3.5. Camino de mortificación y penitencia
La mortificación
es un ejercicio por el cual se muere a uno mismo, a sus pecados, inclinaciones
y debilidades, para asemejarse a Cristo y vivir resucitados con Él. El objeto
es configurarse con Cristo: “Señor de misericordia, que en el bautismo nos
diste una vida nueva, te pedimos que nos hagas cada día más conformes a ti”
(Lun I).
Elementos
cuaresmales muy convenientes, herramientas de trabajo interior y espiritual,
son la mortificación, la penitencia, la ascesis, en sus distintas formas:
ayuno, oraciones, vigilias, limosnas, etc.; elementos que nos permiten
parecernos a Cristo, ser como Él, vivir en Él: “Cristo, amigo de los hombres,
haz que sepamos progresar hoy en tu imitación, para que, lo que perdimos por
culpa del primer Adán, lo recuperemos en ti, nuestro segundo Adán” (Juev I).
La
expiación repara el pecado, purifica a quien ha pecado y lo fortalece ante
posibles tentaciones o caídas. Este es tiempo de conversión y expiación: “Que,
por nuestra sincera conversión, crezcamos en tu amistad y expiemos las faltas
cometidas contra tu bondad y tu sabiduría” (Juev I).
La
penitencia va unida a la caridad, al ejercicio de obras de misericordia que
enderezan y corrigen al corazón egoísta. Así cuaresma es tiempo de ayuno y
privación real de alimento: “Que sepamos, Señor, abstenernos hoy de los manjares
del cuerpo, para ayudar con nuestra abstinencia a los hambrientos y
necesitados” (Vier I), y también: “Que vivamos santamente este día de
penitencia cuaresmal y lo consagremos a tu servicio, mediante obras de
misericordia” (Vier I).
“Concédenos
el espíritu de oración y de penitencia” (Lun II) es nuestro deseo e intención
durante la cuaresma: oración viva y penitencia asidua y generosa. Así la Iglesia entera se prepara
para la Pascua
de su Señor: “En este tiempo de penitencia, Señor, renueva y purifica a tu Iglesia”
(Mart II).
La
penitencia y la mortificación poseen un valor espiritual, más concretamente,
cristológico, porque nos unen a Jesús crucificado compartiendo con Él su morir
para tener su vida en nosotros: “Danos llevar en nuestros cuerpos la muerte de
tu Hijo, tú que nos has vivificado en su cuerpo” (Mier II), inspirada esta prez
en un versículo: “en toda ocasión y por
todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Co 4,10); así se realizará
la palabra paulina: “Completo en mi carne
lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
3.6. El camino de Cristo
La
cuaresma contempla a Cristo Salvador y considera su camino de pasión y cruz
redentora. “Sus heridas nos han curado”
sabiendo que nos dejó un ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1P
2,21-25a).
Al
iniciar cada jornada en cuaresma la liturgia educa el espíritu cristiano
enseñándonos el misterio de Cristo para conformarnos a Él. Las preces del
Viernes II son especialmente paradigmáticas. Jesús sube a Jerusalén, y ese es
el camino cuaresmal “para sufrir la pasión y entrar así en la gloria” (Vier
II), por lo que la Iglesia
espera ser conducida “a la
Pascua eterna” (Ibíd.). Crucificado, se opera un misterio
sacramental: “Tú que exaltado en la cruz quisiste ser atravesado por la lanza
del soldado, sana nuestras heridas” (Vier II), y de ahí brotará agua y sangre,
bautismo y Eucaristía, la
Iglesia nacida del costado de Cristo, nuevo Adán dormido
(“del costado de Cristo dormido en la cruz nació "el sacramento admirable
de la Iglesia
entera"”, SC 5).
Cristo
en la cruz se muestra Redentor y Salvador; su cruz se vuelve árbol de vida con
frutos preciosos: “Tú que convertiste el madero de la cruz en árbol de vida,
haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de los frutos de
este árbol” (Vier II). Suprema y última lección de Jesús crucificado será el
perdón a sus verdugos, a sus ejecutores e incluso al malhechor arrepentido que
está crucificado junto a Él: “Tú que clavado en la cruz perdonaste al ladrón
arrepentido, perdónanos también a nosotros, pecadores” (Vier II).
En
todo momento Jesús obró el bien; “os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por
cuál de ellas
me apedreáis?” (Jn
10,32). En cuaresma vemos a Cristo que hace el bien, pero ese bien provoca
rechazo en los corazones soberbios y ciegos: “Señor Jesús, tú que pasaste por
el mundo haciendo el bien, haz que también nosotros seamos solícitos del bien
de todos los hombres” (Dom I). Es el buen Samaritano: “Que sepamos ayudar a los
necesitados y consolar a los que sufren, para imitarte a ti, el buen
Samaritano” (Sab I).
Es
Cristo el Maestro bueno, con palabra eficaz, que nos enseña pero que con su
sacrificio pascual nos renueva internamente, justificándonos y transformándonos:
“Maestro y Salvador nuestro, que nos revelaste con tu palabra el designio de
Dios y nos renovaste con tu gloriosa pasión, aleja de nuestra vida toda maldad”
(Vier I).
Camino de mortificación y penitencia. Tan necesarias y tan ignoradas. Tibieza. Me miro y no veo nada más que eso. Pero a la GRACIA no le preocupa nada eso. Está por todas partes y deseándo actuar y hacerse vida en todos. Esa es la alegría del camino de mortificación y de penitencia. La acción de la GRACIA. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
ResponderEliminarDe la entrada, para mi meditación: <>. Así, sencillamente, sin frasecitas que son un cóctel de cursilería, adolescencia y la nada más absoluta (frase tomada del blog de un sacerdote).
ResponderEliminarY para mi oración: “Danos llevar en nuestros cuerpos la muerte de tu Hijo, tú que nos has vivificado en su cuerpo”
“En este tiempo de penitencia, Señor, renueva y purifica a tu Iglesia”.
El ordenador o "la que teclea" ha omitido el contenido de <>: De la entrada, para mi meditación, Jesús sube a Jerusalén, y ese es el camino cuaresmal “para sufrir la pasión y entrar así en la gloria”… Morir a uno mismo… mediante la mortificación, la penitencia, la ascesis… elementos que nos permiten parecernos a Cristo, ser como Él, vivir en Él… porque nos unen a Jesús crucificado compartiendo con Él su morir para tener su vida en nosotros. Así, sencillamente, sin frasecitas que son un cóctel de cursilería, adolescencia y la nada más absoluta (frase tomada del blog de un sacerdote).
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