jueves, 28 de junio de 2018

Iglesia, belleza, artistas (IV)

Pablo VI continúa el discurso recordando los principios que, sobre el arte sacro, formuló el Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium.

La Iglesia quiere empeñarse en el cultivo y fomento del arte sacro para la gloria de Dios y para el culto divino. Esos mismos principios son orientadores para los artistas.


El arte verdadero posee la cualidad de la belleza, es decir, inspiración y santidad que acercan al Misterio. Es necesaria la técnica, la buena técnica artística, pero también un principio superior: la espiritualidad.

Así concluye este discurso programático de una relación necesaria entre la Iglesia y los artistas, ambos cultivadores de la Belleza auténtica.




"Nosotros, por nuestra parte, nosotros el Papa, nosotros Iglesia, hemos firmado ya un gran capítulo de la nueva alianza con el artista. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, primer documento promulgado por el Concilio Ecuménico Vaticano, tiene una página -espero que la conozcáis- que es, justamente, el pacto de reconciliación y de renacimiento del arte religiosa, en el seno de la Iglesia católica. Repito, nuestro pacto está firmado. Espera de vosotros su refrendo.

Por ahora, por tanto, nos limitamos a algunas indicaciones muy elementales, pero que no os desagradarán.

La primera es ésta: que nos felicitamos de esta Misa del artista y damos las gracias a Monseñor Francia. A él y a todos aquellos que han colaborado y han aceptado su formulación. Hemos visto nacer esta iniciativa, hemos visto su acogida, en primer lugar, por parte de nuestro venerado predecesor el Papa Pío XII, que comenzó a abrirle camino y derecho de ciudadanía en la vida eclesiástica, en la oración de la Iglesia; y por eso nos congratulamos de todo lo avanzado en este terreno, que no es el único, pero que es bueno y se debe seguir. Lo bendecimos y alentamos. Quisiéramos que os llevarais, para todos vuestros colegas y discípulos, nuestra Bendición para este experimento de vida religiosa-artística que una vez más ha hecho percibir que entre el sacerdote y el artista hay una profunda simpatía y una maravillosa capacidad de entendimiento.

Lo segundo es algo muy sabido, pero que en este momento nos parece que debe ser recordado. Y es que, si queremos que el momento artístico que tiene lugar en un acto religioso sagrado -como es una Misa- sea pleno, auténtico, generoso, que llene y haga palpitar las almas de los que participan y las de aquellos que les circundan, tendrá necesidad de dos cosas: de una catequesis y de un taller.

No vamos a entrar en la cuestión de si el arte debe surgir espontánea e improvisadamente, como un relámpago del cielo, o si por el contrario -y nos lo decís vosotros- tiene necesidad de un entrenamiento tremendo, duro, ascético, lento, gradual. Lo repetimos: si queremos dar autenticidad y plenitud al momento artístico religioso, a la Misa, será necesaria su preparación, su catequesis. Dicho de otro modo, hay que acompañarla de la instrucción religiosa. No es lícito inventar una religión, hay que saber lo que ha acontecido entre Dios y el hombre, cómo Dios ha sancionado ciertas relaciones religiosas que debemos conocer para no resultar ridículos, balbucientes o aberrantes. Es preciso instruirse. Y pensamos que en el ámbito de la Misa del artista quienes desean manifestarse verdaderamente como artistas no tendrán dificultad en asumir esta sistemática, paciente, pero benéfica y enriquecedora información. Y además es necesario el taller, es decir, la técnica para hacer bien las cosas. En esto os damos la palabra para que digáis lo que hace falta para que la expresión artística de los momentos religiosos adquiera toda su riqueza expresiva en modos e instrumentos, y si hace falta en novedad.

Por último, añadiremos que no basta ni la catequesis ni el taller. Es necesaria la característica indispensable del momento religioso: la sinceridad. No se trata sólo de arte, sino de espiritualidad. Es preciso entrar en la celda interior de uno mismo y dar al momento religioso, artísticamente vivido, lo que aquí encontramos: una personalidad, una voz que nazca de lo profundo del ánimo, una forma que se distinga de todo travestismo teatral, de representación puramente exterior. Es lo que se halla en su síntesis más plena y fatigosa, si queréis, pero también la más gozosa. Es preciso que la religión sea verdaderamente espiritual; entonces acontecerá en vosotros lo que la fiesta de hoy, la Ascensión, nos hace pensar. Cuando se entra en uno mismo para descubrir todas estas energías y escalar el cielo, aquel cielo en el que Cristo se ha refugiado, nos sentimos en un primer momento inmensamente, infinitamente distantes.

La trascendencia que tanto atemoriza al hombre moderno es ciertamente algo que lo sobrepasa infinitamente, y quien no experimenta esta distancia no percibe la religión verdadera. Quien no advierte esta superioridad de Dios, esta inefabilidad suya, este misterio, no percibe la autenticidad del hecho religioso. Pero quien lo siente experimenta, casi de modo inmediato, que el Dios lejano está ya allí: “No lo buscaríais si no lo hubieseis ya encontrado”. Palabras de Pascal, cierto; es lo que se verifica continuamente en la auténtica vida espiritual del cristiano. Si buscamos a Cristo donde verdaderamente está, en el cielo, lo vemos reflejado, lo encontramos palpitante en nuestra alma. El Dios trascendente se ha vuelto, en cierto modo, inmanente, se ha hecho amigo interior, maestro espiritual. Y la comunión con Él, que parecía imposible, como si hubiese de sobrepasar abismos infinitos, ya se ha consumado: el Señor entra en comunión con nosotros en las modalidades que conocéis bien, en la palabra, en la gracia, en el sacramento, en los tesoros que la Iglesia dispensa a las almas fieles. Por ahora es suficiente.

¡Queridos artistas, sólo me queda deciros: hasta pronto!"

(Pablo VI, Hom. en la Misa con los artistas, 7-mayo-1964).

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