miércoles, 30 de abril de 2014

Cristo y la novedad

Cristo y la novedad... o más bien la novedad es el mismo Cristo. Cristo trae consigo toda novedad, y ésta no es el afán de novedades, cambios, noticias, sino la transformación más profunda que se puede realizar: comienza todo de nuevo, un nuevo inicio de esplendor, de vida y de gloria.

La vida que conocemos, limitada y llena de debilidades, queda asumida por la novedad de Cristo y se convierte en vida eterna.


El tiempo, que lo experimentamos en su fugacidad casi como un amenaza, se convierte en tiempo de salvación, de gracia y de comunicación de Dios, recibiendo un nuevo nombre: "eternidad".

El amor, que ahora lo experimentamos mezclado con nuestro éros sin purificar, con nuestra concupiscencia, se eleva a algo nuevo, la cáritas, un amor sobrenatural que dignifica y se sabe entregar.

El hombre, cada uno de nosotros, sometidos a la fragilidad del pecado y a la muerte, nace de nuevo con Cristo -por el agua y el Espíritu- a una existencia espiritual, llevada por el Espíritu Santo, con vocación de santidad.

La novedad es Cristo para el hombre.

martes, 29 de abril de 2014

Impartir patrología (I)

Quisiera ofrecer algunas "ideas sueltas" sobre los Padres de la Iglesia...



            El hecho de impartir Patrología, con 4.5 cts., en el I.S.CC.RR. “Beata Victoria Díez” de Córdoba, mi diócesis, me ha obligado a repasar, actualizar y sistematizar a cada Padre, al menos los más significativos, releer los datos biográficos, el elenco de sus obras, las ideas principales de sus escritos, sus mutuas influencias y las diferencias entre ellos, así como escuelas y corrientes teológicas en las que están insertos.


            Sin lugar a dudas está siendo ocasión de actualizar y recordar contenidos ya estudiados hace más de veinte años, para transmitirlos y, sobre todo, intentar apasionar a los alumnos con algo que les puede ayudar y edificar toda su vida: la lectura, el estudio y la oración con los Padres de la Iglesia. No es ni mucho menos lo mismo leer a S. Cipriano de Cartago que a un autor moderno y secularizante; no es lo mismo leer a S. Hilario de Poitiers, o a Orígenes, o al gran S. Agustín, que a un dudoso autor puesto en el anaquel de “novedades” de cualquier librería religiosa: la ortodoxia, la unción, la profundidad, el sentido espiritual, etc., están garantizados en los Padres pero no lo está en muchos autores contemporáneos que todo lo reinventan –hasta el cristianismo- para ser modernos.

            Sí, de eso se trata: que conozcan a los Padres de la Iglesia, que sepan cómo escribe cada uno y qué escribe, que los sitúen y, finalmente, que los alumnos lleguen a tratarlos leyéndolos, conversando con ellos. Los Padres de la Iglesia son eternamente actuales, siempre enriquecen, son la garantía de una teología sólida, adorante y espiritual.

lunes, 28 de abril de 2014

¿Publicidad gratuita? Una publicación mía...

Esta vez no se trata de una catequesis, sino de "publicidad", que sirva para que conocer una obra, animar a comprarla y leerla y, para los amigos, una alegría compartida.

Se trata del "Tratado del amor de Dios y Pláticas sacerdotales" de san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia.


La diócesis de Córdoba, mediante la "Fundación San Eulogio", la ha publicado y puede ser un buen medio para adentrarse en estos escritos avilistas, especialmente el Tratado del amor de Dios que es una joya espiritual y también literaria.

Es una edición preparada por D. Gaspar Bustos Álvarez y por mí -sí, has leído bien, por mí también, un servidor-... Por eso decía que los amigos se alegraría y compartirían dicha alegría conmigo.


En esta edición se intenta que con multitud de notas a pie de página se pueda hacer una mejor lectura de san Juan de Ávila, aclarando los giros de su lenguaje castellano del XVI, señalando las citas bíblicas implícitas en su texto, o, en muchas otras ocasiones, viendo cómo san Juan de Ávila está desarrollando el pensamiento de algún Padre de la Iglesia o se apoya en tal otro Padre.

En las notas de las Pláticas sacerdotales, se quiere subrayar, también, cómo su doctrina sobre qué es ser sacerdote refleja bien el pensamiento de la Iglesia, formulado en los actuales documentos del Magisterio.

Su lectura puede servir a cualquier persona que lo desee, así como grupos de oración, de formación de adultos, Monasterios, sacerdotes y seminaristas, etc...

¿Dónde adquirirlo?

En la Librería Diocesana de Córdoba: C/ Torrijos 12; 14003 - CÓRDOBA, 
o libreria@diocesisdecordoba.com


Espero, y rezo por ello, que sea útil, forme y edifique las almas.

¿Lo comprarás y lo leerás?

domingo, 27 de abril de 2014

La participación en la liturgia (según la SC)


            La reforma litúrgica llevada a cabo por la Iglesia correspondía a unas directrices concretas emanadas de la Constitución Sacrosanctum Concilium, del Concilio Vaticano II. En SC aparece el concepto “participación” muchas veces, con adjetivos que la explican, trazando el modo natural que las acciones litúrgicas de la Iglesia han de poseer.





“Los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria” (SC 21); los fieles han de participar “consciente, activa y fructuosamente” (SC 11).


            Es deseo de la Iglesia la necesidad, instrucción y educación de todos en la vida litúrgica para poder vivir el Misterio de Cristo en la liturgia; es deseo de la Iglesia promover la educación litúrgica y la participación activa: “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas” (SC 14).

            La participación plena y activa tiene un fundamento, el Bautismo, y un fin: que los fieles beban plenamente el espíritu cristiano; para ello la liturgia debe ser la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia y el manantial de espiritualidad: “Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (SC 14). La participación ha de ser “activa”, no meramente una asistencia callada: “la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa” (SC 19).

sábado, 26 de abril de 2014

Perspectivas pascuales (Preces de Laudes de Pascua - I)



El santo tiempo pascual es el momento máximo de la vida de la Iglesia ya que es la celebración, el espacio gozosísimo, de la santa Resurrección del Señor, su Victoria, la obra de nuestra redención y su perspectiva escatológica.

Las preces de Laudes ejercerán una sana pedagogía ayudándonos a vivir la santa Pascua y consiguiendo que nos adentremos más en el Misterio, gozando de la Belleza y Gloria del Señor resucitado, el Eternamente Vivo. 

 1. Los encabezamientos


            Dios resucitó a su Hijo Jesús de entre los muertos y lo constituyó jefe y salvador; así resuena el anuncio apostólico (cf. Hch 5,31) y así vivimos la Pascua: “Invoquemos a Dios, Padre todopoderoso, que resucitó a Jesús, nuestro jefe y salvador” (Dom II). El Padre mismo recibe gloria, alabanza y honor por el hecho de la resurrección de su Hijo: “Oremos a Dios Padre todopoderoso, que ha sido glorificado en la muerte y resurrección de su Hijo” (Lun II).

            Por la Pascua, el Señor Resucitado ha destruido el pecado, se ha convertido en Fuente y Señor de la vida, y quiere comunicarla a los hombres, a su Cuerpo entero: “Oremos agradecidos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo y nos comunica su vida nueva” (Mart II).

            Realmente vivo y glorificado, se apareció a los apóstoles, se hizo ver a ellos y ellos son sus testigos: “Dirijámonos a Dios, que hizo ver a Jesús resucitado a los apóstoles” (Mierc II).

            Cristo resucitado es el primogénito de entre los muertos, el primero en la nueva creación, que resucitará en el último día a los que mueran unidos a Él. Esa es nuestra esperanza y nuestra confesión de fe: “Dios Padre, que quiso que Cristo fuera la primicia de la resurrección de los hombres” (Juev II). La acción trinitaria de la resurrección es recordada y confesada, con el trasfondo de una cita paulina (cf. Rm 8,11): “Dirijamos nuestra oración a Dios Padre, que por el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos y vivificará también nuestros cuerpos mortales” (Vier II). Lo hará con quienes coman el pan de la vida con el que los resucitará el último día (cf. Jn 6,55): “Cristo, pan de vida, que en el último día resucitará a los que se alimentan con su palabra y con su cuerpo” (Sab III).

            La perspectiva escatológica no podía faltar; la santa Pascua de Jesús inaugura el tiempo pleno y definitivo, anticipándolo. En la Pascua, Cristo “nos ha manifestado la vida eterna” (Sab II). Él, resucitado de entre los muertos, en el último día, cuando vuelva glorioso, “nos resucitará” (cf. 2Co 4,14): “Cristo, autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, y que por su poder nos resucitará también a nosotros” (Dom III); pero ya, ahora, nos da vida nueva, vida eterna, vida feliz y bienaventurada: “Dios Padre… por la resurrección de Jesucristo nos ha dado vida nueva” (Vier III).

viernes, 25 de abril de 2014

Arte y belleza

Sugerente discurso del papa Benedicto XVI; también un interrogante ante lo que se vive hoy, donde la Belleza es proscrita, se sustituye por un arte de consumo y en la Iglesia misma, más que la Belleza, se ve una disgregación: esteticismo en las formas, desconfianza del arte... o mal gusto, simplemente.


"Nuestro encuentro de hoy, en el que tengo la alegría y la curiosidad de admirar vuestras obras, quiere ser una nueva etapa de ese recorrido de amistad y de diálogo que emprendimos el 21 de noviembre de 2009, en la Capilla Sixtina, un acontecimiento que llevo aún impreso en el alma. 

La Iglesia y los artistas vuelven a encontrarse, a hablarse, a apoyar la necesidad de un coloquio que quiere y debe llegar a ser cada vez más intenso y articulado, también para ofrecer a la cultura, es más, a las culturas de nuestro tiempo, un ejemplo elocuente de diálogo fecundo y eficaz, orientado a hacer este mundo nuestro más humano y más bello. Vosotros hoy me presentáis el fruto de vuestra creatividad, de vuestra reflexión, de vuestro talento, expresiones de los diversos ámbitos artísticos que representáis aquí: pintura, escultura, arquitectura, orfebrería, fotografía, cine, música, literatura y poesía. Antes de admirarlas junto a vosotros, permitidme que me detenga solo un momento en el sugerente título de esta Exposición: "El esplendor de la verdad, la belleza de la caridad”. 

jueves, 24 de abril de 2014

Adoración eucarística - IV





"La vida interior sigue siendo como el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, su modo propio de recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo" (PABLO VI, Ecclesiam suam, nº 17).




Un repaso a las rúbricas del ritual del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, nos permitirá saber con mayor exactitud cómo los libros litúrgicos vigentes describen el rito, aunque muchas veces se siguen costumbres y tradiciones locales que ya no figuran ni son obligatorias.




            La exposición con el Santísimo es prolongación del acto litúrgico fuente y culmen, del gran sacramento: la Misa. En la disposición del altar y del presbiterio, en el exorno y solemnidad, se pide que sea, como mucho, la misma de la Misa anterior, donde ya se ha consagrado el Pan para la adoración:


Hay que procurar que en tales exposiciones del culto del santísimo Sacramento manifieste, aun en los signos externos, su relación con la Misa. (nº 82).


            Cuando se hace a continuación de la Misa, es aconsejable consagrar el Pan en la Misa precedente:

Si se trata de la exposición solemne y prolongada, conságrese en la Misa que precede inmediatamente a la exposición la hostia, que se ha de exponer a la adoración, y póngase en la custodia sobre el altar después de la comunión. Entonces la Misa concluirá con la oración después de la comunión, omitiéndose el rito de despedida.(nº 94).

martes, 22 de abril de 2014

Creación, resurrección y fin de las cosas

Las realidades últimas, objetos de nuestra fe, han sufrido una tergiversación en su explicación y en su lenguaje; tal vez por una mentalidad que se ha dejado influir por gnosticismos varios y espiritualismos. Pero, en general, la vivencia cristiana y el lenguaje que usamos apenas parece cristiano: se habla de vida eterna tras la muerte como algo diferente ("algo tiene que haber"), pero se hace cuesta arriba comprender qué es la resurrección de Cristo, qué será la propia resurrección de la carne, qué es la parusía o venida en gloria del Señor. Incluso la misma antropología, la forma de valorar y mirar al hombre, tampoco acaba de ser cristiana, pues el cuerpo se sigue considerando como algo que se tiene (y se manipula y se usa) en lugar de ver que la persona tiene dos co-principios, cuerpo y alma, y por tanto no tenemos un cuerpo, sino que somos cuerpo animado por nuestra alma.

La fe cristiana requiere un lenguaje preciso que ayuda a comprender y vivir la fe. Vamos a recordarlo porque aquí se juega el centro del cristianismo, la verdad de la fe.

La resurrección de Jesucristo, que se hará extensible a todos al final de los tiempos, saca a la luz la verdad de la persona creada, cuerpo y alma. Sin esto, no entenderíamos jamás el alcance salvífico de la resurrección de Cristo y su valor de revelación para nuestro ser personal.

En la resurrección, hay una identidad corporal. Es este cuerpo nuestro el que resucita, glorioso y transformado. No otro cuerpo distinto, ni un espíritu humano, sino este mismo cuerpo.

lunes, 21 de abril de 2014

Fundada la esperanza en Cristo resucitado

¡Feliz Pascua! ¡Feliz y santísima Pascua!


La esperanza se ha visto colmada, nunca defraudada.
El Señor ha resucitado.
Él vive eternamente.
Él es el Señor.



                "Sabed vosotros todos que aquel Jesús, nacido de María Virgen, heredero de las promesas del Antiguo Testamento, “varón, profeta, poderoso en obras y en palabras ante Dios y ante todo el pueblo” (Lc 24,19), aquel Jesús que fue condenado, crucificado y sepultado, aquel Jesús ha resucitado, ¡está vivo!, está sentado a la diestra del Padre en los cielos y Dios lo ha hecho “Señor y Cristo” (cf. Hch 2,29s).

                ¡Ha resucitado! ¡Os damos testimonio de ello! Lo hemos recogido de la palabra y de la sangre de los apóstoles y de los primeros discípulos, testigos oculares, y con escrupulosa exactitud, con indudable certeza que el Espíritu Santo nos garantiza, os lo anunciamos a vosotros, los proclamamos al mundo, lo consignamos a las generaciones venideras: ¡Jesucristo ha resucitado!

               No nos detenemos ahora en cuál es el profundo significado, cuál el inmenso valor de una afirmación semejante; dígalo el magisterio de la Iglesia y el estudio de los sabios; dígalo la conciencia del pueblo de Dios qué anuncio prodigioso es éste y qué virtud contiene para manifestar a los hombres su destino, para orientar la conciencia de cada uno hacia el verdadero concepto de nuestra exitencia, para infundir un sentido unitario y orgánico a la vida del mundo, para establecer los cánones fundamentales de la vida espiritual y moral. Como un faro, el anuncio pascual proyecta sus rayos gozosos y abrasadores sobre la faz de la tierra.


domingo, 20 de abril de 2014

El Prefacio Pascual I


Después de haber comentado todos los prefacios de Cuaresma hemos creído conveniente que esta colaboración entre dos buenos amigos (Corazón Eucarístico de Jesús y El Ciento por Uno) culminase con el prefacio del Domingo de Pascua, de este modo pondremos el broche final a una larga preparación para acoger el gran Misterio de la vida cristiana. Tras celebrar la pasión y la muerte del Señor alegrémonos ahora con su gozosa resurrección.

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor,
pero más que nunca en esta noche [este día] [este tiempo]
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.

Porque él es el verdadero Cordero,
que quitó el pecado del mundo,
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria.

Es de justicia reconocer la obra de Dios y proclamar su amor, su grandeza y su bondad. Es de justicia, y a la vez, es necesario, para que no caigamos nunca en la ingratitud o en la infidelidad al Señor.

Es deber de la Iglesia Esposa cantar la gloria del Señor, y en alabar al Señor, reconocerle y cantarle, radica nuestra salvación, que es quererle y amarle. El prefacio nos ayuda a volcar nuestro amor en la alabanza.

El tono de la Pascua es el de la glorificación. Si siempre hay que glorificar al Señor, más que nunca en esta noche [en la noche de Pascua], en este día [día de Pascua y cada día de la Octava] o en este tiempo [la cincuentena pascual], viendo al Señor que está vivo. Glorificar implica un talante jubiloso, un canto vibrante, el alma que se llena de gozo y exulta y grita y canta, llena de amor.

Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, una inmolación por amor, para alcanzarnos gratuitamente para nosotros, la salvación anhelada. ¡Cristo es nuestra Pascua! En este ofrecimiento pascual del Señor, su perfecta inmolación, estamos asociados por la Eucaristía: celebremos la Pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad, vivamos en la verdad y en la luz pascual.

Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, prefigurado en el Cordero pascual del Éxodo cuya sangre salvó al pueblo de Israel del ángel de la muerte. Él, el Cordero señalado por Juan que carga con nuestros pecados y quedan destruidos en la cruz. Es el admirable intercambio por el cual cantamos: ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!

Muriendo destruyó nuestra muerte, pues la muerte mordió la carne del Hijo y encontró en ella el veneno de la divinidad. Mató la muerte, muerte la muerte nos ofreció la vida. La terrible muerte, la aniquilación, todas nuestras muertes, han sido destruidas por la muerte del Hijo y su descenso al lugar de las tinieblas. La muerte ha sido absorbida por la victoria.

Resucitando restauró la vida, la vida verdadera, original, proyectada por Dios y ofrecida gratuitamente a quien coma del árbol de la vida, la cruz y su precioso fruto. La vida es posible, el tiempo de la vida y de la Gracia ha sido abierto por la potencia de la Resurrección de Cristo. No estamos hechos para la muerte, sino para la Vida que ofrece Cristo y que se puede vivir ya. Si hemos resucitado con Cristo, busquemos los bienes de allá arriba donde está Cristo.

La efusión de gozo pascual se desborda en el canto y la alabanza. Y es que es propio del alma católica vivir en constante efusión de gozo, lejos de toda tristeza, anclados en la esperanza. Efusión de gozo pascual que afina el alma para cantar dignamente el Aleluya, para vivir en la alegría de los cincuenta días de fiesta pascual.

El mundo entero, por la resurrección de Cristo, se desborda de alegría, ha comenzado un mundo nuevo. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, pues la creación ha sido bañada de la luz pascual, un cielo nuevo y una nueva tierra han quedado inaugurados. Todo es nuevo. El mundo canta jubiloso el cántico de los redimidos. Aleluya.

A la alegría de la Iglesia, y al mundo desbordante de alegría se une el cielo, los ángeles, los arcángeles, los Santos y la Virgen María, la Reina del cielo que se alegra; a una voz el cielo y la tierra, la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial, cantan la gloria del Señor, su santidad, admirada por la obra de la Pascua.

Como viene siendo habitual incluimos el prefacio musicalizado según la versión del Misal Romano. 



miércoles, 16 de abril de 2014

La Pascua en cincuenta días (testimonios)

Espacio gozososísimo, lleno de alegría, un gran domingo en siete semanas: así será el tiempo Pascual, los cincuenta días de Pascua que comienzan con la Vigilia Pascual y terminan con el día de Pentecostés.


Fiesta de las fiestas, los cincuenta días de Pascua fueron vividos, según la Tradición, con solemnidad y con júbilo interior, una santa e irrefrenable alegría porque la Pascua es el "día que hizo el Señor", en que desplegó su poder resucitando a Jesús de entre los muertos.

Estos principios son constantes en los escritos de la Tradición de la Iglesia, en la enseñanza de los Padres y en la vida de los fieles. Sólo cuando la perspectiva espiritual se desplaza del Misterio a los sentimientos afectivos quedándose en los aspectos visibles, a veces doloristas, de la Humanidad de Jesús, la Semana Santa acaparará todo, y la cincuentena pascual se quedará un tanto extraña, vacía de sentido y contenido, rellenándose con otros elementos de corte devocional que no es el caso analizar ahora y aquí.

La cincuentena pascual, llamada en griego tiempo "de pentecostés", era un tiempo amadísimo por los fieles y celebrado particularmente, sobre todo después del tiempo de ayuno y penitencia previos como preparación. Tertuliano explica en el Tratado De oratione, cap. 23, que es costumbre arrodillarse en días de ayuno y de estación y también para la oración de la mañana, pero esta costumbre no debe observarse en Pascua y Pentecostés. Arrodillarse siempre ha sido signo penitencial, y tan claro lo tenía la Iglesia, que prohibe dicha postura durante los cincuenta días de Pascua. De hecho, aún hoy, cuando en alguna liturgia solemne (Ordenaciones, profesión religiosa...) durante la cincuentena se cantan las letanías de los santos, se cantan estando todos de pie, mientras que durante el resto del año litúrgico se cantan estando todos de rodillas.

lunes, 14 de abril de 2014

Adoración eucarística - III

Es indudable que la adoración eucarística, especialmente la exposición del Santísimo en la custodia, es una fuente de piedad y de gracia, un motor e impulso de espiritualidad sana, si permite el encuentro con el Señor en el silencio (no rellenando todo de palabras y oraciones en común).

La adoración eucarística es un venero de vida espiritual, un cauce para orar y reparar, interceder y alabar.




            La adoración eucarística, prolongación de la Misa, incluso en su forma externa, llama e invita al silencio y a la quietud, centrando todo en Jesucristo, presente en el Sacramento. Viviendo así la adoración, será la liturgia verdaderamente fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, porque la adoración es la actitud normal y exclusiva de la criatura con su Creador, del siervo con su Señor, de la Iglesia con Cristo.

           El culto a la Eucaristía fuera de la Misa no es sino la continuación a lo largo de los siglos de la actitud contemplativa de María a los pies del Señor, aquella que escogió la mejor parte y que nadie se la quitará, y que denota la esencia eminentemente contemplativa de la Iglesia, de la Ilgesia Orante y Oyente de la Palabra (igual que Abrahán, postrado ante Dios en la teofanía de Mambré).

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sábado, 12 de abril de 2014

Prefacio del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor


En estas últimas semanas hemos comentado los prefacios de los domingos de Cuaresma, con tal motivo, clausuramos los domingos de este tiempo litúrgico con el comentario al prefacio del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, ubicándonos en el umbral de la Semana Santa, aunque todavía en Cuaresma.

[Cristo] El cual, siendo inocente,
se entregó a la muerte por los pecadores,
y aceptó la injusticia
de ser contado entre los criminales.
De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa,
y, al resucitar, fuimos justificados.


Un anticipo de todo lo que será vivido en los misterios santos de la Semana Santa y del Triduo pascual es este prefacio. Cristo es inocente y santo, acepta su pasión injusta por salvarnos, destruye la muerte con su muerte nos da nueva vida. 

Está entretejido de retazos bíblicos que, a lo largo de la Semana Santa, y muy especialmente, en el Oficio de la Cruz del Viernes Santo, oiremos proclamar. Cristo es el Inocente, el único Justo. Su muerte ni es un accidente ni es un gesto simbólico de solidaridad con los oprimidos, sino una muerte redentora: “se entregó a la muerte por los pecadores”. Ya San Pablo exaltaba cómo Cristo se entrega, admirablemente, por nosotros impíos y pecadores, y eso resulta incomprensible porque, por un hombre de bien, tal vez se atrevería uno a morir. ¡Es la generosidad del Corazón de Cristo con tal de redimirnos!

Esa muerte redentora provoca la vida; con su muerte destruye la muerte y el propio pecado, y a nosotros, pecadores, como un intercambio, nos justifica por su santa resurrección.

Más que meditar, deseemos contemplar y vivir estos misterios que se nos dan en la liturgia, paso a paso, hasta desembocar en la Santísima Noche de Pascua, en la Vigilia pascual.

Como en las entradas anteriores incluimos el prefacio musicalizado según la versión del Misal Romano. 


jueves, 10 de abril de 2014

Pensamientos de San Agustín (XXV)

A medida que amemos más el Acontecimiento cristiano, más querremos conocerlo y profundizar en él; y a la vez, lo que ya conocemos del Misterio suscita un amor que crece.

El deseo de conocer y de amar se entrecruzan y ambos han de ser satisfechos. Para eso nada mejor que adentrarnos en la doctrina de los grandes maestros, siempre fecunda y luminosa, que nos permitirán conocer mejor la Verdad y amarla con mayor intensidad.

San Agustín, ¡qué duda cabe!, está entre los grandes maestros a los que debemos acudir.

El amor de Dios, el amor al prójimo y el amor a uno mismo, están estrechamente vinculados, aunque, tal vez, nos pueda faltar el orden en el amor (el ordo amoris). Amando a Dios, que es el primero, se puede amar de verdad tanto al prójimo como amar ordenadamente a sí mismo.
No sé por qué motivo inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a Dios, no se ama a sí mismo; y, en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, se ama a si mismo (San Agustín, In Ioh. ev. 123,5).
A veces nos justificamos en nuestra pereza diciendo que imitar al Señor es difícil o pensando que Él, que era Dios, realmente era 'menos hombre' y jugaba con ventaja: un disparate evidente sobre la Encarnación. Pero si incluso nos pareciera difícil imitar al Señor, bien podemos imitar a nuestros hermanos los santos y a las personas santas a las que conocemos.
Si eres perezoso para imitar al Señor, imita a tu consiervo. Delante de ti ha pasado un ejército de siervos; los perezosos ya no tienen excusa (San Agustín, Serm. 325,1)
La alabanza a Dios no se limita a la lengua, es decir, a proferir alabanzas y cantos al Señor, sino que también incluye nuestras obras concretas, nuestra actuación. Nuestra vida toda, igualmente, debe ser una alabanza constante al Señor.
Si se aclama únicamente con la voz, no se aclama bien, porque están ociosas las manos; si sólo con las manos, tampoco se aclama bien, porque queda muda la lengua. Obren a una la lengua y las manos. Estas obren, aquélla confiese (San Agustín, Enar. in ps. 46,3).

martes, 8 de abril de 2014

Creo en la Iglesia, en el perdón de los pecados... (VI)

Los últimos artículos del Símbolo de la fe, en cierto modo, aplican y concretan la redención a lo que somos y vivimos.

La vida trinitaria, el don de Dios que es la redención y el envío del Espíritu Santo, se comunica en la Iglesia, se da a los miembros de la Iglesia, en la que estamos insertados.


Es en la Iglesia, asimismo, donde se nos ofrece el perdón de los pecados porque realmente Dios los perdona aunque sean innumerables mientras haya arrepentimiento, conversión y cambio de vida.

Es en la Iglesia donde se anuncia la resurrección de la carne y la vida eterna y se nos da como anticipo en el Cuerpo y Sangre del Señor y con el Espíritu Santo que ya nos hace pregustar esa vida eterna, vivificándonos aquí y ahora.

No confiesa recta y verdaderamente a Dios quien se aparta de su instrumento y mediación, la Iglesia, o quien llevado de doctrinas extrañas, no cree en la resurrección de la carne o en la vida eterna, confinando nuestra vida a los estrechos límites de este espacio y de este tiempo; o quien creyendo en la inmortalidad, se la sustrae al cuerpo, a la carne, llamada a la resurrección como la carne bendita del Hijo, pero en la resurrección de los muertos, en el último día.

lunes, 7 de abril de 2014

Misericordia abundante (Preces de Laudes de Cuaresma - y VI)



3.7. Ejercicio de misericordia abundante


            Si las dos alas de la oración son el ayuno y la limosna, la cuaresma se convierte en un tiempo prolongado de misericordia, caridad, ejercicio del bien y limosna. Y si en todo tiempo la vida cristiana debe brillar por las obras de misericordia, la cuaresma destaca por su asiduidad y constancia.


            Este ejercicio de misericordia será purificador para el corazón egoísta, expiará los pecados (cf. Dn 4,24b; Eclo 3,30; Tb 12,9) y hará del cristiano alguien misericordioso y lleno de obras de caridad, que lo transformará interiormente.

            Como Cristo, que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38), el cristiano configurado con su Señor ve y atiende la necesidad del otro: “Señor Jesús, tú que pasaste por el mundo haciendo el bien, haz que también nosotros seamos solícitos del bien de todos los hombres” (Dom I). El corazón del cristiano ríe con el que está alegre, llora con quien llora, se hace débil con los débiles (cf. Rm 12,15; 1Co 9,22) para servirlos y amarlos: “Enséñanos, Señor, a ser hoy alegría para los que sufren, y haz que sepamos servirte en cada uno de los necesitados” (Lun I).

            El cristiano, que nunca está aislado ni es individualista, no procura sólo su propio bien y se encierra en sí, sino busca el bien de todos, el bien común: “Que con nuestro trabajo, Señor, cooperemos contigo para mejorar el mundo, para que así, por la acción de tu Iglesia, crezca en él la paz” (Mar I); “que trabajemos, Señor, para que el mundo se impregne de tu Espíritu, y se logre así más eficazmente la justicia, el amor y la paz universal” (Mier I); “enséñanos, Señor, a trabajar por el bien de todos los hombres, para que así la Iglesia ilumine a toda la sociedad humana” (Juev I).

domingo, 6 de abril de 2014

Los caminos cuaresmales (Preces de Laudes de cuaresma - V)



3.5. Camino de mortificación y penitencia


            La mortificación es un ejercicio por el cual se muere a uno mismo, a sus pecados, inclinaciones y debilidades, para asemejarse a Cristo y vivir resucitados con Él. El objeto es configurarse con Cristo: “Señor de misericordia, que en el bautismo nos diste una vida nueva, te pedimos que nos hagas cada día más conformes a ti” (Lun I).

  
          Elementos cuaresmales muy convenientes, herramientas de trabajo interior y espiritual, son la mortificación, la penitencia, la ascesis, en sus distintas formas: ayuno, oraciones, vigilias, limosnas, etc.; elementos que nos permiten parecernos a Cristo, ser como Él, vivir en Él: “Cristo, amigo de los hombres, haz que sepamos progresar hoy en tu imitación, para que, lo que perdimos por culpa del primer Adán, lo recuperemos en ti, nuestro segundo Adán” (Juev I).

            La expiación repara el pecado, purifica a quien ha pecado y lo fortalece ante posibles tentaciones o caídas. Este es tiempo de conversión y expiación: “Que, por nuestra sincera conversión, crezcamos en tu amistad y expiemos las faltas cometidas contra tu bondad y tu sabiduría” (Juev I).

            La penitencia va unida a la caridad, al ejercicio de obras de misericordia que enderezan y corrigen al corazón egoísta. Así cuaresma es tiempo de ayuno y privación real de alimento: “Que sepamos, Señor, abstenernos hoy de los manjares del cuerpo, para ayudar con nuestra abstinencia a los hambrientos y necesitados” (Vier I), y también: “Que vivamos santamente este día de penitencia cuaresmal y lo consagremos a tu servicio, mediante obras de misericordia” (Vier I).

sábado, 5 de abril de 2014

El prefacio de la resurrección de Lázaro (Domingo V de Cuaresma)

La Cuaresma puede ser una buena ocasión para profundizar y orar sobre algunos textos propios de este tiempo litúrgico. Para ello, dos buenos amigos nos hemos dado la mano (Corazón Eucarístico de Jesús y El Ciento por Uno) para elaborar una serie de entradas de tipo teológico-espritual y litúrgico-musical para aquellas personas que quieran orar con los textos de los prefacios de los domingos de Cuaresma del Ciclo A.

El prefacio del Domingo V de Cuaresma lleva por título "La resurrección de Lázaro" y guarda estrecha relación con el evangelio proclamado en este domingo (Juan 11, 1-45).

[Cristo] El cual, hombre mortal como nosotros
que lloró a su amigo Lázaro,
y Dios y Señor de la vida
que lo levantó del sepulcro,
hoy extiende su compasión a todos los hombres
y por medio de sus sacramentos
los restaura a una vida nueva.


“El cual, hombre mortal como nosotros que lloró a su amigo Lázaro”. Es un rasgo clarísimo de la humanidad real de Cristo: ¡lloró por su amigo Lázaro!, nobleza de sentimientos. Además, hombre mortal como nosotros, a Cristo le afecta la muerte. Pero... Él la derrotará.

“Y Dios y Señor de la vida que lo levantó del sepulcro”. Quien es hombre como nosotros, es, al mismo tiempo, Señor de la Vida, Dios eterno, y le devuelve la vida a Lázaro como un signo portentoso de la Vida que Él ofrece.

“Hoy extiende su compasión a todos los hombres”. Del mismo modo, el Corazón de Cristo sigue llorando, sintiendo compasión hoy por los hombres que están muertos por sus pecados, por los que sufren en oscuridad y tinieblas. Es su Corazón vivo, glorificado y redentor. Nada hay humano que no pase por el Corazón del Señor.

“Hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una vida nueva”. La compasión de Cristo, que se convierte en eficaz hoy, se verifica por medio de los sacramentos, comenzando por el Bautismo, donde Cristo restaura al hombre herido, destrozado, y le ofrece una vida nueva, vida resucitada.

Como recurso para los sacerdotes que lo deseen compartimos también el audio de este prefacio del IV domingo de Cuaresma según la versión musicalizada del Misal Romano.





viernes, 4 de abril de 2014

Salmo 100: Andaré con rectitud...

    El salmo 100 tiene como título “propósitos de un príncipe justo”. Es evidente que el príncipe justo es Jesucristo, y así la primera lectura, lectura cristológica del salmo, nos va a descubrir pronto al Señor.

    “Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor”. Cristo es el cantor de los salmos, Cristo canta los salmos, Cristo es el autor de los salmos, la voz de Cristo resuena en nosotros cuando cantamos o rezamos los salmos. “Voy  a cantar la bondad y la justicia”. Las dos cosas están en Dios. La bondad para perdonar, la justicia para corregir e invitar a la conversión. En Dios se une la bondad y la justicia; en justicia te corrige, en bondad te perdona.

“Para ti es mi música, Señor”. Cuando cantamos, cantamos para el Señor; cuando alabamos al Señor con los salmos cantamos el don de Dios, su gloria. El canto en la liturgia siempre, sin excepción, es una glorificación de Dios, una plegaria de alabanza para Él, y no un entretenimiento para los participantes. ¡Es para el Señor!

Sigue Cristo cantando en el salmo: “voy a explicar el camino perfecto, ¿cuándo vendrás a mí?”  Es el Señor Jesucristo el que va a explicar cuál es el camino moral, el camino recto, y el que cumple es Él, el que lo vive es Él.

“Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa”. Dentro de la vida, de la historia, o dentro de la casa de la Iglesia, según se prefiera, “andaré con rectitud de corazón”. Y es lo mismo que la bondad y la justicia la rectitud de corazón: ¡difícil de combinar!  Porque la rectitud ¿qué acarrea? Que los demás digan: “¡qué exigente eres!”, eres el “malo”. Pero si es demasiado suave, la cosa no funciona, cada uno va a buscar su propio derecho (más bien su propio interés) pisoteando el derecho de los demás. “Andaré con rectitud de corazón”, ser recto, ser íntegro.


miércoles, 2 de abril de 2014

Creo en el Espíritu Santo... (V)

El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Trinidad, junto al Padre y al Hijo, y dándose a nosotros nos introduce en la vida de Dios, en la Comunión de Amor.







Por el Espíritu Santo se nos comunica la vida y la redención; por el Espíritu Santo, somos santificados, divinizados; por el Espíritu Santo avanzamos en la comprensión del Misterio y de la Revelación; por el Espíritu Santo somos agraciados con distintos dones y carismas para el bien común; por el Espíritu Santo somos robustecidos para nuestro testimonio cristiano en el mundo; por el Espíritu Santo vamos configurándonos a Cristo y Cristo toma forma en nosotros.

El Espíritu Santo lleva nuestra vida cristiana a su plenitud, si somos dóciles a su acción y a sus mociones.

Creemos en el Espíritu Santo, profesamos nuestra fe en Él, lo pedimos insistentemente para que el Padre por su Hijo lo derrame desde el cielo.


martes, 1 de abril de 2014

La Vigilia pascual (un documento)

Si queremos conocer hoy nuestra Vigilia pascual, culmen del Triduo pascual, fiesta de las fiestas, y recuperar su centralidad, hemos de considerar la importancia que siempre tuvo y el modo de celebrarse, distinto según las familias litúrgicas, y sus evoluciones a lo largo de la historia.

Estamos sin duda ante la gran celebración eclesial, amada y esperada por el pueblo cristiano, que los convocaba durante la noche de la Pascua para velar, orar, celebrar y vivir los sacramentos, con un marcado tono escatológico, aguardando la vuelta en gloria del Señor de la historia, juez de vivos y muertos.

Vamos a conocer qué dice sobre esta santa vigilia un documento de finales del s. III y principios del IV, situado en Siria, las Constituciones apostólicas; veamos cómo celebraban la santa Pascua nuestros antepasados en la fe, empapándonos de la Tradición.

"Ayunad los días de Pascua, a partir del segundo día de la semana, hasta el día de la parasceve y el sábado, durante seis días, tomando sólo pan, sal, verduras y agua para beber; absteneos de vino y de carne, pues son días de luto y no de fiesta.

El día de la parasceve y el sábado pasadlos totalmente en ayuno, o aquellos que dispongan de fuerzas suficientes, sin tomar nada en absoluto, hasta el canto del gallo. En cambio, si alguno no es capaz de continuar el ayuno por dos días, observe al menos el sábado. Refiriéndose a sí mismo dice el Señor: Cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán. En esos días, en efecto, nos fue arrebatado por el falso testimonio de los judíos, fue puesto en la cruz y considerado un malhechor.

Por tanto, os advertimos que en estos días debéis ayunar hasta la hora vespertina, tal como ayunamos nosotros cuando nos fue arrebatado. Durante los días restantes, antes de la parasceve, que cada uno coma a la hora nona o a la hora vespertina, o como le sea posible a cada uno. El sábado debéis permanecer en ayuno hasta el canto del gallo. Al amanecer del sábado, que es el día del Señor, romped el ayuno. Permaneced en vela desde la hora vespertina hasta el canto del gallo.