sábado, 24 de agosto de 2019

"Y con tu espíritu" - III (Respuestas - III)



Cuatro son los saludos fundamentales en el actual Ordinario de la Misa, y los cuatro destacan la presencia del Señor Jesucristo así como la oración de los fieles para que el Señor asista en su espíritu sacerdotal al ministro ordenado (obispo, presbítero o diácono) que realiza la acción litúrgica.

            El primer saludo, al inicio de la celebración eucarística, hace consciente a la asamblea de no ser una reunión más, algo social, humano, grupal, sino el pueblo santo de Dios y su Cuerpo eclesial, que reconoce al Señor en medio de ellos.



            El segundo saludo lo dirige al diácono antes de la proclamación de la lectura evangélica, con las manos juntas. Así se recuerda a todos que es el Señor mismo quien va a leer el Evangelio por medio del diácono (si no lo hay, por medio del sacerdote) y se ruega que el Señor asista al lector ordenado para hacerlo dignamente.

            El tercer saludo comienza la plegaria eucarística, plegaria de acción de gracias y consagración, recordando el sacerdote a los fieles hasta qué punto el Señor se va a hacer presente que el pan y el vino, elementos comunes que diría san Ireneo, se van a transformar en su Cuerpo y Sangre. Los fieles ruegan, “y con tu espíritu”, que el Espíritu Santo asista al espíritu del sacerdote para desempeñar su función sacerdotal y pronunciar la gran plegaria eucarística y consagrar santamente los dones.

            El cuarto saludo y la respuesta de los fieles están situados al final, antes de la bendición con la que concluyen los ritos litúrgicos. Se recuerda que es el Señor quien bendice a su pueblo y lo despide.


            Son éstas las presencias que el saludo recuerda e invita a reconocer y acoger: “para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y, más aún, de manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas” (IGMR 27).

            Pero, además, y no puede olvidarse, los saludos y sus respuestas, los diferentes diálogos y aclamaciones de los fieles con el sacerdote, son medios reales de participación litúrgica, de tomar parte en la santa liturgia

“Ya que por su naturaleza la celebración de la Misa tiene carácter “comunitario”, los diálogos entre el celebrante y los fieles congregados, así como las aclamaciones, tienen una gran importancia, puesto que no son sólo señales exteriores de una celebración común, sino que fomentan y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo.

Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese claramente y se promueva como acción de toda la comunidad” (IGMR 34-35).

            Al comenzar la Misa, cuando el sacerdote ha besado el altar y sube a la sede, se dirige a todos los fieles y los saluda con un saludo litúrgico. Con él, aparecen los fieles y el sacerdote que los preside como la misma Iglesia congregada y convocada por el Señor: “por medio del saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio de la Iglesia congregada” (IGMR 50).

“Vuelto hacia el pueblo y extendiendo las manos, el sacerdote lo saluda usando una de las fórmulas propuestas” (IGMR 124). Las fórmulas del Misal, en la edición castellana, son variadas y algunas, además, reservadas a cada tiempo litúrgico.

            Junto a la clásica, “el Señor esté con vosotros”, están otras tomadas o inspiradas de los saludos paulinos:

·                           La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros”
·                           “La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, esté con todos vosotros”
·                           El Señor, que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios, esté con todos vosotros”
·                           “La paz, la caridad y la fe, de parte de Dios Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros”
·                           “El Dios de la esperanza, que por la acción del Espíritu Santo nos colma con su alegría y con su paz, permanezca siempre con todos vosotros”.

            Pero con un matiz particular, se ofrece una fórmula para cada tiempo litúrgico, que repetida cada día, marca una tonalidad espiritual para los fieles.

·                           En Adviento: “El Señor, que viene a salvarnos, esté con vosotros”.
·                           En Navidad: “La paz y el amor de Dios, nuestro Padre, que se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación, estén con vosotros”.
·                           En Cuaresma: “La gracia y el amor de Jesucristo, que nos llama a la conversión, estén con todos vosotros”.
·                           Por último, en la cincuentena pascual: “El Dios de la vida, que ha resucitado a Jesucristo, rompiendo las ataduras de la muerte, esté con todos vosotros”

            El segundo saludo en la Misa lo realizará el diácono cuando ha llegado en procesión al ambón para leer el Evangelio (o el sacerdote, si no hay diácono). Forma parte de los elementos con los que se reconoce y profesa la presencia de Cristo que habla a la Iglesia (cf. IGMR 60). “Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu” (IGMR 134).

            La gran plegaria eucarística es momento culminante del rito eucarístico. Comienza con un diálogo entre sacerdote y fieles (El Señor esté con vosotros – Levantemos el corazón – Demos gracias al Señor nuestro Dios) y prosigue enumerando la acción de gracias a Dios hasta llegar, después de la consagración, a la oblación del Cuerpo y Sangre de Cristo al Padre: “Por Cristo, con él y en él…” La recita solo el sacerdote y “el pueblo se asocia al sacerdote en la fe y por medio del silencio, con las intervenciones determinadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son las respuestas en el diálogo del Prefacio…” (IGMR 147). Así, “al iniciar la Plegaria Eucarística, el sacerdote extiende las manos y canta o dice: El Señor esté con vosotros; el pueblo responde: Y con tu espíritu” (IGMR 148).

Por último, después de la oración de postcomunión, “el sacerdote, extiende las manos y saluda al pueblo, diciendo: El Señor esté con vosotros, a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu” (IGMR 167) e imparte la bendición final. Cristo que bendecía a los niños, que bendijo a los apóstoles mientras ascendía a los cielos, sigue bendición a los suyos en la liturgia por las manos del sacerdote. Realmente, el Señor está con nosotros en la liturgia.

            El mismo sentido tiene el saludo y la respuesta en los demás sacramentos y celebraciones litúrgicas de la Iglesia. Recordemos, por ejemplo, cómo para las grandes plegarias de la Iglesia, antes de la reforma, el obispo saludaba y recibía la respuesta “y con tu espíritu” de los fieles antes de pronunciarlas, por ejemplo, la consagración del crisma o la consagración de las aguas bautismales.

Hoy perdura este saludo en el pregón pascual que lo entona el diácono y, por el contexto, la respuesta “y con tu espíritu” marca el deseo y oración de todos para que el Espíritu Santo asista al diácono en su espíritu a fin de cantar dignamente la alabanza del cirio: “invocad conmigo la misericordia de Dios omnipotente, para que aquel que, sin mérito mío, me agregó al número de los diáconos, complete mi alabanza a este cirio, infundiendo el resplandor de su luz”.

            Sin embargo, si no es un diácono (o un sacerdote) quien cante el pregón pascual, sino un cantor, éste omitirá el saludo. Vemos de nuevo cómo “y con tu espíritu” es algo más que decir “y contigo”, porque alude al “espíritu sacerdotal” recibido en el Sacramento del Orden.

Las celebraciones que pueden ser dirigidas por laicos carecen de este saludo litúrgico. En el Bendicional, hay muchas de ellas que indican en las rúbricas que pueden ser dirigidas por laicos y cambian en los saludos, en la forma de leer el Evangelio y en la despedida final, para evitar el saludo litúrgico y la respuesta “y con tu espíritu”. Veamos algunos ejemplos sobre el saludo inicial. En la bendición de una familia, si el ministro es laico saluda a los presentes diciendo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros” y se responde “Amén” (Bend 48); la bendición de un niño: “Hermanos, alabemos y demos gracias al Señor, que abrazaba a los niños y los bendecía”, y responde: “Bendito seas por siempre, Señor”, o bien: “Amén” (Bend 142). La bendición de los que van a emprender un viaje ofrece el siguiente saludo si dirige un laico: “El Señor vuelva su rostro hacia nosotros y guíe nuestros pasos por el camino de la paz”, “Amén” (Bend 494)… O la bendición más común, la del belén navideño, comienza con este saludo: “Alabemos y demos gracias al Señor, que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo”, respondiendo todos: “Bendito seas por siempre, Señor” (Bend 1246).
  
Varía la forma de leer el Evangelio en estos sacramentales si lo realiza un laico. En lugar del saludo y la respuesta “y con tu espíritu”, dirá: “Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san…” (cf. Bend 1248; 1257). Como varía, lógicamente, el rito final, ya que ni hay saludo ni se imparte la bendición, sino que se implora que Dios bendiga a los presentes: “Jesús, el Señor, que vivió en el hogar de Nazaret, permanezca siempre con vuestra familia, la guarde de todo mal y os conceda que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir”, “Amén” (Bend 60), o en la bendición de los niños: “Jesús, el Señor, que amó a los niños, nos bendiga y nos guarde en su amor”, “Amén” (Bend 156).

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