sábado, 30 de marzo de 2019

"Acéptanos también a nosotros"

Un filón inagotable es la plegaria eucarística, que contiene y expresa la fe de la Iglesia, como precioso tesoro.

En ella, recitada por boca del sacerdote in persona Christi et in persona Ecclesiae, se afirman grandes verdades de la fe que merecen ser consideradas con detención, porque la escucha rápida durante la Santa Misa tal vez no llegue a provocar la meditación personal.

Fijándonos en una de las súplicas de la plegaria eucarística, podemos alcanzar una comprensión mayor del sacerdocio bautismal o sacerdocio común que hemos recibido en las aguas bautismales.



“Acéptanos también a nosotros, Padre santo”

-Comentarios a la plegaria eucarística IX-


            La Ofrenda de Cristo, que es su propia Persona, su Cuerpo y su Sangre ofrecidos sacramentalmente, incluye también a los fieles, que se unen a su Señor y se ofrecen conjuntamente con Él al Padre.


jueves, 28 de marzo de 2019

La noche y la Pascua (textos)

Los largos y austeros días cuaresmales, con el rigor del ayuno y las oraciones penitentes, miran desde el principio a la noche santísima de la Pascua. El esfuerzo cuaresmal es escalar la alta montaña para disfrutar de la cima: la Vigilia pascual.

Ésta, por su carácter y naturaleza, transcurre de noche, porque es una vigilia, una noche de vela, o una noche de guardia, para esperar al Señor, y gozó de una gran popularidad entre los fieles cristianos. Es un contrasentido querer adelantar la Vigilia pascual a la tarde, cuando aún luce el sol, como fue un contrasentido adelantarla a la mañana del Sábado santo (y que por la mañana del Sábado ya repicasen las campanas a "Gloria").

Era una noche de colorido distinto, de tensión espiritual, de escucha, canto, alabanza, sacramentos, santificación, Presencia del Señor, esperanza en su Retorno definitivo y glorioso.

El lucernario es el rito de la luz y el encendido de las lámparas de la iglesia para que inundada de luz el aula eclesial, todos puedan celebrar la vigilia en honor del Señor. Inútil sería este rito si se celebra en pleno día o con la luz del sol entrando por las vidrieras. Es la noche el tiempo propio de la Vigilia pascual. Incluso el mismo Pregón pascual canta anualmente la gloria de esta noche única:

"Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo. 
Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado. 
Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. 
Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo...

jueves, 21 de marzo de 2019

El demonio es un gran biblista

Escuchamos cada año el relato de las tentaciones del Señor en el desierto y cada año nos debería sorprender lo habilidoso que es el demonio para usar las Escrituras, sin usar el nombre de Dios, ni amarle. Argumenta sutilmente, corta versículos, los ofrece al hombre para que se fíe ciegamente. 

El demonio suele tentar con finura, con sagacidad, para que ni siquiera nos demos cuenta de que es una tentación, y entablemos así un diálogo con él. Es un biblista excelente, un teólogo sutil en sus deducciones y argumentos; pero todo ello poniéndose él como medida de las cosas, incapaz de amar a Dios y reconocerle.

Un libro, "La fe de los demonios (o el ateísmo superado)" de Fabrice Hadjadj, en la magnífica editorial Nuevo Inicio, nos ofrece una seria reflexión sobre el demonio y el ateísmo, la tentación y el teísmo. Os aconsejo el libro así como todos los volúmenes de esta editorial.

El texto no se centra -y no lo tomemos así- en la consideración sobre Cristo, sino sobre la actuación del demonio, la forma de tentar y el uso de la Biblia. Creo que aprenderemos mucho. Es un texto de lenguaje fácil, coloquial, pero largo a la vez que encerrando profundos contenidos.

"La evidencia muestra que aquí no hay "versículos satánicos", sino un uso satánico de los versículos, sean los que fueren. Habría podido decir muy bien: "Está escrito: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo', por tanto acuéstate con esta chica que te desea". O también: "Insulta a tu padre y a tu madre, pues está escrito: 'A Dios solo darás culto'". Ningún versículo aislado está protegido frente a las desviaciones. Pero tampoco hay que renegar de ningún versículo por haber servido a las tinieblas. Los monjes, lo hemos dicho antes, no cesan de cantar por la noche las palabras deformadas por el diablo para devolverles así su verdadero sentido. Por lo demás, a lo largo de toda la Tentación, para cerrarle el pico al diablo, el judío Jesús cita en cada ocasión la Torah (las únicas palabras suyas que no están sacadas del Deuteronomio son su mandato irresistible: ¡Apártate, Satán!). Pero sus citas conservan la apertura original y remiten a lo que trasciende infinitamente lo escrito: los versículos elegidos se vuelven hacia ese Otro al que él llama El Señor o también Tu Dios. Cada pasaje se abre como un paso en medio del mar de las páginas. Lo citado se transforma en vivido. Al revés y de forma significativa, la única cita de Satán no contiene el Nombre de Dios (solamente el pronombre Él), sino el de los ángeles. Esa referencia traiciona su manera de leer. Él mismo es un ángel. Y los ángeles guardianes, sus enemigos connaturales, forman parte de sus obsesiones. Así, lo mismo que hay una lectura antropocéntrica de la Biblia que la reduce a los mezquinos principios de una moral terrestre, el diablo hace gala de una moral angelocéntrica, sacada también de su propia interpretación.

...y pedagogo

Nuestro biblista alado manifiesta también un gran sentido pedagógico para inducir al pecado. En la primera tentación, la del pan, no profiere ningún versículo, sino que retoma la otra Ley de Dios, la no escrita, la de la creación. No cita la Escritura, incita la naturaleza. De igual forma que busca oponer la palabra a la Palabra, quiere enfrentar a la naturaleza contra su Creador. ¿Qué mal hay en contentar el hambre tras cuarenta días de ayuno? Vamos, sólo se trata de operar un milagrito discreto, sin alharacas, en el secreto de las arenas, en fin, transformar en panes algunas piedras (mientras que Mateo habla de "panes" en plural, Lucas, que insiste en el envite espiritual de esta hambre material, escribe "pan" en singular, de suerte que uno se imagina no se qué paródica eucaristía donde no se convierte el pan en el Cuerpo de Cristo, sino la piedra en el pan del demonio). ¿No es la ocasión de inventar esa restauración rápida que nos agiliza el trabajo apostólico? ¡Ábrase, pues, el primer fast-food del desierto y el misionero podrá recuperar sus energías sin perder tiempo ni en la cocina ni en el oratorio! ¿Qué hay de malo en reponer fuerzas para ir después a comenzar la predicación? El mismo realismo de la Encarnación parece invitar a ello.

Santo Tomás comenta: "La tentación que viene del enemigo se realiza a modo de sugerencia. Ahora bien, una sugerencia no se propone a todos de la misma forma: a cada uno se le presenta partiendo de aquello a lo que está apegado. Por eso, el demonio no tienta de primeras al hombre espiritual con pecados graves, sino que comienza por cosas ligeras para llevarlo más tarde a cosas graves". El seductor sigue un orden, comienza por algo sin importancia que ni siquiera parece una falta, para enseguida arrastrar a la codicia -poseer todos los reinos de la tierra- y a la vanagloria- ser Hijo de Dios paseándose tranquilamente en un coche tirado por ángeles (el orden de estas dos cosas no es el mismo en Lucas y en Mateo, pero esta permutación posible es una demostración de la flexibilidad diabólica). La usa con nosotros, como un buen educador: adapta su pedagogía en función de sus alumnos, primero se esfuerza en conocerlos y proponerles el crimen del que son capaces en breve. Rasca exactamente donde nos pica. Golpea no tanto donde está el defecto de la coraza, sino donde brilla más, en el punto del que más orgullosos estamos y por eso menos prevenidos: tienta, dice Tomás, "partiendo de aquello a lo que cada uno está apegado". Puede ser cualquier cosa, hasta la más noble: ese rezo del rosario, pro ejemplo, que nos lleva a detestar al importuno que reclama nuestra ayuda y nos impide así meditar el misterio de la Visitación.

El signo de esta pedagogía que sabe arrancar desde lo que piensa el alumno se manifiesta en Mateo con cada reanudación diabólica. Jesús dice: "Está escrito", el diablo responde: "Está escrito". Jesús dice. "También está escrito", la nueva acción del diablo se introduce con un "Todavía" (palin). La última réplica de Jesús comienza con un "Entonces" (totè): Entonces el diablo lo deja, retirada que también descubre cierto pirateo. Pienso en el final de la Anunciación: Entonces el ángel la dejó (Lc 1, 38).

Hallamos, por tanto, en el demonio no sólo un conocimiento, si no íntimo al menos integral, de la Sagrada Escritura, sino también un conocimiento, si no amante al menos lúcido, del prójimo, siendo ambos necesarios, si no para conducir, al menos para seducir a las almas como de la mano. Para llevarlas más arriba (Lc 4,5), sobre el alero del Templo (Mt 4,5), a un monte muy alto (Mt 4,8), es decir, siempre mejor al borde del precipicio. Notemos que los tres lugares, en los que el demonio opera paternalmente, no son sitios especialmente peligrosos o agujeros sórdidos. Son el desierto, la montaña y el Templo -los tres lugares tradicionales de la Revelación" (pp. 39-41).


domingo, 17 de marzo de 2019

La avaricia es pecado capital (y V)

La avaricia es uno de los siete pecados capitales, que engendra, por tanto, otros pecados unidos a ella. Muestra su rostro repulsivo en un afán inmoderado, sin freno, de bienes materiales, de dinero, haciendo lo que sea con tal de lograrlo; pero no se trata ya solamente de incrementar bienes: también la avaricia se puede dar en quien tiene menos pero desea de modo avaro y retiene lo suyo de manera inmisericorde incluso aunque alguien lo pueda estar necesitando.


La avaricia es asunto del corazón, que se vuelve ciego con la pasión por el dinero. El avaro realmente es pobre: carece de humanidad, de corazón, de luz, de sensibilidad. Él mismo, tan ciego, se percibe pobre y quiere más y más. Jamás cree que tiene suficiente, ni lo necesario.

El dinero engendra arrogancia (1Jn), fomentando la codicia. El avaro es, además, un arrogante por lo que tiene y un fracasado, insatisfecho e infeliz, porque aún quiere más. Si no corta la avaricia de modo tajante, tendrá que rendir cuentas graves al Señor.

Con ese tono, san Basilio amonesta:


jueves, 14 de marzo de 2019

Oración humilde a Cristo (Plegaria)

En el contexto cuaresmal, mirando la Pasión, la Cruz y la sepultura del Señor, el corazón del creyente pide, implora, ruega, el perdón a Cristo.



"Henos aquí, oh Señor Jesús:
hemos venido
como los culpables vuelven al lugar de su delito.
Hemos venido como aquel que te ha seguido
pero que también te ha traicionado.
¡Fieles e infieles, así hemos sido muchas veces!



Hemos venido
para confesar la misteriosa relación
entre nuestros pecados y la Pasión,
nuestra obra y tu obra.
Hemos venido para golpearnos el pecho,
para pedirte perdón,
para implorar tu misericordia.
Hemos venido porque sabemos que tú puedes
y quieres perdonarnos;
porque tú has expiado con nosotros,
tú eres nuestra redención,
tú eres nuestra esperanza.

domingo, 10 de marzo de 2019

La avaricia es pecado capital (IV)

La enseñanza de Cristo muestra que no se puede servir a dos señores y hay que escoger: no podéis servir a Dios y la dinero.

También señala cómo aquellos que están apegados a sus riquezas, que ponen su confianza en sus riquezas, no entrarán en el Reino de los cielos, porque antes sería más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja.


Al joven rico, bueno, voluntarioso, le responde a su pregunta, sugiriendo: "vende lo que tienes, dáselo a los pobres y luego sígueme".

No caemos en ningún pauperismo, un amor a la pobreza por sí misma, queriendo que todos sean igualmente pobres y miserables, sino que se busca la justicia, el desprendimiento, la libertad de espíritu y no las cadenas de la avaricia.

La enseñanza de san Basilio, fustigando la avaricia de aquella sociedad rica que le rodeaba, dedicada a las diversiones, al lujo, al gasto, a los vestidos, etc., siguen siendo un referente para nosotros:


jueves, 7 de marzo de 2019

"Él nos transforme en ofrenda permanente"

Junto a la Ofrenda de Cristo mismo al Padre, que la Iglesia realiza en la santa Misa por manos del sacerdote, se incluye igualmente nuestra propia ofrenda, es decir, la ofrenda de nosotros mismos.

¡Ah!, ¿que también nosotros nos ofrecemos? ¿Cómo y para qué?

¿Que nos hacemos ofrenda también? ¡Sí!



Todos los misterios de Cristo se reproducen y prolongan en nosotros, miembros de su Cuerpo; y si completamos en nuestra carne la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col 1,24), también somos incluidos en su Ofrenda del altar.

Nosotros mismos nos ofrecemos unidos a Cristo. Aquí entra, ¡qué hermosura!, la doctrina del sacerdocio bautismal de todo el pueblo santo de Dios.




“Él nos transforme en ofrenda permanente”



-Comentarios a la plegaria eucarística – VIII-




El bautismo nos ha conferido a todos el sacerdocio común, agregándonos a la santa Iglesia. Siendo sacerdotes por el bautismo, nuestro corazón se convierte en un altar en el cual ofrecemos sacrificios espirituales, oraciones y obras de misericordia: “la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar” (CAT 2655). Predicaban así los Padres de la Iglesia:

martes, 5 de marzo de 2019

La avaricia es pecado capital (III)

Proseguimos las catequesis sobre la avaricia, que nos deben estar permitiendo reconocer qué es la avaricia, cuáles sus raíces, el daño que provoca y su maldad.

La conciencia recibe una luz al ser formada que le lleva a conocer el pecado y aborrecerlo, extirpando lo que pueda haber de pecado en el alma.


La avaricia, como todos los pecados, intenta justificarse diciendo que "no es malo" o "a quién hace daño"; en este caso, es la avaricia la que piensa que si disfruta y acapara lo que es suyo, lo que por derecho propio le pertenece -por ejemplo, como fruto del trabajo- no hace nada malo. Y sin embargo, con eso oculta su sed de acaparar más, tener más, y olvida lo mucho que ha retenido y que podría haber dado a otros más necesitados.

La avaricia es insensible al dolor y pobreza de los otros; la avaricia se cree justa por abrazar con ansia y disfrutar, y hasta dilapidar, lo propio sin mesura ni templanza.

Termina el sermón san Basilio Magno:



            "n. 7. También dices: “¿A quién injurio si conservo lo mío?”. Dime, ¿qué es lo tuyo? ¿De dónde lo tomaste para traerlo a esta vida? Es como si uno, por haber adquirido una entrada para el teatro, prohibiera luego que entraran los demás, considerando exclusivo de él lo hecho para uso común de todos. Así son también los ricos: apoderándose de antemano de los bienes comunes, los consideran suyos por haberse anticipado. Si cada uno, proveyéndose de lo imprescindible para su necesidad, dejara al necesitado lo que excede, no habría ni rico, ni pobre, ni necesitado.

domingo, 3 de marzo de 2019

Participar en la vida de la Iglesia (Palabras sobre la santidad - LXVI)



            La vida de la Iglesia, su realización histórica, su misión, su evangelización, deben interesar a todos y cada uno de sus miembros que, por el bautismo, son parte de la Iglesia…¡y ojalá que parte viva y no enferma o parasitaria!

            Cuando uno descubre que, en el bautismo, es hijo de la Iglesia, miembro del Cuerpo eclesial, entonces siente la vida de la Iglesia en su propia alma: no la ve como algo ajeno a su persona, ni se sienta como espectador frente a la Iglesia como un crítico de cine, que ve los defectos, los critica, y denosta a la “Iglesia institución”, con soberbia y suficiencia no disimuladas. Parece que la Iglesia no va con él, ni que él forma parte de la Iglesia y es un miembro suyo.

            Quien descubre el misterio y la verdad de la Iglesia, su Misterio divino y humano, trascendente e histórico, el principio del Espíritu que le da vida, etc., quien descubre las dimensiones de la Iglesia… ¡no puede menos que amarla con pasión, con verdad!

            Cuando se llega a alcanzar esta conciencia de la Iglesia, ¡conciencia eclesial!, entonces como un gozoso deber, se quiere participar más en su vida, involucrarse en su misión, ser parte activa. Ha hecho suya la vida de la Iglesia toda, la ha asumido, la ha integrado en su corazón.

            Pero esto requiere una explicación, mejor, una matización: ¿qué es participar en la vida de la Iglesia? ¿Qué se entiende por participar hoy y cuál sería el concepto exacto, preciso, certero, del término “participación”?

            De unos años para acá, la participación en la vida eclesial se entiende al modo secular; los sistemas democráticos de las sociedades modernas se han convertido en una referencia para la Iglesia; a ésta se la ha querido transformar según criterios sociologistas, implantando sistemas democráticos en todo y para todo como si fuera una sociedad más, olvidando la naturaleza y constitución de la Iglesia realizada por el mismo Señor.

            Ya san Juan Pablo II preguntaba: “¿Se consolida, en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, la eclesiología de comunión de la Lumen Pentium, dando espacio a los carismas, los ministerios, las varias formas de participación del Puegblo de Dios, aunque sin admitir un democraticismo y un sociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II?” (Tertio millennio adveniente, 36). ¡Cierto!, muchos gérmenes de secularización se infiltraron en la Iglesia: ahora ese democraticismo invade realidades eclesiales y muchas mentes. Esa fue la conclusión a la que llegaron los Padres sinodales en el Sínodo extraordinario de 1985: “¿No les hemos dado ocasión hablando demasiado de renovar las estructuras eclesiásticas externas y poco de Dios y de Cristo? A veces faltó también discreción de espíritus no distinguiendo correctamente entre la apertura legítima del Concilio, hacia el mundo, y, por otra parte, la aceptación de la mentalidad y escala de valores del mundo secularizado” (Relatio finalis, I,4).