El rito exequial, solemne y
austero, introduce un momento de silencio sagrado en el rito de la despedida
del cadáver, en los últimos ritos exequiales, donde todos oran en silencio
encomendando al difunto.
Las
rúbricas explican así todo este conjunto de elementos para la última
recomendación del cadáver y el sentido que tiene:
“Este rito no significa una
purificación, que se realiza principalmente por el sacrificio eucarístico, sino
el último saludo de la comunidad cristiana a uno de sus miembros, antes de que
se lleven el cuerpo o de que sea sepultado. Pues, si bien en la muerte hay
siempre una separación, a los cristianos, que como miembros de Cristo son una
sola cosa en Cristo, ni siquiera la muerte puede separarlos.
El celebrante introduce y explica
este rito con una monición; siguen unos momentos de silencio, la aspersión e
incensación y el canto de despedida. Este canto, compuesto de texto y melodía
adecuados, debe ser cantado por todos y, a la vez, todos han de ver en él la
culminación del rito.
También la aspersión, que recuerda
la inscripción en la vida eterna realizada por el bautismo, y la incensación,
con la que se honra el cuerpo del difunto, templo del Espíritu Santo, pueden
ser consideradas como gestos de despedida” (RE 10).
Para
introducir el silencio orante, antes de la aspersión e incensación, el Ritual,
en la edición española, propone algunas moniciones que invitan a orar en
silencio:
“Vamos ahora a cumplir con nuestro
deber de llevar a la sepultura el cuerpo de nuestro hermano; y, fieles a la
costumbre cristiana, lo haremos pidiendo con fe a Dios, para quien toda
criatura vive, que admita su alma entre sus santos y que, a este su cuerpo que
hoy enterramos en debilidad, lo resucite un día lleno de vida y de gloria. Que,
en el momento del juicio, use de misericordia para con nuestro hermano, para
que, libre de la muerte, absuelto de sus culpas, reconciliado con el Padre,
llevado sobre los hombros del buen Pastor y agregado al séquito del Rey eterno,
disfrute para siempre de la gloria eterna y de la compañía de los santos”
(Exequias sin canto, rito simplificado: Formulario común I).
“Ha llegado el momento de dar el
último adiós a nuestro hermano, el momento en que sus despojos desaparecerán
para siempre de nuestra mirada, el momento de separarnos definitivamente de él.
Se trata de un momento de intensa tristeza. Pero debe ser también un momento de
firme esperanza, pues confiamos que este rostro amado, que ahora va a
desaparecer para siempre de nuestros ojos, lo volveremos a contemplar,
transformado, cuando Dios, al fin de los tiempos, nos reúna de nuevo en su
reino. Con esta esperanza, oremos, pues, ahora unos momentos en silencio,
recordando lo que con él vivimos en este mundo, lo que él representó para
nosotros, lo que él fue y es ante Dios” (Id., Formulario común II).
O
también:
“Ya que Dios ha querido llamar a sí
de este mundo a nuestro hermano, ahora sus familiares van a llevar su cuerpo al
cementerio y lo depositarán en el sepulcro, para que vuelva a la tierra de la
que fue sacado. Pero, porque creemos que Cristo resucitó como primogénito de
entre los muertos, por ello confiamos que él transformará también este cuerpo
ahora humillado y lo hará semejante a su cuerpo glorioso. Con esta esperanza,
encomendemos, pues, a Dios a nuestro hermano, para que lo admita en la paz de
su reino y lo resucite en el último día” (Id., Formulario común IV).
A
continuación, invariablemente, la rúbrica prescribe: “Todos oran unos momentos
en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo…”
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