El rosario es una oración que une
lo vocal, lo meditativo y lo contemplativo, si se reza con sus pausas y contemplando
los distintos misterios, evitando la precipitación. También el silencio es un
elemento del mismo rosario, como explicaba Juan Pablo II:
“La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es
conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos
momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el
misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los
secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los
límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de
comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como
en la Liturgia
se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también
oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios,
concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio” (Juan
Pablo II, Rosarium virginis Mariae, 31).
Lo
recordará también el papa Benedicto XVI:
“El rosario es escuela de
contemplación y silencio. A primera vista podría parecer una oración que
acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se
recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación. En realidad,
esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que
lo requiere y lo alimenta… Así, al rezar las avemarías es necesario poner
atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, la cual siempre habla
a través del silencio, como el “susurro de una brisa suave” (1R 19,12). ¡Qué
importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo
personal como en el comunitario!” (Benedicto XVI, Aloc. en el Rosario, Pompeya,
19-octubre-2008).
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