miércoles, 7 de noviembre de 2018

Vida consagrada, estado de perfección y tensión de santidad (Palabras sobre la santidad - LXIi)

La santidad es para todos, ya que -una vez más, recordémoslo- brota de las exigencias mismas del bautismo, de su dinamismo teologal interior. Estamos llamados a ser santos porque el desarrollo de lo que el bautismo nos da desemboca en la santidad personal, real y concreta.

Pues esta dimensión es radical y exigente en aquellos que han hecho de su vida una consecuencia última del bautismo: la vida consagrada, los religiosos, aquellos que han emitido los votos de pobreza, castidad y obediencia. Los religiosos y consagrados han tomado el bautismo como pauta única para su vida, y mueren a este mundo para vivir con Cristo, como Él, por Él, para Él.

Esa es la doctrina que la Constitución Lumen Gentium ofrece al tratar de los religiosos, partiendo del bautismo:

"El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para traer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia" (LG 44).

Y también:

"han de tener en cuenta los miembros de cada Instituto que por la profesión de los consejos evangélicos han respondido al llamamiento divino para que no sólo estén muertos al pecado, sino que, renunciando al mundo, vivan únicamente para Dios. En efecto, han dedicado su vida entera al divino servicio, lo que constituye una realidad, una especial consagración, que radica íntimamente en el bautismo y la realiza más plenamente" (PC 5).

Con ese estado de vida, vivido sin fisuras sino con absoluta entrega, acrecientan la santidad de la Iglesia:

"Todo el que ha sido llamado a la profesión de los consejos esmérese por perseverar y aventajarse en la vocación a la que fue llamado por Dios, para una más abundante santidad de la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda santidad" (LG 47).

El estado de vida consagrada es un estado objetivo, configurado a Cristo pobre, virgen y obediente, vuelto por completo a Dios, expropiado de sí mismo. De ahí que, tradicionalmente, se le llamase "estado de perfección", porque reflejaba el modo en que Cristo entró en la historia de las hombres al encarnarse. Esa santidad objetiva de la vida consagrada ha de convertirse, igualmente, en santidad subjetiva, es decir, perfección en cada uno de los sujetos de la vida consagrada.

Un Instituto de Vida Consagrada, una Orden o Congregación, tienen vida si tienen santidad y si los sostiene la santidad de sus miembros; en caso contrario, las grietas y las fisuras van desmoronando el edificio:

"La vigencia y el florecimiento de los Institutos religiosos vienen dados por el grado de integridad con que permanece el alma del fundador como fuente de inspiración en la disciplina y ministerios de los Institutos y en la vida y costumbres de los religiosos" (Pablo VI, Discurso a varias Órdenes y Congregaciones religiosas, 23-mayo-1964).

La fidelidad al carisma, sin adaptaciones falsas ni concesión a mundanizaciones, es garantía para un camino de santidad.

No hay otra opción posible: ¡la santidad de los consagrados, de los religiosos!

"Hoy más que nunca debéis vivir la vida religiosa en toda su genuina integridad, en todas sus profundas y tremendas exigencias. Debéis ser santos. O santos, o que no exista el Instituto" (Pablo VI, Disc. a las religiosas de la diócesis de Frascatti y Albano, 11-septiembre-1965).

A lo largo de su Magisterio, Pablo VI volverá una y otra vez a recordar ese principio de integridad, el radical seguimiento sin contemporizaciones:

"¿Podemos pensar que es auténtico religioso el que cede a las comodidades innecesarias y aseglaradas que penetran también hoy día en los conventos? ¿Qué autoridad puede tener el religioso, saturado de impresiones sensoriales y ayuno de la experiencia espiritual garantizada por la sincera aceptación del sacrificio?" (Pablo VI, Disc. al Capítulo General de los Capuchinos, 21-octubre-1968).

Es exigencia, y como tal, es una vida de entrega para no desfigurar el rostro de Cristo, su vida:

"La religiosa, como el sacerdote y el religioso, aunque en otra perspectiva, tiene ante sí un terrible dilema: o ser santos, totalmente, sin compromisos, para alcanzar su plena dimensión, o reducirse a pura burla, a una caricatura, a malograrse y, perdonadme la expresión, a una especie de ser abortivo" (Pablo VI, Disc. al Congreso Internacional de Superiores Mayores, 22-noviembre-1969).

La vida consagrada, para vivir en santidad, sabe de ascesis y de gracia, de dominio de sí mismo y de apertura del corazón a Cristo. Es el seguimiento de Cristo, despojados de todo y hasta de sí mismos, para adquirir la forma de Cristo.

Así la vida religiosa no es una función de apostolado, un "hacer", sino ante todo es "ser", un modo de ser en Cristo, una forma crística, donde nada se reserva, donde nada se antepone al amor de Cristo.

"Seguir a Cristo quiere decir, pensar como Cristo, amar como Cristo, sufrir como Cristo, imitar a Cristo. Es la esencia de la vida religiosa, como lo es del resto de la vida cristiana (cf. LG 40). Sin este esfuerzo continuo de imitación del Modelo de todos los predestinados –una imitación que conduce a la cumbre de la caridad-, cuyo logro “está particularmente favorecido por la práctica de los consejos evangélicos” (LG 45), no se puede pensar ni es posible la escalada a la cima de la santidad.
 
Lo mismo ha de decirse, guardando las debidas distancias, con relación a los fundadores y fundadoras, cuyas constituciones aprobadas por la Iglesia constituyen el camino seguro para no frustrar la inobservancia, acaba por enervar paulatinamente la fuerza de la disciplina,  favorecer el capricho y el arbitrio, anular el autocontrol, y por esto mismo convertir en mucho más difícil, por no decir imposible, el logro de la perfección para la cual han sido instituidas las familias religiosas" (Pablo VI, Alocuc. a las Religiosas “Madre de la Divina gracia”, 23-abril-1969).

La entrega de vida en la contemplación, la oración y asidua penitencia (PC 7) de monjes, monjas y contemplativas, ha sido siempre un foco luminoso de santidad para todo el Cuerpo místico:

"Sois testimonio de santidad ante el mundo de hoy" (Pablo VI, Disc. a los cistercienses y pasionistas, 14-octubre-1968).

En los contemplativos, la Iglesia se ve a sí misma resumida, sintetizada, compendiada, en lo que será la vida eterna, a los pies de Cristo, amorosamente recibiendo todo de Él.

Los contemplativos, muy particularmente, han encarnado en sus vidas el principio paulino: sus vidas están escondidas con Cristo en Dios; por eso han sido y son particularmente fecundos, y han generado luz que han iluminado el caminar de quienes, en la ciudad secular, en el mundo, han querido seguir las huellas de Cristo viviendo en santidad, cada cual según su estado de vida cristiano.


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