Resulta ser la fiesta de hoy una fiesta realmente entrañable, tierna pero sin infantilismos, de un afecto desbordante de Dios, rostros sonrientes, ojos brillantes, ilusiones revividas. ¡Es la epifanía del Señor, su manifestación, su aparición gloriosa! Es todo aparentemente sencillo tal como lo relata San Mateo, pero, a la vez, da origen a hermosas tradiciones.
El Misterio es precioso. Tan precioso como esperado durante siglos. El protagonista es un “Niño”, Jesús, la Palabra que se ha hecho carne y que ha acampado ya entre nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Hasta ahora, ¿quién han descubierto la realidad, la verdadera profundidad de este Niño en quien habita la plenitud de la divinidad? Han ido unos pastores, gente marginal, sencilla, pobre, los cuales han recibido un anuncio angélico: Hoy os nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. ¡Qué trabajo tuvieron los ángeles en estos días! ¿Fueron los sabios? ¿Acaso los escribas? ¿Acudieron los fariseos y saduceos? ¿Se atrevieron, siquiera se enteraron, los sacerdotes del Templo de Jerusalén? No. No había luces especiales, no se dignaron ir los grandes del mundo. Sólo unos pastores. Hoy acuden los grandes, pero no los que se suponen oficialmente que tenían fe y creían en el Señor, sino unos magos, unos extranjeros, unos paganos... que tuvieron que recorrer muchos kilómetros. ¿Qué Dios es éste que se manifiesta a los pobres y a los sabios extranjeros?
Van a Belén. Entran ya en la casa, tal como precisa San Mateo; una casa, ya han dejado el pesebre y la gruta y se han trasladado provisionalmente a una pequeña casa. ¿No habita este Dios en palacios? Hasta ahora va todo al revés, aparentemente. ¡Pero qué de lecciones nos regala el Señor! Las de hoy no son menos importantes que las anteriores.
Los magos son los que buscan con sinceridad a Dios, los que se atreven a peregrinar en busca de la Verdad. ¡Cuántos hombres hoy no estarán buscando a Dios! ¡Cuántos aún sin saberlo, tras la búsqueda de la felicidad, están buscando a ese Dios tan sencillo! ¡Cuántos serían felices si supieran lo que buscan y acudieran a adorar a Jesús! Unos magos: ellos son la representación de toda la humanidad, de los hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación que son salvados por Jesucristo, ¿o acaso vino sólo para Israel, para unos cuantos, unos escogidos? Todos los hombres de buena voluntad están representados en estos magos. Cristo ES PARA TODOS. A todos los espera, a todos busca –cual buen Pastor-, a todos viene a redimir. Son estos magos la primera cosecha de redención de Jesús, sus primeras gavillas. ¡Desde la cuna ya están salvando! ¡No pierde el tiempo este Niño! ¡Tiene prisa por salvar... desde la cuna hasta la cruz cuando clame: Tengo sed! ¡Sed de almas! ¡Sed de redención desde el pesebre de madera al madero de la cruz!
La casa donde se halla a Jesús es la misma Iglesia. No te extrañes y recuerda las Escrituras. Esta casa de Belén, Casa del Pan, Casa de la Eucaristía, es la ciudad puesta en lo alto de un monte, que bien difícil es de ocultar; esta casa es el candil que contiene la luz puesta en lo alto para que ilumine a todos los de casa. Esta casa –la casa de Belén, la misma Iglesia hoy- es una casa de puertas abiertas, todos pueden entrar en ella, quien quiera tiene las puertas abiertas y un sitio para él, es una casa común que tiene por centro a Jesús: en ella entraron los pastores, tal vez las buenas gentes de Belén, hoy los magos... La casa no se cierra, la casa está lista para todos: Venite adoremus!! En esta casa se halla la Luz verdadera que ilumina a todo hombre: Jesús, Luz del mundo, Jesús, Luz de la vida, Jesús, luz para el ciego.
¡Cuántas cosas hallamos en estos misterios redentores! Fijémonos en el simbolismo de la casa en esta epifanía, donde todo es luz y apertura. ¡Ojalá se nos quedase bien grabado en el alma: La Iglesia es una casa de puertas abiertas! En la Iglesia todos pueden hallar un lugar, todos caben, todos tienen sitio, todos pueden encontrar en la Iglesia su cálido hogar, todos absolutamente todos... y a nadie se exige ninguna etiqueta ni ningún tipo de carnet de identidad o de signos que identifiquen distinguiendo. Siempre son peligrosas las tendencias de hacer de la Iglesia en vez de una casa de puertas abiertas una catacumba, relegándola a lo escondido; ni convertir la Iglesia en pequeños salones para unos pocos, ni ser una reunión de elegidos o perfectos que miren por encima del hombro a los demás católicos porque no pertenezcan a esto o aquello. No hay nada más contradictorio que una Iglesia cerrada, de perfectos espirituales, clasificando a los cristianos como de primera clase, de segunda y de tercera. La Iglesia es una casa de puertas abiertas porque nada tiene que esconder, ni hay secretismo en ella, ni nada que ocultar porque sea para unos pocos predilectos... Todo lo que sea cerrado en la Iglesia huele mal. ¡La Iglesia no tiene nada que esconder u ocultar! Porque su misión es más bien abierta, universal, transparente: entregar a Cristo a las almas, lo que es mismo, evangelizar.
Es esta Iglesia abierta la que nos proporciona sumo gozo y renueva sus esperanzas cuando ve las realidades de un catolicismo pujante, diverso, en parroquias, en Monasterios, en asociaciones laicales, en vida religiosa... en tantas realidades eclesiales en todos los países y continentes...
Ya se está cumpliendo: un solo canto, una sola vez, en diversas lenguas e idiomas, que cantan alabad al Señor todas las naciones. Cristo contemplado por los ángeles, predicado a los paganos. Alabad al Señor todas las naciones.
¡Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad!
La Gloria de Jerusalén, la gloria de Dios es este Niño al cual adoran hoy todas las naciones.
Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas.
Venid, ¡venid naciones todas!, venid y postraos.
¡Aclamadlo todos los pueblos!, porque la fidelidad del Señor es eterna.
¡Venid, venid a Belén!
¡Venid y entremos en la Iglesia donde está Cristo Luz, Cristo Palabra, Cristo Camino, Cristo Verdad!
¡Venid, venid, os rogamos, oh hombres todos!
Venite adoremus Dominum!!
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