domingo, 20 de diciembre de 2015

El camino a Cristo es la Virgen María

Imbuidos del espíritu de estas ferias mayores de Adviento, donde la figura, la presencia y la misión de la Santísima Virgen están tan presentes, seamos catequizados en el sentido espiritual que posee la intervención de la Virgen María en la historia de la salvación.

Ella es la Madre, la colaboradora; Ella es el camino a Cristo. Con Ella vivimos el Adviento y de su mano, muy especialmente, las ferias mayores para intensificar nuestra adecuada preparación interior al nacimiento del Salvador.



                "Esta audiencia en las proximidades de la Navidad no nos permite pensar en otra cosa ni hablar más que del gran hecho, del gran misterio de la Encarnación, del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, dos veces engendrado, como decía una inscripción en la antigua basílica de San Pedro: sin madre en el cielo, sin padre en la tierra, es decir, Hijo eterno de Dios Padre e Hijo en el tiempo de María, uno en la Persona Divina del Verbo, que asocia a su divinidad la humanidad de Jesús, el Hombre Dios, nuestro Salvador, nuestro Maestro, nuestro Hermano, sacerdote sumo entre cielo y tierra, centro de la historia y del universo. Quien advierte la realidad de este acontecimiento no puede ocuparse de otra cosa; y cuanto más supera nuestra capacidad de comprensión tanto más atrae y empeña nuestra avidez de contemplación; todo en Cristo se concentra, todo se ilumina. Y la gran maravilla es, después, ésta: que cada uno de nosotros está interesado en el hecho prodigioso; nos afecta personalmente y no de modo accidental y fortuito, sino de modo esencial; nuestro destino está ligado con el acontecimiento; ninguno de nosotros puede prescindir de la relación que el nacimiento de Cristo establece entre Él y cada uno de nosotros.

Punto focal del misterio

                Pero no es éste el momento para detenernos en semejante meditación, de la que nos basta aquí el recuerdo para exhortaros a buscar en la próxima celebración de la dulcísima fiesta lo que constituye su punto focal; es decir, el misterio de la venida de Cristo entre nosotros. Son tantas las cosas exteriores que adornan y embellecen la Navidad que a menudo su significado verdadero se nos queda escondido, de modo que lo que hemos acumulado de fiestas, de ritos, de luces, de cánticos, de regalos, de comida, de juegos en torno a la Navidad para gustar de ella su serena belleza termina a veces por obstaculizar el gozo de su valor espiritual. Este hecho, nos parece, tiene una explicación indulgente y legítima: si el Señor, pensamos, ha venido a este mundo, a nosotros, pequeño y pobre, que también Él participe de nuestra escena terrena, es decir, que podamos ir a Él por los senderos comunes de nuestra experiencia y vida sensible; la majestad y la infabilidad de Dios nos son veladas por nuestra semblanzas humanas; su humanidad nos ha librado del temor y de la fatiga de buscar por vías angélicas, más altas y difíciles, el encuentro con Él. Célebre es a este propósito la frase del gran doctor de la Encarnación San León Magno: El Hijo de Dios, “invisibilis suis, visibilis est factus in nosotros”, invisible por su naturaleza, se ha hecho visible en la nuestra (Sermón 22,2; PL 54, 195). Grande cosa es ésta; quiere decir que toda nuestra expresividad humana, lógica, sentimental, simbólica, artística, popular… puede servir, bien usada, al lenguaje religioso, sin profanar lo sagrado; es ésta la justificación teológica del aparato exterior litúrgico, del arte y, en nuestro caso, de la brillantez navideña y especialmente del belén.

María, camino a Cristo

                La representación escénica de la narración evangélica del nacimiento de Jesús en Belén tiene en el modo escogido por Dios para introducirse en el drama humano su justificación. El prefacio de la misa de Navidad nos lo enseña: “Dum visibiliter Deum cognoscimus, per hunc in invisibilium amorem rapiamur”, mientras llegamos a conocer a Dios de modo visible, somos por Él atraídos al amor de las cosas invisibles.

                Así pues, si nos preguntamos cuál es el camino central y recto de nuestro mundo terreno que nos lleva a aquella humanidad de Cristo, en la que encontramos la revelación de Dios y nuestra salvación, la respuesta está pronta y bellísima: ese camino es la Virgen, es María Santísima, es la Madre de Cristo, y por ello madre de Dios y madre nuestra. Esto queríamos recordaros en estas vísperas de Navidad.

                Si queremos entrar en el espíritu de la Navidad, en el secreto de la Navidad, en el gozo de la Navidad debemos acercarnos a María la cristífera, la portadora de Cristo al mundo. De la maternidad virginal de María podemos pasar a la humanidad de Cristo Hombre-Dios. Esta es la mejro estación litúrgica del culto a la Virgen. Deberíamos meditar lo que el Concilio nos enseña sobre el culto que le es debido, y deberíamos dejar que nuestras almas fuesen penetradas por el fervor y por la poesía que tal culto suscita y exige.

                Uno de los grandes padres griegos, San Cirilo de Alejandría, el protagonista del Concilio de Éfeso (año 431), en el que fue proclamada María Madre de Dios, reconociéndose la divinidad de Jesucristo, pronunció el “más hermoso sermón que sobre María se encuentra en la antigüedad”, exclamando: “Salve, oh María Madre de Dios, tesoro venerando de todo el mundo, luz que nunca se apaga, fúlgida corona de la virginidad, templo indestructible, madre y Virgen a un tiempo; de ti nació Aquél del que dice el Evangelio: bendito el que viene en nombre del Señor” (PG 77, 1054). Así habremos de repetir nosotros, extrayendo de nuestros corazones, cada uno por sí y todos en conjunto, la misma alabanza, como invocación gentil y afectuosa para la Mujer bendita que trajo la luz de la salvación al mundo”.


(Pablo VI, Audiencia general, 21-diciembre-1966).

1 comentario:

  1. Esta Navidad fue posible por una jovencita que se abría a la vida. María de Nazareth. La Virgen María. La pobre de Yhavé. La humilde. La Inmaculada. La que esperaba con Israel la venida del Mesías, el Salvador. A esta Virgen que recibió en su alma y en su cuerpo al Verbo de Dios y nos entregó a Jesucristo, le rezo yo en esta Navidad: Santa María, haz posible en nuestras vidas y en nuestro mundo el milagro del nacimiento del Hijo de Dios. Amén.

    Misterio que sólo la fe alcanza, María es nuevo templo de la gloria,rocío matinal, nube que pasa,luz nueva en presencia misteriosa (del Himno de Laudes).

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