jueves, 18 de abril de 2024

El effetá (Ritos y gestos - VIII)



            Es un rito litúrgico que reproduce el gesto mismo del Señor con el sordomudo y la liturgia lo empleó gustosamente en los ritos catecumenales.



            En el RICA, el effetá se sitúa en la mañana del Sábado Santo junto con otros ritos que preparan para los sacramentos en la Vigilia pascual (cf. RICA 26).

            “Con este rito en virtud del propio simbolismo, se inculca la necesidad de la gracia, para que se pueda escuchar la palabra de Dios con provecho sobrenatural para la salvación” (RICA 200).

            Se proclama el evangelio del effetá (Mc 7, 31-37), tras lo cual “el celebrante toca con el pulgar los oídos derecho e izquierdo de cada uno de los elegidos, y la boca, sobre los labios cerrados, mientras dice:

Effetá, que significa: ábrete,
para que profeses la fe, que has escuchado,
para alabanza y gloria de Dios” (RICA 202).


            Se ha querido introducir también en el Bautismo de párvulos, como una praxis nueva, para que no se perdiera este rito en la liturgia, pero es optativo (cf. RBN 132).

            Después de la unción crismal y las entregas de la vestidura blanca y del cirio se realizaría el effetá: “tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca de cada uno de los niños, dice:

El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos
te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe,
para alabanza y gloria de Dios Padre (RBN 132).

            Este rito litúrgico proviene de la Tradición.


            Por ejemplo, san Ambrosio lo explica:

           “¿Qué hicimos, pues, el sábado [santo]? ¡Sin duda, la apertura! Se celebraron los misterios de la apertura cuando el obispo te tocó los oídos y la nariz. ¿Qué significa esto? En el evangelio, nuestro Señor Jesucristo, cuando le fue presentado un sordomudo, le tocó las orejas y la boca; las orejas porque era sordo, la boca porque era mudo, y dijo Effetá. Es ésta una palabra hebrea que en latín significa “ábrete”. Por esto el obispo te tocó las orejas: para que tus oídos se abriesen a la palabra y a la alocución del obispo.

           Pero me preguntas: “¿por qué la nariz?” Allí, porque era un modo, le tocó la boca, para que quien no podía hablar de los misterios celestiales, recibiese de Cristo la voz. En aquella ocasión se trataba de un varón. Aquí se bautizan también mujeres [por eso no era decoroso tocarles los labios], y la pureza el siervo no es tanta como la del Señor, puesto que éste perdona los pecados, mientras que al siervo le son perdonados. ¿Cómo podría comparárselos? Así pues, por respeto al acto y a la función, ahora el obispo no toca la boca, sino la nariz. ¿Por qué la nariz? Para que recibas el buen olor de la piedad eterna y para que digas: Somos el buen olor de Cristo para Dios, como dijo el santo Apóstol, y haya en ti la fragancia plena de la fe y de la devoción” (S. Ambrosio, De sacr., I, 2-3).


           “¡Abrid, pues, los oídos y aspirad el buen olor de la vida eterna, difundido sobre vosotros por el don de los sacramentos! Es lo que indicamos cuando dijimos, al celebrar el misterio de la apertura: ¡Effetá, es decir, ábrete, para que cada uno de los que iba a venir a la gracia supiera lo que se le preguntaría y se acordara de lo que debía responder.

           Cristo celebró este misterio en el evangelio –como leemos- cuando curó al sordomudo. Pero Él tocó la boca porque curaba a un mudo, y también a un varón: por un lado porque quería abrirle la boca para el sonido de la voz que en ella infundía, y por otro, porque este tacto era conveniente a un varón, pero no lo habría sido para una mujer” (S. Ambrosio, De Myst., 3-4).


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