palabras del Evangelio que acabamos de escuchar y que nuestro espíritu se abra para recoger alguno de sus aspectos que nos pueda servir de alimento espiritual durante la celebración de los Santos Misterios.

                El Evangelio de la segunda dominica después de Pascua nos presenta el célebre pasaje del Buen Pastor. Este pasaje, elegido por la liturgia para hoy, da la impresión de responder a una necesidad psicológica: a la de quien –por emplear una comparación obvia- ha perdido la presencia física de una persona querida.
                Cuando uno de los nuestros nos deja al morir, ¿qué se hace? Lo estamos evocando constantemente. El Evangelio de hoy nos lleva a repensar la persona, la figura, la misión de Cristo. Veamos lo que ha sucedido. Cristo ha terminado su vida temporal con al cruz y ha inaugurado otra con su Resurrección; y nosotros, que nos hemos quedado extasiados ante este acontecimiento, que tanto nos consuela y nos sobrepasa: la victoria sobre la muerte, nos encontramos, sin embargo, casi abandonados en la soledad, volvemos con el pensamiento a quien nos ha presentado el Evangelio con formas humanas y sensibles, y nos preguntamos: ¿cómo era?, ¿cuál era su rostro?, ¿cómo recordar su figura?

viernes, 6 de mayo de 2016

Misión y necesidad del Magisterio de la Iglesia

Ninguna desconfianza, sospecha o recelo debe albergarse en un corazón católico respecto al Magisterio de la Iglesia; más bien, por el cocntrario, una confianza gozosa de hallar en el Magisterio una guía para comprender la Verdad y una seguridad de estar en comunión con la Iglesia de todos los tiempos hasta sus orígenes, el mismo Cristo y los apóstoles.


Las corrientes secularizadoras han introducido un principio protestante que se ha abierto paso en muchos hijos de la Iglesia y es el de la libre interpretación, como si la asistencia del Espíritu Santo fuera sólo subjetiva, a cada uno, en el momento de leer y luego interpretar cada cual a su gusto, tanto al Escritura como el depósito de la fe. Habría tantas verdades y tantos magisterios distintos como personas. Además, esas corrientes secularizadoras en el seno mismo de la Iglesia han fomentado el disenso y la contestación al Magisterio, discutiendo su autoridad, y empleando un lenguaje caducado ya, como si el Magisterio fuera opresor de las bases cristianas. Se llega así a ensalzar a los contestatarios como "nuevos profetas" y sospechar siempre del Magisterio de la Iglesia. 

El colmo de esta secularización interna es pretender que esto mismo avala el Concilio Vaticano II y que el "espíritu del Concilio" aparta y arrincona el Magisterio de la Iglesia, recayendo todo en el pueblo de Dios y en sus nuevos maestros, los teólogos, los cuales, cuanto más apartados del Magisterio de la Iglesia, más son considerados "profetas". Pero ¿acaso pueden justificarse semejantes comportamientos con el Concilio Vaticano II? Evidentemente, no.

La Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, explicita el valor y la necesidad del Magisterio para interpretar autorizadamente la fe:

miércoles, 4 de mayo de 2016

Cristo es un Médico divino

Un gran Médico ha venido hasta nosotros porque los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. ¿Quién puede creer que está sano? 


El Señor ha venido porque sabía de nuestra situación real. No ha venido para enseñarnos una moral, o unos compromisos y opciones por la justicia y la solidaridad; no ha venido para darnos un ejemplo ético... sino que ha venido porque necesitábamos una salvación que nadie podía lograr por sí mismo. No era una doctrina para unos pocos, ni un mensaje universal de fraternidad, ni un símbolo de trascendencia: era la Salud, la salvación, la redención, lo que Cristo venía a donar a la humanidad.

Sus milagros y curaciones eran signos de ese "más", de esa salvación que es una necesidad primordial.

lunes, 2 de mayo de 2016

La visita al Santísimo - Rahner (y II)

Continuamos con el artículo de Karl Rahner sobre la visita al Santísimo; ahora ofrece los argumentos necesarios para refutar las objeciones en contra de esta práctica y reforzar la piedad eucarística.

¿Intentamos asumir esas claves y hacerlas nuestras? Vamos a ello.



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II. Legitimidad de la visita

"Pero vengamos ahora a los argumentos intrínsecos. ¿Cuál es el sentido y cuál debe ser el contenido de las "visitas"? Nos parece que no se debería, como se ha hecho ordinariamente, ligarlas exclusivamente a la presencia real de Cristo a la adoración que ella merece como tal. Puede uno preguntarse, en efecto, si este fundamento tradicional, justo en sí, pero un tanto formal, es psicológicamente lo suficientemente fuerte para eliminar las resistencias que se oponen hoy a la práctica en cuestión. Se hace necesario desarrollar las verdaderas implicaciones.

1. Una objeción: la Eucaristía es esencialmente alimento

He aquí la dificultad fundamental que se alega en nombre de la teología. Es cierto que Cristo está realmente presente en el Santísimo Sacramento. Pero, ¿por qué una tal presencia? ¿Por el placer de estar entre nosotros? ¿Para ser adorado y honrado en razón de esta presencia, para sentarse un trono y conceder unas audiencias? Lo mismo si se responde afirmativamente o si, como indica la teología dogmática, uno se contenta con decir que ahí no hay sino una motivación válida entre otras, será lo mejor acudir ante todo la enseñanza del Concilio de Trento (Denzinger, 878): el sacramento de la Eucaristía ha sido instituido por Cristo, se nos dice, ut sumatur (para ser tomado como alimento). la estructura fundamental de la Eucaristía consiste en su carácter de comida, en su relación al uso a que está destinada. Esta es la verdad de fondo de toda nuestra reflexión.

domingo, 1 de mayo de 2016

El hombre vale más que la máquina

El trabajo profesional, sea del tipo que sea, mientras sea honrado y honroso, edifica la sociedad, contribuye al bien común y es la materia de la santidad cotidiana, aquello que nos permite ser santos en lo diario y poder ofrecer algo en la Eucaristía que celebramos.


El trabajo es grande no sólo por la producción económica y los beneficios salariales que pueda reportar, sino por el desarrollo del hombre mismo, su rendimiento como capacidad personal, el bien común. El hombre crece, se desarrolla y se potencia por su propio trabajo. Es un bien para él.

Vamos a reflexionar sobre el trabajo, la producción, el papel humanísimo que ha de poseer, y lo haremos con una homilía de Pablo VI, en 1969, sobre estos temas que en aquellos años eran acuciantes, años revueltos cargados de ideologías.


                "Y ahora, ¿qué os diremos a vosotros, trabajadores, en los breves momentos de este nuestro rápido encuentro. Os hablamos con el corazón. Os diremos algo muy sencillo pero lleno de significado, y es que sentimos dificultad al hablaros. Nos percatamos de lo difícil que resulta hacernos entender por vosotros. ¿Es que quizá no os comprendemos bastante? De hecho, nuestro discurso nos es harto difícil. Nos parece que estáis sumergidos en un mundo que es extraño al mundo en que nosotros, hombres de Iglesia, vivimos. Vosotros pensáis y trabajáis de una manera tan diversa de aquella en la que piensa y obra la Iglesia.

                Os decíamos al saludaros que somos hermanos y amigos, pero, ¿es así en realidad? Porque todos nosotros advertimos este hecho evidente: el trabajo y la religión en nuestro mundo moderno son dos cosas separadas, distanciadas y frecuentemente opuestas. Antes no era así... pero tal separación, tal incomprensión recíproca no tiene razón de ser. No es este el momento de explicar el porqué. Ahora os baste el hecho de que Nos, precisamente como Papa de la Iglesia Católica, como humilde pero auténtico representante de este Cristo cuyo nacimiento conmemoraremos esta noche, más aún, lo renovamos espiritualmente, hemos llegado hasta vosotros para deciros que esta separación entre vuestro mundo del trabajo y el religioso, el cristiano, no existe, o mejor dicho, no debe existir.

                Repetimos una vez más... el mensaje cristiano no le es ajeno, ni se le niega, al contrario, diríamos que cuanto más se afianza aquí la actividad humana en sus dimensiones de progreso científico, de potencia, de fuerza, de organización, de utilidad, de maravilla, de modernización, en una palabra, tanto más merece y exige que Cristo, el Obrero profeta, el Maestro y el Amigo de la Humanidad, el Salvador del mundo, el Verbo de Dios que se encarna en nuestra naturaleza humana, el Hombre del dolor y del amor, el Mesías misterioso y el Árbitro de la Historia, anuncie aquí y desde aquí al mundo su mensaje de renovación y de esperanza.