martes, 8 de abril de 2014

Creo en la Iglesia, en el perdón de los pecados... (VI)

Los últimos artículos del Símbolo de la fe, en cierto modo, aplican y concretan la redención a lo que somos y vivimos.

La vida trinitaria, el don de Dios que es la redención y el envío del Espíritu Santo, se comunica en la Iglesia, se da a los miembros de la Iglesia, en la que estamos insertados.


Es en la Iglesia, asimismo, donde se nos ofrece el perdón de los pecados porque realmente Dios los perdona aunque sean innumerables mientras haya arrepentimiento, conversión y cambio de vida.

Es en la Iglesia donde se anuncia la resurrección de la carne y la vida eterna y se nos da como anticipo en el Cuerpo y Sangre del Señor y con el Espíritu Santo que ya nos hace pregustar esa vida eterna, vivificándonos aquí y ahora.

No confiesa recta y verdaderamente a Dios quien se aparta de su instrumento y mediación, la Iglesia, o quien llevado de doctrinas extrañas, no cree en la resurrección de la carne o en la vida eterna, confinando nuestra vida a los estrechos límites de este espacio y de este tiempo; o quien creyendo en la inmortalidad, se la sustrae al cuerpo, a la carne, llamada a la resurrección como la carne bendita del Hijo, pero en la resurrección de los muertos, en el último día.

Nosotros, ¿qué confesamos?

Creo en la Iglesia,
la Comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. 

¿Pero cuál es el contenido de estos últimos artículos?

La voz de los Padres de la Iglesia sigue catequizándonos hoy, en esta Cuaresma:


"n. 11. Honrad, amad, pregonad también a la Iglesia santa, vuestra madre, como a la ciudad santa de Dios, la Jerusalén celeste.

Ella es la que fructifica en la fe que acabáis de escuchar y crece por todo el mundo: la Iglesia del Dios vivo, la columna y sostén de la verdad, la que tolera en la comunión en los sacramentos a los malos, que serán apartados al fin de los tiempos, y de los que ya se separa ahora por la diversidad de costumbres. A causa del trigo, que gime ahora en medio de la paja, y cuya cantidad, almacenada en los graneros, se hará manifiesta en la última limpia, recibió las llaves del reino de los cielos, para que, por obra del Espíritu Santo, tenga lugar en ella el perdón de los pecados mediante la sangre de Cristo. En esta Iglesia revive el alma que había muerto por el pecado para ser vivificada con Cristo, por cuya gracia hemos sido salvados.

n. 12. Tampoco debemos dudar de que también esta carne mortal ha de resucitar al final de los tiempos. Es preciso que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad. Se siembra en la corrupción, y resucitará en la incorrupción; se siembra en la ignominia, y resucitará en la gloria; se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual. Esta es la fe cristiana, católica y apostólica.
Dad fe a Cristo, que dice: No perecerá ni uno solo de vuestros cabellos, y, una vez eliminada la incredulidad, considerad cuánto valéis. ¿Quién de nosotros puede ser despreciado por nuestro redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será? O ¿cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida entera a nuestra carne y a nuestra alma, él que por nosotros recibió a nuestra carne y a nuestra alma, él que por nosotros recibió alma y carne en que morir, la entregó al momento de morir y la volvió a recobrar para que desapareciese el temor a morir?

Acabo de exponer a vuestra caridad, según mi capacidad, todo lo que se transmite en el símbolo. Y recibe el nombre de símbolo porque en él está contenido el acuerdo pactado de nuestra sociedad, y el confesarlo es la señal establecida por la que se reconoce al fiel cristiano".

(S. Agustín, Serm. 214, 11-12).


2 comentarios:

  1. Creo en la Iglesia, en el perdón de los pecados. Si, realmente creo. En eso y todo lo demás. Vivirlo, confesarlo y anunciarlo es GRACIA de DIOS. GRACIA que se enterlaza con nuestras inservibles e inútiles palabras, para lograr la conversión de todo viviente, de toda criatura que se deje tocar por esa GRACIA. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga

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  2. Nuestro drama no es sólo la pérdida del sentido del pecado sino también la pérdida del sentido del arrepentimiento. El triunfo del Cordero de Dios sobre la hamartia (el estado de pecado) se hace realidad en cada uno en la contrición sacramental (arrepentimiento). Sólo se pondera suficientemente el arrepentimiento a partir de la muerte y resurrección de Cristo y a partir de los sacramentos sin separar de ellos la contrición y el cambio de vida que originan.

    La contrición da muerte al hombre viejo para que pueda reinar el hombre recreado en Cristo; el perdón misericordioso es renacimiento, recreación pues rajamin (misericordia en hebreo) se refiere a la matriz. El arrepentimiento no es un acto solitario del creyente sino un reencuentro auténtico, en los sacramentos, con Cristo crucificado y resucitado. Jamás podremos implorar demasiado una verdadera contrición, pues la fuerza del propósito depende del dolor del arrepentimiento y la profundidad de éste se manifiesta en el propósito.

    La contrición rompe las cadenas del estado de pecado pero debemos ser constantes y pacientes ya que, excepto gracia divina especialísima, el arrepentimiento que separa del estado de pecado y nos lleva a la libertad de los hijos de Dios arraiga poco a poco porque somos bastante duros, tercos e ignorantes.

    ¡Haz que participemos plenamente de los bienes de tu sacrificio pascual. Haz que perseveremos hasta dar fruto!

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