3. El discernimiento es un arte (por
tanto, tiene una técnica, una teoría, pero hace falta la inspiración, la
gracia), un arte que es la comunicación y comprensión recíproca entre Dios y el
hombre, y es bueno desentrañar y conocer sus dinámicas profundas. El discernimiento
es el arte de seguir a Cristo, tanto en las grandes opciones de vida, de
trabajo y apostolado, como en lo pequeño y cotidiano, que es donde nos
santificamos. Así el discernimiento lleva a una madurez eclesial y a una
fidelidad probada.
Entre el creyente y su Señor existe
una comunicación verdadera, donde Dios se adapta al modo humano, comunicándose
en lenguaje humano, sensible, en los pensamientos y sentimientos del hombre. Es
el lenguaje de Dios con cada alma.
El discernimiento es oración, un arte propio
y verdadero en la vida del Espíritu y forma parte de las relaciones de Dios con
el hombre.
El discernimiento permite al creyente verse con los ojos de Dios,
percibirse según la fe, en el gran plan de la historia de la salvación personal
que Dios realiza. Los sacerdotes reciben ese discernimiento para los demás en
virtud del carácter sacramental del Orden; algunos hombres y mujeres verdaderamente
espirituales, que siempre han sido grandes maestros espirituales, también lo
reciben para los demás.
Para adquirir el discernimiento, es requisito necesario una
profunda vida de oración y de trato con Cristo en el Sagrario, porque el
discernimiento es expresión de una inteligencia contemplativa, un arte, que
gusta y saborea a Dios -¡verdadera sabiduría!-; esta inteligencia sabe y es
capaz de actuar colaborando con la fuerza y gracia del Santo Espíritu.
El
hombre contemplativo –y la oración es para todo cristiano, para que viva la
primacía de la gracia, recordando el plan pastoral de Novo Millennio ineunte, de Juan Pablo II-
es aquel que mira a través de su inteligencia con los ojos del Espíritu Santo.
El contemplativo sí va adquiriendo este discernimiento.
4. ¿De qué manera habla Dios al
hombre? A través de los pensamientos y sentimientos del mismo hombre, pero no
todo pensamiento y sentimiento vienen de Dios, pues el mundo, el demonio y
nuestra carnalidad pueden producir igualmente pensamientos y sentimientos; como
podemos caer en confusión y error, el discernimiento reconoce lo que es de Dios
en nosotros.
El discernimiento va creando una actitud en el alma para
descubrir, por el sabor, lo que es de Dios, creando un estilo de vida atento
sólo a Dios, en actitud de fe para vivir sólo de Cristo Jesús, y vivir en
oración. Cada vez se necesitará y se deseará mayor tiempo de oración, de
silencio contemplativo, de mirar y amar al Señor en la custodia o en el Sagrario.
La Tradición de la Iglesia enseña muchos
mecanismos y recursos para aprender a discernir, con la premisa de ser profundamente
orantes.
Nos viene una idea o un sentimiento,
¿es o no es de Dios?
Se le somete al pensamiento a un
interrogatorio:
“¿De
dónde vienes? ¿Vienes de mi corazón, en donde habita el Señor? ¿O vienes del
exterior y alguien te ha traído? ¿Quién te ha traído? ¿Qué quieres?”
A estas preguntas, el pensamiento
comienza a reaccionar. También se le puede interrogar diciendo:
“¿Por qué tanta urgencia si ahora no
tengo tiempo para ti?”
“¿Por qué me metes prisa si Dios no
tiene prisa ni agobia a nadie?”
Si se aleja un poco, ese pensamiento
no venía de Dios. Estos pensamientos se pueden presentar así: “tú debes...”,
“no es justo que...”, “hay que reaccionar contra...”, “es necesario defender...”,etc.
Pero sepamos que el Espíritu Santo no usa el imperativo “tú debes...”, ni Él ni
los que son del Espíritu. Dios propone y atrae con lazos de amor, no con
exigencias internas o externas, por parte de alguien. Si el pensamiento es
falso, no es de Dios, puede que dé guerra y moleste, pero se debilita y
desaparece. Lo que es de Dios siempre deja paz y queda como un dulce reclamo.
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