domingo, 8 de mayo de 2016

El Buen Pastor, una imagen certera de Cristo

Preciosa homilía en su contenido y en su forma, la pronunciada por Pablo VI en 1968 sobre Cristo, el Buen Pastor.


Deliciosa meditación, que provoca suavidad en el alma, es esta homilía que nos conduce a un conocimiento sencillo a la par que profundo, de Cristo Jesús, con esa imagen, la del Buen Pastor, anunciada y cantada en los salmos y en los profetas, y con la cual Cristo se identifica porque en Él, realmente, se cumple.

Es éste, el de Buen Pastor, uno de los títulos cristológicos más consoladores, que expresan bien Quién es él y cómo actúa.


                "Dejemos que nuestra alma medite en las palabras del Evangelio que acabamos de escuchar y que nuestro espíritu se abra para recoger alguno de sus aspectos que nos pueda servir de alimento espiritual durante la celebración de los Santos Misterios.

                El Evangelio de la segunda dominica después de Pascua nos presenta el célebre pasaje del Buen Pastor. Este pasaje, elegido por la liturgia para hoy, da la impresión de responder a una necesidad psicológica: a la de quien –por emplear una comparación obvia- ha perdido la presencia física de una persona querida.
                Cuando uno de los nuestros nos deja al morir, ¿qué se hace? Lo estamos evocando constantemente. El Evangelio de hoy nos lleva a repensar la persona, la figura, la misión de Cristo. Veamos lo que ha sucedido. Cristo ha terminado su vida temporal con al cruz y ha inaugurado otra con su Resurrección; y nosotros, que nos hemos quedado extasiados ante este acontecimiento, que tanto nos consuela y nos sobrepasa: la victoria sobre la muerte, nos encontramos, sin embargo, casi abandonados en la soledad, volvemos con el pensamiento a quien nos ha presentado el Evangelio con formas humanas y sensibles, y nos preguntamos: ¿cómo era?, ¿cuál era su rostro?, ¿cómo recordar su figura?


                Aquí es preciso evitar un escollo bastante en boga en nuestros días que se ha definido como “mitización”: un arreglo artificioso y fantástico de la figura de Cristo.

Manso y humilde de corazón

                Tenemos magníficas razones para no caer en este error. En primer lugar, porque su figura en el pasaje evangélico de hoy es realista, humilde, despojada de toda ampulosidad, y tiene, por completo,  el sello de una fiel realidad. Además, seguimos fiel y coherentemente las mismas palabras de Cristo. Es Él quien indica y define su misión. El Buen Pastor. En dos ocasiones se llamó así; y nosotros nos atenemos exactamente a esta definición que quiso darse a sí mismo y que nos legó, como declarando: Pensad en Mí así. Yo soy el Buen Pastor. Por eso quiso legar a nuestra alma, a nuestro recuerdo, a nuestro raciocinio esta definición suya. Con tal evidencia que la primera y más antigua iconografía cristiana, como es sabido, nos presenta  precisamente la imagen rural sencilla y pueblerina del Pastor que lleva sobre las espaldas una de las ovejas.

                El Buen Pastor es Jesús. Ahora hay que comprender, ya que no es suficiente contemplar la imagen de la persona desaparecida ni su evocación sensible: es preciso comprender, penetrar  lo que traslucen estas semblanzas. ¿Era así Jesús? ¿Fue Él expresamente quien quiso ser recordado y celebrado como Buen Pastor? Precisamente se trata de esto y de los caracteres más salientes que trazan de esta forma la figura de Jesús. Pues bien, el Evangelio nos lo dice con palabras increíblemente sencillas. Y, como siempre,  con enseñanzas profundas, abismales, que casi dan vértigo y llegan al límite de nuestro poder de comprensión. En este sentido nos invita el Señor mismo –y la liturgia de la Iglesia lo repite- a concebirlo así: una figura extremadamente amable, dulce, atractiva; y nosotros solamente podemos atribuir al Señor expresiones de bondad infinita.

                Luego afloran en nuestro recuerdo otras palabras que Cristo dijo de sí: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Su bondad, también aquí, queda definida elocuentemente, con una virtud que de forma prodigiosa hace descender hasta cada uno de nosotros al Salvador del mundo, al Hijo de Dios hecho hombre, Jesús centro de la humanidad.

                Presentándose con este aspecto, repite la imagen del Pastor, es decir, diseña una relación de ternura y de prodigio. Conoce a sus ovejas, y las llama por su nombre. Como somos de su grey, es fácil la posibilidad de corresponderle, que ha de ser anterior a nuestro recurso a Él. Somos llamados uno a uno. Él nos conoce y nos nombra, se acerca a cada uno de nosotros y quiere conseguir una relación de afecto filial. La bondad del Señor se evidencia aquí de forma sublime, inefable. La devoción que la fe, la piedad cristiana tributará al Salvador llega con afán –no sólo momentáneo, sino capaz de sondear las maravillas de tanto amor- a penetrar en el corazón, y la Iglesia nos presentará el Corazón de Cristo para que lo conozcamos, adoremos e invoquemos. La devoción al sagrado Corazón de Jesús puede muy bien atribuirse a la fuente evangélica que hoy evocamos: “Yo soy el Buen Pastor”.

                Hay luego un rasgo que corrige una de las más comunes e inexactas interpretaciones de la bondad. Estamos habituados a asociar el concepto de bondad con el de debilidad, de no resistencia, a creerla incapaz de actos enérgicos y heroicos, de manifestaciones en que triunfen la majestad y la fortaleza.

El Buen Pastor da la vida por su grey


                En la figura de Jesús, sencilla y compleja al mismo tiempo, las cualidades, las dotes que podrían llamarse opuestas encuentran, en cambio, una síntesis maravillosa. Jesús es dulce y fuerte, sencillo y grandioso, humilde y accesible a todos; una cumbre inalcanzable de fortaleza de ánimo que nadie podrá jamás igualar. El mismo nos introduce en su psicología, en la comprensión de su temperamento, de su maravillosa realidad.

                El Buen Pastor da la vida por sus ovejas, por su grey. Es como decir: la imagen de la bondad se alía a la de un heroísmo que se da, que se sacrifica, que se inmola, por medio del cual la bondad se asocia a las alturas y visiones del acto redentor, tan elevada que nos dejan encantados y atónitos.

                Debemos acercarnos a Jesús, como nos lo presenta el Evangelio, y preguntarnos si realmente nosotros los cristianos llevamos bien este nombre; es decir, si tenemos un concepto exacto de nuestro Divino Salvador. Ciertamente se han escrito muchas vidas de Él; un amplio catecismo nos lo presenta, y muchas páginas del Evangelio nos son familiares. ¿Pero poseemos una síntesis suya, digamos fotográfica, completa? ¿Tenemos un concepto exacto de lo que Él fue? Pues bien, la querida imagen evangélica, casi arcaica, que nos ofrece el mismo Divino Maestro, deja descansar, en un encanto de amor, nuestro espíritu, y lo dirige y lo ayuda en la búsqueda de Dios".

(Pablo VI, Homilía, 28-abril-1968).

1 comentario:

  1. Santidad, a su primera pregunta ¿Era así Jesús? ¿El Buen Pastor? sólo cabe decir Amén.

    Es bellísima la homilía.

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