sábado, 15 de junio de 2019

Jesús en sí y para mí (Catequesis cristológica - II)



                "Éste es el sentido del Evangelio de hoy. Es preciso que los ojos de nuestra alma queden deslumbrados, avasallados por tanta luz y nuestra alma prorrumpa en la exclamación de Pedro: ¡Qué hermoso es estar ante Ti, Señor y conocerte! 


  
              Cristo se presenta a nosotros bajo un doble aspecto: uno, el ordinario, el del Evangelio; es decir, el que  sus contemporáneos vieron, que es el de un hombre verdadero. 

Pero aún mirando este aspecto humano, hay algo en Él, singular, único, característico, dulce, misterioso, hasta el punto que –como refiere el Evangelio- quienes vieron a Cristo tuvieron que confesar: no hay nadie como Él, nadie se ha expresado como Él. 

Es decir, aun hablando naturalmente –es el testimonio prestado por quienes estudiaron Cristo tratando negar lo que Él es, el Hijo de Dios hecho Hombre- todos tienen que admitir: es único, no hay nadie en la historia de nuestra Humanidad, que pueda asemejarse a Él en candor, pureza, sabiduría, caridad, magnanimidad, heroísmo; en poder de llegar a los corazones, en dominio sobre las cosas.
                 
Pero ¿lo que veo con mis ojos, me da la definición completa del Señor? 

Los tres apóstoles pudieron contemplar la visión, y notaron la trasparencia, en la persona de Cristo hay otra vida –recordémoslo  con el catecismo- otra naturaleza, además de la humana, la naturaleza divina.

Cristo es un Tabernáculo en movimiento; 
es el Hombre que lleva dentro de sí la grandeza del Cielo; 
es el Hijo de Dios hecho Hombre; 
es el milagro que pasa por los senderos de nuestra tierra. 

Cristo es en verdad el Único, el Bueno, el Santo. 

¡Si también nosotros lo pudiésemos encontrar, si fuésemos tan privilegiados como Pedro, Santiago y Juan!"


 

(PABLO VI, Homilía II domingo de Cuaresma, 14-marzo-1965).

No hay comentarios:

Publicar un comentario