viernes, 3 de junio de 2016

Querer con el amor de Jesús (y II)



Para amar, no buscar ser amado

            El amor siempre es un continuo darse. Cristo es el ejemplo máximo y la norma de referencia absoluta al amarnos primero: “como yo os he amado” (Jn 13,34). Ver el amor de Cristo –experimentarlo- es aprender a darse como Él se dio: “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).


            Amar no es buscar ser amado, querido, admirado, aplaudido: eso es egoísmo camuflado. “Si pues amas a Dios, ámale con amor de gratuidad. El verdadero amor no desea otra recompensa más que el mismo Dios a quien ama” (Serm. 165,4), y también dirá S. Agustín: “Si no te tengo a ti, ¿qué tengo? No quiero esperar de ti otra cosa que a ti mismo. Te amo gratuitamente y no deseo más que a ti” (Serm. 331,4). El amor ama, hace el bien –amor de benevolencia, sin buscar recompensa-, desinteresadamente, aunque por su dinamismo interno desee una respuesta libre de amor, ser correspondido.

            El amor es darse. Simplemente, aunque sobrevengan rechazos o falta de correspondencia, aunque incluya sacrificio, o dolor, o padecer con los problemas y la cruz del otro: “Llevad unos las cargas de los otros” (Gal 6,2); “nosotros, los fuertes, debemos llevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra propia satisfacción como Cristo” (Rm 15,1).

            Se ama cuando con libertad, se comparte el propio ser y se entrega al otro y a los demás.

-          Una personalidad infantil necesita apoyo para todo; más que amar busca sentirse amado, reconocido, pero es incapaz de ningún sacrificio ni de amor pleno. Es muy distinto del “ser niño” (Mt 18,3-4) que aconseja Cristo, porque éste “ser niño” es sencillez y abandono en Dios: “no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio” (1Co 14,20); la infantilidad es inmadurez: los mismos discípulos, inicialmente tienen reacciones de infantilidad pretendiendo ser los más importantes (cf. Lc 9,46-48) o con reacciones de violencia cuando no son acogidos por los samaritanos (Lc 9,51-56).

-          Una personalidad adulta se siente plena cuando ama y se siente amado (sigue incluyendo el sacrificio y la entrega). La madurez humana del Corazón de Cristo permitió que su vida fuese “pasar haciendo el bien” (Hch 10,38).


-          Una personalidad plenamente desarrollada, ama con el amor de Cristo. Es feliz amando y dándose, con gran capacidad de amar y de sufrir el tiempo que sea necesario, aun cuando vea y sufra desplantes o rechazos. María al pie de la cruz está amando... (cf. Jn 19,25-27).  ¡Amor y sacrificio!, esa es la plenitud... y hacer el bien por amor aun cuando no haya ni el más mínimo signo de agradecimiento, ni de respuesta; ama aun cuando uno se canse de la ingratitud de los demás. El amor busca su recompensa sólo en amar, en el hecho mismo de amar. Dirá San Bernardo y quedará como un aforismo: “La medida del amor es el amor sin medida” (De dil. Deo, Pról., I,1) y “la recompensa del amor es el amor mismo”; San Bernardo exclamará: “amor porque amo; amo para amar” (In Cant., Serm. 83,4).

Por el contrario, ¿qué hace el egoísta? (¡Sabiendo que todos somos egoístas!)

-          Lo poco que ama, lo hace para ser amado, si no abandona rápidamente, cansado, huyendo: sin embargo, el amor es de otro orden, gratuito y perseverante: “haced el bien sin esperar nada a cambio” (Lc 6,35).

-          Procura caer bien a todos, cuidar su imagen pública, que todos le aprecien y estimen. Cree que tiene “muchos amigos” (¿mejor tal vez, colegas, camaradas o conocidos?) y vive en una ilusión, que le distrae y acalla el auténtico problema de fondo. Jesús ve ese tipo de comportamientos en su trato con los fariseos, ¡y sabe que eso no es amar! ¿Qué buscaban? ¿Cómo se comportaban? ¿Qué amor falso era ése? “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si no saludáis más que a los que os saludan, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo los gentiles” (Mt 5,46-47).

Lo mismo cuando el amor es aparente y en realidad es egoísmo para ser alabado: “no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas” (Mt 6,1-4).

Por último, hay que transformar el egoísmo en un amor más abierto y fraternal, con limpieza, sin estar buscando recompensas humanas, corrige el Señor el egoísmo creando un amor limpio, puro, desinteresado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, ya te recompensarán en la resurrección de los justos” (Lc 14,12-14).

-          El egoísta no soporta un rechazo o la falta de correspondencia o que no haya agradecimiento ni reconocimiento. Fácilmente se cansa, sin perseverar, porque se estaba buscando a sí mismo.
El egoísta rehuye todo sacrificio y cruz, todo lo que suponga el más mínimo esfuerzo por alguien o compromiso, ya que sólo busca ser amado, que se sacrifiquen por él, que estén pendientes de él... Por el contrario, dice el libro de los Proverbios: “el amigo ama en toda ocasión, el hermano nace para el tiempo de angustia” (Prov 17,17).

-          El egoísta es inconstante; no sabe esperar y desconoce la perseverancia. Judas Iscariote es un caso típico, porque además no se dejó amar por el Corazón de Cristo, se impacientó viendo frustradas sus expectativas. El egoísta mantiene relaciones personales que son rápidas y fugaces. Es capaz de llegar a pisotear al otro –a lo mejor sin darse cuenta-, a hacer daño moral al otro. Busca llenar su corazón ya, aquí y ahora, sin tener en cuenta al otro. Sólo busca “ser amado” aunque no sepa lo que es el amor; llenar de la forma que sea su corazón, pero sin arriesgase a amar o darse. Sólo cuando alguien lo ame de verdad, el egoísta se dará cuenta de su situación, de su pobreza, se sentirá empequeñecido.

Sólo siendo amado por Cristo, en sus entrañas misericordiosas, veremos los que somos, y sabremos crecer. Ahí aprendemos a amar, y, tocados e inundados por la gracia del Amor de Cristo, nuestro egoísmo puede ser vencido, derrotado, aniquilado.

¡Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes, horno ardiente de caridad, ten misericordia de nosotros!

3 comentarios:

  1. Nunca estamos solos. Cristo nos acompaña siempre y nos regala su amor, el amor purísimo. Pidámosle amar con un amor como el suyo.

    "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor (Jesús a santa Margarita María de Alacoque).

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  2. Quiero amarte como Tu me amas, ser agradecido,y recibir por amor a Ti, la gracia que me regalas. Tu siendo el Santo has habierto tu corazón a los débiles y cobardes ...

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  3. Este post es luz y purificación. Muchas gracias. Un saludo filial.

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