lunes, 14 de noviembre de 2016

La libertad en el cristianismo

La libertad es un don.

La libertad nos define, creados a imagen y semejanza de Dios, para vivir en la verdad y según la verdad. Libres nos ha creado, y libres -redimiendo la libertad de sus esclavitudes- nos ha devuelto Cristo al Padre. ¿Para qué encadenarnos? Aunque tal vez lo primero es ahondar siempre en una catequesis cristiana sobre la libertad.


Ya aquí hemos tratado de ella: Libertad y adoración, o la relación entre Verdad y libertad; la libertad que ha sido redimida por Cristo haciéndonos libres. Ahora, hoy, sigamos profundizando en la libertad, tal como ella es y tal como la anuncia el cristianismo.



                "Como todos saben, se habla hoy mucho de la libertad. Es éste un nombre que resuena en todos los sitios donde se discute sobre el hombre, sobre su naturaleza, sobre su historia, su actividad, su derecho, su desarrollo. El hombre es un ser en crecimiento, en movimiento, en evolución; la libertad le es necesaria. Mirando más adentro en el ser humano se ve que el hombre, en el uso de sus facultades espirituales, mientras está determinado por la tendencia al bien en general, no está determinado por ningún bien particular; es él mismo el que se autodetermina, y llamamos libertad al poder que la voluntad del hombre tiene para obrar, sin ser constreñida ni interna ni externamente. Y se ha visto que este libre arbitrio es tan propio del hombre que constituye su nota específica, que fundamenta el título primero de su dignidad personal, y le confiere la impronta característica de su semejanza con Dios.

                No obstante la negación filosófica, que ha querido encontrar un invencible determinismo en la acción del hombre, la evidencia de esta prerrogativa humana está tan impuesta prácticamente en nuestros días que todos asociarán la idea de los derechos del hombre a la de la libertad, y se hablará comúnmente de libertad en todas partes donde se presente una capacidad humana de obrar: libertad de pensamiento, libertad de acción, libertad de palabra, libertad de elección, etc., buscando las raíces interiores: libertad psicológica y libertad moral; describiendo las especificaciones exteriores: libertad jurídica, libertad económica, libertad política, libertad religiosa, libertad artística, etc.

                La libertad polariza en torno a sí misma tal cantidad de cuestiones que la primera cosa que hay que hacer respecto a ella será la de buscar alguna noción más exacta, menos aproximada y menos confusa que aquella que, en el griterío de la discusión ambiental, cada cual quiere tener, a un tema de tan gran importancia y de tan gran complejidad, no queremos aportar en este momento ninguna clarificación doctrinal.

                Deseosos como estamos de atraer vuestra atención sobre las grandes ideas que el Concilio ha reafirmado y desarrollado, nos limitaremos, en una conversación tan elemental como ésta, a recordaros que la Iglesia católica ha sostenido siempre la doctrina de la libertad humana y ha construido sobre ella su gran edificio, tanto moral como religioso: es imposible ser verdaderos católicos sin admitir esta suma prerrogativa del hombre. Ni la caída original, que ha producido ciertamente grandes disfunciones en el ejercicio de las facultades humanas, ni el ejercicio del pensamiento, que, descubriendo la verdad, queda vinculado a ella, ni la intervención de aquel auxilio misterioso de nuestro trabajo que se llama la gracia, ni la acción divina en el mundo natural que llamamos providencia, anulan la libertad del hombre. No estaremos nunca suficientemente agradecidos a la sabiduría tradicional de la Iglesia católica que ha defendido en el hombre, de todas las maneras, este real don de la libertad, aunque sea comprometido, complicado o peligroso. Mientras que al hombre se le reconozca la capacidad de pensar (cf. S. Th. I-II, 17, 1 ad 2: ratio… causa libertatis) y de querer, mientras se le considere ciudadano del reino de Cristo, debemos no sólo admitir, sino defender en él, la prerrogativa de la libertad.

La libertad requiere educación

                Añadamos, sin embargo, una observación fundamental: el uso de la libertad no es fácil. Esta observación no contradice, sino más bien reconoce la afirmación de la libertad. La libertad tiene necesidad de una educación, de una formación. Y esta necesidad es tan profunda para el desarrollo auténtico del espíritu y del trabajo humano, tan importante para la convivencia social, que la historia nos documenta cuando se ha hecho, con razón o sin ella, para contener, para reprimir, para negar el uso de la libertad. Ha nacido un célebre y se puede decir perenne conflicto entre el uso de la libertad y el ejercicio de la autoridad. Libertad y autoridad han parecido a menudo términos antitéticos. Incluso en nuestros días la solución de esta antítesis plantea problemas graves, sea en el campo pedagógico, o en el doméstico, o en el ser social y político, e incluso en el eclesiástico. Hoy no hablaremos de ello aquí. Haremos notar, sin embargo, cómo debemos educarnos para el uso cada vez más humano y cristiano de la libertad. No podremos  progresar en la vida cristiana ni en la eclesial si no hemos progresado en el auténtico y legítimo uso de la libertad.

Falsos conceptos de libertad
 
                Debemos alejar de nuestra mente ciertos pseudoconceptos de la libertad. Por ejemplo, el que la confunde con la indiferencia, con la pereza, con la inercia del espíritu; con la libertad de no hacer nada, con el letargo egoísta de las energías de la vida y con el olvido del imperativo fundamental que le da sentido y valor: el deber. La libertad nos ha sido concedida para cumplir con virtud propia nuestro deber. Otro concepto equivocado, y desgraciadamente muy extendido, es el que confunde la libertad guiada por la razón y consistente en la autodeterminación de la voluntad con el sometimiento a los instintos sentimentales o animales, que también están en el hombre. Corrientes modernísimas de pensamiento revolucionario sostienen y divulgan esta falsa concepción que conduce al hombre a perder la propia verdadera libertad, para convertirle en esclavo de las propias pasiones, de las propias debilidades morales. Nos lo enseña el Señor: “Quien comete el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34). Es un fenómeno clásico y siempre actual, y hoy más que nunca, en la emancipación moderna respecto a la ley exterior y a la ley moral.

                Otra deformación, también de moda, es la que hace consistir la libertad en asumir el propósito “a priori” una posición de enfrentamiento con el orden existente o incluso con la opinión de los demás. La libertad encontraría su verdadera expresión en la “contestación”, sea ésta razonable o no. Es éste un camino, y desgraciadamente bastante breve para perder la libertad, tanto por la irracionalidad que introduce como elemento sistemático en la lógica del espíritu cuando por las reacciones ambientales que puede fácilmente provocar: las “contracontestaciones”.

                Y sobre todo, debemos precavernos contra la locura que entiende como libertad propia la ofensa a la libertad de los demás. Luchas de todo género han surgido y surgen cada día por el mal espíritu de esta desenfrenada libertad: la llamaremos más bien licencia, prepotencia, mala educación, incivilización, pero no libertad. La libertad, precisamente porque es emanación de una luz divina sobre el rostro humano (cf. Sal 4,7) y porque deriva de la razón y reside en la real facultad humana que es la voluntad, tiene el sentido de sus auténticas expresiones, es decir, de sus límites, los cuales luego le abren y le custodian el campo de sus afirmaciones: la verdad antes de todo, como nos enseña Cristo: “la verdad os liberará” (Jn 8,32) del pecado, del error, de la ignorancia, del prejuicio. La ley, la ley justa, se entiende. La autoridad, aquella especialmente que se define “madre y maestra”, el Estado, también concebido como institución organizada, garantizadora y tutora de los derechos de la persona humana e integradora de su ejercicio en la armonía del bien común; no como fuente única y síntesis totalitaria y arbitraria de la convivencia social.

Luz cristiana sobre la libertad

                Meditemos, con luz cristiana, las palabras corrientes relativas a la libertad: autonomía, voluntariedad, elección, revolución, despotismo, etc., y procuremos darles el sentido que les nace del pensamiento cristiano y que nos ha recordado el Concilio con tantos llamamientos. He aquí uno, por ejemplo: “Nunca como hoy los hombres han tenido un sentido tan agudo de la libertad, mientras se afirman nuevas formas de esclavitud social y psíquica… El mundo se presenta hoy potente y débil a un tiempo, capaz de obrar lo mejor y lo peor, mientras se le abre delante el camino de la libertad o de la esclavitud…” (Gaudium et spes, nn. 4 y 9).

                Es la disyuntiva antigua y presente. Sepamos elegir y que Cristo nos enseñe cómo" 

(Pablo VI, Audiencia general, 5-febrero-1969).

1 comentario:

  1. Hoy, libertad se identifica en hacer, decir.... lo que se quiera; la causa: no existe una buena educación ni una buena formación.

    Por lo que nos toca, podemos señalar, como ejemplos de falsa libertad, los espectáculos blasfemos que se consienten en nombre de la libertad.

    Concédenos, Señor, tu Espíritu (de las Preces de Laudes).

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