viernes, 7 de septiembre de 2018

¡Sólo la santidad! (León Bloy)

La vida cristiana es radical seguimiento de Cristo. Las medias tintas las aborrece el Señor; a los tibios los vomita, dice el Apocalipsis.3

Y así, ser cristiano, es vivir casi expuesto al peligro de la incomprensión de los demás, porque se trata de vivir fielmente según Cristo, a costa de que nos llamen "exagerados".


¿Quién puede vivir así?

Únicamente el que ha descubierto que está llamado a la santidad y tiene el deseo de la santidad inscrito en su corazón, lo cultiva y se deja guiar por él.

¿Santidad? Sí, claro. "La alta medida de la vida cristiana ordinaria" (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 30). Esa alta medida es exigente, radical, y pone en evidencia las mediocridades que nos rodean.



Así se expresaba León Bloy, con toda la razón:

"En general yo desagrado mucho más a los cristianos modernos que a los impíos y la razón de esto es sencilla. Yo les propongo el Absoluto. Me paso la vida diciéndoles que un cristiano integral, un cristiano completo debe abrazar todas las consecuencias del cristianismo, hasta el despojamiento efectivo, hasta la aceptación de la pobreza perfecta y de la ignominia, hasta el martirio inclusive. Voy incluso más allá. Sostengo que el martirio de sangre y de ignominia hay que desearlo igual que el Paraíso, y que es imposible ser un auténtico cristiano, es decir, un santo, si no se tiene ese deseo" (Diarios, 2-octubre- 1909).

El deseo de la santidad debe latir fuerte en nuestro interior y orientar lo que somos, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, el trabajo y el apostolado... ¡todo!

El camino es estrecho y angosto; la puerta es estrecha... y conduce a la vida. Por eso la santidad, por gracia siempre, es un combate contra mil cosas distintas y exige una "tensión espiritual" no apta para mediocres y tibios.

¡Santos!

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