sábado, 17 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (III)



            3) Defensa de la razón

            En todos los Padres hay otra nota común, aunque la insistencia sea mayor en unos que en otros, y es la defensa de la razón. Descubren en Jesucristo el Logos mismo encarnado, la Sabiduría, la Razón, aquella que los filósofos paganos buscaron y vislumbraron, y cuyos destellos iluminaron muchos de sus razonamientos.


            Al ser Jesucristo el Logos (la Palabra, el Verbo hecho carne), la fe cristiana no es superstición, sino que es razonable, y los Padres empleaban la razón y animaban a ese uso de la razón para indagar el Misterio y exponerlo razonadamente, y razonablemente, en diálogo con las mejores filosofías de su época.

            Es muy revelador el hecho –como muchas veces repitiera Ratzinger- que el cristianismo al nacer no se puso en contacto con las religiones de su tiempo, porque eran cultos formales, sustentadores de la estructura del Imperio, costumbres en cuanto a la forma. Más bien se dirigió a las filosofías de su tiempo, a los que buscaban la verdad, sabedores de que con los filósofos podían hablar y mostrarles la Verdad plena que buscaban. Tertuliano afirma en este sentido: “Cuando Cristo apareció en el mundo, no dijo: Yo soy la costumbre, sino: Yo soy la verdad” ( ).

            Los Padres de la Iglesia amaban la razón porque era amar al Logos; y empleaban la razón porque la razón humana es una participación en el Logos para entender la Verdad y reconocerla.


            Nunca dijeron, como sí lo afirmó Lutero, que la razón está corrompida y que sólo era necesaria la fe fiducial, ni tampoco, como también el mismo Lutero afirmó,  descalificaron duramente la filosofía… Nunca los Padres dijeron tales cosas.

            Tampoco hallaremos en los Padres una exaltación de la fe que sea ciega o irracional, ni expresiones en que pidan crucificar la razón o pisotearla como adversaria de la fe e instrumento del demonio. Muy al contrario, ellos mismos emplearán argumentos de razón, utilizarán las enseñanzas válidas de filósofos paganos, dialogarán con la filosofía e incluso crearán una filosofía cristiana y defenderán la fe racionalmente en las Apologías. No, no tenían miedo a la razón ni limitaban la fe a lo fiducial, a lo sentimental, a la creencia firme pero subjetiva.

            Nuestra época postmoderna desconfía de la capacidad de la razón para llegar a la verdad: es el llamado “pensamiento débil”. Hay una sospecha constante contra la razón tal vez por el racionalismo pasado (: es verdad todo lo que comprende la razón y mentira todo lo que la razón no puede alcanzar). La consecuencia ha sido y es un emotivismo vital donde sólo impera el sentimiento, el gusto personal, lo afectivo desvinculado de la razón-inteligencia.

            El antiintelectualismo sospecha de la intelectualidad, de la razón, del estudio, de la formación sistemática, de la lectura reflexiva; sólo quiere sentimientos, sensaciones, exaltaciones del ánimo, la afectividad emotiva a flor de piel. Esto se da tanto en la sociedad civil como se da en la misma Iglesia. Se ha generalizado la sospecha hacia la teología y el estudio y sólo se buscan sentimientos –en la liturgia, en la catequesis, etc.- que desembocan en el buenismo moral y la pobreza de una fe que es mero sentimiento manipulable. La fe desvinculada de la razón se vuelve hoy una fe de impulsos y emociones positivas, totalmente “líquida”, según se dice hoy.

            Los Padres, además del uso de la razón unida a la fe, que antes decíamos, en sus escritos y predicación, se preocuparon de crear Escuelas donde ofrecer una formación completa. Cuando en el siglo II el filósofo Justino se convierte al cristianismo tras un largo periplo de búsqueda, abre en Roma una escuela filosófica para argumentar la fe cristiana con la filosofía ante los filósofos paganos y dar herramientas de razón a los cristianos que acudían a la Escuela. En Alejandría, gran metrópoli cultural, Panteno y Clemente abrirán la gran Escuela de Alejandría donde se formarán los catecúmenos y donde los cristianos podrán aprender teología en consonancia con el nivel cultural y académico de otras escuelas paganas, filosóficas o gnósticas, de Alejandría. Sería, realmente, el antecedente de nuestros actuales Institutos Superiores de Ciencias Religiosas de tantas diócesis con su oferta formativa –a contracorriente, porque se sigue prefiriendo una fe basada en el sentimiento y en el buenismo pastoral-. Orígenes dio esplendor y aumento a la Escuela de Alejandría y, pasados los años, será llamado por los obispos para abrir una Escuela en Cesarea de Palestina. ¿Tendremos que recordar más adelante, por ejemplo, la Escuela Episcopal de Sevilla con san Leandro, donde estudió S. Isidoro, y el crecimiento de esta Escuela cuando Isidoro sucedió a su hermano en la sede hispalense?

            El contraste entre la postura de los Padres sobre fe y razón es grande con el antiintelectualismo y sospecha de la razón (y de la teología) en la Iglesia. Los retos son nuevos y variados, los frentes abiertos muy diversos y no es una respuesta válida ni un arma eficaz la fe sentimental y emotiva (la que todo, incluso una Misa, lo juzga como “muy emotivo”, y ese es su criterio de validez). El buenismo pastoral basado en experiencias gratificantes y afectivas resulta estéril y fugaz, y la buena voluntad –para dar catequesis, por ejemplo- no basta. La formación sistemática, con sólida base y estructura, es imprescindible, incluso urgente hoy, ante tanto caos. Como los Padres hicieron con las Escuelas, ¿no deberíamos aprovechar muchísimo más nuestros actuales Institutos Superiores de Ciencias Religiosas? ¿Y no deberíamos por todos los medios posibles fomentar y ofrecer una formación cada vez más profunda, más teológica, más firme, en parroquias, asociaciones y hasta por blogs y páginas católicas? Porque es incomprensible y peligrosa la poca solidez de la fe de muchos católicos, incluso de aquellos que sirven en sus parroquias a la transmisión y educación de la fe.

            Otro aspecto más sería necesario considerar. Los Padres dedicaron mucho tiempo y energía a este encuentro fe y razón, en el aspecto docente, magisterial, y también a la redacción de profundos tratados, muy elaborados. Nadie en su momento lo consideró capricho personal o perder el tiempo sin necesidad, sino que se recibieron estas obras con gratitud, se reflexionaron y se les dieron difusión. Los Padres escribían en un contexto eclesial y con el apoyo y gratitud de los demás que veían un trabajo delicado y paciente en bien de la fe. Pensemos en el Adversus Haereses de S. Ireneo, o en los Stromata o el Pedagogo de S. Clemente de Alejandría, o los quince libros sobre la Trinidad de S. Agustín, o las Sentencias o Etimologías de S. Isidoro…

            Quienes se dedican hoy a estas tareas de fe y razón, es decir, de teología y de formación, de docencia y reflexión, también merecen el apoyo eclesial de todos, de la diócesis; el antiintelectualismo no valora esas realidades que, a la larga, edifican la Iglesia; el antiintelectualismo y el buenismo pastoral no lo aprecian y creen que es capricho o manía personal. La Iglesia agradeció el servicio de los Padres, su docencia y sus libros; consideró que prestaban un alto servicio… y es que el cultivo de la razón en orden a la fe, la cultura, la teología y la formación no son acciones pastorales inmediatas y reconocidas, sino lentas, calladas y ocultas que dan fruto a largo plazo edificando de verdad.

            De nuevo, y para este punto concreto, los Padres construyen el futuro de la Iglesia e indican caminos. Tomaron los Padres en serio la razón; “credo ut intelligam, intelligo ut credam”, decía san Agustín: “creo para entender, entiendo para creer”. Esa máxima agustiniana puede marcar la acción pastoral hoy; “fides quaerens intellectum”, porque la fe busca comprender, y lo que sea fideísmo o rechazo a la razón o antiintelectualismo hay que erradicarlo y ofrecer espacios sólidos de formación –sin emotividad ni exaltaciones afectivas- para ser capaces de dar razón de nuestra esperanza.

            La postura, así pues, de los Padres es de profunda confianza en la razón. El papa Benedicto XVI tuvo una expresión acertada y certera en el discurso de Ratisbona que muy bien puede sintetizar el trasfondo de fe-razón en los Padres; decía el Papa: “la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios” (Disc. a la Universidad de Ratisbona, 12-septiembre-2006).


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