lunes, 12 de noviembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, X)

Los cismas son separaciones dramáticas de un grupo que se sale de la Iglesia Católica, a la que consideran pervertida, o infiel, y se autoproclaman la verdadera Iglesia, la Iglesia tradicional, la única fiel a Cristo. Pueden o no tener herejías, pueden ser estas herejías más o menos claras y evidentes, pero el cisma es siempre una división organizada por la soberbia y un afán de pureza.


Los ejemplos sobran desde el inicio de la Iglesia hasta nuestros días. Un cisma es algo formal: posee su jerarquía, su estructura, sus instituciones, no es simplemente la actitud de alguno que va realmente por libre. El cisma no es personal, sino de una parte, de un grupo de fieles.

El Donatismo fue una de esas escisiones que en su momento fue gravísima. En la Iglesia del Norte de África, Donato quería una Iglesia pura, vinculaba la eficacia de los sacramentos a la santidad del ministro y negaba la verdad del sacramento si un ministro era indigno. Se atribuyeron el ser la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Mucho luchó y mucho refutó san Agustín semejante cisma lacerante.

Ahora bien, ¿cuál es la paciencia verdadera y cuál es la aparente paciencia de los cismáticos? ¿Y cómo será la paciencia verdadera, cristiana, católica, sino la que aguarda que los cismáticos reconozcan su error soberbio, su terquedad y contumacia, y arrepintiéndose vuelvan al seno de la Católica?


"CAPÍTULO XXVI. LA PACIENCIA, DON DE DIOS, Y LA PACIENCIA DE LOS CISMÁTICOS

Por lo tanto, no puede dudar la piedad que la paciencia de los que toleran piadosamente es un don de Dios como la caridad de los que aman santamente. Ni engaña ni yerra la Escritura que no sólo en el Antiguo Testamento nos presenta claros testimonios de esto, cuando se dice a Dios: “Tú eres mi paciencia” (Sal 70,5), y también: “de Él procede mi paciencia” (Sal 61,6), o cuando otro profeta dice que recibimos el espíritu de fortaleza, sino que también en las Cartas apostólicas se lee: “Porque se os ha dado por Cristo no solo el creer en Él, sino también el padecer por Él” (Flp 1,29). No se atribuya, pues, el alma noble lo que oye le fue regalado.


23. Si, pues, alguien no tiene la caridad que pertenece a la unidad de espíritu y al vínculo de la paz, con el que se ciñe y reúne la Iglesia católica, vive en el cisma y, para no renegar de Cristo, sufre tribulaciones, angustias, hambre, desnudez, persecución, peligros, cárceles, cadenas, tormentos, espada, o llamas o fieras o la misma cruz, por temor a la condenación y al fuego eterno, no hemos de condenar todo esto, antes bien es muy laudable esa paciencia. 

No podemos decir que mejor le hubiera sido negar a Cristo para no padecer estas cosas que padeció confesándole, sino que quizá podemos pensar que le será más llevadero el juicio futuro que si, negando a Cristo, hubiese evitado todas esas cosas. Pues, aunque es verdad lo que dijo el Apóstol: “Si entrego mi cuerpo para que arda, pero no tengo caridad, de nada me aprovecha” (1Co 13,3), así hemos de entender que nada le aprovecha para alcanzar el reino, aunque le hará más benigno el suplicio del juicio final.


CAPÍTULO XXVII. LA PACIENCIA DEL CISMÁTICO COMO DON DE DIOS.

24. Con razón se puede preguntar si es un don de Dios o se ha de atribuir a las fuerzas de la voluntad humana la paciencia por la que el que vive separado de la Iglesia, no por el error que lo separó, sino por la verdad del sacramento y de la palabra que conservó, sufre las penas temporales por temor a incurrir en las eternas. 

Hemos de tener cuidado, no sea que, si decimos que esta paciencia es don de Dios, los cismáticos que la tienen crean que pertenecen también al reino de Dios, o si negamos que sea don de Dios, se nos obligue a confesar que en la voluntad humana puede haber algo bueno sin la ayuda y el favor de Dios. Porque es un bien que el hombre crea que será castigado con el suplicio eterno si niega a Cristo, y por esa fe tolera y desprecia el suplicio humano.

25. Por eso, no se ha de negar que se trata de un don de Dios, pero hay también que entender que son muy otros los dones de Dios a los hijos de aquella Jerusalén de arriba que es libre y es nuestra madre".

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